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El retorno a los campos pasados

El gamonalismo puneño y la utopía andina en la rebelión de Rumi Maqui

Fabio Cabrera Morales

Resumen

En el siglo pasado se llevaron a cabo numerosos levantamientos contra el poder de los


terratenientes en los Andes peruanos. Uno de ellos llamó la atención de los investigadores
por el peculiar pensamiento político de su líder y los misterios que rodeaban sus objetivos,
sus lazos con el campesinado y su polémica utopía. Nos referimos al levantamiento
campesino en Azángaro, Puno, en 1915, liderado por el ex Sargento Mayor de Caballería
del Ejército peruano, Teodomiro Gutiérrez Cuevas, conocido posteriormente como
“Rumi Maqui” (“mano de piedra” en quechua). Por ende, esta investigación buscará
analizar el contexto del poder local de los gamonales en Puno en la segunda década del
siglo XX, los objetivos de dicha rebelión campesina y la presencia de la utopía milenarista
andina en el programa político de Rumi Maqui.

Palabras claves: Gamonalismo, utopía andina, rebeliones campesinas, Puno, Rumi


Maqui.

Abstract

Many uprisings against the landlords's dominance in the Peruvian Andes took place over
the last century. The mystery that involved it's objetives, the political line of thought of
it's leaders, it's polemic conception of utopia and relationship with the peasantry made
one of these uprisings highlight over the others for history investigators (historians). Such
was the peasantry uprising that took place in Azangaro, Puno in 1915, led by the ex
Cavalry Sergeant Major of the Peruvian army Teodomiro Gutiérrez Cuevas, later known
as "Rumi Maqui" ("hand of stone" in quechua). This investigation intends to analyze the
local authorities's local context in Puno in the second decade of the twentieth century, the
objectives of the peasantry's uprising and the presence of the andean millenarian utopia
in Rumi Maqui's political program.

0
El retorno a los campos pasados
El gamonalismo puneño y la utopía andina en la rebelión de Rumi Maqui

Introducción
Muchos fueron los movimientos campesinos que en el siglo XX atacaron frontalmente al
gamonalismo en los Andes peruanos. En el caso del Altiplano, Puno, resuena siempre un
nombre: “Rumi Maqui”. Consistió en un levantamiento campesino dirigido por un ex
Sargento del Ejército, pero que en ese entonces se aventuró del lado de los indios. No
obstante, el objetivo que tuvo la rebelión y, principalmente, la propuesta política de Rumi
Maqui, fueron los puntos que más generaron discordias en la historiografía del proceso.
Por ello, en el siguiente ensayo se analizará el contexto de la rebelión, los objetivos
políticos de la misma y, en tercer lugar, la presencia ideológica milenarista en el anhelo
rebelde de Rumi Maqui.

1. El poder terrateniente en Puno y el cerco gamonal


El sur andino peruano, a inicios del siglo XX, mostraba un panorama ciertamente
desolador. Para muchos significaba un museo del atraso y de la explotación; para otros,
expresaba características tradicionales que podrían lucirse con orgullo. En la sierra las
haciendas no lograron modernizarse al ritmo de los latifundios costeños, imperaban en
ellas relaciones arcaicas de trabajo y de producción. Desde las décadas finales del siglo
XIX, el poder de los terratenientes se había expandido, arrasando con los minifundios o
con las propiedades colectivas campesinas que, de alguna manera, habían sobrevivido a
la dominación hispana.

Tras una situación devastadora para el país, en la postguerra, los terratenientes puneños
aprovecharon el panorama para preparar el génesis de su apogeo. Muchos se
enriquecieron, se convirtieron en prefectos, entraron a puestos burocráticos y aseguraron
el bienestar y el ascenso inevitable de su poder en la región ante un Estado central en
problemas.1 De ninguna manera estos propietarios lograron crecer como un grupo social
coordinado o unificado: fue común el enfrentamiento entre los hacendados puneños, dado
que estos constituían un grupo heterogéneo. El poder de estos señores de la tierra se

1
Manrique en Rénique, 2016, pp. 55-56.

1
medía, sobre todo, respecto al tamaño de sus propiedades, de sus rebaños, de la cantidad
de sus colonos o de la renta que recibían.2 Este fenómeno político, social y económico
que se desarrolló en la sierra durante la República ha sido estudiado por diversos críticos
e investigadores desde hace mucho tiempo.

