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Alberto Híjar
A la par que la acumulación originaria del capital, proceso oculto con el nombre de Renacimiento,
se produce la ideología humanista. Se trataba, se trata, de hacer plausible la explotación mediante la
referencia a el hombre y la libertad. De esta manera, obreros y burgueses ocuparon su lugar en la
producción convencidos de que sirven a un sujeto superior a ellos, por encima de las desigualdades
concretas. El arte y la filosofía fueron convertidos, a partir de entonces, en pruebas máximas del
humanismo burgués como reinos de la libertad plena. En realidad, los mitos de la genialidad, de la
creación inefable, de la obra irrepetible para la contemplación, y las consiguientes argumentaciones
metafísicas, han servido para embarcar a la burguesía y al proletariado en canales distintos,
asumidos como fatalidad histórica. Obviamente, ni antes ni después del capitalismo, se dan estas
determinaciones de la producción artística. Pero cuatro siglos de mecenazgo, de concentración del
arte en cada vez menos expertos, de crítica mercadotécnica para glorificar intereses privados y
estatales, de exaltación de genialidades y creatividades misteriosas, de educación reductora del arte
a juego inocuo y paradójicamente a secreto espiritual y a mercancía, han terminado por imponer una
práctica artística que parece no tener alternativas.
Por esto, la pobre Europa advierte asombrada la pujanza de las regiones que otrora
colonizara y explotara, mientras Vietnam, Angola y Cuba, prueban las posibilidades de sustituir la
dicotomía creación contra pueblo por el pueblo creador, para dar lugar a un tipo de artista que deja
atrás los mitos de la genialidad y la creación sublime para integrarse plenamente a la construcción
de una formación social realmente libre. Así, no es casual la calidad poética de Ho Chi Minh y
Agostinho Neto, ni la pertinencia teórica del Che y Fidel para fundar una nueva práctica cultural,
aquélla que apuntara Fanon cuando decía que si un colonizado oye Partenón, humanismo, espíritu,
procura tener su machete al lado. Claro que esto no impide a los artistas más atrasados la búsqueda
del reconocimiento europeo y norteamericano, la estancia en los supuestos manantiales eternos de la
cultura y el perspectivismo que, en rigor, es el desarraigo y el servicio a la cultura de la dominación.
Frente a esta situación histórica, los intelectuales y artistas mexicanos cuentan con una
importante tradición de lucha. Quiero decir que algunos artistas e intelectuales han asumido la
cultura y el arte, en especial, como lucha de clases en la significación. En una esquina, han sabido
colocar al arte con su mitología idealista, y en la otra han construido la organización consciente de
los intereses populares. Contra el analfabetismo político del artista e intelectual colonizado que sólo
percibe las señales que le mandan los explotadores, los artistas e intelectuales de vanguardia
procuran concretar la conciencia histórica, y la definición del enemigo principal en signos que
alientan una nueva sentimentalidad unida al proceso histórico. El Sindicato de Pintores y Escultores
de los años veinte, el Block of Mural Painting fundado por Siqueiros en Los Ángeles durante los
treinta, antes del Experimental Workshop de Nueva York: la Liga de Escritores y Artistas
Revolucionarios (LEAR) surgida como frente popular con características internacionales; el Taller
de Gráfica Popular, distinguido por su obra colectiva contra el fascismo; el Frente Nacional de
Artes Plásticas, desorganizado por la falta de perspectivas políticas; el Salón independiente,
emotivamente surgido en 1968, son las organizaciones que forman una experiencia usualmente
ignorada por la ideología dominante.
El escepticismo, la aparente despolitización como condición adecuadora del artista a los
intereses burgueses y, desde luego, los instrumentos financieros de este sistema con sus eventos
ideológicos como festivales, becas, contratos, viajes, congresos, publicidad, son las características
de los planes contra las conciencias nacionales combatidas en dos frentes: el de la cultura
masificadora que sacraliza los valores del imperio (“la gente bella, distinguida y con vigor”, “las
sensibilidades altamente desarrolladas”, “el perfume de mujer bonita”) y el de la llamada alta
cultura con sus fundamentos espiritualistas y sus afanes por los altos valores que, en realidad, son
los del grupo dominante. En medio queda un terreno propicio para la mezcla en la eufemísticamente
llamada cultura popular, donde el único que no tiene voz ni voto es precisamente el pueblo como
conjunto de clases y fracciones de clases explotadas. Al pueblo se le impone una cultura y se le
alienta un gusto unitario y rentable para los monopolios de la comunicación autoritaria.
