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El self dialógico en psicoanálisis

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Felipe Muller
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REV. DE PSICOANÁLISIS, LXII, 1, 2005, págs. 161-187

El self dialógico en psicoanálisis

*Felipe J. Muller (Buenos Aires)

“He aquí, entonces, dos lugares, el interior y el exterior del individuo. ¿Pero eso es
todo?”
Donald W. Winnicott, El lugar donde vivimos.

“Leer no es sólo una cuestión de considerar, balancear, o incluso de probar las ideas
o experiencias presentadas por el escritor. Leer implica una forma de encuentro
mucho más íntimo. Usted, el lector, debe permitirme a mí ocuparle sus pensamien-
tos, su mente, ya que no tengo voz desde donde hablar más que la suya. Si va a leer
este [artículo], debe permitirse pensar mis pensamientos mientras yo me permito
convertirme en sus pensamientos, y en ese momento ninguno de los dos podrá re-
clamar que el pensamiento es una creación exclusiva de uno.”
Thomas Ogden, Subjects of Analysis.

“Any understanding of live speech, a live utterance, is inherently responsive, although


the degree of this activity varies extremely. Any understanding is imbued with res-
ponse and necessarily elicits it in one form or another: The listener becomes the spe-
aker.”
Mikhail Bakhtin, The Problem of Speech Genres.

Charles Taylor (1991) hace una distinción entre dos tipos de actos según la cantidad de
agentes involucrados en ellos. Aquellos en los que interviene un solo agente son llamados
monológicos. Estos actos pueden involucrar otros agentes con los cuales se coordina la
acción. Por ejemplo, los jugadores de un equipo de fútbol pueden coordinar una jugada: el
delantero corre mientras el mediocampista le patea la pelota. Los actos dialógicos nece-
sariamente implican la presencia de más de un agente. En ellos también hay coordinación
pero ésta se desarrolla, entre otras cosas, a partir de un “ritmo común”. En este último caso
tenemos que pensar en dos personas bailando o discutiendo apasionadamente. La cuali-
dad de la experiencia de interacción entre los agentes es distinta en uno y otro acto.
Esta distinción se corresponde con dos concepciones del self, una monológica y otra
dialógica. La concepción monológica enfatiza, en principio, el desarrollo de representacio-

*Licenciado en Psicología, MA, New School University, N.Y., Ph.D (cand.) New School University, Nueva
York. Docente e investigador de la Universidad de Belgrano. Dirección: Arcos 2183, (C1426) Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, Argentina.
muller@fibertel.com.ar
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nes del mundo, que luego se proyectan en un espacio interno, “mental”, para operar fi-
nalmente en el mundo. También se entiende que son propias de una concepción monoló-
gica del self aquellas descripciones de las personas, del agente o del sujeto, de tipo ato-
mista, que proponen una clara separación entre el adentro y el afuera de la persona, y
entre una persona y los objetos. Por su parte, la concepción dialógica destaca, entre otras
cosas, la inserción en prácticas en las que tiene lugar un “saber cómo” no formulado. En
esta concepción, las representaciones operarían en un segundo lugar. El lugar de las re-
presentaciones es una diferencia central entre una y otra concepción. A su vez, cuando
hablamos de una concepción dialógica del self, incluimos todas aquellas posturas que
consideran los límites entre las personas, y entre el interior y el exterior de la persona,
como algo permeable y no tan delimitable.
Para los psicoanalistas, ¿es relevante esta distinción entre lo dialógico y lo monológi-
co? ¿Hay acciones monológicas y dialógicas en el consultorio? ¿Cuál es la relación entre
el self monológico, el self dialógico y el psicoanálisis? ¿Hasta dónde están presentes
estas concepciones dentro del psicoanálisis? Creo necesario considerar y entender esta
distinción, ya que permitirá articular ciertos movimientos en la producción teórica y técni-
ca aparentemente desligados, pero que tomados en conjunto permitirían vislumbrar un
desplazamiento desde lo monológico hacia lo dialógico en el psicoanálisis. De entender-
se así, el grado de alcance de este desplazamiento variará según los criterios considera-
dos para dar cuenta de lo dialógico. En disciplinas como la psicología (Hermans, Kempen
y Van Loon, 1992; Wertsch, 1991) y la psicopatología (Lysaker y Lysaker, 2001; Muller,
2003), el self dialógico ha comenzado a hacerse un espacio y cabe, por ello, preguntarse
por él.
El psicoanálisis ha proliferado en sus desarrollos teóricos y esto ha dado lugar a al-
gunos debates centrales sobre la manera en que es posible organizar el conjunto de te-
orías que lo conforman. Una de estas formas de organización es aquella que distingue las
teorías psicoanalíticas basadas en la psicología de una persona de las que se basan en
la psicología de dos personas (Balint, 1950; Spezzano, 1996), o –según distinciones más
contemporáneas– que distingue sistemas monádicos de sistemas diádicos (Liberman,
1976), lo intrapsíquico de lo intersubjetivo (Dunn, 1995), o el modelo de estructuración pul-
sional del modelo de estructuración relacional (Greenberg y Mitchell, 1983).
Algunos autores han usado la palabra “dialógico” para referirse a algún aspecto del
conjunto de teorías que pertenecen al psicoanálisis basado en una psicología de dos per-
sonas, o en ciertos abordajes intersubjetivistas. Sin embargo, en la mayoría de los casos
este término se utiliza para hacer referencia a algo del orden del diálogo entre paciente y
analista,1 y esto impide que sea desplegado en toda su magnitud y fuerza ya que se hace
referencia a un aspecto muy general de lo dialógico. La concepción dialógica del self está
presente en el psicoanálisis en un sentido más específico, de manera implícita, tanto en
el ámbito de la teoría como en el de la técnica contemporánea.
En lo que sigue, apunto a desarrollar la distinción básica entre el self dialógico y el self
monológico: me centraré en algunos atributos específicos de lo dialógico para poder arti-
cular el modo en que el desplazamiento antes mencionado se produce. Destacaré los es-
pacios entre, el contacto entre conciencias y las prácticas o acciones conjuntas como as-

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pectos centrales en los desarrollos dialógicos, así como su alineación con desarrollos her-
menéuticos y constructivistas. Posteriormente señalaré algunos desarrollos relevantes
dentro del psicoanálisis –con desigual grado de consolidación– para articular un despla-
zamiento en el foco de atención psicoanalítico, que tiene lugar en cuatro frentes: el pri-
mero enfatiza menos el adentro y el afuera y se interesa por el ámbito del “entre”; el se-
gundo parte de la relación sujeto-objeto a la relación sujeto-sujeto; el tercero se desplaza
desde una técnica basada en el insight y las asociaciones libres hacia una técnica basa-
da en la acción o en prácticas relacionales y su articulación; el cuarto frente, un movi-
miento al nivel de la metateoría, se mueve desde perspectivas realistas, positivistas o fun-
dacionistas hacia perspectivas hermenéuticas y constructivistas. Estos cuatro movimien-
tos permitirán dar cuenta de la inclinación o tendencia hacia la concepción dialógica del
self en el psicoanálisis contemporáneo.

Del self monológico al self dialógico

En la concepción monológica del self, que toma como punto de partida a Descartes y a
Locke, se destacan cuatro características. En primer lugar, las representaciones tienen un
papel primario: el self tiene representaciones del mundo y de los otros, así como de sus
fines, deseos y temores (Taylor, 1991). Por medio de ellas actuamos en el mundo, y nos
relacionamos con los demás y con nosotros mismos. El conjunto de representaciones per-
mite armar un mapa de situación y luego ejecutar un plan de acción. Este mapa se “pro-
yecta” en un espacio interno2 que se considera independiente de la influencia de los
demás (Shotter, 1996). De la misma manera, representación mediante, uno se relaciona
con su propio cuerpo. Dada la importancia de la representación, en esta concepción la te-
oría siempre tiene preponderancia sobre las prácticas.
En segundo lugar, se entiende lo mental como algo escondido dentro de la “cabeza”
de las personas, y que contiene nuestras facultades (Shotter, 1993). La mente es un ór-
gano neutro que media entre nosotros y el mundo, y opera de acuerdo con ciertos princi-
pios que son independientes del contexto en que se desarrollan. Nacemos con una mente
que luego desarrollamos y, en ese proceso, va generando conocimientos, esto es, repre-
sentaciones. Según Shotter, lo que se destaca en la concepción monológica es el desa-
rrollo de imágenes mentales ordenadas en formas de teorías: recordar, percibir y atribuir
significados son acciones individuales que ocurren siempre dentro del espacio mental.
En tercer lugar, la concepción monológica establece un corte entre lo mental, lo social
y el cuerpo; el sujeto cartesiano, que mediante determinada metodología –la duda– puede
desarrollar representaciones sobre el mundo y el cuerpo, constituye el punto de partida.

