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(Dr.

Vázquez Valverde, 2015)


Dr. Vázquez Valverde, C. D. (2015). Manual de aplicación clínica de psicología positiva.
Valencia: VIU.

¿Qué es (y qué no es) la psicología positiva?


La Psicología positiva es un movimiento, o una corriente de opinión, dentro de la
Psicología que intenta estudiar aquello que es bueno en la vida y por lo que esta
merece la pena ser vivida. Desde siempre la Psicología ha estudiado aspectos
potencialmente positivos (inteligencia, talento, amor, apego,…) pero esto ha sido sólo
una parte de su interés y, además, muchas veces esos temas han sido tratados para
analizar sus características deficitarias (retraso mental, discapacidad, sumisión,
vulnerabilidad afectiva, etc.) más que las características saludables o adaptativas.
La Psicología positiva no es ninguna rama de la Psicología, ni un nuevo paradigma, ni
una nueva disciplina. Es simplemente Psicología que desea centrar su interés en el
análisis de lo que va bien en la vida desde el nacimiento hasta la muerte (Seligman y
Csikszentmihalyi, 2000) y para ello emplea las mismas herramientas de conocimiento,
con las mismas ventajas y limitaciones, que el resto de la investigación psicológica.
El término de Psicología Positiva, es propuesto por Martin Seligman en su discurso
inaugural como presidente de la APA (Seligman, 1999). Supone dar un impulso
definitivo a una aproximación que no es nueva en Psicología (ver Vázquez, 2006a)
pero que surge como un modo de impulsar una mirada complementaria. Muchos de
los temas en los que la Psicología se ha centrado en estas últimas décadas
(creatividad, optimismo, amor, resiliencia,…) entran de lleno en esta perspectiva
positiva (Fernández-Ballesteros, 2002). Pero hay otras áreas de la experiencia
humana (flujo, perdón, gratitud, asombro, curiosidad, o apreciación de la belleza) que
también se están incorporando por primera vez como temas de investigación por
propio derecho abriendo nuevas vías de investigación y aplicación (Snyder y López,
2002; Peterson, 2006).
Un malentendido habitual es que una Psicología positiva es la antítesis de una
psicología “negativa”. Si esto fuera así, un psicólogo “positivo” estaría ciego al dolor y
la adversidad, que constituyen una parte esencial e intrínseca de la experiencia
humana, y separaría la realidad artificialmente ignorando un aspecto fundamental de la
misma (Coyne & Tennen, 2010). Pero esta es una crítica bastante injusta y absurda,
aunque se repita a veces como una cantinela. En primer lugar, muchos psicólogos
impulsores o defensores de este movimiento surgen de una trayectoria de importantes
contribuciones al ámbito clínico, y en modo alguno se puede tachar a este movimiento
de ser una agrupación de frívolos o ilusos. La Psicología Positiva simplemente quiere
enfatizar que, además de prestar nuestra atención a los problemas humanos,
debemos del mismo modo poner el acento en saber cómo explorar, diagnosticar, e
intervenir en el bienestar humano. Además, en modo alguno se desprecia la
adversidad porque justamente es en esas situaciones donde emergen algunas de
nuestras mejores fortalezas y en donde los mecanismos saludables de resistencia se
ponen de manifiesto (Vázquez et al., 2007). Si no somos capaces de hacer que la
gente no sólo deje de sentirse desdichada sino que tenga una mejor vida, nuestro
trabajo como psicólogos va a ser siempre parcial. Pero justamente para saber cómo
mejorar la vida tenemos que reflexionar e investigar sobre qué es una “buena vida”,
cómo podemos medirla, y cómo podemos intervenir para mejorarla. De eso trata la
Psicología Positiva. No basta con que cada uno tenga su propio modelo de lo que es
la buena vida, o que lea best-seller sobre la felicidad, o siga a gurús televisivos, sino
que sepa lo que la ciencia dice sobre esto.
Lo cierto es que lejos de la acusación de despreciar el sufrimiento humano, éste forma
parte de modo destacado de la agenda de la psicología positiva y nunca dejó de
estarlo. Algunos ejemplos lo constituyen áreas como la resiliencia y el crecimiento
postraumático (Páez et al., 2011; Vázquez, Castilla y Hervás, 2008; Vázquez et al.,
2013; Cho y Park, 2013), el papel protector de determinados rasgos positivos en la
aparición de trastornos físicos y psicológicos (Peterson, 2006), programas de
intervención positivos para personas desfavorecidas (Marujo y Neto, 2009), o la
intervención en problemas clínicos (Berrocal, Ruini, y Fava y 2009; Vázquez, Sánchez
y Hervás, 2008).
La Psicología Positiva tiene ámbitos de investigación y actuación muy diversos pero se
pueden resumir en los siguientes (Peterson, 2006):

