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POR UNA GEOGRAFIA DEL

PODER

Claude RAFFESTIN

Traducción y notas Yanga Villagómez Velázquez

EL COLEGIO DE MICHOACAN
Noviembre 2011

1
CAPITULO I

CRITICA DE LA GEOGRAFIA POLITICA CLASICA

I. SURGIMIENTO DE LA GEOGRAFIA POLITICA.

Paradójicamente, las ciencias del hombre mientras más jóvenes son, más tentadas están a
establecer su genealogía. Nadie espera una conferencia histórica al principio de una obra
de física. Por el contrario, si es de sociología, de ciencia política o de geografía, no nos
sorprenderán las referencias a una filiación. Los historiadores de las ciencias del hombre
invierten con frecuencia considerables esfuerzos para retroceder en el pasado hacia los
orígenes de sus disciplinas. Todos esos discursos históricos tuvieron durante mucho tiempo
el objetivo de mostrar, antes que nada, la existencia de una continuidad, para
fundamentarla identificación de “momentos” epistemológicos. La geografía política no
escapó a esta tradición y se pueden apreciar, desde Herodoto hasta Ratzel, una multitud de
ancestros como Platón, Aristóteles, Botero, Bodin, Vauban, Montesquieu, Turgot, etc., por
mencionar sólo a algunos de los que, por una u otra razón, fueron llamados a dar
testimonio de la antigüedad del proyecto político en la geografía.
No se trata en absoluto de desacreditar este tipo de investigación erudita, indispensable
para la comprensión de una génesis, pero nos parece más significativo, cuando menos en lo
que toca a nuestro propósito, aclarar los “momentos fuertes” de la epistemología
geográfica. No abriremos un debate para saber si una epistemología de la geografía es
posible. Debate que, no obstante sería necesario, en la medida en que muchos
epistemólogos, siguiendo a Piaget, no otorgan a la geografía un estatuto epistemológico. Es
particularmente revelador que Piaget no tome en cuenta la geografía humana entre las
ciencias “nomotéticas.”1 Es todavía más sorprendente que la geografía, al igual que la
economía o la demografía, por ejemplo, -con menos éxito tal vez-, busque establecer
“leyes”. Como quiera que sea, postulamos que hay una posible epistemología de la
geografía, dada su búsqueda de “leyes”, sean o no cuantitativas.
Nos encontramos motivados por esta vía de la geografía política, fundada en toda su
amplitud, por Ratzel en 1897.2 En todo el proyecto ratzeliano subyace una concepción
nomotética y es poco relevante, en el estado actual del análisis, saber si tuvo éxito o no. La
obra de Ratzel es un “momento epistemológico”, ya sea que se trate de su “Anthropo
geographie” o de su “Politische Geographie”.
Ratzel se encuentra en un punto de convergencia entre una corriente de pensamiento
naturalista y una de pensamiento sociológico, que el análisis minucioso de sus fuentes
permite revelar, aunque sea difícil, ya que Ratzel, excepto por algunas notas y
señalamientos, no proporciona sino pocas o nulas referencias. Sin embargo, siguiendo su
obra, es relativamente fácil descubrir lo que retoma de las ciencias naturales, de la
etnografía, de la sociología, pero sobre todo de la historia. Ratzel seguramente estuvo
influenciado por historiadores como Curtius y Mommsen, por geógrafos como Ritter y
Reclus, pero también por un hombre como Spencer, quien le hizo descubrir la ley del
desarrollo, retomada más tarde por Darwin. Estuvo influenciado también por el rigor casi
matemático de Clausewitz. El cuadro conceptual de Ratzel es vasto y tan naturalista como
sociológico, pero sería erróneo reprocharle el haber “naturalizado” la geografía política,
como se ha hecho en ocasiones. El mismo Ratzel tomó sus distancias y reconoció que la
comparación del Estado con organismos altamente desarrollados no fructificó (“Der
1
Cf. Jean PIAGET. Epistémologie des sciences de l’homme. Gallimard, Paris, p.17.
2
Friederich RATZEL. Politische Geographie. München und Leipzig, 1897.

13
Vergleich des Staates mith ochentwickelten Organismen ist unfruchtbar”).3 Al insistir
sobre el Estado, la circulación y la guerra, Ratzel revela sus preocupaciones y sobre todo
manifiesta una perspectiva socio-política que no quedará satisfecha con un simple
distanciamiento de los métodos puramente biológicos.
La segunda edición puede considerarse como la obra maestra que ha orientado e
influenciado no solamente a la escuela alemana, sino que incluso, de manera diferenciada,
ha tenido influencia en todas las demás escuelas de la geografía. No queremos decir que
los autores que siguieron a Ratzel sean sus epígonos, sino que la obra ratzeliana, al poner
las bases de la geografía política, trazó un cuadro en el que se puede trabajar incluso
oponiéndosele, tal y como sucedió con la escuela francesa. Ratzel planteó una serie de
conceptos, algunos de los cuales se difundieron mucho y otros no. Es indispensable dar un
rápido vistazo al aporte ratzeliano para comprender cómo emergió la geografía política y
de qué manera se desarrolló posteriormente.
Ratzel partía de la idea de que existía una relación estrecha entre el suelo y el Estado. En el
fondo, se trataba de una estrategia política de lo que se llamó determinismo y que tuvo sus
encarnizados defensores y detractores. No es este el lugar para retomar esta vieja discusión
cuyo interés no es sino histórico. Sin embargo, es interesante mostrar que esta relación
entre suelo y Estado inauguraba una tendencia nomotética en la geografía, que el famoso
probabilismo francés no supo reemplazar. No supo hacerlo en la medida en que los
instrumentos que habría podido movilizar, en particular, la estadística probabilística, no
fueron parte del arsenal metodológico de la geografía durante cuando menos medio siglo.
El elemento fundador, formador del Estado fue, para Ratzel, el enraizamiento en el suelo
de las comunidades que explotan los potenciales territoriales. El análisis ratzeliano se
desarrolló sincrónica y diacrónicamente, de ahí la necesidad de valerse de los historiadores.
En la evolución del estado, Ratzel percibió muy bien el rol y la influencia que podrían
tener las representaciones geográficas, así como las ideas religiosas y nacionales. Pero es
seguro que fue en los conceptos espaciales donde Ratzel concentró sus esfuerzos y en
particular sobre la posición, que es uno de los conceptos más importantes de la geografía
política. También las fronteras llamaron su atención, en tanto órganos periféricos del
Estado. Por eso buscó distinguir la importancia de las zonas de contacto, tierra-mar por
ejemplo, mares, montañas, planicies, sin olvidar la relevancia de los ríos y lagos. Sin
embargo, no descuidó el estudio de la población y la circulación, entendidos como
movimiento de los seres y de las cosas.
Si consideramos de manera más precisa algunos de los conceptos utilizados por Ratzel,
sorprende su modernidad. Es suficiente mencionar, para convencerse de ello, el
crecimiento diferencial, el centro y la periferia, el interior y el exterior, la proximidad,
entre otros. Los estudios contemporáneos sobre la alometría4 han dado al concepto de
crecimiento diferencial una base matemática, mientras que los economistas, aunque no
sólo ellos, han adoptado los conceptos de centro y periferia.5 Sin duda, esos conceptos
fueron desviados de su sentido original que, para Ratzel, era espacial, pese a lo cual fueron
útiles para expresar estrategias realizadas en el espacio.
Muchas cosas, si no es que todas, están en la obra de Ratzel, pero fueron olvidadas… y
redescubiertas, a veces sesenta años después. La perspectiva iniciada por Ratzel fue muy
amplia y durante varias décadas el programa de la geografía política no se modificó en su
esencia. Se puede afirmar inclusive que sólo nos conformamos con explotar la “mina