1. En este sentido, uno de los ejemplos más interesantes dentro del psicoanálisis rioplatense lo encon-
tramos en el trabajo de David Liberman (1971, 1976), quien apunta a desarrollar una teoría de la práctica que
incluye el diálogo analítico como un proceso de interacción comunicativa que tiene lugar en el vínculo entre
dos personas.
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Este procedimiento, a su vez, implica la posibilidad de desarrollar representaciones pro-


pias, con independencia de toda influencia contextual; de la misma manera que con las
cosas, desarrollo representaciones de los demás y así “objetivizo” al otro en mi concien-
cia. En la concepción cartesiana del sujeto, las otras personas son esencialmente objetos
de conciencia y no otras conciencias. El tipo de relación que resulta de estos desarrollos
es la de sujeto-objeto. Pero como señalé, también el cuerpo está excluido de lo mental;
Descartes lo excluye explícitamente: el sujeto se relaciona con su cuerpo de la misma ma-
nera que con los objetos del mundo exterior. La visión del self que sobreviene es la de un
individuo autocontenido, que no necesita de otros ni de un cuerpo para desarrollar repre-
sentaciones certeras. De allí que se entienda la concepción monológica como aquella que
establece un corte entre lo mental, lo social y el cuerpo, entre el adentro y el afuera, y
entre lo mental y lo corporal.
Por último, el lenguaje tiene, principalmente, la función de enmarcar representaciones
(Taylor, 1985a). Se trata de un sistema referencial, un código compartido en el cual pala-
bras y cosas están ligadas. El lenguaje da cuenta de las cosas y ocupa el lugar de ellas.
Por eso se dice que el lenguaje hace referencia, designa o describe cosas. El significado
de una palabra está dado por su correlación con aquello que representa, sea esto una
cosa, una idea o un comportamiento. Es a este nivel donde se puede evaluar un enun-
ciado como verdadero o falso (Austin, 1971). En este contexto, las teorías son conjuntos
de proposiciones que explican los acontecimientos o eventos observados, y el conoci-
miento no puede ser otra cosa que una correspondencia entre estas proposiciones y el
mundo externo. La realidad es encontrada y las teorías son herramientas que nos sirven
para entenderla y explicarla.
La concepción dialógica del self, por su parte, tiene como referentes a Bakhtin,
Heidegger, Merleau-Ponty y Wittgenstein (Taylor, 1991; Shotter, 1993). El problema que
presenta lo dialógico es la diversidad de usos del que ha sido objeto el término (Todorov,
1984; Wertsch, 1998) y las distintas dimensiones de la experiencia que pueden ser en-
tendidas dialógicamente. En un sentido amplio, el término ha sido usado para hacer refe-
rencia a la presencia de dos o más agentes en una interacción, donde las influencias mu-
tuas se presuponen como algo inevitable. No obstante ello, encuentro, en un sentido más
restringido y específico, algunos atributos o características que deseo resaltar.
La primera característica es que el self dialógico es un self inserto en prácticas en y
sobre el mundo. El tipo de conocimiento analítico que tenemos del mundo presupone una
forma de relación con él más fundamental, donde mente, mundo externo y cuerpo pare-
cen fundirse. Esto ocurre, por ejemplo, cuando bailamos, manejamos un automóvil, dialo-
gamos o discutimos apasionadamente sobre algo y queremos entender el punto de vista
de nuestro interlocutor (Richarson, Rogers y McCarroll, 1998). Hay un “saber cómo” y un
“saber desde dentro” (Shotter, 1993) que tienen lugar en nuestra vida cotidiana y que ope-
ran en aquellos momentos en que nos percibimos más insertos en el mundo que nunca.

2. Es lo que se conoce como el Teatro Cartesiano en los desarrollos en filosofía de la mente (Dennett y
Kinsbourne, 1992).

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Este saber está in-corporado y, ciertamente, no es independiente de su contexto social y


cultural.
Otra característica tiene que ver con el lugar central que ocupa la relación con los
otros. Ésta presenta, a su vez, distintos aspectos, uno de los cuales tiene que ver con la
inclusión del otro en uno. Voy a referirme solamente a dos maneras en que esto ha sido
desarrollado. La primera de ellas enfatiza la articulación del sentido de sí. La posición de
mi cuerpo frente a otros, así como mi forma de caminar, de ubicarme en el espacio públi-
co, da cuenta de ello (Taylor, 1991). La articulación de este sentido de sí incluye al otro:
advierto el respeto que tengo por alguien cuando articulo mi manera de dirigirme a ese al-
guien conjuntamente con la posición de mi cuerpo. Esto, que llamamos “deferencia”, es
posible de entender cuando pensamos la presencia de lo mental en el cuerpo; es el cuer-
po el que aloja un saber. De este modo, queda puesto en duda el corte entre lo social, lo
mental y lo corporal que establece la concepción monológica del self.
Otra forma de considerar la presencia del otro en uno puede verse en aquellos desa-
rrollos que conciben el pensamiento u otros procesos cognitivos como la internalización
de procesos sociales. Ésta es la propuesta vygotskyiana: primero son interpsicológicos y
luego intrapsicológicos. En el pensamiento hay otro presente, pero sus enunciados están
silenciados y su presencia es invisible. Cada uno de los enunciados de nuestros pensa-
mientos es una respuesta a otra voz que no se oye. De allí que el carácter del pensa-
miento pueda variar en función de las características de este interlocutor silenciado. Así,
el pensamiento no sería otra cosa que un diálogo entre dos partes, una de ellas callada y
abreviada. Lo importante es que presenta las mismas características que las transaccio-
nes entre las personas afuera, en el mundo (Shotter, 1996). Por ello, no es posible seña-
lar un “adentro” como el lugar en que ocurre el pensamiento, ya que está permeabilizado
por el “afuera”; hay que ubicarlo en la frontera, entre adentro y afuera, entre un sujeto y
otro.
Con la memoria ocurre lo mismo. A veces sucede que nos cuesta encontrar algo y
nuestra compañera nos pregunta: “¿Dónde lo dejaste? ¿Qué hiciste antes de x? ¿Adónde
fuiste después? ¿En ese momento lo tenías con vos? ¿Creés que lo dejaste en el auto,
en el consultorio o en tu oficina de la universidad?”. A cada una de estas preguntas res-
pondemos afirmativa o negativamente, hasta que por fin recordamos. La pregunta es:
¿quién recordó? En estos casos no es posible señalar a uno de los dos (Wertsch, 1991);
fue una actividad conjunta, y el recuerdo surge entre los dos, entre nosotros.
Esta concepción, como se ve, destaca el “nosotros”. Taylor entiende que la mayor parte
de la acción humana tiene lugar en la medida en que el agente se constituye y se entiende
a sí mismo como parte integral de un “nosotros”. La identidad no puede ser definida como
un conjunto de propiedades individuales, sino dentro de un espacio visible y en función del
lugar que ocupamos en las acciones dialógicas. Primero somos parte integrante de un “no-
sotros”, después hay un “yo”.
La responsividad del self es otro de sus atributos. Bakhtin (1986) considera que no hay
entendimiento neutro, sino que es siempre responsivo: en el momento de entender un
enunciado de otra persona, ya tengo una actitud hacia él.3 Esta actitud es adoptada desde
el comienzo mismo del enunciado, casi desde la primera palabra, en donde uno acuerda
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o desacuerda, cuestiona o concede, etcétera. La respuesta no necesariamente es articu-


