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PALABRAS
RODANTES
FUTURAS — CUENTOS DE CIENCIA FICCIÓN ECOFEMINISTA
Cuento
FUTURAS
Cuentos de ciencia ficción ecofeminista
Autoras latinoamericanas
Prólogo.......................................................................... 9
La cueva
Liliana Colanzi - Bolivia............................................. 17
El manual del ángulo de la bolsa azul
Claudia Aboaf - Argentina......................................... 31
Buen provecho
Karen Andrea Reyes - Colombia ................................. 47
Marea viva
Ana Rüsche - Brasil..................................................... 69
El taller de enmiendas y reparaciones
Gabriela Damián Miravete - México.......................... 83
Prólogo
PALABRAS RODANTES 9
la. La literatura tomó a la naturaleza y la puso en un lugar desolado, aunque ella tuviera siempre la posibilidad de
subrogado, un ente que pedía que habláramos por ella; retornar, adaptarse, continuar. Nos advirtió, nos alertó,
como si no tuviera una voz propia, como si supiéramos nos previno; y la mayoría seguimos sin hacerle caso.
de su pensar y de su actuar. Extasiados por su enormidad Pero alguien sí prestó atención.
y su complejidad, no pudimos más que intentar la cons- Ubicada en la periferia, la voz de las mujeres, al igual
trucción de una voz para ella: contar de nuestro paso por que había pasado con la naturaleza, había sido suplanta-
sus bosques y volcanes, explicar cómo la aprovechábamos da. Ellas comprendieron el lugar de enunciación, el lla-
para producirla y ordenarla, narrar cómo se convertía en mado de atención, la invisibilización y el borramiento;
un espejo a través del cual nos veíamos a nosotros mis- vieron la naturaleza desde unos ojos que las interpelaban
mos. Creímos que hablábamos de ella, pero en realidad y con los cuales concordaban. Sintieron en su interior lo
seguíamos hablando de nosotros; una y otra vez. Mien- que significaba la apropiación y el expolio, el usufructo
tras tanto, el clic del segundero avanzaba. y el remplazo; tenían sus oídos afinados para escuchar el
Todo siguió igual durante mucho tiempo, hasta que clic constante que martillaba lo cotidiano y supieron qué
la naturaleza, por fin, habló. Y lo supimos, no gracias a hacer cuando se convirtió en crac; porque ellas no habían
que prestamos atención, sino porque el clic se convirtió oído, habían sentido el crujir de la tierra en sus entrañas.
en un crac. Sus palabras fueron fuertes, poderosas, llenas Vieron a la cara a la naturaleza y decidieron que no habla-
de una energía que había sido guardada y contenida, y rían por ella, hablarían con ella. Tomaron en sus manos
que nos mostraba que su mensaje era totalmente diferen- el paisaje y los elementos, la clorofila y los cristales, y con
te al que habíamos imaginado. Su lenguaje no se cons- ellos construyeron palabras que se encargarían de narrar
truyó con palabras articuladas, sino con movimientos de el pasado, de contar el presente; de construir un coro po-
la tierra, con lava desbordando de las bocas de volcanes, lifónico que deformaría la «naturalidad» del clic, hasta
con vientos huracanados, inviernos fulminantes, lluvias convertirlo en la marca de un metrónomo sobre el que se
eternas e insolaciones fugaces. Su mensaje era desespera- basaría toda la posibilidad narrativa.
