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Nuestro punto de partida será la convicción de que “Dios nos educa” a lo largo de toda
la historia de salvación. Educó a su pueblo Israel. Y educa a su “Nuevo Pueblo” a partir de la
Encarnación del Hijo de Dios. Los sacramentos y en especial, la Eucaristía, son los medios
“pedagógicos” que nos permiten adentrarnos en el misterio de Dios.
En la segunda parte nos fijaremos en el nexo que hay entre Eucaristía y educación
evangelizadora. Nuestro objetivo será profundizar algunos rasgos de nuestra pedagogía que
tienen relación con las transformaciones que hemos desarrollado en la primera parte.
1
Juan Pablo II nos recuerda que “la Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo
en continuidad con la encarnación. María concibió en a anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de
su cuerpo y de su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que
recibe, en las especies de pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor”. Ecclesia de Eucharistia. Buenos Aires
Paulinas, 2003, n 55 p.68
1
que esta gracia y fe se expresan y aumentan a través de los signos, de los símbolos, y de
nuestras acciones humanas.
Durante muchos siglos después de la Encarnación, la Eucaristía fue el mejor medio de
educación en la vida y en la fe de los cristianos. Los Hechos de los Apóstoles nos recuerdan
que en las primeras comunidades los fieles “acudían asiduamente a la enseñanza de los
apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones”. (Hch 2,42). Podríamos decir
que la Eucaristía fue la escuela de los primeros cristianos. Más tarde, y por lo menos hasta el
siglo XV, las iglesias cristianas y las celebraciones en ellas realizadas se fueron convirtiendo en
los “centros educativos” del pueblo fiel. Recordemos que la mayoría de las personas, en
especial las mujeres y los niños no sabían leer ni escribir, y que los estudios estaban
reservados, por ejemplo, para los monjes del Medioevo. Sencillamente podríamos decir que
los fieles se educaban en la Eucaristía. ¿Cómo? Con las imágenes de los templos, preciosos
“medios catequísticos”, con las acciones del sacerdote, con las acciones del mismo pueblo -
aunque fueran pocas-, con la Palabra de Dios, la palabra del sacerdote y la palabra de los
mismos fieles, con los cantos. Era la fuerza del Espíritu, la que se comunicaba mediante los
gestos, las palabras y acciones sacramentales, ayudándolos a comprender y vivir el misterio
de Dios en sus vidas, lo que Jesucristo nos revela. El Espíritu fue, es y seguirá siendo el
mistagogo invisible.2
1.2 ¿Qué transformaciones se dan en las personas cuando nos dejamos educar
por la Eucaristía?
En este punto queremos reflexionar a cerca del perfil del ser humano que subyace en la
Eucaristía. Supone también preguntarnos: ¿En qué nos educa la Eucaristía? ¿Qué nos enseña
la Eucaristía? ¿Qué aprendemos de la Eucaristía? Señalo solo algunos puntos, los que creo
que para mí en este tiempo han sido más significativos. Los propongo como pistas para seguir
pensando otras posibilidades y transformaciones que desde la riqueza de cada uno podemos ir
descubriendo.
La Eucaristía manifiesta el valor infinito, absoluto que cada persona tiene para Dios. Nos
revela su amor incondicional, tierno y fuerte por cada uno: “el hombre es en la tierra la única
2
cfr. Sínodo de los obispos, XI asamblea general ordinaria, La Eucaristía: fuente y cumbre de la vida de la misión
de la Iglesia. Lineamenta n. 47 [En línea]. www.vatican.va/roman_curia 10-12-2005
2
criatura a la que Dios ha amado por sí misma”.3 Ilumina incomparablemente el misterio de la
infinita dignidad humana, superando las necesarias luces y sombras que pueden aportar la
psicología, la sociología, las ciencias humanas. Nos ayuda a descubrirnos hijas e hijos, hechos
a imagen y semejanza de Dios.
En cada Eucaristía estamos invitados a vivir la entrega mediante la comunión con Cristo
en su misterio redentor.9 La sinceridad de esta vivencia se pone en evidencia cuando
concretamos el amor a los hermanos, cuando salimos “de nuestro propio interés y querer”
prefiriendo la comunión. El concilio Vaticano II, en el decreto sobre el ministerio y la vida de los
presbíteros tiene un párrafo precioso referido a este punto: “No se edifica ninguna comunidad
cristiana sino tiene su raíz y su centro en la celebración de la Sagrada Eucaristía; por ella pues
hay que empezar toda la formación para el espíritu de la comunidad.”10 Ella es la fuente de
comunión, genera comunión de vida con Dios y los hermanos.
