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“Los libros matan, hermano”

11 de Enero de 2008

Entrevista a Helí Ramírez Gómez, poeta antioqueño que supo


incorporar a su poesía el lenguaje barrial, cercano al relato y a la
creación de personajes y ambientes.
Link:
https://www.elmundo.com/portal/pagina.general.impresion.p
hp?idx=73779

John Henry Amariles Mejía

“¡Uy, hermano!... ¿Por qué escribo? A veces pienso porque nací


para esa güevonada. Así no me guste posar de escritor, así no
me guste ir a leer (en voz alta) a ninguna parte. Es más hermano:
yo creo que este momento nunca jamás lo voy a volver a vivir, yo
creo que lo que diga como escritor sobra frente a mis libros.
Ahora: Si los libros no dicen nada, entonces hablen con el autor,
hermano... Esa vaina de que el Auditorio Helí Ramírez, eso me
duele hermano, me avergüenza, me repugna y no me gusta.
Mejor dicho: no me gusta ni que usted me esté entrevistando,
hermano”.

Así empezó lo que parecía una fallida entrevista a Helí Ramírez,


en una taberna del barrio Castilla, al Noroccidente de Medellín.
Estamos a finales de junio del 2006. Se inauguraba un auditorio
con su nombre y muchas personas se preguntaban cómo
hicieron los organizadores del evento para convencerlo de que
aceptara ir a aquel homenaje; aunque semanas después optaron
por quitarle su nombre al auditorio, porque siempre que iba al
lugar, despotricaba como si eso fuera la peor afrenta que le
hubieran hecho en la vida.

“Sí, a Helí no le gustan las entrevistas, afirma Oscar Castro, él


tiene todo el derecho: Es un poeta. Si él piensa que lo que tiene
que decir lo dice en su poesía, vaya a su poesía. Eso quiere decir
que está dedicado a lo suyo y que no tiene nada más que decirle
a nadie”.

“Ahorcamos desde pelados a la emoción con un alambre de


acero”

Helí nació en 1948, en Ebéjico, y por esas turbulencias de la


violencia de los 50’s, en 1952 debió huir con su familia a
Medellín, en donde se establece en Belén Rincón, poco antes de
llegar a Castilla, espacio en el que se escenifica gran parte de su
obra.

Sus primeros recuerdos de lecturas y de libros vienen de sus días


en Belén Rincón: “Hasta allá llegaba un carro con libros de la
Biblioteca Pública Piloto. Ese carro fue el que mató a Morfeo. Y
yo siempre vivo perseguido por la muerte. Morfeo era un pelaíto
del barrio. Estaba jugando. Los pelaítos se meten por debajo de
los carros. El carro empezó a reversar para irse. Eran por ahí las
5:30 de la tarde, y trán: Le aplastó la cabeza a Morfeo. Murió por
ahí de siete años... Aplastado por libros. ¡Aplastado por libros!
Los libros matan, hermano. Yo creo que también voy a morir
aplastado por libros”.

“Asesinamos a la muerte con sus voces de nostalgia mohosa”

“Sí, nací con el viento en contra. Así asumí la literatura... Y mi


vida. Hermano, hice de todo”, antes de estabilizarse laboralmente
en el Seguro Social, en donde “terminé manejando un hijueputa
polvero, un archivo de historia, pero a mí me interesaba mi
salario hermano, porque loquiando no tenés nada fijo. Allá
camellé 28 años”.

“Él sabe que es un poeta distinto -afirma Víctor Gaviria-. Lo que


pasa es que la belleza de él es de otra manera, no es de
princesas ni lo que es la belleza habitual; de ahí la fuerza que
hace para inventarse, para escribir poesía. Es algo que cobra en
cierto sentido. Como quien dice:

¡Es que Ustedes no saben todo lo que yo tuve que hacer! O sea,
la revolución personal, de lenguaje y la forma como tuvo que
creer en sí mismo. Él es consciente de su valor”.

