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En efecto, el catequista ha de ser, ante todo, «testigo de Jesucristo, con una

profunda experiencia de fe y de esperanza, con una fuerte vinculación eclesial, sólido por su
formación teológica y pedagógica, y a Ia vez persona de nuestro tiempo, capaz de sintonizar
con las necesidades, problemas y esperanzas del hombre contemporáneo. Por ello, Ia
formación que auguramos, y que con ahínco trabajamos, ha de mirar ciertamente a Ia
adquisición de capacidades y conocimientos, atender Ia competencia y experiencia personal,
pero sobre todo, ha de contemplar y tener como objeto Ia asimilación de Ia palabra y de Ia
vida de Jesús, así como el seguimiento del Señor hasta el punto de poder decir a sus
catequizandos: «Aquello que hemos visto y oído, aquello que hemos contemplado, el Verbo de
Ia Vida, eso os-transmitimos para que nuestra alegría sea completa» (IJn, 1). Y así, el catequista
que es llamado, no tanto a transmitir un saber, cuanto a introducir en una «presencia» y a
propiciar un «encuentro» con Jesucristo, ha de vivir vinculado con Ia Palabra que fundamenta
su vida y sobre Ia que se realiza su configuración personal a nivel humano, espiritual y
ministerial.

2.-Del catequista de iniciación cristiana en general, y del de confirmación en particular, es de


esperar y desear que sea un -experto en Ia fe de Ia Iglesia», que conozca suficientemente el
mensaje cristiano que trata de anunciar; ha ser por ello, hombre de Ia «memoria», que
recuerda y actualiza para los adolescentes y jóvenes de hoy, Ia fe de Ia Iglesia; y en
consecuencia ha de ser un hombre de comunión con Ia Iglesia universal, católica, que es
comunión de comunidades unidas entre sí por el lazo de «un solo Señor, una sola fe, un solo
bautismo, un solo Dios y Padre» (Ef 4,5-6). Llegar a ser expertos en Ia fe, no es un objetivo
conseguido plenamente, pero hemos de procurar que Io vaya siendo. A ello se ordenan Ia
numerosas iniciativas emprendidas en los últimas décadas tendentes a proporcionar a los que
desean ser educadores en Ia fe una preparación adecuada, mediante centros especializados,
itinerarios de formación, escuelas de catequistas, etc., establecidos unas veces desde las
propias parroquias o zonas pastorales, otras a nivel diocesano o regional, en los que los
catequistas suelen participar con un interés y una dedicación dignos de todo encomio. Puestos
en longitud de onda, estos catequistas deben tomar conciencia de que su labor se ordena a
construir Ia comunidad eclesial: unas veces, haciéndola surgir allí donde no exista,
entendiendo Ia catequesis de iniciación «no como un esfuerzo por lograr cristianos piadosos
en su soledad, aislados e individuales en su religiosidad y

El saber

el catequista en general, debe saber ser un acompañante en el camino*, como el peregrino


de Emaús», que, a medida que avanza con el grupo, Ie ayuda a desentrañar el sentido
evangélico de los acontecimientos extraordinarios o a hacer una lectura creyente de las
realidades más comunes; es también una persona de Ia búsqueda compartida, en el sentido de
una catequesis participativa, personalizada y creadora; y porque entiende de Ia acción
catequética como un espacio de libertad, no trata de imponer nada sino de proponer algo que
forma parte de su propia vida y Io ofrece al otro por si quiere aceptarlo. Quien desea educar
en Ia fe ha de cuidar que su estilo sea sencillo, cercano e integrado en el grupo, que no se
limite solo a hablar o enseñar desde fuera, sino que participe desde dentro en el proceso de fe
que se vive en el grupo. Así de próxima y cercana, así de entrañable, entendía Pablo Ia labor
del catequista: «para animaros mutuamente con Ia fe de unos y de otros, Ia vuestra y Ia mía»
(Rom 1,12). El catequista de confirmación ha de cuidar ser en todo momento servidor del
dinamismo de Ia fe y alentador de un proceso que se revela, de ordinario, lento, original y
complejo. Deberá propiciar en el grupo un clima de fácil relación y de comunicación abierta y
sincera, un clima de confianza, autenticidad y libertad, que permita acoger Ia Palabra de Dios y
Ia experiencia de otros creyentes de ayer y de hoy con profundo respeto, con actitud de
escucha y de disponibilidad; y deberá favorecer asimismo una expresión de fe, propia del
grupo, que sea creativa, original, emitida en pluralidad de lenguajes (verbal, simbólico,
corporal, etc), fiel a Ia tradición y fiel también a los signos de los tiempos. Un buen educador
en Ia fe hará bien su papel si consigue que al final del proceso el grupo de catequizandos diga:
esto Io hicimos nosotros.

