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BRUNDAGE, James A.

: LA LEY, EL SEXO Y LA SOCIEDAD CRISTIANA EN LA


EUROPA MEDIEVAL. CAP. V: La época de la reforma eclesiástica, el resurgimiento
intelectual y la urbanización.
Hacia mediados y finales del siglo XI y comienzos del XII se produce en distintas partes de
Europa cambios importantes en cuanto a urbanización, reurbanización de algunas ciudades
y en paralelo unas modificaciones socio-económicas importantes como el desarrollo y
ampliación de las relaciones comerciales entre las ciudades que iban en aumento
demográfico por el mismo proceso. Fue en ese contexto, en el que surge un movimiento
eclesiástico reformista que tenía como objetivos reorganizar las normas sociales
consuetudinarias de acuerdo a reglas impuestas por la iglesia, regular los poderes de las
autoridades e instituciones feudales que, según ellos, iban en contra de los intereses de la
Iglesia al entrometerse en sus asuntos. Fue León IX, el primer papa reformista quien
“recomendó reorganizar y robustecer la administración papal con vistas a transformar el
papado en un centro para la diseminación y aplicación de la política reformista”1. En efecto
lo que pretendían los reformadores era crear tribunales eclesiásticos, que operasen por
medio de un cuerpo de leyes –compilaciones canónicas producto de la renovación del
derecho canónico- para la resolución de problemas que afectaran la moral tanto pública
como privada.
El Decretum de Burcardo de Worms constituyó la primera gran colección canónica del
grupo reformista, y sus 1785 capítulos tocaban temas variadísimos entre los que se
encontraban por ejemplo la conducta sexual, el matrimonio, el adulterio etc. etc., temas de
los cuales a lo largo de este movimiento se encontrarían muchas concepciones diferentes.
Asimismo, se llegaban a consensos importantes como el que fue el celibato clerical por un
lado, y la reorganización de modelo matrimonial por otro. Este último aspecto estuvo
atravesado por siete principios fundamentales, a saber: 1) la imposición de un matrimonio
monógamo, 2) indisolubilidad, 3) libertad de decisión a la hora de unirse maritalmente, por
lo que limitaba el acuerdo entre los padres, 4) el matrimonio como única forma de
introducirse en la relación sexual –que sería consumado con el único fin de la procreación-,
en relación a ello el 5to principio estipulaba que toda relación sexual fuera del matrimonio
seria condenada, 6) toda actividad sexual recaería exclusivamente dentro de la jurisdicción

1
Brundage, p.195.
eclesiástica y, finalmente el séptimo principio establecía que el matrimonio debía ser
exógamo.
Aunque todos estos principios fueron paulatinamente aceptados por la sociedad, en un
comienzo inmediato su aplicación tuvo opositores –muchas de carácter violenta- por parte
de familias nobles, monarcas, clérigos, entre otros por diversas razones como por ejemplo
porque la indisolubilidad limitaba la capacidad de acumulación de bienes o porque estas
normas cancelaban el concubinato aceptado de forma consuetudinaria hasta ese entonces.
No obstante como ya se mencionó, ya para comienzos del siglo XII las normas conyugales
impuestas por la reforma eclesiástica comenzaba a ser aceptadas por la sociedad. Señala el
autor que “La paulatina admisión de la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio y el sexo
fue acompañada por un cambio de las creencias populares acerca de las normas
convencionales de la conducta sexual para hombres y mujeres”2.
El sexo y el matrimonio en los canonistas (1000-1140)
Las concepciones sobre el sexo y el matrimonio, dentro de la política reformista del siglo
XI, fueron variadas. Si bien la endogamia o la ley de consanguinidad tal vez fue el
consenso más fuerte entre el grupo de reformadores, no así la cuestión conyugal en cuanto a
la formación del matrimonio en sí por ende, algunos reformadores apelaban a la teoría
coital para argumentar que la consumación era fundamental para el matrimonio. En cambio
otros, como Ibo de Chartres argumentaban que una unión consumada seguía siendo válida
ya que la unión misma simbolizaba el nexo entre la Iglesia y Cristo. En relación a ello,
Damiano pensaba en la centralidad del consentimiento entre las dos partes –de ahí también
la idea de unión libre- en la que la consumación solo vendría a ocupar el lugar de
reafirmación de dicha unión.
En este contexto de transformación, distintas también fueron las posturas sobre los ritos
nupciales, el matrimonio legítimo y la práctica de entregar dotes. En el primero de los casos
cabe decir que hacia el año 1100 el clero desempeño en los rituales un papel más
importante del que tuviera en el año 1000. En relación a ello, algunos reformadores
consideraron que el matrimonio legítimo seria aquel que se realizase de manera pública y
social, acompañado intercambios de promesas, anillos nupciales, presentes matrimoniales.
Esto, además de dar cuenta sobre los cambios rituales en cuestión exhibe el rol fundamental