do y, al mismo tiempo, cooperativo. Nos contaba que ya Y al crear este lenguaje alquímico que lo cambiaría
se había llegado al punto sin retorno y que «el hombre va todo, lo primero que vieron fue la clara analogía. Esta vez,
y viene, pero la tierra permanece»; nos quiso alertar sobre el espejo no reflejaba un solo lado, sino que se refractaba
su llegada al abismo de lo inevitable y que, en su caída, en una dispersión de luz que abría el espectro de colores
nosotros nos convertiríamos en recuerdos de un futuro y encontraba las razones del quiebre. Las relaciones ver-
*** La cueva
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De la cueva quedaba apenas un pequeño promontorio
donde se posó el pájaro violeta. La pradera estaba cubierta
de hongos iridiscentes que lanzaban al aire nubecillas de
esporas. Las larvas se retorcían en la tierra, azules y húme-
das. El pájaro desenterró una grande y gorda con su largo Claudia Aboaf - Argentina
pico jaspeado. Tenía hambre: acababa de hacer el viaje de
regreso desde las tierras cálidas junto a su bandada. Ha-
bían sobrevolado pastizales, volcanes, bosques petrifica- El manual del ángulo de la bolsa azul
dos, praderas de hongos y antiguas ciudades sumergidas,
y habían vuelto justo para la temporada de las larvas. En
un par de días las larvas echarían alas y antenas, se vol- Comienza con la Belleza. La única historia comienza con
verían venenosas y devorarían a los hongos, pero ahora la Belleza. Las lenguas afuera distendidas saborean gotas
estaban en el estado ideal para cazarlas. El pájaro rascó la de deshielo, los ojos se entrecierran despreocupados.
tierra y puso un huevo dorado. La brisa hizo estremecer Cualquiera lo niega con argumentos y lenguas con-
los sombreros de los hongos y dispersó la niebla tornasol traídas. Pero el comienzo fue la Belleza y esta es la única
de las esporas. Poco después una fina capa de lluvia cayó historia.
sobre la pradera. Luego declinamos y renunciamos a ella.
Milo caminaba ahora dentro de la parte sumergida
*** del casco del barco, la nave no parecía construida a escala
humana y la gran altura de las paredes de hierro lo em-
pequeñecían. Pero él era el soberano en la obra viva que
siempre permanece debajo del agua y guarda calderas y
motores. También el sector helado y oscuro —ahora va-
cío— de almacenaje. El buque podía cargar toneladas de
peso muerto, cargas secas y crudo a granel que cruzaban
Marea viva
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La robot dio la respuesta de siempre. Su jefe, cojean- La robot hizo titilar sus luces para asentir mientras su
do, recogió la bicicleta como pudo y señaló a la distan- jefe cachetona, cubierta de ropa térmica, volvía a la bici-
cia, hacia el ayuntamiento: un lugar con dormitorios, un cleta y continuaba su camino por la ciclovía que rodeaba
mercado de trueque y un refugio: el malecón.
—¿Sí ves? Todo es culpa de esa mujer. Perdí el equi- La Orden AI-27 significaba «asesinato». La robot
librio por su culpa. Ella podría quedarse ahí, quietecita, se preocupó, «no matarás» era parte de su filosofía per-
como todo el mundo, pero en vez de eso empezó a arras- sonal. Deseaba que todo se resolviera sin ejercer daño.
trarse en esa arena asquerosa. ¿Sí te fijas? Luego pensó que, como su memoria había sido borrada
La robot asintió. Sabía que la mujer que señalaba es- tantas veces, seguro ya había matado a alguien, solo que
taba más adelante, en medio de las dunas azules, rastrean- no lo recordaba. Seguro borrarían sus registros si mataba
do algo bajo el día abrasador. La apariencia de la señalada a la mujer descalza; su jefe era bondadosa pero no tonta.
no era precisamente buena: su piel era tan quebradiza Antes de irse, la mandamás susurró entre dientes:
como el material plástico de la arena, se veían sus huesos, —No me gusta lo que ella hace. Todas las cámaras de
tenía las fosas nasales abiertas al horizonte. Caminaba esta plataforma de mierda están rotas y los robots no han
descalza, se movía muy rápido. En las imágenes, se veía podido tomarle pruebas fotográficas. Sé que ella ya había
que arrastraba una bolsa voluminosa; adentro había frag- trabajado en eso, y ahora se queda ahí, no hace nada en
mentos de cosas apenas más anchas que una mano, obje- todo el día. No me gusta para nada. Vigílala.
tos recolectados en los valles, entre las montañas de arena La jefe se alejó encorvada, pedaleando en un camino
artificial, donde se acumulaban los residuos de mayor azotado por el viento. Se volvió un espejismo bajo el pai-
tamaño, transportados por los vientos. La mujer tenía saje blanqueado por el sol.
