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Carlos Tenorio

25 de noviembre 2022

Resumen del capítulo 5


Divorcio eclesiástico y violencia de pareja: Tendencias y percepciones en Costa Rica (1800-1889)

La idea principal de este capítulo es que entre 1800 y 1889 se valoraba más el ideal de
matrimonio por compañerismo y afecto. Este modelo privilegiaba la idea de un esposo
proveedor y autosuficiente y una esposa dependiente y ama de casa. El estado liberal promovió
que las autoridades ejercieran una regulación moral doméstica y promovieron los ideales
burgueses de la familia y el matrimonio. Se les facilitó a las mujeres acceso al aparato legal para
que expusieran sus discordias matrimoniales. Se moderó el poder patriarcal debido al fracaso
masculino de vivir el ideal de compañerismo. Pero durante la época, se reforzaron los roles de
género. El artículo presenta los cambios en las percepciones sobre el matrimonio, el divorcio y
la violencia de pareja.

Durante este periodo a nivel de Europa y EE.UU. la tendencia era un aumento de las
denuncias de divorcio eclesiástico y anulaciones matrimoniales (únicos recursos legales
aceptados tanto por la iglesia católica y el estado). Costa Rica siguió esta tendencia también.
Las mujeres contaban con más instrumentos legales para denunciar los abusos de sus esposos.
Cabe destacar que a pesar de lo costoso de los tramites, en Costa Rica, todos los sectores
sociales tenían acceso a presentar sus denuncias (un 66,6% de sectores medios o acomodados y
un 33,4% de los sectores populares). Cuando presentaban las denuncias las esposas reportaban
que sus oficios eran “el propio oficio de su sexo” o “de oficio mujeril” (oficios domésticos). Los
oficios de los hombres eran agricultores, labradores, artesanos, empleados públicos y
comerciantes.

Aparentemente, la iglesia católica no solamente subsidió los gastos del proceso judicial
de las personas menos privilegiadas, sino que algunas veces también ayudó en la manutención
de la familia en caso de pobreza extrema. Las mujeres también acudían a sus familiares, amigos
o vecinos para conseguir préstamos y poder hacerles frente a los costos del proceso. Cabe
destacar que el divorcio eclesiástico no solamente era costoso y prolongado (3 meses a 5 años),
sino que era un recurso limitado y difícil de obtener su autorización.

El Código General de 1841 aumentó la participación de las autoridades civiles y a hacer


más ágiles los procedimientos judiciales al determinar los plazos para fijar las sentencias con
más exactitud. Sin embargo, para las autoridades eclesiásticas el divorcio seguía siendo un mal
que debía evitarse. A partir de 1888, se pudo comenzar a dar el matrimonio, la separación y el
divorcio civil con la entrada en vigor del Código Civil de 1888. En apariencia este código fue
resultado de dos contratos de separación judicial realizados por un notario público de dos
parejas de las altas jerarquías sociales entre los años 1870 y 1880. Este mecanismo se
popularizó y sobrepasó la capacidad jurídica del Tribunal Eclesiástico.

Las denuncias más frecuentes, sin importar el estatus social, que hacían las mujeres de
la época eran el abuso físico y verbal (un 42%), el abandono y la falta de alimento y vestido
(27,6), la infidelidad del marido (8,9%), amenazas de muerte (13,3%) y que eran amigos del
vicio y del alcohol (7,9%). Desde el punto de vista de la iglesia católica, la causal de violencia
solo calificaba cuando el abuso era “excesivo” y cuando se demostraba que la vida del cónyuge
estaba en peligro. Pero la mayoría de las veces las lesiones en el cuerpo de la mujer eran
percibidas como leves y como desavenencias. Se tendía a responsabilizar a la mujer y a pedirle
que se reconciliara con su marido para evitar el escándalo público y para que diera buen
ejemplo. Solamente cuando se llegaba al borde casi de la muerte de la mujer era que se le
otorgaba la autorización de divorcio. En aquella época, socialmente se aceptaba que el marido
tenía derecho de corregir y de exigirle a la esposa obediencia y sumisión. En el Código General
de 1841, se avanzó en reconocer como abuso grave si las lesiones causadas por el marido le
imposibilitaban trabajar a la mujer (cogiendo café). El capítulo presenta casos de agresión que
se hoy se consideran gravísimos pero que para el Tribunal Eclesiástico se podían resolver con ir
a misa y buscar consejo de personas religiosas.
La segunda causal que se presentaba en aquella época para solicitar el divorcio era la
falta de sostén económico. El hombre era considerado el principal proveedor de la familia.
Aparentemente había un periodo de “deposito” (en el proceso) cuando los esposos de manera
revanchista se negaban a dar la manutención a la familia alegando que ya llevaban mucho
tiempo separados y que no tenía por qué mantener a su familia. Fue hasta el Código General de
1841 que se les permitió a las esposas entablar una demanda de divorcio con base en la causal
de abandono y falta de alimentos. Esto fue reforzado por la Ley de Pensiones Alimenticias de
1867 cuando las esposas podían presentar denuncias en las alcaldías y en la policía. La ley así
enfatizaba, por un lado, el rol masculino de proveedor, pero no su rol en la crianza y la
educación de sus hijos. Por otro lado, exigía que las mujeres cumplieran con su papel de madre
y que soportaran los abusos como sacrificio para mantener el fin del matrimonio y garantizar la
armonía y la estabilidad de la familia. Cabe destacar que en aquel entonces la legislación
eclesiástica no aceptaba las causales de abandono ni de alimento para autorizar el divorcio.

La tercera causal era el concubinato escandaloso (tener hijos con las concubinas). Desde
la Colonia y hasta el Código Penal de 1941, no existía en la ley civil sanción para los adúlteros.
La penalización recaía sobre la “amanceba” (era desterrada mientras viviera la esposa). Cuando
entró en vigor este código, si se demostraba la causal, el hombre podría ser encarcelado o
multado. Sin embargo, el adulterio femenino era penado y con solo un desliz el esposo podía
demandar a su esposa judicialmente. Por otro lado, la iglesia católica sí sancionaba fuertemente
en la práctica el adulterio y el concubinato escandaloso de ambos géneros, aunque en su
legislación solo se consideraba causal de divorcio el adulterio femenino.

Las mujeres de la época reproducían en sus alegatos elementos de ideal del matrimonio
(cónyuge cabeza de familia y proveedor). Ellas apelaban al modelo del esposo capaz de
ofrecerles apoyo, respeto, cariño y ser un proveedor autosuficiente. Por otro lado, los maridos,
tendieron a enfatizar elementos del ideal patriarcal del matrimonio (una mujer sumisa,
obediente y dedicada a las labores domésticas), alegaban en primer lugar la causal de adulterio,
las quejas por abandono y maltrato ejercido por las esposas poniendo énfasis en le maltrato
verbal y finalmente por la causal de prostitución de las esposas a partir de la segunda mitad del
siglo XIX.

En cuanto a la separación civil, no fue hasta el Código General de 1841 cuando se


comenzó a hablar de la “sociedad conyugal”, la cual podía constituirse y disolverse por divorcio
entre otras causales. Esto abrió la puerta a los acuerdos de disolución donde los cónyuges
podían suscribir un convenio de separación por mutuo consentimiento. Estos acuerdos, no
fueron frecuentes; pero, estos sirvieron como precedentes para que el Código Civil de 1888
flexibilizara los procesos de separación y divorcio. Cabe resaltar que el Código General de 1841
todavía autorizaba a los esposos a controlar los bienes de sus esposas y debían autorizar
cualquier transacción que se fuera a hacer con ellos.

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