De hecho, nos referimos concretamente al gamonalismo. Este término fue un peruanismo


que describía al poder local en los Andes peruanos que ejercían los mistis (“señores”),
terratenientes, mestizos o blancos, sobre las masas indígenas. Consistía en un régimen de
dominación, a través de lazos paternalistas, de los propietarios de haciendas sobre los
campesinos, bajo relaciones de trabajo serviles. Asimismo, el poder de los gamonales
trascendía el área de influencia de la hacienda: tenían lazos políticos, por ejemplo, en la
capital de un departamento, a través de sus contactos con funcionarios públicos o
comerciantes. El gamonalismo también denotaba la privatización de la política regional
y la debilidad del gobierno central; cabe resaltar, que el Estado necesitaba del dominio de
los terratenientes serranos para mantener a las masas indígenas excluidas de una república
liberal, hasta cierto punto, artificial.3

Existe toda una cuestión sobre cuál fue realmente el fenotipo racial de los gamonales. Lo
cierto es que, al parecer, también se caracterizaron por no ser una clase homogénea
incluso en ese aspecto. La gran mayoría de estos eran, como se mencionó en el párrafo
anterior, mestizos o blancos –al menos, considerados como tales–, los cuales anhelaban
adoptar una vida occidental en tanto era posible, sin importar estrictamente cuál era su
color de piel. Por ello, al poseer u ostentar una cultura “criollizada” –sin ser ajenos al
entorno andino en el que vivían–, la dominación de los gamonales sobre sus peones
también se sustentaba en una lógica racista: hombres poderosos, propietarios de tierras y
civilizados que debían gobernar y “proteger” a los indios, una raza inferior e ignorante.4
Por ende, en la dominación de los gamonales se vislumbraban dos elementos
primordiales: poder económico sustentado en las tierras y poder político a través de la
relación con sus peones y sus conexiones con la burocracia estatal o comerciantes
citadinos.

2
Burga y Flores Galindo, 1991, p. 161.
3
Para profundizar más sobre todas las dimensiones del gamonalismo, véase Flores Galindo, 2005, pp. 262-
265.
4
Mayer, 2017, p. 152.

2
Además de esto, el ejercicio de la violencia en las haciendas era característico de los
gamonales. Hubo una demanda bastante alta de denuncias de campesinos indígenas
contra los terratenientes; juicios que, irremediablemente, eran casi imposibles de ganar
ante el poder político de los hacendados. La relación patrón-peón se fundamentaba en
lazos de reciprocidad y servidumbre. Mientras que los mistis les ofrecían a sus indios
protección frente a las exigencias del Estado –como el servicio militar o algunas cargas
tributarias– o ataques de bandoleros, los campesinos, a aparte de su trabajo de agricultores
o ganaderos, tenían que cumplir labores de servicio personal con la familia del patrón en
la casa-hacienda u otras tareas especiales;5 cabe resaltar que estas últimas labores no eran
retribuidas con un salario. Muchas veces, esta relación paternal era más notoria: no
faltaron los gamonales que hablaban quechua, eran padrinos de bautizo de sus indios (lo
podía ser también el mayordomo de la hacienda) o que incluso se embriagaban con estos.6
Los patrones debían ser unos “buenos padres” y, en contraste, los indios debían
comportarse como “buenos hijos”: trabajar de manera productiva y obediente. No
obstante, esta contradicción entre lazos paternales y autoritarismo hizo que la relación del
misti con sus peones haya sido bastante precaria y que muchas veces haya derivado en
violencia.

Ante cualquier situación de desobediencia o intento de organización por parte del


campesinado, el terrateniente respondía con autoridad patriarcal, como un indiscutible
amo y señor de sus tierras. El antropólogo Enrique Mayer resaltaba el aspecto cuasi mítico
de estos personajes: “Los gamonales, en tanto individuos históricos singulares o figuras
y estereotipos legendarios, se mostraban orgullosos de su reputación. Cultivaron una
ostentosa y desbocada imagen asociada con la virilidad, una inclinación a la violencia y
la delincuencia desafiante al igual que algunos míticos forajidos del Lejano Oeste”.7 Este
arraigado poder que obtuvieron en las últimas décadas del siglo XIX y gran parte del siglo
XX –hasta su liquidación en la reforma agraria velasquista– reflejaba la ausencia del
gobierno central en territorios que, desde su punto de vista, componían la periferia
nacional.

5
Aquí surge la figura del pongo, un campesino indígena de carácter extremadamente sumiso,
deshumanizado, al servicio personal del patrón. Este personaje tuvo muchas apariciones en la literatura
indigenista del siglo XX, principalmente en la obra de José María Arguedas.
6
Flores Galindo, 2005, pp. 262-269.
7
Mayer, 2017, p.153.

3
Por otro lado, existió también una clara diferencia social entre los gamonales. Los
historiadores Manuel Burga y Alberto Flores Galindo proponen una clasificación social
para los gamonales, tanto por rasgos económicos como culturales o de fenotipo. En primer
lugar, se encontraban los grandes hacendados de la sierra, latifundistas blancos de cultura
occidental. Usaban ropajes ingleses y, por lo general, residían en las ciudades más
importantes del sur, mientras el mayordomo se encargaba de la administración de sus
haciendas. En segundo lugar, se habla de los “hacendados menores”, gamonales que en
su mayoría eran mestizos o incluso indígenas, descendientes de linajes de antiguos
curacas. Eran dueños, aproximadamente, de unas cinco o quince familias de colonos y
sus propiedades, no muy extensas, yacían en las zonas andinas más altas. Este segundo
grupo encarnaba el poder feudal más tradicional de los Andes: eran propietarios rudos,
no se esmeraban demasiado en distinguirse de sus colonos indios y en muchas ocasiones
practicaban el abigeato contra los latifundios más grandes. 8 Por esta última razón, estos
jefes rurales menores eran despreciados por los grandes hacendados de la sierra. A pesar
de esta calificación entre gamonales mayores y menores, habían factores transversales
característicos en sus haciendas: baja productividad, servidumbre, paternalismo,
rivalidades personales y autonomía local frente al Estado.

