Está en la página 1de 6

Paula contaba historias de lobos a los niños que tenía a su cargo.

Aunque estaban en un piso


de ciudad, con sus palabras entraba por la puerta el viento de la antigua España rural, mucho
antes de que la Guardia Civil y el ferrocarril la domesticasen. Eran narraciones entre cómicas
y macabras, como la de aquel hombre que salió de su pueblo a caballo y, cuando encontraron
su osamenta rebañada por los lobos, aún conservaba los botos intactos. Un varón
completamente desnudo y calzado suele tener algo de ridículo; una canina, mucho más. Las
historias de Paula, oriunda del campo extremeño, eran un eco de una inmemorial lucha entre
el sapiens y las múltiples alimañas que lo habían devorado a él y a sus rebaños desde los más
oscuros orígenes. La Europa que hoy conocemos no sería la misma sin esas inmensas
roturaciones medievales que permitieron poblarla densamente mediante un doble desastre
ambiental: la deforestación y el exterminio de especies como el lobo. Sin ese proceso no
hubiesen existido ni la Abadía de Cluny ni la filosofía de Kant. Quizás habría sido mejor
seguir viviendo en el bosque, en pequeñas comunidades atemorizadas, sin antibióticos y
rindiendo culto al espíritu del lobo, pero nuestra historia es la que es y no tiene vuelta atrás.

Al urbanita de hoy, que ha olvidado los rigores de la intemperie, le es difícil no amar a ese
mamífero cazador y señorial, listo como el hambre, cuyos aullidos nos convocan a lo más
profundo. La visión del hombre de campo, sobre todo de aquellos que habitan al norte del
Duero, es muy diferente. Ellos están acostumbrados a ver sus hatos diezmados, las carroñas
de sus borregos destrozadas a dentelladas. Es loable querer salvar al lupus, aunque más lo es
preocuparse por las vidas de los sapiens. Ambas cosas no se podrán combinar con la
prohibición de la caza del lobo, cuya intención tiene más que ver con la emotividad animalista
que con el conocimiento general del medio rural. No se puede mantener el doble juego de
afirmar que hay que repoblar la España vacía y, al mismo tiempo, dificultar actividades como
la ganadería. Los pastores han dado ideas que hay que tomar en cuenta: mejorar el sistema de
subvenciones por el ganado muerto, fomentar el consumo carroñero del lobo, revalorizar las
explotaciones extensivas... Pero estas razones se pierden cuando se somete al lobo a una
despiadada cacería en la que no pocas veces florece el neardental hispano. Nadie que ame el
campo ibérico puede desear la desaparición de uno de sus últimos mamíferos salvajes;
tampoco puede pretender que cese el sonido de los cencerros. Unos y otros son parte del alma
más antigua de España.

El lobo, Ignacio Sánchez Moliní

1. Identifique las ideas del texto, exponga de forma concisa su organización e indique
razonadamente su estructura.
2. Explique la intención comunicativa del autor (0.5 puntos) y comente dos mecanismos de
cohesión distintos que refuercen la coherencia textual. (1 punto)
3. ¿El progreso de la humanidad implica la destrucción de la naturaleza? Elabore un discurso
argumentativo, entre 150 y 200 palabras, en respuesta a la pregunta, eligiendo el tipo de
estructura que considere adecuado.

El ser humano siempre ha tenido tendencia a precipitarse y meter la pata. Aunque nunca como
ahora esos errores hijos de la prisa –o del enfado, o de la confianza, o de la alegría o de vaya
usted a saber qué emociones incontrolables– habían tenido tanta repercusión. Hoy tenemos a
nuestro alcance redes sociales donde todo el mundo puede insultar antes de pensar. Canales de
mensajería instantánea tan pegados a nuestra mano que ya parecen una prolongación de
nuestros dedos y que nos sirven para compartir los logros mientras aún dura la euforia. Es
lógico que terminemos por ser víctimas de nuestros propios énfasis. Todos corremos el riesgo:
los presidentes del Gobierno, los senadores, los compañeros de clase de tus hijos, los
extesoreros, o tú, lector, seas de la edad, el sexo y el parecer que seas.

