Está en la página 1de 5

Discurso de Rómulo Betancourt a su regreso del exilio

Conciudadanos, Miembros de la Junta Patriótica, Compañeros y Compañeras de Partido:

Domino mi emoción para este reencuentro. Regreso a trabajar con mi Partido y con el pueblo
para ayudar a establecer definitivamente en Venezuela el régimen democrático y representativo,
para que ya no suframos otra vez la vergüenza y la humillación colectiva de los diez años del
oprobio, esos que desaparecieron en la madrugada gloriosa del 23 de enero.

Fue esta lucha final la culminación de un proceso de resistencia a la opresión que se inició el
propio 25 de noviembre de 1948. Hombres de todos los partidos políticos y sin militancia en
ellos, demostraron en las cárceles, en los campos de concentración de Guasina y Sacupana y
en el exilio, que en este país estaba viva la pasión por la libertad, y que llegado el momento el
pueblo venezolano se uniría, como se unió, para realizar esa gloriosa epopeya de la reconquista
de la libertad.

Decía que cuando se produjo la insurrección popular del 21 al 23 de enero, ya había sido
precedida por la rebelión de Maracay del 10 de enero, y era perfectamente previsible que en el
momento decisivo del gran choque entre la dictadura superarmada y el pueblo, los sectores
institucionalistas de las Fuerzas Armadas le darían la espalda al tirano para tenderle la mano al
pueblo. No es ésta una apreciación a posterior. Por el conocimiento directo que tuve de la
oficialidad de las distintas armas durante la época en que ejercí la Presidencia de la República,
adquirí la convicción de que en mis compatriotas de uniforme había reservas de patriotismo, de
verdadero espíritu institucional; y esta afirmación la hago porque el peor de los errores –crimen
más que error– sería adoptar actitudes que contribuyan a alimentar la prédica que durante diez
años se hizo en los cuarteles, de que había un abismo insalvable entre la Venezuela que viste
uniforme y los seis millones de compatriotas que visten de civil.

Estas cuestiones fueron objeto de discusión y análisis, como los otros temas de la problemática
nacional, en los diálogos realizados con Rafael Caldera y Jóvito Villalba, esas dos grandes
figuras de la democracia nacional, exiliados como yo en la ciudad de Nueva York. Y cuando llegó
a esa ciudad el General López Contreras, durante muchas horas discutimos con él, y también
encontramos en el ex Presidente un hombre fundamentalmente interesado en que en este país
se asiente la democracia definitivamente.
Y no vacilo en decir que si una muerte prematura no lo hubiera arrebatado del mundo de los
vivos, con el ex Presidente Medina Angarita hubiéramos podido discutir sobre los problemas de
Venezuela, con ánimo sincero de buscarles soluciones razonables.

Es que nos hemos convencido todos de que el canibalismo político, la encendida pugnacidad de
la lucha política, le barre el camino a la barbarie para que irrumpa y se apodere de la República.

Al expresarme así no estoy definiendo una actitud de carácter personal. Estoy ratificando una
línea de partido, del Partido Acción Democrática, adelantada en su primer manifiesto a la Nación.

Dejamos en la dura lucha muchos compañeros, inolvidables, caídos en las calles, en las
cárceles, en el exilio, en las cámaras de torturas, en los campos de concentración. Permítanme,
compatriotas, que no los recuerde por sus nombres, porque la voz se me quebraría de dolor.
Pero es en nombre de esos que cayeron en el frente de batalla de la dignidad nacional, y en
nombre de nuestra propia responsabilidad, que afirmo enfáticamente que no regresamos a la
vida pública con ansias de venganza; que no regresamos a la lucha política legal — porque en
ningún momento desapareció la terca y obstinada lucha clandestina de la resistencia — con
impaciencias ni apetitos de gobierno. Estamos interesados fundamentalmente en una tregua
política, en que los partidos ni siquiera saquen sus multitudes a las calles, sino que realicen
dentro de sus locales cerrados sus tareas de organización, y que cuando pueda comenzar un
debate público, que se eliminen definitivamente el odio, el insulto y la procacidad. Discusión de
altura, como hubiera dicho nuestro inolvidable Andrés Eloy.

Frente al régimen establecido en el país, nuestra posición ha sido definida dentro del vasto
bloque de corrientes de opinión integradas en las filas de la Junta Patriótica, recientemente
ampliada. Aquí ratificamos que le estamos dando desde la calle un apoyo real a la Junta de
Gobierno. Y le pedimos al pueblo de Venezuela que adopte una actitud de vigilante defensa de
los valores esenciales de la vida democrática, pero una actitud sin impaciencias. No olvidemos
que el régimen derrocado, de cuyo titular no quiero acordarme y menos nombrarlo aquí, que ese
régimen de los prófugos. dejó a este país con hondas lesiones en su vida institucional, en su
vida política y en su vida económica, en su moral pública y hasta en su moral privada; que
Venezuela en estos momentos es como un convaleciente que acaba de atravesar una crisis, y
es deber de todos los venezolanos, mucho más de los partidos políticos, deber particularmente
acuciante en hombres como yo, que he tenido el honor y la responsabilidad de gobernar a este
país, el de sumar todas nuestras fuerzas para ayudar a la Junta de Gobierno a que haga frente a
los muchos problemas que dejó, como mala herencia, el régimen derrocado.

