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EL CONDUCTISMO PROPOSITIVO

DE EDWARD CHACE TOLMAN

Aunque no se solía reconocer, el problema central del conductismo era dar cuenta de los
fenómenos mentales sin invocar la mente. Puede que los comporta mentalistas más liberales
mantuviesen la mente en psicología como un agente invisible pero causalmente determinante de
la conducta y, de hecho, así lo harían con el tiempo. Pero al menos en sus primeros tiempos, y
también más adelante en su corriente más radical, el conductismo pretendía erradicar la mente de
la psicología. Watson, Lashley y todos los demás conductistas reduccionistas o fisiologistas
intentaron lograrlo afirmando que la conciencia, el propósito y la cognición eran mitos, de modo
que la tarea de la psicología era describir la experiencia y la conducta como frutos de las
operaciones mecánicas del sistema nervioso. La teoría motora de la conciencia podía ser útil en
estos argumentos, ya que afirmaba que los contenidos conscientes no eran sino sensaciones de
movimientos corporales, que informaban de la conducta, pero sin ser causa de ella. E. C. Tolman y
C. L. Hull adoptaron enfoques diferentes para explicar la conducta sin acudir a la mente. En 1911,
E. C. Tolman (1886-1959), licenciado en electroquímica, ingresó en Harvard para seguir un curso
de posgrado en filosofía y psicología, concentrándose en la segunda por ser más afín a su talento e
intereses. Allí estudió con los filósofos y psicólogos más destacados del momento, Perry y Holt,
Münsterberg y Yerkes. Durante algún tiempo, la lectura de E. B. Titchener «casi le convirtió a la
introspección estructuralista», pero en los cursos de Münsterberg se dio cuenta de que, aunque
«en sus breves charlas introductorias [Münsterberg] decía que el método de la psicología era la
introspección», el trabajo en su laboratorio era «de naturaleza fundamentalmente objetiva», y de
que poco uso podía hacerse de los resultados introspectivos a la hora de redactar artículos
experimentales. De este modo, la lectura del libro Behavior [La conducta] de Watson en la
asignatura sobre psicología comparada impartida por Yerkes le supuso «un tremendo estímulo y
un gran alivio» por mostrar que «la medida objetiva de la conducta, y no la introspección, era el
verdadero método de la psicología». Los años que Tolman pasó en Harvard fueron los años
dorados del neorrealismo, que por entonces promulgaban Perry y Holt. El neorrealismo le
proporcionó a Tolman la base para enfocar el problema de la mente tal como lo hizo tras aceptar
un puesto en la Universidad de California en Berkeley en 1918. Tradicionalmente, las pruebas
empleadas para demostrar la existencia de la mente eran de dos tipos: por una parte, nos damos
cuenta de la propia conciencia a través de la introspección y, por otra, observamos la aparente
inteligencia y propositividad de la conducta. En la línea de Perry, Tolman (1959) consideraba que el
«contraccionismo muscular» de Watson era demasiado simple y rudimentario para dar cuenta de
ambos tipos de pruebas. El neorrealismo suponía que la introspección no existía y que tampoco
existían objetos mentales que observar. Para los neorrealistas, la «introspección» no era más que
un examen artificialmente minucioso de un objeto del entorno, que informaba con gran detalle de
los atributos del objeto. Tolman relacionó este análisis con la teoría motora de la conciencia,
sosteniendo que la introspección de estados internos, tales como las emociones, era sólo la
«acción retroactiva» de la conducta sobre la conciencia (Tolman, 1923). En cualquier caso, la
introspección no era especialmente importante para la psicología científica y, en este sentido,
Tolman (1922), en su artículo «A New Formula for Behaviorism» [Una nueva fórmula para el
conductismo], proponía un conductismo metodológico que aceptaba la existencia de la conciencia,
pero que excluía su estudio del ámbito de la ciencia. Asimismo, la perspectiva neorrealista
permitía hacerse cargo de los indicios de propósito inteligente en la conducta. La psicología
propositiva más importante del momento era la psicología «hórmica» de Willlam McDougal. En
«Behaviorism and Purpose» [Conductismo y propósito], Tolman (1925) criticaba a McDougal por
abordar el propósito desde la perspectiva cartesiana tradicional y afirmaba que: McDougal, «al ser
un mentalista, simplemente infiere el propósito de la [persistencia de la] conducta, mientras que
nosotros, al ser los conductistas, identificamos el propósito con la persistencia hacia una meta». Al
igual que Perry y Holt, Tolman sostenía que el «propósito... es un aspecto objetivo de la conducta»
que los observadores perciben directamente, no es una inferencia a partir de la conducta
observada. Tolman sometía la memoria al mismo análisis y por ello, recordando a los realistas
escoceses y anticipando a B. F. Skinner, escribía: «La memoria, al igual que el propósito, puede
entenderse como un aspecto puramente empírico de la conducta». Afirmar que se «recuerda» un
objeto ausente X, es equivalente a decir que la propia conducta actual «depende causalmente» de
X. Por tanto, en resumen, Tolman proponía un conductismo que eliminaba la mente y la
conciencia de la psicología, como quería Watson, pero que conservaba el propósito y la cognición,