talento para reunir esas chucherías: cabezas de muñecas, La robot no entendía algunas cosas de esa conversa-
estuches de maquillaje, tablas de texto, botellas. Todo lo ción. ¿En qué ya había trabajado esa mujer? ¿En tomar
que alguna vez había sido algo, ahora devuelto por el mar. pruebas fotográficas? Imposible, eso siempre había sido
La jefe interrumpió sus desvaríos: tarea de los robots. ¿Y qué significa «no hacer nada»? Las
—DJ18, quiero que sigas el rastro de esa mujer las investigaciones demostraban que esa mujer era una de las
veinticuatro horas. No es bueno que circule gente des- personas más activas de toda la plataforma.
ocupada. Vigílala y, si encuentras algo sospechoso, ejecu- Sin embargo, su cerebro positrónico no le permitía
ta la Orden del Acto Institucional 27. pedir ninguna explicación a la autoridad. Sabía que la
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la punta de su nariz, roja como el pico de un mirlo, por aprendido a observar el silencio de las otras personas,
entre la tela de la capucha. Con los brazos cruzados sobre pero no siempre para quienes estaban a cargo del progra-
el pecho, dormitaba. ma CARAL en el Distrito. Pensó que quizá Enea debía
Pararon en una vieja estación de tránsito en la que invitar a quienes lo coordinaban la próxima vez.
aún había una rocola que funcionaba con créditos. Victo- Se detuvieron una vez más a comprar caña y coco
ria puso una canción mientras les entregaban el paquete fresco con chile y limón para sobrellevar el último trecho.
de panmaíz y un café dorado. Ella y Eduardo comenzaron Victoria sentía náuseas y rechazo a cualquier simpatía que
a bailar frenéticamente, un poco en broma, un poco en sus acompañantes tuvieran con ella; y estaba a punto de
serio. Parecían divertirse hasta que pasó algo que ocurría vomitar cuando, al abrir la ventana, experimentó el golpe
con frecuencia en el Distrito: Victoria se fue apagando, dulce del aire. La selva ya se dejaba sentir en la piel y se
comenzó a llorar y se sentó, emberrinchada, a comer sólo abría para recibirles. Enea mostraba, al final de un camino
unas migas y a sorber el café. Eduardo terminó su desayu- en espiral, su amabilidad: una vista plateada y luminosa.
no y, en un gesto que en él significaba solidaridad, tam- Vio un mar de nubes que circundaba los cráteres gemelos
bién las sobras del de Victoria. en los que se internaron suavemente. Entraron a través de
Volvieron al silencio de la camioneta. Se deslizaron una vía de tierra aplanada, vía que la comisión de caminos
por el asfalto de la autopista, luego adquirieron el ritmo mantenía siempre en buenas condiciones.
de un barco al ir sorteando las irregularidades del asfalto: Eduardo y Victoria bajaron de la camioneta. Bedhi
una carretera en obra permanente. Ascendieron por la vía los presentó al resto del comité de bienvenida.
plena de curvas, entre la neblina que rodeaba los volcanes. —Hospedaremos a Eduardo, gran bailarín que sabe
Victoria tenía miedo de la llegada. Sabía que no era disfrutar la comida con alegría. Y hospedaremos a Victo-
simpática y esa conciencia sólo añadía más miseria a la ria, que sabe sentir el mundo y escucharlo con profun-
opinión que tenía de sí misma. Tampoco se empeñaba didad.
en ser amable: creía que no servía de nada y que, de to- Eduardo y Victoria se sorprendieron por la manera
das maneras, la gente iba a ser cruel, egoísta o traicionera. en que habían sido presentados, se les notaba en la sonrisa
Bedhi, que formaba parte del comité de bienvenida de confundida que se les pintó en el rostro. Victoria, ade-
jóvenes CARAL a Enea, había notado su semblante pre- más, sintió en el estómago un vuelco que no era desagra-
ocupado, pero no le preguntó nada. No era el momento, dable, sino inesperado, como cuando era niña y bajaba en
no todavía. Esto era claro para quienes en Enea habían
Una alianza:
Prohibida su venta