1. Experiencias subjetivas positivas (felicidad, calma, plenitud, fluir,…). En este


sentido, es necesario destacar que la “felicidad subjetiva”, un tema tan popular, es sólo
uno de los muchos temas de interés para la psicología positiva puesto que es sólo una
pequeña parte del bienestar emocional (ver Seligman, 2011).

2. Características individuales positivas (fortalezas del carácter, virtudes, talentos,


intereses). Este es, como veremos, uno de los aspectos probablemente más atractivos
abiertos por la Psicología Positiva.
3. Relaciones interpersonales positivas (amistad, matrimonio, compañerismo).

4. Instituciones positivas (familias, escuelas, organizaciones). Este aspecto es muy


interesante porque la Psicología Positiva intenta saber qué condiciones (en el trabajo,
en la educación, o en cualquier sistema) favorece el bienestar y el crecimiento de las
personas, lo que ha suscitado el interés de especialistas ajenos a la Psicología
(economistas, educadores, etc.). En este sentido, la Psicología Positiva es un
catalizador de muchos profesionales y científicos que desean genuinamente promover
el bienestar humano.
En el caso concreto de la Psicología Clínica, su modo habitual de proceder y, sobre
todo, su esquema teórico y epistemológico, se ha mostrado hasta cierto punto
insuficiente para abordar nuevos retos. Un buen ejemplo de estas limitaciones son los
conocidos y fructíferos modelos de vulnerabilidad, los cuales han establecido un modo
estándar de pensamiento en la psicología clínica en ámbitos como la depresión, las
psicosis, o los trastornos de ansiedad. El planteamiento básico de esta concepción de
la patología humana consiste en encontrar “factores de riesgo”, es decir, factores que
incrementen de algún modo la probabilidad de desarrollar un trastorno dado. Pero al
enfatizar los aspectos de vulnerabilidad se ha marginado la investigación de los
factores de protección (Keyes y López, 2002), olvidando así que la mayor parte de las
personas con un elevado riesgo psicopatológico “a priori” no desarrollarán nunca en su
vida un trastorno mental. Desgraciadamente se sabe poco de los factores, sin duda
importantes, que nos protegen de desarrollar un problema psicopatológico de esa
magnitud. Por ejemplo, en el ámbito de los trastornos por estrés postraumático
(TEPT), la aparición del trastorno es mucho menor de lo que inicialmente podría
esperarse dado que la mayoría de la población normal sufre en el transcurso de su
vida sucesos potencialmente traumáticos y un bajo porcentaje desarrolla cuadros de
TEPT (Vázquez, 2005; Vázquez et al., 2006; Vázquez et al., en prensa). La mayoría
es, pues, resistente.
Por tanto, la Psicología clínica se ha centrado de modo casi exclusivo en las
debilidades bajo el supuesto de que lo positivo o es irrelevante o, aún peor, es
inexistente (ver Ryff y Singer, 1998). De hecho, si analizamos ya no sólo los modelos
explicativos psicopatológicos sino las intervenciones clínicas en cualquier tipo de
cuadro clínico podremos observar que hay poco espacio para otros elementos que no
sean los síntomas. Creemos que es hora de construir una mirada más completa y más
compleja sobre los fenómenos psicopatológicos pero también, consecuentemente, de
lo que es la llamada “normalidad” y la resistencia (Vázquez, 2008), y todo ello, con el
objetivo de mejorar nuestra comprensión así como las intervenciones que realizamos.
La arquitectura del bienestar humano

