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conversación con vos. Tal vez, generen alguna respuesta que quieras enviarme o,
sencillamente, el silencio de estar pensando las cosas de la Nueva Evangelización, en un
discernimiento que calla y que reza. Tal vez elijas compartir parte de este material con los
catequistas de tu comunidad, especialmente ahora que nos aproximamos a celebración de
nuestro día.
En esta disyuntiva existencial: ser o no ser lo que Dios lo invita a ser, queda implicada la
naturaleza humana del catequista. Caída y redimida. Débil y fuerte. Imperfecta y llamada a
la plenitud. Sería impensable un catequista desprovisto de la gracia de Dios. Sería
impensable un catequista errante, náufrago de procesos educativos incapaces de albergarlo.
Los ojos de María, que buscan a Jesús, saben encontrarlo y, en ocasiones, invitarlo a
mostrar signos concretos para que el mundo crea, como en las bodas de Caná.[2] Con esa
mirada creyente, los catequistas somos anunciadores del Reino. El mundo hoy, como ayer y
como siempre, tiene derecho al anuncio. No se lo puede privar de él. Y, si bien todos los
bautizados hemos sido convocados a esa tarea, a los catequistas nos compete de modo
especial.
El corazón creyente sabe darse cuenta de que el mundo es amado por Dios, sostenido por su
amor. Muchas veces los catequistas somos pobres de recursos, de medios, pero por la
gracia de Dios representamos una fuerza de cambio extraordinaria. Donde está Jesús, ahí
está su Reino, allí madura la esperanza, allí es posible tomar el amor que da vida. El
encuentro con Jesús nos hace testigos creíbles de su Reino, nos asemeja a Él, hasta
transformarnos en memoria viviente de su modo de existir y de obrar.
Usamos mucho la palabra “itinerario”, pero más de una vez la reducimos a la simple
categoría de “programa” o de “listado de contenidos” preestablecidos. Nos atamos a un
deber ser que se olvida de enraizar la vida de las personas y sus procesos anteriores en este
nuevo camino que emprendemos en la Catequesis Familiar.
Tal vez este breve y antiguo relato pueda ayudarnos a expresar sencillamente lo que
queremos decir.
Una vez un explorador fue enviado por los suyos a un perdido lugar en la selva
amazónica. Su misión consistía en hacer un detallado relevamiento de la zona. Como el
explorador era experto en su oficio, hizo su tarea con pericia y extremo cuidado. Ningún
rincón quedó sin haber sido explorado.
Averiguó cuáles eran los vegetales y los animales del lugar, las características de cada
época del año, los secretos del gran río que atraviesa toda la región, las lluvias, los
vientos, las posibilidades para la vida del hombre en aquel remoto lugar…
Cuando, por fin, creyó saberlo todo, decidió regresar dispuesto a transmitir a los que lo
habían enviado el cúmulo de conocimientos adquiridos.
Los suyos lo recibieron con expectativa… Querían saberlo todo acerca del Amazonas.
Pero el avezado explorador se dio cuenta, en ese momento, de la imposibilidad de
responder al deseo de su pueblo. ¿Cómo podría él transmitirles la belleza incomparable
del lugar, o la armonía profunda de los sonidos nocturnos que solían elevar su corazón?
¿Cómo podría compartir con ellos la sensación de profunda soledad que lo embargaba
por las noches, el temor que lo paralizaba ante las fieras salvajes del lugar o la inusitada
sensación de libertad que lo embargaba cuando conducía la canoa a través de las inciertas
aguas del río?
Entonces, después de pensarlo, el explorador tomó una decisión y les dijo: “_ Vayan y
conozcan ustedes mismos el lugar. Nada puede sustituir el riesgo y la experiencia
personales”. Pero tuvo miedo… Si algo les pasaba… Si no sabían llegar… Entonces hizo
un mapa para guiarlos. Todos hicieron copias, las repartieron y se fueron al Amazonas
provistos del conocimiento encerrado en el mapa recibido.
Todos los que tenían una copia se consideraron expertos. ¿Acaso no conocían, a través del
mapa, cada recodo del camino, los lugares peligrosos, la anchura y la profundidad del río,
los rápidos y las cascadas?