3
F. RATZEL. Politische Géographie oder die Geographie der Staaten, des Verkehres und des Krieges.
München und Berlin, 2e edition, 1903, p.13.
4
Área de conocimiento de la zoología que estudia el cambio en las proporciones del cuerpo de un animal
durante su crecimiento, según el desarrollo de uno de sus miembros y que puede ser lento o rápido (NdT).
5
Cf. Sobre este tema, Samir AMIN. L’accumulation à l’échelle mondiale. Editions Anthropos, Paris, 1970.

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ratzeliana”. Lo que parece novedoso es aquello que Ratzel voluntaria o involuntariamente
dejó en la sombra. En efecto, si se consideran sólo los marcos conceptuales, dejando de
lado las transformaciones que sucedieron en el mundo desde el principio del siglo XX, así
como los avances metodológicos de la geografía política debidos al uso del lenguaje
lógico-matemático, se puede concluir que el pensamiento actual de la geografía política se
produce, grosso modo, en los mismos moldes que los utilizados por Ratzel. Eso significa
que se ha realizado, evidentemente, un enorme trabajo de reproducción, de actualización en
los contenidos, y apenas modestos trabajos de creación, es decir, una mediocre
actualización de las formas. Si Ratzel, vuelto a la vida, abriera los manuales de geografía
política general, no se sentiría extrañado más que por el uso de ciertas fórmulas e índices,
ya que encontraría las categorías analíticas utilizadas o forjadas por él mismo. Dichas
categorías analíticas procedían directa o indirectamente de un solo y único concepto, el del
Estado: “nadie ha visto al Estado. ¿Quién puede negar, no obstante, que sea una realidad?6
¡Ratzel nunca negó que fuera una realidad! Inclusive contribuyó ampliamente a afirmarla
en el terreno de la geografía. Es incluso la misma realidad, ya que es representativa de lo
político, lo que busca Ratzel. Pero ¿cuál es este Estado que privilegia Ratzel? Es el Estado
moderno o el Estado nación. Dicho de otra manera, Ratzel convierte a la Geografía en una
de sus “conformaciones históricas posibles a través de las cuales una colectividad afirma
su unidad política y construye su destino.”7 No tiene dudas sobre ello: “quien dice poder o
autoridad no está diciendo sino Estado.”8 Para Ratzel todo acontece como si el Estado
fuera el único lugar de poder, como si todo el poder estuviera concentrado en él: “Hay que
disipar la frecuente confusión entre Estado y poder. El poder nace muy temprano, a partir
de la historia que contribuye a hacer.”9 De esta manera Ratzel involucró a todos sus
“herederos” en la vía de una geografía política que no considera más que al Estado o a los
grupos de Estados.
Veremos enseguida el significado propiamente geográfico de esta decisión, pero antes, es
necesario preguntarse por qué Ratzel tomó esta decisión. El mismo Ratzel no aporta una
explicación, pero podemos interrogar al contexto en que se desarrolló. La Alemania del
siglo XIX estaba inmersa en el pensamiento hegeliano. No sabemos si Ratzel simpatizaba
con la concepción hegeliana, pero lo que es seguro es que toda su geografía política
muestra que “El Estado es la realidad en acto de la Idea moral objetiva”… en la costumbre,
tiene su existencia inmediata; en la consciencia de sí, el saber y la actividad del individuo,
su existencia mediata; mientras que éste tiene, por el contrario, la libertad sustancial de
atarse al Estado como a su esencia, como objetivo y como producto de su actividad.” 10 No
debe subestimarse el peso del “Zeitgeist” y Ratzel, cuando menos en su geografía política,
hace eco del pensamiento del siglo XIX que racionaliza al Estado. Concede al estado su
significado espacial y lo “teoriza” geográficamente. En este aspecto, no deja de ser
influenciado por una larga tradición filosófica que encontró en Hegel a su representante
más brillante: “en los primeros teóricos políticos de Europa –Hobbes, Spinoza, Rousseau-
el Estado-Nación no se distingue bien de la Ciudad-Estado, porque el pueblo, la nación, el
Estado se confunden. Mientras que Hegel establece entre dichos términos un vínculo
racional”.11

6
Georges BURDEAU, L’Etat. Seuil, Paris 1970, p.13. Traducción nuestra (NdT).
7
Definición de J. Freund, citada por George BALANDIER en su Anthropologie politique, P.U.F. Paris
1967, p.145.
8
Henri LEFEBVRE. De l’Etat, 1, l’Etat dans le monde moderne. Union Generale d’Editions, Paris, 1976,
p.4.
9
Ibid. p.4.
10
HEGEL, Principes de la philosophie du droit. Gallimard. Paris, 1963, p.270.
11
LEFEBVRE, op.cit.p.7.