La investigación en Psicología Positiva ha puesto de manifiesto que es importante


distinguir al menos dos tipos fundamentales de bienestar (Vázquez, 2009): el bienestar
ligado a los placeres y las emociones y, por otro lado, el bienestar ligado al desarrollo
de lo mejor de nosotros mismos y a tener una vida plena. Cuando valoramos el
“bienestar” de un paciente en Psicología clínica, lo hacemos prestando más atención a
aspectos emocionales (ej.: uso de medidas de estado de ánimo, ansiedad, etc., que
pueden incorporar, o no, ítems de emociones positivas) que a aspectos ligados a una
vida psicológicamente plena.
Los modelos de evaluación y de conceptualización de las intervenciones positivas
pueden encuadrarse en modelos teóricos diferentes y en un foco específico sobre una
modalidad de bienestar (hedónico vs. eudaimónico, por ejemplo), lo que, a su vez,
puede tener diferentes implicaciones sobre el modo de actuar y las estrategias a
desarrollar. De modo que es de gran relevancia comentar, aunque sea brevemente,
los referentes teóricos existentes en la investigación psicológica sobre el bienestar.

2.1. Bienestar subjetivo: Bienestar hedónico y satisfacción


vital
El bienestar hedónico está relacionado con el mantenimiento de un buen estado
anímico o, de modo más preciso, un buen equilibrio afectivo. Este equilibrio implica
que exista una relación óptima entre las emociones positivas y las negativas. De modo
que cuando hablamos de bienestar hedónico tenemos en cuenta, y lo medimos, la
presencia de ambos tipos de emociones. Las personas que dicen sentirse felices no
tienen una ausencia de emociones negativas sino que estas son menos frecuentes y
prominentes que las positivas pero aún así existen. En base a datos de muestras muy
amplias de participantes, se ha estimado que hay una especie de proporción idónea
de 3 a 1 entre emociones positivas y negativas (Losada y Heaphy, 2004).
¿Por qué se ha prestado tan poca atención a las emociones positivas en Psicología?
Quizás porque, en parte, no se sabía para qué sirven. Aunque se discute aún el
significado evolutivo y supervivencial de dichas emociones, la Teoría de la
Ampliación y Construcción (Broaden and Build Theory) de Barbara Fredrickson
(1998, 2001) plantea que mientras que la finalidad de las emociones negativas es
básicamente repetir mecánicamente repertorios de conducta (y permitir así una huída
o una lucha eficaz ante un estresor, por ejemplo), las emociones positivas justamente
existen para “ampliar” y “construir” repertorios de pensamiento y acción. La alegría, por
ejemplo, permite explorar más situaciones, jugar, tener relaciones más abiertas con
otras personas, etc., pero, además, alienta el crecimiento de recursos intelectuales,
emocionales, interpersonales. En términos generales, las emociones positivas están
menos ligadas que las negativas a patrones de acción y de respuesta específicos.
Pero justamente esa puede ser la gran virtud de las emociones positivas: facilitan la
puesta en marcha de conductas más flexibles, menos predeterminadas y, en último
término, ayudan a ampliar nuestros repertorios de conducta (Isen, 1999).
Desde las emociones negativas (la ansiedad, el miedo, la ira,…) podemos construir
muy poco. Tienen su función individual y social (Avia y Vázquez, 2011) pero apenas
sirven para crecer o desarrollar vidas plenas. En el ámbito clínico, parece clara la
hipótesis de que si somos capaces de instalar, mantener, o apoyarnos en esos
elementos positivos, se puede favorecer la cristalización de repertorios adaptativos y
de un mejor funcionamiento en general. Además, las emociones positivas tienen
también un efecto amortiguador del estrés como han demostrado diversos estudios de