Sin embargo, el explorador lamentó durante toda su vida haberles dado el mapa…
Hubiera sido mejor no dárselos.
Esta narración tiene, tal vez, mucho que decir a nuestro ministerio catequístico. No se
trata de ayudar a los catequizandos a explorar la selva, introduciéndolos en los vericuetos
o en los preciosismos de una detallada información doctrinal, sino de ayudarlos,
fundamentalmente, a encontrar al Dios de Jesucristo.
Tal vez ellos, en sus caminos anteriores, ya han recibido muchos mapas y están, por eso,
convencidos de ser verdaderos expertos en las cuestiones de la fe… Pero no aciertan a
mirar la vida con ojos de creyentes. Tal vez esos mapas los han decepcionado, no los han
llevado al encuentro con Jesús y los han mantenido en cuestiones externas que critican
duramente o que aceptan, con resignación o sin reflexión.
Tal vez nosotros mismos, sus catequistas, les ofrecemos ciertos mapas prefabricados, que
nos sirvieron a nosotros; pero que no les sirven a ellos. Les indican caminos que nosotros
mismos hemos recorrido, con más o menos acierto, pero no los dejan explorar y aventurarse
para encontrarse, por fin, con el Señor.
Un caminar que no violenta, que no apura, que no se detiene y que, recorriendo la Palabra,
va dejando llegar… Cada uno lo hace a su tiempo, con respeto a los tiempos del otro, y
según sus posibilidades. Pero, por fin, arde el corazón y se produce el encuentro que se
celebra con el Pan compartido. La pedagogía del acompañamiento no traza mapas, sino que
recorre y acompaña los caminos personales y comunitarios de búsqueda.
Como catequistas, podemos proponernos indagar por aquí algunas de las respuestas
pendientes al actual fracaso de la iniciación cristiana. Quizás así sea posible iniciarse o
retornar a la fe, desechando antiguos mapas y aprendiendo a mirar la vida con ojos de
creyentes.
poster
“Estoy contento de que puedan tener este encuentro como hermanos que comparten un mismo
carisma en la comunidad, es una oportunidad para estrechar lazos que les permitan compartir
experiencias, hacer oración para escuchar al Señor y reflexionar sobre temas tan importantes
como los retos que enfrenta la catequesis, la identidad del catequista en los pueblos indígenas y
campesinos”.
En este sentido, el cardenal Parolin les dijo que, al poner en práctica su carisma dan testimonio de
su fe compartiendo la belleza y la bondad de la vida nueva en Cristo. Entonces, en estas dos
dimensiones, vertical y horizontal, identidad y misión, se realiza su ministerio de una manera plena
y dinámica alabando a Dios y sirviendo a los hermanos.
“Quisiera también animarlos cuidar el carisma que han recibido, para ello sigan
fomentando la formación continua y, sobre todo, aprovechen los medios espirituales que
tiene a su alcance como la oración, la meditación de la Palabra de Dios y la recepción
frecuente de los sacramentos, particularmente de la confesión y la Eucaristía. Pues, los retos
y dificultades que se les presentan solo pueden encontrar solución segura si están bien
unidos a Cristo. Trabajen también siempre en comunión con los Obispos que son los
primeros catequistas en las diócesis y de consecuencia también con los presbíteros y demás
miembros del pueblo de Dios”. María de Guadalupe una gran catequista
Finalmente, el Secretario de Estado concluyó su mensaje encomendándolos a la intercesión
y protección maternal de Nuestra Señora de Guadalupe. “Ella – indicó el cardenal Parolin –
es la evangelizadora de México y de toda América porque supo inculturar el mensaje de la
Buena Nueva en la realidad concreta. Mírenla a ella y déjense iluminar y acompañar por tan
grande catequista, María, la Madre del verdadero Dios por quién se vive”. Esperando que
este Encuentro de buenos frutos y frutos abundantes, el Purpurado se despidió
encomendándolos en su oración.
Nos encontramos en la semana del catequista .
Gracias catequista por responder a la llamada gratuita de Dios que te constituyó en educador de
la fe de tus hermanos.
“ Y percibí la voz que decía