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146 Una alianza:

PALABRAS
RODANTES
FUTURAS — CUENTOS DE CIENCIA FICCIÓN ECOFEMINISTA
Cuento

FUTURAS
Cuentos de ciencia ficción ecofeminista
Autoras latinoamericanas

LECTURAS DE IDA Y VUELTA


Liliana Colanzi (1981, Bolivia). Ph. D. en
Literatura Comparada de la Universidad de
Cornell. Ha publicado Vacaciones
permanentes (2010), Nuestro mundo muerto
(2016) y Ustedes brillan en lo oscuro (2022); y
fue la editora de La desobediencia. Antología
de ensayo feminista (2019). Ganó el Premio
Aura Estrada (2015) y el VII Premio Ribera
del Duero (2022). Es editora de Dum Dum
editora. Enseña literatura latinoamericana y
escritura creativa en la Universidad de
Cornell.

Karen Andrea Reyes (1995, Colombia).


Comunicadora social y periodista, magíster en
Creación Literaria de la Universidad Central;
actualmente trabaja como activista por los
derechos de los animales. Su primera novela
de ciencia ficción, Zen’nō, fue publicada en
Colombia por Ediciones Vestigio en el 2020 y
en España por Orciny Press en el 2023. Sus
relatos han sido incluidos en antologías de
Colombia, España, Argentina y Chile.

Claudia Aboaf (1960, Argentina). Ha


publicado las novelas Medio grado de libertad
(2003), Pichonas (2014), El Rey del Agua
(2016) y El ojo y la flor (2019); y el ensayo
Astrología y literatura (2022). Sus cuentos de
ciencia ficción y new weird han aparecido en
antologías argentinas y extranjeras.
© 2023, Rodrigo Bastidas Pérez por el prólogo.
© 2023, Liliana Colanzi por «La cueva».
© 2023, Claudia Aboaf por «El manual del ángulo de la bolsa azul».
© 2023, Karen Andrea Reyes por «Buen provecho».
© 2023, Ana Rüsche por «Maré viva».
© 2023, Gabriela Damián Miravete por «El taller de enmiendas y
reparaciones».
© 2023, Diego Cepeda por la traducción del relato de Ana Rüsche.
© 2023, Comfama
© 2023, Metro de Medellín
Al Metro de Medellín y a Comfama nos
Consejo David Escobar Arango Paula Restrepo Duque une todo lo que hace más bella la vida.
Editorial Tomás Andrés Elejalde Escobar Paola Mejía Guerra
Juan Luis Mejía Arango Perla Toro Castaño La alianza de las dos entidades en torno a la cultura va-
Sergio Oswaldo Restrepo Jaramillo Juan Diego Mejía Mejía
Jaime Andrés Ortiz Rueda Juan Manuel Restrepo Cadavid
lora los saberes aprendidos desde siempre, estimula la
Adriana María Sánchez Sánchez Juan David Vélez Gómez creación y exalta las diversas maneras de ver el mundo
Sarita Pérez Henao Alix Camacho Vargas
que son la auténtica riqueza de nuestra sociedad.
Editor Rodrigo Bastidas Pérez
invitado

Traducción de Diego Cepeda


«Maré viva»
PALABRAS RODANTES
Corrección
de estilo
Catalina Trujillo Urrego
UN MANIFIESTO
Ilustración Estudio Agite Palabras Rodantes es un programa de lectura de la
carátula
Alianza Metro de Medellín-Comfama. De esta ini-
Diseño e Apotema S. A. S.
impresión Primera edición: junio de 2023 ciativa hacen parte integral el proyecto editorial, las
ISBN: 978-628-7637-15-3 bibliotecas que prestan sus servicios en varias esta-
Impreso en Colombia
ciones y la agenda cultural conjunta que recorre el
Comfama sistema de transporte.
www.comfama.com Palabras Rodantes estimula a los viajeros del
Central de llamadas de Comfama 3607080
@comfama metro a incorporar la lectura en sus vidas como
@comfamaeducacionycultura
una alternativa para llegar a donde la imaginación
Metro de Medellín alcance. Es una propuesta de diálogo entre autores
www.metrodemedellin.gov.co
Línea Hola Metro 444 95 98 y lectores para que las personas y las comunidades
@metrodemedellin encuentren en la lectura respuestas a las preguntas
más sentidas de sus existencias.
Todos los derechos reservados. Sin autorización expresa de los titulares, esta publicación no puede
ser reproducida o difundida ni total ni parcialmente por ningún medio mecánico, fotoquímico,
magnético, electro-óptico, o por cualquier otro medio actual o futuro.
Los viajeros de Palabras Rodantes comparten los
libros con otros lectores y en esa forma se crea en el
Valle de Aburrá, en medio de la velocidad de la vida
cotidiana, una comunidad de ciudadanos unidos
por los hilos invisibles de la imaginación, la solida-
ridad y la esperanza. La Alianza Metro de Mede-
llín-Comfama confía en los viajeros y en los lectores
a los que llegan los libros de la colección.
Palabras Rodantes reconoce el legado de la lite-
ratura universal para la humanidad y lo enriquece
con nuevas propuestas que exaltan a los mejores
creadores contemporáneos.
Los criterios de selección de los libros de la co-
lección Palabras Rodantes favorecen a los lectores
FUTURAS
Cuentos de ciencia ficción ecofeminista
que no han tenido oportunidad de acceder a cono-
Autoras latinoamericanas
cimientos especializados.
La agenda cultural de Palabras Rodantes com-
plementa el goce de la lectura en otras dimensiones.
Los viajeros lectores de Palabras Rodantes amplían
el horizonte de sus vidas, conocen historias de otros
viajeros en otros lugares de su ciudad y del mundo,
se reconocen en los personajes y en las culturas di-
versas, saben que la palabra los une con todos los
rincones de la tierra y valoran la importancia de la
lectura como un camino a la libertad y la felicidad.
Contenido

Prólogo.......................................................................... 9
La cueva
Liliana Colanzi - Bolivia............................................. 17
El manual del ángulo de la bolsa azul
Claudia Aboaf - Argentina......................................... 31
Buen provecho
Karen Andrea Reyes - Colombia ................................. 47
Marea viva
Ana Rüsche - Brasil..................................................... 69
El taller de enmiendas y reparaciones
Gabriela Damián Miravete - México.......................... 83
Prólogo

Esta vez no se trata de nosotros

Siglos usando la voz para contar la experiencia de nuestra


vida, nos hizo olvidar que en la literatura no siempre se
trataba de nosotros, los humanos. Alrededor, cruzándo-
nos y reflejándonos, ayudándonos y cuestionándonos,
siempre estuvo la naturaleza. Su compañía constante y
omnipresente era tan definitiva e incondicional que em-
pezamos a olvidar que siempre había estado ahí, aún an-
tes de nuestra llegada. Su lugar fue tan obvio en el lengua-
je, tan normal, que empezamos a llamar «naturalizar» a
dar algo por hecho, a pensar en algo tan constante que
tendía a desaparecer por su repetición. Como el clic de un
segundero que termina convirtiéndose en sonido de fon-
do y se oculta tras el ruido de lo cotidiano. Sin embargo,
ella estuvo ahí, desde su lugar casi omnipotente, obser-
vándonos silenciosa, viendo cómo intentábamos imitar-

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la. La literatura tomó a la naturaleza y la puso en un lugar desolado, aunque ella tuviera siempre la posibilidad de
subrogado, un ente que pedía que habláramos por ella; retornar, adaptarse, continuar. Nos advirtió, nos alertó,
como si no tuviera una voz propia, como si supiéramos nos previno; y la mayoría seguimos sin hacerle caso.
de su pensar y de su actuar. Extasiados por su enormidad Pero alguien sí prestó atención.
y su complejidad, no pudimos más que intentar la cons- Ubicada en la periferia, la voz de las mujeres, al igual
trucción de una voz para ella: contar de nuestro paso por que había pasado con la naturaleza, había sido suplanta-
sus bosques y volcanes, explicar cómo la aprovechábamos da. Ellas comprendieron el lugar de enunciación, el lla-
para producirla y ordenarla, narrar cómo se convertía en mado de atención, la invisibilización y el borramiento;
un espejo a través del cual nos veíamos a nosotros mis- vieron la naturaleza desde unos ojos que las interpelaban
mos. Creímos que hablábamos de ella, pero en realidad y con los cuales concordaban. Sintieron en su interior lo
seguíamos hablando de nosotros; una y otra vez. Mien- que significaba la apropiación y el expolio, el usufructo
tras tanto, el clic del segundero avanzaba. y el remplazo; tenían sus oídos afinados para escuchar el
Todo siguió igual durante mucho tiempo, hasta que clic constante que martillaba lo cotidiano y supieron qué
la naturaleza, por fin, habló. Y lo supimos, no gracias a hacer cuando se convirtió en crac; porque ellas no habían
que prestamos atención, sino porque el clic se convirtió oído, habían sentido el crujir de la tierra en sus entrañas.
en un crac. Sus palabras fueron fuertes, poderosas, llenas Vieron a la cara a la naturaleza y decidieron que no habla-
de una energía que había sido guardada y contenida, y rían por ella, hablarían con ella. Tomaron en sus manos
que nos mostraba que su mensaje era totalmente diferen- el paisaje y los elementos, la clorofila y los cristales, y con
te al que habíamos imaginado. Su lenguaje no se cons- ellos construyeron palabras que se encargarían de narrar
truyó con palabras articuladas, sino con movimientos de el pasado, de contar el presente; de construir un coro po-
la tierra, con lava desbordando de las bocas de volcanes, lifónico que deformaría la «naturalidad» del clic, hasta
con vientos huracanados, inviernos fulminantes, lluvias convertirlo en la marca de un metrónomo sobre el que se
eternas e insolaciones fugaces. Su mensaje era desespera- basaría toda la posibilidad narrativa.
do y, al mismo tiempo, cooperativo. Nos contaba que ya Y al crear este lenguaje alquímico que lo cambiaría
se había llegado al punto sin retorno y que «el hombre va todo, lo primero que vieron fue la clara analogía. Esta vez,
y viene, pero la tierra permanece»; nos quiso alertar sobre el espejo no reflejaba un solo lado, sino que se refractaba
su llegada al abismo de lo inevitable y que, en su caída, en una dispersión de luz que abría el espectro de colores
nosotros nos convertiríamos en recuerdos de un futuro y encontraba las razones del quiebre. Las relaciones ver-

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ticales, erguidas, rígidas y monolíticas habían construido Para estas escritoras no solo se trataba de reconstruir
durante años una política de explotación: el sistema había el pasado y luchar por el presente en esa unión fusiona-
sedimentado una estructura de amo y esclavo, en el cual da de voces con la naturaleza, la tarea era imaginar nue-
naturaleza y mujeres siempre habían ocupado el lugar vas formas de futuro. En esos mañanas tenían cabida las
de la esclavitud. En medio de un diálogo cada vez más alertas por destinos que parecían predestinaciones, los
transparente entre las dos, el Eco de la tierra vibró en las mundos posibles donde se cumplían los deseos que ya no
paredes de un Feminismo que se alzaba como posibilidad serían en este mundo y las semillas que crearían la poste-
narrativa. Así, las formas vigentes de narrar esa condición ridad. Y en todos esos «recuerdos del porvenir» estaba
subordinada solo se condensaron en esa voz poderosa de la literatura como el lugar desde donde se construía ese
las mujeres que se ensanchaban en su fusión con el len- universo que debíamos primero imaginar, para después
guaje de la naturaleza. Y en medio del caos y de la oscuri- poder habitar. Expertas en el arte de la observación y la
dad que se había incrustado como maleza en medio de la predicción contextual, encontraron en el «Eco» de la na-
cultura, empezaron a desbrozar la maraña y encontraron turaleza, en la respuesta del «Feminismo» y en la litera-
opciones y descubrieron posibilidades de contar aquello tura de ciencia ficción el lugar desde el cual narrar deseos
de lo que no se hablaba, con una voz que relucía en su e ideales, sueños y protestas, lógica e imaginación. Y en
luminosidad novedosa. esta compilación se encuentran solo algunas de esas vo-
Y un pequeño grupo de escritoras, periferia de la pe- ces que se han hecho esas preguntas; dudas reformuladas
riferia, empezaron a hacer nuevas preguntas. Nacidas en por el canal de la ciencia ficción y que no buscan señalar
Latinoamérica y escritoras de ciencia ficción, se dieron un deber que se debe seguir, sino quitar el velo a lo que
cuenta que el trabajo en proceso aún estaba incompleto, había estado oculto. Esta compilación se asemeja más a
que había algunas variantes, vértices, tonalidades infrasó- una estación de radio que capta las señales sonoras de
nicas del clic que no se habían escuchado; aún el oído no onda corta que siempre habían entrado en nuestros tran-
se afinaba a esos ínfimos detalles. Desde este continente, sistores, pero que nunca habíamos sintonizado. En estas
en el cual la naturaleza aún dejaba ver su condición de canciones hechas en forma de cuento se siente el ritmo
ente vivo y de resistencia, la naturaleza hablaba otro len- de cada país y se baila al son que la naturaleza ha sabido
guaje. dar a nuestra voz; con el fondo de percusión de un clic
Y su mensaje era claro. que ya no se evade ni se normaliza, sino que se brinca y
se celebra.

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Aquí está el ritmo acompasado de la boliviana Li- un llamado de atención que alerta por cómo esa relación
liana Colanzi, que ha sabido dar un lugar a la voz de la humano-comida-naturaleza, ha transformado nuestro es-
naturaleza en la imagen de una cueva que tiene otra tem- píritu. También leemos al ritmo de una marea que sube
poralidad y que desplaza las eras humanas a meras even- y baja, la descripción que la brasileña Ana Rüsche hace
tualidades en su acontecer mineral. Colanzi ha sabido ha- del extractivismo del petróleo y las consecuencias que los
cer un enroque de ajedrez para que humano y naturaleza microplásticos tienen sobre nuestras costas. Aludiendo
intercambien lugares, para que la naturaleza-cueva-mujer a la crisis mundial de la «gran mancha de basura» del
tome el lugar central y tenga una voz que sabe cómo na- Océano Pacífico construye un mundo en el cual lo na-
rrar milenios enteros, cómo hablar desde su lugar de vacío tural y lo artificial pierden los límites de diferencia para
lleno. Escuchamos el compás marítimo de la argentina la construcción de nuevas posibilidades de vida. Un lla-
Claudia Aboaf, quien en sus años como activista en pro mado de atención que propone la empatía y la unión de
del agua ha sabido comprender cómo nos relacionamos los pequeños en contra de los totalitarismos fascistas. Y,
con un líquido que potencia la vida y la mente en medio finalmente, escuchamos el compás de fiesta y baile con la
del caos y el desastre. En este relato apocalíptico, la na- mexicana Gabriela Damián Miravete, que parte desde el
turaleza aparece en la forma de un mar que nos permite problema de la moda rápida para pensar cómo construir
navegar e imaginar que estamos inmersos en medio de la un mundo que no se base en la elaboración, sino en la
inmensa bolsa azul del cielo que nos observa en nuestra reparación de objetos y almas, de telas y corazones. De
pequeñez. Pequeños entes a los que la naturaleza per- nuevo, la naturaleza como lugar de extracción deja lugar
mite abrazar en los que para ella son instantes efímeros. a su existencia como espacio de encuentro y de construc-
También escuchamos los tonos subterráneos de Karen ción; con este relato, la autora nos propone una nueva
Andrea Reyes, que ha sabido entender la forma como estructura que no siga las normas de extracción y produc-
un ecosistema ofrece comida y cuidado, memoria y apo- ción, sino una de compartir y crear de manera conjunta;
yo. En el camino forjado por sus labores como activista una relación con la naturaleza que le dé prelación a la vida
por los animales, ha comprendido que la naturaleza es por sobre la muerte.
también alimento, que cada bocado de comida nos defi- Así, esto es una fiesta. Una sin mecanismos que mar-
ne, nos construye y permite una nueva forma de pensar can los segundos en su metáfora de producción, una en
la relación con el entorno. En esta crítica por el cambio donde mujeres y naturaleza bailan al ritmo de cinco can-
del paisaje que ha producido la comida procesada, hay ciones en las que celebramos y reímos. Escuchen atenta-

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mente y oigan estas historias que se nos cuentan a la luz
de la luna en medio del bosque. No empeñen sus ojos
y oídos a un falso reflejo; no interrumpan; quédense en
silencio y oigan. Esta vez es la Tierra quien habla; esta vez
son las mujeres las que narran; esta vez es el futuro el que
se abre en mil posibilidades dimensionales ante nuestros
ojos. Esta vez no se trata de nosotros, se trata de un mun-
do que nos susurra al oído. Presten atención, en medio
de las líneas y las letras podrán oír cantar a la voz de la Liliana Colanzi - Bolivia
naturaleza.

*** La cueva

Rodrigo Bastidas Pérez


Editor invitado 1
Cayó de bruces y se golpeó la panza hinchada. No había
visto la piedra. La carne del conejo se desparramó en la
nieve, salpicándola de manchitas carmesí. La joven se
arrastró hasta la cueva. Algo se había reventado en su in-
terior y se le escapaba entre las piernas. Aulló su dolor: los
murciélagos pasaron en tropel por encima de su cabeza.
Había empezado a hincharse hacía varias lunas des-
pués de unas fiestas a las que invitaron a los hombres de
otro clan. No sabía quién la había preñado y tampoco
importaba. Lo que importaba era ser hábil para cazar y
ágil para correr, y se conocía que las hembras que carga-
ban bulto eran más lentas y se quedaban rezagadas, por lo
cual debían permanecer en el asentamiento hasta que les
llegara el momento de parir.