laboratorio sobre, por ejemplo, la reactividad cardiovascular (Fredrickson, Mancuso,
Branigan, y Tugade, 2000). Hay mucha evidencia acumulada de que las emociones
positivas se relaciona con el bienestar físico (incluyendo los sistemas cardiovascular e
inmunológico) e incluso con la longevidad (Diener y Chan, 2011; Avia y Vázquez,
2011). Respecto a las emociones positivas más ligadas al bienestar, Fredrickson
(2009), la investigadora más importante de las emociones positivas, ha hallado que,
según la propia gente, son: el disfrute, la gratitud, la serenidad, el interés, la
esperanza, el orgullo, la diversión, la inspiración, el asombro y el amor.
En Psicología Clínica considerar separadamente las emociones positivas y negativas
es también muy importante. Por ejemplo, según el conocido “modelo tripartito” de la
ansiedad y la depresión (Watson y Clark, 1988), estos dos problemas se asemejan en
cuanto a las emociones negativas experimentadas (alto malestar, disforia, inquietud,..)
pero se diferencian respecto a las emocionalidad positiva: la depresión se caracteriza
por una ausencia de placer (anhedonia). Así pues, evaluar la depresión sólo con
instrumentos sensibles a la presencia de elementos negativos (tristeza, culpa, falta de
relaciones sociales, etc.) parece definitivamente incompleto. Se requiere, por tanto,
prestar atención a elementos positivos (placer, disfrute, alegría, satisfacción con la
vida, optimismo,..) y en estos aspectos apenas se insiste en la evaluación,
formulación, y tratamiento estándar de la depresión (ver Vázquez, Nieto,
Hernangómez y Hervás, 2005; Vázquez, Hernangómez, Nieto, y Hervás, 2006).
Junto a las emociones, otro componente hedónico, aunque de naturaleza más
cognitiva, es la satisfacción vital. Es decir, la valoración de si nuestra vida, con sus
altos y bajos, con sus deleites y sufrimientos, merece la pena. Este componente de
satisfacción junto con el componente emocional (positivo-negativo), es lo que se suele
denominar el Bienestar subjetivo(BS) –Diener, Scollon y Lucas (2003).

2.2.El bienestar psicológico (eudaimonia)

El segundo gran componente de la arquitectura del bienestar humano es el bienestar


eudaimónico, con frecuencia denominado Bienestar Psicológico(BP) – (Ryff y
Singer, 1998). La perspectiva eudaimónica hace referencia, básicamente, a aspectos
relacionados con la integración vital y con el afrontamiento de retos existenciales de
nuestra vida (Ryan y Deci, 2001). En la tradición filosófica occidental, pero también en
tradiciones orientales (Haidt, 2006), preguntarse por el valor de la vida y por aquello
que hace que la vida merezca la pena ha sido una constante y ha convivido con otras
concepciones más hedónicas de la vida (McMahon, 2006). Para filósofos como
Arístipo y los hedonistas, la felicidad consistía en la suma de momentos agradables y
de ahí que planteasen que la búsqueda de la felicidad consistiese en una satisfacción
inmediata de deseos. Los epicúreos siguieron esta línea si bien aconsejando el
empleo de la prudencia, y los estoicos pusieron el énfasis no en la búsqueda del
placer sino en la evitación del dolor. En el siglo XVIII, los filósofos utilitaristas
(principalmente John Stuart Mill y Jeremy Bentham) consideraron que la maximización
de lo bueno y minimización de lo malo debía ser el núcleo de la ética y de actividades
humanas como la economía. Pero, sin duda, la tradición filosófica occidental ha estado
muy influida por la aproximación de Sócrates, Platón y Aristóteles quienes vincularon
la felicidad más a poseer y desarrollar las virtudes (eudaimonia), de tal modo que la
felicidad consistiría en el desarrollo armónico de las capacidades y valores del ser
humano.

