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Artículo publicado en la revista LiberAddictus.

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“Mediante la oración y la meditación,


tratamos de mejorar nuestro contacto
consciente con Dios...”

Julio E. Hernández Elías

H
ablar de religión siempre ha causado polémica. Desde el principio
de los tiempos, así en Oriente como en Occidente, en el Norte
como en el Sur, las diferentes expresiones espirituales han entrado
en conflicto, pretendiendo cada una de ellas ser la verdadera. Todas han
iniciado siendo sectas que amenazaban el orden establecido. Con el paso
del tiempo cada una ha luchado por hacerse oficial en la medida que
ha incorporado mayor cantidad de seguidores, ya sea por la necesidad
de trascendencia, por la fuerza, pro las relaciones con el poder político,
etcétera. La visión del mundo ha sido compartida por los principales
maestros espirituales, filósofos, pensadores y científicos, ya que la
mente humana ha tenido la capacidad de formar imágenes, símbolos,
conceptos y reglas, a manera de estructuras y patrones similares. El
espíritu humano ha producido siempre intuiciones sobre lo divino, las
cuales han creado las grandes tradiciones espirituales. La mente humana
ha variado en lo superficial a través de las culturas, pero en lo profundo
permanece esencialmente idéntica.
Desde su origen, el hombre ha sentido la necesidad de explicar
todo aquello que no comprende; es desde entonces que adoró las
manifestaciones de la naturaleza a las que atribuyó propiedades divinas
y, con ello, desarrolló los primeros rituales religiosos. Al principio estos
consistieron en comportamientos individuales que pronto se convertirían
en fenómenos colectivos al formarse familias y las tribus, con lo cual el
sentimiento religioso es depositado en uno de sus miembros que funciona
como “intermediario” entre éstas y los dioses. Así, el ser humano fue
creando un culto a la muerte y a la inmortalidad, ya que desde siempre
parece haber tenido la convicción de que poseía algo perdurable que iría
más allá de su paso por el mundo físico. Este sentimiento de trascendencia
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ha orientado al hombre ha construir mitos, magia y oráculos que le
permitieran el paso a la inmortalidad y a la comprensión de Dios para
tratar de llevar una mejor vida. Ha hecho esfuerzos para vivir sin el
flagelo de sus pasiones y enfermedades. Sin embargo, hasta la fecha, el
hombre se experimenta como separado de sí mismo y sus pensamientos
y sentimientos como algo separado del resto.
Ken Wilber refiere en Gracia y coraje, que esta ilusión es una especie de
prisión que limita sus deseos personales y el afecto, y que nuestra tarea es
liberarnos de esa prisión, ya que en lo más profundo de nuestro ser somos
fundamental, atemporal, eterna e inmutablemente Uno con el Espíritu, con
la Divinidad, con el Todo.
En nuestro trabajo como terapeutas con adictos a las sustancias
psicoactivas, tratamos la recuperación de la adicción en un sentido
físico, psicológico y espiritual. La ciencia médica y la psicología han
dado herramientas importantes que se han practicado con éxito y
entendimiento en la sociedad internacional, mientras que los aspectos
religiosos y espirituales que definen la enfermedad se han descrito de
acuerdo a la cultura de la comunidad en que se ha desarrollado y en la
que convive nuestro paciente. Así, es posible entender que cada cultura
y subcultura brindan un marco epistemológico a sus integrantes y que
en la medida en la que practica sus creencias, atribuye causas que
superficialmente son distintas a las de otro credo, pero que en esencia
hablan de lo mismo, de los valores propios del ser como lo son los
valores de relación, inclusión, aceptación, compasión y ternura. Podemos
observar la aparente contradicción entre prácticas diferentes con un mismo
deseo. De esta manera tenemos, por ejemplo, que para los cristianos,
la enfermedad es básicamente producida pro el pecado. Para el budista,
la enfermedad constituye una parte ineludible del mundo manifiesto,
preguntarse por qué hay enfermedad es lo mismo que preguntarse
por qué hay aire, nacimiento, vejez; la enfermedad y la muerte son
las marcas de este mundo, sólo la iluminación y la conciencia pura del
Nirvana nos permiten trascender la enfermedad, trascendiendo el mundo
fenoménico. Para la cultura mágica, la enfermedad es una retribución:
“merezco la enfermedad por que he deseado la muerte a fulano de tal”.
Para la existencial la enfermedad en sí carece de significado; se acepta la
enfermedad como parte de la finitud personal, aun cuando se le atribuya
un significado personal. Para la cultura kármica, la enfermedad es el
fruto de una acción negativa realizada en el pasado y cuya consecuencia
se padece actualmente; la enfermedad es mala en el sentido de que
representa una falta de virtud, pero buena en cuanto que el proceso de
enfermedad quema y purifica la deuda pendiente. Para el gnóstico, la
enfermedad es una ilusión; todas las manifestaciones del universo son un
sueño, una ilusión, sólo se libera la enfermedad cuando se liberan las
manifestaciones ilusorias. La Nueva Era considera que la enfermedad es
una lección, una oportunidad para aprender algo que nos es necesario
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para poder seguir nuestro desarrollo y evolución personal. En la
cultura médica, la más común, la enfermedad es fundamentalmente
un trastorno biofísico causado por factores biofísicos, desde los virus
hasta los traumas, la predisposición genética y los agentes ambientales.
La tradición holística observa la enfermedad como el producto de un
conjunto de factores físicos, emocionales, mentales y espirituales,
ninguno de los cuales puede ignorarse ni considerarse aisladamente. La
cultura científi ca refi ere que cualquier enfermedad tiene una causa o un
conjunto de causas concretas, algunas determinadas, otras causales o
debidas al azar; la enfermedad no tiene ningún signifi cado porque es
el mero fruto de la causalidad o la necesidad. Todas estas culturas de
diferente epistemología, mantienen una meta común en el tratamiento
de las enfermedades: su cura o recuperación.
Respecto a los trastornos ocasionados por la dependencia a sustancias
psicoactivas, nuestra meta de recuperación es lograr la abstinencia y
mejorar la calidad de vida de cada paciente con la ayuda del Programa
de los Doce Pasos. El paciente típico, por lo general, ha olvidado los
valores trascendentales para satisfacer su vida cotidiana: muestra evasión,
mentiras, incongruencia, depresión, desea dinero sin esfuerzo, sexo sin
compromiso, familia sin responsabilidad, etcétera. Se aferra a la vida
material, lo cual obstaculiza el desarrollo espiritual; mantiene latentes sus
valores espirituales y con ello se muestra inquieto, irritable y descontento.
El uso de las sustancias le permite liberar esos estados anímicos al precio
de distorsionar la realidad consciente o inconscientemente. Se ausenta. El
inicio de la recuperación se realiza desintoxicando y, una vez abstinente, se
le introduce al programa de vida, paso por paso.
Los tres primeros pasos del Programa:

1. Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol y que


nuestras vidas se habían vuelto ingobernables.
2. Llegamos a creer que un Poder Superior a nosotros podía
devolvernos el sano juicio.
3. Decidimos poner nuestra voluntad y nuestra vida al cuidado
de Dios, tal como nosotros lo concebimos; implican una idea
extraordinaria: la experiencia de la derrota convence al adicto
a que el cambio es necesario; ser vencido por la sustancia y
saberlo constituye su primera experiencia espiritual, ya que el
mito del propio poder es roto por la demostración de un Poder
Superior.

Según Gregory Bateson, el golpe de genio de Bill W. fue romper, mediante


el Primer Paso, la estructuración del dualismo cartesiano, es decir, un cambio
en la epistemología o estructura cognitiva; un cambio en cuanto al conocer
lo que hace la personalidad en el mundo, a través de la aceptación y la
derrota, la esperanza y el compromiso con un Poder Superior.
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El Programa de Alcohólicos Anónimos abre el camino a la espiritualidad,
a un estilo de vida espiritual, no esperando de sus agremiados la santidad,
sino que los principios asentados sean guías para el progreso espiritual.
Cada uno de los Pasos siguientes del Programa alimenta espiritualmente al
proceso, indicando las acciones necesarias para desarrollar el amor genuino,
la buena voluntad , la honestidad y la tolerancia hacia el Poder Superior y
los semejantes.
Para el crecimiento humano, Bill y compañía especifican en el undécimo
paso: “Mediante la oración y la meditación tratamos de mejorar nuestro
contacto consciente con Dios”. Aquí convergen las diferencias de tantas
prácticas religiosas y espirituales; reúnen a personas con diferentes creencias
para un solo fin grupal: el abandono del consumo de la(s) sustancia(s). La
conjunción de la oración y la meditación implica la comprensión de que la
forma de acercarse a un Poder Superior es tan variada como miembros
tenga la agrupación, ya que la oración es una práctica religiosa, tiene que
ver con las creencias, con figuras protectoras, ruega por el yo, por la moral
y por la iglesia. En cambio, la meditación puede ser concebida como una
práctica espiritual, ya asea para provocar una respuesta de relajación,
para frenar o fortalecer la conciencia o bien un método de centramiento,
también como una forma de contener el continuo parloteo mental, de
liberar tensiones, de reforzar la autoestima, etcétera. Puede ser vista, así
mismo, como una entrega a la voluntad divina y, de ese modo permitir a
Dios entrar en uno mismo. Ambas prácticas coinciden al resaltar lo que los
cristianos, los hindúes, los budistas, taoístas, judíos, etcétera, consideran
profundamente importante y que toca la esencia de la condición humana:
que la realidad está articulada en varios niveles o dimensiones que van
desde lo menos real hasta lo más real y es la Gran Cadena del Ser, que
va de la materia al cuerpo, y de éste a la mente, de la mente al alma y al
espíritu. La meditación constituye una forma de fomentar el crecimiento y
el desarrollo más allá de la mente hasta los niveles propios del alma y el
espíritu.
Según la filosofía perenne, el cuerpo es consciente de la materia, la
mente es consciente del cuerpo, el alma es consciente de la mente y el
espíritu es consciente del alma. Cada peldaño en la escalera evolutiva
supone un aumento de la conciencia junto con el descubrimiento
de una identidad mayor y más amplia, hasta que no queda sino la
identidad suprema y una conciencia universal. En esta ascensión, hay
que equilibrar el ser con el hacer, la aceptación de uno mismo tal
como es con la determinación de cambiar las cosas que deban ser
cambiadas. Ser significa dejar ser y dejar hacer al Poder Superior;
aceptar, confiar, entregarse y perdonar. Hacer por su parte, significa
asumir la responsabilidad de aquellas cosas que pueden ser cambiadas
y trabajar resueltamente por cambiarlas.
De ahí el gran acierto y congruencia de haber adoptado en nuestra
práctica meditativa la Oración de la Serenidad como una herramienta de
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cambio cotidiano de actitudes y defectos en las formas de actuar, pensar y
conocer, así como para aceptar lo que no se puede cambiar.

Bibliografía:
Bateson, Gregory. “La cibernética de sí mismo (self): una teoría del
alcoholismo”, en Pasos hacia un ecología de la mente. Buenos Aires:
Planeta-Carlos Lohlé, 1991
W. Bill. Tal como la ve Bill. La forma de vida de AA. Alcoholics Anonymus
World Services, Inc.
Wilber, Ken. Gracia y coraje. Barcelona, Kairós, 1992.

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