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EL CONCEPTO DE DESARROLLO HUMANO

¿Qué es el Desarrollo Humano?


Por: Juan Carlos Bedoya Chacón

Introducción
Desarrollo humano es el proceso de actualización del potencial del hombre. Dicho proceso
incluye la individuación progresiva que ocurre de la niñez a la adultez, y la expansión de la
conciencia conducente a la reintegración con el Ser. Hasta aquí se enuncian tres aspectos
diferentes que conviene explicar.

1. La actualización de las potencialidades


El primero de ellos hace referencia a la actualización de las potencialidades del ser humano,
proceso que obedece a una tendencia natural del individuo a alcanzar su plenitud. Existe en la
naturaleza una visible disposición evolutiva que progresa ordenadamente desde lo simple a lo
complejo, desde estructuras superficiales a otras más profundas, y desde niveles de conciencia
incipientes hasta esferas donde la percatación de la realidad es más vasta y de mayor hondura. El
ser humano participa de esta dinámica, a la que autores como Maslow, Allport, Rogers, Goldstein y
Fromm, entre otros, denominan tendencia actualizadora (o actualizante). Rogers la define como
una corriente fundamental de movimiento que posee todo organismo (a cualquier nivel) hacia la
realización constructiva de sus posibilidades intrínsecas 1. De hecho, este impulso o potencia
formativa es una condición de la vida misma, y, como lo enuncia el citado psicólogo
norteamericano, «la tendencia de actualización puede ser desbaratada o retorcida, pero no puede
ser destruida sin destruir el organismo»2.
El proceso de actualización de las potencialidades humanas se desenvuelve en seis áreas: física,
emocional, intelectual, espiritual, natural y sociocultural, cada una de las cuales se encuentra en
estrecha interrelación con las restantes, de modo que es prácticamente imposible el desarrollo
exclusivo de una de ellas, o el sano cultivo de algunas en detrimento de otras.
Cuando la atención del individuo se concentra únicamente en una o algunas de estas áreas,
no alcanza el desarrollo pleno de las mismas. Por ejemplo, una persona que se dedique solamente
al cultivo de su área intelectual-cognoscitiva, y descuide las demás, verá limitada y opacada su
tarea por diversas causas. Su salud física puede derrumbarse hasta el punto de que sus dolencias
le hagan impracticable el ejercitamiento del intelecto. La falta de cultivo emocional puede
obstaculizar su claridad mental y entrabar el buen curso de sus reflexiones. La carencia de un
cultivo espiritual puede dejar sin dirección o sin sentido su quehacer; y el descuido del área social
inhabilitará a la persona para comunicarse con el entorno humano. Por demás está decir que esta
última circunstancia constituiría un enorme obstáculo para el desarrollo mismo de esa área
intelectual-cognoscitiva que el individuo está empeñado en estimular, pues el flujo del
conocimiento se vería bloqueado, y la persona encontraría una gran dificultad tanto para acceder a
nuevas fuentes, como para verter a otros el fruto de sus reflexiones. El mismo balance podría
sacarse del cultivo exclusivo de cualquiera de los otros niveles.
Lo anterior indica que el desarrollo humano es un despliegue integral de áreas y facultades
que abarcan la totalidad de la persona. El hombre es un todo superior a la suma de sus partes,
conforme lo señala el enfoque holístico. Su desarrollo, por consiguiente, debe cumplirse
1
Cfr. ROGERS, Carl. El camino del Ser, Kairós, Barcelona, 1995, pág. 63.
2
Ibídem, pág. 64.

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preferiblemente en la totalidad y no únicamente en parcialidades o en territorios aislados. Debe ser
un desarrollo cualitativamente abarcador e integral, pues, de otro modo, sobrevienen desequilibrios
y limitantes que impiden al individuo experimentar una sana plenitud.