La provincia de Azángaro, en Puno, fue escenario de la expansión de las haciendas de


varios terratenientes. Desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la década de 1920 del
siglo pasado, la población azangarina se vio cada vez más incorporada a las haciendas
para trabajar como colonos, incluso ayllus enteros se vieron absorbidos de manera
impune.9 Es menester mencionar a dos propietarios que reflejaron, justamente, esta
expansión incontrolable y que tiempo más tarde estuvieron involucrados en la rebelión
indígena de Rumi Maqui: los terratenientes Angelino Lizares Quiñones y Bernardino
Arias Echenique. Ambos pertenecían al grupo de “gamonales mayores” debido a la
expansión de sus tierras y sus esferas de influencias.

El coronel Angelino Lizares Quiñones era un hacendado típico de la región. Su hacienda,


una de las más poderosas de Puno, yacía entre los distritos Muñani y Azángaro. Desde
los tiempos de la postguerra, doña Josefa Quiñones, madre de Angelino, comenzó la
expansión de la hacienda a costa de las propiedades de otros pequeños terratenientes y

8
Burga y Flores Galindo, 1991, pp. 162-164.
9
Rénique, 2016, p. 63.

4
tierras comunales. Su hijo seguiría este rumbo. En una entrevista al dirigente campesino
Mariano Larico Yujra, Lizares es descrito como un ser deplorable y despótico. Larico
afirmaba que era muy temido por su fama de ser despiadado con las comunidades
campesinas, “capar” a sus peones y tener calabozos y cuarteles en sus haciendas. Una vez
–recuerda Larico– tuvo la oportunidad de verlo en persona: “(…) estaba vestido con su
tongo, pantalón y levita. Era un misti medio gordo y colorado, muy elegante, estaba
fumando en la puerta del Parlamento, conversando con muchos mistis”.10

Por su parte, el terrateniente Bernardino Arias Echenique se caracterizaba, más bien, por
ser un propietario poderoso pero ajeno a la zona, era arequipeño y no residía en su
hacienda puneña. Mediante compras arbitrarias y usurpaciones de tierras a otros
terratenientes y a comunidades campesinas había extendido sus haciendas “San José” y
“La Unión”. Fue diputado por Azángaro, 11 sin embargo, a pesar de su creciente fortuna,
los hacendados de los alrededores lo veían como un forastero, un típico “nuevo rico” que
no pertenecía a la provincia.12 En un estudio relativamente reciente, el sociólogo Felipe
Portocarrero demuestra cómo, en realidad, la oligarquía peruana no fue estática como
grupo social, sino más bien, cambiante y con algunos accesos que fueron aprovechados
por sectores emergentes.13 La hostilidad entre estos dos poderosos gamonales fue
constante, incluso en el periodo de la insurrección campesina en 1915.

Existieron muchos enfrentamientos entre los mismos terratenientes y esto se expresó en


los diversos conflictos entre familias hacendadas a lo largo de la sierra. El ejercicio de
poder en los Andes dependía de las esferas de influencia que los gamonales ejercían en
cada región. Resultado de ello fue la privatización de la política local: el terrateniente
poseía nexos administrativos fuera del campo, como en las ciudades, que le aseguraban
impunidad e independencia frente al poder del Estado. El historiador José Luis Rénique
describe la desconexión del Estado con las zonas rurales como el “cerco gamonal”: la
existencia de una especie de muro invisible, producido por el poder local de los

10
Véase Yo fui canillita de José Carlos Mariátegui. Autobiografía de Mariano Larico Yujra, José Luis
Ayala, 1990, pp. 166-167.
11
Según investigaciones como la de José Tamayo, indican que el hacendado Bernardino Arias Echenique
fue diputado por Azángaro y pertenecía al Partido Demócrata.
12
Tamayo, 1982, p. 203.
13
Véase el libro Grandes fortunas en el Perú: 1916-1960: riqueza y filantropía en la élite económica de
Felipe Portocarrero, 2013.

5
terratenientes, que impedía el contacto directo del gobierno central con las masas
indígenas. No obstante, en las primeras décadas del siglo XX, se dieron los primeros
intentos para atravesar el cerco: los “mensajeros”.14 Estos fueron grupos de campesinos
pobres que viajaban hasta la capital, en búsqueda del gobierno, para relatarle lo que
ocurría a sus espaldas: historias cruentas de explotación y miseria hacia la población
indígena. A pesar de cuantiosos esfuerzos, los “mensajeros” no pudieron detener la
expansión de los mistis.