Toda esta precipitada obra escrita que cualquiera de nosotros dejamos en nuestro paso por el
mundo resulta heredable. En nuestros dispositivos digitales, o en la nube, o en las copias de
seguridad que otro hizo muy precavidamente, queda constancia de un rastro íntimo que acaso
no deseamos dejar. Conviene saberlo, porque la palabra escrita tiene tendencia a prevalecer, y
también a ser revisable, analizable, malinterpretable.

Hay ahora revuelo constante de mensajes que no deberían haberse enviado. Más aún: no
deberían haberse escrito. Más aún: pensado (aunque si solo se hubieran pensado nada hubiera
ocurrido, obviamente). Hay revuelo parlamentario también sobre cómo gestionar esas obras
breves que tanto nos comprometen, quién debe tener poder sobre ellas, cuándo pueden ser
borradas y por quién. La cosa va para largo, claro, porque las leyes siempre suelen pisarles los
talones a los cambios y en este terreno hay cambios todos los días.

Por ahora lo mejor es la cautela. Vigilen qué envían y a quién lo envían. No digan lo que
piensan si no es inocuo. No se alboroten en exceso. Cuenten hasta cien antes de contestar en
Twitter. No almacenen mensajes comprometedores. En resumen: hagan el favor de pensar. No
sean tan humanos, por el amor de dios.
Care Santos, Humanidad digital, www.elperiodico.com (23/11/2018)

Hace algunos años, conocí en El Ejido a una mujer muy interesante, productora de tomates
ecológicos con el sostén científico de la Universidad de Almería, que para eso también están
las universidades. Ella me explicó que para que sus tomates se vendan en El Ejido, la
cadenghjya de distribución los obliga a hacer un recorrido que los lleva hasta Madrid,
pasando por Sevilla, y luego de vuelta a los supermercados del lugar donde se han producido.
Unos absurdos 1.800 kilómetros de traqueteo. Entremedias, por supuesto, el precio va
subiendo y el mundo contaminándose un poco más. Por no decir que los tomates deben ser
recogidos en un punto preciso de no maduración para llegar en condiciones a los estantes. Un
disparate total del actual sistema de distribución de nuestros alimentos. Lo sabemos desde
hace mucho: quien menos beneficios obtiene en todo esto es el agricultor, o sea, el que se lo
curra. Lo mismo sucede en casi todos los sectores. Pensemos por ejemplo en el textil, esa
monstruosidad de explotación de personas casi en régimen de esclavitud. Pero por hablar del
que mejor conozco, el del libro, no está de más recordar que los escritores cobramos sólo
entre el 5% y el 10% de cada uno de los ejemplares vendidos de nuestras obras –teniendo que
fiarnos de los números que nos dan las editoriales, porque no existe ningún sistema de control
sobre las ventas–, y el 90% restante se lo reparten la editorial, la distribuidora y las librerías.
Por supuesto, si les preguntan ustedes a representantes de cualquiera de esos tres ámbitos, les
dirán que las cosas les van fatal. Imagínense a nosotros... Últimamente, las gentes del campo
han comenzado a rebelarse. ¡Bien por ellas! El asunto es muy complejo, qué duda cabe. Pero,
en el fondo de todo, subyace ese sistema perverso que nos afecta a casi todos por igual, salvo
a los listos-del-mundo, los que se forran a costa del trabajo de los demás. No sé qué
soluciones hay (algunas las puedo intuir), pero algo tendrá que cambiar en todo este
entramado de productor-distribuidor-minorista-cliente. Y no podrán hacerlo sólo los políticos,
tendremos que hacerlo todos, unos protestando como productores y otros exigiendo como
consumidores. (Por cierto, estoy dispuesta a participar en una manifestación de escritores. Por
si alguien se anima). (Ángeles Caso, “La(s) cadena(s) de (la) producción”, Magazine, EL
MUNDO 23/02/2020)

