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Europa que contaba en 1700 con un total de 110 millones de habitantes, pasa a
188 millones en 1800 y alcanza los 458 millones en 1914. Europa experimentó un
crecimiento de sus cifras absolutas de población y sus tasas de crecimiento,
convirtiéndose en el área más poblada del mundo, con unas densidades de población
relativamente más altas que en otros continentes. No obstante, el crecimiento
demográfico no fue homogéneo a escala regional, siendo Europa Noroccidental la
región que protagonizó un mayor crecimiento. Podemos destacar que la población del
Reino Unido se cuadruplica, la de Alemania casi se triplica, la de Rusia aumenta casi
tres veces y media, mientras que España e Italia no llegan a duplicar su población y
Francia apenas logra incrementar sus efectivos demográficos en un 50 %.
En este largo intervalo temporal que media entre finales del siglo XVIII y la
primera década del siglo XX, Europa abandona el antiguo régimen demográfico
(caracterizado por unas elevadas tasas de natalidad y mortalidad y por unas oscilaciones
cíclicas de crecimiento y recesión) e inicia la transición hacia un nuevo régimen
demográfico, caracterizado por unas bajas tasas de mortalidad y de natalidad, una
elevada supervivencia, y da paso a una expansión rápida y continua de la población (ver
la tabla del Livi Bacci, indicadores demográficos de algunos países europeos, 1800-
1913. p. 138). De la observación de las tasas de natalidad y mortalidad en diversos
países de Europa se desprenden las siguientes conclusiones:
Durante la primera mitad del siglo XIX, pese a los progresos en el control de la
mortalidad extraordinaria, los países que iniciaban el despegue industrial padecieron
graves dificultades de cara al control de las tasas de mortalidad en las nuevas ciudades
industriales. Los gobiernos fueron incapaces de solucionar los problemas de salud
pública en las ciudades. A partir del último cuarto del siglo XIX, las reformas de la
sanidad pública (el inodoro, el alcantarillado, la conducción del agua) desempeñaron un
papel de primer orden de cara a explicar la caída de las tasas de mortalidad. En cuanto al
impacto de la medicina en el control de la mortalidad, Livi Bacci considera que ni la
inmunización ni los procedimientos terapéuticos surtieron efecto antes del siglo XX
(con la excepción comentada de la viruela). “Sin embargo, también es cierto que,
aunque no se disponían de tratamientos específicos eficaces, las ciencias biológicas y
médicas a finales del siglo XIX ya habían sentado las bases de una serie de actuaciones
contra enfermedades infecciosas”, como por ejemplo, el control del agua y de los
alimentos o el aislamiento de los enfermos de cara a la interrupción de la transmisión de
enfermedades.
1
LIVI BACCI, M., Historia mínima de la población mundial, Ariel, Barcelona, 1990, p. 114.
un método seguro gracias a la pasteurización de la leche; la depuración de las aguas
había reducido el riesgo de las enfermedades gastrointestinales y se habrían difundido
algunos tratamientos eficaces (difteria).
Desde la segunda mitad del siglo XX, los países pobres han logrado éxitos
notables en el control de la mortalidad. La OMS consiguió reducir el impacto de la
mortalidad provocada por agentes epidémicos en los países menos desarrollados, a
partir de la aplicación de medidas de salud pública como la vacunación, la purificación
del agua y el rociado contra los mosquitos. De cualquier modo, la mortalidad infantil en
los países pobres es diez veces más elevada que la cifrada para los países ricos. Mientras
que en los países ricos no hay problemas de desnutrición infantil, en los países pobres
este problema afecta al 38 por ciento de los niños y el analfabetismo, inexistente en los
países ricos, es de un 39 por ciento en los países pobres. Además, en los países pobres
se siguen manteniendo elevadas tasas de natalidad. Si en Europa la media de hijos por
mujer se cifra en 1.64, en África oriental y occidental se estima un promedio de seis
hijos por mujer.