*Dimensión humana: - Una persona en relación consigo misma. - Una persona en relación con
los demás. - Una persona en relación con un mundo en cambio. - Una persona de cualidades
humanas. - Una persona «compañero» de camino. * Dimensión cristiana: - Una persona en
relación con Dios. - Un servidor incondicional de los catequizandos. - Una persona integrada en
una comunidad de fe. - Una persona testigo de Ia fe que vive Ia perfecta alegría. - Un «cristiano
con vosotros y catequista para vosotros».

* Aceptarladificultaddeltiempopresenteconalegría. El catequista, creyente en tiempos de


indiferencia, de increencia y de cambio, sabe esperar pacientemente el fruto de Ia semilla
sembrada en el corazón del adolescente-joven. Sabe esperar mucho quien confía mucho. El
Dios del AT se nos revela no como un Dios de muertos sino de vivos, siendo su plena
manifestación Jesús resucitado, cuyo misterio pascual atraviesa nuestra existencia personal y
comunitaria desde el Bautismo y que, hoy y aquí, por gracia, los catequistas son enviados a
anunciar. Como tales proclaman al Resucitado y siguen al Crucificado. * Anunciary catequizar
comienza hoypor comprendery compadecer. La ley de Ia encarnación nos lleva a profundizar
en que no es posible abrir el corazón del hombre mientras no comprendamos y
compadezcamos Io que vive en su interior. Sin empatia, sin con-prender, sin conpadecer con Ia
persona humana no es pensable un entendimiento y una apertura a palabras nuevas. Todo
puede parecer mentira, también Ia Palabra de Salvación, si no hay compresión incondicional
del otro, escucha amorosa hasta padecer con él sus alegrías, sus angustias y sus esperanzas.
No es el juicio Io que salva sino Ia compresión-compasión. Un evangelio de Jesús cuyo mensaje
no comience dando como salvación inicial Ia acogida, Ia comprensión-compasión, Ia cercanía y
Ia aceptación del otro, difícilmente será un evangelio que pueda intere
Experimentar y presentar Ia imagen del Dios vivo a un mundo que parece vivir en Ia orfandad,
desconociendo Ia presencia acariciante y paternal del Padre del Cielo; un Dios-Padre para un
mundo que adora a sus «diosecillos», que él mismo engendra. Presentar Ia imagen de un Dios
indomesticable e irreductible y, a Ia vez, un Dios de Ia amabilidad y de Ia ternura, un Dios que
ha creado el mundo y Io quiere bello en sus niños, en sus adolescentes y jóvenes, en sus
ciudades, en su naturaleza, sin contaminaciones no sólo materiales, sino de egoísmos y
podredumbres. Conviene, a veces, revisar Ia imagen de Dios y del cristianismo, pues lejos de
parecer un crimen contra Ia vida, que diría F. Nietzsche, parezca una belleza seductora. Para
ello son necesarios catequistas limpios e ingenuos.

* Tener experiencia personal de encuentro conJesucrístoypresentarlo a un mundo que parece


inquieto, desasosegado y superficial. Presentar humildemente un Cristo-Jesús que ama el
bullicio de las plazas y el silencio de Ia plegaria en Ia soledad buscada; un Jesús que mira sin
enojos, y también sin miedos, a los ojos de los jóvenes, al leproso, a Ia madre viuda, a los
ciegos que no Ie ven y Ie intuyen, ese Jesús que mira siempre desde Ia serenidad y el cariño; un
Cristo que vive libre ante presiones de unos y de otros, que invita a los suyos a hacerse todo
para todos y a tener como predilectos a los más desheredados. Para ello, se necesitan
catequistas humildes, capaces de estar junto a los pobres y tenerlos como privilegiados. *
Vivenciar y presentar el soplo del Espíritu a un mundo que parece haber desaprendido Ia
canción del viento y de Ia brisa, y que hoy, como antaño, nos conduce al desierto exigiéndonos
cada vez una atención mayor y más sutil a su Voz en medio de las voces. Presentar al Espíritu
consolador y guía para los dolores y desconsuelos de nuestro mundo; inspirador de gestos de
ternura y cercanía e impulsor de gestos de profética denuncia ante Io deshumanizador; capaz
de acariciar a los heridos y criticar a los heridores. Para ello, son necesarios catequistas que
vivan a Ia escucha del Espíritu, orantes, unificadores y creadores de comunidad.