no como poderes de una mente «misteriosa» inferida a partir de la conducta, sino como aspectos
objetivos y observables de la propia conducta. El conductismo de Tolman (1926, 1935) era más
«molar» que «molecular». De acuerdo con la concepción molecular de Watson, la conducta se
definía en términos de respuestas musculares provocadas por estímulos que las desencadenan, de
modo que la estrategia que se debía adoptar para predecir y controlar la conducta consistía en
analizar la conducta compleja en sus componentes musculares más simples, que a su vez podían
interpretarse fisiológicamente. Tolman, que concebía la conducta de forma ineludiblemente
propositiva, estudiaba actos molares, integrados y completos. Por ejemplo, de acuerdo con un
molecularista, un sujeto que ha aprendido a retirar el dedo de un electrodo cuando una señal de
alerta antecede a una descarga, habría aprendido un reflejo muscular condicionado. De acuerdo
con un molarista, lo que el sujeto habría aprendido sería una respuesta global de evitación. Ahora
demos la vuelta a la mano del sujeto, de modo que el mismo reflejo haga que el dedo toque el
electrodo. Los seguidores de Watson afirmarían que el sujeto tiene que aprender un reflejo
molecular nuevo, mientras que Tolman afirma que el sujeto evitará de manera inmediata la
descarga con un movimiento de retirada no entrenado que se basa en su aprendizaje de la
respuesta molar de evitación de la descarga (Wickens, 1938; de manera nada sorprendente, los
resultados apoyaron la teoría de Tolman). Al mismo tiempo que abordaba el propósito y la
cognición desde un punto de vista neorrealista, Tolman insinuó un enfoque distinto, más
mentalista, del problema. Este enfoque le resultó muy útil cuando tuvo lugar la desaparición del
neorrealismo en la década de 1920 y es fundamental para la ciencia cognitiva actual. En uno de
sus primeros trabajos, Tolman (1920) escribió que los pensamientos «pueden entenderse, desde
un punto de vista objetivo, como presentaciones internas al organismo» de estímulos que ya no
están presentes. Más adelante, junto a sus argumentos de que la cognición es algo «inmanente» a
la conducta, y no inferida, Tolman (1926) escribió que la conciencia proporciona
«representaciones» que guían la conducta. Hablar de las cogniciones y los pensamientos como
representaciones internas del mundo, que desempeñan un papel causal en la determinación del
comportamiento, supone una ruptura tanto con el neorrealismo como con el conductismo. Se
rompe con el neorrealismo porque las representaciones se infieren, como las ideas de Locke, y se
rompe con el conductismo, porque se le reconoce un lugar entre las causas de la conducta a un
ente mental. A medida que Tolman fue elaborando su sistema, creció paulatinamente la
importancia del concepto de representación lo cual, como veremos, le convierte en un
comportamentalista inferencial comprometido con la existencia real de la mente. En 1934, Tolman
viajó a Viena, donde recibió la influencia de los positivistas lógicos, concretamente de Rudolph
Carnap, el líder del Círculo de Viena. De acuerdo con la concepción de Carnap, hay que entender
que los términos tradicionales de la psicología popular no se refieren a objetos mentales, sino a
procesos fisicoquímicos que tienen lugar en el cuerpo. Así, por ejemplo, el significado de la frase
«Fred está emocionado» se deriva de los procesos musculares, glandulares, y otros procesos que
tienen lugar en el cuerpo y que producen emoción. La perspectiva de Carnap es una versión de la
teoría motora de la conciencia. Este autor mantenía que hasta que no se redujesen totalmente
todos los términos mentales a sus verdaderos referentes fisiológicos, tendría que aceptarse una
especie de conductismo. Como no conocemos el referente fisicoquímico de la «emoción»,
debemos entender que se refiere a aquellas conductas que llevan a que una persona atribuya una
emoción a otra. Esta concesión es aceptable porque las conductas son «detectores» de la fisiología
subyacente desconocida. A la larga, deberíamos ser capaces de acabar con el conductismo y
entender el lenguaje mentalista en términos puramente fisiológicos. Carnap reconocía que,
además de la función referencial, el lenguaje también tiene una función expresiva. Si digo, por
ejemplo, «me duele», no sólo me refiero a un proceso físico que tiene lugar dentro de mi cuerpo,
sino que también expreso angustia. De acuerdo con Carnap, la función expresiva del lenguaje
trasciende los límites de la explicación científica, y es más bien objeto de la poesía, de la ficción y,
en general, del arte. La psicología de Carnap no era incompatible con las ideas que, por su parte,
había elaborado Tolman, pero le ofrecía una nueva manera de articular su conductismo dentro del
marco de una filosofía de la ciencia que cada vez era más prestigiosa e influyente. Poco después de
su regreso a Estados Unidos, Tolman reformuló su conductismo propositivo con el lenguaje del
positivismo lógico y escribió (1935): la psicología científica «busca... los procesos y leyes
objetivamente constatables que gobiernan la conducta». Las descripciones de la «experiencia
inmediata... deberían dejarse a las artes y a la metafísica». Tolman ya estaba en condiciones de
exponer con precisión el programa de investigación del conductismo. La conducta tenía que ser