3
Vaticano II, Gaudium er Spes, n. 24
4
“La certeza de que Dios nos ama y nos lleva en sus brazos, refuerza nuestro deseo de ser, de ser verdaderos y de
mirar a cada persona, a cada evento, la marcha de la historia y del universo, tal y como Dios los ve. Modera nuestra
necesidad de mostrar lo que somos o de escondernos detrás de barreras de poder y de saber. El miedo a ser
rechazados desaparece. Ya no necesitamos buscar otro absoluto porque nadie, ni ningún grupo ni el conjunto de la
humanidad, es Dios.” Vanier J. Acoger nuestra humanidad. PPC, Madrid, 1998, p. 136
5
Rodé Franc, La vida consagrada en la escuela de la Eucaristía. [En línea]. www.vatican.va/roman 23-11-2005
6
Vaticano II, op. cit. n 24
7
Llach Josefina aci, Por un despegue eucarístico del pueblo de Dios en Argentina. Revista Criterio. Buenos Aires.
2005
8
Gal. 2, 20
9
Cfr. Constituciones aci (1983) n 2
10
Vaticano II, Presbyterorum ordinis. n 6e - También Juan Pablo II en Novo Millennio Ineunte nos dice: “Antes de
programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como
principio educativo en todos los lugares donde se forma al hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del
altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades.” n 43
3
Entonces la Eucaristía nos educa para vivir la comunión en el amor. Nos enseña a crear
comunidad, a cuidarla, a alimentarla. Aprendemos que uniéndonos a la entrega de Jesús por
cada hermano, nosotros también podemos entregarnos por ellos, que así vamos tejiendo lazos
de fraternidad auténtica, que así vamos construyendo la misma Iglesia, la Única Iglesia, reflejo
“del misterio trinitario que habita en cada uno de nosotros”11. La Eucaristía nos educa para
valorar los dones que cada uno tenemos para ofrecer, porque todos son importantes para la
comunidad. Aprendemos la acogida, la escucha, el ofrecernos, el saludarnos… actitudes que
van forjando nuestras comunidades.
La Eucaristía nos educa viviendo la Pascua, es decir, nos injerta en el misterio de amor
que libera. Es escuela de libertad: nos libera mediante el perdón, cuando reconocemos
nuestras oscuridades y elegimos “volver a la casa del Padre”, nos libera cuando escuchamos
atentamente la Palabra de Vida que ahuyenta la muerte, nos libera por la vida nueva que Cristo
nos ofrece. Nos libera atándonos amorosamente a los hermanos. Pablo VI tiene unas palabras
muy lindas al respecto: “La Eucaristía ha sido instituida para que nos convirtamos en
hermanos, para que de extraños, dispersos e indiferentes los unos de los otros, nos volvamos
uno, iguales, amigos; se nos da para que de masa apática, egoísta, dividida y enemiga entre sí,
nos transformemos en un solo pueblo, un verdadero pueblo, creyente, amoroso, con un solo
corazón y una sola alma” 12
La Eucaristía nos capacita para vivir la reconciliación, nos lleva a buscar ser auténticos,
escuchando las palabras de Jesús: “si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas
entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y
vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda.” 13 Desde
esta experiencia nos convertimos en “mensajeros de reconciliación”. Así también la Eucaristía
nos capacita y nos educa para elegir ser personas de paz; nos ejercita en la aceptación de la
diferencias, en el respeto, en el mirarnos y ayudarnos sabiéndonos “hijos de un mismo Padre”.
La Eucaristía nos educa para vivir este amor transformador, que quiere alcanzar a todos
los hombres, a todo el Universo. Como dice un teólogo argentino: “Cuando el sacerdote eleva
la hostia como ofrenda, con ella eleva nuestra vida y toda su riqueza, vida que se llena de la
presencia de Cristo que la ilumina y la hace fecunda. De este modo cada uno de nosotros se
convierte en un canal de poder eucarístico para que pueda realizarse algún día la plenitud del
mundo armonioso que Cristo quiere regalarle al Padre”16
11
ib.