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El dolor la tiró de espaldas. Trató de recordar qué ha- cansancio, los miró intrigada. Acababa de ocurrirle algo
cían las mujeres en esas circunstancias. Con los ojos de la terrible, aquello de lo que las viejas hablaban en susurros
mente vio a su madre de cuclillas, expulsando en el suelo alrededor del fuego: había parido niños dobles. Esa era la
crías flacas y azuladas que invariablemente morían a los inequívoca señal de su transgresión. Las bocas diminu-
pocos días. Solo ella y su hermana habían sobrevivido y tas, idénticas y hambrientas, se prendieron de sus tetas, y
eran fuertes y tenían destreza para seguir agarradas a la la tracción —a la vez placentera y dolorosa— le alivió la
vida. Se puso de cuclillas y sintió de inmediato el impul- congestión de los pezones.
so de pujar. No debió haberse alejado del asentamiento A lo lejos el coyote cantó: la noche galopaba cerca.
estando hinchada, pero le aburría quedarse con las viejas Había sobrevivido al bulto como antes había sobrevivido
mientras las hembras jóvenes iban en grupo tras el rastro a los gonfoterios y al frío y al hambre y a la fiebre. El ins-
de los bisontes. De modo que salió sin que la vieran y fue tinto de la vida volvía a revolverse en ella, alerta y afilado.
a revisar una trampa que ella misma había armado tiem- El viento empujó ráfagas de nieve entre los carámbanos y
po atrás con ramas de pino: encontró al conejo temblan- le recordó que tenía que apurarse. Desprendió a las crías
do, atrapado entre las ramas, y sintió una alegría inocente de sus tetas y las acercó a la luz para contemplarlas otra
al degollarlo. vez: eran casi translúcidas, cubiertas de un vello finísimo.
Satisfecha de sí misma, no reparó en la piedra… Y Las llevó hasta el fondo de la cueva y, en un gesto mo-
por ese estúpido descuido estaba echando bulto antes de tivado por la curiosidad o el juego, imprimió las cuatro
tiempo y sin ayuda. Por suerte la cría ya resbalaba entre pequeñas plantas de esos pies ensangrentados en la pared
sus piernas, una salamandra húmeda. La buscó a tientas, de la caverna, y al lado estampó las palmas de sus propias
pero un estremecimiento le partió en dos el espinazo. manos sucias. La simetría de las huellas en la roca desper-
¡Otro bulto...! La segunda cría cayó al lado de la primera. tó en ella la sensación de haber logrado algo. Luego, con
Ella se tumbó sobre los codos, exhausta, y cortó con el cu- el mismo gesto limpio que había usado con el conejo,
chillo las tripas moradas que la conectaban a las criaturas abrió un tajo en los cuellos de los niños dobles. Las crías
recién nacidas. lanzaron un maullido suave antes de que las tapara la os-
Alzó a las pegajosas crías, una en cada mano: una curidad.
hembra y un macho que estiraban hacia ella sus braci- Ella dio un paso fuera de la cueva y, ya sin bulto, se
tos rayados por las delicadas raíces de sus venas. Aterida echó a correr a través de la estepa nevada.
y ardiendo del esfuerzo al mismo tiempo, confusa en su

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2 su descubrimiento. Pero no llegó a hablar. El novio, en-
Xóchitl Salazar, ayudante de cocina de veintidós años, se fermo de celos, la esperaba detrás de la puerta con un bate
perdió una noche de tormenta eléctrica mientras regre- en la mano. Ella casi no registró el golpe. Quedó tendida
saba caminando a su pueblo después de trabajar en un boca arriba, con la frente hundida y la imagen de esos ex-
puesto de tamales en la Guelaguetza. Desorientada en traños animales pegada en las pupilas.
la oscuridad y aterrorizada por los relámpagos que cru-
zaban el cielo como várices, fue a dar a la cueva. Desde 3
allí intentó comunicarse con su novio, que no había es- La luz brotó del fondo de la noche sin que ningún ser
tado de acuerdo en que fuera a la fiesta. Su celular había vivo la notara. Una llamita plateada del tamaño de un
perdido la señal, pero la luz azul de la linterna dispersó la anillo, surgida de la nada. La luz se detuvo en medio de la
voracidad de la sombra. cueva, suspendida, se infló de golpe y creció varias veces
Lo que vio se quedó grabado en su retina: la pa- su tamaño. En su interior se dibujó el contorno de una
red del fondo estaba cubierta de pinturas rústicas que crisálida hecha de agua o de alguna otra sustancia tré-
conformaban un complicado fresco prehistórico. Las mula. Giró sobre su eje, primero sin prisa y luego a gran
imágenes se superponían; era evidente que habían sido velocidad, hasta que la cueva se convirtió en una cápsula
añadidas por diversos artistas a lo largo de los siglos. La de luz vibrante. Se oyó el croar de un sapo; desde la aldea
muchacha tuvo miedo: lo que el conjunto revelaba era un llegaban los cantos en honor al dios del trueno.
orden prohibido, una herejía. El tamaño de los animales La crisálida se descolgó de la llama hasta tocar el piso.
no guardaba proporción con el de los humanos. Algunos La luz comenzó a plegarse sobre sí misma hasta hacerse
eran grandes como hipopótamos o elefantes, aunque ele- del tamaño de una mota que el sapo se tragó de un salto.
fantes e hipopótamos nunca se habían visto en Oaxaca. Ya en el suelo, la crisálida convulsionó. Sus labios se abrie-
Y las posturas de las figuras humanas evocaban —se per- ron como la boca de un pescado agonizante, y con cada
signó dos veces— escenas de sexo grupal. Acercó la mano espasmo eructó en el aire nocturno una lluvia de partícu-
a la huella de otra mano estampada en la roca: su palma las. Y después de vaciarse, la crisálida se desintegró.
cabía exactamente en ese contorno. Las partículas arrojadas al aire se alojaron en el techo
Casi amanecía cuando escampó y Xóchitl Salazar de la cueva, donde fueron descompuestas por los hongos
por fin pudo regresar a casa a través de los campos, con el o devoradas por los murciélagos que hibernaban allí. Con
vestido enchastrado de lluvia y barro y con la noticia de los años esos murciélagos desarrollaron una mutación en

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la boca y la nariz que les permitía ser más efectivos para otras especies de murciélagos. Se extinguieron abrupta-
captar ondas sonoras y así localizar insectos. Los sembra- mente a fines del siglo xvi a causa de un virus que llegó
díos del pueblo cercano se vieron libres de las plagas que de Europa en la nariz de un fraile dominico que iba ca-
los azotaban y que causaban hambrunas y enfermedades mino a un juicio de herejía contra unos indios zapotecos.
mortales. El hombre se detuvo a echar una siestita a la sombra de
A partir de entonces se multiplicaron las cosechas, y la cueva y nunca se enteró de las consecuencias de ese re-
con el paso del tiempo la aldea se convirtió en un peque- pentino estornudo que lo despertó: en su sueño camina-
ño y floreciente imperio: sus tejidos y cántaros, de formas ba por los frescos patios de su monasterio en Caleruega
y diseños originales, llegaron a ser conocidos entre los mientras el sol caía en picada sobre los rosales.
pueblos más lejanos. También empezaron a ensayar un Semanas después los esqueletos de cientos de mur-
sistema de escritura silábica a través de glifos, que usaban ciélagos, delicados como agujas de pino, alfombraban el
para contar cómo los humanos eran descendientes direc- piso de la cueva. Las lluvias de julio, más fuertes de lo ha-
tos de los árboles. bitual, terminaron por arrastrarlos.
Esta prosperidad atrajo la envidia de los pueblos
vecinos. Una noche, mientras los habitantes dormían la 4
borrachera después de un largo y bullicioso festejo al dios Los siglos en que existieron los murciélagos mutantes
del trueno, fueron sitiados por el ejército enemigo. Los fueron prósperos también para la cueva. Su guano, com-
hombres fueron asesinados o sacrificados a otros dioses, puesto de cutículas de insectos, sostenía la vida en el cre-
las mujeres entregadas como esclavas y las casas y los tem- púsculo. Los escarabajos depositaban en la mierda sus
plos ardieron hasta los cimientos. En pocos años nadie se ninfas, miniaturas fósiles y hambrientas que encontraban
acordaba de aquella ciudad ni de sus habitantes. Lo único allí refugio. Dentro de la materia oscura la larva atrave-
que quedó de esta breve civilización fue su tejido, que se saba la noche cerrada de su metamorfosis hasta emerger
mantuvo vivo a través de las esclavas y pasó a formar parte ya en su forma definitiva. Colonias diligentes de hongos
de la cultura vencedora. y bacterias trabajaban los excrementos hasta descompo-
Los murciélagos mutantes sobrevivieron varios cien- nerlos, para ser luego devorados por los coleópteros. Y las
tos de años apretados en el vórtice de la caverna durante salamandras, atraídas a su vez por los escarabajos, se ocul-
los meses de invierno en un racimo de pequeñas bocas y taban en los intersticios de la roca.
orejas puntiagudas. Con el tiempo lograron desplazar a

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Todo este mundo colapsó con la repentina desapari- 5
ción de los murciélagos. Como con los palitos chinos, la Se citaban en la caverna porque pertenecían a dos pue-
pieza que faltaba hizo que el edificio entero tambaleara. blos enemigos, en guerra permanente. Ya nadie se acor-
Fueron tiempos quietos en la caverna, al menos para los daba del motivo que inició la enemistad, pero era tan
ojos incapaces de ver el trasiego de la vida microscópica. antigua que ninguno de los pueblos quería vivir sin ella.
Hasta que una manada de coyotes empezó a frecuentar La pareja había considerado fugarse. Sin embargo estaban
la gruta y el ciclo comenzó de nuevo, parecido al de antes rodeados de lugares peligrosos donde podían ser captura-
pero nunca exactamente igual. El ciclo de la vida cuyo eje dos y vendidos como esclavos. Él había sugerido escon-
es la mierda, el guano, el excremento generoso. El regalo derse en las montañas y llevar una vida de ermitaños. Ella
que un ser vivo hace al otro, sin saberlo, y a través del cual le pidió unos días para ordenar el flujo desbocado de sus
la existencia continúa. La mierda como vínculo, como es- pensamientos.
labón fundamental en el mosaico de las criaturas. Y ahí estaban finalmente, recostados bajo la sombra
Discreto, constante, aferrado a su pedazo de roca en de la cueva. La muchacha apoyó la cabeza en el pecho
el borde mismo de la luz, el musgo parecía uno y el mis- desnudo del joven. En la gruta se escuchaba el eco de las
mo a lo largo del tiempo. Por su colcha circulaban los in- gotas que caían de las estalactitas. Por dentro los jóvenes
sectos hambrientos y las esporas que después dispersaba apenas podían contener la estampida de las sensaciones.
el viento. Había algo hermoso y envenenado en ese sufrimiento,
Y allá en lo más profundo de la cueva, ciegos y si- pensó ella, y acarició el mentón cuadrado del muchacho,
lenciosos, habitaban los troglobios. Un mundo paralelo donde apenas asomaban unos cuantos pelos duros. Lo
que olvidó el contacto con la luz del sol. Estos huéspedes amaba, de eso no tenía dudas, pero no estaba hecha para
de túneles y aguas subterráneas se acostumbraron a ser la vida de fugitiva. Había venido a despedirse. Se casaría
lentos, y de tanto habitar en las profundidades y las som- con otro y llevaría la vida que su pueblo quería que lleva-
bras perdieron los colores. Los troglobios se mantuvieron se. Sentía tanta infelicidad de imaginar los días que ven-
intactos incluso cuando la vida en la superficie cambió. drían que su corazón se sublevaba. ¿Y si se fugaban? Era
Y más adelante desaparecieron sin haberse cruzado jamás fácil decirlo ahora, con el estómago lleno y con el tiempo
con las criaturas que han visto las estrellas. de las heladas todavía lejos…
Una cosa la atormentaba más que otras: nadie sabía
que ellos se querían. En algunos años ellos morirían, y lle-

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garía el momento en que ninguna de las personas que los se ha conseguido datar formaciones antiguas de hasta 80
conocían por sus nombres y que caminaban ahora por la millones de años. Es decir que muchas estalactitas y esta-
tierra estarían vivas, y sería como si eso que surgió entre lagmitas empezaron a brotar con timidez en los tiempos
ambos jamás hubiera existido. Y aquella idea hacía que lo de los dinosaurios.
que la unía al joven fuera más audaz y más desesperado. Hay otros tipos de formaciones minerales en las cue-
Te veré aquí dentro de dos semanas, le dijo desa- vas: algunas toman la figura de cortinas, otras de perlas
fiante, dispuesta a afrontar con él lo que fuera necesario. y de finos bucles de piedra caliza y otras incluso parecen
A la semana siguiente estaba casada con un colmillos de perro. Entre las cuevas más impresionantes
hombre de su pueblo. está Naica, la mina de selenita de Chihuahua: el mineral
Algunos años más tarde, yendo a recolectar hierbas forma barras transparentes, verdaderos nidos de gigantes-
con su hija mayor, pasó cerca de la cueva. Buscó en su cos cristales bajo tierra.
corazón el recuerdo del muchacho. La mina estuvo en funcionamiento desde 1794,
Extrañada, apenas pudo evocar sus rasgos. pero esos cristales del tamaño de edificios fueron descu-
biertos recién en 2000 por unos hermanos que cavaban
6 un nuevo túnel. El calor es tan intenso que es imposible
Una estalactita es una sucesión de gotas a través del tiem- aguantar más de diez minutos sin equipo protector, y la-
po. Se forman a medida que gota tras gota el agua se drones de cristales se han asado en el subsuelo. Dentro de
escurre lentamente por las grietas del techo de la cueva. los cristales se encuentran microorganismos arcaicos que
Cada gota que cuelga deposita una brevísima película quedaron atrapados en burbujas de fluidos hace 50.000
de calcita. Gotas sucesivas agregan un anillo después de años y que se las arreglaron para permanecer en un estado
otro, y el agua gotea a través del centro hueco de los ani- latente de zombis microscópicos. En 2017 estas bacterias
llos hasta formar un cilindro colgante. Las estalagmitas fueron reanimadas en laboratorio: los científicos conclu-
crecen hacia arriba desde el piso de la cueva como resulta- yeron que no mantenían un parentesco cercano con nin-
do del goteo de agua de las estalactitas. Cuando una esta- gún otro microorganismo conocido.
lactita se encuentra con una estalagmita —en una danza
de decenas de miles de años—, se forma una columna. 7
Hasta hace poco solo se podía calcular la edad de las for- El portal se dibujó en el aire y Onyx Müller se materializó
maciones minerales inferiores a 500.000 años, pero ahora en la cueva. Desconcertade, miró a su alrededor: ese no

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parecía el puerto donde debía haber desembarcado. Man- 8
dó un mensaje de emergencia a sus compañeres de juego, Su familia había decidido emigrar, pero él quiso quedar-
pero la señal de su dispositivo era una lluvia de estática. se. No se imaginaba viviendo en otro sitio; ya estaba de-
Alguna interferencia le había arrastrado a algún paraje no masiado viejo y a diferencia de sus descendientes, el viaje a
indexado de la Deep Web. En lugar de la réplica virtual otras estrellas no le producía la menor curiosidad.
del festival de Woodstock de 1969, la plataforma le había Cuando estuvo solo comenzó a frecuentar la cue-
enviado a ese escenario ófrico. Buscó los transmisores que va. Le gustaban las polillas doradas que habían hecho su
le conectaban con la base, pero estaban fuera de servicio. nido allí y también le intrigaban las antiguas pinturas de
La recreación de la caverna, debía admitirlo, era bastante las paredes. Nadie sabía muy bien cómo habían sido las
fidedigna. Aplastó a un insecto de largas antenas con la criaturas que las dibujaron ni por qué desaparecieron, y
suela de su bota izquierda: el bicho crujió y expulsó un excepto él, a nadie le interesaba averiguarlo. Era señal de
líquido viscoso como el interior de un chicle Bubbaloo. decadencia mirar hacia el pasado: los suyos siempre esta-
Onyx Müller avanzó hacia la salida en busca de un ban formando nuevas colonias, mutando y adaptándose.
portal desde donde retomar contacto. La luz que pro- Su fijación con las cosas de antes les parecía obscena y se
venía del exterior le resultaba cegadora: esperaba que al esforzaban mucho por ocultarla ante los demás. Por eso
atravesar el umbral el escenario se derritiera como plás- su decisión de quedarse había sido un alivio para todos.
tico fundido y el programa le llevara junto a sus colegas. En sus últimos días disfrutó escarbando en los es-
En vez de ello se encontró con un frondoso bosque de combros depositados en el fondo de la caverna, limpian-
coníferas en el que trinaban los pájaros. El paisaje le pa- do y ordenándolos. Encontró un caparazón de armadillo,
reció una copia de un póster tridimensional de la antigua un animal que se había extinguido hace mucho, y un
cafetería California, donde servían los mejores donuts brazalete de fiesta de mujer con piedras preciosas. Su te-
con glaseado de chocolate de su infancia. Algo agitó las soro favorito era una botella de Coca Cola intacta que
copas de los pinos: era el cuello rugoso de un dinosaurio. pulió hasta sacarle brillo y que al soplarla con sus ventosas
Cuando la sombra le cayó encima, Onyx Müller alzó los producía una música que le recordaba a los demonios de
ojos en busca de la tormenta de píxeles, pero las alas del viento del lugar donde había nacido.
pterosaurio se recortaban nítidas sobre su cabeza. Antes de morir quiso parir una vez más. Enterró lar-
vas de polillas en el pliegue de su abdomen y se internó

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en los pasadizos más profundos de la cueva para que lo
devoraran los troglobios.