Considero que debemos encarar una cuestión previa en este país: la de hacer un examen de
conciencia sobre lo que en definitiva somos. Una propaganda sistemática y nacida de la
megalomanía del dictador pretendió presentarnos no sólo como el primer país de América
Latina, sino como uno de los primeros del mundo en lo relativo a bienestar social, a prosperidad
económica y a desarrollo de la producción. Eso es falso,

Nuestro país ha crecido en una forma distorsionada. Tenemos una hermosa capital, ciudad-
vitrina comparable a un pumpá de siete reflejos para un hombre que tuviera los pies descalzos.
Porque la Venezuela de los Andes, de Oriente, de los Llanos, es la misma Venezuela atrasada, y
la misma Venezuela paupérrima que existía antes.

Porque es bien sabido que hay dos Venezuelas: la de Caracas y el Litoral y de algunas zonas
del centro del país; la Caracas del "5 y 6" y los edificios de 35 pisos. Y la otra, en la que el
hambre es una danza patética, donde la mitad de la población escolar no puede concurrir a las
escuelas, donde hay setecientos mil niños condenados a engrosar esa enorme legión de los
analfabetas, que son sesenta de cada cien de los venezolanos. Es la Venezuela que ocupa el
séptimo lugar entre los países de América Latina como consumidor de carnes. La Venezuela que
consume menos zapatos que Chile, nación agobiada por la pobreza económica. Es la Venezuela
que hay que incorporar a la producción y al consumo, y esto puede y debe hacerse sin
necesidad de violencias, porque el país dispone de riquezas que bien administradas y
racionalmente invertidas permitirían abolir la vergüenza de la extrema pobreza.

A este respecto debo manifestar la satisfacción con que he visto que las Cámaras de Producción
y el Movimiento Sindical Unificado han iniciado conversaciones de mesa redonda para posibilitar
reajustes en las relaciones obrero-patronales por la vía pacífica del entendimiento entre las
partes, evitándose así una innecesaria y contraproducente ola de huelgas. Habrá pues, una
tregua en el campo obrero como en el campo político.

Estos problemas de Venezuela se aprecian en dos zonas: los de índole político-administrativa, y


los económicos y sociales. Los de índole político-administrativa se están ya afrontando en un
sentido positivo: hay libertad de prensa, libertad de reunión, libertad de organización, y ya sobre
las gentes del país no gravita la pesadilla de los espías de la Seguridad Nacional.

Se ha iniciado el proceso de rescate de la moral administrativa, y las medidas adoptadas ayer al


iniciar el Gobierno actual la aplicación de la Ley de Enriquecimiento ilícito de Funcionarios
Públicos, nos hacen prever esperanzados que no quedará impune el literal saqueó de los bienes
de la Nación, realizado por "Alí Babá y los cuarenta ladrones".

Los problemas económicos y sociales son más de fondo, y si en algo puede servir mi modesta
experiencia de hombre público, que ha pasado entre otras pruebas, por la de presidir un
gobierno colegiado, quisiera opinar que ha llegado el momento de que los problemas de
Venezuela, sean estudiados y analizados por un equipo de personas de todas las ideologías
políticas, asesoradas por técnicos capaces, por economistas, por sociólogos, por ingenieros,
etc., y que ese equipo elabore un plan escalonado para muchos años de las obras,
jerarquizándolas por su necesidad; en fin, planificar a fin de forjar una Venezuela para siempre, y
no una Venezuela transitoria, asentada sobre la movediza arena de una sustancia que se agota:
el petróleo.

Ahora, conciudadanos, miembros de la Junta Patriótica, compañeros de Partido, voy a


trasladarme con mi esposa, la que ha sido compañera abnegada, valerosa, en mis años de
lucha... voy a trasladarme con ella al cementerio, y allí, a la vera de las tumbas de nuestros
muertos inolvidables, elevaré mi espíritu para que nada tuerza mi decisión de ser dentro de
Acción Democrática, y dentro de Venezuela, un hombre sin apetencias personales, sin
ambiciones de Poder. Un hombre que en estos diez años de exilio luchó con más ardor que
nunca, y no guiado por el odio hacia un hombre y su sistema, sino por la honda vergüenza de
que a una patria de libertadores la humillaran, oprimieran y deshonraran.

Y les aseguro, compatriotas, con esa sinceridad que me conoce el pueblo (porque cuando he
estado en la calle como cuando he estado en Miraflores he hablado con el mismo lenguaje claro,
directo y franco), les aseguro que el 24 de enero, si no hubiera pensado en que tenía que
cumplir un deber con mi país para ayudarlo a salir de su convalecencia –uno más entre los
hombres de Venezuela empeñado en esta tarea–, me habría ido a Chicago a disfrutar la euforia
del abuelo con el nieto que me regaló la vida.

Concluyo, compatriotas: hay momentos estelares en la vida de los pueblos. Grandes horas en el
devenir de las naciones, Instantes en que un país realiza una cita con su propio destino. Uno de
esos momentos cargados de posibilidades creadoras, similar al del año de 1810, lo está viviendo
la Venezuela de hoy.

Que gobernantes y gobernados, hombres y mujeres de todas las clases sociales y de todas las
ideologías políticas, cumplamos cabalmente con nuestro deber hacia la patria entrañablemente
amada, para que esta magnífica oportunidad no se le frustre.

También podría gustarte