Este dicho popular es muy utilizado en Colombia. Implica que viendo con quién nos relacionamos, las otras personas podrán evaluar o determinar qué tipo de personas somos. Significa que una forma de evaluar nuestra identidad depende de las personas con quienes “yo” me relaciono y de lo que “yo” hago junto a ellas. El texto en estudio presenta a Jesús alejándose del rechazo que fariseos y saduceos habían generado en su contra y adentrándose a la región de Cesárea de Filipo (v. 13), esto es, la tetrarquía de Héroes Felipe, hermano de Antipas. Allí el Señor cuestionó así sus discípulos en cuanto a su fe en él. Les preguntó lo que los hombres decían acerca de él. Todas sus respuestas fueron favorables, porque la gente identificaba a Jesús con Juan el Bautista… Elías… Jeremías, o alguno de los profetas ya que su enseñanza era ciertamente similar a la de ellos. Pero por supuesto que todas esas respuestas estaban equivocadas, por cuanto de este modo, Jesús era identificado con personajes del pasado; no como una persona única, con su propia identidad. Luego preguntó a los discípulos: y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Hablando en representación de los discípulos, Pedro expresó sus ahora famosas palabras: tú eres el Cristo, el hijo del Dios viviente. Es necesario mencionar que la palabra griega “Cristo,” al igual que la hebrea “Mesías,” quieren decir “Ungido.” Parece que esta confesión de Pedro llamando a Jesús “El Cristo” va más allá de la confesión de mesianidad; refleja probablemente la fe más desarrollada de esta primigenia comunidad cristiana. Esto implica que nos encontramos con una comunidad de fe con una identidad que ha ido evolucionando conforme a las diversas vivencias con el Señor. Esta comunidad identifica su razón de ser y su misión con el Cristo. Y cabe preguntarnos: ¿Hasta dónde nuestra identidad como iglesia está clara y no se deja afectar por factores exógenos que podrían conducirla a otros fines? ¿Responde la iglesia contemporánea a las exigencias de un discipulado conforme a las enseñanzas de Jesús? Siendo Jesús “el Cristo”, él era el Mesías. En él se cumplieron las promesas de Dios a la nación judía. Y como el Antiguo Testamento lo había clarificado, el Mesías es más que un ser humano; Es Dios, esto lo vemos en Isaías 9:6; Jeremías 23: 5 al 6; Miqueas 5: 2. Por ello, Pedro reconoció así la deidad de Jesús como el hijo del Dios viviente. Los discípulos habían llegado a esta conclusión al observar por un periodo de tiempo al Señor, habiendo presenciado sus milagros y escuchado sus palabras. Las palabras de Pedro provocaron una felicitación del señor. Pedro era bienaventurado porque había llegado a la conclusión correcta acerca de la persona de Cristo y recibiría una gran bendición en su vida. Sin embargo, el Señor añadió que esta no era una conclusión a la que Pedro había llegado por su propia capacidad o la de otros. Dios, él Padre, que está en los cielos se la había revelado. Entonces, fue un acto de gracia por parte de Dios. Pero no significa que la respuesta de Pedro se haya dado en el vacío. Es el producto de una fe que ha venido formándose en el camino con Jesús. Es una respuesta madura que brota del corazón como una verdad (una revelación). En su modo impulsivo de ser, Pedro da de manera categórica la respuesta de quienes estaban buscando un nuevo paradigma con relación a una figura mesiánica que no se ajustara a los modelos pasados de la tradición. El Nuevo Testamento está lleno de expresiones que hablan acerca de la identidad cristiana, como, por ejemplo: “Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas” (Ef 2:10); “De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas” (2 Co 5:17). Hermanos, la confesión de Pedro hace referencia a lo que ocurre cuando confesamos a Jesús como el Cristo. Se nos otorga una nueva identidad que se ve reflejada en un nuevo nombre. A Simón se le llamó Pedro no sólo para que tuviese memoria de aquel evento en su vida, sino para darle un nuevo propósito y misión: “Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia.” En este sentido, cuando Jesús nos llama, no lo hace sólo para que creamos en él; nos llama para servir. El llamado de Jesús implica constituirnos en nuevas criaturas (2 Co 5:17) con un nuevo propósito de vida y una nueva misión. El discipulado implica: 1) Encuentro con Jesús y confesión de este como el Cristo; 2) Seguirlo; 3) Aprender sus enseñanzas como nuevo modo de vida; 4) Ponerlas en práctica a través del servicio a Dios con la iglesia y desde la iglesia a otras personas; y 5) Proclamar el evangelio a toda criatura sin distinción de clase, etnia o género. Debemos entender entonces que, edificar su iglesia era una obra de Jesucristo que estaba en el futuro, porque no había comenzado todavía el proceso. Él dijo, edificaré (tiempo futuro) mi iglesia, sin embargo, su programa para la nación de Israel debía concluirse antes de que otro se echara a andar. Esta es probablemente la razón por la que Jesús dijo que ni las puertas del Hades prevalecerán sobre su programa. Los judíos entendían que las puertas del Hades era una referencia a la muerte física Jesús estaba diciendo así, que su muerte no iba a impedir su obra de edificar la iglesia. Ahora hermanos, esta declaración del señor acerca de Pedro ha traído bastantes problemas de interpretación. Por