* Presentar Ia Iglesia en toda su hondura, donde se celebra Ia presencia del Resucitado en


todas sus dimensiones: kerigma-liturgia-koinoniadiaconia. Vivir en su hondura Ia dimensión
eclesial es sentirse miembro activo en una comunidad de hombres y mujeres que, en mutuo
respeto, creen Io mismo, esperan Io mismo y viven el mismo amor. Es el espacio donde el
Padre, en Jesucristo, por Ia fuerza de su Espíritu, se nos manifiesta; dentro de ella resuena, una
y otra vez, Ia Voz que llama, que convoca, y Ia Presencia a Ia que se invoca. Para ello, son
necesarios catequistas que no sólo sientan con Ia Iglesia, sino que sientan Ia Iglesia y Ia amen
desde el fondo del alma. * Presentar Ia promesa de Ia esperanza, que tiene su núcleo en las
Bienaventuranzas. Las dos cosas, promesa y esperanza, las necesita nuestro mundo hoy; unos
valores distintos que humanicen al hombre, como los que Jesús ha proclamado en el Sermón
de Ia Montaña; unos valores nuevos, plenificadores, alegrantes y enriquecedores como es Ia
promesa de Ia esperanza, diferente y nueva, propia de quienes ansian «los nuevos cielos y una
nueva tierra». Una esperanza que no se reduce a cosas sino que, en palabras de San Pablo, es
«Cristo Jesús nuestra esperanza».
SABER HACER

La obra consta de tres grandes partes, divididos cada uno de ellos en pequeños capítulos. Son:
saber mirar con los cinco sentidos (desarrollada en saber mirar, escuchar, tocar, decir y callar);
saber hacer una reunión (desarrollada en: al empezar, la sesión, los textos, los contextos, las
personas, lo imprevisible y la valoración); y saber hacer un estilo de catequesis, donde abordan
algunos temas más usuales de! hacer catequético y que encierran cierta dificultad a los
catequistas. En concreto: catequesis al estilo de Jesús; saber hacia dónde vamos; ¡eso de la
experiencia!; experiencia y comunicación; experiencia y metodología; e! grupo de catequesis;
metodología; una pedagogía viva.

El buen hacer: un elemento importante de la formación de los animadores es la aptitud y


habilidad para comunicar el mensaje evangélico. Y esto de manera personal, sin imitaciones de
otros. El buen hacer del catequista es el que le lleva a adquirir un estilo propio, de acuerdo con
su personalidad y con sus dotes originales.

XXXXXXXXXXXXXXXXXXX EL SER

El papa Francisco añadiría su conocida expresión que utilizó en Evangelii gaudium, n. 24, y que
en tantas ocasiones ha vuelto a repetir: «el Señor siempre nos primerea», Él toma la iniciativa
para el compromiso y el camino que te propone. Un catequista vocacionado es una persona,
que ve la realidad que le rodea, y se siente atraído a poner lo que es y lo que tiene al servicio
de esta tarea catequética. «¡Cuántas almas extraviadas por no conocer al amo y Señor», diría
D. Manuel. En medio de esta misión, el catequista, en innumerables ocasiones se sentirá
incapaz, como que no sirve, que no está bien preparado. Pero pone los medios para superar
todo ello, sabiendo que Dios da la fuerza para reilusionarse y superar, con alegría, las
dificultades inherentes al ejercicio de su vocación como catequista. En definitiva, el catequista
es un enamorado de Cristo: Lo conoce, lo ama, lo sigue. Vive lo que cree y anuncia lo que vive,
contagiando así el Evangelio. Por eso, cuando los niños, los jóvenes o los adultos a los que
acompaña, lo encuentran en la vida diaria, distinguen en él o en ella a una persona que
saborea a Cristo y que, sin saberlo y sin merecerlo, se convierte en un destello del amor de
Dios.

