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Derecho de las relaciones obligatorias – Curso Universitario

Selección y traducción de Leysser L. León

sólo a soportar las consecuencias de la violación del obbligo. Un ejemplo típico,


que es válido para aclarar la distinción, es el de la prohibición de enajenar. La
inalienabilidad legal puede calificarse, realmente, como una prohibición, porque
su violación comporta la ineficacia del acto. Pero si la prohibición de enajenar
es impuesta por las partes, con ello se hace nacer una simple obligación, de
manera que su violación no podrá tener como consecuencia la invalidez del
acto, sino solamente las sanciones contractuales, así como aquella, general,
del resarcimiento del daño.
En ocasiones no es fácil apreciar cuándo existe un límite o una prohibi-
ción propiamente dicha, y cuándo se presenta, en cambio, una simple obliga-
ción. El problema, en ciertos casos, puede estar vinculado con el de la eficacia
real o meramente obligatoria de los contratos (véase, para la prohibición de
enajenar, el artículo 1379 del Código Civil).

6. La definición moderna y las definiciones romanas de la obligación.


Michele Giorgianni(*)

La investigación que hemos desarrollado hasta este punto ha permitido,


a través del examen de las características que pueden considerarse fisonómi-
cas de la obligación, tanto en el seno de la categoría del deber jurídico cuanto
en el de la categoría del poder jurídico, analizar detalladamente las líneas
esenciales del fenómeno obligatorio y aislar la figura.
De lo dicho resulta confirmado que la obligación constituye un fenómeno
jurídico autónomo, el cual se presente con propia y distinta individualidad res-
pecto de otros fenómenos del derecho privado, como el deber jurídico en senti-
do lato, la propiedad, el derecho de uso y disfrute, etc. De la investigación efec-
tuada hemos extraído, en efecto, el convencimiento de que los confines entre el
fenómeno obligatorio y los demás fenómenos pueden considerarse muy claros
y precisos, y que, por un lado, no es lícito negar toda línea de demarcación en-
tre la obligación y algún otro fenómeno (lo que, como hemos visto, se ha hecho
a veces), y por otro lado, no es posible afirmar la existencia de aquellas llama-
das “zonas grises” de confín entre la obligación y algún otro fenómeno, la cual
(en realidad postulada, en ocasiones, para explicar algunas situaciones que, en
nuestra opinión, puede ser enmarcadas diversamente) terminaría anulando,
prácticamente, la distinción. Como conclusión de la investigación, podemos
exponer cuál podría ser, según nosotros, la definición de la obligación: es obli-
gación aquella relación jurídica en virtud de la cual una persona determinada,
llamada deudor, está constreñida a un comportamiento patrimonialmente valo-
rizable, a fin de satisfacer un interés, incluso no patrimonial, de otra persona
determinada, llamada acreedor, la cual tiene derecho al cumplimiento.
La definición que proponemos es quizás menos concisa que las común-
mente acogidas, porque en ella se hace referencia a todos los elementos que

*
GIORGIANNI, Michele. Corso di diritto civile. L’obbligazione: Concetti generali – I soggetti.
Lezioni tenute nell’anno accademico 1958-59 per il corso di Diritto Civile presso
l’Università di Bologna. Reimpresión. Milán: Giuffrè, 1997, pp. 83-88.
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sirven, en nuestra opinión, para identificar la obligación, sea en la categoría del