2. La insurrección de Rumi Maqui

En el año 1915, el Perú, y con mayor razón Lima, apuntaron sus ojos hacia Puno. Veían
en este departamento el temido germen de la tempestad. En el mes de diciembre estallaría
una insurrección campesina liderada por un ex Sargento Mayor de Caballería del Ejército
llamado Teodomiro Gutiérrez Cuevas, a quien se le conoció como “Rumi Maqui” (“mano
de piedra” en quechua). Se trató de una explosión violenta más que de un movimiento
organizado; las masas indígenas acudieron al llamado de alguien foráneo, pero que se
había ganado el respeto de los campesinos por cuestionar el poder de los gamonales desde
los cargos administrativos que este tuvo en el gobierno en más de una oportunidad.

Por muchas décadas del siglo pasado esta rebelión quedó ligeramente en el olvido de los
investigadores. Sin embargo, en los ochentas surgieron nuevos estudios que enriquecieron
al proceso con distintas perspectivas. En primer lugar, Burga y Flores Galindo, en su libro
Apogeo y crisis de la República Aristocrática (1980), propusieron que la rebelión de
Rumi Maqui fue un proyecto revolucionario y “anti-feudal”, pero con objetivos utópicos
–luego se abordará el porqué de esta utopía–; una rebelión que atacó frontalmente a los
gamonales, mas no vislumbró la sustancia del problema. Asimismo, afirmaban que la
coyuntura internacional de las alzas de los precios de las lanas desencadenó diversas
revueltas campesinas en la región y la sublevación organizada por Gutiérrez Cuevas fue
consecuencia de este fenómeno.

En segundo lugar, el historiador José Tamayo sostiene que circularon muchos mitos sobre
la rebelión a lo largo del tiempo. En su libro Historia social e indigenismo en el Altiplano
(1982), el historiador afirma que no existió una propuesta milenarista por parte de Rumi

14
Rénique, 2016, pp. 63-65.

6
Maqui; es decir, que el líder rebelde nunca propuso regresar al pasado incaico y mucho
menos se declaró “Jefe del Tahuantinsuyo”. Esta conocida acusación, según Tamayo, fue
creación de los gamonales para desprestigiar el movimiento y acusar al cabecilla de
traición a la patria ante los tribunales, una vez que fue capturado. Además, el
levantamiento de Gutiérrez Cuevas fue producto también de disputas entre terratenientes
y estuvo cargado de personalismo: su conflicto directo con el gamonal Arias Echenique,
lo cual explica por qué no atacó a otros hacendados poderosos.

Por otra parte, el historiador Augusto Ramos Zambrano contradice esta última versión.
En su libro Rumi Maqui, aparecido en 1985, intenta refutar la hipótesis de Tamayo
presentando en su texto documentos inéditos pertenecientes al líder rebelde. Para Ramos,
Gutiérrez Cuevas sí pretendió restaurar el Tahuantinsuyo como propuesta política
alternativa al poder de los gamonales. Lo interesante en este libro son las fuentes que
consiguió Ramos Zambrano en su ansiada búsqueda por documentación que pruebe la
existencia de Rumi Maqui y sus planes milenaristas: comunicados de Rumi Maqui nunca
antes vistos, correspondencias, entre otros. Si bien algunos documentos pueden ser
puestos en cuestión, llama mucho la atención una carta que Gutiérrez Cuevas escribió en
años posteriores a la rebelión, la cual se analizará en el último capítulo.

Un año más tarde, en 1986, apareció el libro más ambicioso de Alberto Flores Galindo,
Buscando un Inca, en el cual logra un estudio transversal sobre la utopía andina desde el
siglo XVI hasta el siglo XX. La sublevación de Rumi Maqui aparece aquí como un
proceso aún no maduro dentro de la historia de las rebeliones campesinas, pues no logra
un movimiento organizado y su propuesta política no era contundente o, por último, nunca
se supo de ella concretamente. Duda del propósito milenarista de Gutiérrez Cuevas, sin
que esto le quite, no obstante, el contenido milenarista de la insurrección campesina. De
alguna forma, se recurre a la “guerra de castas” contra los blancos, aunque esto último
haya estado más presente en el miedo de los terratenientes que en los mismos indígenas.
Esa misma línea es parcialmente compartida, muchos años después, por el historiador
José Luis Rénique, quien, en su libro La batalla por Puno (2004), reafirma sus dudas
sobre la intención de Rumi Maqui en restaurar el imperio incaico; sin embargo, el
milenarismo fue un componente presente: los aliados indigenistas e “incaístas” de
Gutiérrez Cuevas lo confirman.

Luego, en 1987, Luis Bustamante, en su tesis de Licenciatura, encuentra un nuevo archivo


para hallar documentación sobre el polémico sargento indigenista: el Archivo Histórico
7
Militar. Por supuesto, no duda de la existencia de Gutiérrez Cuevas –la documentación
lo acredita– y revela el dato valioso de que el Sargento siguió con vida, incluso, hasta el
año 1937. Afirma, a su vez, que la rebelión no se debió únicamente por la expansión de
las haciendas, sino por la ineptitud del gobierno central en solucionar el problema regional
indígena. No pretendió fundar de nuevo el Tahuantinsuyo, según Bustamante, pero sí un
estado federal, una propuesta que atacaba tanto al Estado centralista como al poder
gamonal.