Pero no todo es crisis sin más alternativas que las teóricas. Al menos, en la práctica artística
ha surgido una posibilidad insólita. Invitados por la Bienal de Jóvenes de París, cuatro grupos de
artistas menores de 35 años han ido construyendo una conciencia sorprendentemente progresista, si
se considera su formación en escuelas de arte y comunicación universitarias. Propuestos por Helen
Escobedo recibieron una serie de condiciones de Ángel Kalenberg, director del Museo de Arte
Moderno de Montevideo y delegado de la Bienal para América Latina. Pronto advirtieron que la
generosidad del funcionario uruguayo y sus afanes para integrar una muestra unificada, ocultaban
una manipulación gorilesca.
Entonces ocurrió lo inesperado: los cuatro grupos se reunieron y organizaron una
plataforma común donde lo de menos es la Bienal y lo de más es la posibilidad de acciones
conjuntas de treinta jóvenes artistas visuales, teóricos, diseñadores, cineastas y periodistas. Los
grupos Tetraedro, Suma, Proceso Pentágono y Taller de Arte e Ideología, asumen la producción de
objetos, la definición ideológica y el control de su circulación, al repudiar las mediaciones de la
“crítica” como condiciones necesarias de su práctica significativa. Por eso han exigido a la Bienal
los nombres de los artistas que representarán a Brasil, Uruguay, Chile, Argentina, Bolivia y el área
caribeña con una obvia excepción. Exigen y han logrado la relación directa con la Bienal y la
consiguiente desautorización del gobierno de Uruguay y de sus cómplices mexicanos que
apresuradamente formaron el grupo Códice, al amparo del Museo de Arte Moderno. En este
proceso de negaciones y afirmaciones, oponen a la proposición de Borges, Sarduy y Paz como
presentadores de la sección latinoamericana, los nombres de García Márquez, Cortázar y Carnero
Checa; contra el galardonado por Pinochet, el reaccionario cubano y el artepurista mexicano, los
escritores unidos a la propaganda de la liberación. Sobre estas bases, han negociado y acordado con
el INBA para comprobar que esto es posible cuando se tienen principios claros y posibilidades
independientes. A estas alturas, el INBA ha decidido reconocerlos y ayudarlos en la inteligencia de
que presentarán en México sus proyectos, vayan o no a París. La difusión internacional de este
proceso sin duda probará que en las formaciones capitalistas no desarrolladas y aún dependientes se
están dando perspectivas revolucionarias por encima de individualismos, populismos y
manipulaciones estatales.
* publicado en “El Gallo Ilustrado”, suplemento dominical de El Día, núm. 786, 17 julio 1977.
1.- La dimensión estética como la llama Marcuse (Eros y Civilización) es mucho más que
los problemas artísticos. Más bien implica lo que Kant llamó “el libre juego de las
facultades” como símbolo de la libertad. Especialmente en México, hay una tradición
estética opuesta y en lucha contra la reducción de la artisticidad al coloniaje y al elitismo
retrógada. Por tanto, reflexionar sobre la dimensión estética exige la crítica a las
determinaciones sociales e históricas que la obstaculizan y a la posición personal y de
grupo frente a esto.
2.- Esta caracterización recupera como vigente a la reflexión autobiográfica como proceso
de integración a una formación discursiva, a la ruptura con tendencias adversas a ella y
como contribución a una ideología. Tal hacen Baumgarten en las Reflexiones filosóficas
acerca de la poesía con lo que se consolida la estética; lo hace Marx con los Manuscritos
económico-filosóficos; Sartre con su obra entera exceptuando la metafísica; Marcuse con
Eros y Civilización y en fin, de manera esencialmente práctica, gran parte de los dirigentes
políticos revolucionarios empeñados en la construcción del “hombre nuevo”: el Ché, Mao,
Lenin, Agostinho Neto, Amilcar Cabral, Roque Dalton, José Revueltas.
