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LA TRANSICIÓN DEMOGRÁFICA

El crecimiento demográfico fue también otro de los impulsos que favorecieron el


proceso de industrialización. Así por ejemplo, tal y como muestra Wrigley, el
crecimiento demográfico de Londres a los largo del siglo XVIII propició la
transformación de la sociedad inglesa. La ampliación de la demanda actuó como un
poderoso estímulo de cara al cambio en el sector agrícola (concretables en la aplicación
de procesos de rotación de cultivos más intensivos y en un impulso al movimiento de
cercamiento de los campos) y a la mejora en los sistemas de transportes, favoreciendo el
desarrollo de un moderno mercado nacional. Del mismo modo, el crecimiento
demográfico de Londres impulso el desarrollo industrial (la minería del carbón, el sector
de la construcción, etc.) y proporcionó mano de obra al sector industrial.

Europa que contaba en 1700 con un total de 110 millones de habitantes, pasa a
188 millones en 1800 y alcanza los 458 millones en 1914. Europa experimentó un
crecimiento de sus cifras absolutas de población y sus tasas de crecimiento,
convirtiéndose en el área más poblada del mundo, con unas densidades de población
relativamente más altas que en otros continentes. No obstante, el crecimiento
demográfico no fue homogéneo a escala regional, siendo Europa Noroccidental la
región que protagonizó un mayor crecimiento. Podemos destacar que la población del
Reino Unido se cuadruplica, la de Alemania casi se triplica, la de Rusia aumenta casi
tres veces y media, mientras que España e Italia no llegan a duplicar su población y
Francia apenas logra incrementar sus efectivos demográficos en un 50 %.

En este largo intervalo temporal que media entre finales del siglo XVIII y la
primera década del siglo XX, Europa abandona el antiguo régimen demográfico
(caracterizado por unas elevadas tasas de natalidad y mortalidad y por unas oscilaciones
cíclicas de crecimiento y recesión) e inicia la transición hacia un nuevo régimen
demográfico, caracterizado por unas bajas tasas de mortalidad y de natalidad, una
elevada supervivencia, y da paso a una expansión rápida y continua de la población (ver
la tabla del Livi Bacci, indicadores demográficos de algunos países europeos, 1800-
1913. p. 138). De la observación de las tasas de natalidad y mortalidad en diversos
países de Europa se desprenden las siguientes conclusiones:

1. En todos los países se produce una caída de ambas tasas.


2. Las tasas de crecimiento natural, calculadas a partir de la diferencia entre las
tasas de natalidad y de mortalidad, superaban por lo general el 10 por mil.
3. Las disparidades entre los países en las tasas de natalidad y de mortalidad.

El proceso de transición demográfica se inicia en los países de Europa occidental


a finales del siglo XVIII con el inicio del control de la mortalidad; otros países como
Italia, España, Alemania y Rusia inician dicho proceso con mayor retraso. El proceso de
modernización demográfica se completa a partir de 1870 con el control de la fecundidad
matrimonial, a excepción de Francia, pionera en el control de los nacimientos.

Los especialistas en historia confirman la atenuación de la incidencia de las


crisis de mortalidad entre finales del siglo XVIII y los años iniciales del siglo XIX. Las
crisis de mortalidad fueron menos severas y frecuentes, sin llegar a desaparecer del todo
(por ejemplo, en 1809 en España, la gran crisis europea de 1817, la crisis de mortalidad
en Irlanda a mediados del siglo XIX, etc.). Durante el siglo XIX, “a los progresos en la
organización económico-social se añaden los obtenidos en el control de las
enfermedades infecciosas, de la vacunación contra la viruela (el descubrimiento de
Jenner se hace público en 1798 y se difunde rápidamente en la primera mitad del siglo
XIX) a la identificación de los agentes patógenos causantes de las enfermedades
infecciosas epidémicas más debilitantes. Fue un progreso laborioso puesto que aún en el
siglo XIX las enfermedades epidémicas (antiguas como la viruela, o nuevas para
Europa, como el cólera) afectaron duramente a la población, de la misma manera que
finalizada la primera guerra mundial lo hará la pandemia de gripe, por no hablar de los
estragos, aún más graves, de las dos guerras mundiales, de las guerras civiles (Unión
Soviética, España), de las deportaciones masivas y del holocausto” 1.

