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Introducción
Desarrollo humano es el proceso de actualización del potencial del hombre. Dicho proceso
incluye la individuación progresiva que ocurre de la niñez a la adultez, y la expansión de la
conciencia conducente a la reintegración con el Ser. Hasta aquí se enuncian tres aspectos
diferentes que conviene explicar.
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preferiblemente en la totalidad y no únicamente en parcialidades o en territorios aislados. Debe ser
un desarrollo cualitativamente abarcador e integral, pues, de otro modo, sobrevienen desequilibrios
y limitantes que impiden al individuo experimentar una sana plenitud.
Naturaleza
Sociedad/Cultura
Cuerpo
Emoción
Áreas del Desarrollo Humano
Mente
Espíritu
2. Autorrealización o Individuación
El segundo aspecto -el de individuación progresiva que acompaña la fase de maduración
hasta la edad adulta- consiste en un proceso psicológico, interno, relacionado con la conformación
del propio ego o yo personal. El ego puede describirse como una cristalización del plasma psíquico,
es decir, como un núcleo mental cuya frontera la define y traza el individuo en el curso de su vida,
a medida en que va tomando conciencia de sí mismo y va precisando su propia identidad. En otras
palabras, lo va delimitando conforme se va respondiendo la pregunta: «¿quién soy?». A ella
contesta la persona estableciendo una frontera entre aquello con lo cual se identifica, y aquello con
lo que no. Ken Wilber sostiene que cuando uno responde a la pregunta «¿quién soy?», lo que en
realidad hace, a sabiendas o no, «es trazar una línea o límite mental que atraviesa en su totalidad
el campo de la experiencia, y a todo lo que queda dentro de ese límite lo percibe como “yo mismo”
o lo llama así, mientras siente que todo lo que está por fuera del límite queda excluido del “yo
mismo”. En otras palabras, nuestra identidad depende totalmente del lugar por donde pasemos la
línea limítrofe»3. De hecho, la frontera puede modificarse, y eso es lo que muchas veces realiza la
persona mientras va madurando, hasta dejar estructurado, de un modo más o menos estable, lo
que él considera que es su yo o su ego.
El ego constituye un núcleo personal desde el cual el individuo interactúa con el entorno. Sin
este núcleo, por ejemplo, la persona no puede definir y afianzar cabalmente un eje de vida propio,
dado que no le es posible asignarse a sí misma una misión de vida sin haber configurado una
identidad propia y sin haber alcanzado una conciencia de su propia historicidad; conciencia que, a
3
WILBER, Ken. La conciencia sin fronteras, Kairós, Barcelona, 1998, pág. 17.
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su vez, no se adquiere sino hasta cuando la persona se percata de su permanencia y de su
proyección en el tiempo. Un individuo no puede asumir lúcidamente una responsabilidad si no tiene
conciencia de su propio ego personal: ego cuya consolidación se va produciendo a medida en que
la persona va adquiriendo conciencia de su responsabilidad sobre sí misma. La identificación con
ese ego le permite operar sobre sus propios pensamientos, sus emociones y su organismo o
cuerpo físico. Ahora bien, ese proceso de adquisición de una conciencia de la propia individualidad
se halla estrechamente vinculado a un progresivo conocimiento de sí mismo.
La culminación de ese movimiento de individuación progresiva que conduce a la cristalización
de un yo personal no es, sin embargo, garantía alguna de acceso a una completa o absoluta
realización. Como lo ha advertido Erich Fromm, es precisamente en el momento en que el hombre
concluye su proceso de individuación cuando alcanza la conciencia plena de su separatividad, de su
separación frente al entorno, y de su soledad y aislamiento 4. Es en este nivel del desarrollo cuando
el «otro», esto es, el entorno social y natural, se convierten en una amenaza potencial. Aquí aflora
de un modo más sensible el miedo a la muerte y un cierto nivel de angustia existencial.
Puede ocurrir, también, que la persona «construya» una imagen de sí misma enajenando
partes importantes de su psique, lo que la lleva a sentirse aún más escindida, separada del mundo,
y angustiada por la necesidad de mantener una imagen demasiado limitada o restringida –y a
menudo inexacta- de sí misma. Esto ocurre por ejemplo, cuando el individuo excluye o niega de su
ego todo aquello que no acepta de sí mismo: rasgos físicos, actitudes, comportamientos,
sentimientos, pulsiones e impulsos básicos, carencias emocionales o afectivas, etc., relegando todo
este equipaje al inconsciente o a lo que Jung ha llamado «la sombra». Desde luego, la negación de
todos estos aspectos en modo alguno elimina su existencia, por lo que entran a hacer parte de un
sótano oscuro de la personalidad, de un ego enajenado que, tarde o temprano, la persona necesita
recuperar para reconciliarse consigo misma. El rescate e integración de las distintas instancias
negadas, separadas o marginadas del sí mismo, es una tarea necesaria para que la persona logre
alcanzar un estadio de relativa plenitud, y la realización de este proceso forma parte del itinerario
que ha de seguir todo ser humano para liberar su tendencia actualizante y darle un curso
consciente a la misma.
3. Integración Cósmica
Pero el que la persona recupere las zonas enajenadas de su ego y adquiera una completa
identificación con su totalidad orgánica y psíquica no es tampoco una garantía de bienestar
integral, sino de una plenitud relativa, ya que el ser humano no accede a una completa o absoluta
realización, si no es culminando un proceso aún más abarcador y profundo de perfeccionamiento
que lo lleva de regreso a su fuente de origen, es decir, al Ser Primordial o Causa Primera.