2.2.1. Funcionamiento psicológico óptimo

La visión eudaimónica plantea que el núcleo duro del bienestar psicológico no estaría
necesariamente relacionado con experimentar situaciones placenteras o con satisfacer
deseos, lo cual generaría un afecto positivo pasajero. El marco general de la “teoría
de la autodeterminación” (Ryan y Deci, 2001), es probablemente el más influyente
en este sentido. Plantea que un funcionamiento psicológico sano está basado en: (a)
una adecuada satisfacción de las necesidades psicológicas básicas (básicamente tres:
autonomía, vinculación, y competencia), y (b) un sistema de metas congruente y
coherente (es decir, metas intrínsecas mejor que extrínsecas, y coherentes con los
propios intereses y valores).
En el ámbito clínico esto significa que un déficit importante en alguna de estas
áreas tenderá a aparecer asociado a diversas consecuencias negativas, como
un menor bienestar, y un mayor nivel de afecto negativo y de sintomatología
física y psicológica. Es importante destacar que, de forma adicional, otros autores
proponen la existencia de otras necesidades básicas, como por ejemplo, la seguridad
(ej.: Andersen, Chen y Carter, 2000; Maslow, 1943) -la cual puede jugar un papel muy
relevante en muchos problemas de ansiedad-, o el sentido vital (ej.: Baumeister, 1991;
Frankl, 1946/2004), que también aparece a menudo afectado en la población clínica.
Desde una perspectiva evolutiva, estos autores proponen que experiencias de
deprivación en una o varias de estas necesidades básicas pueden generar la aparición
de necesidades sustitutivas o motivos compensatorios con el objetivo de reducir por
otras vías menos saludables la sensación de insatisfacción (Deci y Ryan, 2000), como
la valoración excesiva de la imagen física, la admiración por parte de los demás, o la
dominación social1. En el ámbito clínico, se pueden observar algunas de estas
motivaciones compensatorias en ciertos trastornos de personalidad, como por ejemplo
en los trastornos narcisistas (i.e. deseo de grandiosidad) e histriónicos (i.e. deseo de
atención).
En cualquier caso, la investigación ha demostrado que, en la población general, las
personas que muestran una mayor satisfacción percibida en dichas necesidades
básicas, así como las personas que presentan metas coherentes con sus intereses,
valores y necesidades, tienen mayores niveles de bienestar cotidianos (Deci y Ryan,
2000).
Si éstas son las necesidades básicas, ¿cuáles son los indicadores fundamentales del
funcionamiento óptimo humano? La psicóloga norteamericana Carol Ryff, basándose
en tradiciones y modelos psicológicos, ha propuesto seis elementos eudaimónicos que
configuran un estado de salud mental óptimo (Ryff, 1989, 1995; Ryff y Singer, 1998).
Esos elementos serían los más relevantes para determinar el funcionamiento
psicológico óptimo (algo típicamente no tratado en el trabajo clínico centrado en los
síntomas), o “bienestar psicológico”. Todos esos ámbitos (véase la Tabla 1)
proceden de conceptos con una gran tradición en la psicología clínica y evolutiva (ej.:
sensación de control, relaciones positivas con los demás, o autonomía). El modelo de
Ryff ha sido muy influyente y, además, se han desarrollado instrumentos de medida a
partir de él con buenas propiedades psicométricas (como podrá verse en la Tabla 3
más adelante).