Durante la primera mitad del siglo XIX, pese a los progresos en el control de la
mortalidad extraordinaria, los países que iniciaban el despegue industrial padecieron
graves dificultades de cara al control de las tasas de mortalidad en las nuevas ciudades
industriales. Los gobiernos fueron incapaces de solucionar los problemas de salud
pública en las ciudades. A partir del último cuarto del siglo XIX, las reformas de la
sanidad pública (el inodoro, el alcantarillado, la conducción del agua) desempeñaron un
papel de primer orden de cara a explicar la caída de las tasas de mortalidad. En cuanto al
impacto de la medicina en el control de la mortalidad, Livi Bacci considera que ni la
inmunización ni los procedimientos terapéuticos surtieron efecto antes del siglo XX
(con la excepción comentada de la viruela). “Sin embargo, también es cierto que,
aunque no se disponían de tratamientos específicos eficaces, las ciencias biológicas y
médicas a finales del siglo XIX ya habían sentado las bases de una serie de actuaciones
contra enfermedades infecciosas”, como por ejemplo, el control del agua y de los
alimentos o el aislamiento de los enfermos de cara a la interrupción de la transmisión de
enfermedades.

En cuanto a la atenuación de la mortalidad extraordinaria motivada por las crisis


de mortalidad hay que destacar la existencia de cuatro factores que contribuyeron a
garantizar el aprovisionamiento de alimentos y, en consecuencia, a solventar las
necesidades de consumo básicas a las poblaciones de Europa:

1. Los cambios técnicos en la agricultura: la colonización y cultivo de


nuevas tierras; el aumento de la productividad, que permitió el
aumento del excedente; la introducción y difusión de nuevos cultivos
(patata, maíz, hortalizas, etc.), que permitieron una diversificación de
la dieta.
2. Aumenta la renta de las familias y desciende el porcentaje de la renta
destinada a la adquisición de cereales, aumentando el consumo de
otros productos como la carne.
3. La mejora en los sistemas de transporte y en la organización
comercial, que permitió una distribución más adecuada de los recursos
alimenticios.

En cuanto al control de la mortalidad infantil hay que destacar los éxitos


iniciales anteriores a 1890, que se concretaron en unas tasas de mortalidad infantil
próximas al 150 por mil. A partir de 1890 se logran rebajas substanciales de dichas tasas
gracias a una serie de factores: el recurso a la lactancia artificial se había convertido en

1
LIVI BACCI, M., Historia mínima de la población mundial, Ariel, Barcelona, 1990, p. 114.
un método seguro gracias a la pasteurización de la leche; la depuración de las aguas
había reducido el riesgo de las enfermedades gastrointestinales y se habrían difundido
algunos tratamientos eficaces (difteria).

La explicación del control de la natalidad o fecundidad es bastante más


compleja. La decisión de las parejas de limitar el número de hijos que desean traer al
mundo utilizando diversos métodos anticonceptivos resulta difícil de concretar en una
serie de factores universales o generales. Los especialistas en historia de la población
suelen recurrir de cara a explicar el control de natalidad o fecundidad matrimonial
mediante la realización de un esquema de relaciones entre una serie de variables:

. El control de la natalidad se vinculada con el control de la mortalidad infantil.


A menor mortalidad infantil menor fecundidad.
.El control de la fecundidad se vinculada con las clases sociales, siendo las
clases medias pioneras en la práctica de dicho control.
.El control temprano de la natalidad se relaciona con tasas elevadas de
urbanización. Esto significa que el control de los nacimientos se inicia antes en el
mundo urbano y se extiende, por influencia cultural, desde la ciudad hacia el campo.
Dentro de Europa, el control de la fecundidad se extiende de Francia a otras
regiones desarrolladas de Europa como Cataluña, Piamonte, Liguria, Toscana,
Inglaterra, Alemania, Escandinavia. Se habla de una difusión cultural.
Las tasas de alfabetización y, particularmente, el nivel educativo de las mujeres
se correlaciona negativamente con las tasas de natalidad. A mayor educación menor
fecundidad.