Guillermo E. Baena, editor de la desaparecida revista de poesía


Deshora, dice que “hoy muchos poetas lo aceptan. Pero cuando
él empezó a publicar era tomado como un poeta del montón y no
alcanzaron a ver el lenguaje poético, profundo, que tiene Helí. Ya
es mucho más aceptado gracias a las publicaciones que ha
hecho. Dentro de los jóvenes ha tenido mucha aceptación. La
prueba es que las pocas veces que Helí ha leído poesía son los
jóvenes los que han acudido, fundamentalmente”.

Helí considera que escribir no lo aleja de los demás ni lo hace


más interesante, ni mucho menos distinto: “No hermano, vea: yo
nunca me he considerado... un demiurgo ni un chamán ni un
escogido por Dios para ser el vocero de una comunidad o de un
pueblo o de un grupo”.

Para Juan José Hoyos, Helí “se ve a sí mismo como un habitante


más de nuestra ciudad. Es una de las cosas más bellas que
tiene, él no ha dejado de ser el mismo: una especie de camaján
de barrio pero que escribe poesía”.

Ante la pregunta ¿Por qué se fue de Castilla?, silencio. Es como


si en su interior se debatieran secretos amores y odios. Duda.
Piensa, hasta que por fin responde: “Yo no me fui del barrio...”.
Cierra los ojos unos segundos, como si le tomara una foto a lo
ocurrido: “Nunca me he ido del barrio, cada 15 días camino por
sus calles. Vengo por mi esposa y nos recorremos estas calles”.
Un nuevo silencio se instala en medio de los dos. Hasta que por
fin, confiesa: “Lo que pasa es que me tuve que ir porque hubo un
tropel en el que había cuchillo y bala de por medio. Por eso. Pero
no porque quisiera hacerlo”.

“Le hago el túnel y saliéndole por un lado le hago clavar al suelo


la cabeza al arquero de paso eludo la tarde al día al sol y a las
gentes que gritan”.

Para Helí el fútbol es su primer apellido. Inclusive el día que no


entraba a clases se iba para el estadio a jugar fútbol. O para una
finca en los alrededores del Liceo Antioqueño. Jugaba en un
equipo de fútbol, en la Marte Uno del estadio, de puntero
derecho. Llegó hasta el ascenso, que en esa época era como la
B ahora, pero regional.

Eran los tiempos en los que los torneos de fútbol interbarriales se


vivían con intensidad. Caso aparte, los partidos entre Castilla y
Pedregal, que a veces terminaban en batallas campales. Las
canchas de La Tinajita y del Doce de Octubre, los escenarios de
estos duelos.

Un personaje de uno de sus libros, sacado de aquel ambiente


futbolero es Cataño, “un cucho por ahí de 40 años, hincha
furibundo de Medellín. Era un marcador de punta hermano, estilo
Yotagrí, que fue de los primeros marcadores de punta estilo
Roberto Carlos, papá, suba y baje, suba y baje. Yo era un pelao,
y ya jugaba con los grandes”.

“No seguí con el fútbol porque me encarreté en otro rollo


hermano... la poesía... la bareta... El mundo libre hermano:
República Independiente de Castilla y las Comunas”.

“Jugaba de alero” es la historia de un futbolista que en su


momento fue triunfador, “Borilo”. “Borilo, es un poco la historia
trágica de los muchachos dedicados al fútbol. ¡Uy hermano!,
mirando la historia de Garrincha me acordaba de ese pelado”.