9
De la cueva quedaba apenas un pequeño promontorio
donde se posó el pájaro violeta. La pradera estaba cubierta
de hongos iridiscentes que lanzaban al aire nubecillas de
esporas. Las larvas se retorcían en la tierra, azules y húme-
das. El pájaro desenterró una grande y gorda con su largo Claudia Aboaf - Argentina
pico jaspeado. Tenía hambre: acababa de hacer el viaje de
regreso desde las tierras cálidas junto a su bandada. Ha-
bían sobrevolado pastizales, volcanes, bosques petrifica- El manual del ángulo de la bolsa azul
dos, praderas de hongos y antiguas ciudades sumergidas,
y habían vuelto justo para la temporada de las larvas. En
un par de días las larvas echarían alas y antenas, se vol- Comienza con la Belleza. La única historia comienza con
verían venenosas y devorarían a los hongos, pero ahora la Belleza. Las lenguas afuera distendidas saborean gotas
estaban en el estado ideal para cazarlas. El pájaro rascó la de deshielo, los ojos se entrecierran despreocupados.
tierra y puso un huevo dorado. La brisa hizo estremecer Cualquiera lo niega con argumentos y lenguas con-
los sombreros de los hongos y dispersó la niebla tornasol traídas. Pero el comienzo fue la Belleza y esta es la única
de las esporas. Poco después una fina capa de lluvia cayó historia.
sobre la pradera. Luego declinamos y renunciamos a ella.
Milo caminaba ahora dentro de la parte sumergida
*** del casco del barco, la nave no parecía construida a escala
humana y la gran altura de las paredes de hierro lo em-
pequeñecían. Pero él era el soberano en la obra viva que
siempre permanece debajo del agua y guarda calderas y
motores. También el sector helado y oscuro —ahora va-
cío— de almacenaje. El buque podía cargar toneladas de
peso muerto, cargas secas y crudo a granel que cruzaban

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el océano desde países grandes y empobrecidos hasta pe- mercante, la aguja también se rendía. Era un nauta limi-
queños territorios ricos. Aunque Milo era mecánico na- tado a las salas de máquinas y a la estiba; no amotinaba
val prefería lavar él mismo en soledad esa matriz caliente con otros sus quejas ni su reclusión. Desde su infancia,
y fría, vibrante y sonora. Se recluía sumergido, debajo de declinaba ante fuerzas que nada tenían en común con los
la línea oscilante del agua. Luego de que empeorara su demás tripulantes. Ni con el viento aparente que dejaba
condición, creyó que la obra viva lo mantendría a salvo. detenido el barco, o la luna fuerte que se extendía hasta el
Terminaban de traspasar las fosas abisales de Japón a horizonte difuso.
todo motor, abriendo una monumental estela en el mar Su mano soltó de golpe la llave náutica. Rebotó so-
tranquilo. Dos días atrás, un terremoto ocurrido en esas bre el zapato de seguridad salvando su pie derecho y la
rajas de la plataforma marina, adonde la luz no llega, y la mano salió lanzada lejos de su cuerpo imantado, como
flora y la fauna son blancas, había desplazado el eje de la dos polos iguales que se repelen. Milo se afirmó en la pa-
Tierra ocho centímetros y acortado el día algunos micro- red hojaldrada por el óxido y pequeñas escamas se des-
segundos. El sismo, ya apaciguado, apenas se podía leer prendieron mientras frotaba su espalda enervada. Las
en unas pocas olas más altas y en los instrumentos electró- paredes de la obra viva contenían el océano, separaban a
nicos que equipaban el barco como ligeras vibraciones. Milo, allí abajo, del agua corrosiva y monumental. Estaba
Pero, fuera de la vista de los tripulantes y de las gaviotas al amparo de toneladas de presión y animales acuáticos
que copiaban con su vuelo la velocidad de navegación, el voraces, pero el contacto de su carne y huesos con el metal
líquido metálico del centro del planeta aún se removía. descascarado excitó más las lenguas de magnetismo dor-
La enorme presión en esas trincheras en las que luchaban midas, que ahora correteaban iluminadas a su alrededor.
los bordes continentales liberó parte del magnetismo de Al distanciarse el buque de esos tajos profundos, apenas
la corteza terrestre. distantes del magma central, su rosa se fue aquietando y
La Tierra es un enorme imán y las paredes del bu- la trepidación del cuerpo se detuvo. La aguja de la brújula
que atraparon algo de esa fuerza poderosa. Nadie lo notó, volvió a apuntar al norte. La proa aguda de la nave dividía
pero mientras el barco se deslizaba en el océano, el cuerpo el agua mientras avanzaba a toda velocidad.
de Milo comenzó a girar loco, como otras veces. Giró su Recogió la herramienta que su cuerpo ya no repelía
interior, su corazón de brújula, la rosa, el zafiro. Desde e intentó revisar uno de los dos motores que empujaban
la bodega reforzada, Milo no podía ver cómo, en la an- el buque. Desenganchó su cinturón de herramientas para
ticuada brújula de proa, un raro adorno para un buque alejar de sí cualquier metal cargado de magnetismo. Con

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la ropa teñida de óxido y los borceguíes salpicados por el vertical calaba el islote como una caries en el hueso dental,
potente chorro de agua enjabonada con que había lavado doscientos metros abajo.
la matriz de la obra viva, Milo pretendió subir a cubierta. Milo abordó el chinchorro que bajaron desde el bu-
Pero, tensado entre su voluntad y las fuerzas magnéticas que y se alejó de las miradas empeoradas luego del últi-
remanentes en las dorsales oceánicas, sus músculos no mo incidente; también de los gritos incontinentes de los
quisieron responder. La virtud atractiva de Milo lo es- marinos. Atracó con peligro en el muelle escoriado que
taba matando y ese vientre oscuro sumergido no podría había servido para carga y descarga del mineral y accedió a
protegerlo. uno de los pasajes que unían los edificios, desapareciendo
Había fijado residencia en la isla, ahora abandonada, de la vista de los tripulantes. Nadie vivía allí desde hacía
de Hashima, en Japón. La isla amurallada, protegida del décadas. La habían escarbado hasta el lecho marino y,
golpe de las olas y los tifones, tenía sólo cuatrocientos me- cuando agotaron la hulla, abandonaron la producción y a
tros de largo y ciento cincuenta de ancho, pero para Milo sus habitantes. En sólo tres semanas, los trabajadores y sus
era su tierra elegida, aunque se asemejara más a un buque familias habían desalojado el lugar, dejando atrás todo lo
encallado. Odiaba el mar temperamental y salado que que no pudieron cargar en las últimas barcazas destinadas
atropellaba todo lo que entorpeciera su flujo constante. a las herramientas y maquinaria pesada que pertenecían a
Estaba ahí por una razón luego de explorar el mundo. Mitsubishi, el dueño de la isla. Quedaron en pie racimos
Durante noventa años, desde 1887, los mineros ha- de monoblocks grises y ásperos, sin vidrios, con bivalvos
bían hurgado esa isla cada vez más profundamente desde adheridos a las paredes como puntas de cuchillos.
la pequeña superficie hasta casi la base de la columna de Milo se desprendió el cinturón, sin el peso de las
tierra, roca y minerales que era, y que surgía desde la pla- herramientas olvidadas en el buque —las recuperaría
taforma submarina. En la revolución industrial —la era cuando lo volvieran a buscar—, y lo dejó sobre el piso
de Meiji—, extraían la hulla, una roca mineral. La mine- de cemento remendado de su única habitación. Se aso-
ría había llevado a que los trabajadores con sus familias mó al balcón de madera gris que él mismo había asegu-
se hacinaran hasta que la isla tuviera la mayor densidad rado. Respiró neblina salada. Sintió que recobraba su
poblacional del mundo. Se construyeron edificios de gobierno. Los huesos livianos, como si tiraran de él des-
hormigón conectados por una red de laberintos, patios, de el cielo. La lengua distendida se engordó en su boca.
pasillos y escaleras. La isla era una columna troncal que El bienestar que ahora sentía y manifestaba relajando la
unía el fondo del mar con la superficie. Y el túnel minero lengua, sucedía cuando su rosa y el norte magnético se

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mantenían en un cierto ángulo tolerable para él, y creía en esa isla hueca. Más de mil trabajadores habían muer-
que para todos en el mundo. Como en el diagrama que to en accidentes subterráneos, o por la dieta de hambre
había visto de paso por China: el Manual del ángulo de (la comida se llevaba en barco y a veces no llegaba), o por
la Bolsa azul. Era del siglo x, y sostenía que todos estába- intentar alcanzar a nado la otra orilla. Esa isla carcomida
mos bajo el mismo cielo, en la misma Bolsa azul. Pudo había tenido el edificio más alto de su tiempo y albergado
observar por primera vez las direcciones y emanaciones más gente por metro cuadrado en el mundo. Ahora era
de la aguja fluctuante: la declinación magnética. De 7,5 una ruina, y también la tumba colectiva de muchos de los
grados, la desviación continuó aumentando con cada te- trabajadores de Mitsubishi.
rremoto, y el manual describía el fin de la doncella de la Milo había nacido en Argentina, en el centro de Bue-
Bolsa azul. El fin la Belleza. Ese movimiento de nutación nos Aires. Solía trotar en la Plaza del Congreso ubicada
se graficaba como una perinola de madera como la que en la cumbrera, la parte más elevada de la ciudad, De los
Platón hacía girar para meditar: un trompo que en algún Reynos del Arriba —como se había llamado la zona algu-
momento habría de caerse. na vez—, hasta acostarse cansado en los bancos de cemen-
Relámpagos de luz fría exaltaron su ánimo. Milo to. El brazo caído de costado alcanzaba las piedras rojas
sospechó que las descargas eléctricas que ahora veía en el que ahogaban el pasto y delineaban los senderos curvos.
espacio como estallidos lúcidos eran idénticas en la Be- Tocaba cosas para descargar las iridiscencias magnéti-
lleza, pero enseguida declinó nuevamente ante la vista cas que trepidaban en su cuerpo. Las llamaba fileteados
desde su pequeño balcón. Estaba en el lugar más feo del desde que había visitado con su padre un taller de file-
mundo para vivir: la isla de Hashima. Desde el décimo teado porteño y reconocido en los espirales y los dorados
piso descubría el océano, siempre encrespado, mezclado el diseño del magnetismo que correteaba en los objetos
con el cielo gris, nuboso, también inquieto. Y los últimos de metal que en esos días lo acosaban. Luego, ejecutaba
movimientos de algún habitante furtivo, uno o dos, dis- torsiones, estrangulaba los músculos con las articulacio-
tribuidos entre el hormigón resistente, los cristales esta- nes al rotar su cuerpo en posiciones agónicas. Buscaba
llados y las maderas como torres de escombros. Y la som- un valor nulo, sabía cuándo su interior se alineaba con
bra de algún animal doméstico tal vez adaptado a sorber el norte magnético y, con movimientos de compás que
moluscos. En las noches sin luna sobrevenía el negro ab- dibujaba con sus brazos, intentaba salvar la diferencia con
soluto. Sin electricidad, la falta de luz lo volvía un ciego. el corrimiento del eje de la Tierra, que empezaba a creer
No prendía lámparas ni linternas. Estaba prohibido vivir que todos sufríamos. Ignoraba entonces que los caballos

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oscuros metálicos que persistían tiesos musculados para ba en sus minerales minúsculas lunas. Eran esos guijarros
salir del agua de la fuente de la plaza reavivaban las ondas abandonados por los mineros los que guiaban a Milo ha-
magnéticas que lo afectaban. Y el monolito del kilómetro cia la vieja boca de la mina en el extremo opuesto de la
0, en otra plaza cercana, era el tótem al que le pedía que la isla. Pero también sorteaba electrodomésticos, putrefac-
Tierra volviera a alinearse. ción y otros abandonos de baños públicos, bares, casinos
Se fue dando cuenta de que la Belleza declinaba y au- y burdeles.
mentaba la fealdad, cada vez que el eje del planeta se incli- Como cada noche, daba la espalda al hueco de la
naba unos grados más, desplazándose del eje original con mina, se sujetaba de la escalera y descendía pisando las
cada terremoto. Su padre, mirando la televisión siempre barras carcomidas, hasta ingresar por el agujero del techo
encendida, solía repetir: las cosas se están poniendo feas. al ascensor detenido a cincuenta metros de profundidad.
Hacía tiempo que su cuerpo alineado —como el de to- Esa era su cámara aislante. Y la hulla que no habían al-
dos al nacer— cedía a la distorsión, pero él era el registro canzado a extraer, con sus minerales, absorbía parte del
mismo de cada sacudida del planeta, el gorrión testigo. magnetismo terrestre. Allí Milo dormía.
Más adelante, un artículo en una revista científica, lo in- La única historia comienza con la Belleza. Las len-
trodujo en la teoría de las antípodas. Y la justa antípo- guas afuera distendidas saborean gotas de deshielo, los ojos
da del centro de Buenos Aires era Shandong, en China. se entrecierran despreocupados.
Como luego sabría, Shandong estaba a sólo quinientos Cualquiera lo niega con argumentos y lenguas con-
kilómetros de Hashima. Recorrió la superficie del globo traídas. Pero el comienzo fue la Belleza y esta es la única
por distintos medios aéreos, terrestres y marítimos, cru- historia.
zando siempre de un punto del globo a su opuesto, como Luego declinamos y renunciamos a ella.
si viajase por el centro de la Tierra intentando atravesarla Lo torcido y la desproporción le duelen por el vago
para así trocar su polo magnético. Allí se enteró de la his- recuerdo de igualdades y simetrías. Sin embargo, Milo
toria de la isla. duda de las cuantiosas imágenes «lindas», le parecen una
Ahora Milo sale de un pasaje y de otro a pasillos y dispersión de la Belleza; descompuesta por las personas
patios rotos. Cadáver de árboles de bosques primitivos, la en un prisma infantil y colorido.
hulla brillante, dura y quebradiza —pequeñas esculturas Milo convoca la luz blanca y las lenguas distendidas.
volcadas o de pie, desparramadas, trozos de hulla cincela- Lenguas juntas hasta tocarse. Piensa en eso mientras la
da por las máquinas o quebrada al aire marino— refleja- oscuridad herrumbrada y oliente lo apaga. Piensa, dentro

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del hueco rancio, que fue víctima. Ahora es voluntario. desterrado. Su sueño en duermevela derivaba en informa-
Pero necesita descansar por un momento del recuerdo de ciones mezcladas. Ya despierto del todo, Milo pensó que
la Belleza. Su anomalía orgánica tiene una virtud irresis- Martín Cortés la había detectado en la trepidación de su
tible que lo atrae como un imán a un punto que no está cuerpo al igual que él, y que había seguido navegando,
en los cielos móviles ni tampoco en el polo. Lo atraviesan aguantado las torturas, pero que con seguridad hubiese
líneas de fuerza magnética y su distorsión cada vez mayor declinado ante la vista del abrumador hongo que aumen-
lo deterioran tanto a él como a todos en la Bolsa azul. tó la distorsión en la tierra.
Duerme protegido en la caja del ascensor abandona- Como todos los días, volvió a subir al pequeño bote
do, aunque no tan distante del flujo interno de la Tierra: que lo llevaba hasta el buque detenido que oscilaba en
líquido metálico, gigantesco imán. Se descubre cami- el mar con su altura maciza y su diseño extraordinario.
nando de aquel mismo meridiano al levante. El polo del Alguna elegancia se insinuaba en esas toneladas de hierro
mundo queda a su mano izquierda y el punto de la virtud revestidas de un celeste cobrizo. Y el detalle en proa: la
atractiva a su derecha, y cuanto más al levante camina, brújula inglesa, moderna en su siglo, con una rosa artísti-
más sufre la distancia entre los dos puntos, tironeado, a ca encastrada en el centro: una piedra de zafiro azulviolá-
punto de quebrarse. Entre sueños, se interroga cómo sal- ceo. Una brújula de Thomson.
var esas distancias. Milo se demoró en la cubierta —antes de bajar a la
—La bomba nuclear Fat Man estalló sobre Nagasaki obra viva— y pasó el dedo por el vidrio que protegía el
a sólo veinte kilómetros de la isla. Ochocientas mil perso- delicado mecanismo. Vio su rostro alterado en el vidrio
nas murieron ese día. Desde la isla de Hashima se vio el de la lente. Sabía que el correcto funcionamiento de esa
más perfecto espectáculo creado por el hombre, que sin brújula dependía de las dos esferas compensadoras, dos
embargo persigue un patrón universal: la forma de hon- bolas de hierro dulce de alguna aleación desconocida para
go. El terremoto provocado por la bomba corrió el eje de él, que sostenían unos brazos cortos.
la Tierra. Eso había leído en una placa bronceada en su Finalmente descendió y localizó sus herramientas.
paso por Japón. Allí, en la profundidad de la matriz sumergida, Milo pa-
—Martín Cortés, el primer mestizo de la Nueva Es- saba las horas. Enseguida advirtió el sabor metálico en la
paña, había detectado la distancia entre el polo magnéti- lengua, que se contrajo nerviosa. Conocía el derrotero
co y el polo verdadero. Al Mestizo se le aplicaron tormen- del día. Volverían a sobrepasar las fosas abisales tan cer-
tos como los cordeles y las jarras de agua. Sobrevivió y fue canas al magma metálico del centro del planeta. Pero no