2
Brundage, p.197.
que cumplió la institución eclesiástica al punto de que hacia el año 1076 un sacerdote ingles
estipulo que aquellas uniones sin bendición eran invalidad.
Considerando la paulatina injerencia que tuvo la institución eclesiástica en la vida de la
sociedad europea en los siglos XI es importante resaltar que la campaña contra la de
consanguinidad que promovió la iglesia estaba, según se supone por los historiadores,
estrechamente vinculada con “restringir la capacidad de la familia para crear extensas redes
de interrelaciones por medio del matrimonio [lo cual] ayudo a salvaguardar la propiedad de
la iglesia contra las pretensiones legales de incontables parientes” con el fin de “quebrantar
así las concentraciones de tierras en que se basaba el poderío económico y político de la
nobleza feudal3”4. Es evidente que este último sector social concentraba privilegios y
poder, sin embargo esta ley de consanguinidad fue un arma de doble filo ya que además de
combatir la endogamia “se convirtió en un instrumento que los laicos pudieron emplear
para combatir la indisolubilidad impuesta por el clero”5. En este sentido fueron también
muy significativos los matrimonios entre padrinos y ahijados, que los canonistas vieron
“como otra forma de atacar las pretensiones legales de las familias de los donadores a la
propiedad del clero y quebrantar los bloques de propiedad feudales ocupadas por bloques
de familias conectadas entre sí por lazos de padrinazgo”6.
Desde el punto de vista teórico Georges Duby clasifico en dos modelos de matrimoniales
en la sociedad después de los reformadores, así por un lado se encuentra, por un lado, el
modelo eclesiástico determinado por la imposición de la iglesia sobre la indisolubilidad, la
exogamia y la libertad de elección conyugal y, por el otro, el modelo laico vinculado con
la endogamia, la capacidad de divorciarse si es que el matrimonio era consanguíneo –y por
ende la posibilidad de volver a establecer un matrimonio- y la intromisión de los padres en
la segunda elección. Sin embargo, este modelo no contempla ciertas variables de
importancia para la iglesia reformadora, como por ejemplo la función del sexo en el
matrimonio y, en contraste, el impedimento prohibitivo para aquellas uniones no
consideradas legítimas. El caso de las monjas, las viudas y otras mujeres consagradas pro

3
El resaltado es nuestro.
4
Brundage, p.202
5
Brundage, p. 203.
6
Brundage, p.203.
dios, también aquellas uniones entre cristianos y sarracenos u otros infieles eras prohibidas
pero no dirimidas una vez casadas las partes.
Las distintas posturas reformistas no llegaban a un pleno consenso sobre la función del sexo
marital debía llevarse a cabo exclusivamente para concebir un hijo o si el sexo cumplía
otras funciones como la de expulsión legitima de impulsos sexuales para evitar así
desenfrenos (incesto, homosexualidad). En lo que si estaban de acuerdo era en el derecho
al sexo marital es decir en que si una de las partes quería satisfacer sus necesidades
sexuales la otra estaba obligada a concederle ese privilegio. Otro consenso fue el de la
moderación sexual absteniéndose en época de Cuaresma, Navidad, domingos, periodos
menstruales de la mujer, embarazo, lactancia, periodo de penitencia, entre otros.