Así como Borilo “existió”, pasó con “La mayoría de los personajes
de mis libros, digamos que el 85% es gente real. Por ejemplo,
Milín existió”. Tuvo un final tempranero: a los 22 años se fue de
este mundo: “Eso fue a las tres de la mañana... Un cucho salió de
una pensión, de comerse a una vieja. El man lo atracó y le robó
una grabadora. Y llegó el cucho hermano, quién sabe qué clase
de cucho era, llegó y le dio tres pepazos de una. ¿Y sabe en
dónde lo mató? Lo mató en Maturín, entre Carabobo y Bolívar.
Estos intelectuales maricas actuales afirman que los jóvenes
están muriendo... Los jóvenes siempre hemos muerto. Y
seguimos muriendo”.

“Milín era un man que a las cuatro de la tarde se tiraba sus


mocasines, su chaqueta y a Guayaco, al ruedo papá: A robar.
Era el jefe de toda la gallada. Milín salía al centro a rebuscarse la
vida, a tirarse meras pintas, quebrarse sus meras chimbas,
tirarse sus baretos, beber. Se pasaba todo el día en su casa, en
donde tahuriábamos y tirábamos bareta como un hijueputa...”.

La novela “La Noche de su Desvelo” también se basa en hechos


y personajes reales. Eso para él es entendible porque, “Hermano:
La literatura es ficción y realidad. Y realidad y ficción. Es igual
para todo: Llámese literatura, pintura, música. Ese es el arte,
pienso yo, hermano”.

“Me acuesto a dormir y encuentro una fila de cosas que quieren


soñar conmigo”
Desde hace unos años Víctor Gaviria vive interesado por llevar al
cine “La Noche de su Desvelo”. Para él esta novela “es un sueño.
Ahí están todos los elementos de la realidad, de una familia,
desde el ladrón hasta el profesional, pasando por el papá
campesino. O sea, está toda la ciudad, vista desde el barrio
popular”.

Gaviria reconoce la deuda que tiene con Helí, en cuanto a que le


prepara el terreno para hacer muchas de las cosas que hace: “Ya
después, cuando hice ‘Rodrigo D’, a mí me quedó muy fácil
porque yo ya conocía toda esa poesía. Ya estaba preparado,
desde el lenguaje, los personajes... Si Helí no me hubiera
preparado, esa vaina hubiera sido muy difícil”.

El hecho de ser amigos no ha facilitado que dicho proyecto se


concrete, debido “a que guardo un gran respeto por Helí, para no
molestarlo”. Por su parte, Helí reconoce que Gaviria sería un
excelente director para una eventual versión cinematográfica del
libro: “Es que yo creo que un man como Víctor lleva al cine
cualquier cosa. Además este guevón se ha identificado con la
novela”.

Gaviria conoció a Helí en la revista Acuarimántima, dirigida por el


escritor y entonces profesor de la Universidad de Antioquia, Elkin
Restrepo. Ambos eran nuevos en la revista, por esa época.
“Todos en la revista estábamos fascinados con el libro “La
Ausencia del Descanso”, pero sobre todo con “En la parte Alta
Abajo”, que nosotros editamos en Ediciones Acuarimántima. Helí
nos lo leyó una noche en la casa de Daniel Vinogrado, que era
cercano a la revista. Esa noche nos leyó ¡Todo el libro! Y
nosotros no nos cansábamos. Esa noche cambiamos
completamente de punto de vista sobre Medellín”, puntualiza.

Helí se sintió bien con la receptividad que recibieron sus poemas


en Acuarimántima. Era muy joven y lo invitaron a hacer parte de
la redacción de la revista, a la que se vincula, hasta su
desaparición. Asistía a las reuniones, no hablaba mucho pero
“daba sus opiniones cuando era necesario”, anota Elkin
Restrepo.

“La gente de Acuarimántima, hermano, me abrió las puertas del


mundo de la literatura que llaman: Elkin Restrepo, Víctor Gaviria,
Miguel Escobar... Es de las pocas veces en las que he leído
poesía públicamente, que no llegan a los dedos de una mano.
Esa noche leí “En la parte alta abajo”. Ellos dicen que los impactó
mucho. Ya eso es al margen de Helí Ramírez como persona. Eso
fue el libro”.

