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Mons.

Schneider: sobre la validez del pontificado de


Francisco - Adelante la Fe

Mons. Athanasius Schneider

No existe autoridad que pueda declarar ni considerar inválido un papa elegido y mayoritariamente aceptado. La
práctica ininterrumpida de la Iglesia deja claro que aun en el caso de que una elección fuera inválida queda de
facto subsanada por la aceptación general del pontífice electo por mayoría absoluta de los cardenales y obispos.

Incluso en caso de que el papa incurriera en herejía, no perdería automáticamente el cargo ni existe organismo en
la Iglesia que pueda deponerlo oficialmente por su heterodoxia. Sería algo afín a la herejía del conciliarismo o
epicospalismo. En esencia, la herejía conciliarista o episcopalista consiste en afirmar que dentro de la Iglesia
existe un organismo (sea concilio ecuménico, sínodo, colegio cardenalicio o colegio episcopal) que puede emitir un
juicio legal vinculante sobre un pontífice.

La teoría de que la herejía acarrea la pérdida automática del cargo de papa no deja de ser una opinión, y esto lo
observó el propio San Roberto Belarmino y no lo expuso como una enseñanza del Magisterio. El magisterio
pontificio perenne jamás ha enseñado tal posibilidad. Cuando entró en vigor el Codigo de Derecho Canónico
(Codex Iuris Canonici) de 1917, el Magisterio de la Iglesia suprimió en la nueva legislación la observación del
Decreto de Graciano que figuraba en el antiguo Corpus Iuris Canonici que sostenía que el pontífice que se
apartaba de la recta doctrina podía ser depuesto. En ningún momento ha admitido el Magisterio de la Iglesia un
procedimiento canónico de destitución de un papa hereje. La Iglesia carece de autoridad formal o judicial sobre el
Sumo Pontífice.

La más cierta doctrina católica afirma que en el supuesto de que un papa incurra en herejía los miembros de la
Iglesia pueden evitarlo, resistirlo o negarse a obedecerlo, todo lo cual se puede hacer sin necesidad de una teoría u
opinión que sostenga que el papa hereje deje automáticamente de ser pontífice o pueda ser depuesto por ello.

En vista de ello, tenemos que atenernos a la vía más segura (via tutior) y dejarnos de defender lo que son meras
teorías de teólogos (aunque sea el mismismo San Roberto Belarmino) que afirmen que el papa hereje deja
automáticamente de ser papa o puede ser destituido.

Un pontífice no puede incurrir en herejía cuando se pronuncia ex cathedra; esto es dogma de fe. Ahora bien,
cuando no hace una declaración ex cathedra, puede caer en ambigüedades doctrinales, errar y hasta incurrir en la
heterodoxia. Y como el papa no es lo mismo que la totalidad de la Iglesia, la Iglesia es más fuerte que un simple
papa que yerre o sea hereje. En un caso así, hay que corregirlo de forma respetuosa (evitando una ira
puramente humana y palabras irrespetuosas) y resistirlo como se resiste a un mal padre de familia. Los miembros
de la familia no pueden declarar que su mal padre ya no es su padre. Pueden corregirlo, negarse a obedecerlo,
apartarse de él, pero no pueden revocar su paternidad.

Los buenos católicos conocen la verdad y tienen el deber de proclamarla, así como de ofrecer reparaciones por los
errores de los papas que yerran. Dado que es humanamente imposible resolver el caso de un pontífice hereje, hay
que implorar a Dios con fe sobrenatural que intervenga, porque ese papa que yerra no es eterno, es temporal, y la
Iglesia está en manos de Dios.

Debemos tener suficiente fe sobrenatural, confianza, humildad y espíritu de la Cruz para soportar una prueba de
tal magnitud. En estas situaciones, que son relativamente breves (comparadas con los 2000 años de la Iglesia), no
debemos caer en reacciones excesivamente humanas ni buscar soluciones fáciles (cómo declarar la invalidez de un
pontificado), sino mantener la sobriedad, la sangre fría, sin perder una perspectiva auténticamente espiritual y la
confianza en que Dios intervendrá y en que la Iglesia es indestructible.

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