Los chinos, que tienen una visión más dual y menos maniquea de las cosas, suelen decir que
un error es una oportunidad. En el mundo occidental, en cambio, un error es visto
siempre como un fracaso; por eso me parece interesante pararse por un momento a
pensar cuánto debemos a nuestras equivocaciones. Hace poco estuvo en Madrid el físico
francés Gérard Mourou, al que lo que podía haber sido un trágico accidente laboral le
valió un Premio Nobel. En 1992, Detao Du, un joven estudiante chino, ayudante del
profesor Mourou, estaba alineando los láseres en una máquina de laboratorio cuando la
potente luz le hirió un ojo. Al llevarlo a urgencias, el médico preguntó al profesor que había
acompañado a Detao al hospital qué clase de láser era aquel, porque nunca había visto una
herida tan perfecta y focalizada. Veintitantos años más tarde, y gracias a este comentario que
dejó cavilando a Mourou, la técnica de amplificación de pulso gorjeado es una
herramienta común en oftalmología y se usa para corregir la miopía, la hipermetropía y el
astigmatismo. El Premio Nobel de Física de 2018 no es el único beneficiario de los errores
afortunados. Se cuentan por docenas los descubrimientos debidos a una chapuza, una
negligencia o una colosal metedura de pata. El ejemplo más conocido tal vez sea el
descubrimiento de la penicilina. Fleming no buscaba beneficiar a la humanidad ni cambiar el
curso de la historia cuando descuidó las muestras de laboratorio que tenía a su cargo y una
cepa de estafilococos que estaba estudiando se llenó de moho. A punto estuvo de tirarla a la
basura, pero sintió curiosidad por ver qué pasaba allí y, bajo el microscopio, descubrió que
aquel hongo acababa de aniquilar todas las bacterias de la muestra, algo que hasta ese día
ninguna otra sustancia había logrado hacer.
(Carmen Posadas, “Errores afortunados”, XL Semanal, 08/07/2019)

La existencia del centro de detención que Estados Unidos mantiene abierto en la base naval

de Guantánamo constituye una anomalía a la que el presidente Joe Biden debería poner fin lo

antes posible por razones no solo de principios de seguridad jurídica mínimos en cualquier

democracia, sino también como una muestra clara de compromiso en la defensa de los

derechos humanos que deben amparar a cualquier persona que queda bajo la custodia de un

país que proclama defenderlos. Oficialmente abierto en enero de 2002 bajo la presidencia de

George W. Bush, cinco meses después de los atentados del 11-S y con el país ya embarcado

en la guerra de Afganistán, el penal ha constituido un motivo de escándalo dentro y fuera de


EE UU por cuanto supone en realidad el desentendimiento de la obligación que tiene una

democracia de garantizar que todas las personas a las que detiene y procesa queden sometidas

y amparadas tanto por su ordenamiento jurídico como por los tratados internacionales. En

este aspecto, la cárcel de Guantánamo nació y sigue siendo un limbo legal inaceptable en el

mundo occidental, además de un elemento de propaganda indiscutible en manos del

islamismo radical y los críticos con Estados Unidos. / Han pasado ya casi dos décadas desde

su creación y ningún presidente —republicano o demócrata— ha puesto fin a esta situación.

Bush (2001-2009) es el responsable de su establecimiento, Barack Obama (2009-2017)

prometió hacerlo, pero se encontró con la oposición del Congreso, y Donald Trump

(2017-2021) ratificó su existencia en su primer discurso del Estado de la Unión. Todavía

permanecen en las instalaciones 40 de los 780 internos que llegó a alojar el penal. Ahora

Biden, quien fuera vicepresidente de Obama, puede abordar la cuestión con el control

demócrata en la Cámara de Representantes y en el Senado. /El cierre de Guantánamo

trasciende además el hecho legal en sí mismo. Como acertadamente exponen en una misiva

dirigida a Biden 78 personalidades políticas, académicas y diplomáticas latinoamericanas que

piden la clausura de la prisión, esta medida enviaría un significativo mensaje al mundo entero

y a América Latina en particular, donde es preciso fortalecer la democracia e incidir en la

necesidad del respeto a los derechos humanos. Tras años de discurso agresivo y desdeñoso,
Washington podría convertirse en un interlocutor influyente y privilegiado en una región que

se está viendo convulsionada, en situaciones diferentes y con motivaciones diversas, y donde

es preciso reivindicar la institucionalidad democrática y el respeto a sus leyes como método

de convivencia. Lo ideal sería que Biden aprovechara la oportunidad de predicar con el

ejemplo y cerrara Guantánamo.

También podría gustarte