lada desde el inicio, pero a medida que se va formulando se logran mayores niveles de
articulación. Bakhtin considera esta actitud responsiva como la etapa preparatoria de la
respuesta, y el entendimiento pasivo del significado como un aspecto abstracto de todo el
proceso. Esto difiere del modelo más clásico y monológico en el cual un emisor envía un
mensaje para que el receptor lo reciba, lo procese, formule respuestas probables y luego
ejecute la más adecuada. El entendimiento responsivo se entiende como algo propio de
una relación particular con otro, donde cierta cualidad del contacto entre conciencias es
primaria en la interacción.
En momentos de dialogicidad, el otro no es objeto de mi conciencia sino otra con-
ciencia. En ese contacto desarrollamos el elemento paradigmático de la ritmicidad.
Imaginemos un diálogo entre dos personas que acaban de conocerse: puede comenzar
con la presentación personal de cada uno de ellos, la descripción de sus actividades la-
borales, dónde viven y cualquier otra información que pueda ser relevante a la conversa-
ción en función del contexto. El diálogo aún tiene la característica de enunciado enviado,
recibido, procesado y respondido: el otro está en nuestra conciencia como un “tipo” u “ob-
jeto”. A medida que la relación avanza, estas personas ingresan a otra dimensión del diá-
logo, donde la secuencia mencionada no parece tener lugar. Hay un cierto ritmo que co-
mienza a regir el diálogo, algo así como un “enganche” entre conciencias. En esos mo-
mentos estamos del todo ahí: la experiencia es de mayor inserción y menor autoconcien-
cia. Ya sea que estemos bailando, dialogando o serruchando un gran tronco de árbol, lo
que tiene lugar es una acción conjunta sobre la base de cierta ritmicidad; la llegada de un
tercero trae aparejada la inevitable sensación de que, con su presencia, algo se ha que-
brado.
Finalmente, la última característica que deseo resaltar refiere al énfasis en la función
constitutiva del lenguaje. En lugar de designar y representar objetos, el lenguaje es aquí el
medio por el cual el mundo se hace manifiesto para nosotros (Guignon, 1991). A través de
él, además –como en los enunciados realizativos de Austin (1971)–, hacemos cosas. El
lenguaje permite formular cosas, llevarlas de un estado difuso de existencia a uno de cla-
ridad, generar espacios públicos y crear estándares de evaluación para nuestras acciones
(Taylor, 1985a). El lenguaje no puede pensarse por fuera de las prácticas en las que tiene
lugar; es en ellas donde las cosas son o adquieren significancia. En este contexto, las te-
orías no son ya proposiciones que se corresponden con una realidad independiente, sino
una herramienta que permite cierto ordenamiento de la experiencia, y que da lugar a cier-
ta realidad: no encontramos o descubrimos la realidad directamente, sino que la vamos
construyendo a medida que la formulamos.
Los desarrollos hermenéuticos y constructivistas también presuponen –o se alinean
con– una concepción dialógica del self. Los hermenéuticos objetan aquella visión des-
comprometida del self en la que uno puede elegir libremente. El self está inserto en prác-

3. Clark (2001) plantea una idea similar al considerar la relación entre los sistemas de percepción y ac-
ción. Para él, la idea de un sistema perceptual que envía información a un sistema independiente de acción

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ticas y es en ellas donde nuestra vida adquiere algún sentido o significancia, que se ob-
tiene interpretación mediante (Richarson, Rogers y McCarroll, 1998). Los hermenéuticos
conciben su objeto de estudio como un texto cuyo sentido es confuso, incompleto o con-
tradictorio (Taylor, 1985b), y que es necesario interpretar. En este proceso interpretativo,
nuestra vida, como cualquier objeto de estudio, va cobrando sentido y coherencia. Los
constructivistas, a su vez, enfatizan las prácticas en las que uno interactúa con los demás,
y entienden que es en estas prácticas donde aquello de lo que se habla recibe su signifi-
cado. En los modos de relacionarnos con los otros damos, construimos, sentido a nues-
tras experiencias y entorno. Aquello a lo que atendemos, aquello de lo que hablamos y
pensamos como “objetos” está dado en las prácticas en las que vivimos.
En resumen, la concepción dialógica del self se desarrolla en respuesta a teorías y
concepciones predominantes que no contemplan o incluyen aspectos centrales de la na-
turaleza del self. Por una lado, reacciona al uso abusivo de representaciones para tratar
al self, y enfatiza la inserción en prácticas o acciones conjuntas. Por otro lado, discute la
idea de corte entre mente-cuerpo-mundo externo, encarnando lo mental e incorporando
al otro. La relación con el afuera o con los otros se entiende como permeable, se hace
hincapié en el “nosotros” y en el entre adentro y afuera. En la relación con el otro desta-
ca el contacto entre conciencias por sobre el otro como objeto de conciencia, y allí adju-
dica a la ritmicidad compartida el carácter de paradigmática de lo dialógico. Subraya,
además, la naturaleza responsiva del self y, por último, señala que la realidad no es algo
dado sino que se construye entre los sujetos. Muchas de estas características se presu-
ponen mutuamente: la ritmicidad compartida, por ejemplo, presupone una acción com-
partida –una inserción conjunta en prácticas– y, a su vez, un contacto o “enganche” entre
conciencias.
Self monológico, self dialógico y psicoanálisis

Freud desarrolla su teoría dentro de un contexto en el que prima una concepción atomista
y monológica del self. La concepción monológica del self, como mencioné antes, estable-
ce claramente el corte entre mente, cuerpo y mundo externo. En este marco, Freud (1915a)
establece una nueva relación entre el cuerpo y la mente, ya que entiende que no es posi-
ble pensar lo mental por fuera de la idea de pulsión. La pulsión tiene sus bases en el cuer-
po; las distintas operaciones psíquicas proceden de diferentes pulsiones, que pueden ras-
trearse en la diversidad de fuentes pulsionales del cuerpo. A diferencia de la concepción
dialógica, donde lo mental está in-corporado, la pulsión –un concepto fronterizo entre lo
anímico y lo somático– es aquí “como un representante psíquico de los estímulos que pro-

es errónea; el procesamiento perceptual no da lugar a una representación interna, rica en imágenes, que ha-
bilita procesos de pensamiento y razonamiento ligados a posibles cursos de acción que luego serían ejecu-
tados. Percepción y acción forman, para este autor, una unidad profundamente interanimada: se percibe en
función de los posibles cursos de acción.
4. No he considerado corrientes contemporáneas –más en línea con el cuestionamieto a los desarrollos
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vienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma, como una medida de la exigencia de tra-
bajo que es impuesta en lo anímico a consecuencia de su trabazón con lo corporal” (Freud,
1915a, pág. 117). La pulsión, o las excitaciones endógenas a las que hace referencia en
sus primeros trabajos (Freud, 1895), se constituye como el motor de lo mental.
Uno de los postulados centrales de la teoría freudiana es el principio de constancia: el
aparato psíquico tiende a mantener sus niveles de excitación lo más cercanos a cero po-
sibles. La pulsión aumenta los niveles de excitación, de allí que, para disminuirlos, se
deba operar sobre un objeto que facilite la descarga de la tensión generada por las de-
mandas pulsionales. Dicho objeto se encuentra en el mundo externo, y el primero de ellos
es el pecho materno: “No sin buen fundamento el hecho de mamar el niño el pecho de su
madre se vuelve paradigmático de todo vínculo de amor” (Freud, 1905, pág. 202).
Si bien la relación entre mente y cuerpo que establece Freud modifica la idea del corte
entre lo mental y lo corporal, la definición misma de pulsión como un concepto fronterizo
entre lo somático y lo anímico implica que mantiene la idea de dos elementos separados.
Como lo somático y lo anímico, también el sujeto y el mundo exterior están separados
(Freud, 1915a). Por otro lado, son precisamente las características de la pulsión las que
permiten al bebé establecer el primer distingo entre adentro y afuera, mundo interno y
mundo externo (Freud, 1915a). El bebé puede, mediante una acción motora, huir de cier-
tos estímulos del mundo exterior, pero las pulsiones –de las cuales no es posible huir y
que generan displacer cuando su tensión aumenta– se erigen como indicadoras de un
mundo interior. A su vez, las nociones de identificación y proyección presuponen una de-
limitación clara entre “adentro” y “afuera”. Ante la pérdida de un objeto de amor, por ejem-
plo, “la reacción inmediata es identificarse con él, sustituirlo mediante una identificación
desde adentro, por así decir” (Freud, 1937, pág. 193). En el caso de la fobia, “mediante
todo el mecanismo de defensa puesto en acción se ha conseguido proyectar hacia fuera
el peligro pulsional” (Freud, 1915c, pág. 181).
También para Freud hay primero un desarrollo individual y posteriormente un vuelco
hacia el afuera. Para poder relacionarse con los objetos del mundo externo se deben atra-
vesar determinadas fases en el desarrollo de la libido: la fase autoerótica, la narcisista y
la objetal (Freud, 1914). Se evidencia, también, que la elaboración de esta concepción del
desarrollo psíquico está basada en las premisas monológicas vigentes. El corte entre el
sujeto y el mundo externo hace que sea necesario establecer un sistema motivacional que
explique el vuelco hacia los otros. En el caso de Freud, esta motivación se relaciona con
las pulsiones y las demandas que generan sobre el psiquismo.
Las distintas actividades mentales –atención, memoria, juicio, pensamiento, etcéte-
ra– comienzan a desarrollarse en un segundo momento, como resultado de la adapta-
ción del aparato psíquico al principio de realidad (Freud, 1911). Inicialmente, éste se rige
por el principio de placer y posteriormente se ve obligado a desarrollar representaciones
del mundo exterior para poder procurarse la alteración real del mismo, ya que la vía alu-
cinatoria no es suficiente. El desarrollo de dichas operaciones mentales tiene relación
con el aumento de la importancia de la “realidad exterior”.
Así como para la concepción monológica del self, el otro es “objeto de conciencia”, en
Freud es básicamente “objeto de la pulsión”. Sujeto/objeto, placer/displacer y activo/pasi-