15
Desde el momento en que el Estado=lo político, siendo la categoría del poder estatal
superior a todas las demás, el estado puede ser la única categoría de análisis. Hemos
demostrado que decir que el Estado es la única fuente del poder es una confusión, pero es
también un discurso metonímico. O bien el Estado detenta el poder y es único que puede
detentarlo, o bien es el poder superior y hay que suponer poderes inferiores que pueden
interferir con aquél.
(La geografía política de Ratzel es una geografía del Estado y conlleva implícitamente una
concepción totalitaria, la del Estado todopoderoso). Sin saberlo ni quererlo, Ratzel creó la
geografía del “Estado totalitario”, donde el adjetivo significa aquello que abarca una
totalidad, a diferencia del sentido político actual del término. Pero no hay que equivocarse,
si Ratzel aún no conocía el Estado totalitario en el sentido contemporáneo, ya lo había
imaginado y de hecho, en su geografía, lo hizo visible en su decoración espacial. Es verdad
que el Estado no se ve, pero también es cierto que el Estado se muestra en una variedad
importante de manifestaciones espaciales, de la capital a la frontera, pasando por las redes
interiores jerarquizadas y las redes de circulación. El Estado puede leerse geográficamente
y Ratzel aportó las categorías para descifrarlo: centro versus periferia, interior versus
exterior, superior versus inferior, etc. La geopolítica, que es realmente una geografía del
Estado totalitario (Italia, Alemania, URSS) no hizo sino abrevar del corpus de conceptos
ratzelianos para encontrar los instrumentos de su elaboración.
Sólo existe el poder del Estado. Es tan evidente que Ratzel no alude, en materia de
conflicto, al choque entre dos o más poderes, más que a la guerra entre Estados. Las otras
formas de conflicto, como las revoluciones, por ejemplo, que cuestionan al Estado en su
interioridad, no tienen lugar en su sistema. La ideología subyacente es la del Estado
triunfador, la del poder estatal.
Todas las escuelas de geografía que hicieron geografía política después de la escuela
alemana, como la francesa, la inglesa, la italiana y la americana, ratificaron estos principios
filosóficos e ideológicos y, en ese sentido, nunca cuestionaron la ecuación Estado=poder.
¿Cuál es el significado geográfico del punto de vista del “conocimiento científico” de esta
situación? En primer lugar, al no considerar más que al Estado, como es el caso de la
geografía política general, no se dispone más que de un nivel analítico espacial, limitado
por las fronteras. Ciertamente, existe también una jerarquía de niveles creados por el
Estado para organizar, controlar y gestionar su territorio y la población, pero con el
carácter cada vez más integrador y circundante del Estado dichos niveles aparecen más
como relevos espaciales para difundir el poder estatal que como niveles articuladores del
ejercicio de poderes inferiores. Dicho de otra manera, la escala es establecida por el
Estado. Se trata de una geografía unidimensional que no es aceptable en la medida en que
existen poderes múltiples que se manifiestan en las estrategias regionales o locales. En
segundo lugar, el poder estatal es considerado un hecho evidente que no tiene necesidad de
ser explicitado, ya que se expresa en las cristalizaciones espaciales que ponen de
manifiesto su acción. Evidentemente se trata de inferir algo no identificado a partir de los
signos que esta clase de geografía deja por aquí y por allá. Finalmente, hay una ruptura
entre la dinámica que se puede constatar en ese poder estatal y las formas que se pueden
observar en el terreno operativo de un territorio. Queremos decir que los diversos sistemas
de flujo que contribuyen, en la génesis del poder estatal, a la elaboración de dichas formas,
no están verdaderamente descritos o explicados. ¿Las cosas han cambiado desde Ratzel?
¿Estamos frente a una geografía política o estamos todavía frente a una geografía del
Estado? Eso trataremos de ver.

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II. ¿GEOGRAFÍA POLÍTICA O GEOGRAFÍA DEL ESTADO?