El ser: la formación lleva al sujeto a entrar en una dinámica de maduración personal tanto
humana como creyente y evangelizadora. La formación no se entiende como acumulación de
saberes para impartir a los demás. La formación afecta primeramente a la persona del
catequista, de manera que la formación le transforma personalmente. Capacitarse es también
reinterpretarse como creyente. No se reciben conocimientos y aptitudes para hacer o trasmitir
a otros, obviando la asimilación y transformación personal.
. Las dimensiones de la formación: el ser, el saber y el saber hacer. La formación de los
catequistas comprende varias dimensiones. La más profunda hace referencia al ser del
catequista, a su dimensión humana y cristiana. La formación la ha de ayudar a madurar, ante
todo, como persona, como creyente y como apóstol. Después está lo que el catequista debe
hacer para desempeñar bien su tarea. Esta dimensión, penetrada en la doble fidelidad al
mensaje y a la persona humana, requiere que el catequista conozca bien el mensaje que
transmite y, al mismo tiempo, al destinatario que lo recibe y al contexto social en que vive.
Finalmente está la dimensión del saber hacer, ya que la catequesis es un acto de
comunicación. La formación tiende ha hacer del catequista un educador del hombre y de la
vida del hombre.

Fisonomía teológica del catequista: Vamos a analizar cómo ven la Biblia y los documentos del
Magisterio de la Iglesia la fisonomía del catequista. Nos lo muestran, ante todo, como un
testigo de la fe. ¿Por qué? Porque su testimonio se asemeja al profeta: como el profeta, sus
palabras y sus acciones deben presentar el mensaje de Dios al pueblo. Es obvio que no tiene
una inspiración especial de Dios como el profeta. Pero, cuando el catequista es dócil a la
Palabra de Dios y la transmite con fidelidad, es Dios quien habla por ‘l. Se convierte en
instrumento de la Palabra vivificadora.

C. Fisonomía humana del catequista: El catequista es un educador. El educador no es sólo


quien transmite informaciones. Es quien trata de configurar las virtudes y actitudes de sus
discípulos de acuerdo con el modelo del hombre nuevo que presenta el Evangelio. Pero es un
educador con un ámbito finalidad muy definidos: la fe. No es un educador de todas las
dimensiones del hombre. Puede hacerlo. Y, muchas veces, su labor tiene como resultado
desarrollar al hombre íntegramente. Pero, ordinariamente, su labor va orientada al desarrollo
de la dimensión sobrenatural de la persona. Y aquí radica el misterio de su acción. Porque su
meta esta más allá de sus capacidades. Tiene que educar la fe. Pero la fe es don sobrenatural.
Sólo Dios puede darla.

D. Características prioritarias del catequista: Es evidente que un catequista debe tener


muchas cualidades. Pero unas son más importantes que otras. He aquí las principales: 1. El
compromiso eclesial: su vida est al servicio de la comunidad local y universal. 2. El sentido
misionero: no restringir su acción a quienes frecuentan el templo o al territorio de su propia
parroquia. 3. La iniciativa: no conformarse con realizar las actividades evangelizadoras
comunes y rutinarias. Debe encontrar nuevas reas y medios para catequizar. 4. La superación
integral: educarse en los valores humanos, en las formas sociales, en la capacidad para analizar
la realidad y en las virtudes humanas. 5. El trabajo en equipo, el esfuerzo para no caer en la
pereza, la programación seria del trabajo y el ansia de aprovechar las diversas oportunidades
que encuentren para evangelizar más y mejor. 6. La prudencia para no comprometer su acción
evangelizadora por la participación en actividades partidistas o de ambigua moralidad, que
obstaculicen la transparencia de su labor. De todos modos, se deben educar en la necesidad de
comprometerse socialmente y decididamente en favor de la justicia, la verdad y la honestidad.
7. La coherencia en su condición de evangelizadores, que no descuida su participación en
lanecesidades de la sociedad, de su vida familiar y de su compromiso con quien necesita
ayuda. 8. El sentido ecuménico que le lleve a no perder el tiempo en discusiones inútiles con
miembros de otras sectas y saber respaldar el testimonio de auténtica fe ante quienes desean
dialogar sinceramente.