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vo son las tres polaridades que gobiernan la vida anímica en general (Freud, 1915a). Pero
esto es bien claro a partir de la propuesta de la existencia de la pulsión. Inicialmente, el
otro es incluido como parte de la vivencia de satisfacción –central en el desarrollo funcio-
nal del individuo–, ejecutando la acción específica que se ocupa de la eliminación de las
presiones endógenas4 (Freud, 1895). El otro es también parte del contexto capaz de so-
breestimular el aparato psíquico mediante acciones como la seducción (Freud, 1895).
Luego, con la propuesta de la pulsión, la otra persona comienza a ser objeto de la pulsión:
“Introduzcamos dos términos: llamamos objeto sexual a la persona de la que parte la
atracción sexual, y meta sexual a la acción hacia la cual esfuerza la pulsión” (Freud, 1905,
pág. 123). Los objetos sexuales son tomados de las vivencias de satisfacción. Debido a
que las pulsiones sexuales se apuntalan en otras funciones, los primeros objetos son
aquellas personas encargadas de la nutrición y protección del niño (Freud, 1914). Pero el
otro no es el único objeto de la pulsión, ya que el objeto constituye la parte más variable
de la misma. A su vez, el objeto es siempre aquello en lo cual, o por lo cual, la pulsión al-
canza su meta, la satisfacción que cancela el estado de estimulación (Freud, 1915a).
Pero es al proponer el modelo estructural (Freud, 1923) donde el otro adquiere, una
vez más, un lugar novedoso en relación con el sujeto. Freud explica la conformación del
superyó como resultante de una identificación con los objetos parentales durante el com-
plejo de Edipo. Describe un proceso de sedimentación en el yo, que lo transforma, y en
el cual identificación-padre e identificación-madre se unifican de alguna manera confor-
mando el superyó, la instancia que enfrenta al yo. Así, Freud otorga a los otros un lugar
central en la conformación del psiquismo. Pero este proceso es el resultante de la resig-
nación de las demandas pulsionales sobre los objetos parentales. Freud revoluciona la
concepción vigente del sujeto y va más allá de la consideración del otro como objeto de
conciencia. El otro, introyección mediante, es contenido estructural del psiquismo a con-
dición de haber sido primeramente “objeto” de la pulsión. De la misma manera en que la
concepción vigente enfatiza la conciencia y hace del otro objeto de esta conciencia,
Freud, al proponer la pulsión como elemento central del psiquismo, hace del otro objeto
de la pulsión.
Freud señala que bajo el mundo de representaciones que guían nuestro operar cons-
ciente subyace otro, inconsciente, poblado de representaciones inconciliables reprimidas,
que tiene como piedra angular a las pulsiones. Las pulsiones se sirven de las represen-
taciones no reprimidas para encontrar formas de gratificación; hay otro mundo debajo de
la conciencia que rige la vida del sujeto. De esta manera, al conjunto de representaciones
que destaca la concepción monológica, Freud le agrega otro, de representaciones in-
conscientes y demandas pulsionales que hacen uso de las representaciones conscientes
y preconscientes para lograr satisfacción.
Las representaciones tienen un lugar central en el desarrollo de la teoría freudiana. La
separación entre montante de afecto y representación se postula ya en sus primeras pu-
blicaciones psicoanalíticas. La represión consiste en quitar a las representaciones incon-
ciliables que provocan un afecto penoso el monto de afecto asociado. Posteriormente,
este afecto se traspone al cuerpo, a un objeto externo o –mediante un “falso enlace”– a
otra representación no inconciliable (Freud, 1894). En el primer caso nos encontramos
170 FELIPE J. MULLER

con lo que Freud llama histeria de conversión, en el segundo con las fobias, y en el ter-
cero con las ideas obsesivas.
No sería posible conocer la existencia de la pulsión por fuera de su relación con la re-
presentación, o si no se manifestara como estado afectivo (Freud, 1915c). Por eso, cuan-
do se habla de represión, hay que considerar, por un lado, lo que el aparato psíquico ha
hecho con la representación y, por otro lado, qué ha hecho de la energía pulsional o monto
de afecto que se asocia a la representación (Freud, 1915b). La labor psicoanalítica con-
sistirá en restablecer la conexión de representaciones y montos de afecto que han sido
desligados por acción de la represión. El momento en que se produce esta ligazón en el
proceso analítico se conoce como insight.5
En sus primeros escritos, Freud (1895) manifiesta explícitamente su objetivo de desarro-
llar una teoría de la mente de acuerdo con el modelo de las ciencias naturales. En ese en-
tonces se creía posible establecer una clara separación entre sujeto y objeto, y esa convic-
ción dio lugar a una práctica científica cuyo requisito imprescindible para la obtención de un
conocimiento objetivo, la verdad, es la neutralidad. En este contexto, la teoría es entendida
como una guía para el psicoanalista, en su intento por descubrir y encontrar las verdaderas
causas de lo que está sucediendo en el objeto abordado (en este caso, el paciente y su in-
consciente). Es, además, la función descriptivo-referencial del lenguaje la que prima: lo que
se transmite se corresponde con lo observado. Incluso cuando, sobre el final de su obra,
Freud (1937) habla de construcciones, aclara que éstas deben recuperar la verdad histórica
del paciente, aquello que aconteció y que se encuentra reprimido; esta construcción –o re-
construcción– acarrea la verdad de lo vivido por el paciente.
Al desarrollar sus ideas sobre el inconsciente, Freud revoluciona la concepción vigen-
te del self, pero mantiene algunos de sus atributos centrales: énfasis en el corte entre
adentro y afuera, y entre lo somático y lo psíquico; el otro como “objeto”; el lugar central
de las representaciones; y un entendimiento del lenguaje como descriptivo-referencial. De
todas maneras, Freud parece haber tenido una noción no formulada de algunos de los
atributos del self dialógico: en su teoría sobre la técnica y el establecimiento del encuadre
analítico consideró, incluso, que éstos podrían ser un problema para el trabajo psicote-
rapéutico.
La formulación de las reglas mediante el establecimiento del encuadre es un intento
por establecer un punto de partida en el proceso analítico, que produce un corte con todo
aquello a lo que el paciente viene respondiendo dialógicamente. El consultorio, el diván y
la particular interacción con el analista vienen a favorecer el apartamiento de las prácticas
en las que uno está inserto y participando; la descomposición de enunciados por el re-
querimiento de la asociación libre contribuye a evitar el entendimiento responsivo del ana-
lista. Por el lado del analista, la atención flotante volcada sobre lo producido por la aso-

de tipo monológico– en donde se hace una relectura de Freud enfatizando el papel del Otro en la constitución
del sujeto.
5. Freud nunca usó esta palabra.