3.- Sobre las bases anteriores, me propongo dar cuenta de 25 años de estética en la UNAM,
mismos que llevo como profesor universitario. Los 25 años empiezan con dos sucesos
históricos: la represión al movimiento ferrocarrilero de 1958 y el triunfo de la revolución
cubana en 1959. Ambos sucesos marcan el desarrollo de la cultura nacional no sólo de
México. Para la filosofía, esto significa la necesidad de fundar la producción de
conocimientos en objetos y sujetos concretos, lo que obligó a inclinarse hacia las ciencias
sociales y a poner en crisis la filosofía de lo mexicano que expiraba junto con su personero
Samuel Ramos en 1959. En cambio, ascendió como ideología del desarrollismo una
posición antinacionalista movida desde la Unión Panamericana de la OEA para alentar al
grupo conocido como la Mafia, dominante en la difusión cultural universitaria y en los
suplementos culturales de los sesenta. La reflexión sobre la cuestión nacional era entonces
exigencia histórica.
4.- Desde el seminario de Estética de Ramos, Ramón Vargas y yo procuramos sin éxito el
análisis concreto de situaciones concretas. A la muerte del autor de El perfil del hombre y
la cultura en México, el seminario quedó en contradictorias manos: Sánchez Vázquez y
Miguel Bueno. El uno como lector de la Estética de Hegel y el otro como comentarista
desenfadado de cualquier cosa que se planteaba interesante. El Seminario terminó
dividiéndose y Miguel Bueno quedó con un solo alumno, Vargas, en tanto que con Sánchez
Vázquez nos fuimos algunos más. Sin embargo, nada de análisis concreto y mucho de
reflexiones abstractas sin más fundamento que la propia filosofía.
5.- Para nosotros esto contradecía la tradición de la Escuela Mexicana de Pintura que
alcanza dimensión internacional por su carácter polémico y su capacidad productiva
concreta, cualidades que no encontrábamos en la enseñanza filosófica. Éramos ya un grupo
incipiente cuando decidimos sistematizar la lucha contra la metafísica y la trivialidad de
izquierda y de derecha, y recuperar, así, la incidencia en la cultura nacional.
6.- Un grupo generacional surgió sobre tres ejes: el periodismo, la difusión cultural y la
docencia. Nos aglutinaron varias empresas colectivas: programas en Radio Universidad y
luego en la televisión universitaria; ciclos de mesas redondas, conferencias y conferencias,
irreverentemente juveniles; la sección “Urbe” de Excélsior, coordinada por Salvador
Pinoncelly y, lo principal: el Curso Vivo de Arte. De todo esto surgieron posibilidades de
multiplicación y reproducción: la revista Cali de arquitectura y urbanismo, diversas
publicaciones estudiantiles, los Cuadernos de arquitectura del INBA. Todo esto ocurrió en
los sesenta a la par de mi ingreso a la revista Política y a “El Gallo Ilustrado” de El Día. La
docencia en las preparatorias de la UNAM, en escuelas particulares y, eventualmente, en
escuelas del Estado, nos dieron amplia cobertura e influencia en planes y programas de
estudio.
7.- A pesar de desacuerdos teóricos, estábamos de acuerdo en una gran línea estratégica
práctica: fomentar el radicalismo riguroso en la teoría de las artes al mismo tiempo que su
influencia histórica y social. Para ello, parte de la estrategia fue hacerlo con recursos de
enseñanza-aprendizaje no tradicionales que culminaron en el Curso Vivo. Se trataba de
confrontar la reflexión con el objeto concreto para producir un sujeto crítico ni teoricista ni
empirista y, mucho menos, lírico, como era propio del Instituto de Investigaciones
Estéticas. Procuramos y conseguimos hacer del arte moderno, con todas sus variedades,
objeto de crítica prioritaria para comprender la posible dimensión estética mexicana.
8.- Esto nos enfrentó con el Instituto de Investigaciones Estéticas y, especialmente, con el
lirismo formalista de Paco de la Maza y la arbitrariedad ecléctica de Justino Fernández,
digna herencia de la Filosofía de lo Mexicano. Procuramos ir más allá de la iconografía de
las fachadas coloniales donde se instalaba el lirismo de De la Maza y de la contundente
afirmación doble de Fernández: “quiero como Baudelaire convertir mis gustos en
principios” y el arte moderno carece de espiritualidad, por lo tanto, no es arte. Intentamos
chocar teóricamente y sólo recibimos ninguneos y una carta del rector solicitando la
liquidación del Curso Vivo de Arte.