. La formación del catequista: Somos conscientes de la necesidad que todos los laicos
tienen de una formación sólida e integral. Esta necesidad es más urgente para los catequistas
cuya misión es comunicar a los demás el mensaje de Cristo. Se requiere una formación
permanente que le ayude a conocer mejor su fe a crecer en experiencia y a mantener un
proceso de constante conversión ( GPCM4) La formación del catequista depende mucho del
modelo de catequista que se desea lograr. La meta que nosotros proponemos es formar un
educador de la fe. Esta opción suscita la necesidad de lograr muchas metas. Las hemos
descrito en los apartados anteriores. Ahora, sólo vamos a establecer algunos criterios sobre
cómo lograrlo. No puede haber nueva catequesis sin catequistas bien formados a. Debe
procurarse siempre el equilibrio en los cuatro sectores esenciales de la formación del
catequista: la formación doctrinal. la formación espiritual. la formación metodológica. la
formación humana. b. La formación debe equilibrar la capacitación intelectual con la
experiencia real. Es decir, es indispensable la formación por la acción. Porque la experiencia
directa provoca reflexión y estimula el estudio personal. c. Es necesario definir el modelo de
catequista que se desea conseguir, de acuerdo con las necesidades o con los programas de
trabajo. Es obvio que no es lo mismo preparar un catequista de niños que uno de adultos, o
uno para indígenas de la sierra que para universitarios. El modelo determina el programa de
formación que se impartirá. d. Un buen programa de formación de catequistas debe tener
mecanismos de acompañamiento para ayudar a cada uno ante las dificultades y preguntas que
le vayan surgiendo en su trabajo. e. Debe evaluarse el avance o las necesidades del programa
educativo, para precisar cuáles variantes o novedades se requiere incluir en el programa
inicialmente previsto. Para lograrlo, es muy útil conocer qué piensan y proponen los mismos
catequistas. De lo contrario, hay el riesgo de errar en las apreciaciones y de resolver sólo una
parte de las necesidades.

. Formación doctrinal. a. La formación del catequista inicia con una buena base doctrinal. ¿Por
qué? Porque el conocimiento y asimilación de la fe ofrece la posibilidad de vivir un proceso
catecúmena personal y la experiencia del propio crecimiento en la fe. b. Sean amplios o
reducidos, los programas de formación doctrinal para catequistas deben armonizar siempre las
cuatro reas esenciales de la doctrina cristiana: credo, moral, sacramentos y espiritualidad. c. El
catequista necesita conocer cuáles verdades tienen sólido fundamento y cuáles son opinión de
escuela. Es decir, el catequista necesita doctrina segura para diferenciarla de las múltiples
ideologías existentes. B. Formación espiritual. a. El catequista necesita acrecentar su
experiencia de Dios durante toda su formación. La consigue por la participación litúrgica y
sacramental, por la oración personal y comunitaria, por el ejercicio de hábitos que purifiquen
sus actitudes ante Dios. b. El catequista necesita fuertes experiencias eclesiales para crecer en
sus motivaciones evangélicas. Es muy útil aprovechar las ocasiones que ofrece la vida misma
de la comunidad o momentos especiales como la visita al Obispo, la participación en algún
congreso, etc. c. El catequista debe realizar un proceso constante de superación en su
compromiso de fe durante todo el periodo de formación. Porque lo que más contribuye a
transmitir la fe es el testimonio de vida. Y el catequista, como hombre caído y herido por el
pecado, necesita elevarse para vivir más de acuerdo con el ejemplo de Jesucristo. Todo avance
en la coherencia de su vida con la fe que transmite, ser el mayor ‘éxito en su formación. d. Es
importante desarrollar una actitud eclesial de unidad y de corresponsabilidad que permita al
catequista saber trabajar junto a los otros y dejar trabajar a los otros. Siempre hay el riesgo de
convertirse en críticos despiadados y obstáculo de otro catequista, o de querer aislarse en la
acción evangelizadora. El sentido de catolicidad eclesial debe lograrse con actitudes de respeto
y apoyo a la variedad de carismas presentes en la Iglesia. e. El catequista debe educarse en la
fidelidad a la Iglesia. Debe crecer constantemente en la convicción de que no es el transmisor
de una doctrina propia y de unas metas personales. Debe ser consciente de que es un
miembro de la Iglesia y trabaja en nombre de Ella. Su expresión más común de fidelidad
eclesial la verá en la sumisión que viva ante las pautas que reciba de su Obispo y del Papa
como cabeza de la Iglesia universal. f. La formación debe aportar al catequista la conciencia de
poseer una misión evangelizadora. Y debe valorar que esta misión la ha recibido de Dios por
medio de la Iglesia. Ser catequista es una vocación a la que responder, no un plan personal de
prestigio propio. Cuando el catequista es consciente de su llamada sobrenatural, es más
abierto a los demás, más humilde ante las contrariedades y más dócil al Espíritu. g. Toda la
formación del catequista debe construirse sobre el amor personal a Jesucristo y a la Virgen
Santísima. De este modo, su espiritualidad tendrá motivaciones purificadas y estímulos
fuertes.