Tras este breve repaso historiográfico de la rebelión, abordemos los acontecimientos


fundamentales. Este proceso no se inicia precisamente con el levantamiento en 1915, sino
años atrás, en el breve gobierno aristocrático de Manuel Candamo (1904-1905). Los
“mensajeros” indígenas,15 luego de una travesía del campo hacia Lima, lograron llegar
hasta el Palacio de Gobierno para entrevistarse con el Presidente. Le relataron en su
lengua nativa todas las injusticias que vivían los comuneros en sus regiones. En respuesta
a ello, el Presidente envió una comisión para evaluar la situación de los indios; en esta
comisión aparece el nombre del sargento mayor Teodomiro Gutiérrez Cuevas. Este se
presenta ante los indios como un árbitro imparcial que había venido a solucionar sus
problemas; los gamonales, por su parte, le repudian y exigen su pronta destitución. Los
reclamos prosperan y el gobierno civilista cede a las presiones de los terratenientes. El
Sargento se marcha pero deja buenos recuerdos en la población campesina.16 Gutiérrez
Cuevas, originario de Cerro de Pasco, cumple en Puno la labor de un militar dispuesto a
realizar su encomienda aún si tiene que chocar con fuertes poderes regionales.

Pero el punto álgido del origen de este proceso ocurrió durante el gobierno de Guillermo
Billinghurts (1912-1914), quien pertenecía a la vertiente populista del Partido Demócrata.
Gutiérrez tendría su revancha en una nueva comisión investigadora armada por el
Presidente. En 1913 llega a Samán, es recibido con júbilo y alborozo por los indios,
definitivamente recuerdan su postura crítica contra los gamonales en su último paso por
el distrito.17 También parece que intentaba dar una nueva imagen a los terratenientes para
que no intenten algún boicot a su labor, una imagen de imparcialidad como investigador:

15
Para profundizar más sobre los “mensajeros” indígenas en el siglo XX véase Flores Galindo, 2005, pp.
277-292; Rénique, 2016, cap. 2.
16
Rénique, 2016, pp. 63-66.
17
Ibíd, p. 70.

8
El señor presidente de la República –decía Gutiérrez a su llegada– se ha dignado
encomendarme una labor prolijamente investigadora en el departamento de Puno, la que
estoy resuelto a llevarla a cabo, con la más completa imparcialidad y sin prejuicio alguno,
porque deseo llevar a su conocimiento datos exactos y desapasionados del estado en que
se encuentra, bajo el punto de vista social, económico, intelectual, moral y la situación de
ese importante sector del territorio patrio. 18

Es conocido que después de realizar su investigación, retornó a la capital con un informe


al respecto y acompañado de un grupo de 22 indios. La famosa fotografía de Rumi Maqui
acompañado de un grupo de campesinos que apareció en el diario La Crónica a fines del
mismo año quedaría para la historia.19 No obstante a estos importantes intentos, esta vía
legal de oposición o cuestionamiento al poder gamonal y a la explotación indígena
llegarían a su fin con el golpe de estado del general Óscar R. Benavides al presidente
Billinghurts. Gutiérrez Cuevas era simpatizante de Billinghurts, desde aquí se convence
de que intentar acabar con las injusticias en el Altiplano por la vía del Estado era solo una
ilusión atractiva. Por su cercanía con el presidente Billinghurts, Gutiérrez es deportado a
Chile, y desde ahí, escondido, vuelve a Puno entrando por Bolivia. Aparentemente estaba
ya convencido de que solo la violencia y la organización campesina acabarían con la
crueldad de los gamonales: se radicalizó su indigenismo.20 Esta vez regresa convertido en
otra persona, su nuevo nombre quechua define su nuevo perfil: Rumi Maqui (“mano de
piedra”).

Inmediatamente se pone en contacto con dirigentes campesinos y planea la insurrección,


la venganza contra los gamonales, específicamente contra el arequipeño Arias Echenique,
quien desde el Parlamento usó todos sus medios para excluirlo de la región. “Hacia media
noche del día 1º de diciembre de 1915, en una solitaria cabaña de la comunidad de
Soratira, reunidos los sublevados reciben las últimas instrucciones impartidas en quechua
por José María Turpo, y luego al compás de tambores y pututos, lanzando gritos contra
los hacendados, se encaminan al caserío de la hacienda Atarani, de propiedad de
Alejandro Choquehuanca (…)”.21 Este último hacendado era un propietario de tierras no
muy extensas, pertenecía, más bien, al grupo de los “gamonales menores”. Durante la

18
Ramos Zambrano, 1985, pp. 17-18.
19
La Crónica, 30 de noviembre de 1913.
20
Tamayo, 1982, p. 206.
21
Ramos Zambrano, 1985, p. 36.

9
sublevación de Azángaro, Rumi Maqui se vio acompañado por el líder campesino José
María Turpo. Desgraciadamente, para los planes militares rebeldes de Gutiérrez, tras
saquear la casa de Choquehuanca, los indios se embriagaron con el alcohol robado.