9.- Quince años de Curso Vivo de arte consolidaron un público crítico y un proceso de
formación de profesores con incidencia en procesos educativos importantes como el
autogobierno de Arquitectura, el cogobierno de la Escuela Nacional de Antropología e
Historia, la Escuela de Diseño y Artesanías, la Escuela de Historia del Arte de la
Universidad Iberoamericana. Hacia el fin de los años sesenta éramos ya una posibilidad de
reflexión y práctica estéticas distintas a las institucionales.
10.- Un ciclo de conferencias de crítica a los críticos e historiadores del arte significó un
importante libro colectivo. Por vez primera intentamos precisar las rupturas con Miguel
Bueno, Paul Westheim, Jorge Juan Crespo de la Serna, Justino Fernández, Francisco de la
Maza, Samuel Ramos y Raquel Tibol. La Escuela Nacional de artes Plásticas declinó el
honor de publicarlo y hasta 1966 logramos ponerlo en un mercado reducido y mal
organizado. Al paso de los años, esto no ha sido obstáculo para que los historiadores del
arte lo consideren “texto pionero que impugna la historiografía sobre las artes plásticas”
(Edna María Orozco, Artes plásticas, una guía bibliográfica, INAH) y un fundamento
crítico radical de la estética, como lo considera Teresa del Conde (“La crítica del arte” en
50 años de humanidades, UNAM). El librito, Palabras sobre arte, Ed. Polignos, sintetiza
las grandes posiciones sustentadas por sus autores: la psicología social de José de Jesús
Fonseca, la teoría de la arquitectura de Vargas y Pinoncelly, la teoría de la información de
Oscar Olea y la lectura mexicana del marxismo que aprendí de Siqueiros.
11.- El primer paréntesis marxista es aquí necesario. Los sesenta arrancaron, para la
formación discursiva reseñada, con una mesa redonda organizada por la Universidad
Obrera sobre la “Situación actual de la plástica”. Las discusiones entre Siqueiros, Federico
Silva –aún no geometrista–, Joel Marrokín y Antonio Rodríguez, no sólo tocaron
problemas artísticos, sino problemas de las contradicciones entre los tránsitos al socialismo
de China y de la URSS, las consecuencias que esto tuvo para el realismo, los problemas de
burocratización de la gráfica popular y del muralismo, las contradicciones entre la
privatización del arte y su carácter público, las posibilidades de la democracia en un país
como México y la incidencia del arte en ello. En fin, la dimensión estética se hizo presente
sin rigor teórico pero con una fuerza práctica y una complejidad absolutamente ausentes en
la Facultad de Filosofía. Esto significó primero un simple impulso voluntarista de ponerse
del lado de la vida y de luchar contra la agonía de las academias. Ahora es una convicción
de cómo una formación discursiva marxista leninista tiene que pasar, en un país como
México, por discursos esencialmente prácticos vinculados al movimiento obrero y
campesino. Procurar la dimensión estética exige así salir de las universidades e involucrarse
directamente en la lucha de clases. Así aprendí la historia de México no escolarizada a la
par que la dimensión estética de toda ella.
13.- La influencia de este auge de las ciencias sociales contrajo la filosofía a pequeños
grupos de poder. Sólo el Seminario de Problemas científicos y filosóficos de Eli de Gortari
y el Círculo de estudios mexicanos, también de él y de otros destacados críticos, hacían de
la filosofía una práctica, mientras la cuestión estética se reducía al periodismo dominado
por la Mafia. Sin embargo, siempre ha sido posible incidir estéticamente en las revistas de
izquierda con la consiguiente renuncia a las glorias de la filosofía.
19.- Hicimos cadena de aportaciones a Nicaragua. Los frutos del TAI, del FMTC, hicieron
de estas aportaciones principios de construcción de la cultura popular revolucionaria no
sólo teórica, sino sobre todo práctica. En los ministerios de Cultura y de Educación, en el
Ejército Popular Sandinista, en la Junta de Reconstrucción de Managua, en las
organizaciones de base de las vivanderas del mercado “Roberto Huembes” y del mercado
oriental, en la Central Sandinista de Trabajadores, en los Centros Populares de Cultura,
dejamos huella Gloria Valdés, Ana Cecilia Lazcano, Enrique Echeverría, Dolores de la
Peña, Rini Templeton, el grupo Germinal y yo. Esto nos descubrió la cuestión nacional y la
necesidad de liquidar teórica y prácticamente la reducción burguesa de la dimensión
estética a la pura artisticidad. La dimensión estética en los movimientos de liberación
nacional abre así la necesidad de crítica a la estética y su recuperación como elemento
estratégico de la liberación del hombre como “ser esencial”, según advirtiera Marx en los
Manuscritos económico-filosóficos.