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sabía si esta vez podría resistirlo, y se preguntaba por las La declinación magnética —la diferencia entre el
consecuencias masivas. Bajó al segundo nivel, donde los polo magnético y el geográfico— no causaba sólo anoma-
motores comían combustible, expelían gases y movían el lías en la navegación, atrayendo y desviando de su derro-
buque elegante. tero buques de toneladas de hierro. Desorientaba a todos.
Sus padres habían tenido un negocio de telas en el Nos alejaba de un destino contento, espontáneo, y nos
barrio de Monserrat, cerca de la plaza que solía visitar. guiaba al precipicio como si la Tierra fuera de verdad cua-
Era un pasillo profundo que llegaba hasta el corazón de drada. Las columnas de vértebras de hombres y mujeres,
la manzana, un local atiborrado de texturas coloreadas antes flexibles y fuertes, se pegaban entre sí al inclinarse
enrolladas en tubos de cartón apoyados unos con otros, hacia un lado u otro del polo para compensarse. Todos
como una muchedumbre. Milo se enderezaba entre la sufríamos de pie. Y los destinos costeros, ligeros, simples
espesura de colores como un tubo de tela más. Como si de ruta, se perdían de vista sin poder recalcular.
fuera uno más. Acolchonado entretelas se sentía a salvo. Los motores diésel del buque nunca habían falla-
Hasta que pudo relacionar, viendo la televisión siem- do: el ronquido parejo de esas máquinas era suficiente
pre encendida, que un terremoto en cualquier lugar del testeo para Milo. Subió rápido a la superficie calculando
mundo lo perturbaba. Los horarios de inicio de los mo- el justo sobrepaso de las fosas abisales e, instintivamen-
vimientos coincidían con su interior, que comenzaba a te, fue a apoyar las manos en las esferas de hierro dulce
girar loco. Y aunque se desconocía el dato, o decidían no de la brújula de Thomson. Ese metal absorbió parte del
hacerlo público, él podía sentir cuánto se había desplaza- magnetismo. Vio cómo la aguja protegida por el vidrio
do el eje de la Tierra. Entonces crecía el estado de malestar temblaba pero sostenía su orientación, y creyó por un
de la gente. Milo escuchaba el rugido del tráfico crecien- momento que él mismo podría no ceder a la distorsión.
te. Encontraba su banco ocupado con algún indigente. Que descanse la rosa, dijo, se abra justa en diseño, acuosa
Veía personas con la cabeza gacha, consumidos por sus y desplegada. En silencio, volvió a ver las lenguas arcaicas
teléfonos portátiles. Entretelas, el magnetismo orgánico aglutinantes y bellas. Esa visión lo decidió y, en el concier-
se dispersaba rápido, pero los objetos metálicos lo repli- to de mar, motores y vientos, calculó que si su antípoda
caban, al igual que los caballos de la fuente en la plaza, y no era una coordenada, como había perseguido, tal vez
así se volvían visibles para él esas iridiscencias expulsadas sería una exacta lengua rosada: alguien que resultaría su
desde el centro del planeta. No tenía dónde esconderse. Y descanso. Que lo compensaría.
ya nadie encontraría dónde esconder su desánimo.

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Esta vez siguió viaje junto con el resto de la tripula- plazas con sus fuentes metálicas. Lo acechan los grados
ción. perdidos, la declinación ignorada. Pero ya pisó la nieve
La única historia comienza con la Belleza. Las len- ensuciándola, y ese pequeño lecho es la tumba en la que
guas afuera distendidas saborean gotas de deshielo, los ojos Milo pierde de vista las lenguas rosadas.
se entrecierran despreocupados. Llega la noche de cara al cielo, ya no avanza.
Era su día de franco. Se bajó del buque en Otaru y, La noche helada vuelve el aire transparente. Milo llo-
desde allí, fue en un barco pequeño a Sapporo, una ciu- ra su visión celeste, llora a la gente que plegó el ánimo en
dad diseñada por los norteamericanos: la urbe trazada la declinación continua. No comparte con nadie su no-
en damero y con un gran parque central. Una isla fría, che clara. Los ojos de los otros, allá abajo en la ciudad, mi-
seis meses por año cubierta de nieve, y propensa a los te- ran corto rebotando la mirada en las pantallas. Encuentra
rremotos. En esos días, se celebraba el Festival de la nie- dinero en su bolsillo. No le importa la moneda bancaria
ve en las cadenas montañosas. La ciudad estaba plagada que en esos días cambia de mano rápida. Sacude la su-
de esculturas de hielo, desde los personajes de Star Wars ciedad del billete fetiche que jamás se lava. Nadie reco-
hasta enormes figuras egipcias. Milo se alejó de los budas noce que ese papel desecho no vale nada. Contaminado
gigantes y los ratones Mickey blancos y sonrientes que de con todas las bacterias hospitalarias. El dinero es fealdad
noche se verían iluminados con todos los colores tristes. que se filtró en la grieta de un antiguo terremoto, piensa,
Dejó atrás los festejos y, luego de un trayecto en tren, se surgió del magma inferno, desde el metálico. Declinó la
acercó a la base silenciosa del monte Muine. Belleza junto con la distancia entre el norte cierto y los
Su pisada inaugura marcas sobre la nieve virgen. La mapas conjeturados.
ensucia con esquirlas de fealdad que arrastra desde su isla. Milo da un paso, su aguja fluctuante prevé un desastre.
Pisa el blanco nieve y ya no es blanco. Milo es ahora la Pero su búsqueda no era tan incierta. Junto con el
sombra de un predador que busca su hambre. Un caza- temblor que comienza y, Milo sabe, provocará el desliza-
dor novato que olisquea el territorio blanco pero lo en- miento de la tierra en pocos minutos, quebrará el Mickey
cuentra vacío, acolchonado de ruidos. Desperdicia ener- gigante que será un charco derretido entre la sangre; el
gía ascendiendo por la ladera equivocada. No conoce los magnetismo que brilla a través de su cuerpo y filetea el
senderos de la temporada de esquí. No sabe de deportes blanco, provoca que su interior «gire loco» y su lengua
ni festivales. Ni de esculturas de dinosaurios ni de cer- tiemble. La Tierra se comporta como un enorme imán
veza. Ni Monserrat con la tienda de telas variadas, o las y él es una esquirla. En la tienda de Monserrat solía pa-

44 PALABRAS RODANTES PALABRAS RODANTES 45


sar un pequeño imán bajo un papel blanco y, por encima
del papel, las tachuelas bailaban. Cuando daba vuelta el
imán, las piezas de metal repelidas formaban un círculo
perfecto, alejándose así del centro de la fuerza magnética.
El silencio cede mientras la tierra vibra. Su respira-
ción se agita porque ha comenzado a bailar. Lengua afue-
ra. No baila solo, tampoco con los de las esculturas de
hielo. Baila con los demás que también giran locos y com-
pensan con toda su fuerza viva la declinación del mundo. Karen Andrea Reyes - Colombia
Milo no baila solo, aunque no los vea.
Las lenguas afuera distendidas saborean gotas de des-
hielo, los ojos se entrecierran despreocupados. Buen provecho
La única historia comienza con la Belleza.

*** La cocinera espera sentada, imagina que su lengua es


un ovillo y que, al repasar con ella el paladar, irá soltan-
do cuerdas de pensamientos. Su turno no termina hasta
que, con la mente clara y serena, logre servir mínimo cien
platos.
Frente a la alacena, repasa el instructivo del Or-
ganismo Mundial para la Alimentación Psicointegral
(OMAP): cuando alargue la mano hacia la cesta de fru-
tas y verduras, deberá hacerlo con completa consciencia
de que su mano, en efecto, va hacia la cesta de frutas y
verduras. Mientras despelleje al animal del plato fuerte,
y le dirija su mirada compasiva, puede optar por darle un
nombre, prometerle un entierro digno a sus restos o de-
dicarle una oración (deberá revisar los anexos). En el caso
de las setas, cuyo reino permanece inclasificable, se reco-

46 PALABRAS RODANTES PALABRAS RODANTES 47


mienda la escucha binaural durante la preparación; esta Olfatea los ingredientes, espera encontrar un rezago del
instrucción puede extenderse a nueces, semillas y cereales aroma de las hojas de apio, de la cebolla, del tomate, del
simples. achiote… pero nada. El vacío se arremolina en una sola
Cerca de la estufa, los aceites vegetales esperan en mezcla insípida, en el aire que recibe hay una avalancha
cajas insonorizadas. Una vez active el dispensador, la co- de aburrimiento, una añoranza olfativa que solo puede
cinera debe inhalar y exhalar durante diez segundos, con- calmar a medias con un par de dulces de contrabando que
centrándose exclusivamente en su nariz: «Sienta el roce de se mete a la boca.
la corriente de aire en las puntas de las ventanas nasales», Una vez la ciencia reveló que la comida podía trans-
lee en la página ocho del instructivo. Con el fuego encen- mitir estados psicológicos y emocionales, la sociedad
dido en alto, puede permitirse un último gruñido, o una entera cuestionó el funcionamiento de las cadenas de
expresión de desahogo, antes de entregarse por completo producción en la industria. Años atrás, cuando apareció
al flujo de paz mental. la paciente cero, la opinión pública asumió que era una
En el bolsillo de su delantal, guarda el manual enro- hipocondríaca con trastorno delirante: la mujer recorría
llado. La etiqueta sobre el pecho tiene su nombre borda- las salas de urgencias desesperada, decía que la cena de un
do con hilos de colores: Mari. restaurante le había provocado vértigo, temblores y, con
No tuvo colegas que le advirtieran sobre las audito- el paso de los días, «tenía pensamientos intrusivos sobre
rías sorpresa; sin embargo, tiene un radio de mesa que la vida íntima del chef». El caso, que tuvo lugar en Países
emite un noticiero sensacionalista las veinticuatro horas. Bajos, inició un evento de corte pandémico, que generó
A ella le aterra todo lo que dicen, pero no puede dejar gran alboroto en las provincias.
de escucharlo; los periodistas cubren los allanamientos a Sobra decir que los vídeos de la afectada se viraliza-
cocinas ilegales, las capturas de chefs indocumentados y ron. En cuestión de meses, los comentarios de personas
las estadísticas de infecciones alimentarias. Para amenizar que experimentaban la misma sintomatología se hicieron
el escándalo, el noticiero alterna la programación con co- visibles a nivel mundial. Recuerdos compartidos, trastor-
merciales y clásicos de música popular. nos emocionales e incluso alucinaciones saturaron las sa-
La mayoría de sus recetas empiezan sofriendo cuatro las de urgencias. Se creó una categoría médica provisional
dientes de ajo. Mari se acerca los dedos a la cara y con- que nombraba esos casos: «dispepsia mental». La OMS
firma una vez más que el olor intoxicante de los vegeta- no tardó en categorizar el fenómeno como un efecto no-
les ha desaparecido; su nariz es pequeña, pero insidiosa. cebo sin precedentes, pero se retractó después de que hizo

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público un estudio que encontró evidencia de contami- en el amor hay un hechizo que nos protege y nos ayuda a
nación molecular en la comida, por cuenta de los afectos vivir», hubiera dicho.
y contenidos de la psique: Dado que partió, Mari ya no encuentra consuelo en
«Aún no existe consenso sobre cómo las ideas, emocio- releer sus poemas, en escuchar su canto o en recordar sus
nes y recuerdos de alta intensidad pueden transmitirse a palabras. Tiene una foto de ella sobre el bifé de madera,
través de la comida. Un estudio controlado hizo seguimien- sus ojos blancos y ciegos se sostienen altivos en medio de
to a los procesos digestivos de dos grupos, uno compuesto por una maraña de piel descolgada, de arrugas que se propa-
primates (grupo A) y otro por humanos (grupo B). A los garon en su rostro como las rutas de un mapa de bolsillo.
dos se les administró alimentos que se consideraron “con- El timbre le hace dar un brinco. De todas las contra-
taminados”. El análisis físico químico arrojó que, una vez dicciones que se le han acuñado al OMAP, una de las que
entró en contacto con la saliva, el bolo alimenticio cambió más resalta es el exceso de volumen en sus sistemas de alar-
en ambos grupos. Sin embargo, solo en el grupo B se presentó ma: un pitido como ese provoca una clara perturbación
una alteración agravada desde el estado de quimo hasta mental a cualquiera; ella lo siente como un calambre que
el tránsito colorrectal. Con este resultado, surgió la hipóte- asciende por las extremidades.
sis de que la infección psicoafectiva se produce a la par de Hace meses que Mari dejó de apurarse para llegar a la
la absorción de nutrientes. La conclusión ha llevado a los puerta, sabe que no importa qué tan rápido gire la llave o
expertos a reconsiderar que el cerebro sea el único órgano mire por la ventana, nunca será lo suficientemente veloz
de la mente». Manual del Organismo Mundial para la para ver a sus proveedores. Hace un tiempo tomaba café
Alimentación Psicointegral. con ellos e incluso les permitía fumar bajo la carpa de la
Si la madre de Mari estuviera viva, seguro sabría ex- entrada; en retribución, ellos le entregaban un puñado de
plicarlo mejor; diría que lo único malo del alimento es historias llenas de incidentes y trivialidades. Contentísi-
que ya no se come entre paisanos. Añadiría que hubo un ma, los escuchaba atenta para coleccionar los chismes y
tiempo en el que el otro no era un extraño y que, por eso, luego diseminarlos entre sus conocidos.
durante siglos, los animales humanos preparaban y repar- Mientras arrastra las cajas con termosellados, recuer-
tían sus comidas sin pánico moral. Para ella sería obvio da el bullicio de cocineras y meseros, la época en que las
que los platos que compartimos llevan dentro el testimo- comitivas se agrupaban sobre los platos en un juego alea-
nio de las impresiones mentales acumuladas: «Pero, hija, torio de gestos, mezclados con el tintineo de las vajillas
que la ayudaban a mantenerse de pie durante doce horas.

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«¿Quién es este? ¿Y esa risa tan rara? Otra vez discutió rrumpía la vista del televisor—. ¿Usted cree que nos va-
una pareja: una dejó el dinero bajo el salero, la otra cla- mos a enfermar o a sentirnos tristes después de comer?
vó los cubiertos en el puré de papa y pidió disculpas por —De acuerdo, esos son problemas de países ricos.
llorar en la barra. ¡Traigan un trapero! Está hermoso ese —¿Sí o no, Hernán? Inventan muchas cosas: ¡Ay,
bebé, pero está bien malcriado. ¿Pet-friendly?, ¿qué es cuidado con la sopa que nos va a dar depresión!, ¡Ay, no
eso? Si quiere comer con el perrito se puede sentar en las compren comida en la calle porque van a tener visiones
sillas de afuera; yo se lo dejaría entrar, pero está muy gran- de lo que hace el señor de las arepas! —Juan regresaba a la
de y la última vez me rompieron una matera. Camilo, há- cama, y se sentaba a ver los comerciales que siempre eran
game el favor y guarde esa caja en el congelador, ¡no me del OMAP—. Ellos están en lo suyo cuando cocinan, no
distraiga más a las muchachas!». tienen tiempo para pensar.
En su cocina oculta sobreviven tres taburetes y una Mari recuerda bien esa noche, le había preparado a
mesa donde se sienta a almorzar sola. Si hubiese queri- Juan y a Hernán sus comidas favoritas: crema de tomate,
do, habría podido mantener contacto con sus antiguos lentejas con queso, plátano frito, arroz y jugo de guaná-
empleados y con sus colegas, pero igual se enteró por co- bana. Como hacían desde siempre, llevaron los platos a
mentarios vecinos que todos ellos emprendieron sus pro- la cama y el par de adolescentes jugó a aprisionarla con
pios negocios: restaurantes, cafeterías, y pastelerías que, brazos y piernas, mientras ella les acariciaba los pies fríos.
imaginaron, no tendrían competencia. Tampoco tuvo Aquellos encuentros habían ido mermando a medida
que llamarlos para enterarse: pasó poco tiempo antes de que escaseaba el acceso a los alimentos.
que cinco, diez, veinte establecimientos fueran sellados Poco importaron las protestas de los agricultores y
cada día; las cuadras que un día fueron intransitables se sus multimillonarios patrocinios: los mercados imple-
volvieron lo suficientemente anchas como para recibir un mentaron exhaustivos controles psicosociales en los culti-
tren de carga. vos, para garantizar siembras y cosechas con niveles máxi-
Aún con esas noticias, Mari creyó en sus sobrinos mos de bienestar. Los primeros mercados en desplomarse
cuando la tranquilizaban diciéndole que un cambio así fueron los de ganaderos y pescadores: bastaba el sentido
de radical era imposible en Latinoamérica: común para reconocer el sufrimiento de los animales no
—Tía, ¿usted sabe cuánta gente está pasando ham- humanos que se transmitía a los comensales.
bre en Colombia? —Juan se levantaba, su cuerpo inte- Impedidas para aceptar la humillación y admitir un
triunfo que reclamaban las minorías vegetarianas y vega-

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nas, las industrias cárnicas ordenaron sacrificios masivos. A sus sesenta y cinco años, las cicatrices que Mari lle-
Luego, gastaron casi todas sus reservas en diseñar una es- va en su cuerpo corresponden a los riesgos que nunca se
pecie mutante insensibilizada, cuyo sabor resultó ser tan atrevió a tomar. Al igual que muchos en la capital, escu-
repugnante como costoso. chó historias de los túneles que conectan la ciudad bajo
Ahora que Mari descuartiza las patas del neoanimal, tierra. Ya no se discute si fueron o no construidos por los
descubre que ya no le vienen las náuseas de golpe. Lanza jesuitas, tampoco se habla de las celebridades que los uti-
los pedazos a la olla con paciencia y se aleja de la estufa lizaron para escapar, ahora el voz a voz se concentra en el
para hacer sus llamadas diarias. Busca en el bolsillo pe- contrabando subterráneo de alimentos. Se habla de ban-
queño de su delantal una hoja gastada y un celular tan das criminales, y hay leyendas urbanas que cuentan de
viejo que aún puede sentir el roce de las teclas externas. algunos comerciantes que entraron para no volver a salir.
Sus ojos encapuchados se expanden tras los lentes —¡¿Aló?!
gruesos de lectura cuando revisa los números de las lla- Encerrada en el baño, Mari siente la vibración bajo
madas. De las siete personas en lista, tan solo cuatro le sus pies. La rabia que alguna vez la condujo a gritar, a
responden. La voz de uno de sus sobrinos está oscurecida resistirse como un animal herido, le humedece los ojos
por el ruido de fondo: el choque de piezas en cadenas de en un solo lengüetazo. Se pone una bolsa de hielo sobre
ensamblaje. El estruendo no le deja distinguir si es Juan la cabeza y busca el tensiómetro para averiguar cuando
o Hernán, pero sí siente un peso en la voz, como si una llegue a valores normales. No tiene mucho tiempo, debe
nube gris se posara en cada sílaba. volver a la cocina y revisar la olla hirviendo, controlar que
—Tía, no le habíamos contado antes porque sabe- las patas no se ablanden demasiado; ya ha perdido por lo
mos que se pone muy nerviosa… pero nos quedamos sin menos media hora de su agenda estrictamente cronome-
tiempo. trada.
Mari no responde, sale al pasillo mientras los latidos A las 5:00 p. m. escuchará de nuevo el timbre y esta
de su corazón activan el primero de tres sensores de emer- vez deberá retirarse y dejar servidas cien bandejas de comi-
gencia. Sabe que, si se enciende la tríada, enviarán de in- da, listas para la inspección. Al salir del baño, la cocinera
mediato un psicoterapeuta ocupacional para hablar con siente un tirón en el pecho: hay un ojo observándola tras
ella; podrían embargar el inmueble en cuestión de horas. la ventana; es como si las grietas del cristal esmerilado se
—Vamos a vivir en el túnel. Usted, mi papá, Hernán conectaran con sus vasos sanguíneos.
y yo… ¿Me escucha? —Doña Mari, es Leidy. ¿Se acuerda de mí?