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EL SELF DIALÓGICO EN PSICOANÁLISIS 171

ciación libre del paciente también parece evitar este entendimiento responsivo, así como
el contacto entre conciencias propio de lo dialógico. De esta manera se evita el desarro-
llo de la ritmicidad; el proceso psicoanalítico queda basado en un necesario retiro del
mundo, donde el analista se convierte en un objeto sobre el cual transferir y el paciente
–o más específicamente, su inconsciente– en un objeto sobre el cual intervenir.
Se encuentran características del self dialógico fundamentalmente en aquellos auto-
res alineados en lo que se dio en llamar psicología de dos personas o, más recientemen-
te, en las teorías intersubjetivistas. Sin embargo, no todos tienen una concepción dialógi-
ca del self: muchos de ellos dan cuenta de lo relacional haciendo hincapié en el aspecto
representacional del self, en sus “relaciones de objeto”. Spezzano (1996) entiende que
“dialógico”, “intersubjetivo” y “constructivista” son distintos términos para hacer referencia
al abordaje psicoanalítico basado en una psicología de dos personas. Esta noción de dia-
logismo está tomada en su sentido amplio y no nos permite considerar el grado de pre-
sencia de la concepción dialógica del self en el psicoanálisis de nuestros días.
La presencia de lo dialógico debe articularse, entonces, a partir de cuatro movimien-
tos que han tenido –o están teniendo– lugar y que tienden naturalmente a una conver-
gencia. El primero está relacionado con la generación de nuevos espacios que modifican
la clara delimitación entre adentro/afuera, mundo externo/mundo interno y uno/otro a par-
tir de la consideración de la frontera entre ellos como un espacio en sí mismo. El segun-
do movimiento traslada el énfasis de la relación sujeto-objeto a la relación sujeto-sujeto.
El tercero se centra en el desplazamiento que va de una técnica centrada en la asocia-
ción libre e insight por medio de la interpretación a una que enfatiza la inter-acción psico-
analítica, o lo que llamaré las “prácticas relacionales”. El cuarto movimiento prioriza la fun-
ción constitutiva del lenguaje por sobre su función descriptiva, y recalca dos cosas: por un
lado, la realidad como algo mediado por las creencias y teorías del sujeto y, por otro lado,
el aquí y ahora de la sesión analítica como un elemento inevitable del proceso analítico;
destaca la contribución de la persona del analista –su subjetividad, emociones y conduc-
tas– en lo producido por el paciente.

Del adentro/afuera hacia los espacios “entre”

Para Freud, como ya he señalado, estaba clara la distinción entre adentro y afuera. De
allí que se la considere “una concepción bipolar: de un lado se encuentra el sujeto libidi-
nal, del otro el mundo” (Lacan, 1981, pág. 170). Contemporáneamente, comienza a cris-
talizarse el “entre” adentro y afuera, “entre” uno y otro, como un espacio de interés.
Podemos considerar el concepto de espacio potencial de Winnicott como un punto de
partida posible: un área intermedia de la experiencia que se encuentra entre el mundo
interno y el mundo externo, entre el bebé y la madre, entre el niño y la familia, entre lo
subjetivo y lo objetivo, entre la unión y la separación, entre el individuo y la sociedad
(Winnicott, 1972b). Lo que debe subrayarse aquí es la importancia de una tercera zona,
distinta de la del adentro y el afuera, que se encuentra “entre”.
Winnicott plantea este concepto a partir de la idea de “terreno común” en la relación
172 FELIPE J. MULLER

entre él y los demás: ese lugar donde vivimos y que los términos “interior” y “exterior” no
logran abordar. Los fenómenos y objetos transicionales, el área del juego, de la experien-
cia cultural y de la creatividad son formas específicas de los espacios potenciales (Ogden,
1985). En ellos, los objetos son creados, pero al mismo tiempo estaban ya ahí esperan-
do ser encontrados; ésa es la paradoja esencial en la propuesta de Winnicott. En cir-
cunstancias favorables, este espacio se llena con la imaginación creadora del bebé. En
las desfavorables, se llena con lo inyectado por alguien que no es el bebé. De este modo,
Winnicott abre la puerta para pensar este espacio potencial: un terreno común que se ge-
nera entre sujetos y el ámbito del “entre” en general.
La noción de “adentro y afuera” se apoya en ese nuevo concepto para dar cuenta de
toda una serie de fenómenos, que Winnicott relaciona con la vida misma, y que las teorías
del momento no consideraban. Este autor acepta que colocar el énfasis en la experiencia
pulsional y en la manera de lidiar con ella por parte del yo nos permite pensar en térmi-
nos de salud según las respuestas dadas y sus modalidades (flexibilidad, etcétera), pero
advierte que, en términos de pulsiones y defensas, “todavía nos queda por encarar el pro-
blema de qué es la vida misma” (Winnicott, 1972b, pág. 133). Las preguntas relacionadas
con el ser del bebé, la sensación de que la vida es real y digna de vivirse, requieren la
existencia de esta zona intermedia, esa tercera zona llamada “espacio potencial”. Es allí
donde las preguntas del ser tienen lugar, donde “estamos vivos como seres humanos, en
oposición a ser simples seres reactivos reflexivamente” (Ogden, 1985, pág. 133).
Posteriormente, el ámbito del “entre” fue objeto de distintos desarrollos. Green (1990),
por ejemplo –para quien el espacio potencial es una “frontera metafórica”, que existe pero
que no puede existir–, propone el concepto de objeto analítico, algo que no es interno ni
externo: se encuentra entre estos dos ámbitos. Asimismo, el discurso analítico no es ni el
del paciente ni el del analista, como tampoco la suma de ambos: es la relación entre dos
discursos que no pertenecen al terreno de lo real ni tampoco al de lo imaginario.
El énfasis del ámbito del “entre” también ha dado lugar al desarrollo de ciertas teorías
intersubjetivistas. La noción del “tercero analítico intersubjetivo” de Ogden es una de ellas.
Ogden (1994b) entiende que las mentes del analista y el analizando son permeables una
a la otra, y en su confluencia, en el encuentro entre subjetividades, se genera una terce-
ra: la intersubjetividad, que es distinta a cada una de las subjetividades del encuentro
analítico y que se ubica entre ellas. Esta intersubjetividad coexiste con la subjetividad de
cada uno de los participantes de la interacción analítica, ya que ninguna existe en forma
pura; en rigor, se crean, niegan y preservan la una a la otra. El sujeto analítico deviene de
la relación dialéctica entre subjetividad e intersubjetividad. En esta relación dialéctica de-
venimos en otro distinto al que éramos hasta ese momento.
El tercero analítico es un producto de la dialéctica generada por ambas subjetividades
en el setting analítico, que es una de las formas de intersubjetividad posible. Lo intere-
sante de esta concepción es que incluye cualquier aspecto de la actividad mental del ana-
lista como parte de la relación entre su subjetividad y el tercero analítico. Ogden entiende

6. Formas de actividad psicológica que parecen distracciones, rumiaciones narcisistas, etcétera.

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EL SELF DIALÓGICO EN PSICOANÁLISIS 173

que toda la experiencia del analista está contextualizada por el tercero intersubjetivo.
Ningún pensamiento o emoción sería el mismo si ocurriese fuera de la relación específi-
ca con el tercero analítico presente. De esta manera, si el analista se encuentra a sí
mismo frente al paciente recordando algo que tiene que hacer, ese recuerdo no puede
pensarse por fuera de la relación con el tercero analítico y con ese paciente en particular.
La experiencia intersubjetiva –accesible al analista por medio de la rêverie6– consiste en
los contenidos o procesos psíquicos que conforman el espacio entre analista-analizando,
y al cual cada uno contribuye asimétricamente. Podemos decir que el recuerdo se gene-
ra en el límite entre subjetividad e intersubjetividad, ni adentro ni afuera. Acá vemos, nue-
vamente, la dificultad para pensar lo interno-externo como espacios separados, y la inhe-
rente permeabilidad del self.