Naturaleza

Sociedad/Cultura
Cuerpo

Emoción
Áreas del Desarrollo Humano
Mente

Espíritu

2. Autorrealización o Individuación
El segundo aspecto -el de individuación progresiva que acompaña la fase de maduración
hasta la edad adulta- consiste en un proceso psicológico, interno, relacionado con la conformación
del propio ego o yo personal. El ego puede describirse como una cristalización del plasma psíquico,
es decir, como un núcleo mental cuya frontera la define y traza el individuo en el curso de su vida,
a medida en que va tomando conciencia de sí mismo y va precisando su propia identidad. En otras
palabras, lo va delimitando conforme se va respondiendo la pregunta: «¿quién soy?». A ella
contesta la persona estableciendo una frontera entre aquello con lo cual se identifica, y aquello con
lo que no. Ken Wilber sostiene que cuando uno responde a la pregunta «¿quién soy?», lo que en
realidad hace, a sabiendas o no, «es trazar una línea o límite mental que atraviesa en su totalidad
el campo de la experiencia, y a todo lo que queda dentro de ese límite lo percibe como “yo mismo”
o lo llama así, mientras siente que todo lo que está por fuera del límite queda excluido del “yo
mismo”. En otras palabras, nuestra identidad depende totalmente del lugar por donde pasemos la
línea limítrofe»3. De hecho, la frontera puede modificarse, y eso es lo que muchas veces realiza la
persona mientras va madurando, hasta dejar estructurado, de un modo más o menos estable, lo
que él considera que es su yo o su ego.
El ego constituye un núcleo personal desde el cual el individuo interactúa con el entorno. Sin
este núcleo, por ejemplo, la persona no puede definir y afianzar cabalmente un eje de vida propio,
dado que no le es posible asignarse a sí misma una misión de vida sin haber configurado una
identidad propia y sin haber alcanzado una conciencia de su propia historicidad; conciencia que, a
3
WILBER, Ken. La conciencia sin fronteras, Kairós, Barcelona, 1998, pág. 17.

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su vez, no se adquiere sino hasta cuando la persona se percata de su permanencia y de su
proyección en el tiempo. Un individuo no puede asumir lúcidamente una responsabilidad si no tiene
conciencia de su propio ego personal: ego cuya consolidación se va produciendo a medida en que
la persona va adquiriendo conciencia de su responsabilidad sobre sí misma. La identificación con
ese ego le permite operar sobre sus propios pensamientos, sus emociones y su organismo o
cuerpo físico. Ahora bien, ese proceso de adquisición de una conciencia de la propia individualidad
se halla estrechamente vinculado a un progresivo conocimiento de sí mismo.
La culminación de ese movimiento de individuación progresiva que conduce a la cristalización
de un yo personal no es, sin embargo, garantía alguna de acceso a una completa o absoluta
realización. Como lo ha advertido Erich Fromm, es precisamente en el momento en que el hombre
concluye su proceso de individuación cuando alcanza la conciencia plena de su separatividad, de su
separación frente al entorno, y de su soledad y aislamiento 4. Es en este nivel del desarrollo cuando
el «otro», esto es, el entorno social y natural, se convierten en una amenaza potencial. Aquí aflora
de un modo más sensible el miedo a la muerte y un cierto nivel de angustia existencial.
Puede ocurrir, también, que la persona «construya» una imagen de sí misma enajenando
partes importantes de su psique, lo que la lleva a sentirse aún más escindida, separada del mundo,
y angustiada por la necesidad de mantener una imagen demasiado limitada o restringida –y a
menudo inexacta- de sí misma. Esto ocurre por ejemplo, cuando el individuo excluye o niega de su
ego todo aquello que no acepta de sí mismo: rasgos físicos, actitudes, comportamientos,
sentimientos, pulsiones e impulsos básicos, carencias emocionales o afectivas, etc., relegando todo
este equipaje al inconsciente o a lo que Jung ha llamado «la sombra». Desde luego, la negación de
todos estos aspectos en modo alguno elimina su existencia, por lo que entran a hacer parte de un
sótano oscuro de la personalidad, de un ego enajenado que, tarde o temprano, la persona necesita
recuperar para reconciliarse consigo misma. El rescate e integración de las distintas instancias
negadas, separadas o marginadas del sí mismo, es una tarea necesaria para que la persona logre
alcanzar un estadio de relativa plenitud, y la realización de este proceso forma parte del itinerario
que ha de seguir todo ser humano para liberar su tendencia actualizante y darle un curso
consciente a la misma.

