Hansel U qreüel
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Vivía hace mucho tiempo en una casa junto a
un bosque, un pobre leñador con su mujer y dos
hijos. Los tiempos eran malos, el trabajo rendía
muy poco.
Llegó un momento en que nada tenían para
llevar a la boca.
Una noche, después de mandar a los niños a
la cama, el leñador y su mujer - su segunda
esposa- se sentaron a conversar junto a la mesa
vacía para ver qué harían.
El leñador hizo algunos crílculos para los días
venideros, pero por más que se devanaba los
sesos, sus cuentas terminaban en cero.
Su mujer le dijo con mala intención:
-Es inútil que 1o pienses tanto. Somos
muchos en la casa, y tú no puedes con todos.
verdad, pero Hansel es muy pequeño
-Es
todavía para ayudarme
-replicó el hombre.
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La mujer, que era egoísta y de malos senti-
mientos, tenía un plan. Ir aseguró que lo único
que podían hacer era deshacerse de los dos hijos,
Hansel y Gretel, abandon¡índolos en el bosque. El
hombre se espantó, pero al rato, vencido por la
desesperación y pensando que alguien recogería a
los pequeños, aceptó la idea.
Sucedió que Hansel oyó toda la conversación.
Despertó con cuidado a su hermanita y le contó 1o
que había escuchado. Gretel se puso a llorar, pero
Hansel la consoló diciéndole que é1 tenía la solu-
ción. Salió en silencio y recogió muchas piedritas
blancas que metió denfo de su bolsillo.
Al día siguiente, el leñador fue con ellos al
bosque, y los dejó solos mientras trabajaba.
Pero al atardecer no volvió a buscarlos.
Cuando anocheció, los niños se enconffaron
abandonados en el bosque. Al salir la luna,
Hansel tomó a Gretel de la mano, y siguiendo el
reguero de las piedritas blancas que había dejado
caer por la mañana cuando iban hacia el bosque,
halló el camino de la casa.
El padre los abrazó con gran alegría, pero la
madrasffa, disgustada, no abandonó su idea.
A1 otro día repetirían el plan. Para que Hansel
no juntara piedritas, la mujer cerró esa noche la
puerta con llave.
Cuando partieron hacia el bosque por la
mañana, enffegó un pan a cada uno de los niños.
Hansel fue arrojando por el sendero las migas
del pan, con la esperanza de encontrar así el
camino de regreso.
Otra vez dejó el leñador solos a los niños y no
volvió a buscarlos. Cuando los chicos advirtie-
ron que la noche caía sobre el bosque, buscaron
el camino siguiendo las migas de pan. Pero suce-
dió que los pájaros las habían devorado. Con
mucha pena vieron que no quedaba ni una sola
para indicarles la vuelta.
Esta vez estaban abandonados v sin medios
para regres¿lr a casa.
La pequeña Gretel, angustiada, se puso a llo-
rar y aunque su hermanito trató de consolarla, é1
también empezó a temer.
¿Qué podían hacer los dos solos, perdidos en
la noche, en el inmenso bosque? Intentaron salfu,
y tras muchas weltas, sin hallar el camino, fue-
ron vencidos por el cansancio. Muy pronto se
quedaron dormidos bajo un frondoso árbol.
Los despertó el primer rayo de sol y el canto
alegre de los pájaros. La luz del día los reconfor-
tó. Ya no parecía el bosque tan terrible como
durante la noche, y tal vez, les sería más fácil
hallar el camino de regreso.
Lo buscaron, pero ofa vez sin resultado. Así
pasaron tres días y tres noches, alimentándose con
frutas silvestres y durmiendo bajo los rárboles. Por
fin, en un atardecer, llegaron al extremo opuesto
del bosque, donde en un claro vieron una casa.
Los dos niños dieron un grito de alegría y
corrieron hacia allá para pedir refugio.
Pero al acercarse miás, üeron que la casa era
maravillosa: las paredes estaban hechas de ttrrón,
el techo, de Líminas de chocolate,las puertas y ven-
tanas, de hansparente caramelo. Y como ambos
tenían hambre y adernás eran golosos, empezaron
a sacar pedacitos para comer. Estaban en 1o mejor
de su banquet€ cuando se abrió la puerta y una vieja
horrible apareció en el umbral de la casa.
A1 principio, los niños se asustaron mucho y
con voz entrecortada le pidieron disculpas por lo
que estaban haciendo con su casa. Pero la mujer
sonrió, y amable, los invitó a entrar.
No sospecharon lo que allí les esperaba. Una
vez que esfuvieron adentro, la anciana cambió
sus modales por otros bruscos y autoritarios.
I-os chicos habían caído en la casa de una vieja
bruja que tenía la mala costumbre de comerse a
los niños. La malvada encerró a Hansel en una
habitación y envió a Greúel a trabajar para que la
ayrdara en los quehaceres de la casa.
Así comenzaron días terribles para Hansel y
Gretel. La niña tenía que cumplir infinidad de
tareas en la casa y no tenía descanso.
Cada día estaba más delgadita. En cambio,
todos los mimos eran para Hansel.
La vieja bruja lo cuidaba y alimentaba muy
bien, porque no tenía otra pretensión que comér-
selo cuando esfuviera a punto.
Para saber si engordaba lo suficiente, todos
los días le pedía que le moshara un dedo por una
rejilla de Ia puerta.
Pero Hansel era un niño despiefo; compren-
dió en seguida cuiíl era su intención, y aprove-
chando que la anciana no veía bien, en lugar de
mosharle su dedo, le mostraba un huesito de
pollo. Por supuesto, la bruja se retiraba siempre
muy descontenta.
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Así ganó algín tiempo el pequeño.
Hasta que un día, cansada la vieja de Ia espe-
ra. decidió proceder de cualquier manera.
Llamó a Gretel a los gritos y le ordenó que
encendiera el homo de inmediato.
-En cuanto esté listo, me avisas
-le dijo.
La ruña obedeció, pero presintiendo para qué
era el fuego, puso muy poca leña.
La bruja se enojó mucho, y para mosúarle
cómo debía hacer su trabajo, se puso ella misma
a la tarea. Echó grandes brazadas de leña para
avivar el fuego: fue el momento propicio que
aprovechó Gretel.
Porque cuando la malvada se inclinó frente al
homo y metió en él la cabeza, Gretel le dio un
empujón y la encerró dentro.
Así se acabó para siempre la bruja siniestra
del bosque.
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Corrió la niña a poner en libertad a su herma-
no. Descorrió los cerrojos, y los dos chicos se
abr azaron alborozados.
Como tenían hambre, comieron algunas
cosas de la casa, y luego revisaron las habitacio-
nes. Encontraron que estaban llenas de riquezas
robadas por la bruja a los caminantes.
Pensando en su padre, tan pobre y trabajador,
juntaron cuanto pudieron. Guiados por los pájaros,
atravesaron el bosque hasta llegar a su hogar.
El padre se sintió muy feliz al verlos y los
abrazó con mucho cariño. Los niños contaron su
aventura y le mostraron a su padre las grandes
riquezas que traían.
Desde entonces, ya no pasaron más miseria.
Como la mala madrastra había muerto recien-
temente, los ües vivieron muy felices durante
muchísimos años.