Después, ya siendo horas de la madrugada, se dirigieron a la hacienda “La Unión”, nada


menos que propiedad de Bernardino Arias Echenique. Según el historiador Ramos
Zambrano, los rebeldes eran, aproximadamente, medio millar mal armados. No obstante,
encontraron resistencia armada en “La Unión” por parte del subprefecto de Azángaro,
entonces se dirigieron hacia “San José”, la otra hacienda de Arias. Ahí fue la culminación
del levantamiento. Cansados y ebrios, los indios penetraron en los patios del caserío,
donde fueron esperados por agentes armados que defendían las propiedades de Arias
Echenique. Las tropas desgastadas de Rumi Maqui recibieron descargas de
ametralladoras y dinamita, solo algunos pudieron entrar en la casa-hacienda y generar
saqueos y destrozos.22 A continuación, se desencadenaría una masacre a los indígenas
sobrevivientes, pero Rumi Maqui logró escapar junto a algunos de sus compañeros.

El número de víctimas también es dudoso. Las fuentes, entre periódicos, testimonios y


autores, arrojan cantidades distintas. Un testigo afirmaba que hubo al menos 300
cadáveres; los diarios de la época daban cifras desde 20 hasta 200. Sin embargo, el mismo
Bernardino Arias Echenique afirmaba, en una carta que le mandó a Angelino Lizares
Quiñones, que eran 132 muertos.23 Es probable que esta última cifra sea la más verosímil
entre tantas aproximaciones, debido a que es el mismo gamonal Arias el que propone un
número considerable, incluso por encima de algunas fuentes con reducidos números.

Al cabo de unos meses, después de la fuga de Gutiérrez de Azángaro, el sargento rebelde


es apresado en Arequipa en abril de 1916. Las presiones de los gamonales, principalmente
de Arias Echenique, hacen que su juicio obtenga cargos mayores: se le acusa de “traición
a la patria” por querer restablecer el Tahuantinsuyo y poseer ambiciones cesionistas para
el Perú, como desear unir el Altiplano con Bolivia en un nuevo Estado. 24 En su defensa,
Rumi Maqui desmiente que él se haya proclamado “Inca” o haya querido restaurar el
antiguo imperio, menos querer dividir al país. Muchos postulaban que estas acusaciones
eran creaciones de los terratenientes de Azángaro. Por ello, algunos autores afirman que

22
Tamayo, 1982, pp. 208-210.
23
Ibíd, p. 211; Ramos Zambrano, 1985, pp. 37-39.
24
Tamayo, 1982, p. 212.

10
no existió un intento milenarista propiamente dicho en la rebelión. Sin embargo, antes
que se logre una sentencia, Rumi Maqui, en condiciones extrañas, escapa de prisión y se
volverá una especie de leyenda para el campesinado y todo intelectual que soñaba con
una revolución en el Perú, como fue el caso de José Carlos Mariátegui. 25 Pero, ¿no es
común en los líderes rebeldes negar el factor radical de su proyecto para conservar su
libertad?, ¿no hace recordar este juicio, siglos atrás, al de Tupac Amaru II?

3. El rescate del Tahuantinsuyo

La fugaz rebelión de Azángaro no obtuvo sus propósitos, más bien, puso a los gamonales
en alerta defensiva. La población indígena campesina pagó, posteriormente, las
consecuencias: represión, abusos, persecuciones, criminalización de la organización
campesina. La tan mencionada “guerra de castas” fue un gran temor para la clase
terrateniente, aunque en el fondo ese temor podría tener un dilema material: la temible
“guerra de castas”, de indios contra blancos, los llevaría a perder sus tierras, la fuente
fundamental de su riqueza.

Pero si la acción armada liderada por Rumi Maqui no logró incendiar la pradera, en la
década de 1920 hubo decenas de insurrecciones que estuvieron cerca de quemarlo todo.
Entre 1920 y 1923 se produjo la llamada “gran sublevación campesina” en el sur andino,
montones de revueltas contra el poder de los hacendados, campesinos sin un programa
político concreto, pero con espíritu milenarista, dispuestos a darlo todo en una “guerra de
castas”.26 Se registraron casi cincuenta rebeliones en el sur de la sierra peruana, donde la
mayoría de estas se dieron en Cusco y Puno.27 ¿De qué hablamos cuando hablamos de
“utopía o milenarismo andino”?

En primer lugar, se debe tomar en cuenta que la utopía, en términos generales, es un


proyecto que no tiene lugar en tiempos presentes ni futuros, no tiene posibilidad en el
tiempo ni en el espacio. No obstante, en el mundo andino, después de establecerse la
dominación española, la llamada “utopía andina” llenó un lugar en el imaginario colectivo
de la población indígena, como una verdadera posibilidad del retorno: luchar por un

25
Flores Galindo, 2005, pp. 272-275.
26
Véase “Feudalismo andino y movimientos sociales” de Burga y Flores Galindo, 1980, pp. 39-41.
27
Flores Galindo, 2005, pp. 277-278.