La concepción del hombre como una criatura inmersa en un proceso de evolución cósmica
que avanza hacia la unicidad absoluta y la identificación con el Todo, está presente en las
principales corrientes filosóficas y religiosas de Oriente y Occidente, y es una idea guía dentro de la
llamada filosofía perenne. A este sendero de progresivo acercamiento e identificación con el Ser es
a lo que se refiere el tercer aspecto de nuestra definición de desarrollo humano. Como se verá
luego, el modo de acceder a este estado de identificación total con el Ser universal implica,
precisamente, que el individuo trascienda concientemente su propio ego o, lo que es igual, amplíe
las fronteras del mismo hasta alcanzar no sólo la identificación con la totalidad de su organismo
físico y psíquico -sin la exclusión o negación (conciente o inconsciente) de ninguna área de su
propia manifestación existencial-, sino también la identificación con el entorno. Esto significa que
una vez alcanzado el estado de completa recuperación e identificación de su manifestación
psicofísica, el individuo puede dar un paso más e identificarse con la unidad que subyace a las
manifestaciones fenoménicas que conforman el Cosmos. En este caso desaparecen los límites entre
4
Cfr. FROMM, Erich. El miedo a la libertad, Paidós, Barcelona, 1989, cap. II.
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el yo y lo otro, y son trascendidas la dualidad sujeto-objeto, así como la naturaleza plural y móvil
del universo. Cumplida esta dinámica se han actualizado las potencialidades que hacen tender al
hombre a su realización teleológica.
En otras palabras, el tercer aspecto del desarrollo humano implica tanto el ingreso en una fase
post-egoica, así como el recorrido por la misma hasta que el aislamiento es trascendido y el individuo
se identifica con la Totalidad, esto es, con la Realidad Absoluta.
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su propio desarrollo, su propia superación, o lo que es igual, su propio perfeccionamiento, debe
emprender una serie de acciones concretas y observables, de auténticos cambios de conductas y
actitudes encaminados a hacer de sí misma una persona más sana, sensible, responsable, amorosa
y, en síntesis, más virtuosa y feliz.
La ciencia del Desarrollo Humano busca los medios propicios que faciliten a la persona las
mutaciones necesarias para el despliegue de sus potencialidades.
Como señalan Papalia y Olds, «al examinar cómo evoluciona la vida de las personas, [los
científicos] han aprendido mucho acerca de lo que ellas necesitan para desarrollarse normalmente,
cómo reaccionan a las influencias internas y externas y cómo pueden desarrollar mejor su potencial
como individuos y como especie» 6. De ahí que el desarrollo humano pueda ser abordado desde dos
perspectivas distintas: una ontogenética, es decir, centrada en la evolución del individuo, y otra
paleontogenética o filogenética, focalizada en la evolución del hombre como especie.
Desde esta segunda óptica, el ser humano está inmerso en un proceso evolutivo, del cual él
mismo es un resultado temporal y parcial. En otras palabras, el hombre representa uno de los
múltiples niveles de integración de la materia y la conciencia en el universo.
Según la filosofía perenne, el humano es apenas un peldaño o eslabón evolutivo dentro de
una larga cadena que comienza y termina en la Divinidad o Supremo Ser. Comienza en el Ser
Absoluto en el momento en que éste despliega la Creación dando origen a un proceso de
involución-evolución, y termina en Él mismo cuando el proceso evolutivo se ha cumplido
totalmente.
No obstante, la evolución del ser humano (del genus hommo), en lo que a su conciencia se
refiere, se verifica en las transformaciones que realizan los individuos particulares y concretos, lo
cual quiere decir que el desarrollo humano se ocupa de promover en el individuo los cambios en
virtud de los cuales evoluciona la especie. Lo anterior significa que la evolución humana es ahora
un proceso de cambio consciente, que puede ser dirigido por la voluntad hacia una meta deseable.
Como el primer sujeto de responsabilidad es el individuo mismo –pues no puede ayudar a otros si
él mismo no logra auxiliarse-, uno de los primeros pasos que deben darse en el proceso de
desarrollo humano es alcanzar un nivel básico de libertad e independencia para poder realizar las
acciones encaminadas a la propia superación.
En resumen, un individuo no se transforma en una persona más plena si no es adoptando hábitos sanos
de vida. Estos hábitos positivos constituyen las virtudes indispensables para hacer del hombre un ser más
equilibrado y feliz. La elevación del individuo a un nivel de desarrollo superior solamente es posible
mediante una transformación de su personalidad; mudanza que, como ya se ha dicho, implica necesariamente
una serie de modificaciones actitudinales y conductuales que deben reflejarse en su vida cotidiana. La
plenitud de la persona es mayor cuando conoce y comprende las leyes que rigen la vida y la existencia, y
posee la voluntad para actuar en armonía con ellas. El desarrollo humano debe llevar al individuo a cumplir
estos dos objetivos (ampliación del conocimiento y fortalecimiento de la voluntad), lo cual, necesariamente
se traduce en una expansión de la conciencia.
6
Cfr. PAPALIA, Diane E. y OLDS, Sally Wendkos. Desarrollo Humano, McGraw-Hill, Santafé de Bogotá, 1997, pág. 4.
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