Una verdadera geografía no puede ser sino una geografía del o de los poderes. Según
nosotros, la expresión de geografía del poder es mejor y a partir de ahora, no utilizaremos
más que esa. Si se dice, siguiendo a Lefebvre, que no hay más poder que el político, eso
significa, considerando lo anterior, que la política no se refugia completamente en el
Estado. En efecto, si lo político logra su forma más completa en el Estado, eso no implica
que no pueda caracterizar también a otras comunidades: “Estudiando de manera
comparativa el poder en todas las colectividades, se pueden descubrir las diferencias entre
el poder dentro del Estado y el poder en otras comunidades”.1
Para una discusión acerca de lo político, remitimos a Balandier. 2 Aceptamos que hay poder
político desde el momento en que una organización lucha contra la entropía que la
amenaza con el desorden. Esta definición, inspirada en Balandier, nos permite descubrir
que el poder político es congruente con toda forma de organización. Ahora bien, la
geografía política, en el sentido estricto del término, debería tener en cuenta a las
organizaciones que se desarrollan en un contexto espacio -temporal que éstas contribuyen a
organizar… o a desorganizar.
De forma general, la escuela alemana puso el acento en las tendencias expresadas por
Ratzel y reveló ciertas dimensiones latentes en el autor. Independientemente de que se
tome a Maull o Supan, no hay duda de que nos encontramos frente a una geografía del
Estado y no frente a una geografía política que daría lugar a formas de poder político
diferentes de las que se derivan directamente del Estado. Maull, muy sistemático, fue capaz
de elaborar inclusive una morfología de los Estados, con lo cual puso en evidencia el
proceso vital de creación estatal. Eso constituye una cadena “lógica” de inspiración
biológica que recuerda, en ciertos aspectos, lo que Jones trató de hacer algunas décadas
después con su Unified Field Theory.3 Fiel al determinismo, Maull buscó la manera de
formular leyes: la de la dependencia causal entre hombre y naturaleza; la ley de la
variabilidad de las relaciones entre la naturaleza y el ser humano; la ley del desarrollo, y la
ley de la unidad de los efectos geográficos. Se notará, de paso, que el determinismo de
Maull no es absoluto, sino que lo relativiza mediante la ley de variabilidad de las
relaciones entre el hombre y la naturaleza. Maull clausuró una época en la geografía
alemana marcada sin duda por esfuerzos teóricos serios. Supan y Dix se encuentran en esta
misma línea. El primero es cercano inclusive a la cuantificación, cuyos resultados
merecerán la ironía de Ancel,4 mientras que el segundo se sitúa en una perspectiva
geopolítica.5 Con la geopolítica, término atribuido a Rudolf Kjellen, se prepara la
mundialización del Estado. La primera guerra mundial no es ajena a este control total por
parte del Estado. Un hombre como JulienBenda, había presentido y analizado
perfectamente lo que se tramaba: “La guerra política, al implicar la guerra de las culturas,
es propiamente una invención de nuestro tiempo y le asegura un lugar insigne en la historia
moral de la humanidad”.6 Este señalamiento, escrito en 1927, prueba sobradamente que el
Estado está tratando de ocupar todo lugar disponible.

1
Maurice DUVERGER. Introduction à la politique. Gallimard, Paris. 1964, p.16.
2
Georges BALANDIER. Anthropologie politique. P.U.F. Coll. S.U.P. Paris, 1967, p.28-59
3
Cf. Otto MAUL Politische Geographie, Berlin 1925 y S.B. JONES An Unified field theory of political
geography: Annals of the Association of American geographers, vol.44, 1954.
4
Cf. Alexander SUPAN, Letlinien der allgemeinen politischen Geographie, Berlin und Leipzig 1922 et
Jacques ANCEL, Géopolitique, Paris 1936, p.88.
5
Arthur DIX, Politische Geographie, Weltpolitisches Handbuch, München und Berlin 1922.
6
Julien BENDA, La trahison des clercs, J.J. Pauvert, Paris 1965, p.24.

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Es evidente que con el advenimiento de la geopolítica se está frente a una ciencia del
Estado concebido como un organismo geográfico en constante movimiento. Es el inicio del
juego de suma cero de los Estados del siglo XX. En los años treinta, un grupo de autores,
bajo la dirección de Kart Haushofer, elaboró el pensamiento geográfico del Estado nazi,
útil para todo Estado totalitario. Desde entonces la geopolítica aparece como una especie
de geografía aplicada al Estado. ¿Cómo sorprenderse entonces del desinterés de ciertas
escuelas por la geografía política, si sabemos que inició con tan mala fama mala fama?
Golpeada por esta indignidad, la geografía política permaneció estancada durante mucho
tiempo. A pesar de ello, la que estaba en tela de juicio no era, desde nuestro punto de vista,
una verdadera geografía política, sino una geografía del Estado. Después de haberse roto,
la tradición alemana se reanudó y una de las últimas obras de Schwind tiene el mérito de
presentarse como una “geografía del Estado”.7 La escuela francesa se fundó, en gran
medida, como reacción a la alemana. Además, es más discreta en sus manifestaciones. Sin
duda también fue debido a que Vidal de la Blanche no elaboró sino artículos y notas
dispersas en esta materia. Al relativizar la relación hombre-suelo, la corriente vidaliana
generó una crisis en el pensamiento geográfico. La primera víctima de esta crisis fue tal
vez Camille Vallaux, a quien se percibe molesto después de haber rechazado el
determinismo: “Para que (la geografía política) sea legítima, basta con encontrar las huellas
de los agentes naturales, siempre o al menos de vez en cuando, y de manera profunda, o al
menos discernible, en el transcurso del desarrollo histórico y de la evolución de los
Estados”.8 ¿Es posible estar más incómodo científicamente hablando? Vallaux, de quien se
han olvidado demasiado pronto sus aportes originales, concluirá su obra con la
constatación de que es difícil descubrir relaciones de causalidad y de interpenetración entre
el suelo y el Estado provistos de ese carácter de necesidad que no puede pasar
desapercibido para ninguna ciencia.9 Si la crisis iniciada por Vidal, que desembocó en lo
que se ha llamado después el posibilismo, hubiera podido apoyarse en el concepto de
probabilidad que postulaba implícitamente, la geografía habría conocido otro destino… No
fue así. De hecho la escuela francesa, aun habiendo rechazado debidamente el
determinismo, ha conservado de éste la idea de necesidad, que no es probabilística.10
Hicieron falta los instrumentos de reconstrucción para actuar después de la crisis. Habría
que hacer un libro sobre el determinismo residual de la escuela francesa, que se puede
apreciar aún en la actualidad.
Jean Brunhes, en su geografía de la historia, escapó en parte al restringido cuadro del
Estado. Lo mismo Albert Demangeon y Emile Félix Gautier, entre otros, en sus obras
sobre el fenómeno colonial. André Siegfried, en un contexto diferente y como
consecuencia de una tradición inaugurada por Alexis de Tocqueville, ilustrará sobre todo el
poder político, tal y como lo definimos, antes que el poder del Estado.
Uno de los raros autores que intentaron teorizar la geografía política fue Jacques Ancel, a
quien Gottman condena severa e injustamente: “no se puede calificar de doctrina un intento
desafortunado por encontrar un término medio entre los métodos francés y alemán”.11
Juicio aún más injusto, puesto que Ancel mismo estigmatizó los errores de la geografía
alemana. Ancel elaboró un trabajo nada despreciable en materia de fronteras, que se
inscribe totalmente en la tradición posibilista.12No cabe duda de que dichos trabajos han

7
Martin SCHWIND. Allgemeine Staatengeographie, Berlin, New York 1972.
8
Camille VALLAUX, Le sol et l’Etat. Paris, 1911 p.20.
9
Ibid., p.395.
10
Relativo al uso de la teoría de probabilidades, cálculo matemático, estadística (NdT).
11
Jean GOTTMANN, La politique des Etats et leur géographie. Paris 1952, p.56.
12
Jacques ANCEL, Géopolitique, Paris 1936 y Géographie des frontières, Paris 1938.