3. Integración Cósmica
Pero el que la persona recupere las zonas enajenadas de su ego y adquiera una completa
identificación con su totalidad orgánica y psíquica no es tampoco una garantía de bienestar
integral, sino de una plenitud relativa, ya que el ser humano no accede a una completa o absoluta
realización, si no es culminando un proceso aún más abarcador y profundo de perfeccionamiento
que lo lleva de regreso a su fuente de origen, es decir, al Ser Primordial o Causa Primera.
La concepción del hombre como una criatura inmersa en un proceso de evolución cósmica
que avanza hacia la unicidad absoluta y la identificación con el Todo, está presente en las
principales corrientes filosóficas y religiosas de Oriente y Occidente, y es una idea guía dentro de la
llamada filosofía perenne. A este sendero de progresivo acercamiento e identificación con el Ser es
a lo que se refiere el tercer aspecto de nuestra definición de desarrollo humano. Como se verá
luego, el modo de acceder a este estado de identificación total con el Ser universal implica,
precisamente, que el individuo trascienda concientemente su propio ego o, lo que es igual, amplíe
las fronteras del mismo hasta alcanzar no sólo la identificación con la totalidad de su organismo
físico y psíquico -sin la exclusión o negación (conciente o inconsciente) de ninguna área de su
propia manifestación existencial-, sino también la identificación con el entorno. Esto significa que
una vez alcanzado el estado de completa recuperación e identificación de su manifestación
psicofísica, el individuo puede dar un paso más e identificarse con la unidad que subyace a las
manifestaciones fenoménicas que conforman el Cosmos. En este caso desaparecen los límites entre
4
Cfr. FROMM, Erich. El miedo a la libertad, Paidós, Barcelona, 1989, cap. II.

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el yo y lo otro, y son trascendidas la dualidad sujeto-objeto, así como la naturaleza plural y móvil
del universo. Cumplida esta dinámica se han actualizado las potencialidades que hacen tender al
hombre a su realización teleológica.
En otras palabras, el tercer aspecto del desarrollo humano implica tanto el ingreso en una fase
post-egoica, así como el recorrido por la misma hasta que el aislamiento es trascendido y el individuo
se identifica con la Totalidad, esto es, con la Realidad Absoluta.

La dinámica del desarrollo humano


Una vez indicadas las áreas y las direcciones en que se produce el desarrollo de la persona,
puede ser abordado el modo en que se lleva a cabo este despliegue. Todo desarrollo es procesual,
y todo proceso conlleva un cambio, una transformación. Cuando el hombre se desarrolla realiza
cambios cuantitativos tales como el aumento de peso o de estatura, o como el incremento en el
número de sus conocimientos y habilidades; y cambios cualitativos como los que se dan en la
inteligencia del individuo, o en sus actitudes y rasgos psicológicos. Por otra parte, dadas las
intrincadas relaciones que imperan entre la materia y la mente, toda transformación mental se
manifiesta en cambios físicos concretos, y todo cambio físico trae consigo modificaciones psíquicas.
Similar es la correspondencia existente entre las conductas (el accionar de la persona en el mundo)
y las actitudes (tendencias o disposiciones mentales a realizar determinadas conductas). Así, todo
cambio sensible en el modo de obrar de un individuo en el plano físico reporta, a quien lo realiza,
ciertas transformaciones mentales. Por lo tanto, cuando un individuo se desarrolla integralmente,
experimenta mutaciones verificables interna y externamente.
No hay desarrollo sin transformación integral de la persona.
Ahora bien, al principio, durante las primeras etapas de la vida humana, el desarrollo del
individuo constituye un proceso de cambios involuntarios, producto de leyes biológicas y
psicológicas más o menos automáticas. Ello indica que el niño crece física y psicológicamente sin
que el proceso sea fruto de una decisión propia, lo cual no significa que el infante no realice un
esfuerzo participativo en su desarrollo. Como afirma Juan Delval, «es fácil pensar que el niño se
desarrolla de una forma natural y espontánea gracias a sus potencialidades internas y a la
influencia del ambiente, y olvidar la participación activa que tiene cada individuo en su propio
desarrollo»5. Es evidente que el infante participa en el proceso, pero sin una plena percatación de
las causas que originan sus transformaciones, ni de los propósitos de quienes las facilitan (padres,
maestros, etc.). Más aún, al niño ni siquiera le es dable escoger la dirección de su desarrollo. No
obstante, al alcanzar un cierto nivel de madurez, la persona puede tomar conciencia de su
capacidad de autodeterminación y asumir conscientemente su proceso de desarrollo, convirtiéndolo
en un avance deliberado y dirigido.
Generalmente, cuando el individuo decide asumir el control de su propio crecimiento, el
proceso puede acelerarse y su superación hacerse más visible. La adhesión del entendimiento al
desarrollo humano individual constituye un paso definitivo en el proceso, pues lo vincula a la
conciencia y lo potencia considerablemente. Pero esa potencialización del desarrollo personal sólo
puede actualizarla el individuo atreviéndose a operar los cambios convenientes para hacer realidad
su crecimiento. La voluntad, pues, juega un papel capital en el desarrollo consciente del ser
humano. Un conocimiento profundo de las propias capacidades y limitaciones, resulta estéril si no
va acompañado por una constante actitud de superación en todos los niveles, por un desempeño
más consciente y equilibrado en todos los ámbitos de la vida diaria y, lo más importante, por una
férrea determinación para operar los cambios necesarios y convenientes al logro de una
personalidad más plena y madura. Quien decide voluntaria y conscientemente tomar en sus manos
5
DELVAL, Juan. El desarrollo humano, Siglo Veintiuno, México, 1998, pág. 19.

