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“A todos nosotros hace tiempo que nos han enterrado la rebeldía…”, “Esto es la
guerra… ¡hermosa fuente de ingresos!”, “La corrupción es nuestra última
posibilidad…” (que viniendo de Andalucía suena especialmente metafórico…),
“¡Malditas sean todas las guerras!”, “Ninguna causa está perdida si queda un
insensato dispuesto a luchar por ella”. Estas frases, entre otras, resuenan en mi
cabeza y creo que en la de todos los que contemplan “Madrecoraje”, porque son
pronunciadas en momentos intensos de la obra. A riesgo de que suene a lugar
común, este espectáculo resulta muy especial para Atalaya, tanto por el texto y el
proceso de creación, como por el momento en que lo hemos llevado a escena,
coincidiendo con los XXX años del grupo. Hemos querido unir los dos vocablos en el
título, “Madrecoraje”, –como sucede con muchas palabras- para potenciar la fuerza
fonética y visual.
Me extiendo tanto sobre aquél montaje, porque lo llevo –en palabras de Heiner Müller-
en la médula de mis huesos, en el laberinto de mi cráneo… Sin él no haría el teatro
que hago; y, por supuesto, nunca habría escenificado “Madrecoraje” según las notas
que aquí escribo. Han pasado justamente 30 años y a punto de cumplirse elos 50
años de la fundación del grupo danés, se cumplen también tres décadas desde que
formé Atalaya.
Pero para ser exactos he de especificar que aquel deseo de llevar a escena a
Katerina y a Ivette –en “Cenizas de Brecht” no aparecía Madre Coraje- se incrementó
en gran medida durante el mes que estuve en 1985 participando en un “whorkshop”
organizado por el Berliner Ensemble. Allí pude conocer de cerca el trabajo de Brecht a
través de Manfred Wekwerth, Frido Solter, Konrad Zschiedrich… y aún más que como
autor me interesó como director. Considero que aquella experiencia unida a la que
mantuve semanas antes en la ISTA, dirigida por Barba, precisamente, me darían las
herramientas para poner orden a todas las ideas y prácticas que transmitía a los
sufridos actores de mi grupo. El resultado fue que pasamos de hacer “Pa jartarse de
reí” (sic) en un “palomar” de Usagre –Extremadura profunda- a estrenar y prorrogar
por dos meses “Así que pasen cinco años” en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
De hecho, en el 92 que tanto bueno y malo trajo a Sevilla, hubo una ruptura en el
seno del grupo y Manme se alejó… y yo me olvidé de “Madrecoraje” y, en cierta
medida, de Brecht… Unicamente quedé ligado a él a través de su “discípulo
aventajado”, Heiner Müller. Hasta tres montajes llevamos a escena en Atalaya de
quien también dirigiera el Berliner Ensemble. Müller siempre ha sido para mi una
referencia fundamental, no sólo en su escritura, sino en su ideología teatral y su visión
del arte y del mundo. Fue precisamente su ayudante de dirección Sthepan Suschke,
más adelante director artístico del Berliner Ensemble, quien en una de sus visitas a
Sevilla como pedagogo del Laboratorio de TNT, me devolvería a la senda de Brecht.
Gracias a él me estremecí volviendo a ver el grito mudo de la Weigel como Madre
Coraje… Sentía como un retorno a casa después de una ausencia muy larga…
Siempre he percibido un nexo de unión con la figura de Brecht: mismos ideales; un
año, 1956, que nos une en la marcha y la llegada…; el nombre compartido de una
hija, Bárbara…; y un cartel del Berliner que preside desde hace casi tres décadas mi
despacho allá donde lo instale…; en él una imagen: Helene Weigel portando la
bandera roja…
Cuando en el 2000 monté con Atalaya “Exiliadas, cantata para un siglo”, una de las
referencias que le di a Borja Ortiz de Gondra para escribir el texto fueron los escritos
de Brecht, como cabía esperar al referirse al siglo XX; en el montaje también
aparecían algunos tema de Hans Eisler. Seis años más tarde me enfrenté por vez
primera a un texto suyo en “La opera de tres centavos” con la que realizamos una
larguísima gira hoy impensable con 14 personas en escena...; todavía no había vuelto
Manme al grupo, pero ya sentía más de cerca la necesidad de acercarme a
“Madrecoraje”… que para mí seguía siendo su gran obra.
El sabor que nos dejó “Exiliadas” me conectaba con “Hamletmaschine”, en ambos los
actores portaban escaleras y utilizábamos una litera metálica asociada al
amontonamiento de cuerpos… a los campos de exterminio. Eran los dos montajes
donde más había podido conectar con el realismo expresionista. En Atalaya ha
predominado más el estilo grotesco como “Divinas palabras” o “Celestina”, el estilo de
la tragedia griega como “Elektra”, “Medea” o “Ariadna”, o el onírico como “Así que
pasen cinco años” o “El Público”. Sentía más que nunca la necesidad de volver a este
estilo, más cercano al “agitprop” de mis comienzos teatrales.