De la relación sujeto-objeto a la relación sujeto-sujeto

El psicoanálisis ha estudiado y enfatizado principalmente la modalidad complementaria de


relación sujeto-objeto, donde el otro es objeto de la pulsión. Incluso en aquellos desarro-
llos que priorizan lo relacional por sobre lo pulsional, el otro aparece como objeto que sa-
tisface necesidades: por ejemplo, la madre como objeto de apego y luego como objeto de
deseo del bebé, donde también es la que responde especularmente y contiene. El otro,
en este caso la madre, se representa como la respuesta a las necesidades del bebé, y ra-
ramente es considerado como otro sujeto, con intereses existentes por fuera de la rela-
ción con su bebé7 (Benjamin, 1988). Si bien las diversas escuelas han desarrollado varios
aspectos de esta complementariedad, sólo recientemente se ha comenzado a poner én-
fasis en la dimensión igualitaria de la relación. El otro es también un sujeto, y la relación
entre el sujeto y el objeto debe ser distinta de la del sujeto con otro sujeto: dos modos de
relación que, al entenderse como cualitativamente distintos, propician el comienzo de la
teorización de la dimensión sujeto-sujeto.8 Aron (1996) se refiere a la modalidad sujeto-
objeto como de regulación mutual, y a la relación sujeto-sujeto como de reconocimiento
mutuo.
La articulación de este desplazamiento también puede pensarse a partir del trabajo de
Winnicott, ya que cualquier desarrollo que resalte algo del “terreno común” y considere es-
pacios “entre” deberá contemplar las relaciones entre sujetos. De la misma manera, cual-
quier intento de abordar la relación sujeto-sujeto deberá tener en cuenta, inevitablemen-
te, lo que se genera entre los mismos.
Winnicott (1972a) hace una distinción entre relación de objeto y uso de objeto. La re-
lación de objeto se entiende en términos de la experiencia del sujeto. En esta relación in-
tervienen proyecciones e identificaciones, y si bien el sujeto siente que se enriquece, en
la relación se ve vaciado. En el uso del objeto, la relación de objeto se da por sentada,
pero su naturaleza es entendida “no como una proyección, sino como una cosa en sí
misma” (Winnicott, 1972a, pág. 120).
De la relación del objeto al uso del objeto hay una transición: el bebé debe ubicar al
objeto por fuera de su zona de control omnipotente; de esta manera lo percibe como algo
174 FELIPE J. MULLER

exterior, distinto a sus proyecciones, y lo reconoce como una entidad por derecho propio.
Si esto ocurre, el objeto será entonces una fuente que-no-es-yo, y el bebé podrá nutrirse
del objeto. Para ello, el bebé necesita destruir al objeto y que éste sobreviva a esa des-
trucción: al quedar colocado fuera de esa zona de control cobra, entonces, valor para el
bebé. “El sujeto dice al objeto: ‘Te he destruido’, y el objeto se encuentra ahí para recibir
la comunicación. En adelante, el bebé/sujeto dice: ‘¡Hola, objeto!’. ‘Te he destruido. Te
amo.’ ‘Tienes valor para mí por haber sobrevivido a tu destrucción por mí’” (Winnicott,
1972a, pág. 121). Winnicott abre, de este modo, otra puerta más: la de la relación sujeto-
sujeto y el problema del reconocimiento.
Ogden (1994a) entiende que en el uso del objeto el bebé confronta a la madre-como-
sujeto por primera vez, y esto sucede por medio de la destrucción de una parte de sí
mismo. La madre como sujeto se descubre mediante la destrucción de la propia omnipo-
tencia proyectada sobre el objeto interno madre-omnipotente.
Para este autor, en el proceso analítico, el analizando es sujeto de la investigación analí-
tica y es también sujeto en esa investigación. A su vez, el analista no es un sujeto obser-
vante, ya que su experiencia subjetiva durante el proceso le permite “obtener conocimiento
de la relación que está tratando de entender” (Ogden, 1994a, pág. 4). Paciente y analista
son “sujetos de análisis”. La necesidad de un tercer punto que genere espacio lo lleva a pro-
poner el tercero analítico: el término medio que sostiene y es sostenido por analizando y
analista como dos sujetos separados.
En su desarrollo del trabajo de Winnicott, Ogden se refiere a la distinción que hace
Martin Buber entre Yo-Tú (sujeto-sujeto) y Yo-Ello (sujeto-objeto). Para Buber (1994), la
relación Yo-Tú es inmediata y directa, y no es utilitaria ni instrumental. La relación Yo-Ello
corresponde al ámbito de la experiencia del objeto y su manipulación. El uso de repre-
sentaciones en la relación con el Tú lo hace inmediatamente Ello.
Jessica Benjamin (1995) destaca la diferencia entre mutualidad, la relación entre su-
jetos, y complementariedad, la relación del sujeto con el objeto. A partir de la considera-
ción del otro como un centro equivalente de conciencia, un sujeto separado, plantea los
problemas suscitados en torno al concepto de objeto: aun cuando el objeto es pensado
en forma independiente del concepto de pulsión –como ocurre, por ejemplo, en la psico-
logía del self y en la escuela de relaciones objetales– no es posible diferenciar entre ob-
jeto y otro. Estas teorías, que enfatizan la relación temprana con los objetos parentales,
nos llevan a reconocer que “donde está el yo, objetos debe haber” (Benjamin, 1995, pág.
28). Benjamin entiende que los abordajes intersubjetivo e intrapsíquico conviven en una
tensión sostenida: no es uno o el otro. Y es justamente la dimensión intersubjetiva del pro-
ceso analítico la que debería desarrollar su teoría y práctica, de manera que “donde hay
objetos, sujetos debe haber” (Benjamin, 1995, pág. 29).
Benjamin señala que para que uno pueda experienciar plenamente su subjetividad, el
otro debe ser reconocido como sujeto. Para ella, éste es el postulado de una teoría de la
intersubjetividad, a partir del cual hace su desarrollo. Benjamin toma la noción de inter-
subjetividad como la entiende Habermas, y centra su teoría del reconocimiento en las in-
vestigaciones provenientes de la psicología del desarrollo –principalmente de Daniel Stern
y su grupo– y del feminismo. También parte de la distinción winnicottiana entre uso y re-

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EL SELF DIALÓGICO EN PSICOANÁLISIS 175

lación de objeto para desarrollar su teoría sobre reconocimiento y destrucción.


El trabajo de Stern (1996) en psicología del desarrollo provee nuevos insights sobre la
relación madre-bebé, centrales en el psicoanálisis contemporáneo. En general, y toman-
do a Mahler como modelo, se entendía que el proceso de separación-individuación iba de
un estado de indiferenciación a uno de diferenciación. Pero los estudios en psicología del
desarrollo muestran que el bebé no está en un estado indiferenciado; consecuentemente,
se analiza no ya el modo en que el infante se diferencia de una unidad, sino el modo en
que nos conectamos y reconocemos a otros. No se trata de cómo nos vamos liberando
de la relación con el otro, sino de cómo nos relacionamos, desarrollamos y construimos
en relación con el otro, sujeto y objeto a la vez.

Del insight a la acción

El objetivo general de un proceso psicoanalítico es hacer consciente lo inconsciente.


Desde el punto de vista tradicional, esto se logra mediante cierto proceder técnico que
apunta a ligar nuevamente representación reprimida con afecto reubicado; en términos
generales, cuando esto ocurre, se dice que tuvo lugar un insight. Pero en la literatura con-
temporánea han proliferado trabajos en técnica sobre interacción, actualización, enact-
ment (puesta en acto) y acción interpretativa; todos estos términos, que tienen en común
la raíz “acto”, parecieran dar cuenta de cierto movimiento en la producción técnica hacia
la acción (Aron, 1996). En el proceso de hacer consciente lo inconsciente, la articulación
de actos o acciones parece cobrar cierta preponderancia por sobre la re-ligazón afecto-
representación.
De todos estos conceptos, el más desarrollado recientemente es el de enactment. Una
vez aceptada la inevitabilidad de la contratransferencia, el enactment aparece como un
elemento necesario para el entendimiento de la interrelación transferencia-contratransfe-
rencia (Schafer, 1994). El enactment sugiere una acción cuya fuerza y finalidad es in-
fluenciar e impactar de cierta manera a otro implícito en la interacción (McLaughlin, 1991).
Para ello, y siempre acorde con expectativas inconscientes, uno cuenta con recursos des-
tinados a evocar ciertas respuestas en los demás. El uso del término enactment presu-
pone un analista involucrado, y enfatiza un proceso conjunto de influencia mutua: aten-
diendo a los aspectos comportamentales de la interacción se accedería a conflictos in-
trapsíquicos latentes en torno a relaciones objetales tempranas –en el caso de
McLaughlin–, que se actualizan en la interacción entre paciente y analista.
Estos conceptos –al menos los de enactment y actualización– parecieran implicar la
idea de que hay algo en la conducta del paciente que lleva al analista a “engancharse”,9
a participar en una “acción conjunta”, de cierta manera y desde cierto lugar en la interac-
ción, que se corresponde con fantasías inconscientes del paciente. El analista es invitado