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Cuando Leidy llegó al restaurante para ser ayudante ta cubrir la sabana entera. Las partículas gaseosas de lo
de cocina, tenía apenas dieciséis años. Su mamá la había que ahora es su carne le entregan confidencias sobre las
enviado para que trabajara los fines de semana con la familias que alguna vez habitaron el territorio. ¿A dónde
intención de que no quedara embarazada como sus han ido?, le pregunta a cada una de ellas. En ese vaivén de
hermanas. historias, materializa su soledad, se preocupa por el futu-
—Yo fui la de la idea de los túneles. Hernán me man- ro, añora los días perdidos de su vida, hasta que vuelve
dó a recogerla. Si quiere podemos hablar en el camino, a respirar. «La pregunta no es por el mañana, es por la
para explicarle bien. presencia de la eternidad».
Encorvada como una lámpara de escritorio, Leidy se Los túneles tienen numerosos accesos, pero los más
esfuerza por quedar cara a cara con Mari. La toma de las seguros se encuentran en el cementerio del norte y en las
manos y el sudor frío que siente le provoca ansiedad; de- ollas de microtráfico del centro de Bogotá. Para evitar sos-
searía no soltarla, quiere transmitirle una serenidad de la pechas, los habitantes subterráneos acordaron un horario
que carece. Le toma una hora desvincular al restaurante único de ingreso: las puertas se abrirían a las seis de la tar-
del sistema OMAP, otros veinte minutos para cargar la de, ni antes ni después. Quizá en otras circunstancias las
comida en el camión y quince de trayecto, en dirección a reglas podrían ser más flexibles, pero ante la baja densidad
un cementerio. Frente a una lápida, apaga el cronómetro. poblacional, la policía podría monitorear las desaparicio-
La cocinera espera sentada en el asiento delantero, nes fácilmente.
imagina que su lengua es un ovillo y que, al repasar con A las 6:00 p. m., las dos mujeres llegan al cementerio
ella el paladar, irá soltando cuerdas de pensamientos. y a las 6:03 p. m. atraviesan el vórtice principal. Con cada
Viene a acecharla el recuerdo de su madre: en sus últimos paso, sus pisadas despliegan una vibración tan precisa
días, la anciana se negaba a comer, agachaba la cabeza como un metrónomo; siguen el ritmo de las plantaciones
y presionaba el mentón contra el pecho. Mari piensa que nacen de los muros y el techo: ni un centímetro se
que ella podría terminar así, rindiéndose ante el peso ha desaprovechado. Si la comunidad pudiera, ya habría
del cuello, con los pelos y el hambre creciéndole en una convertido al vacío en una parcela más.
hojarasca. El proyecto de los túneles había iniciado el segundo
Imagina que está en la cocina, que, al destapar la olla, mes de la crisis alimentaria. Por primera vez, las comuni-
su cuerpo se desintegra con el vapor y se convierte en una dades decidieron anticiparse y trabajar unidas en un plan
bola humeante, que rueda por las calles y que crece has- que les permitiera responder al caos que se avecinaba.

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Crearon una misión paisajista que llamaron Sune, con- con el peso de la leña y del carbón sobre su espalda de
formada por investigadores, familias campesinas y vo- niña, conecta la palabra con los hematomas en sus piernas
luntarios de todo tipo; gente que había elegido vivir bajo después de caer al río, la relaciona a su padre moribundo y
tierra, recolectando y sembrando sin pausa. en la quiebra, enumerando sus arrepentimientos.
Convertir los túneles en un sistema funcional de Si la galería vegetal fuera un espacio para ubicar pre-
invernaderos les había tomado años, pero al final lo lo- guntas, Mari colgaría una en los árboles que crecen in-
graron. Rediseñaron los mecanismos de iluminación, la vertidos, otra en las papayas y sandías que se mantienen
ventilación, el riego y el drenaje; la construcción estuvo suspendidas sin esfuerzo y una más en las flores de San
sujeta a una fase experimental permanente, hasta que Pedro que le envían sus besos cándidos. Al caminar por el
asomaron los brotes. Era cierto lo que decían en la radio: inmenso subterráneo ve incontables frutas redondas, ver-
la transmisión psicoafectiva no se podía interrumpir, ni duras alargadas o anchas, alimentos que se superponen,
siquiera a nivel subterráneo, pero contrario al escándalo uno sobre otro, como un cuarto bendecido con miles de
de la superficie, ellos sí comprendieron su propósito. telas.
—¿Cuándo fue la última vez que comió una uchuva No es horror al vacío, es horror al hambre. ¿Por qué
de verdad? no vivimos rodeados de platos a rebosar? Hay un llanto
Leidy desprende las hojas ovales en forma de cora- en la altura de su ombligo, una colmena de lágrimas que
zón. La baya naranja ilumina sus manos, como un fruto ha oscilado durante años, resistiendo un golpe tras otro,
disfrazado de almeja. sin posibilidad de defensa. A su edad, los pensamientos se
Antes de que pueda llevarse la fruta a la boca, la chica sustituyen con espíritus variopintos; así que, al sumergir-
atrapa con sus manos los dedos inflamados de Mari. se en este rizoma suburbano, la cocinera sabe que Leidy
—Aquí las personas se pueden alimentar, pero hay no es la única que camina tras de ella.
una condición: primero deben visitar su cultivo y recibir Al final de uno de los pasillos está el Mayor, que des-
la instrucción del Mayor. cansa sentado frente a un iglú de guadua. Es un hombre
—Yo no tengo ningún cultivo. barrigón, la calva que lo corona acaba en un racimo de
—Sí, señora, lo tiene. Todas las personas son hijas de mechones gruesos. Conserva el rostro de un niño al que
un cultivo, usted también. no se puede controlar: la nariz rechoncha, los dientes en
Al escuchar sus palabras la cocinera reacciona de recreo, las pecas repartidas en degradé. Saluda a Mari con
mala gana: no le gusta la vida del campo. Asocia el cultivo

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la paciencia de un geriatra en la sala de los más viejos, sin archivo de documentos históricos con información de un
despotismo. pasado que nunca antes se había revelado.
Mari cree en el Mayor cuando le dice que han recu- —Siempre sabrás dónde estás parada: es el lugar don-
perado semillas provenientes de todo el territorio; que, de naciste y el lugar donde vas a morir.
de la mano de los expertos, han construido microclimas Leidy estira sus piernas. Hace tres años escuchó por
exitosos para la germinación; que los cultivos no necesi- primera vez las palabras del Mayor; admite que aún tiene
tan etiquetas, pues tienen sus propias fronteras invisibles. dudas sobre los métodos de Sune, pero las tres comidas
Él le explica que en la labranza basta seguir el tránsito cro- orgánicas al día suelen despejar sus inquietudes. El Ma-
mático de frutas, verduras y hongos, el grosor de las hojas yor termina formulándole a Mari una dieta semanal:
y las esencias herbales que flotan en el aire. Los conoci- jugo de feijoa para desbloquear las memorias de los pa-
mientos empíricos en psicobotánica les han permitido dres, chirimoya para una cronología del territorio, pitaya
tipificar las infecciones alimentarias, controlar sus efectos para discernir las emociones propias, guatila para limpiar
y utilizarlos a su favor. la sangre, frijol cabeza negra para cortar con las visiones
El Mayor infiere que entre todos los contenidos de la desagradables.
conversación hay algunos que escapan del entendimiento —¿Has visto el caos allá afuera? Es nuestra incapaci-
común, por lo que ha aprendido a hablar en numerosas dad de relacionarnos con lo que está vivo, tal y como es —
lenguas: la del científico, del maestro, del chamán y del le dice, acompañado de su característico hálito aromático.
curandero; la del borracho, el mujeriego, el asalariado y la Mari sostiene una moneda imaginaria en sus manos:
del borrego temeroso de los rayos. La cocinera evita asen- cara huida, sello resignación. El Mayor se incorpora, toma
tir siempre, pues de pequeña entendió que no se puede un canasto, lo pone en su hombro y empieza a cosechar.
estar de acuerdo con todas esas personalidades. —¿A qué se dedican los de arriba? —pregunta al aire
El Mayor le sigue explicando que, al estar metros bajo el Mayor.
tierra, los cultivos se alimentan de los cadáveres, por lo Leidy se acerca a él con un bisturí y le ayuda a cortar
que la transmisión psicoafectiva se efectúa bajo el influjo algunas ramas.
de la memoria celular de los muertos. Gracias al alimento, —La gente casi no sale, les aburre mucho hablar sin
se ha podido identificar a miles de víctimas y desapareci- un tinto en la mano —responde ella mientras cosecha—.
dos, se han transcrito sus testimonios, y se ha creado un Los más pudientes están enfermando, reemplazaron la
comida con suplementos sintéticos importados. En todas

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las familias hay por lo menos una persona trastornada por haría falta una huelga de hambre, pero de todas las cosas
alucinaciones, la mayoría no encuentra qué comer, se es- del mundo, se resiste a perder el alimento.
tán expandiendo las sectas de ayuno permanente. De cara al fogón, Mari vigila el caldo y se soba las
—¿Y qué hace el Gobierno? —Los ojos saltones del rodillas, el dolor de la artrosis le impide agacharse. En el
Mayor se oscurecen, enfocan a Leidy con la precisión de fondo, la voz del Mayor se entrecruza con la de otras per-
un arquero. sonas, incluida Leidy.
—Siguen con sus cocinas falsas. A doña Mari la te- La escucha de la cocinera es sigilosa, casi profesional.
nían en una. La obligaban a cocinar cientos de bandejas: Logra extraer fragmentos de la mixtura de rumores.
un porcentaje mínimo iba a instituciones públicas y al- —Podríamos subir y explicarle a la gente lo que
bergues, el resto entraba al mercado negro para especular hacemos.
con precios desbordados que… —No nos van a creer, vamos a terminar en la cárcel.
Con un gesto, el Mayor le pide a Leidy que se de- —¿Y si contactamos a un comité internacional?
tenga y haga silencio; las palabras y la información que —Dirán que somos hippies o dementes.
ha lanzado hacia él le han perturbado. Cierra los ojos y —Si tuviéramos un banco de discos duros o una IA
retira sus manos de la siembra. Susurra unas frases cortas que procesara la transmisión psicoafectiva de los muertos
al canasto, se lleva un poco de polvo vegetal a la boca y lo o cualquier otra máquina al estilo gringo, tendríamos las
mastica con paciencia. En su mejilla crece una bola que le de ganar.
ayuda a respirar. El Mayor le entrega la canasta a Mari y le —En el fondo creerían que nuestra ciencia es
habla lento, poniendo atención en cada exhalación: primitiva.
—Marinita, cuando cocines esto hazlo con completa La voz que objetó al final se parecía a la de Leidy,
consciencia. Debes estar atenta a la mano que deshoja, a pero su color era más oscuro. Tenía el ronquido propio
las burbujas del agua que hierve; tienes que recordar olo- de una edad más adulta.
res, colores y texturas. —Continuaremos con la misma estrategia: vaciar la
La cocinera se lleva la mano al vientre buscando el ciudad, recibir a tantos como podamos y alimentarlos.
bolsillo, pero no tiene el manual enrollado ni el delantal Cuando la transmisión supere el 80 por ciento, podre-
puesto; tampoco tiene la asistencia del OMAP. Si quisie- mos liberar los mapas de los túneles. Con el registro au-
ra protestar por lo que le han hecho sus sobrinos, solo diovisual y nuestras bitácoras, podremos crear un frente
unificado con otros países.

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Ve el rabillo de un ojo que espía entre las plantas de A la media hora nota a los primeros visitantes: entran
coca: es el Mayor sonriendo. La sesión se disipa y los ru- suavemente en su pensamiento para amplificar sus capa-
mores terminan. La cocinera escucha el silencio pensan- cidades cognitivas. Se ilumina esa región de la conciencia
do que aún no recibe noticias de sus sobrinos. ¿Deberá donde los nombres no existen, donde tampoco importan
también comer sola aquí abajo? Aparece el crujido en sus los patrones de su vestido, si lleva el pelo adornado o si la
entrañas, la taquicardia postural, el olor del cocido que luna en combustión ha caído sobre ella. Ahora solo inte-
está listo. resa que Mari perciba la vida bajo las cáscaras, las almas
Sentada frente al plato, cuenta las habas, los cubios, dentro del relleno abrasador, el espíritu en el toque as-
las chuguas y las arvejas. Si lo que dijeron es cierto, ¿con tringente de las raíces.
esta comida podría conocer al fin el paradero de su cuña- Piensa que no es la única, al igual que ella, miles han
do? De él solo quedó un camión abandonado en la vía, reposado en los cultivos autóctonos de los túneles. No
con un cargamento de azúcar intacto. Se limpia el sudor han sido asignados aleatoriamente: las hectáreas corres-
de la frente con las muñecas. Hay cosas que quizás no ponden a sus pueblos, a los ingredientes propios del lugar
quiere saber. ¿Enloquecerá con las visiones? ¿Caminará donde residen. De esta forma, los Mayores se aseguran de
en bata por las calles, como la masa de infectados que gri- que establezcan contacto con un entorno familiar y lo in-
tan al amanecer? Si eso le llegara a ocurrir, piensa, está vestiguen con autonomía.
tranquila: ya vivió más años de los que le corresponden. Ve también las corrientes eléctricas que viajan por su
«Si viene la locura, será como un suspiro, y los suspiros cuerpo: su materialidad ahora opera como una red públi-
pasan rápido». ca, guiada por sus sentidos. Con timidez, envía una señal
No ve su reflejo en el plato: el caldo es espeso, lleno a los seres que la acompañan: «La clave está en tolerarnos,
de tubérculos. La reacción inmediata al masticar es la ace- ¿puedes ver sin evaluar?, ¿puedes intimar con el núcleo
leración del flujo sanguíneo, en poco tiempo, la irrigación de los secretos ajenos y, en retorno, entregar los tuyos?».
en su cerebro aumentará en un 40 por ciento, trayendo Finalmente, puede enunciar y significar esas palabras.
claridad y presencia al pensamiento. Después, el corazón Los símbolos sonoros y visuales que alcanzan su piel
latirá con más fuerza, en un ejercicio de expansión y, por están atrapados en una nube porosa que Mari no logra
primera vez, la cocinera tendrá una cartografía completa desmantelar. Se pregunta si volverá a ver el cielo o si debe-
de su mente, con curvas y redes, con puertos y rutas de rá conformarse con las enredaderas.
despegue.