El crecimiento de la población mundial es otra característica de la etapa


contemporánea. En el año 2000, la población mundial alcanzaba la cifra de 6.000
millones de habitantes y se prevé que en el año 2050 se podrían convertir en 9400
millones. El reparto de la población entre países ricos y pobres es muy desigual,
esperándose que la desigualdad crezca como consecuencia de las mayores tasas de
natalidad de los países pobres.

El crecimiento de la población de los países desarrollados se debe al control de


la mortalidad, que ha propiciado el aumento de la esperanza media de vida, y a las
migraciones. En Europa occidental y, en general en los países desarrollados, la
incidencia de la mortalidad por enfermedades epidémicas ha disminuido notablemente.
No obstante, en los años 1918-1919 se vivió un incremento de las cifras de fallecidos
con motivo de la epidemia mundial de gripe. Actualmente, la población mundial se
enfrenta a una nueva amenaza, el Sida, habiéndose logrado un cierto control de los
límites de su desarrollo en el primer mundo y una terrible expansión en países menos
desarrollados. Desde finales del siglo XIX y a lo largo del siglo XX, las mejores
instalaciones sanitarias y médicas han propiciado el control de la mortalidad de carácter
epidémico y han permitido, asimismo, una reducción de la mortalidad posparto y de la
mortalidad infantil. En Europa occidental en 1820 la mortalidad infantil se situaba en
torno a valores del 150-200 por mil y en Japón alrededor del 200 por mil. En los años
noventa del siglo XX las tasas eran del 7 por mil en Europa occidental y del 4 por mil
en Japón. A lo largo del siglo XX, las tasas de natalidad han disminuido en mayor
medida que las tasas de mortalidad. En 1998, las tasas de natalidad eran de alrededor de
un tercio del nivel correspondiente a 1820. Como consecuencia, el crecimiento de la
población es mucho más lento y la estructura demográfica ha cambiado notablemente.
El aumento de la esperanza de vida y las bajas tasas de fecundidad en los países
desarrollados ha propiciado el envejecimiento de la población y ha supuesto un
importante aumento de los gastos de sanidad.

Desde 1820, la población de Latinoamérica ha crecido con mayor rapidez que la


de Europa occidental. Este rápido crecimiento demográfico se debe principalmente a
unas tasas de natalidad más elevadas, puesto que el descenso de las tasas de mortalidad
se inició más tarde y la caída fue menor. Asimismo, la migración de origen europeo con
destino a Latinoamérica explica en parte el diferencial del crecimiento demográfico
anterior a 1913, reduciendo su influencia sobre el crecimiento poblacional desde
entonces.

En cuanto a la evolución demográfica de Estados Unidos, hay que destacar que


desde 1820 la población de dicho país ha crecido a un ritmo notablemente más rápido
que el de los países de Europa occidental. Si bien las tasas de mortalidad han sido
similares, la tasa de natalidad ha seguido siendo más alta en EEUU, aunque ha
descendido tanto como en Europa occidental. La inmigración se ha mantenido en un
alto nivel en EEUU. Antes de los años sesenta, la mayoría de los inmigrantes procedían
de Europa, circunstancia que explica en buena medida el diferencial de crecimiento
demográfico entre Estados Unidos y Europa Occidental.

Desde la segunda mitad del siglo XX, los países pobres han logrado éxitos
notables en el control de la mortalidad. La OMS consiguió reducir el impacto de la
mortalidad provocada por agentes epidémicos en los países menos desarrollados, a
partir de la aplicación de medidas de salud pública como la vacunación, la purificación
del agua y el rociado contra los mosquitos. De cualquier modo, la mortalidad infantil en
los países pobres es diez veces más elevada que la cifrada para los países ricos. Mientras
que en los países ricos no hay problemas de desnutrición infantil, en los países pobres
este problema afecta al 38 por ciento de los niños y el analfabetismo, inexistente en los
países ricos, es de un 39 por ciento en los países pobres. Además, en los países pobres
se siguen manteniendo elevadas tasas de natalidad. Si en Europa la media de hijos por
mujer se cifra en 1.64, en África oriental y occidental se estima un promedio de seis
hijos por mujer.

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