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Un poema de Alejandra Pizarnik dice “yo no hablo con mi voz, si no con mis

voces”.La primera vez que escuché este poema fué en una clase, rodeada de
opiniones desinteresadas por el tema a tratar. Me acuerdo que estábamos
introduciéndonos al extrañamiento, y mi profesora nos llevó diversos fragmentos de
poemas y textos de ciertos escritores que hablaban de el valor que la escritura, este
espacio, tenía para ellos. Es un tema que me interpela muchísimo; no es el caso de
mis compañeros, que mientras se les presentaba a la reina de la tristeza, ellos
organizaban la milonga para el fin de semana. En fin, cada uno con sus gustos, pero
qué impotencia me dan estos ambientes, que atrofian mi capacidad de tolerancia.
La falta de atención me desespera. Por eso suelo venir a un café cercano a mi casa,
donde lo único que se escucha es un buen jazz o las brillantes anécdotas de
señoras mayores. ¡Oh, que ganas de llegar a esa edad habiendo vivido tanto!
Escribo, cómo unas mujeres miran mal a una señorita con minifalda. Yo disfruto de
un libro de Alejandra Pizarník, la copia de Poesías completas que me prestó mi
amiga. Disfruto de un cortado. Observo a la gente que me rodea, mis compañeros
de esta tarde. Que loco es estar constantemente en contacto con otros, y como
máximo, conocer la vida de 3 personas. Y ni siquiera. Tampoco es que nos interesa
saber más que esto. Aunque en momentos como este, viviendo la era dorada de la
literatura y música, en un establecimiento lleno de referentes del arte por conocer,
no puedo pasar nada de lo que escuche por alto.
Al lado mío, a mi derecha, hay una pareja. Son jóvenes, entre 16 y 17 años, se nota
que están enamorados. Debe ser su primera cita. Ella se acomoda el pelo cada vez
que él le sonríe. El está muy risueño mientras la observa hablar. Ella es muy fan de
Pablo Neruda. A su lado, se encuentra una pareja de chicas, se ve que son amigas.
Ella se queja de que su “ex” le volvió a hablar por “Instagram”. Detrás de ellos, en el
fondo de la cafetería, hay un señor con una particular uniceja escribiendo. Intercala
su atención entre su pluma y su pipa. Cerca de él se encuentra otra señorita
escribiendo, poesía quizá. Estos lugares son la cuna del arte, señoras y señores.
¡Estoy viendo nacer las grandes mentes de nuestro país! (como ustedes conmigo).
Todas estas personas y más, a las que no les presté atención porque su
participación en esta escena no fué relevante para la trama, han compartido el
mismo espacio, a la misma hora, cada uno en su mundo, con sus problemas y con
su vida. Ninguno de ellos sabe las cosas que yo observé. No solo porque las invento
desde mi pieza a las 9 de la noche un miércoles de septiembre, si no porque cada
uno de ellos estaba absorto en su momento, su papel en esta obra llamada vida.
Dejamos de jugar, llegado un punto de nuestra infancia, nos hacen creer que somos
grandes para jugar, curiosear, prestar atención. En el acelere de la vida los detalles
comienzan a difuminarse, las conversaciones de la calle son pitidos insoportables
que queremos apagar. El otro es un bicho molesto, por más que siempre hay gente
inaguantable. Todo nuestro alrededor se amenaza.Es una pasta pegajosa,
insoportable. Es un obstáculo. Todo es un obstáculo. Ya nadie imagina. Yo soy una
estupida, una palurda, por viajar a una época lejana a la mía y escuchar jazz
cuando en realidad estoy escuchando rock. Y esto es otro mundo parte de mi
cabeza. Un mundo en mi mundo. !Me tienen que extinguir! ESTO ES
SUBVERSIÓN, NO PODEMOS CREAR.
La la la.
Los señores del café murmuran. No, están gritando. ¿De qué hablan? No se
escucha bien, hay mucha interferencia. Ay, debería estar estudiando para el
exámen de física.
PAREN! ¡ESTÁN SACANDO LA MÚSICA!
El arte es malo dicen. Que nos adoctrinan dicen. El ruido joven es perturbador.
Tienen miedo de quedarse afuera, a los alrededores nuestros. Estamos dejando
todo atrás.
Esperen, ¿Por qué mi café solo tiene gente joven? ¿Qué pasó con las demás
historias?
Que divertido es ser adolescente y escribir. Puedo decidir qué le sucede a mis
personajes, y que es lo conveniente para cumplir esta consigna. Me parece que
quiero que se extingan. Si, como los dinosaurios. Perfecto, los personajes se
extinguieron y yo volví a mi café -mi habitación juvenil-. Volvió a sonar jazz -tango
electro-. Agarro mi pluma y sigo escribiendo -estoy editando mi texto en los
documentos de google-.

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