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Más figuras porosas aparecen en la boca del túnel. —¿Estuvo fuerte el viaje, tía?
¿Son sus sobrinos? ¿Juan? ¿Hernán? ¿Leidy? ¿Son las vo- —Oiga, Hernán, no sea descarado. ¡Respétela!
ces con las que se comunica? Mari se ríe de ellos, decide empacar su maleta y bus-
Mari se dobla, cae. Clava los dedos en la tierra y, des- car el camino de vuelta a la superficie. Sale a las 6:00 p.
de ahí, sube una descarga potente de estímulos que la m. del día siguiente con un canasto repleto de comida. El
deja indefensa. Su cuerpo se estira hasta convertirse en Mayor no se atreve a detenerla.
un tubo que tiene una lista de datos tallada en su piel de A Mari le toma un par de semanas recuperar el regis-
cilindro. «Esa tranquilidad tan singular, ¿de dónde vie- tro de su restaurante. Tiene que repetir algunas capacita-
ne?». ciones y pagar una multa para desbloquear el sistema. Por
Su cuerpo se materializa. Es una niña de nuevo, está primera vez se atreve a colgar el aviso de «abierto» en la
sentada en un butaco de la cocina. Su madre bate el cho- entrada. Ya no le asusta el timbre del OMAP, ni el regreso
colate caliente; a contraluz, la puerta deja ver los árboles de los clientes: los conoce bastante bien.
fundidos en la montaña. Desde la ventana ve cómo esa La cocinera hunde la cuchara en la sopa y deja caer
escena se multiplica cientos de miles de veces: un montón algunas gotas en su lengua. ¡Qué delicia! Hay un coro de
de entes idénticos a ella se deleitan con el cacao, pareciera vuelta en su paladar. Es una mañana especial para ella.
que ve espejos enfrentados en una reflexión infinita. Llama a la radio, coquetea con el locutor y pide su can-
«Allí me enseñaste lo que era ser amada. Con el pri- ción favorita. Los comensales y las raíces que crecen bajo
mer sorbo la ternura me hacía llorar». tierra la acompañan cantando: «Es esta vida la que nos
Al relamer sus labios, las papilas gustativas se expan- tocó, con sus diez mil dolores y diez mil alegrías».
den y se convierten en túneles de Sune. Los atraviesa to-
dos al tiempo, ve tumultos, comensales masticando, suc- ***
cionando, bebiendo. Se permite regresar a la ciudad para
hurgar en los cerebros de los infectados, en los algoritmos
de las máquinas. Personas y objetos alzan la mirada y se
postran a sus pies, le confiesan los secretos de sus vidas.
Cuando la visión termina, aparecen las caras de Her-
nán y Juan: parecen dos globos cómicos que chocan entre
sí.

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Ana Rüsche - Brasil
Trad. Diego Cepeda

Marea viva

Ni el crudo mar color plomo contra la playa, ni el vien-


to capaz de derrumbar una persona en bicicleta eran un
problema para DJ18, pues no era una persona y no ne-
cesitaba una bicicleta. Sin embargo, cuando vio a su re-
gordeta y cachetona jefe caer mientras pedaleaba contra
una ráfaga de 60 km/h, cerró sus ojos de farol. No estaban
realmente en una playa, sino en una inmensa plataforma
petrolera que en sus comienzos no fue más que eso, pero
poco a poco, con las deposiciones y empalmes de material
fluctuante, terminó convirtiéndose en una larga isla de
200 km2 con dunas color azul brillante.
La jefe reclamaba desde el suelo, sudorosa por el sol
inclemente, y le pedía ayuda a la robot para levantarse:
—Ay Dios, me golpeé la espalda, cómo me duele.
¿Cómo te sientes con este vendaval, cariño?

PALABRAS RODANTES 69
La robot dio la respuesta de siempre. Su jefe, cojean- La robot hizo titilar sus luces para asentir mientras su
do, recogió la bicicleta como pudo y señaló a la distan- jefe cachetona, cubierta de ropa térmica, volvía a la bici-
cia, hacia el ayuntamiento: un lugar con dormitorios, un cleta y continuaba su camino por la ciclovía que rodeaba
mercado de trueque y un refugio: el malecón.
—¿Sí ves? Todo es culpa de esa mujer. Perdí el equi- La Orden AI-27 significaba «asesinato». La robot
librio por su culpa. Ella podría quedarse ahí, quietecita, se preocupó, «no matarás» era parte de su filosofía per-
como todo el mundo, pero en vez de eso empezó a arras- sonal. Deseaba que todo se resolviera sin ejercer daño.
trarse en esa arena asquerosa. ¿Sí te fijas? Luego pensó que, como su memoria había sido borrada
La robot asintió. Sabía que la mujer que señalaba es- tantas veces, seguro ya había matado a alguien, solo que
taba más adelante, en medio de las dunas azules, rastrean- no lo recordaba. Seguro borrarían sus registros si mataba
do algo bajo el día abrasador. La apariencia de la señalada a la mujer descalza; su jefe era bondadosa pero no tonta.
no era precisamente buena: su piel era tan quebradiza Antes de irse, la mandamás susurró entre dientes:
como el material plástico de la arena, se veían sus huesos, —No me gusta lo que ella hace. Todas las cámaras de
tenía las fosas nasales abiertas al horizonte. Caminaba esta plataforma de mierda están rotas y los robots no han
descalza, se movía muy rápido. En las imágenes, se veía podido tomarle pruebas fotográficas. Sé que ella ya había
que arrastraba una bolsa voluminosa; adentro había frag- trabajado en eso, y ahora se queda ahí, no hace nada en
mentos de cosas apenas más anchas que una mano, obje- todo el día. No me gusta para nada. Vigílala.
tos recolectados en los valles, entre las montañas de arena La jefe se alejó encorvada, pedaleando en un camino
artificial, donde se acumulaban los residuos de mayor azotado por el viento. Se volvió un espejismo bajo el pai-
tamaño, transportados por los vientos. La mujer tenía saje blanqueado por el sol.
talento para reunir esas chucherías: cabezas de muñecas, La robot no entendía algunas cosas de esa conversa-
estuches de maquillaje, tablas de texto, botellas. Todo lo ción. ¿En qué ya había trabajado esa mujer? ¿En tomar
que alguna vez había sido algo, ahora devuelto por el mar. pruebas fotográficas? Imposible, eso siempre había sido
La jefe interrumpió sus desvaríos: tarea de los robots. ¿Y qué significa «no hacer nada»? Las
—DJ18, quiero que sigas el rastro de esa mujer las investigaciones demostraban que esa mujer era una de las
veinticuatro horas. No es bueno que circule gente des- personas más activas de toda la plataforma.
ocupada. Vigílala y, si encuentras algo sospechoso, ejecu- Sin embargo, su cerebro positrónico no le permitía
ta la Orden del Acto Institucional 27. pedir ninguna explicación a la autoridad. Sabía que la

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jefe, aunque fuera considerada una buena persona, había La robot tembló de emoción: le gustaba su tarea, a
montado un esquema con los XP7000: pequeños robots, pesar del problema del posible asesinato. Barrió el hori-
insoportables y acorazados, que filtraban la arena todo el zonte con sus ojos de farol y se ubicó en la cumbre de la
tiempo; si llegaban a encontrar algún plástico de alto des- primera duna. Su jefe siempre había sido dulce, al menos
empeño, lo guardaban para ella. A fin de cuentas, nadie dentro de lo permitido en esas latitudes. No quería de-
era dueño de lo que traía el mar. A la jefe le encantaba cepcionarla. De sus articulaciones metálicas sobresalían
acumular pedazos de plástico valioso: tenía una pila con- algunos penachos plásticos: luego de habitar la platafor-
siderable que usaba como moneda en tiempos de penu- ma por tanto tiempo, DJ18 había adquirido una aparien-
ria. cia felpuda. Las precipitaciones plásticas se atoraban en
La robot trató de olvidar el problema de si ella había sus placas metálicas y formaban involuntarios ovillos y
o no asesinado a alguien y si lo había olvidado. Ese era un copetes que parecían azules y blanco lechoso.
pensamiento que siempre infiltraba sus circuitos y ya le Penetró al interior de la isla sin dejar de ver las cáma-
había causado parálisis en otros momentos. Observó una ras aéreas y las mediciones de materia orgánica. Subió y
enseñanza que había tallado en una de sus placas: «Es bajó dunas, siguiendo el rastro de la bolsa en la arena.
imposible ahogar el agua». No recordaba el momento Alcanzó a la mujer siguiendo su rastro pegajoso.
cuando lo había escrito, pero sabía que la DJ18 del pa- La saludó.
sado quería darle a la del presente un consuelo, un aviso. Esperó.
Se dirigió hacia las dunas azules mientras consultaba Aquel ser, doblado por el peso de la bolsa, ignoró a la
las cámaras aéreas. Hundió sus tentáculos en la arena y robot. La única respuesta que DJ18 recibió ante el con-
realizó lecturas sobre la materia orgánica presente. Roció tacto insistente fue un gruñido:
agua en algunos líquenes naranjas: esa acción ya no era —Jódase, pedazo de metal de mierda.
parte de sus funciones, pero había hábitos difíciles de ol- La respuesta detuvo a la robot en medio de la arena.
vidar. Se sintió como si estuviera en uno de los centros del No le gustaba haber irritado a la mujer. Algo en su pro-
mundo, pues si el centro es donde todo nace para luego gramación de base le recomendaba cautela. Se fijó en la
transformarse eso es, precisamente, lo que hace una pla- bolsa que estaba arrastrando y que alejaba de su campo de
taforma petrolera. visión frontal: al analizar las imágenes, descubrió que en
«Vigílala». su interior había varias piezas. La mujer debió haber ido
de una punta a otra de la plataforma para juntar todos los

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materiales. La robot pensó en sí misma, siempre llevan- de mamífero. Iba rápido, pues se sentaba en la bolsa para
do y trayendo los nutrientes más diversos para proteger deslizarse hasta lo profundo de las dunas.
plantas minúsculas, insectos y microorganismos: vidas La robot decidió tomar el mismo camino con una
extrañas que, obstinadas, insistían en crecer allí. emoción extraña. Pocas veces había ido a esa región y sus
En ese instante, la plataforma tembló. mediciones eran inexactas por la falta de sensores. ¿Quién
Debajo, en el vientre acuoso de esa bestia oceánica habría sido capaz de instalarlos ahí?
que era la plataforma, se extraía el material viscoso del pe- El camino era difícil, las subidas y bajadas eran terri-
tróleo a través de inyecciones de alta presión en las rocas bles. Al menos, las mediciones de materia orgánica eran
submarinas, una técnica que podía hacer volar todo por sumamente interesantes y no se veía a ninguno de los pe-
los aires; de ahí venían los temblores. Ahora que los mares queños e insoportables acorazados.
dominaban la superficie de la Tierra y los ayuntamien- Pasaron horas antes de que llegara a una especie de
tos eran cada vez más escasos, la extracción petrolífera meseta: en medio de una cadena de dunas se extendía un
era inusual; lo más común era minar el piroplástico de valle que desembocaba en el mar oscuro y revuelto, don-
las rocas. Por eso se solía decir que la plataforma era uno de las olas chocaban contra la plataforma. Vio líquenes
de los centros del mundo, aunque a veces la robot tenía la nuevos en los bancos de agua, una constelación de planti-
impresión de que habitaba los confines del planeta. tas e insectos, pulgas de arena. La acumulación de hume-
Cuando una segunda ola de temblores recorrió el dad, proveniente del océano y represada por la cadena de
suelo, la robot estuvo a punto de caerse. Luego el hori- dunas, propiciaba vidas improbables. Además, el mapa
zonte se calmó. de temperatura era más bajo en el valle sombreado.
Mientras DJ18 se recuperaba, una manada de robots Entonces lo vio.
XP7000, acorazados y veloces, pasó a su lado, transmi- Entre las sombras, algo impensable: una pila de detri-
tiendo un: «¡Hey!, jódete, peludote». to que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. ¿Cómo
Como si pudiera suspirar, DJ18 ignoró la provoca- terminó eso en ese lugar?
ción y continuó su recorrido de detective. Abajo, la mujer minúscula sacaba pedazos nuevos
Revisó las cámaras aéreas: todo indicaba que la mujer de la bolsa y organizaba las piezas una al lado de otra. Al
pasaría por las dunas interiores hasta llegar a la punta de la parecer, sabía dónde colocarlos. DJ18 hizo un barrido ge-
plataforma, a un pedazo deshabitado por cualquier tipo neral buscando a los XP7000.

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«Si mi jefe o los acorazados lo descubren, harán que Y le dio la espalda. DJ18 no pudo más que seguir a la
todo esto desaparezca, junto con esa mujer». mujer mientras bajaba al valle. Pensó en la sonrisa de su
Sintió un escalofrío. En la plataforma no había le- jefe, pero no había evidencia alguna para aplicar la AI-27:
yes, solo directrices acerca del fracking. Sin embargo, ese lo que venía del mar era del mar. Midió nuevamente la
montículo de detrito seguro iba contra los designios de temperatura: hacía frío en esas sombras.
su patrona. —Aún tenemos seis horas para terminar el montaje.
¿Cuánto valdría tanto plástico reunido? Ayúdeme ubicando esto.
A DJ18 le parecía extraña la ausencia de más robots. La mujer le mostró a DJ18 un dibujo y señaló rá-
Quizá era porque la marea alta comenzaba a bajar y esa pidamente dónde debía ir cada pieza. Rasgó el aire con
era una zona inestable, al igual que muchas otras de la dedos veloces y la robot sintió un déjà vu. ¿Cómo podía
plataforma. La misma DJ18 no hubiera podido estar ahí, ella conocer esa programación arcaica? DJ18 entendió las
pero había borrado las reglas de autopreservación de sus señales de sus manos: la mujer hablaba distintos lenguajes
circuitos. Le gustaba arriesgarse, ir hasta la orilla donde de programación que databan del éxodo de las grandes
estaban las piedras plásticas y otros detritos; observar las ciudades, antes de la formación de ayuntamientos. Segu-
ligias oceánicas: un símbolo de la inmortalidad y la per- ro estuvo en otros lugares antes de llegar a la plataforma.
manencia. Los robots tenían prohibido cultivar su espi- Con una sensación extraña en los circuitos, DJ18 no se
ritualidad, pero para soportar la vida sobre la plataforma hizo rogar y comenzó a colaborar.
de petróleo, fuera un centro o un confín del mundo, esa Tres horas después, el sol cayó y las dunas de plásti-
regla debía cambiar. co se volvieron naranjas. La mujer se detuvo y sonrió con
DJ18 se sorprendió al ver que la mujer le hacía señas todas sus arrugas.
desde abajo, gritando: —Muchas gracias. Sin su ayuda no lo habría conse-
—Oiga, peludote, ¿me puede ayudar? guido.
La robot se mantuvo de pie, con sus pelusas al viento. Era sincera. A la robot le impresionaba lo que habían
La mujer subió un pedazo de la duna con facilidad y construido en medio del valle, donde las sombras se vol-
escupió un grito: vían cada vez más profundas. La pequeña mujer, pasando
—¿Todo está bien? Lleva siguiéndome varias horas. la mano por su cabello corto, terminó:
Si quiere eliminarme, hágalo ahora. Si no, tengo mucho
que hacer.

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—Bueno, tenemos que hacer una pausa para que la xistencia. Vi nacer cosas imposibles. La vida es oscura y
marea baje. Luego seguimos hasta que llegue la madru- viviente. Inquieta. Insistente. Foránea».
gada. Esa última palabra silbó en el aire durante un tiempo.
Más gestos rápidos con los dedos. Al ver el dibujo La robot notó que la mujer alojaba un inmenso
completo que la mujer hizo en el aire, DJ18 se paralizó, musgo en los bíceps y los omoplatos. No comentó nada
presintiendo un temblor de la plataforma, una señal de al respecto. Algo en sus palabras hacía que DJ18 sintiera
que todo estallaría. Sin embargo, no ocurrió nada, solo una extraña necesidad de recarga, aunque tuviera batería
sintió el viento pasar por el plástico acumulado en sus ar- suficiente para días enteros. Toda la situación hacía que
ticulaciones. surgieran recuerdos difíciles.
Hizo otro barrido general. No había señal de los Un gesto más enérgico cortó las memorias de la ro-
XP7000. Dejó a su compañera y subió a las dunas para bot. Ambas seguían frente a los detritos de plástico; ha-
investigar: no había ningún acorazado. Filtró la arena y bían construido un diagrama de más de veinte metros de
descubrió el motivo de esa ausencia generalizada: plástico extensión con relieves, detalles y recovecos. El complejo
de baja calidad. Los robots no querrían nada de eso. diseño estaba en la parte baja del valle, en la región húme-
La mujer la había seguido y gesticuló, en su lenguaje da, donde apenas llegaba la marea. Era una parte visible
de señas, como si susurrara: solo con la actual marea baja. La ausencia del mar mostra-
«Volqué unas bolsas de baquelita arenosa alrededor. ba cosas ocultas en el suelo azulado.
Estaremos libres de esos piojos durante unas horas. Ma- En algún momento terminaron.
ñana el viento lo mezclará todo de nuevo». Era noche de luna nueva. No había luces en el cielo,
La robot asintió: «Ingenioso». aparte de algunas estrellas. El paisaje tenía un brillo ana-
La otra pareció divertirse al recibir el elogio. Libres ranjado por las luces del ayuntamiento al otro lado de la
de los acorazados, ambas entablaron una conversación plataforma.
que comenzó con preguntas de la robot sobre ese lengua- Tan pronto pusieron la última pieza, la mujer se
je antiguo: mostró alegre: comenzó a bailar y cantar ante esa inmen-
«Sí, yo vi las últimas ciudades», confesó la mujer, an- sa pila.
tes de detener sus dedos en el aire y luego insistió: «pero Gesticulaba con sus brazos, sus piernas, los cabellos
luego viví en grandes ayuntamientos. Es la ley de la coe- cortos al viento. No cantaba, pero soplaba al viento. Su
cuerpo era código, símbolo, mensaje.