DIVORCIO Y NUEVO MATRIMONIO EN LAS COLECCIONES CANONICAS


Si había algo en lo que estaban de acuerdo los reformadores del siglo XII era que la norma
sobre la indisolubilidad del pacto nupcial –que para aquel entonces era una cuestión
legítimamente eclesiástica y de carácter público- podría ser inquebrantable solo si se
presentaban tres problemáticas: si el lazo era consanguíneo, si uno de los dos decidiera
entrar en religión o si se presentaba el caso de esterilidad. La comprobación de este último
caso resultaba complicada y la postura que debía tomarse no era una sola. Algunos
consideraban que la persona “sana” podía divorciarse y volver a casarse, en cambio la
parte “enferma” no. En cambio había otros que consideraban que ninguna de las dos partes
podía hacerlo.
Otra problemática fueron aquellos casos de suposición de muerte en los cuales algunos
canonistas reformadores coincidieron que la viuda podía volver a casarse. Pero si el marido
en cuestión resultaba vivo, la mujer casada era obligada a dejar este segundo matrimonio
para volver con su primer marido.

EL SEXO EXTRAMARITAL Y LOS CANONISTAS DE LA REFORMA


En relación a todo lo precedente, en cuanto al control sobre las relaciones e impulsos
sexuales tenían también los canonistas reformistas, si bien existían consensos, habían
tomado diversas posturas al respecto. Lo más interesante es que la fornicación era
consideraba una ofensa sexual en el derecho canónico, no así el concubinato el cual termino
siento una alternativa al matrimonio al fin y al cabo. La cuestión fue que “estas
prohibiciones a los ensueños carnales y los contactos sexuales reflejaron las tentaciones, así
como los valores de una élite clerical célibe”7, la cual, en teoría debía abstenerse al sexo.
Sin embargo bien es sabido que estos hombres célibes accedían al acto sexual con rameras,
hijas bastardas, sirvientas, campesinas y viudas. El amor cortesano de la época que
reflejaba un amor platónico, escondía una realidad carnal entre jóvenes de buenas familias.
En relación a esto es importante señalar que “todo tipo de caricia que produjera orgasmo
era, jurídicamente, fornicación”8 y por lo tanto era pecaminoso. En efecto “el mensaje era
claro: la fornicación es un pecado9 que requiere confesión y penitencia”10. Los
reformadores consideraban al sexo ilícito, aquel que tuviera lugar fuera del matrimonio así
como también argumentaban que en el matrimonio mismo debía regularse el sexo (como se
ha visto anteriormente), de no ser así era una ofensa sexual. Otras ofensas sexuales eran: el
adulterio, la bigamia, violación, prostitución, sexo con no cristianas, homosexualidad,
bestialidad, masturbación. Las tres últimas, tachadas de “antinaturales”, eran las más
ofensivas cuyo castigo era una sanción de infamia es decir que no podía acceder a cargos
públicos y perdían el derecho a testificar. En el caso del adulterio, el culpable podía sufrir
azotes y humillación pública o verse en el exilio. Y en el caso de la víctima, póngase por
caso un hombre “el marido inocente de una adúltera se veía bajo considerable presión para
que entablara acción contra ella, pues, de no hacer así, estaría condonando la ofensa y él
mismo debía ser castigado” (Brundage. p. 212).
Otra de las ofensas sexuales era la del rapto (raptus) de las mujeres acción equiparada, por
el derecho canónico, con la violación. A finales del siglo XI, el raptus se convirtió en una
de las vías delictivas más directas para buscar venganza en el padre de la raptada. Esta
situación se volvió común para aquella época y el castigo para el raptor fue el castigo
eclesiástico que padecería dentro del terreno consagrado. Ahí mantenía una inmunidad