El Centro TNT era una auténtica locura en este período: a las propuestas de los
actores se sumaban los ensayos de la nueva producción de TNT: “La dama de las
camelias” con antiguos “atalayos”, la programación habitual del teatro y el XVII
Laboratorio, que en esta ocasión contaba con 16 jóvenes actores que hacían vida en
el centro... Pero esta hiperactividad motivó a los siete actores, especialmente el
trabajo con los alumnos, y quizás le “vampirizaron” su energía, su frescura y su
empuje. El resultado fue una propuesta conjunta de los actores de Atalaya, de tal
calibre que al terminar, por vez primera en una propuesta, no pude articular palabra
por la emoción, compartida por los actores del Laboratorio. Enseguida sentí que el
comienzo, el centro y el final de aquella propuesta que duraba una hora iban a
convertirse en los tres puntos neurálgicos del espectáculo. De alguna manera “ya
tenía el montaje hecho”... La segunda propuesta aportó alguna idea coral y el boceto
de Ivette.
Por mi parte también había sido más liviano mi trabajo de adaptación del texto que en
los dos últimos montajes, “Ricardo III” y “Celestina”. No se trata de podar por podar,
sino que he intentado en los tres casos mantener la esencia de los textos y los textos
y personajes determinantes pero adaptándolos a nuestro lenguaje. He de decir que en
“Madrecoraje” mi tarea ha sido mucho menos compleja, no sólo por el menor tamaño
original de la obra, sino por la cercanía del texto, y porque, con todos mis respetos a
Bertolt Brecht, las palabras en sí mismas no tienen la capacidad evocativa y
musicalidad de las de Shakespeare o Fernando de Rojas que hacía más dificultoso
sintetizarlo.
Esta menor poética de las palabras, que no de la propia historia que narran, ha
supuesto un conflicto para los actores, acostumbrados a textos más metafóricos como
los de los dos autores nombrados, o los de los clásicos griegos, Maiakovski, Müller,
Valle o el Lorca más onírico… Entrañaba una dificultad no para que el texto se
entendiera, sino para “fisicarlo”. Se dio la circunstancia de que remontamos “Medea,
la extranjera” unas semanas antes de estrenar, y pude constatar la menor fuerza
evocadora de las palabras de Brecht con respecto a las de Séneca, Eurípides o
Heiner Müller, por el contrario aquellas frases con las que comencé estas notas,
tienen un poder emocional mucho más inmediato, por lo que dicen…
De distancias y emociones….
El espacio escénico se completa con una alta valla enrejada, cuya imagen me vino
“revisionando” por enésima vez una de mis películas icono: “La eternidad y un día”
del malogrado y tan lúcido como genial Angelopoulos. Por último un elemento
escénico especial: una pequeña parte del público dispuesto en gradas a ambos
lados dentro del escenario, sentados en la segunda y tercera fila, ya que en la
primera se sientan o se ponen de pie a lo largo del espectáculo los propios actores.
No se trata de un capricho, sino de convertir a los espectadores en testigos y
cómplices, y responde a la a una propuesta ideológica que sitúa a unos pocos,
inmersos en el campo de batalla, mientras una mayoría ejerce su papel de
“voyeurs”… a salvo de la “ferocidad” de los actores… Reivindicamos para aquella
pequeña parte del público la posición de “espectadores activos, incómodos,
creativos, inmersos en el espectáculo y no la de meros contempladores”, que dijeran
Maiakovski y Müller y que ya utilizamos para todos los espectadores en “La rebelión
de los objetos” y en “Exiliadas”.
En todo caso siempre he planteado que, con el teatro, en Atalaya lo que pretendemos
es generar en el espectador interrogantes y emociones… Creo que el propio Brecht
en la poderosísima historia de la Coraje está planteando preguntas sobre lo que cada
uno haría en el caso de encontrarse en una situación límite similar. Resulta una
metáfora de nuestros días, cuando vivimos si no una guerra, sí una posguerra de la
silenciosa Tercera Guerra Mundial que hemos perdido la ciudadanía mundial contra
los Mercados, y cuando sólo nos queda resistir cual “maquis”… En estos tiempos
oscuros “¿hasta cuándo estamos dispuestos a soportar la injusticia?” como pregunta
la Coraje. Pero más acá de la metáfora, España sigue siendo un “país en guerra”, aún
quedan españoles en “misiones de pacificación”… En Atalaya lo supimos bien,
cuando durante el proceso de ensayos un familiar muy cercano de una de las actrices
participantes en el Laboratorio murió al explotarle una bomba en Afganistán… era el
último de una larga lista…
Para finalizar, quiero manifestar mi absoluto desacuerdo con quienes desde una
posición de privilegio opinan, entre nosotros, que “Coraje es una hija de puta”, yo les
diría que empatizaran por un momento con ella y escucharan frases como la que
pronuncia el personaje del capellán “los culpables son quienes provocan las guerras,
son ellos los que sacan al hombre sus más bajos instintos”. Coraje, que llega a
maldecir la guerra y a decir que “las gentes pobres necesitan coraje para parir hijos
sin futuro”, en otras ocasiones calla ante la inminente muerte de sus hijos…
Representa la terrible contradicción de un personaje víctima-verdugo, como apuntaba
Müller refiriéndose a Hamlet.
Ricardo Iniesta