20.- Pelear por las palabras pero no sólo por ellas, exige insertarse en la formación
discursiva de la liberación nacional por el socialismo. En mi caso esto reduce mi influencia
universitaria y me pone en situación antagónica hasta el punto de la apariencia de fracaso.
No puede decirse lo mismo en tanto la realización de nuevos términos como “producción
artística”, “trabajadores de la cultura” y “dimensión estética” para contradecir la
terminología idealista y su práctica consiguiente. A partir de la filosofía, la lucha ideológica
que esto exige se realiza en las luchas populares donde habrá que ganarse un lugar
definitivo. Esto va más allá de lo académico y exige intransigencia fundada en la historia de
la cultura como acumulación de fuerzas del pueblo mexicano por su liberación radical.
Alberto Híjar
Mayo de 1985
Curiosamente, en lo que va del siglo, cada fin de decenio México es afectado por crisis cada
vez más fuertes. Revolución democrático-burguesa, institucionalización del Estado, guerra cristera,
nacionalizaciones antiimperialistas, sustitución de importaciones, represión de movimientos
populares, represión del movimiento estudiantil, arranque de la crisis definitiva. Quizá se debe esto
al carácter sexenal del poder presidencial que hereda determinaciones que se definen en la segunda
mitad del poder presidencial siguiente. Pero si bien esto caracteriza el calendario mexicano, éste
está sobredeterminado por el desarrollo internacional. En él, el capitalismo ha significado un
sistema en que las partes, por pequeñas que sean, guardan con él una relación de necesidad.
Para la producción artística, esto determina un dominio de la acumulación capitalista en la
producción, la circulación y la reproducción. En los países subordinados al imperialismo, este
dominio se concreta en ideologías colonizadoras que garantizan no sólo la sujeción de sensaciones y
sentimientos liberadores, sino su reproducción como inconciencia histórica de la liberación. En las
crisis esto tiende a romperse por la necesidad social, en la que se encona la lucha de clases. Por esto,
en todos los pueblos hay una tradición de resistencia cultural contra la opresión que de tiempo en
tiempo es rescatada por movimientos de vanguardia.
En el caso de las agrupaciones mexicanas, sin duda el muralismo fue el primer movimiento
con una ideología precisa de rescate histórico. No sólo produjo necesidades nuevas sino impuso la
valoración de artistas como Posada, al mismo tiempo que estableció líneas de demarcación con las
vanguardias europeas y con otras tendencias en México. Por esto es el punto de partida obligado
para tomar posición.
En 1968 los problemas culturales empezaron a concretarse de manera definitiva y
definitoria. La participación de intelectuales y artistas exhibió los límites del individualismo con
unas cuantas excepciones. Las lecciones fueron claras para los jóvenes estudiantes de arte y para
algunos veteranos de la significación de las luchas populares que descubrieron nuevas necesidades
y nuevos recursos. Las lecciones son:
1. O se rompe de raíz con la teoría y la práctica burguesas, o el trabajo artístico siempre será externo
y ocasional respecto a las luchas populares.
2. La superación del individualismo burgués no sólo exige la organización del trabajo colectivo sino
también su constante reflexión histórica y social.
3. La división del trabajo artístico impuesta por la acumulación capitalista sólo puede ser sustituida
por una organización planificada en la que la teoría sea profundizada para una práctica
consecuentemente radical.
Las lecciones son éstas pero en su práctica, los grupos pasan por una penosa rutina de
prueba y error. Esto se debe a la ideología dominante pero también al descuido de escribir los
testimonios de sobrevivientes de grupos históricos. Por esto, cuando los grupos Proceso Pentágono,
Suma, Taller de Arte e Ideología (TAI) y Tetraedro (en orden alfabético para que ninguna diva se
moleste) fueron a la X Bienal de Jóvenes en París, acá reprodujimos el envío en el Museo
Universitario de Ciencias y Arte y realizamos un ciclo de conferencias testimoniales sobre
agrupaciones artísticas anunciadas por un cartel que reprodujo una primera plana de El Machete,
órgano del Partido Comunista Mexicano, homenajeando a Lenin por su muerte. Este interés por la
conciencia histórica en situación mexicana hizo que el Frente Mexicano de Trabajadores de la
Cultura (FMTC) naciera con acuerdos tácitos que dejaron fuera a las agrupaciones meramente
experimentales.