DIMENSIÓN NIVEL ÓPTIMO NIVEL DEFICITARIO


CONTROL AMBIENTAL
• Sensación de control y • Sentimientos de
competencia indefensión
• Control de actividades • Locus externo generalizado
• Saca provecho de • Sensación de descontrol
oportunidades
• Capaz de crearse o elegir
contextos

CRECIMIENTO
PERSONAL • Sensación de desarrollo • Sensación de no
continuo aprendizaje
• Se ve a sí mismo en • Sensación de no mejora
progreso • No transferir logros
• Abierto a nuevas pasados al presente
experiencias
• Capaz de apreciar mejoras
personales

PROPÓSITO EN LA VIDA
• Objetivos en la vida • Sensación de estar sin
• Sensación de llevar un rumbo
rumbo • Dificultades psicosociales
• Sensación de que el • Funcionamiento

pasado y el presente tienen premórbido bajo


sentido

AUTONOMÍA
• Capaz de resistir presiones • Bajo nivel de asertividad
sociales • No mostrar preferencias
• Es independiente y tiene • Actitud sumisa y
determinación complaciente
• Regula su conducta desde • Indecisión

dentro
• Se autoevalúa con sus
propios criterios

AUTOACEPTACIÓN
• Actitud positiva hacia uno • Perfeccionismo

mismo • Más uso de criterios


• Acepta aspectos positivos externos
y negativos
• Valora positivamente su
pasado

RELACIONES POSITIVAS
CON OTROS • Relaciones estrechas y • Déficit en afecto, intimidad,
cálidas con otros empatía.
• Le preocupa el bienestar
de los demás
• Capaz de fuerte empatía,
afecto e intimidad

Tabla 1. Dimensiones propuestas en el modelo de bienestar de Carol Ryff.


Se describen los modos óptimos y modos deficitarios en cada área.

La investigación ha demostrado que el BS y el BPS conforman dos estructuras


separables independientemente de la edad, el sexo, o el origen étnico de las muestras
(Linley et al., 2009; Keyes et al., 2002) y tienen correlatos biológicos diferentes (Ryff et
al., 2006; Vázquez et al., 2009). No obstante, a pesar de ser factores de naturaleza
diferente, sus correlaciones son bastante elevadas, superiores incluso a r=0.80 (Keyes
et al., 2002). De hecho, hay muchas conexiones entre ambos tipos de bienestar: hay
una alta probabilidad de que sentir que nuestra vida tiene sentido, que tenemos un
control relativo de nuestra existencia, y tener buenas relaciones, esté asociado con un
estado emocional positivo.
El mensaje para el psicólogo clínico es que un BS bajo (baja vitalidad, alta
emocionalidad negativa, poca satisfacción vital,…) suele corresponderse con un
bienestar eudaimónico también bajo o, en otras palabras, con una vida no vivida
plenamente, lo que debe estar también en el punto de mira de las intervenciones. De
hecho, hay investigaciones que demuestran que un BPS bajo puede ser una “bomba
de relojería” para la aparición futura de problemas como la depresión. Por ejemplo,
Wood y Joseph (2010) hallaron que los niveles bajos de BPS en una muestra de 5500
adultos (en torno a los 55 años de edad), predecía el inicio de cuadros depresivos diez
años más tarde (incluso tras controlar el nivel de depresión inicial al comenzar el
estudio, la personalidad, y datos demográficos y socioeconómicos). De modo que
incluso en gente sin problemas clínicos, una existencia plana no parece ser un buen
indicador de salud mental en el futuro. Sobre esto debe tratar también la Psicología
clínica y, por supuesto, de modo más general, hacia esto debe orientarse la
prevención de problemas y mejora del funcionamiento de nuestra sociedad. Más
adelante volveremos sobre esto cuando describamos el concepto de salud mental
positiva.