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envejecido, pero eso no impidió que marcaran un momento en la geografía política
francesa.
Después de la Segunda Guerra Mundial, sólo Gottman realizó trabajos de geografía
política que posiblemente marcaron más a los historiadores y a los politólogos que a los
propios geógrafos. Gottman estuvo en la intersección de las influencias francesa y
anglosajona, lo que permite encontrar en sus trabajos esta combinación de historia, ciencia
política y geografía. Se hizo famoso por haber llamado la atención respecto a la iconografía
y la circulación en la geografía política. De hecho, eso proviene en línea directa de Ratzel,
a quien tuvo el mérito de redescubrir. Gottman se acercó a la geografía política: “No existe
la política más que donde se ejerce la acción de los hombres que viven en sociedad”13, pero
la idea del poder no se explicita sino a través del Estado.
Los ingleses y los americanos manifestaron un especial interés por la geografía política.
Los estadounidenses siguieron haciéndolo de manera activa. ¿Hay que señalar el efecto de
la influencia y de la dominación que Inglaterra tuvo en el mundo alrededor del siglo XX y
que los Estados Unidos ejercieron después? M.J. Mackinder trató desde 1904, de
sistematizar en mapas a pequeña escala una visión neo histórica del poder o, más
precisamente, de la potencia en el mundo. Hubo y hay todavía una innegable tentación
planetaria en la explicación en geografía política. Se conoce la fórmula sintética de
Mackinder: “quien posee el World Island (Europa, Asia, África), dirige el mundo”. Estas
visiones que prefiguran la geopolítica, a pesar de su carácter pre-científico, -es decir,
basadas en conceptos explícitos-, no fueron menos seductoras. En relación a eso, hay que
mencionar también la predilección por el uso de explicaciones monistas como las de
Huntington, quien buscó describir los movimientos políticos a partir de grandes
pulsaciones climáticas. Indiscutiblemente, acentuó la importancia de la herencia… Por el
contrario, hombres como Bowman tendrán una concepción más flexible, y hasta más justa.
Bowman se guió por la siguiente opinión: “las cualidades y las reacciones mentales del
hombre cambian poco”.14
Comprende bien que, en esas condiciones, la filosofía de la historia subyacente implica la
repetición de ciertos fenómenos importantes. Además, Bowman abrió la veta inagotable de
los world political pattern… Whittlesey no dudará en comprometerse en esta vía,
sacrificando incluso a la geopolítica y proclamando, por ejemplo, que es “natural para el
estado italiano aspirar a la hegemonía mediterránea.”15 Los Estados Unidos tuvieron
algunos representantes en materia de geopolítica, como Spykman y Strausz-Hupé, quienes
contribuyeron a desarrollar ciertos esquemas de política exterior para su país. Bogs y
Hartshorne mostraron tendencias más humanistas, pero de todos modos inclinadas hacia el
Estado. Ambos enriquecieron la geografía de las fronteras a través del ensayo e
instrumentación de tipologías. Hartshorne es el autor de una teoría funcional en la que
identifica, en relación al Estado, la “razón de ser” de éste y las fuerzas centrífugas y
centrípetas que pueden respectivamente cuestionar su existencia o reforzar su cohesión.
La geografía italiana, para cerrar este repaso general, no dejó de ilustrar al Estado como
única fuente de poder político. Toschi se sacrificó en ello después de muchos otros.16
Salvo raras excepciones, la geografía política del siglo XX fue en general una geografía del
Estado; una geografía unidimensional que no quiso ver en lo político más que una
expresión del Estado. En realidad, la política penetró en toda la sociedad y si el
Estadoresultó triunfante, ello no significa que no sea el lugar de conflictos y de

13
Cf. páginas dedicadas a la geografía política por Gottman en la Enciclopedia de la Pléyade, Géographie
générale, Paris 1966, p.1749-1765.
14
Isaiah BOWMAN. Le monde nouveau. Paris 1928, p.1.
15
Cf. Derwen WHITTLESEY. The Hearth and the State, New York 1939.
16
Humberto TOSCHI, Appunti di geografia politica, Roma 1958.

19
oposiciones, en una palabra, de relaciones de poder que, no por ser asimétricas, dejan de
tener presencia y de ser reales. La geografía del Estado borró sus conflictos, mientras que
éstos subsisten en todo nivel relacional donde se postula una geografía política
multidimensional. Esta geografía del Estado fue un factor de orden, al privilegiar lo
concebido por encima de lo vivido. Sólo el análisis relacional está en condiciones de
rebasar esta dicotomía concebido-vivido.17
La geografía del Estado fue construida a partir del lenguaje, de un sistema de signos, de un
código que procede del Estado. ¿Cuáles son esos signos? ¿Cuál fue el lenguaje utilizado
para describir geográficamente el hecho estatal?