considerada como una variable dependiente causada por las variables independientes
ambientales e internas, pero no mentales. La meta última del conductismo, por tanto, consiste en
«enunciar la fórmula de la función f que conecta la variable dependiente [conducta]... con las
variables independientes (estímulos, herencia, formación y estados fisiológicos [por ejemplo, el
hambre])». Este objetivo es demasiado ambicioso para ser alcanzado inmediatamente y por ello,
los conductistas introducen las variables intervinientes que conectan las variables independientes
y las dependientes, dando lugar a ecuaciones que permiten predecir la conducta a partir de los
valores de las variables independientes. El conductismo molar define las variables independientes
de forma «macroscópica», en términos de propósitos y cogniciones, que constituyen
características de la conducta, pero con el tiempo, el conductismo molecular será capaz de
explicar las variables molares independientes «en términos neurológicos y glandulares
detallados». Tolman (1936) amplió estas observaciones y las redefinió en su conductismo
operacional, que se inscribe en el marco de la «actitud positivista general que adoptan en la
actualidad numerosos físicos y filósofos modernos». De acuerdo con Tolman, el adjetivo
«operacional» refleja dos características de su conductismo: en primer lugar, porque definía
«operacionalmente» sus variables intervinientes, como mandaba el positivismo lógico; en segundo
lugar, porque subrayaba que la conducta es «fundamentalmente una actividad mediante la cual el
organismo... opera en su entorno», es decir, actúa o influye sobre él. El conductismo operacional
cuenta con «dos principios básicos»: el primero es que «afirma que el objetivo último de la
psicología es exclusivamente la predicción y el control de la conducta» y el segundo, es que este
objetivo debe alcanzarse mediante un análisis funcional de la conducta en el que «los conceptos
psicológicos... se entiendan como variables intervinientes objetivamente definidas..., definidas de
manera totalmente operacional». En estos dos artículos Tolman explicó clara y enérgicamente el
programa clásico del conductismo metodológico tal como fue definido bajo la influencia del
positivismo lógico. Sin embargo, debe señalarse que Tolman no tomó del positivismo lógico su
concepción de psicología, sino que esta filosofía de la ciencia coincidía con lo que él ya pensaba y
practicaba. El positivismo lógico le ofrecía, a lo sumo, una justificación sofisticada y prestigiosa a
sus propias concepciones. Sus términos variables dependientes, independientes e intervinientes
son contribuciones duraderas al lenguaje psicológico. Y lo que es más importante, parece que
Tolman cambió rápidamente su operacionalismo por el realismo psicológico. De acuerdo con el
operacionalismo, los términos teóricos no se refieren a nada en absoluto, puesto que son sólo una
forma útil de resumir observaciones. La definición de la intención de una rata hambrienta en un
laberinto sería equivalente a su orientación claramente persistente hacia el comedero. Sin
embargo, en sus escritos posteriores, Tolman (por ejemplo, 1948) aborda las cogniciones como
entidades psicológicamente reales y no sólo como descripciones taquigráficas de la conducta. Así,
concebía los «mapas cognitivos» como las representaciones del entorno que una rata o una
persona consulta para guiar su conducta inteligente hacia una meta. En los años posteriores a su
regreso de Viena, Tolman no impartió positivismo lógico, ni siquiera se ocupó especialmente de él
(Smith, 1986). Es posible, por tanto, que sus artículos de 1935 y 1936, aunque fueron exposiciones
del conductismo metodológico que tuvieron una gran difusión, no representasen la verdadera
concepción que tenía de la psicología. Por último, resulta interesante advertir que Tolman a veces
parecía estar buscando a tientas una formulación de la psicología de la que aún no se disponía y
que resultaría ser la concepción computacional propia de la ciencia cognitiva. En 1920, Tolman
rechazó la concepción de los organismos como «máquinas recreativas» asociada a Watson. De
acuerdo con esta propuesta, el organismo era una máquina donde determinados estímulos
provocaban respuestas reflejas, al igual que introducir una moneda en la ranura de una máquina
expendedora provoca la aparición de un producto determinado. Tolman prefería concebir los
organismos como «máquinas complejas capaces de distintas adaptaciones, de modo que cuando
un determinado ajuste está en vigor» un estímulo concreto suscitaría una única respuesta,
mientras que con un ajuste interno distinto el mismo estímulo suscitaría otra respuesta diferente.
Los ajustes internos estarían causados, bien por estímulos externos, bien por «cambios
automáticos dentro del organismo». El modelo que Tolman añoraba en 1920 era el ordenador,
cuyas respuestas al input estimular dependen de su programación y su estado interno. Del mismo
modo, Tolman anticipaba la explicación propia del procesamiento de la información cuando, en
1948, describía la mente como «una sala central de control» en que «los impulsos entrantes se
elaboran y transforman...en algo semejante a un mapa cognitivo del entorno».

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