7. Esto conlleva problemas asociados al reconocimiento, que fueron objeto de recientes desarrollos en el
psicoanálisis, entre los que se encuentra el trabajo de Jessica Benjamin (1988).
176 FELIPE J. MULLER

a participar de cierta “práctica relacional” del paciente, pero su participación no se debe a


aspectos inconscientes del paciente depositados en el analista objeto –como se enten-
dería desde el concepto de identificación proyectiva–, sino a sentimientos propios del ana-
lista despertados por el paciente.
En general, el enactment es entendido como una desviación que debe corregirse en
el proceso analítico. Se habla de la inevitabilidad del enactment (Schafer, 1994; Aron,
1996), pero a la vez se lo considera un desvío en el proceder técnico (Renik, 1993). El
ideal pretendido es que el analista se dé cuenta de lo que siente, de su contratransferen-
cia, antes de actuarlo con el paciente. Renik lo explica en términos de conciencia (awa-
reness) y acción: el principio de conciencia en lugar de acción guía la teoría de la técnica
psicoanalítica, aunque nunca se cumpla en realidad; la conciencia de la contratransferen-
cia es siempre retrospectiva, precedida por el enactment contratransferencial.
Según Renik, detrás del ideal de técnica, donde prima la atención o conscientización
en lugar de la acción, se encuentra, entre otras importantes, la noción de arco reflejo, pre-
sente en La interpretación de los sueños de Freud. De acuerdo con este modelo, las mo-
tivaciones son impulsos que pueden seguir una de dos vías: la eferente, que da lugar a la
actividad motora, o la aferente, que da lugar a la fantasía mediante la estimulación inter-
na del aparato sensorial. De esta manera, si uno actúa, no hay pensamiento, y viceversa;
de allí que prescribiendo la acción se promueva la fantasía, que es material de análisis.
Renik se basa en la teoría de las emociones de William James. Para James (1983), la
manera natural de pensar las emociones es la siguiente: se percibe un hecho, éste exci-
ta la afección mental denominada “emoción” que posibilita, luego, la expresión corporal.
Para James, las emociones son nuestras sensaciones de los cambios corporales mien-
tras tienen lugar al percibirse el hecho. El sentido común –asentado en la concepción mo-
nológica del self– entiende que vemos un oso, tenemos miedo y entonces corremos.
James sostiene que vemos un oso, corremos y porque corremos tenemos miedo.10
Sustentándose en esta idea, Renik agrega que la percepción de las acciones del analis-
ta permite la conscientización de la contratransferencia. Pero la percepción es, inevita-
blemente, percepción de las acciones conjuntas con el paciente, del enactment contra-
transferencial, de las prácticas relacionales en las que el analista está inmerso y que arti-
cula a modo interpretativo.
Si pensamos este proceso en términos dialógicos, lo que tiene lugar es un entendi-
miento responsivo y una acción conjunta, donde el analista participa de cierta práctica re-
lacional. El analista responde a las acciones del paciente con otras acciones. La cons-
cientización contratransferencial es posible mediante la observación de estas acciones

8. Uno de los primeros en hacer referencia a ella, aunque luego la descartó, fue Lacan.
9. Previamente a la inclusión del término enactment, Baranger, Baranger y Mom (1982) proponen un “en-
ganche” cómplice entre paciente y analista para explicar su concepto de “baluarte”, el estancamiento del pro-
ceso analítico.
10. Para aquellos que gustan de los desarrollos en neurociencias, el estudio de Joseph LeDoux (1996)

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conjuntas o prácticas relacionales con el paciente. Implícita está la idea –contraria a la de


corte entre percepción y acción– de que en el acto de percibir se incluye un curso de ac-
ción. Si bien esta acción no es inicialmente consciente, uno puede lograr mayores niveles
de conciencia a medida que ésta se articula, y este proceso implica un impacto en la ex-
periencia misma. El enactment, además de alinearse con las nociones de prácticas pro-
pias de lo dialógico, incluye implícitamente la noción de entendimiento responsivo.

Hacia lo hermenéutico y lo constructivista

La teoría tradicional entabla una relación de correspondencia con la psiquis, que le per-
mite dar cuenta de sus estructuras y procesos dinámicos. Por medio del método analítico
que deriva de sus proposiciones teóricas, el analista puede, entre otras cosas, revelar
aquello que ha sido reprimido por el paciente: la verdad histórica. Contemporáneamente,
y más específicamente en el caso de los abordajes hermenéuticos y constructivistas, se
entiende que la teoría es un instrumento con otra función: la de organizar y sintetizar el
material analítico en patrones que ella misma provee (Mitchell, 1993; Muller, 2000).
Los desarrollos hermenéuticos enfatizan principalmente dos cuestiones: por un lado,
el rol de la teoría como herramienta organizadora de la experiencia con el paciente; por
otro lado, la idea de que el sí mismo del paciente es pensado como un texto confuso e in-
coherente que requiere aclaración, y que esto se logra en el proceso psicoanalítico me-
diante la resignificación de las experiencias del paciente.
Mitchell entiende que todos estos desarrollos se basan en la idea de que la experien-
cia del paciente es ambigua. Con esto no se quiere sugerir que la experiencia es oscura,
sino que requiere de un proceso activo de organización de sus elementos, de atribución
de significados. Como distintas organizaciones son posibles, la resultante es una multipli-
cidad de interpretaciones y entendimientos de la experiencia. La experiencia es ambigua
porque su significado no es inherente, sino que depende de los procesos cognitivos or-
ganizadores. Por eso el significado de un hecho o experiencia no se descubre, sino que
se crea o construye como resultante de dichos procesos.
Los procesos organizadores, a su vez, no pueden pensarse sin la consideración de las
herramientas que provee la cultura. Dentro del psicoanálisis, esta idea fue desarrollada en
términos narrativos. Para Spence (1982), el proceso psicoanalítico genera una verdad na-
rrativa, distinta de la verdad histórica; distingue dos tipos de realidades, una de ellas na-
rrativa, producida por el lenguaje. Spence desarrolla aspectos del trabajo interpretativo en
psicoanálisis que no habían sido considerados debido a la primacía del modelo repre-
sentacional del lenguaje. El analista, cuyo proceder es, desde esta perspectiva, más el de
un poeta que el de un arqueólogo, crea algo en vez de descubrirlo. La construcción ge-
nerada encaja en el relato de vida que hace el paciente, dándole más coherencia, com-
presión y sentido a su presente, y acarrea una verdad distinta de la verdad histórica.
Spence sostiene que se produce una verdad narrativa que es, además, con la que lidia-
mos en nuestros consultorios.
Para Roy Schafer (1983, 1992), la teoría psicoanalítica es un conjunto de códigos y/o
178 FELIPE J. MULLER

principios interpretativos que generan significados psicoanalíticos: un tipo específico de