2.2.2. Fortalezas y virtudes psicológicas


Como señalamos al principio, la Psicología Positiva trata de las emociones, pero
también de características individuales positivas. Christopher Peterson y Martin
Seligman se preguntaron por qué no existía un volumen semejante al DSM pero que,
al contrario que este, fuese una taxonomía de aquello en lo que somos, o podemos
ser, buenos como seres humanos. Con ese catálogo de fortalezas humanas quisieron
crear un “manual de las corduras” (Peterson y Seligman, 2004). Junto con un equipo
de colaboradores bucearon en muchas fuentes para averiguar qué características
humanas eran mencionadas más frecuentemente como deseables y que cumplieran
con los siguientes requisitos comunes: ser valoradas en casi todas las culturas; ser
valiosas por ellas mismas, no como medios para otros fines y, además, ser maleables,
poderse desarrollar o cultivar. A estas cualidades se les llama fortalezas de carácter2
que, a su vez, se pueden agrupar, más teórica que psicométricamente, en seis
grandes virtudes.

VIRTUDES (6) FORTALEZAS (24)

• SABIDURÍA y CONOCIMIENTO • Creatividad


• Curiosidad / Interés
• Apertura de mente
• Amor por el aprendizaje
• Perspectiva (sabiduría
• VALENTÍA • Valor

• Persistencia

• Integridad / Honestidad
• Vitalidad / Entusiasmo

• HUMANIDAD • Amor

• Amabilidad / Generosidad
• Inteligencia social

• JUSTICIA • Ciudadanía / Lealtad


• Equidad

• Liderazgo

• TEMPLANZA • Perdón
• Humildad/Modestia

• Prudencia
• Autocontrol

• TRASCENDENCIA • Apreciar excelencia


• Gratitud

• Esperanza / Optimismo
• Humor / Juego
• Espiritualidad / Propósito

Tabla 2. Propuesta de una taxonomía de las virtudes y las 24 fortalezas psicológicas (Peterson y Seligman, 2004).
Las virtudes son las características centrales del carácter valoradas por filósofos
morales y pensadores religiosos. De la revisión dirigida por Peterson y Seligman
(2004) sobre aquellas virtudes relativamente constantes a lo largo del tiempo,
diferentes culturas, y tradiciones religiosas y de pensamiento, emergen seis (ver Tabla
2):
Sabiduría: No equivale ni está relacionada con el CI sino con el deseo de conocer,
la creatividad, o ser una persona juiciosa o con una buena perspectiva sobre las
cosas.

Valentía: Es la capacidad para superar el miedo y responde más a una actitud


general ante la vida que a la realización de actos heroicos. Elementos como la
honestidad, el coraje, la capacidad para afrontar de modo frontal los problemas y las
tomas de decisiones serían algunos de los mecanismos psicológicos característicos.

Humanidad: Está relacionada con capacidades para mejorar la vida de los demás
mediante conductas prosociales y de cercanía (altruismo, generosidad, amabilidad,…).

 Justicia: Menos relacionada con aspectos interpersonales próximos que la


virtud de la humanidad, incluye fortalezas relacionadas con un alto sentido de la
equidad, el trato justo, y otras fortalezas que operan en el espacio cívico.

Templanza: Tiene que ver con capacidades regulatorias que permiten la


moderación y una regulación apropiada de las emociones, conductas y cogniciones
respecto a uno mismo y los demás. Fortalezas como el perdón, la humildad, la
prudencia o el autocontrol serían características de esta virtud.