El Frente, sin embargo, se propuso realizar tareas concretas para evitar la dispersión. Esto
hizo que los grupos fundadores coincidieran en un antiimperialismo que, conmovido por la
insurrección nicaragüense, se concretó en una sola declaración de principios fechada el día del
triunfo de Playa Girón.
Para las tareas inmediatas y desde luego para la exposición América en la mira, se pegaron
grupos afines entre los que destacaron Mira y el Taller de Integración Plástica (TIP). Pero si bien
era correcto el impulso práctico, esto dio lugar a la típica inversión reformista de la táctica en
estrategia. Nunca pudimos integrar una estrategia a largo plazo, con lo que repetimos el mal de
todos los grupos anteriores. Jamás tuvimos una discusión de crítica y autocrítica que nos hiciera
avanzar. Esto era consecuencia de la elusión política y por supuesto de su correlato que fue el peso
de las individualidades. Sin embargo, los miembros del Frente alcanzaron una claridad que se probó
en las brillantes participaciones en el Salón Experimental que nunca más se atrevió a convocar el
INBA, en los concursos nacionales donde siguen ganando premios y sobre todo, en la exposición-
ponencia al Congreso de Historiadores de Latinoamérica y el Caribe.
El problema de la relación entre el Frente, los grupos y los individuos, dio lugar al
“individualismo grupal”, como decía Víctor Muñoz. Esto sólo pudo haberse resuelto por una
discusión de fondo que nunca se dio. A cambio, los caminos abiertos por el Frente tuvieron dos vías
paralelas aún transitables: el TIP fue nombrado carguero (encargado) cultural de la comunidad
purépecha de Santa Fé de la Laguna, hizo teatro, murales, carteles y el escudo de los pueblos en
lucha, hasta dividirse y disputar con la Unión de Comuneros Emiliano Zapata (UCEZ). Por otra
parte, Proceso Pentágono y Suma influyeron en el INBA, expusieron, consiguieron contratos y
nombramientos, mientras el TAI se reproducía en Morelos para después dispersar a sus miembros
que no fueron jamás artistas en el sentido burgués.
Para todo esto viene bien la precisión que hace Raúl Sendic en su reflexión de preso
político que lo mantuvo doce largos años en la cárcel. Dice el dirigente tupamaro: “algunas
personas funcionan mejor en equipo y otras solas, lo que no quiere decir para sí. Un número
creciente tendrá conciencia social del trabajo, pero no se puede asumir que ésta es la motivación de
todos hasta que no se logre que sea así”. La cita del heroico revolucionario apunta la dialéctica entre
individuo y sociedad que habría que resolver con la mediación del grupo organizado.
La tradición de los frentes mostró ya su límite a este respecto: pueden confluir grupos con
diversa posición y tendencia siempre y cuando depongan las discusiones radicales y se propongan
actos ocasionales. Sobre esta base, los grupos fraternizan y eluden tocar sus raíces. De esta manera,
la ausencia de reflexión teórica es sustituida por un parlamentarismo elemental donde hay un vago
acuerdo de principios de confluencia a la par del derecho a despacharse cada quien como le
convenga. En el FMTC a menudo se hablaba de contener el ocasionismo, de pasar de la solidaridad
a la vinculación con las causas populares, de superar el individualismo grupal, de construir nuestra
propia memoria sin necesidad de críticos siempre externos, de evitar la unidad a toda costa, de decir
no al declaracionismo. Esto conformó una tendencia que se autodeclaró liquidada cuando unos
optaron por el provecho personal u otros por la vinculación en serio con las luchas populares. Lo
importante es que en el intento de reactivación de los grupos en los ochenta por El Colectivo,
numerado sucesivamente por César H. Espinosa y Araceli Zúñiga, hubo la claridad suficiente como
para declarar liquidado al FMTC.
