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“Ver tocar un cuarteto de cuerdas es algo prodigioso. Los cuatro músicos se mueven como
poseídos de un sobrecogimiento demoníaco”. Con esta intensidad sonora, Eusebio
Ruvalcaba nos vierte en su transitar emotivo por el mundo de la música y los músicos.
En la lectura de su libro las analogías se deslizan a sus anchas. “Hay un símil entre un
cuarteto de cuerdas y cuatro seres amándose”. La música de las anécdotas de súbito se
convierte en la metáfora de la vida. “Con los oídos abiertos” es un libro que se lee con
gusto, pasión y deseo.
“Y me besó. Tendría 95 años o más. Enseguida le presenté a Risi, quien se había quedado
en la puerta verdaderamente perplejo, como si no pudiera creer que tenía delante a
(Smilovits) uno de los más reconocidos pedagogos del violín y uno de los fundadores del
último Cuarteto Lener”.
Escrita con pasión, apasiona y en esa efusión nos invita sin recato, corrección o moderación
a una exploración por el paraje conmovedor de la música. Una obra nacida del ocio
creador, en ese lugar de la mente donde las anécdotas son encarnaciones y reencarnaciones,
abundantes de las hadas y fantasmas que habitan los pentagramas y salas de concierto. “El
gusto se educa. Nadie nace con buen gusto o mal gusto. Si desde niño se escucha música
vulgar y pegajosa, toda la vida se escuchará música vulgar y pegajosa”.
Es mejor que Ruvalcaba continúe compartiéndonos su visita a Smilovits: “... voy a morir de
un momento a otro. Ahora que tú te vayas, que ustedes salgan de este cuarto, me quedaré
solo. Y tal vez muera. Hoy, mañana, en un mes... Quiero que estas paredes, que verán mi
cuerpo pudrirse, me hablen con el lenguaje de la música. Porque les voy a preguntar. No
tengo a nadie conmigo más que estas paredes y les voy a preguntar...”.
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Del trágico destino del tiempo, nos introduce en el festivo goce de lo inmediato: “La mejor
forma de seducir a una mujer es invitarla a escuchar cuarteto. No porque lo entienda, sino
porque se aburrirá tan notablemente que con gusto aceptará aún al peor amante”.
Cuando habla del rechazo a los Cuartetos, opina: “... Tal vez la pura ignorancia. O el mal
gusto, siempre ramplón y vulgar, mapamundi inequívoco de todos los mediocres, los
enanos del corazón e inteligencia”.
“Cuenta Stravinsky que solía reunirse con algunos amigos a escuchar los cuartetos de
Beethoven. Noche tras noche. Día tras día. Sin parar. Todos los fines de semana. Y que los
oían tanto, que los discos terminaban rayados. Y que aun así, los seguían escuchando”.
Parafraseando a monseñor Octaviano Valdés, diré que Ruvalcaba, nos habla de “... Aquella
música que sube a la bóveda y se confunde con el aliento de Dios”. Stevenson sentenció
que no existe obra literaria sin encanto, Ruvalcaba lo sabe. Es por eso que nos presenta
“Con los oídos abiertos”. Esta labor del encanto.