11
futuro donde el orden social sea más justo, inspirado en el pasado prehispánico; poner de
nuevo “el mundo al revés”. Un mito que movió poblaciones campesinas enteras, a lo largo
del tiempo, en busca de un ideal. Esto se concretizó, con una retórica milenarista, en un
modelo político: restaurar el antiguo imperio de los incas a través de un pachacuti, es
decir, una “guerra de castas” de indios contra blancos, y, en varias ocasiones, la búsqueda
mesiánica de un líder que pudiese ser el Inca.28

En la historia del Perú hubo numerosos ejemplos de la materialización de esta utopía de


manera transversal, como el caso de las rebeliones de Juan Santos Atahualpa y Tupac
Amaru II en el siglo XVIII, la de Juan Bustamante en 1868, entre otras. Según Alberto
Flores Galindo, a pesar de que el milenarismo siempre estuvo presente en el discurso de
muchas rebeliones en la República, sostiene que no existen evidencias suficientes para
señalar que el retorno al Tahuantinsuyo haya estado en la agenda política de los
campesinos en el siglo XX. De acuerdo a lo estudiado, no fue menester encontrar a este
milenarismo y mesianismo andino en el objetivo político concreto, pero sí en el discurso
rebelde, como alternativa al poder de los hacendados “blancos”.

En las primeras décadas del siglo pasado se creó la Asociación Pro-Indígena (API), una
organización que agrupaba a diversos personajes intelectuales indigenistas –rechazaban
ideas foráneas como el marxismo– que buscaba incluir al indígena en la nacionalidad
peruana. Luis Eduardo Valcárcel, Luis Felipe Luna, entre otros personajes, figuran como
delegados. Entre estos, también aparece un nombre: Teodomiro Gutiérrez Cuevas. Por
ello, una de las indigenistas más activas de la API, Dora Mayer, defendió a Rumi Maqui
desde sus escritos cuando este afrontaba su juicio. Pero dos años más tarde, rompería
políticamente con él tras afirmar que este compartía horizontes políticos milenaristas con
el gamonal Lizares,29 ¿fue por ello que no atacó su hacienda? Pero de este grupo se
destaca más el contacto que tuvo Gutiérrez con un personaje polémico: Francisco
Chukiwanka Ayulo (1877-1957).

Chukiwanka no era solo un auténtico pensador indigenista, sino un “incaísta”. Asumió la


presidencia de la Asociación Por-Indígena en Puno y por aquellos años difundía sus ideas
a través del periódico regional El Indio.30 En 1913 conoció a Gutiérrez Cuevas e iniciaron

28
Ibíd, p. 369-370.
29
Rénique, 2016, pp.78-81.
30
Este periódico fue propiedad del gamonal Angelino Lizares Quiñones.

12
una duradera amistad, incluso después de la sublevación. Chukiwanka había estudiado
leyes en Arequipa, poseía un evidente afán milenarista incaico y se proclamaba
descendiente del inca Huayna Capac.31 Chukiwanka no participó en la insurrección de
Azángaro en 1915, pero no se sabe a ciencia cierta cuán profundamente pudo haber
influido en la ideología de Rumi Maqui. Sin duda alguna, compartían algunos planes
milenaristas.

Por otra parte, la retórica y el discurso milenarista se hizo presente también en las esferas
del poder. Hubo una “gamonal indigenista” que, en su lógica de paternalismo protector
hacia los indios, se enfrentó a terratenientes mayores. Se llamaba Adoraida Gallegos y
fue conocida, por ejemplo, por su hostilidad contra el gamonal Lizares Quiñones. Este
último, contradictoriamente a su historial político como terrateniente y parlamentario,
tuvo algunas ambiciones incaístas: propuso en 1909 incluir al quechua como idioma
oficial y, una década después, presentó un proyecto federal para que el país adoptara el
nuevo nombre “Estados Unidos del Perú”, el cual estaría dividido en cuatro estados, una
analogía de los cuatro suyos del imperio incaico.32 Por ende, se debe recordar que los
gamonales, a diferencia de la oligarquía criolla costeña, vivían en el mundo andino y no
podían ser ajenos a sus costumbres o cosmovisión.33

Volviendo a Rumi Maqui, el historiador Ramos Zambrano presenta un documento inédito


que data de 1915, en donde se aprecia que Rumi Maqui, ya decidido a iniciar un
levantamiento contra los gamonales, firma como “General y Supremo Director de los
pueblos y ejército indígenas del Estado federal del Tahuantinsuyo”,34 aunque luego
resulte algo dudosa dicha intención –recordar la negación de estos planes en su juicio–,
la propuesta de Gutiérrez oscilaba entre un federalismo andino republicano y un proyecto
de visión incaísta para el momento de su plan rebelde.

Llama mucho la atención la documentación encontrada de este personaje después de su


fuga de la prisión. El historiador Luis Bustamante, tras un minucioso rastreo, encontró
que Gutiérrez seguía vivo, por lo menos, hasta la década de 1930. Escapa y se refugia en
Bolivia, donde mantiene correspondencia con sus cercanos. Por su parte, el historiador

31
Rénique, 2016, pp. 99-100.
32
Véase Los problemas de la Federación del Perú y de la Confederación Mundial, Lizares Quiñones, 1919.
33
Burga y Flores Galindo, 1991, p. 173.
34
Ramos Zambrano, 1985, p. 53.