17
Cf. LEFEBVRE, op.cit.

20
III. EL LENGUAJE DE LA GEOGRAFIA DEL ESTADO.

El estado del que tratamos es el Estado-nación, el mismo que la ruptura política de la


Revolución Francesa hizo emerger.1 Se trata pues, de un fenómeno reciente que no tiene
más de dos siglos. Pero no todos los Estados son Estados nación, e inclusive si el Estado se
considera la expresión política de la nación, el Estado se define en primer lugar como ser
político.2 Si hay un hecho sobre el cual los geógrafos tienen consenso, es sobre la
definición del Estado: “El Estado existe cuando una población instalada en un territorio
ejerce su propia soberanía.”3 Se consideran tres aspectos para caracterizar al Estado: la
población, el territorio y la autoridad. Toda la geografía del Estado deriva de esta triada.
Consideremos primero el territorio. En relación a éste, existen dos tipos de códigos: los
códigos sintácticos y los códigos semánticos.4 El código sintáctico está formado por una
serie de articulaciones como la dimensión, la forma y la posición, para considerar, por el
momento, sólo algunas. Estas obedecen a la lógica estructural de una combinación que
permite denotar la morfología general del territorio. Pero la observación empírica, que
prevaleció mucho tiempo en la construcción teórica en geografía, muestra que el alcance
de los códigos sintácticos nunca fue percibido ni mucho menos explotado en la geografía
política clásica. Y sin embargo, si queremos determinar la acción política de los diferentes
Estados en el transcurso de la historia, se tiene que admitir que las estrategias son
señaladas por uno u otro de esos elementos sintácticos. Se trata de puntualizar una política
que puede hacernos creer en la continuación de un sistema coherente. No fue sino hasta la
Segunda Guerra Mundial, que Inglaterra puso en el centro de su estrategia general esta
posición. Rusia, a partir de Pedro el Grande tuvo también esta preocupación. Mientras que
otros Estados, como Brasil en el siglo XIX, siglo de disputas fronterizas, estuvieron
fuertemente marcados por la preocupación de la dimensión.
Pero paradójicamente, la geografía política clásica estuvo más inclinada a decir que el
Estado, hablando territorialmente, era pequeño, compacto y marítimo o grande, extenso y
peninsular, mientras que hubiera sido más significativo mostrar o intentar mostrar qué
articulación se utilizaba en la estrategia territorial durante cierto periodo. El uso de códigos
semánticos de tipo: territorio grande, marítimo y fragmentado es frecuente. Esos códigos
semánticos tienen un carácter estático que no carece, ciertamente, de interés, pero que
disimula la o las estrategias que provocaron ese resultado. La combinación de una
estrategia no se da de golpe, sino que obedece a una secuencia. Finalmente, esos códigos
semánticos son tipos de mensajes que “no establecen posibilidades generadoras, sino
esquemas ya hechos; no formas abiertas que suscitan la palabra, sino formas
esclerotizadas…”5. De esta manera, se puede describir, a partir del código sintáctico, un
número importante de territorios, incluso los que no son observables. ¿Cuál es el interés?
Ciertamente ninguno a nivel de la descripción, ya que sería difícil describir lo que no
existe. El problema es otro. Las posibilidades generadoras del código sintáctico son
perfectamente adecuadas para explicar la génesis de una estrategia territorial, sin necesidad
de integrar simultáneamente varios objetivos. Una estrategia puede, por ejemplo, realizar

1
Ver, sobre ese problema, H.LEFEBVRE, De l’Etat, 3 Le monde de production étatique, Union Générale
d’Editions, Paris 1977, p.50.
2
V. Norman J.G. POUNDS. Political Geography, MacGraw-Hill Book Company, New York 1972, p.12
3
Richard MUIR, Modern Political Geography MacMillan Press Ltd., London 1975, p.79
4
Sobre este problema de códigos, ver Humberto ECO La structure absente, Mercure de France, Paris
1972, p.292 y nuestro artículo, Peut-on parler de codes dans les sciences humaines et particulièrement en
géographie?, L’Espace géographique, Nº 3 1973, p.183-188. Los códigos sintácticos constituyen las
condiciones estructurales de la denotación mientras que los códigos semánticos combinan éstos para
denotar las funciones.
5
ECO, op.cit.p.293.

21
primero una secuencia cuyo objetivo sea alcanzar una posición determinada y enseguida,
en la segunda o la tercera secuencia, buscar la dimensión. En resumen, se hizo un mal uso
de los códigos sintácticos, mientras que eran perfectamente explícitos y utilizables. En
lugar de un uso y de una explotación, que los habría llevado a sus límites extremos a través
del concepto de estrategia, se procedió a una transposición matemático-estática. Se
esforzaron en cuantificar las formas, las dimensiones e igualmente las posiciones relativas.
Se llegó a ello sin mucho esfuerzo aunque el problema de esta cuantificación se tomó, en la
mayoría de los casos, bajo una perspectiva geométrica simple y no como un punto de vista
sintético que integrase los desafíos habituales del poder, es decir, no solamente el territorio
sino la población y sus recursos.6 El solo hecho de que la cuantificación fuera posible
debió centrar la atención en esos códigos sintácticos, ya que era la prueba de que se estaban
abordando los elementos de la primera articulación. En realidad la cuantificación introdujo,
en ese caso, precisiones… inútiles y superfluas desde el punto de vista de la problemática
morfológica que imperó durante mucho tiempo. Es una ilusión pensar que el paso de lo
cualitativo a lo cuantitativo provoca un salto positivo hacia el entendimiento, cuando la
problemática es idéntica. El único beneficio es el de la coherencia. No es despreciable, al
contrario, pero es insuficiente.
Esos códigos sintácticos como co-extensiones de un saber-ver “geométrico”, poco
significativos en sí mismos -aunque ahí reside su interés inicial, que pasó desapercibido-,
habrían permitido señalar la teoría y la práctica de diferentes políticas territoriales, si
hubieran sido utilizados de manera juiciosa en relación con la concepción estratégica
propia de cada Estado. La percepción territorial del príncipe no es geográfica en el sentido
concreto de “terreno”, sino que es geométrico, ¿cómo podría ser de otra manera? Ya que de
lo que se trata es de poseer una imagen o un modelo a partir de la cual o del cual se elabora
una acción: “Armado de su teoría, parecería que el estratega no tendría más que volverse al
“terreno”, a los datos concretos de su cálculo producto de la observación pura. De ninguna
manera; la forma teórica determina igualmente -a priori- las marcas esenciales que
permiten organizar los movimientos en el terreno”.7 El “estratega” no ve el terreno,
inclusive no debe verlo de otra manera que conceptualizado; de lo contrario, no podría
actuar. Es la distancia que toma lo que hace posible su acción y, a partir de ahí, esta
distancia solo crea “el espacio”: “El espacio estratégico no es una realidad empírica…”.8
Este es, de hecho, creado por el concepto de acción, que puede ser la guerra pero que
también puede ser cualquier forma de organización, de distribución, de red o de
fragmentación. El estratega no ve el terreno sino su representación. Por ello, los elementos
del código sintáctico como la dimensión, la forma y la posición siguen siendo esenciales en
el lenguaje del territorio, pero deben retomarse como elementos de expresión de una
semiología connotativa.
También pertenecen al lenguaje de la geografía política las “core áreas”9 reveladoras de la
problemática morfo-funcional. Una “core area” es la célula a partir de la cual el Estado se
habría desarrollado, aunque no siempre existe. Muchos Estados no se construyeron a partir
de esta célula primitiva. Como quiera, el concepto es útil y ha sido desarrollado en las
tipologías que emergen de códigos semánticos que ponen el acento ya sea en el espacio,