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Poco a poco, el sol despuntó en el cielo y la marea de la marea acumulada entre las dunas. Allí pudo ver, con
comenzó a subir. sus faroles que se comerían los gusanos, una imagen que
La robot, angustiada, escaló una duna; no quería el plástico se tragaría:
mojarse. Ese baile provocaba algo en sus ideas. ¿Un re- Entre las dunas, ahora totalmente invadidas por la
cuerdo? Desde arriba podía ver a la mujer bailar en un marea, la mujer abre sus dos brazos y espera, estática, con
frenesí eléctrico, con su brazo verde oscuro en la noche, el cabello mecido por el viento. Un animal largo, enca-
con sus soplos y sus alientos. llado, se mueve con furia hasta que el agua lo libera de la
DJ18 se quedó quieta y vio algunas ligias oceánicas arena.
que salían de la unión de detritos. Subían junto con el La bestia, suelta, golpea con su inmensa cola, se gira
agua salada. una y otra vez.
«¡Qué preciosas son!», gritó. La ballena, ahora libre, nada.
Pero su compañera humana parecía concentrarse Se gira con un impulso, abre la boca gigantesca, se
en otras cosas. En algún momento se había quitado la traga a la mujer con un único gesto y sumerge su gran
ropa, dejando a la luz un cuerpo escuálido con implantes cuerpo en las profundidades del mar de plomo.
de musgos. Seguía pulsando, dando vueltas con sus pies La caída y el peso del animal mueven las aguas a su
como pistones. alrededor con un fuerte empujón. El mar permanece tan
Entonces DJ18 lo vio. bravo y enigmático como antes.
La masa de detritos se movía. Golpeaba su enorme La robot permanece en las dunas por horas.
cola en la arena, esparciendo el agua a ras. Se sacudía con DJ18 permite que las ligias oceánicas suban y reco-
el mismo ritmo de la mujer trompo. rran su cuerpo metálico. Las alimenta con restos de ma-
La marea subió más y más, cubriendo la masa, deján- teria orgánica. «Qué lindas son ustedes», emite en un
dola bajo el agua. Los pedazos no se separaron, sino que lenguaje arcaico de programación, ahora familiar. Las li-
se acoplaron formando una bestia única y firme, un ani- gias vuelven a bajar en dirección a la orilla que, adivina la
mal inmenso que se agitaba con sus aletas, listo para vivir. robot, también está llena de percebes y otros crustáceos.
La plataforma tembló desde las profundidades. «Es imposible ahogar el agua», emite a los animales en
DJ18 entendió que la mujer esperaba ese temblor. Y otro. forma de despedida. El mar ruge, vivo. DJ18, con sus ojos
Y otro. Ante la fuerza del movimiento, la robot perdió el de farol, contempla la vida inmensa, inquieta y foránea.
equilibrio y se resbaló varios metros hasta sentir el vaho
***

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Gabriela Damián Miravete - México

El taller de enmiendas y reparaciones

Habían salido de la ciudad en la comitiva que pasaría


los siguientes meses en Enea para resolver varios asun-
tos: intercambio de medicamentos, de pedacería textil y
electrónica, de material para producir lástico. Pero el más
importante era la tarea de trasladar a los dos jóvenes in-
vitados por el autogobierno de Enea a cooperar con los
preparativos y a disfrutar las fiestas de primavera. Victoria
y Eduardo eran los elegidos por el Distrito, seleccionados
por ser CARAL (Con Alto Riesgo de Auto Lesión).
La mañana estaba tan fría que Victoria tenía los de-
dos ateridos. Los deslizó un par de veces por la pantalla
del zalet, sin atender realmente a lo que miraba. Volteó
hacia atrás para ver a Eduardo, que se había sentado en la
última fila de la camioneta. Se había hecho un ovillo den-
tro de la gran sudadera que lo envolvía, apenas asomaba

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la punta de su nariz, roja como el pico de un mirlo, por aprendido a observar el silencio de las otras personas,
entre la tela de la capucha. Con los brazos cruzados sobre pero no siempre para quienes estaban a cargo del progra-
el pecho, dormitaba. ma CARAL en el Distrito. Pensó que quizá Enea debía
Pararon en una vieja estación de tránsito en la que invitar a quienes lo coordinaban la próxima vez.
aún había una rocola que funcionaba con créditos. Victo- Se detuvieron una vez más a comprar caña y coco
ria puso una canción mientras les entregaban el paquete fresco con chile y limón para sobrellevar el último trecho.
de panmaíz y un café dorado. Ella y Eduardo comenzaron Victoria sentía náuseas y rechazo a cualquier simpatía que
a bailar frenéticamente, un poco en broma, un poco en sus acompañantes tuvieran con ella; y estaba a punto de
serio. Parecían divertirse hasta que pasó algo que ocurría vomitar cuando, al abrir la ventana, experimentó el golpe
con frecuencia en el Distrito: Victoria se fue apagando, dulce del aire. La selva ya se dejaba sentir en la piel y se
comenzó a llorar y se sentó, emberrinchada, a comer sólo abría para recibirles. Enea mostraba, al final de un camino
unas migas y a sorber el café. Eduardo terminó su desayu- en espiral, su amabilidad: una vista plateada y luminosa.
no y, en un gesto que en él significaba solidaridad, tam- Vio un mar de nubes que circundaba los cráteres gemelos
bién las sobras del de Victoria. en los que se internaron suavemente. Entraron a través de
Volvieron al silencio de la camioneta. Se deslizaron una vía de tierra aplanada, vía que la comisión de caminos
por el asfalto de la autopista, luego adquirieron el ritmo mantenía siempre en buenas condiciones.
de un barco al ir sorteando las irregularidades del asfalto: Eduardo y Victoria bajaron de la camioneta. Bedhi
una carretera en obra permanente. Ascendieron por la vía los presentó al resto del comité de bienvenida.
plena de curvas, entre la neblina que rodeaba los volcanes. —Hospedaremos a Eduardo, gran bailarín que sabe
Victoria tenía miedo de la llegada. Sabía que no era disfrutar la comida con alegría. Y hospedaremos a Victo-
simpática y esa conciencia sólo añadía más miseria a la ria, que sabe sentir el mundo y escucharlo con profun-
opinión que tenía de sí misma. Tampoco se empeñaba didad.
en ser amable: creía que no servía de nada y que, de to- Eduardo y Victoria se sorprendieron por la manera
das maneras, la gente iba a ser cruel, egoísta o traicionera. en que habían sido presentados, se les notaba en la sonrisa
Bedhi, que formaba parte del comité de bienvenida de confundida que se les pintó en el rostro. Victoria, ade-
jóvenes CARAL a Enea, había notado su semblante pre- más, sintió en el estómago un vuelco que no era desagra-
ocupado, pero no le preguntó nada. No era el momento, dable, sino inesperado, como cuando era niña y bajaba en
no todavía. Esto era claro para quienes en Enea habían

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moto con su madre por alguna pendiente. Quería reír y se hundió un poco, ¿acaso era una báscula? No veía por
también llorar. ninguna parte dónde se marcaran cifras. Se quedó quieta
—¡Buen inicio, júvenes! ¡Que la experiencia les dé di- como un vampiro. Pegó un brinco cuando, debajo de ella,
chas y memoria! —brindó con entusiasmo Safi, la alfaya- el agua comenzó a llenar la tina. Estaba fría, o tibia, en fin:
ta mayor, extendiéndoles un par de vasos que contenían no estaba como ella quería. En el Distrito, a los CARAL
una bebida amarilla. les dejaban usar agua caliente cuando era día de baño.
—¿Qué es? —preguntó Victoria, relamiéndose los ¿Por qué le hacían esto a ella? «¿Por qué molestar a una
labios. potencial suicida?», se preguntó, con la misma voz que,
—Mango. Si les gusta, aquí es dónde —respondió según recordaba, su padre empleaba para reclamar tantas
Uden, el remendador mayor. otras cosas. Se enfureció. Salió de la bañera y se vistió para
—Vamos a que se les quite lo pegajoso del viaje —dijo ir en busca de Bedhi.
Safi, guiando el camino a los dormitorios. A Victoria y a Cuando Victoria les reclamó, molesta, que el agua
Eduardo les gustó que cada quién tuviera una habitación estaba «helada», Bedhi no supo muy bien qué hacer.
para sí: cuartos de techos altos, conectados de forma extra- Justo compartía con Safi sus impresiones acerca del ca-
ña con el resto de una construcción un tanto laberíntica, rácter complejo de Victoria cuando la joven les interrum-
llena de rampas cortas que subían y bajaban sin alterar del pió. Safi rompió el silencio y condujo a Victoria al cuarto
todo el hecho de que fuera de una sola planta. Los cuartos de bicicletas fijas. Le mostró cómo debía hacer el cálculo
de baño quedaban fuera y se compartían. Bedhi explicó de cuánto tiempo y a qué velocidad debía pedalear para
cómo debían usar la bañera. Victoria no supo si era ade- acumular la energía que necesita una bañera caliente. No
cuado reírse de la manera tan graciosa en que aquello debía era poca cosa: las bañeras de veintiocho a treinta y cinco
ocurrir, así que se contuvo. litros requerían, por lo menos, una hora de ejercicio. Vic-
—Te tiendes así y esperas a que llene, acorde a tu vo- toria no quiso subirse a la bicicleta enseguida y obedecer
lumen. La temperatura no se puede cambiar desde aquí, así, como si nada, para cumplir con las reglas. Safi detectó
pero si no la toleras por alguna razón, nos avisas —expli- que su indecisión era una cuestión de dignidad. Le hizo
có Bedhi, cerrando la puerta después de que Eduardo sa- un gesto amable con la cabeza, a manera de despedida, y
liera, dejándola sola por fin después del largo viaje. Ella la dejó sola de nuevo.
sólo quería sumergirse, que el agua estuviera tan caliente Victoria pedaleó hasta que el conteo marcó la canti-
que le hiciera daño. Se metió a la bañera vacía. El fondo dad que había calculado, había pasado más de una hora

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cuando regresó al cuarto de las bañeras. Mientras el flu- —Tienes que hacer lo que quieras —respondió Bed-
jo de agua caliente subía por su piel, experimentó una hi con una sonrisa, como si estuviera diciendo una ob-
mezcla de irritación y arrepentimiento: el ejercicio había viedad y no hubiera confusión posible—. Esa es tu única
aumentado su propia temperatura. Ahora deseaba que el tarea. Ve con Safi y ahí averiguarás más.
agua estuviera fresca. Por lo menos el olor de la pastilla de Victoria, en señal de protesta, se cruzó de brazos y
limpieza que le habían dado era agradable, a pesar de que miró a través de la ventana del pasillo. Vio a Eduardo ayu-
no hacía nada de espuma. Al finalizar el baño, por fin se dando a desenredar los faroles traslúcidos que, supuso,
pudo relajar un poco. alumbrarían la fiesta. «La mentada fiesta», pensó. Por lo
Sobre la cama alguien le había dejado un altero de menos él ya tenía clara cuál era su tarea, para qué diablos
prendas de manta junto a una nota que prefirió ignorar. estaba ahí. Miró hacia Safi y le preguntó.
Le irritaba la ñoñería de tantas atenciones, le parecía falsa. —¿Qué celebran?
Se puso su propia ropa. Notó que a sus shorts les faltaba —La temporada de aguas. Y, por lo tanto, que vie-
un botón. Tuvo que confiar en que el cierre los manten- ne lo nuevo y hay que dar nueva vida a lo viejo —La voz
dría arriba, como el día que iba a salir con sus amigas y de la alfayata venía del rincón más lejano del taller, justo
le pidió a su madre que le ayudara a coserlo, pero nun- donde un rayo de sol atravesaba la superficie de una lupa,
ca quiso hacerlo. Su blusa era calurosa para el clima de rebotando a su alrededor, salpicando de resplandores
Enea y los zapatos le quedaban un poco apretados: había las hojas de las plantas que rodeaban toda la estancia—.
crecido desde que la internaron en el Distrito CARAL. Cambiamos nuestro ajuar, celebramos la crecida del lago,
Echó un vistazo a la ropa sobre la cama: todas las prendas nos preparamos para reconducir las aguas, bienvenir a las
tenían un ribete pálido, puntadas regulares del color de la luciérnagas, al higo, a la chirimoya. Nos vestimos de fiesta
leche con vainilla. Le parecieron similares a las cicatrices y dejamos que el agua de lluvia lave nuestra conciencia.
aleatorias que ella misma se había trazado en el cuerpo. Cuando Victoria estuvo suficientemente cerca, Safi
Las hizo a un lado y se durmió sin destender la cama. le dijo:
—Bedhi dice cosas que suenan muy mamonas, pero
* tiene razón, Victoria: acá viniste a hacer lo que quieras.
—No entiendo qué tenemos que hacer —dijo con enfa- ¿Te gusta que te digan Victoria o prefieres otro nombre?
do a Bedhi al día siguiente, cuando se presentó en la puer- A mí me gusta que me digan Safi. O reparadora. O re-
ta de entrada al Taller de Enmiendas y Reparaciones. mendona. O tía Safi.

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Victoria no respondió, pero se sentó a su lado, con —Hablas con razón. Vente para acá entonces.
los brazos cruzados. Safi la llevó hasta la otra esquina, donde tres chicos
—Aquí inventamos, reparamos y renovamos la ropa más jóvenes y menos inquietos que Victoria estaban sen-
para que se la ponga la gente de afuera y de dentro de tados alrededor de una mesa circular. Alzaron la cabeza
Enea. Ahorita andamos muy ocupadas con la fiesta. Por para saludarlas. Sobre la mesa había prendas, trapos y ji-
eso necesitamos ayuda extra, ojos frescos, manitas nuevas. rones de tela de todos los colores y texturas.
¿Te gusta coser? —Están separando las fibras naturales de las sintéti-
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Victoria. cas, quitando botones que pudieran aprovecharse o hilos
—Bordo un pañuelito —respondió, sin despegar los de costuras que sean de otro material; por ejemplo, hilos
ojos de la aguja. de poliéster en prendas de algodón o de lino. Todo el tra-
—¿Qué es un pañuelo? bajo es para que esas fibras se puedan biodegradar, si ese
—A veces un refugio, a veces una generosidad, a ve- es el destino que estos muchachos eligen para la tela.
ces una alegría de bolsillo –respondió Safi, señalándole —No entiendo. ¿Desechan las telas? ¿No es eso lo
varios pañuelos alrededor suyo, bordados con dibujos que el Distrito quiere evitar?
graciosos, las letras de un nombre o detalles geométricos. —Claro, porque la tela no es basura. Pero enterrarla
Algunos tenían remiendos visibles, coloridos: eran una es lo ideal cuando la ropa hecha de pelo o fibra quiere
cicatriz mostrada con orgullo. volver a la tierra porque ya no tiene otro uso. De todas
—Ya nadie usa eso —afirmó Victoria con sospecha. maneras, aquí siempre encontramos otra cosa que ha-
—Nunca sabes cuándo vas a necesitar uno —replicó cer con ella hasta que se vuelva hilachas. Mira aquí, por
Safi. ejemplo. —Safi caminó hacia otra mesa, donde dos ancia-
—¿Me vas a decir qué hacer? —espetó Victoria, nos escuchaban música mientras anudaban y trenzaban
aburrida. listones de tela, formando patrones interesantes—. De
—Hay mucho por hacer. Qué te gustaría más: ¿clasi- simples jirones de tela puedes hacer una bolsa bien resis-
ficar? ¿hacer trapillo? ¿remendar? tente, como para el mandado. O el marco de un cuadro.
—No sé. Ustedes creen que allá afuera todos saben lo Hasta hacer el respaldo de una silla, ¿viste? Acá nos gusta
que hacen aquí, pero no es así. eso de Nada se crea, nada se destruye, todo se transforma.
Safi se le quedó mirando. Después de una pausa in- Ahora urge trabajar en los trajes de fiesta. ¿Comenzamos
cómoda, le habló de nuevo. por ahí?