12
Pablo VI, en Insegnamenti de Paolo VI, Poliglota Vaticana, 1966, III, 358. Citado por Fernández V. M en AAVV,
Memoria, presencia y profecía. Paulinas, Buenos Aires, 2000, p 217
13
Mt. 5, 23-24
14
Juan Pablo II, Carta a todos los obispos de la Iglesia sobre el misterio y el culto de la Eucaristía. Paulinas, Buenos
Aires, 1979, n 7
15
Ib.
16
Fernández V. M op. cit. p. 219
4
Este Amor que nos transforma, reparando nuestro corazón, nos impulsa a ser solidarios
y misioneros, promotores del cambio social, y del cambio de las estructuras de pecado
social.17 Porque la Eucaristía no es un hecho privado sino que es el regalo del Señor para
todos. El invita a todos a su Mesa, y nos pide a cada uno que seamos los que salgamos por
los caminos a buscar a los invitados, y a todos los que puedan sentirse “excluidos.”
La Eucaristía es la escuela del amor y del afecto. Es ella la que nos educa en el amor y
es el espacio que el Señor elige para llamarnos amigos, para recordarnos “que nadie tiene
mayor amor que aquel que da su vida por sus amigos”18. Es también aquí, donde con palabras
y gestos nos revela que la alegría verdadera es fruto de vivir esta vocación al amor que nos
lleva a buscar y a cumplir la voluntad del Padre como El lo hizo. La invitación a “permanecer
en este Amor” se apoya en la confianza del Amor primero, gratuito, absoluto de Dios por cada
uno de nosotros y en la certeza de que El quiere lo mejor para cada uno. Esto es lo que
palpamos en cada celebración y en cada adoración. Nos enseña que es El mismo quien se
hace uno con nosotros en la comunión para que podamos vivir “la permanencia en el amor”,
para que podamos ir configurando nuestro corazón inquieto y frágil a la medida de su Corazón
amante, paciente y humilde.
1.3. ¿Cuáles son los medios pedagógicos de la Eucaristía? ¿Qué medios nos
ayudan a aprender?
1.3.1 La celebración
17
Nos dice Juan Pablo II “La Eucaristía es, además, una escuela permanente de caridad, de justicia y de paz, para
renovar en Cristo al mundo circundante. Los creyentes sacan de la presencia del resucitado la valentía para ser
agentes de solidaridad y de renovación, comprometidos en el cambio de estructuras de pecado en el que los
individuos, las comunidades y a veces pueblos enteros, están enredados.” La Eucaristía escándalo de amor que nos
sobrepasa. Homilía del Jueves Santo. Vaticano 12 de abril de 2001
18
Jn 15, 13
5
Celebrar la Eucaristía implica insertarse en el proceso pascual que unidos a Cristo
estamos invitados a vivir, sin quedarnos afuera. Significa “dramatizar lo que creemos, lo que
está sucediendo en medio de nosotros”19 Aprendemos participando, uniéndonos a las acciones
de Jesús, compartiendo las acciones del sacerdote y de la asamblea. Y participamos,
“actuamos” desde nuestra situación real, nos presentamos con todo lo que somos y tenemos,
con nuestra manera de pensar, con nuestra cultura (entendida en sentido amplio), nos
presentamos ejerciendo nuestro ser sacerdotes por el bautismo. Esta acción participativa se
convierte en una acción reparadora, redentora que va conduciéndonos en todo el proceso
celebrativo-pascual. Estar, ofrecer, comulgar no nos deja igual, nos transforma.
1.3.3 El diálogo
Con su palabra Dios “movido de amor, habla a los hombres como amigos”.20 El Espíritu
es quien suscita en nosotros la escucha y la respuesta obediente y confiada a la Palabra de
Dios. En la Eucaristía aprendemos dialogando con el Señor: escuchando su Palabra, dejando
que penetre en nuestro corazón, que conecte con nuestros deseos más profundos, que suscite
en nosotros una respuesta. Aprendemos sintonizando el corazón con la palabra que sale del
Corazón de Dios, Palabra que no solo revela una verdad, un contenido, sino que al mismo
tiempo obra la salvación. Es Palabra que “dice y hace”.21
Estos “modos” nos pueden ayudar a tener en cuenta algunos medios concretos que nos
educan particularmente. Por ejemplo: la participación activa de cada uno de nosotros se realiza
también con nuestros gestos, nuestras palabras, nuestras respuestas, los ministerios que
proponemos y que dejamos que haya, las homilías preparadas y significativas, el mismo canto
y con todos los elementos que nos ayuden a concretar el carácter festivo de la Eucaristía.