6
Sobre este problema de la forma, ver Claude RAFFESTIN et Claude TRICOT, Réflexions sur les
formes: Cahiers de géographie de Besançon, Nº12, 1975, p.33-45.
7
André GLUCKSMANN, Le discours de la guerre, Union Générale d’Editions, Paris, 1974, p.73.
8
GLUCKSMANN, op.cit. p.76.
9
Se trata de las zonas centrales y por ello más importantes de un territorio; “el corazón de la nación”, que
resume en un espacio geográfico el patrimonio intangible como un lugar de ubicación desde el cual
generar la identidad regional o nacional.

22
(“core area” central, periférica o excéntrica, externa) o en el tiempo, o en la dimensión de
ambos.10
Las capitales y las fronteras que son también producto de códigos semánticos, tal y como
fueron concebidas, constituyen los articuladores del lenguaje de la geografía del Estado.
Podría decirse que las capitales son puntos-claves, al igual que las “core areas” son
regiones-clave. Pero al igual que las fronteras que dieron lugar a múltiples clasificaciones,
ellas expresan conformaciones, productos de relaciones que no aparecen en la problemática
morfo-funcional, sino como resultados que ocultan con frecuencia las relaciones de fuerza,
es decir, las relaciones de poder, que las crearon. Por otro lado, ellas sólo le interesan al
Estado cuando son susceptibles de un uso más amplio, es decir, cada vez que hay una
relación de poder. Lo admitan o no, los negros norteamericanos poseen “core areas” en el
Estado americano, son el corazón de muchas ciudades en las que surgen las acciones
políticas, reivindicaciones, revueltas, etc.. Dicho de otra manera, todos esos signos, que
han servido para expresar las formas y las funciones del Estado, podrían ser retomados por
una problemática relacional y extendidos a todas las relaciones de poder político en las que
el Estado no está ausente, -nunca lo está, pero puede tener únicamente el rol de un
referente.
Los códigos revisados hasta ahora se inscriben en la perspectiva de señalar el poderío
potencial del estado. Como hemos visto, los signos geométricos revelan las preocupaciones
estratégicas cuyo objetivo es potencial. Sin embargo, esos signos, que constituyen un
“discurso,” no son sino la imagen de dicho poder potencial. Imagen que se construye a
partir de elementos cuya combinación forma grupos de indicios que estarán o no en
correlación con las acciones efectivamente realizadas. En el fondo, la geografía no
produce, en ese caso, más que índices, que tienen una probabilidad más o menos fuerte de
corresponder a estrategias reales.
En el análisis de la población, el lenguaje utilizado está compuesto también por signos
específicos: cantidad, distribución, estructura, composición, por citar los más
representativos. Se notará que son categorías coherentes en relación a las del territorio, en
el sentido de que la población es concebida como un recurso. Esos signos sirven para
identificar y para caracterizar a la población como factor potencial del poder. En la
geografía del Estado, la población pierde significado propio: es concebida y no vivida. No
tiene significado más que a través del proceso del Estado. Su significado se deriva de la
finalidad del Estado. De hecho, se notará que los signos utilizados permiten sobre todo
definir y expresar un potencial, más que una identificación diferenciada.
La cantidad expresa una idea cercana a la dimensión y por ello, correlacionada con el
poder potencial. Además, de su combinación resulta una “cantidad pura” integrable en toda
estrategia: la densidad. Podría creerse que la densidad expresa la distribución, pero no es
ese el caso, incluso si cierta geografía nos ha acostumbrado a eso. Es cierto que la densidad
expresa una distribución…¡pero siempre es la misma! Eso no tiene nada de original y esta
constatación fue hecha por muchos autores: “Pero de nuevo, hay lo que podemos llamar el
peligro de la media”.11 Más extraña es la manera que propone Blij para salir de esta
dificultad: “Podemos sugerir un modelo, el Estado que tiene solamente un ‘corazón’ goza
de mayor grado de unidad que el Estado que posee varios, pese a que el resto de sus
características sean similares.”12 Sería más simple agregar un índice de concentración a

10
Sobre este tema, ver MUIR, op.cit., p.36-39.
11
Harm J. de BLIJ, Systematic Political Geography, sd Edition, John Wiley & Sons Inc. New-York 1973,
p.43 “But again, there is what we might call the danger of the average” en el original (NdT).
12
Harm J. de BLIJ, op.cit. “We might suggest a model; the state that has only one ‘heart’, other things
being equal, enjoys a greater degree of internal unity than a state that possesses several such foci”, en el
original (NdT).