deber jurídico, sea en la del poder jurídico, y que por ello nos parecen esencia-
les en una definición de la obligación.
Hay que advertir, sin embargo, que nuestra definición se diferencia de
algunas definiciones comunes, porque se dejan de lado algunos elementos que
no consideramos necesarios para identificar la obligación.
En tal sentido, a nosotros no nos parece necesario especificar, como a
veces se hace, que el comportamiento del deudor, es decir, el contenido de la
llamada prestación, pueda consistir en el dar, en el hacer o en el no hacer. En
efecto, aun admitiendo que esta triple definición agote todas las posibles pre-
sentaciones de la prestación del deudor, no nos parece que el contenido de la
prestación del deudor pueda concurrir para identificar la obligación. Es necesa-
rio considerar que – se entiende que dentro de los límites de la “posibilidad” y
de la “licitud” – todo comportamiento, aun cuando fuera patrimonialmente valo-
rizable y capaz de satisfacer el interés (incluso no patrimonial) de otro sujeto,
puede constituir el contenido de la prestación del deudor. Sí puede afirmarse,
en cambio, que todo comportamiento puede constituir el contenido del deber
jurídico en general, y no sólo de la obligación.
Otro punto que no nos parece necesario comprender en la definición de
la obligación, como a veces se hace, es la referencia a la posibilidad de que el
acreedor obtenga, en caso de incumplimiento, el resarcimiento del daño. No
creemos, en efecto, y por las razones ya expuestas, que el criterio deducido del
resarcimiento del daño pueda contribuir para la individualización de la obliga-
ción.
Nos parece oportuno describir, eso sí, en qué sentido entendemos que
nuestra definición comprende todos los elementos que sirven, realmente, para
identificar la obligación, en el seno de la categoría del deber jurídico y en la del
poder jurídico.
Para estos efectos, hay que observar que por lo general la doctrina se
limita a resaltar en la definición de la obligación sólo uno de los dos lados o as-
pectos de ésta, es decir, el deber del deudor o el poder del acreedor.
Sólo que las definiciones que apoyan el concepto de la obligación exclu-
sivamente en el lado activo de la relación, es decir, en el poder del acreedor de
pretender del deudor el cumplimiento (como, por ejemplo, la definición que flu-
ye del § 241 del BGB) no consideran, a nuestro parecer, que el poder del
acreedor no es suficiente para identificar la obligación. Dejando a un lado, en
efecto, la circunstancia de que se debe aclarar que dicho poder se corresponde
con el deber de otro sujeto, es necesario tener en cuenta que dicho poder
constituye también un reflejo del fenómeno por el cual la actividad a la que está
constreñido el deudor se encuentra orientada a satisfacer el interés del acree-
dor, y que, por ello, el lado activo de la relación no consta solamente del dere-
cho de constreñir al deudor al cumplimiento, sino también, y sobre todo, de la
reversión de la actividad del deudor en ventaja del acreedor (y ya hemos visto
en qué sentido debe entenderse esta ventaja). Por ello hemos juzgado preferi-
ble calificar el poder del acreedor como “derecho al cumplimiento”.
Creemos, así mismo, que se debe considerar insuficiente la definición de
la obligación, exclusivamente, por el lado pasivo de la relación. En efecto, si
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bien es verdad que el deber del deudor constituye el elemento central de la


obligación, no es menos verdad que dicha figura tiene que ser identificada en el
seno de la categoría, más amplia, del deber jurídico, y que una de las caracte-
rísticas que sirve mejor para identificarla está representada, justamente, por la
circunstancia de que tal deber, a diferencia de los demás deberes jurídicos con
contenido patrimonial, está destinado a satisfacer el interés de una persona
determinada. Y uno de los reflejos, ciertamente el principal, de esta caracterís-
tica de la obligación, está constituido por el nacimiento de un poder jurídico, de
un derecho subjetivo, para ser precisos, a favor de la persona cuyo interés está
destinado a ser satisfecho por el comportamiento del deudor. Ocurre, por ello,
que las definiciones que se preocupan de describir sólo el lado pasivo de la
obligación resulta en tal medida genéricas que pueden considerarse, muy a
menudo, como las definiciones del genérico deber jurídico, y no de aquel parti-
cular deber jurídico que es la obligación.
Un discurso aparte merecen las dos famosas definiciones romanas. La
primera de ellas dice así: “obligatio es iuris vinculum, quo necessitate adstrin-
gimur alicuius solvendae rei secundum nostrae civitatis iura” (Inst. 3, 13, pr.); y
la segunda: “obligationum substantia non in eo consistit ut aliquod corpus nos-
trum aut servitutem nostram faciat, sed ut alium nobis obstringat ad dandum
aliquid, vel faciendum vel praestandum” (D. 44, 7, 3).
Como es sabido, la crítica moderna de interpolación ha sometido estos
dos textos a un cuidadoso examen. Actualmente, nadie duda, luego de las
abundantes demostraciones que se han dado, que esas definiciones fueron
ampliamente manipuladas por los compiladores justinianeos. El problema está
vinculado con el del origen y la evolución del concepto de obligatio en el dere-
cho romano.
No nos es dado, naturalmente, interferir en dichos problemas. Bástenos
señalar aquí que, para comprender el espíritu de las dos definiciones citadas es
necesario poner el acento en la enunciación, en ellas contenida, del objeto de
la prestación del deudor (“alicuius solvendae rei”, “ad dandum aliquid, vel fa-
ciendum, vel praestandum”). En realidad, la necesidad de una especificación
del contenido de la prestación está vinculada con el estadio al que había arri-
bado la evolución de la obligatio romana. Sólo en el derecho moderno el conte-
nido de la prestación del deudor puede ser el más variado posible, de modo
que resultaría inútil – con un calco mal hecho de las definiciones romanas – un
intento de enumeración. Con todo, su admirable capacidad de adaptación ha
permitido que el vetusto esquema de la obligatio se mantenga vivo, bajo todo
clima. Con dichas precisiones se debe entender la afirmación, hoy frecuente
entre los romanistas, de que la obligatio es en la actualidad una especie extin-
guida, y que ella duerme, desde hace siglos, el sueño de la muerte, encerrada
en el viejo sarcófago romano.

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