7
Brundage, p. 210.
8
Brundage, p. 211.
9
El resaltado es nuetro.
10
Brungage, p. 211.
contra represalias de la familia de la víctima pero rindiendo penitencia ante la institución
clerical.
Se consideró al raptus, también, como una forma de obtener matrimonio con la mujer
raptada al no serle concedida la mano por el padre de esta. Sin embargo esta situación
comenzó a cambiar y fue así como muchos hombres acudieron, hacia el siglo XII en
adelante, al intento de conquista por medio de la seducción y la generosidad.
En cuanto a la prostitución, dice el autor que fue producto de las sucesivas inmigraciones a
las ciudades, en efecto el entorno urbano propicio un ambiente más favorable para el libre
ejercicio del oficio. No obstante, los reformadores estaban más en contra de las celestinas y
alcahuetes (el proxeneta de hoy) que de la práctica de las prostitutas, por lo que se vieron
impulsados por una acción rescatista. Hubo aquí una renovación del interés por María
Magdalena y promovieron el casamiento de las prostitutas como un acto de fe, de salvación
para sacarla de aquella vida pecaminosa que llevaban.
Finalmente fueron considerados “pecados contra natura” a todos aquellas prácticas
sexuales anticonceptivas. Éstos términos, “contra natura” y “sodomítico”, fueron
empleados por Damiano en el Libro de Gomorra para dar cuenta de dichas prácticas (sexo
anal, homosexualidad). Los culpables de aquel delito eran quemados vivos.

EL MATROMONIO, EL SEXO Y EL CLERO EN EL PERIODO REFORMISTA

La lucha por el celibato clerical fue impulsada por el papa Gregorio VII y el cardenal Pedro
Damiano. Esta lucha, que fue ardua en todos sus sentidos, tuvo varias facetas y no fue
aplicada en las dos iglesias ya que oriente no veía en el matrimonio clerical ningún
problema. En cambio la iglesia de occidente, que fue más ortodoxa en este punto,
concordaba en que el matrimonio, en primer lugar, resultaba un gasto por el hecho de tener
que mantener no a un clérigo solo, sino a toda la familia y en segundo lugar veía con malos
ojos la posibilidad que tenían los hijos de este de heredar su cargo ya que las dinastías
sacerdotales resultaban comunes para esta época.
En lo que respecta a los fundamentos de esta campaña, era que “el sacerdote casado que
gozaba de los sórdidos deleites de la alcoba se manchada a sí mismo y a los sagrados
misterios”. Esta campaña se fue intensificando en el siglo XI con el Sínodo de Pavía
(1022) en el cual se prohibió a todos los sacerdotes la convivencia con sus esposas con la
amenaza de la deposición, el Sínodo de Bourges (1031) y el Sínodo de Gerona (1068). En
1049 el papa León IX decreto que “las concubinas de los clérigos romanos no solo fueran
separadas de sus amantes, sino que se les obligara a vivir como criadas en el Palacio
Laterano11”12. En este sentido, las esposas de los clérigos sufrieron la pérdida de su
posición social, la marginación, la desprotección judicial; en cambio los hijos de estos
matrimonios, los “la semilla maldita”, tuvieron un peor destino. Más interesante fue la
declaración del papa Nicolás II quien revocó el Concilio de Granga y prohibió a los laicos
que asistieras a las misas oficiadas por sacerdotes casados.
En este sentido más importantes fueron los Concilios Lateranos. El primer celebrado en el
año 1123 declaró que el matrimonio estaba prohibido para los tres grados superiores de las
órdenes sagradas –sacerdocio, diaconado y subdiaconado-. El segundo, año 1139, declaro
que además de anularse el matrimonio de los sacerdotes ambas partes debían rendir
penitencia. Por supuesto que el cambio en la sociedad sobre el matrimonio que “de haber
sido una institución legalmente tolerada”13 había pasado a ser un delito: “el efecto
acumulativo de la prohibición al matrimonio y el concubinato de los clérigos fue
transformar toda actividad sexual de los clérigos en fornicación” (Brundage, p. 222).

11
Ubicado en San Juan de Letrán, Italia.
12
Brundage, p.219.
13
Brundage, p. 220

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