significado entre otros posibles. La interpretación intenta dar o aclarar algún sentido a la
experiencia del paciente, que parece confusa, incoherente o no muy clara. Mediante la in-
terpretación, las acciones del paciente, al reformularse e incluirse en un esquema orde-
nado, cobran un sentido distinto; este esquema no es otro que la estructura narrativa que
hace a cada teoría psicoanalítica.
En los abordajes hermenéuticos, la eficacia de la interpretación radica no en su co-
rrespondencia con algo externo e independiente –en este caso, lo reprimido que existe en
el inconsciente del paciente–, sino en su función de proveer nuevos significados. De esta
manera, cuando un paciente nos relata algo, esta descripción es necesariamente una in-
terpretación, ya que los hermenéuticos entienden que no hay acceso directo a la expe-
riencia, sino que está siempre mediada por narrativas. Cuando el analista interpreta, re-
describe, reinterpreta, recontextualiza y reduce lo relatado por el paciente (Schafer, 1983),
siguiendo los guiones narrativos que provee su teoría: lo puede hacer, por ejemplo, en tér-
minos de conflictos intrapsíquicos, de retrasos en el desarrollo o de la preservación del
self. En todo caso, el paciente, su historia y sus síntomas son reformulados mediante la
utilización de los principios interpretativos que proveen las distintas teorías psicoanalíti-
cas. El resultado es un nuevo relato sobre la vida del paciente, que da lugar a nuevos sig-
nificados sobre el self y sus acciones. Lo que se redefine es, principalmente, actividad y
pasividad en torno a su experiencia. En un principio es el analista el que reformula, pero
luego la tarea es conjunta. Cuando esto sucede, los hermenéuticos entienden que el pa-
ciente posee nuevas herramientas con las cuales significar su experiencia.
Los abordajes constructivistas destacan no tanto la teoría y su papel en la conforma-
ción de la experiencia, sino el lugar que la persona del analista ocupa en la experiencia
analítica. El constructivismo establece que la experiencia está, en parte, indeterminada y
que es creada en interacción (Stern, 1997); el analista como una “pantalla en blanco”,
cuya contraparte es el paciente distorsionando la realidad (Hoffman, 1983), es un imposi-
ble, lo contratransferencial una constante y la revelación de aspectos del sí mismo del
analista algo inevitable (Aron, 1991). De allí, también, la imposibilidad de neutralidad. A
partir de entonces comienzan a considerarse distintos aspectos sobre la manera en que
la persona del analista contribuye al proceso psicoanalítico.
En su intento por demostrar la falacia de la “pantalla en blanco”, Hoffman (1983) ad-
vierte, por un lado, el impacto de la ambigüedad de la conducta del analista y su contri-
bución en la transferencia. Por otro lado, destaca la experiencia del analista en su rela-
ción con el paciente, y la manera en que ésta es percibida por el paciente. Aron (1991)
complementa el trabajo de Hoffman incluyendo el impacto de la subjetividad del analista
en la experiencia analítica del paciente. Para él, paciente y analista se influencian mutua-
mente pero en forma asimétrica: del mismo modo en que el bebé necesita reconocer a la
madre como un sujeto con su mundo interno, el paciente necesita también experienciar la
subjetividad del analista. De esta manera, incluye la relación sujeto-sujeto en la sesión.
Hay algo en el aquí y ahora de la sesión y en la persona del analista que incide en la trans-
ferencia y las asociaciones del paciente, que siempre se consideró posible de ser elimi-
nado o controlado, pero para el constructivismo no lo es.

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EL SELF DIALÓGICO EN PSICOANÁLISIS 179

Discusión

He intentado articular cuatro movimientos que, en conjunto, pretenden dar cuenta de la in-
clusión de preceptos dialógicos en la producción psicoanalítica. Estos movimientos reve-
lan la presencia de la concepción del self dialógico en el psicoanálisis contemporáneo,
cuya magnitud varía según la teoría desde la cual se aborde la práctica clínica. No todos
los movimientos tienen el mismo grado de consolidación. La consideración del espacio
“entre” en las propuestas intersubjetivistas ha alcanzado un desarrollo y reconocimiento
mayor que la que destaca el modo relacional sujeto-sujeto.
Para este trabajo he tomado algunos de los autores y desarrollos que me son más fa-
miliares y cotidianos, aunque quizá sea posible articular este desplazamiento a partir de
otros autores. Por otro lado, en este proceso flexibilicé algunos conceptos tomando cier-
tas similitudes como igualdades; por ejemplo, cuando diferencio entre otra persona como
otra conciencia y como objeto de conciencia, y cuando hago un paralelismo entre relación
sujeto-objeto y sujeto-sujeto. Así y todo, creo haber podido mostrar de qué manera el self
dialógico está presente en el psicoanálisis contemporáneo.
Creo que resultaría muy conveniente en una próxima instancia hacer un análisis crí-
tico sobre cada una de las características propias de una concepción dialógica del self.
De esta manera se podrían enfatizar sus aportes con el fin de pensar las ventajas y des-
ventajas clínicas y metapsicológicas, en contraposición con aquellas propias de las con-
cepciones monológicas. Mi intención aquí fue mostrar, específicamente, este desplaza-
miento hacia lo dialógico y su magnitud.
La distinción entre monológico y dialógico podría ser un criterio útil, una nueva forma
de dar ordenamiento a la inmensidad de ideas que siguen floreciendo dentro de nuestra
disciplina. Es cierto que, dado el desigual nivel de consolidación del desplazamiento, mu-
chas de estas ideas quedarán en el medio de esas dos posiciones. Asimismo, la distin-
ción entre monológico y dialógico podría dar respuesta, entre otras cosas, a los infinitos
debates sobre neutralidad y contratransferencia. La neutralidad, por ejemplo, tal como la
entendemos hoy, se considera posible en los desarrollos que parten de concepciones mo-
nológicas del self, e imposible para cualquier teoría que considere al self como dialógico.
Recuerdo estar leyendo un trabajo de Todorov sobre Bakhtin (Todorov, 1984) en que
remarcaba, como de paso, el alto grado de presencia de las ideas del lingüista ruso en el
psicoanálisis contemporáneo. En ese momento advertí que era así, pero no pude preci-
sar mucho más dado todo lo que se puede entender como dialógico. A la necesidad de ar-
ticular el sentido de aquella afirmación, generada por la tensión de una Gestalt que no cie-
rra y mueve a pensar, este trabajo se presenta casi como una respuesta.

sobre el sistema del miedo se fundamenta en esta idea de James.


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Resumen

Este trabajo intenta dar cuenta de la presencia de la concepción dialógica del self en el psicoaná-
lisis a través del desplazamiento, que parece tener lugar en el psicoanálisis contemporáneo, de
una concepción monológica del sef a una dialógica. El self monológico resalta lo representacional
y el corte entre mente-cuerpo-mundo externo haciendo hincapié en la función descriptiva-referen-
cial del lenguaje. La concepción dialógica enfatiza las prácticas, la permeabilidad de la relación
entre sujetos y la función constitutiva del lenguaje. El psicoanálisis se desarrolla enmarcado en una
perspectiva monológica del self, pero desarrollos contemporáneos van incorporando característi-
cas dialógicas. Se intenta dar cuenta del desplazamiento mencionado articulando, desde el punto
de vista teórico, metateórico y técnico, cuatro movimientos. El primero de ellos parte de la consi-
deración de espacios internos y externos hacia un énfasis en los espacios “entre”. El segundo prio-
riza la relación sujeto-sujeto por sobre la relación sujeto-objeto. El tercero enfatiza la acción y las
practicas relacionales por sobre el insight. El cuarto va de perspectivas fundacionistas, realistas o
positivistas a perspectivas hermenéuticas y constructivistas.

DESCRIPTORES: SELF / DIÁLOGO / OTRO / SUJETO / OBJETO / LENGUAJE / ESPACIO / HERMENÉUTICA

Summary
THE DIALOGIC SELF IN PSYCHOANALYSIS

The author discusses the presence of the dialogic conception of the self in psychoanalysis through
the displacement, which seems to occur in contemporary psychoanalysis, from a monologic con-
ception of the self to a dialogic conception. The monologic self emphasizes the representational and
the cut between mind-body-external world, placing the accent on the descriptive-referential function
of language. The dialogic conception emphasizes the practices, the permeability of the relationship
between subjects and the constitutive function of language. Psychoanalysis develops in the context
of a monologic perspective of the self, but contemporary developments are incorporating dialogic
characteristics. The author explains this displacement by discussing four movements, as seen from
the theoretical, meta-theoretical and technical perspectives. The first of these is based on the con-
sideration of internal and external spaces, moving toward an emphasis on the spaces “between”.
The second gives priority to the subject-subject relationship over the subject-object relationship.
The third emphasizes relational actions and practices over insight. The fourth goes from founda-
tionist, realistic or positivistic perspectives to hermeneutic and constructivist perspectives.

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KEYWORDS: SELF / DIALOGUE / OTHER / SUBJECT / OBJECT / LANGUAGE / SPACE / HERMENEUTICS

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(Este trabajo fue presentado al Comité Editor el 13 de septiembre de 2004; su primera revisión tuvo lugar
el 17 de noviembre de 2004, y ha sido seleccionado para su publicación en la REVISTA DE PSICOANÁLISIS el 5
de febrero de 2005.)
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