Trascendencia: Tiene que ver con una sensación de estar conectado a algo que
nos trasciende y que es mayor que nosotros poniendo en perspectiva nuestras vidas.
Fortalezas como el sentido del humor, la espiritualidad (no religiosidad), o la gratitud,
serían algunos ejemplos de manifestación de esta virtud.
Las fortalezas del carácter serían los procesos psicológicos que definen las virtudes.
Constituyen los mecanismos a través de los que se manifiestan esas virtudes. En su
revisión, Peterson y Seligman hicieron una propuesta taxonómica que incluye 24
diferentes fortalezas que han originado ya una actividad de investigación considerable,
en parte debido a que sus creadores diseñaron un test para conocer las fortalezas de
carácter: el VIA (Valores en Acción)3que está disponible en línea de manera gratuita,
en varios idiomas (incluido el español), en una página web que han completado más
de un millón de personas hasta 2012. Se ha comprobado que todas las fortalezas
están asociadas positivamente con la satisfacción con la vida, pero esa relación es
mayor con algunas (Vitalidad, Entusiasmo, Curiosidad, Amor, Esperanza, Gratitud)
que con otras (Modestia, Apreciación de la belleza y la excelencia, Creatividad,
Mentalidad abierta, y Amor por el conocimiento). No obstante, siguiendo la idea de
Aristóteles, pero también del filósofo Spinoza, la satisfacción no es causa de las
fortalezas sino algo inherente a su práctica. La idea es que las virtudes no tienen
ningún valor si no se practican y ejercitan. Sólo adquieren sentido en la acción y de
ahí, por cierto, el nombre del cuestionario de medida señalado.
Las fortalezas se caracterizan por ser independientes entre sí, relativamente estables
en el tiempo, y moldeables por el contexto. Como las virtudes, todas operarían en
todos los tiempos y culturas, tienen un valor moral intrínseco (a diferencia de talentos o
habilidades como la inteligencia, por ejemplo), y cada una tiene un opuesto
indeseable. Como veremos más adelante, han diseñado ejercicios o “intervenciones”
para que los participantes conozcan sus propias fortalezas y usen “aquello en lo que
son buenos” para mejorar su estado de ánimo y sus niveles de satisfacción vital,
incluso entre personas diagnosticadas con depresión (Seligman, Steen, Park &
Peterson, 2005).

2.3. Modelos integradores de bienestar


Prácticamente todos los modelos integradores del bienestar humano plantean
de un modo u otro la existencia de elementos hedónicos y eudaimónicos. Por
seleccionar uno de ellos, muy semejante a otras propuestas, Martin Seligman
(2011) ha descrito recientemente su modelo PERMA4 para explicar los
componentes básicos del bienestar humano, ampliando su propio modelo
anterior (Seligman, 2003), al incluir como elementos básicos del bienestar las
relaciones interpersonales y el logro.
La abreviatura PERMA se puede traducir como PRISMA (Tarragona, 2013):
Positividad, Relaciones Interpersonales, Involucramiento, Sentido vital y Metas
Alcanzadas. Aparte de las emociones positivas, el modelo plantea que las relaciones
interpersonales tienen un papel clave; de hecho parece que ésta es la variable que
más correlaciona con el bienestar en general y lo que más distingue a quienes dicen
ser personas felices de las infelices (Peterson, 2006). Involucrase en las cosas de la
vida (el trabajo, los amigos, el voluntariado,…) es también importante; en muchas
ocasiones está asociado a experiencias de “flow” o momentos en los que el tiempo
pasa rápidamente porque estamos absorbidos por alguna tarea (Csikszentmihalyi,
1997, 2005; Csikszentmihalyi y Csikszentmihalyi, 2006; Delle Fave, , Bassi y
Massimini, 2009). En general, el factor de la involucración (engagement) parece
también importante en el bienestar humano y cada vez hay más psicológos trabajando
para incrementar esta experiencia de los trabajadores dentro de sus organizaciones
(véase Salanova y Schaufeli, 2009).
La capacidad de otorgar sentido a la experiencia es también de enorme importancia y
se puede definir como el grado en el que una persona dota de significado a su vida y
siente que tiene un propósito, misión o meta, lo que también está muy ligado a la
sensación de bienestar (Steger, 2009). Por último, Seligman plantea que los logros
son también muy relevantes. Alcanzar metas elegidas libremente (por ejemplo, acabar
un Máster) es algo satisfactorio en en sí mismo y nos hace sentir útiles y competentes
lo que, por cierto, también se contempla como una necesidad básica humana en el
modelo de auto-determinación de Deci y Ryan (2000).

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