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Victoria se encogió de hombros y siguió a Safi hasta sus visitantes para que nos recuerden cuando se vayan.
el cuarto de máquinas de coser. En lo alto, un número Aún le falta trabajo. Le falta, pues, que lo hagas tuyo —dijo,
luminoso de cristal de cuarzo mostraba la cifra de la can- mientras colocaba el otro costado de la blusa bajo la aguja
tidad de energía que restaba para hacer el trabajo del día. de la máquina—. Ahora inténtalo tú.
Safi se sentó en una de las máquinas. Victoria se sentó frente a la máquina, insegura. Ani-
—Esto es fácil. Es un blusón, ¿viste? Hay que unir mada por Safi, pedaleó al tiempo que hacía avanzar la
los pedazos de la tela según el color que indica la juntura. tela, quizá demasiado rápido. La costura se le fue un poco
La encuadras debajo de la aguja, bien tensa con tus dos chueca. Safi alzó el blusón, alegre.
manos para que te queden derechitas las puntadas. Pisas —Listo. ¡Muy bien, chamaca! ¿Qué te gustaría hacer
el pedal y vas deslizando la tela. ¿Notas que la textura es con esta pieza?
particular? —No sé —respondió a Safi, inquieta—. ¿Cómo tie-
En efecto, Victoria notó que era un tanto transpa- ne que ser?
rente, suave, aunque opaca. En sus dobleces más pronun- —Como tú quieras. Es más fácil si lo dibujas prime-
ciados se marcaban rayas blancas, como si fuera papel. ro. Haz una forma que te guste, o lo que sientas en ese
—Es la que usamos para las fiestas. Solo dura hasta momento. ¡Haz lo que quieras! Mira, quizá esto te dé
que se diluye en agua. Pero le bordamos lo que queramos ideas.
encima. Safi se acercó al librero y sacó un álbum. Estaba lleno
A Victoria le pareció absurda la idea. de dibujos. Algunos eran simples líneas y cruces, flores o
—¡Pero si los vestidos de fiesta son los más lujosos, estrellas; otros eran más estilizados, como todo un ajuar
los que la gente guarda! con rebozos, cinturones y zapatos. Incluso había dibu-
—Aquí nos gusta que, así como luego de la fiesta sólo jos infantiles, caóticos y absurdos. Safi le acercó trozos
queda el recuerdo, del atuendo que usamos sólo quede el de papel, carboncillo y cera de colores, pero Victoria se
hilo. La gente puede guardarlo, reusarlo en algún lienzo fastidió luego de un rato y sacó su zalet. Notó que ya se
colgado en la pared, en sus sábanas o donde quiera. El le había acabado la batería. No le venía en gana irse a pe-
ajuar, la ropa que usamos todos los días, la que nos prote- dalear quién sabe cuánto tiempo para encenderlo, así que
ge y nos mantiene con ganas de seguir mientras vivimos, se entretuvo mirando el bordado en el que trabajaba Safi,
es la que queremos que sea un lujo: resistente, hermosa, un patrón vegetal bello, complejo y colorido. Ella no sa-
cómoda… ¿Viste tu ajuar? Es un regalo que Enea hace a bía coser ni un botón, ¿cómo esperaban que hiciera algo

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así? Se enojó y, para dejar patente su molestia, comenzó grueso. Después le ató un alfiletero en la muñeca para que
a rayar furiosamente el papel. Echó un ojo a Safi que se- ahí clavase sus agujas enhebradas con diferentes colores.
guía serena con su labor. Luego del exabrupto, Victoria Victoria ni siquiera pensó entonces, como había hecho
encontró que sus rayones seguían, después de todo, un tantas otras veces, en las maneras en que podría hacerse
patrón geométrico curioso. Ensayó otra representación daño con esos objetos puestos a su disposición. Comenzó
de su hartazgo, esta vez haciendo combinaciones de colo- a bordar, supervisada por Safi. Encontró sencilla la tarea
res. Luego exclamó, con un tanto de cinismo: y agradables los silencios compartidos entre las puntadas
—¡Ya está! —Le extendió el dibujo a Safi, desafiante, de rayones fúricos de ella y las de intrincados pétalos que
como para ver qué ocurría. la alfayata elaboraba.
—¡Interesante! ¿En qué parte de la prenda lo quie- No se percató de que la luz ya no era la misma hasta
res? Se vería lindo en algún bolsillo o en los bajos de unos que Safi metió sus instrumentos en la canasta de labor,
pantalones. Pero tú haz lo que quieras —le dijo Safi; tenía congruentemente, hecha de trapillo.
puestas las lentes de aumento, lo que le daba un aspecto —Hasta aquí llegamos hoy. Si no, nos vamos a acabar
similar al de una jirafa. estos ojos que se han de comer los gusanos.
Victoria entendió que esa frase que tanto repetían en —¡Pero no he acabado aún! —exclamó Victoria, an-
Enea se decía de una manera muy distinta a como la había gustiada por lo mucho que aún le faltaba.
escuchado decir en su casa, en la calle, en el Distrito. Para —Pues mañana le avanzas otro poco. Vienes tempra-
ella, «haz lo que quieras» era, sobre todo, una adverten- no para aprovechar la luz. Ahora ve a comer, hay tamali-
cia. Le sorprendió que Safi no criticara su dibujo. ¿No se tos de frijol tierno.
daba cuenta de que no serviría para adornar el atuendo Al llegar al tejabán se encontró con Eduardo. El mu-
de un festejo? chacho comenzó a contarle cómo había ido el día, pero
—Me gusta. Es auténtico —dijo Safi, mirándola a los lo interrumpió para señalar que aún no se quitaba la ca-
ojos, como si le hubiera leído la mente—. Siempre habrá pucha.
alguien que entienda lo que hicimos y que estará feliz —¿No te dan ganas de tirar esa sudadera? Hace un
de usarlo en la fiesta. —Dejó a un lado su bordado para calor de los mil diablos.
mostrar a Victoria cómo transferir el dibujo a la tela, des- —Oye, pero cómo dices que tire la sudadera, ¡ni pa-
pués le ayudó a montar el blusón en un bastidor y sugirió rece que vienes del taller! Ahí donde estábamos hace más
que cada rayón fuese una puntada larga de un hilo más

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fresco. Son cuartos subterráneos. Tienen aparatos viejísi- computadoras, licuadoras: cada una tenía su espacio con
mos pero todavía sirven... indicaciones de uso, o aquello que les hacía falta si aún
Eduardo se soltó hablando más de lo que ella le había estaban en reparación.
escuchado decir desde el día en que lo conoció. Uden, el remendador mayor, miraba de reojo la ad-
—En lo que ahí estuve, destripamos un proyector, miración de Victoria y sonreía, orgulloso.
revivimos una lavadora y le pusimos cuerdas nuevas a una —¿Vamos a ver los instrumentos? —les dijo, abrien-
jarana. Las hacen aquí mismo, ¿sabías? De lástico. ¡Ah!, y do la puerta hacia uno de los muchos pasillos de aquel
compuse una canción. laberinto soterrado.
—¿A qué hora hiciste todo eso? ¡Yo nada más cosí Eduardo había explicado a Victoria que Uden era,
tres pinches rayas en un traje que ni siquiera va a durar junto con Safi, uno de los mayores responsables de orga-
un día! nizar las composturas, desde los zapatos hasta las compu-
—Paciencia, que es la madre de la ciencia —dijo Bed- tadoras. Pero también tenía fama de hacer buena música.
hi, sirviéndoles tamalitos de frijol y queso fresco. Victoria Llegaron a la sala de instrumentos, cuyas paredes es-
miró las servilletas bordadas que envolvían los alimentos. taban tapizadas de espejos viejos, que replicaban los violi-
Ahora no podía dejar de notar el trabajo del taller por to- nes, guitarras y trompetas del lugar.
das partes. —Es para que quienes estén aprendiendo revisen
—Bueno, total que sí, con el PulSon es fácil hacer su postura, a cada rato se enchuecan. Hacer música es lo
música. Unas morrillas de aquí hicieron el programa. de todos los días aquí. Cualquier persona puede venir a
Vinculas la jarana o el instrumento que tú quieras y vas practicar, a cambio de horas de trabajo de mantenimien-
componiendo la melodía con los dedos. Está con madre. to —dijo Uden, dándole a Victoria una ficha redonda y
Si quieres te enseñamos Uden y yo. pequeña como una moneda, indicándole cómo adherirla
a la jarana con la que trabajaba Eduardo, con sus cuerdas
* recién estrenadas. Luego tomó una tableta y le adhirió
A Victoria le pareció que esa otra parte del Taller de en- otra ficha idéntica a la que Victoria había puesto en la
miendas y reparaciones era más una tienda de novedades jarana. Eduardo pulsó una cuerda y en la pantalla de la
como las del Distrito que un almacén de vejestorios: es- tableta se desplegó una vibración romboidal, colorida.
taba limpio y ordenado y daba la impresión de que cada —También lo puedes hacer al revés —indicó, y en la
cosa se podría usar, si se necesitaba. Lavadoras, zalets, tableta eligió un patrón melódico, es decir, una serie de fi-

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guras geométricas que representaban una serie de sonidos —¡Cómo no! ¡Queremos escucharlas! ¿O piensan
articulados. Uden lo deformó con los dedos para mostrar quedárselas solo para ustedes? No creo que sean tan
cómo cambiaba su sonido. Luego le extendió la tableta a egoístas. La música es la mejor reparadora, la remendado-
Victoria, quien escogió unas cuantas figuras de los patro- ra mayor de todas las cosas rotas. ¿A poco no? —exclamó
nes y las fue uniendo. Sonaban tan discordantes que les Uden, despidiéndose para ir a la cama.
sacó una carcajada, incluso a Victoria. Hizo el gesto de
devolver la tableta a Uden. *
—Quédatela. Sigue inténtalo. Con paciencia irás en- Eduardo y Victoria pasaron las siguientes semanas re-
contrando tu melodía. mendando calzones y calcetines, reparando zalets y ollas
La tarde se le fue como agua, envuelta en los sonidos. exprés, urdiendo patrones textiles y melódicos, reponien-
Cuando volvieron a la superficie, las bioluminiscencias do energía y hablando con la gente para tratar de enten-
ya alumbraban los jardines. Le preocupó cuánta energía derla mejor, pues su manera de decir se parecía mucho a
habría consumido en sus intentos con la música. Pregun- su manera de cantar: afectuosa y críptica, un tanto bro-
tó a Bedhi, quien recomendó que revisaran la cifra en el mista. Pasaron el tiempo, sobre todo, olvidando que eran
tablero general para que la repusieran al día siguiente. jóvenes CARAL, aunque algunas veces el dolor volvía en
Victoria le pidió a Eduardo que lo hicieran y quedaron forma de inmovilidad en el caso de Eduardo, o de agresi-
confundidos. La cifra, expresada en horas y minutos, era vidad en el caso de Victoria.
mucho menor de lo que esperaban. En una ocasión, Safi pidió por tercera vez a Victoria
—Es porque la energía empleada en hacer algo útil que por favor recogiera los restos de lo no usado y los cla-
para toda Enea no se contabiliza individualmente, sino sificara para que el desorden (uno que Victoria decía que
que se comparte —explicó Bedhi—. Llámenle nuestro «necesitaba tener» para trabajar) no afectara al resto de
impuesto, si quieren. En esta ocasión les favorece, pero, personas en el taller. Recordó las veces que le habían pe-
de todos modos, a la gente de su edad le toca moverse gado por no recoger los platos de la merienda de su padre
más. A mayor capacidad energética, mayor aportación. y cómo, en su lugar, los había roto. Entonces estrelló su
Entre más júvenes, más pueden darse vuelo brincando y charola de vidrio contra el suelo, las agujas e hilos mez-
pedaleando para la mayoría. clándose con las astillas transparentes y filosas.
—Pero nuestras canciones no son «útiles» para toda
Enea, ¿o sí? —preguntó Victoria.

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Safi se levantó como un rayo de la silla, acercándose a tero silencio compartido con la gente en plena labor, le
Victoria muy preocupada con los ojos magnificados por vino una idea.
los lentes. —Safi, ¿se puede usar la máquina para bordar un pa-
—¿Te lastimaste? ¿Estás bien? Respira. Escucha tu trón del PulSon en una prenda del ajuar?
corazón, Victoria. Vente conmigo. Safi alzó la vista y la miró a través de sus gafas de au-
Cuando las aguas estaban más tranquilas, luego de mento.
haber barrido los vidrios y la maraña de hilos, Safi sugi- —¡Qué buena idea! Claro que se puede. ¿Es para tu
rió qué hacer si algún recuerdo hacía de las suyas en el ajuar?
presente. —Quiero bordarle a mi camisa la canción que
—Mírate ahí dentro y date cuenta de que estás aquí, compuse.
respirando, acompañándote desde otro tiempo. Y si se —¡Serás una partitura andante!
rompió algo, si le hizo un hoyo a la trama de tu alma, a —Y quiero usarla en la ceremonia. No quiero que mi
remendarla, mija. vestido de fiesta sea desechable. Espero que no se ofendan
si no lo hago como ustedes. Pero al menos este vestido no
* quiero que se deshaga.
Victoria acababa de confeccionar el tercer traje de fiesta Victoria se puso a llorar. ¿Qué sería de ella ahora que
para Sabraquién, como Safi decía, y debía comenzar la úl- se fuera de Enea? Aún no sabía remendar los hoyos de su
tima labor antes de irse: confeccionar su propio atuendo trama. Safi hizo a un lado su labor, la abrazó y le extendió
efímero para la celebración. Le echó un vistazo a su ajuar. un pañuelo para que se secara las lágrimas. Cuando se lo
Aún estaba sin usar. Desdobló los pantalones, se los puso. quiso devolver a Safi, lo rechazó.
Eran cómodos, se sentían bien al tacto. Se miró al espejo —Fíjate bien de quién es.
y le gustó lo que vio. Sintió algo vago, una especie de or- El pañuelo decía «Victoria», y estaba rodeado de los
gullo; más que vanidad, confianza. Buscó la palabra, se intrincados pétalos que Safi había bordado desde su lle-
la había escuchado decir varias veces a Safi: era dignidad. gada.
En el taller, las demás alfayatas chulearon sus panta- —Nunca sabes cuándo lo vas a necesitar. Recuerda
lones. Se puso a hacer otras labores en lo que decidía qué esto: así será con la gente de aquí. Podrás contar con no-
carajos urdir en su vestido de fiesta. En medio del placen- sotros siempre.

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* Victoria se despidió de Eduardo con un abrazo largo
La bienvenida al agua duró tres días. Los faroles traslúci- y entró a la habitación compartida con sus otras compa-
dos se llenaron de bioluminiscencias, y en las paredes ro- ñeras, pero que ahora, por suerte, estaba vacía. Desempa-
cosas y en los prados de Enea la música rebotaba y ascen- có su maleta, alisó su ajuar y lo guardó cuidadosamente
día hasta las nubes. Eduardo y Victoria probaron todos en el cajón de la cómoda que le correspondía. Tendría
los curados de pulque: mazapán, chirimoya, menta, nan- que lavarlo después de los excesos de la fiesta. ¿Se enco-
che, y se hartaron de totopostes con queso fresco y salsa gería? Leyó una vez más la etiqueta que lo acompañaba,
cruda. Bailaron las canciones propias y las de otros hasta bordada en la máquina eléctrica. Recuerdo de los días del
caer descalzos sobre la hierba, eufóricos, junto al resto de agua en la tierra de los totoles, el maíz y la música. No
júvenes de Enea; gracias a eso no despertaron al final del olvides reparar. No olvides que toma tiempo remendar. No
último día hechos una piltrafa. Las lluvias no se habían olvides la alegría de la segunda vida. Nada se crea, nada
hecho del rogar, así que el día de la despedida fue uno de se destruye, todo se transforma. Sonrió y se vio a sí misma
cielo encapotado que requería sacar, de los arcones donde refunfuñando frente a Safi.
se guardaba el ajuar, los suéteres de lana, hechos con las —Muy bien, pero ¡¿cómo chingados se lava?!
pocas ovejas malhumoradas que había en Enea para ese Fue a la cocina y, de contrabando, tomó unas tije-
único propósito. ras. Las puso junto a los shorts sin botón, que parecían
—¡Ojalá podamos admirar más de ustedes! ¡Que pertenecer a otra persona. Se abrochó el alfiletero en la
vengan de nuevo y sean, con nosotros, aquello que anhe- muñeca, cortó solo la extensión de hilo que, calculó, iba
lan! ¡Que lo devuelvan al mundo! —gritó Bedhi, repre- a utilizar, como le habían enseñado, y escogió uno de los
sentando el sentir del comité de despedida. Safi, silencio- botones recuperados en el Taller de enmiendas y repara-
sa, se secó las lágrimas con su propio pañuelo. ciones de Enea. Era un botón grande y ostentoso, colori-
El camino de vuelta al Distrito fue un incordio de do. Se puso los audífonos después de meses de haberlos
más de diez horas debido a las lluvias, la neblina y los ba- abandonado. Acomodó el botón en el hueco que debía
ches, pero Eduardo y Victoria estaban tranquilos. Usa- ir, que había permanecido ciego tanto tiempo, y lo cosió,
ban de nuevo el zalet, organizando los recuerdos guarda- tarareando su propia música.
dos, a la expectativa de recuperar sus viejas comodidades
que, pensándolo bien, no eran muchas, en realidad. ***

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Este libro se imprimió en
junio de 2023 en Apotema S. A. S.;
con un tiraje de 12.000 ejemplares.
Medellín - Colombia
Su guion audiovisual sobre la voz de Litio,
Web’s of Life (escrito con Tomás Saraceno) se
estrenó en Londres. Actualmente escribe
artículos sobre problemáticas
socioambientales y es activista ambiental.

Ana Rüsche (1979, Brasil). Escritora e


investigadora. Ph. D. en Estudios Culturales
de la Universidad de São Paulo. Publicó los
libros de poesía Rasgada (2005), Sarabanda
(2007), Nós que adoramos um documentário
(2010), la novela Acordados (2007) y la novela
de ciencia ficción A telepatia são os otros
(2019). Es miembro del consejo editorial de la
revista Fantástika 451 y colabora en
periódicos y revistas especializadas.
Actualmente amplía su investigación
«Utopía, feminismo y resignación».

Gabriela Damián Miravete (1979, México).


Sus historias han sido publicadas en antologías
finalistas del Premio Hugo y World Fantasy.
Es cofundadora de proyectos como El Cúmulo
de Tesla que recientemente publicó Mis pies
tienen raíz (2021). Con «Soñarán en el
jardín» ganó el Premio James Tiptree, Jr. (hoy
Otherwise). Es profesora de Historia de los
Estudios del Futuro en el Centro de Diseño,
Cine y Televisión de la Ciudad de México. Es
autora de La canción detrás de todas las cosas
(2023), publicada por Odo Ediciones.
Este ejemplar rueda por
todo el Valle de Aburrá.
Va de mano en mano. Quienes lo leen se sienten
unidos por la alegría de haber vivido una bella historia,
un poema estremecedor, un relato inolvidable.
Léelo y compártelo.
Siempre habrá otros ojos ansiosos.

Una alianza:

Prohibida su venta

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