¡Cuánto nos dice un símbolo adecuado, un guión pensado y oportuno, la disposición del lugar,
el ambiente!
Para los cristianos, educar es una misión de amor, que tiene como finalidad ayudar a
las personas a desplegar todas sus potencialidades espirituales, afectivas, intelectuales,
corporales, capacitándolas para llegar a ser una persona nueva en Cristo. La Iglesia, desde
sus comienzos, fue conciente de esta misión. Veamos algunos textos que ilustran la relación
entre educación y evangelización.
19
Llach Josefina aci, Apuntes teológicos. Uruguay. 2005. Esta idea, la autora la completa en otro artículo citando a
Anselm Grün: “El concepto de teatro completó el de misterio. La Eucaristía es un juego -teatro en el que mediante
ritos simples se representa la vida de Jesús (…)no se trata sólo de mirar, sino de entrar-en- el- juego (…)Al realizar
los creyentes ciertos ritos se convierten en actores que entran en el divino juego de la redención” en Por un
despegue eucarístico del pueblo de Dios en Argentina. Revista Criterio. Buenos Aires. 2005
20
Concilio Vaticano II, Dei Verbum, n 2
21
“La Palabra de Dios se presenta con dos aspectos: como revelación, discurso: logos, y como acción, presencia,
poder: dynamis. La Palabra de Dios dice y hace. Si la consideramos solamente como presencia salvífica (porque
cuando Dios actúa, salva, y salva creando comunión, vinculándose a sus criaturas, haciéndonos hijos), dejamos de
lado un aspecto de revelación. Si, por el contrario, la consideramos solamente bajo su aspecto de verdad, de
contenido, perdemos su dimensión de comunión, de presencia amorosa, su dinámica salvífica. La Palabra de Dios
nos vincula con El con lazos tanto de conocimiento como de amor. Dice y hace.” Bergoglio Jorge s.j, Educar:
exigencia y pasión. Desafíos para educadores cristianos. Claretiana. Buenos Aires. 2003, p 125
6
Pablo VI nos recuerda que “evangelización será aquella en que se anuncie al hombre, la
doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazareth, hijo de Dios.”22
Esta Buena noticia la anunciamos al hombre concreto, de tal modo que encontrándose
con Jesucristo vaya transformando, por la fuerza del Espíritu, su corazón y desde esa
experiencia transforme también la sociedad, su realidad histórica y social.
22
Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, n 22
23
Conferencia Episcopal Latinoamericana, Documento de Puebla (1979) n 1013
24
Vaticano II, PO op. cit n 5b
Las Esclavas también decimos “que el misterio pascual hecho presente en la Eucaristía es centro de nuestro
mensaje” Constituciones aci n. 8
25
Aplicaciones aci (1893) n. 15
7
creativas, que incluya varias de las cosas que ya señalamos referidas a las celebración
eucarística, y que vaya impregnando y articulando todas las dimensiones y estructuras
educativas.
La experiencia del amor de Dios, nos permite mirar a las personas desde el Corazón de
Cristo. Cuando miramos desde este corazón reconocemos siempre lo valioso, lo bueno y bello
que hay en cada una, también sus límites y sus fallos, pero mirándolos con esperanza. No
solo le decimos que su vida es valiosa para Dios y para nosotros, sino que también la
celebramos, la hacemos parte nuestra, la vemos como “promesa de esperanza”. En nuestro
estilo educativo privilegiamos el trato personal. Queremos acompañar a cada persona,
respetando su propia originalidad de hija e hijo de Dios, partiendo de su realidad concreta, sus
intereses, preocupaciones, su familia. Este camino, que exige paciencia, escucha, sintonía,
respeto de los tiempos, va facilitando que la persona por si misma vaya conociendo su propio
corazón, y se sienta “sujeto de su propio desarrollo”, que asuma su propia historia,
reconociendo en ella momentos de gracia y de sombras. A la vez posibilita que los mismos
educadores, en este proceso de acompañar, también sigan conociéndose y creciendo en
humanidad. ¡Cuánto podemos seguir aprendiendo de cada niño y adolescente! Confiamos
también en que si cada persona se siente valiosa y amada, reconocida en su dignidad, también
será capaz de mirar a los hermanos como seres “valiosos y únicos”, como un don para ellos y
para la comunidad.