ejemplo, la iglesia católica afirma que bajo estas palabras Jesús dijo que dejaba a Pedro como el fundamente de la iglesia, y de allí que hasta la fecha haya una larga línea de sucesión de papas bajo cuya autoridad se sujeta toda su iglesia. Sin embargo, esta interpretación no es aceptada por la iglesia Cristiana Evangélica ya que, si esto fuera así significaría que la iglesia tiene un fundamento débil, y el mismo apóstol Pablo afirmo que no hay otro fundamento para la iglesia que Cristo: “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo”, (1 Corintios 3:11). También Pedro afirmo que Cristo era el fundamento de la iglesia, y no él: “Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso; pero para los que no creen, la piedra que los edificadores desecharon ha venido a ser la cabeza del ángulo; y: Piedra de tropiezo, y roca que hace caer, porque tropiezan en la palabra, siendo desobedientes; a lo cual fueron también destinados”, (1 Pedro 2:7-8). Por tanto, el fundamento de la iglesia es Cristo, pero entonces, ¿qué significado tienen las palabras de Cristo hacia Pedro?: Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Para poder responder mejor esta pregunta analicemos algunas palabras en su idioma original. Cuando Jesús le dice: tú eres Pedro, la palabra griega Pedro es Pétros, y en este idioma hace referencia a una piedra o roca pequeña, mientras que cuando dice: sobre esta roca edificaré mi iglesia, la palabra roca que usa es pétra, la cual hace referencia a una roca mucho más grande, perecido a una montaña rocosa como la cumbre donde estaba ubicada la ciudad de Edom. En este sentido, tanto Pétros como pretra son diferentes una con la otra, y no podría referirse a la misma cosa, pero si Pedro no es la roca sobre la cual la iglesia seria edificada, entonces cual es. La roca sobre la cual la iglesia esta edificada la encontramos en la misma declaración de Pedro: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Cristo mismo es el fundamento de la iglesia cristiana y bajo este fundamento los apóstoles y profetas fundaron la iglesia: “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu”, (Efesios 2:20-22). El fundamento de los apóstoles y profetas es la enseñanza del evangelio el cual muestra a Jesús como el Cristo y Dios; el mensaje del arrepentimiento, la muerte y resurrección de Cristo; todo esto es lo que ellos predicaron y bajo esta doctrina la iglesia fue fundamentada, donde la principal piedra del ángulo es Jesucristo. Ahora bien, este texto de Efesios 2:20-22 nos enseña que los cristianos somos edificados dentro de un edificio destinado a ser el templo y morada del Espíritu Santo, y de hecho el apóstol Pedro compara a los creyentes como pequeñas piedras con las cuales se edifica la casa de Dios: “Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, más para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. Por lo cual también contiene la Escritura: He aquí, pongo en Sion la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa; y el que creyere en él, no será avergonzado”, (1 Pedro 2:4-6). Esa casa espiritual que es edificada con esas piedras vivas es la iglesia del Señor sobre la cual ni siquiera los poderes de las tinieblas pueden hacerle frente: sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Es aquí donde la palabra iglesia aparece por primera vez en la Biblia y es usada por Jesús para referirse a la congregación de todos los santos, de hecho, en griego la palabra iglesia se traduce de ekklesía, y se refiere no a un edificio sino a la congregación o asamblea de personas. Por ello, la iglesia del Señor no es un templo o edificio sino todos los creyentes que estamos unidos por nuestra fe y somos el templo y morada del Espíritu Santo. La iglesia del Señor entonces comenzaría a ser edificada al partir del día de Pentecostés, y Pedro y los otros apóstoles jugarían importantes papeles en ello. El Señor declaraba también que a Pedro se le daría una significativa autoridad, las llaves del reino de los cielos. Una “llave” era considerada símbolo de autoridad, porque un mayordomo confiable la usaba para proteger las propiedades de su amo y repartirlas de manera correcta. A Pedro se le dijo que poseería las llaves, y con ellas sería capaz de atar y desatar a las personas. Estas eran decisiones que Pedro tenía que poner en práctica a medida que recibía instrucciones de los cielos, porque era allí donde el acto de Atar y desatar ocurría primero. Pedro simplemente cumplía las órdenes de Dios. La prerrogativa de atar y desatar se vio en la vida de Pedro cuando tuvo el privilegio, en el día de Pentecostés, de proclamar el Evangelio y anunciar a todos los que respondieron con fe salvífica al mensaje, que sus pecados habían sido perdonados, lo vemos en hechos 2. Hizo lo mismo en la casa de Cornelio (Hechos 10 - 11 y hechos 15:19 al 20). Pero el mismo privilegio fue dado a todos los discípulos, lo vemos en Juan 20: 22 al 23. Después de haber hecho esta gran declaración acerca de su futuro programa para la iglesia, Jesús mandó a los discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo, el Mesías. El señor sabía que era demasiado tarde para que la nación respondiera a su ofrecimiento y su rechazo final se aproximaba. Los discípulos no tenían por qué tratar de convencer a Israel de recibirlo, porque ya se había alejado de él.