Sin duda hay que concretar todo lo anterior respecto a lo que Ulrike Meinhof explica: “no
sólo nos faltan medios sino también el tipo de individuo que necesitamos (porque las dificultades
son)… el individuo metropolitano salido del proceso de putrefacción y de los contextos de vida
mortales, falsos, alienados por el sistema: la fábrica, la oficina, la escuela, la universidad y los
grupos revisionistas. Los efectos de la división entre trabajo manual y trabajo intelectual, los
procesos de trabajo organizados jerárquicamente, todas estas deformaciones síquicas de la sociedad
mercantil. Pero esto es lo que somos, de ahí es de donde venimos”.
Liquidar al cochino burgués que todos llevamos dentro sólo es posible si la dialéctica
individuo-sociedad es mediada por una agrupación tendencialmente revolucionaria. La tendencia
sólo se realiza si en cada acción se atenta contra la ley del valor (M-D-M, mercancía-dinero-
mercancía) tal como exigía el Che para el hombre nuevo que nada tiene que ver con la buena onda,
la buena vibra de tantos aspirantes a artistas dizque liberados.
Afectar completo el proceso de producción, circulación y valoración es la única garantía
para reproducir relaciones sociales, artísticas e intelectuales radicalmente nuevas. Esta es la lección
principal.
Por fortuna, esta lección tiene consecuencias prácticas. Al interior de una desastrosa
universidad, el Taller de Gráfica Monumental heredero del grupo Germinal crecido al interior del
Frente, causa malestares a los burócratas y ha alcanzado un radio de acción amplio gracias a su
aceptación de encargos de agitación y propaganda a partir de la incorporación, como aprendices, de
representantes de los grupos interesados. Hasta la Cruzada de Alfabetización en Nicaragua llegó
esta práctica que afecta la producción, la circulación y la consiguiente valoración. Liquidar el
individualismo, la conversión de las obras en mercancías, dinero y prestigio, y la reproducción de
intereses artistosos, como dice César H. Espinosa, o sea, de hacer del arte una farsa de
aprovechamiento personal, es la consigna difícil de cumplir, sobre todo en medio de la corrupción
urbana.
Esto hace que la dispersión de los bien intencionados sustituya a la organización. Pero la
crisis opera a nuestro favor al exigir radicalismo práctico. Pocos pero buenos, descubren que la
solución no está en el regreso al cultivo individual usando como pasado glorioso la militancia
grupal, sino que la solución está en la profundización teórica como sustento político del radicalismo
práctico. Esta es la meta a la que sólo algunos van arribando pero arriban.
* publicado en el catálogo De los grupos los individuos, México, Museo de Arte Carrillo Gil, junio
1985.
Recién me acordé de que quedé de enviarles este bello texto con otra dimensión del
Maestro Híjar reconociendo a uno de sus Maestros... ojalá les guste tanto como a mí. Un
abrazo
Alberto Híjar
Hoy voy a incursionar en terrenos ajenos. Pero es que la promoción de la novela más
reciente de Arturo Azuela exalta a personajes de Santa María la Ribera que dejan en el
olvido a otros para mí queridos. En efecto, cerca de la esquina de la calle de Pino, hoy Dr.
Atl, en Nonoalco, existió una vecindad ruinosa de regular tamaño: unas diez viviendas de
reducidas dimensiones con salida a un patio central en donde jugaban los niños. En una de
ellas vivió Miguel Guzmán con su familia, compuesta de señora y como cuatro niños. Los
dos más grandes tenían vida propia y creo que el mayor, como de dieciséis años, ya
trabajaba. El otro, como de diez años, nos acompañaba en ocasiones a practicar la profesión
que ya aprendía con fruición: el toreo. Miguel Guzmán, apodado Lalandita en
reconocimiento a la finura y la sapiencia que lo equiparaban con el matador español
Marcial Lalanda, con el que guardaba cierto parecido físico, generosamente enseñaba las
suertes haciéndola él mismo de toro y facilitando los utensilios necesarios.
Importa rescatar la figura de Lalandita porque con él, la vecindad y la placita donde
practicábamos en Nonoalco, se fue una tradición popular ahora sustituida por la Torre de
Nonoalco. Cuando el Puente de Nonoalco era de dos sentidos, era grato ver en las mañanas
entrenando a los aspirantes a novilleros. No hacía falta examen de admisión para ingresar a
esa comunidad, bastaba el aval de uno de sus miembros para ser admitido respetuosamente,
aunque con esa especie de indiferencia habitual en quienes impostan la figura para parecer
lo que todavía no son. En mi caso, era llegar de correr en Chapultepec para hacer dos o tres
faenas completas, desde la salida del toro hasta su muerte, unas veces toreando y otras
embistiendo para aprender así los movimientos de la fiera y los terrenos que deben pisarse
en el ruedo.