El ambiente que se crea tendría que ayudarnos a que nos dé gusto adentrarnos en la
Verdad, la Belleza y nos sintamos invitados a vivir el Bien. La comunidad nos entrena en el
“aprender a vivir juntos”, para “generar comunión” y esto siempre será fuente de esperanza
8
porque iremos construyendo “una nueva humanidad”, un mundo más parecido al que El Señor
sueña para todos. La comunidad debería tornarse en familia, espacio de amor gratuito y
promoción, de afirmación y crecimiento.
Creemos que educar en la libertad y para la libertad presupone “un sano optimismo y
confianza en la bondad de la persona”.26 La persona es capaz de responder, de optar y de
decidirse por el bien, aunque no está exenta de esclavitudes que oscurecen la verdadera
libertad. Los educadores necesitamos mirar también nuestra manera de decidir, nuestras
opciones viendo si realmente nos van haciendo más libres, y nos ayudan a crecer.
Una persona libre, busca la verdad, no le teme al diálogo. Busca superar los conflictos,
aprecia la unidad en la diversidad, busca más lo que une que lo que separa, no le asusta ni le
empequeñece pedir perdón, sabe mirar el lado sano de la persona. Se convierte en fuente de
paz y reconciliación para los que la rodean, testimoniando la misericordia y la compasión. Es
capaz de acoger al otro con espíritu de alabanza y agradecimiento. Cuántas oportunidades
tenemos en nuestra tarea educativa de ayudar a crecer en estas actitudes: pienso en los chicos
cuyas familias están desintegradas, profesores que se hablan poco, las dificultades de
comunicación y aceptación en algunos miembros de la comunidad, los prejuicios que vamos
generando, las etiquetas que vamos poniendo a las personas y que bloquean el camino a
toda sana relación de confianza.
Para poder permanecer en el Amor, tuvimos primero que haberlo conocido. Nuestros
niños, y sobretodo los jóvenes captan más por la experiencia que por las palabras. Si
colaboramos para que se encuentren personalmente con Jesús, seguramente El les ayudará a
enfrentarse con el misterio que encierra su propia vida. Desde nuestro estilo educativo
podemos ir generando una “cultura vocacional” que siembre la sensibilidad para escuchar las
llamadas que el Señor nos va haciendo: a la vida, a ser personas, a ser hijas e hijos suyos…
26
Conferencia Episcopal Argentina, Educación y proyecto de vida. Consudec. Buenos Aires, 1985. n 42, p 63
9
Un ambiente vocacional en el que, sobretodo los jóvenes pueden plantearse los interrogantes
que le ayuden a descubrir el sentido que tiene la vida: ¿quién soy yo?¿para qué estoy en el
mundo?¿qué quiero hacer con mi vida?¿qué espero para el futuro? Y no solo hacerse la
pregunta sino aprender a “responder” a dar una respuesta “responsable” al llamado y
mantenerlo con firmeza y fidelidad. Esto supone confiar en que somos capaces de asumir un
compromiso, aunque estemos insertos en una cultura que valora lo inmediato y que se cansa
enseguida de las elecciones que hace. Esta capacidad de permanencia y fidelidad que la
aprendemos del Señor “que permanece en la Eucaristía” regala a la sociedad sinceridad y
solidez en los vínculos, así como también consistencia en las personas.
Todos estos rasgos que hemos señalado, no abarcan toda la riqueza contenida en la
pedagogía del corazón. Son sólo algunos que hemos considerado significativos. Por último
somos también concientes que este estilo de pedagogía depende en gran medida de la calidad
de vida de aquellos que educamos. Y no solo calidad en cuanto a nuestra preparación
académica y profesional sino a aquella que nace de sabernos “educadores – testigos” que
“hemos sido alcanzados por el Amor” y transformados por el Único Maestro que se entrega
“hasta el extremo” en la Eucaristía. Educamos porque primero nos dejamos educar por la
Eucaristía.
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