13
Ramos Zambrano revisa diversas publicaciones en artículos que mencionan a Rumi
Maqui. Pero el principal documento35 que este historiador encontró fue uno en el que
Rumi Maqui describía, desde la clandestinidad en Bolivia, todos sus planes políticos en
una carta. En su programa político llamado “Gran Confederación Sudamericana del
Pacífico” se aprecia probablemente una cierta radicalización en sus horizontes:

1) Llegar yo a la completa posesión del quechua y del aymara.

2) Elegir cuidadosamente algunos intermediarios indígenas haciéndoles comprender la


situación de sus hermanos de raza y la absoluta importancia de la fidelidad para realizar
la obra de renovación y liberación que hemos de llevar a cabo.

3) Los intermediarios tendrán, por ahora, una misión sencilla: la de ir haciendo


propaganda sobre la necesidad de resistencia poco a poco, a los gamonales, conforme las
instrucciones que se les dé, después de hacer comprender a todos los indígenas lo abusivo,
brutal y arbitrario del procedimiento de los gamonales, gobernadores, jueces, alcaldes,
curas y vecinos.

(…)

9) Pasados dos o tres años de activa, intensa e inteligente propaganda, el Jefe del Gran
Ayllo, dará conferencias en lengua nativa, en lugares preparados ad-hoc, a fin de convertir
a todos los indígenas en activos y decididos elementos revolucionarios.

(…)

13) Al mismo tiempo que el General Yanahuayra extiende sus actividades a


Huancavelica, el General Manco Cápac dará señales de actividad revolucionaria en el
Norte del Perú. Toda esa amplia región hostil al Gobierno será un activo factor para el
progreso de la Revolución en el Sur.

14) Los Generales Túpac Amaru, Túpac Yupanqui, Huayna Cápac, pondrán en
movimiento a toda Bolivia, cuyo ejército indígena llegará como en el Perú, a ser nuestro
con todas sus armas, parques, artillería, ametralladoras, aviación, etc.

Evidentemente, estamos ante un ambicioso proyecto revolucionario de los Andes.


Incluiría también, como se ha notado, a Bolivia. En este programa su federalismo
progresa, su propuesta es aún más radical: abiertamente incluye territorios que no

35
Augusto Ramos Zambrano cuenta que este documento primordial fue hallado en 1978, en los archivos
olvidados del Dr. Chukiwanka Ayulo, viejo amigo de Rumi Maqui. Véase 1985, pp.62-63.

14
pertenecen al Estado peruano, intenta generar una confederación que involucre a la región
andina –que hace inevitablemente recordar a la formación política del Tahuantinsuyo– en
conjunto, con los indios como protagonistas del cambio y forjadores de un nuevo orden.
No sería raro, por ello, que el campesino Mariano Larico, en una entrevista, lo recuerde
como un líder mesiánico, indigenista y “revolucionario tawantinsuyano”. 36 El legado de
Rumi Maqui oscila entre un milenarismo ambiguo y un federalismo andino.

Conclusiones

En síntesis, existen muchas ambigüedades sobre la propuesta política de la rebelión de


Rumi Maqui. La opinión de los investigadores está dividida al respecto, pero no es posible
negar la presencia de la utopía andina en este fenómeno. El Tahuantinsuyo es invocado
como un ente justiciero e inspirador, mientras que el orden social en ese entonces se
manifestaba cargado de impunidad y opresión. En el juicio en su contra, Gutiérrez Cuevas
se defendía con argumentos que negaban una intención mesiánica y milenarista de
reestablecer el Estado incaico. Sin embargo, más allá de discursos, nos queda evidente el
contenido anti gamonal del levantamiento en Azángaro.

Basándonos y asumiendo que sea cierta la defensa legal de Rumi Maqui en su juicio,
después de su fuga de la cárcel, encontramos a un personaje decidido de llevar a cabo un
programa revolucionario andino. Propone una “Gran Confederación Sudamericana del
Pacífico” que involucraría, parcialmente, los territorios más solemnes del antiguo
incanato: los Andes centrales y el Altiplano. Están presentes también en su propuesta los
“Ayllos”, comunidades indígenas campesinas que persistían en la sierra desde los tiempos
prehispánicos. En efecto, hay una radicalización en la propuesta política de Rumi Maqui
en la etapa posterior a su juicio. Su oposición a los gamonales ya no es algo fugaz: existe
una propuesta alternativa, federal pero milenarista. Solo un nuevo gran estado indígena
podría poner fin al dominio de los terratenientes. El milenarismo andino adquiere en su
último sueño político una radicalización y, sobre todo, una maduración política que Rumi
Maqui adapta a su tiempo presente.

36
Ayala, 1990, pp. 169-170.

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Bibliografía

Fuentes primarias

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Diario El Comercio, Lima, 17 de diciembre de 1917

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