La placita de Nonoalco tenía una especie de cuidador con un pequeño cuarto donde
atesoraba capotes, muletas, espadas y creo que hasta algún traje de torero. Ahí podían
alquilarse, cambiarse, venderse o comprarse los avíos necesarios para torear. Pero algo
hacía poco recomendable conseguirlos ahí: se decía que la especie de cuidador solicitaba
favores a cambio que ningún hombre bien plantado debía hacer. En mi caso, como en el de
otros escogidos, Lalandita proporcionaba todo lo necesario. Su dura supervivencia tenía
toda la dignidad necesaria para dar cuanto podía mientras reparaba algún traje averiado por
una cornada o vendía el producto del puerco que criaba en un solarcito que alguna vez fue
una vivienda más de la vecindad. De los demás esperaba poco o nada, pues solía decir que
había que recordar el favor prestado a los que le negaban ayuda o lo atacaban. El favor
prestado siempre iba en razón inversa al resentimiento recibido. Yo llegué con él cuando
era mozo de estoques y el guía de Luciano Contreras hijo, un escándalo de novillero que lo
echó de su lado. Creo que Lalandita tenía la vaga ilusión de que yo fuera el sustituto
mejorado del matador Lucianito. Él se equivocó tanto como yo en las ilusiones puestas en
mí. Pero no fue culpa de su generosidad que la cosa no funcionara. Es que para ser torero
había que tener dinero para hacer empresa y para la promoción. Además, en aquellos
cincuenta los toreros estábamos divididos en dos agrupaciones y a nosotros nos tocó estar
en la de los humillados, con la única ventaja de tener el contrato de la Plaza México, en
donde organizaron los dirigentes corridas que resultaron masacres por lo viejo y grande de
los toros y por la escasa experiencia de los toreros. En una de estas corridas, al salir de un
par, nadie le cortó el toro a Lalandita y fue doblemente cornado en la espalda y en un brazo
que le quedó como libro descuadernado.
Pero el punto no es sólo rescatar del olvido a Miguel Guzmán Lalandita, el más generoso y
digno de mis maestros, sino también el ambiente alrededor de su casa de un solo cuarto,
con el bañito minúsculo afuera en un patiecito de la placita y del Puente de Nonoalco. A
pocos pasos había una pulquería, necesaria al lugar que tenía características de estación de
pueblo. Ahí tomamos alguna vez un pulquito el matador Amado Ramírez, el legendario
Loco, a quien le metieron vivos sus dos toros el día de la alternativa. Pero él, como
Fernando de los Reyes El Callao, no eran de por ahí. Ambos llegaban a entrenar y se iban.
De ahí era Ponciano Díaz, un negro de gran tamaño que decía ser nieto del legendario
charro-torero y traía coleta natural bajo la inseparable cachucha. Cuando tuvo oportunidad
de torear en aquella temporada de los toros grandes, lo invadió el pánico y no pudo hacer
las florituras que acostumbraba entrenar ante el regocijo de todos. En cambio, Rodolfo
García, El Rudi, y El Aguas, triunfaron para después desaparecer como muchos toreros
pobres.
Nada de esto registra La Casa de las Mil Vírgenes, por lo cual mutila una parte muy
importante no sólo de la vida del barrio, sino de la cultura popular. Lo que pasa es que los
intelectuales empiezan desde pequeños y sólo ven lo que la picaresca más bien pobre de la
telenovela y de la historieta les enseñó a ver. Por esto quise recordar a aquellos hombres y
aquellos edificios tragados por el crecimiento urbano que ya no dejó ni un triste corral de
aquellos llenos de lodo y estiércol fresco donde nos metíamos a ver si algún toro embestía
con uno de los “Tatos” de Azcapotzalco, puntillero él y gran amigo de Lalandita. Yo aquí
le paro para ceder los trastos al escritor que quiera lanzarse al ruedo para recuperar en serio
todo esto que se ha perdido.
Alberto Híjar
Tlalpan, agosto de 1991