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cada densidad, lo que daría una imagen más fiel de su distribución. 13 En ese caso, la
cuantificación aumenta no solamente la coherencia sino que es útil y significativa.
En cuanto a la estructura demográfica, ésta expresa una idea cercana a la de la posición. Es
la medida exacta en la que la distribución por edad y sexo expresan una “posición”
demográfica que denota la situación de este “recurso” que es la población. Al igual que el
territorio, la estrategia del Estado connota la estructura demográfica a partir de sus
finalidades. De manera caricaturesca, puede decirse que las pirámides con una base amplia
“estrangulada” connotan estrategias con “futuro cerrado”. La generalización es menos
excesiva de lo que podría pensarse. Francia por ejemplo, estos últimos años se inquieta, al
menos en el caso de algunos medios gubernamentales, por la caída en la tasa de natalidad,
que pone en tela de juicio la tasa de reproducción.14 Esos temores se incrementan cuando
se constata la disminución relativa de la proporción del grupo blanco en comparación con
el grupo amarillo o negro. ¡Viejo temor, vieja historia, cierto, pero que parece tener
siempre actualidad!
La composición de la población, vista desde el punto de vista étnico, lingüístico o
religioso, es abordada con frecuencia con categorías de homogeneidad versus
heterogeneidad. La primera es percibida como una condición favorable para la
supervivencia del Estado, mientras que la segunda es una condición más desfavorable para
este propósito. Dicho de otra manera, la estrategia del Estado pretende la homogeneidad y
por eso los índices de diferenciación son tan agudos.15 Se trata de una “lectura estatal” en
la que el Estado busca unificar, volver idénticos a todos por todos los medios. El Estado
teme a las diferencias y, en consecuencia, no quiere ver más que un lado de las cosas.
El lenguaje de la autoridad, de la soberanía no es menos revelador. Está primero el origen
de esta autoridad: ¿procede de un consenso democrático o no? ¿Dicha autoridad está
centralizada o no? ¿Es el origen de un Estado unitario o federal? Incluso si ciertas
condiciones geográficas postulan una u otra cosa, es casi siempre en la evolución histórica
donde se buscan las explicaciones. Y la razón de ello es simple: el carácter unitario de
Francia y el carácter federal de Suiza se adquirieron y formaron en el transcurso de una
evolución que duró siglos. Además, en este punto preciso, el sesgo histórico y el sesgo
funcional de un Hartshorne convergen en el sentido de que el segundo necesita del primero
para apreciar el grado de cohesión de cualquier Estado.
Al terminar este rápido análisis del lenguaje usado, es conveniente precisar que no tenemos
de ninguna manera la intención de aclarar todos los códigos de uso, sino solamente ciertos
mecanismos de codificación de la geo estructura considerada desde la perspectiva política
y, de manera más precisa, desde la perspectiva política del Estado. Nos pareció que el
procedimiento descriptivo de la geografía política se ha orientado sobre todo hacia el
Estado. Después de Ratzel, prácticamente todo el lenguaje fue forjado y organizado en
función del Estado. Dicho de otra manera, hubo una inversión en la gestión. El Estado,
incluso si es la más acabada y molesta de la formas políticas, no es la única. Si el lenguaje
hubiera sido concebido para dar cuenta del poder político y de las relaciones que éste
construye en el espacio y en el tiempo, el Estado habría tenido ciertamente un lugar
privilegiado, pero no ocuparía todo el lugar. Esa es una de las razones por las cuales la
“geografía política”, convertida en geografía del Estado, permaneció marginal y poco
integrada en el corpus geográfico. En lugar de interesarse por cualquier organización
dotada de poder político susceptible de inscribirse en el espacio, la geografía política no
vio -y en consecuencia no hizo el análisis- más que una forma de organización, la del

13
Por ejemplo, supongamos tres países con la misma densidad D que podrían tener los índices 0,3 0,5 ó
0,8 respectivamente.
14
Cf. Sobre este tema, ver las declaraciones de Alfred SAUVY y Michel DEBRE.
15
Ver MUIR, op.cit. p.95.

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Estado. Sin embargo, los signos usados pueden recuperarse para realizar un análisis
multidimensional del poder. Trataremos de demostrarlo. Vimos que esta concepción
unidimensional paradójica en el plano geográfico no lo era en el plano filosófico. En
efecto, desde Hegel el Estado llenó el horizonte de la existencia política. Para escapar de
esa paradoja, se necesita una problemática que trate de volver inteligibles no sólo las
formas investidas de poder, sino las relaciones que determinan estas formas. A la
problemática morfo-funcional es preciso, si no sustituir, cuando menos agregar una
problemática relacional cuyos resultados, si los hay, serán connotativos de aquellos que
emanan de la primera. Cuando decimos “agregar” podría creerse que se trata de una
evolución lineal. No es así, ya que la problemática relacional habría precedido a la
problemática morfo-funcional, lo que la situaría más arriba de ésta última.
La geografía humana se constituyó, entre otros, sobre el principio de diferenciación
espacial a partir del cual algunos tratan hoy de construir axiomas. La geografía política,
concebida como la geografía de las relaciones de poder, podría fundarse en los principios
de simetría y de asimetría en las relaciones entre organizaciones. Es hasta después que
podría construirse una morfología política. La dificultad de dicha tarea reside en el hecho
de que una problemática relacional es difícil de elaborar, por un lado y, por el otro, porque
el poder es aun más difícil de identificar, suponiendo que pudiéramos hacerlo. ¡La tarea
está destinada al fracaso antes de comenzarla! Sí, si no se tiene el ánimo de proponer, más
que un modelo analítico, un esquema y no si se acepta correr el riego de hacerlo. Es ese
riesgo el que vamos a tomar, por varias razones: primero, por el simple gusto de la
aventura intelectual, es decir, por rehusar la reproducción, la repetición incansable;
después, para tratar de demostrar que la relación, con frecuencia evocada en geografía, no
ha sido explotada verdaderamente como concepto; finalmente, por aclarar ese rol del poder
que se manifiesta en todas las acciones humanas.

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