4. Formación metodológica. a. Un catequista se forma mejor mediante una metodología


activa. Sus intervenciones frecuentes le permiten presentar dudas, aportar experiencias y
moderar sus posiciones. La metodología activada le educa también el sentido social y
comunitario de la vida, le forma en el trabajo en equipo y le hace más abierto y respetuoso
ante los demás. b. La formación del catequista también debe ser práctica. La mejor forma de
lograrlo es que participe, al mismo tiempo que recibe su formación, en una acción
evangelizadora. De este modo, puede ir experimentando en su propia persona cuanto
aprende. Los ejercicios dentro del salón de clase pueden ser útiles para obtener algunos
consejos del instructor, pero no sustituyen el contacto con la acción catequística directa. c. El
catequista debe desarrollar sus capacidades de comunicador. Lo puede lograr tanto con el
esfuerzo por participar en cada ocasión que le ofrezca el proceso formativo como con el
aprendizaje de técnicas sencillas y eficaces (medios audiovisuales, consejos para hablar en
público, sugerencias para preparar una clase, etc). d. Es preciso enseñar al catequista el uso
adecuado de los instrumentos más comunes e inmediatos de la catequesis: audiovisuales,
catecismos, textos, pizarrón, etc. e. Hay que desarrollar mucho la capacidad de comunicación
en el catequista. Esta comunicación no es sólo verbal. Se logra con tres cosas: simbolización:
que sepa concentrar en símbolos y signos vivos e impactantes su mensaje y su impulso
motivador. expresión: que llene de carga afectiva sus intervenciones. gusto: para seleccionar
las experiencias y recursos en sus clases. f. El catequista debe aprender a realizar el análisis de
la situación del ambiente en que debe trabajar. El catequista necesita conocer bien el contexto
en que trabaja. De lo contrario, no obtendrá buenos resultados porque desconocerá el campo
de trabajo.

D. Formación humana. a. Muchos catequistas tienen urgente necesidad de completar su


formación humana. Suelen tener mucha vitalidad espiritual y religiosidad profunda. Pero
necesitan mayor equilibrio emocional, firmes actitudes y fundada madurez que les facilite
mantener las opciones hechas y la coherencia entre lo que creen y lo que viven. b. La
formación del catequista necesita desarrollar las virtudes humanas. ¿Qué podemos esperar de
un catequista insincero, irresponsable, sin respeto hacia los demás, etc? Las virtudes humanas
se obtienen mediante una buena explicación y la ayuda de un prudente consejero que
posibilite la afirmación de hábitos estables de comportamiento. c. El catequista necesita recibir
valores humanos muy sólidos y en todos los niveles (de sobrevivencia, culturales, sociales,
artísticos, morales y trascendentales). Recordemos que la formación de los valores se obtiene,
sobre todo, mediante las experiencias personales y el análisis que confronta unos valores con
otros. d. El proceso formativo del catequista debe enseñarle a analizar y enjuiciar
equilibradamente las personas y los acontecimientos que van cruzándose en su vida. La cultura
cambiante, llena de antivalores consumistas y superficiales, exigen una jerarquía de valores
definida y valiosa al catequista actual, para que pueda adaptarse y transformar
evangélicamente a su comunidad.

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