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su propio desarrollo, su propia superación, o lo que es igual, su propio perfeccionamiento, debe
emprender una serie de acciones concretas y observables, de auténticos cambios de conductas y
actitudes encaminados a hacer de sí misma una persona más sana, sensible, responsable, amorosa
y, en síntesis, más virtuosa y feliz.
La ciencia del Desarrollo Humano busca los medios propicios que faciliten a la persona las
mutaciones necesarias para el despliegue de sus potencialidades.
Como señalan Papalia y Olds, «al examinar cómo evoluciona la vida de las personas, [los
científicos] han aprendido mucho acerca de lo que ellas necesitan para desarrollarse normalmente,
cómo reaccionan a las influencias internas y externas y cómo pueden desarrollar mejor su potencial
como individuos y como especie» 6. De ahí que el desarrollo humano pueda ser abordado desde dos
perspectivas distintas: una ontogenética, es decir, centrada en la evolución del individuo, y otra
paleontogenética o filogenética, focalizada en la evolución del hombre como especie.
Desde esta segunda óptica, el ser humano está inmerso en un proceso evolutivo, del cual él
mismo es un resultado temporal y parcial. En otras palabras, el hombre representa uno de los
múltiples niveles de integración de la materia y la conciencia en el universo.
Según la filosofía perenne, el humano es apenas un peldaño o eslabón evolutivo dentro de
una larga cadena que comienza y termina en la Divinidad o Supremo Ser. Comienza en el Ser
Absoluto en el momento en que éste despliega la Creación dando origen a un proceso de
involución-evolución, y termina en Él mismo cuando el proceso evolutivo se ha cumplido
totalmente.
No obstante, la evolución del ser humano (del genus hommo), en lo que a su conciencia se
refiere, se verifica en las transformaciones que realizan los individuos particulares y concretos, lo
cual quiere decir que el desarrollo humano se ocupa de promover en el individuo los cambios en
virtud de los cuales evoluciona la especie. Lo anterior significa que la evolución humana es ahora
un proceso de cambio consciente, que puede ser dirigido por la voluntad hacia una meta deseable.
Como el primer sujeto de responsabilidad es el individuo mismo –pues no puede ayudar a otros si
él mismo no logra auxiliarse-, uno de los primeros pasos que deben darse en el proceso de
desarrollo humano es alcanzar un nivel básico de libertad e independencia para poder realizar las
acciones encaminadas a la propia superación.
En resumen, un individuo no se transforma en una persona más plena si no es adoptando hábitos sanos
de vida. Estos hábitos positivos constituyen las virtudes indispensables para hacer del hombre un ser más
equilibrado y feliz. La elevación del individuo a un nivel de desarrollo superior solamente es posible
mediante una transformación de su personalidad; mudanza que, como ya se ha dicho, implica necesariamente
una serie de modificaciones actitudinales y conductuales que deben reflejarse en su vida cotidiana. La
plenitud de la persona es mayor cuando conoce y comprende las leyes que rigen la vida y la existencia, y
posee la voluntad para actuar en armonía con ellas. El desarrollo humano debe llevar al individuo a cumplir
estos dos objetivos (ampliación del conocimiento y fortalecimiento de la voluntad), lo cual, necesariamente
se traduce en una expansión de la conciencia.

6
Cfr. PAPALIA, Diane E. y OLDS, Sally Wendkos. Desarrollo Humano, McGraw-Hill, Santafé de Bogotá, 1997, pág. 4.

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