Por su parte, el pintor Fredy Serna también reconoce tener una


deuda con la poesía de Helí: “Yo pinto lo que él escribió, aunque
él escribió algo distinto, pero eso es lo mismo”. “A la literatura le
hacía falta la pintura”, responde Helí. “No hay pintura sin poesía”,
termina Fredy. Tal reciprocidad de valoraciones tiene sobre el
tapete un proyecto en ciernes: Un libro de Helí con pinturas de
Fredy Serna.

Una poesía diferente

Juan José Hoyos considera que “su poesía es muy importante,


muy singular. Es la primera vez que yo siento como que un poeta
habla con nuestra propia lengua la historia de nosotros,
especialmente de los que crecimos en los barrios populares de
ciudades como Medellín. Después de los años 50, 60, no he visto
otra poesía así. Es una poesía que cambió muchas cosas de la
poesía colombiana contemporánea. Para mí es como un milagro,
porque describe un mundo de pura vida y que poco había
trascendido a la literatura escrita. Diría que de pronto un
antecedente son los cuentos de Umberto Valverde en ‘Bomba
Camará’. Pero en poesía no había visto eso”.
Al respecto, opina Elkin Restrepo: ”No sé si la obra de Helí es tan
conocida en Colombia como uno quisiera. En Medellín sí lo es, y
cada vez más. Por su supuesto, con enorme respeto y
reconocimiento, porque es una poesía sui generis, es muy
distinta de las demás; tiene el atractivo de que está respaldada
por una actitud del autor muy radical, clara, y definida”.

Lo innegable es que sus libros no se consiguen, hace rato están


agotados y no se avizoran reediciones de sus textos, distinta a la
mencionada por Fredy Serna.

Claro que, según Elkin Restrepo “a Helí todavía no lo veo


haciendo parte de antologías de la poesía nacional, porque éstas
a veces se hacen desde las conveniencias y creo que eso le
hace bien a su trabajo; porque siempre será diferente, y siempre
estará ahí, a la espera de quien con buen espíritu se acerque a
él”.

A pesar de lo anterior, Elkin Restrepo piensa que “En la Parte


Alta, Abajo” es una de las obras de poesía más importante de la
literatura colombiana de todos los tiempos, en donde su poesía
está muy cerca del relato y de la creación de personajes y de
ambientes. Por primera vez en la poesía colombiana está el
lenguaje barrial, con su sintaxis, con sus términos”.

Oscar Castro afirma que “Casi nadie escribe como Helí o sobre
los temas que él escribe. O sea, él no ha fundado ninguna
corriente. Él es como un ave solitaria. Si usted lee la poesía que
produce en Medellín, por lo menos y dijéramos en Colombia, la
poesía reciente y uno ve que Helí es como un grito en el desierto,
es como una valiosa y creo que no aprovechada explosión,
incluso por los lectores, por la juventud”.

“Déjame fabricar con tus cabellos lazos para ahorcar el odio


asomándome su rostro a cada instante”

En una ocasión un amigo suyo, “El Chiqui”, le planteó el proyecto


de hacer un video sobre Helí. La respuesta inicial “no”, que
cambió por “sí” debido a que “El Chiqui” tenía una compañerita
tan bacana y tan especial en esa época; siendo de un medio
social tan hijueputa, Martica, y esa señora era... una bacanería. Y
no hablaba de paternalismos sociales ni nada de ese tipo de
cosas. Y más que “El Chiqui”, yo creo que fue esa señora la que
me convenció del video, por respeto a las damas, a la mujer”.

“La mujer popular –continúa Helí- para mí... Es una héroe.


Porque nosotros por nuestra incultura, por nuestra formación, por
todo, tratamos mal a la compañera. Somos unos atarvanes con
las mujeres. Para mí la mujer es un símbolo especial: Mejor
dicho, yo reivindico la diosa, la cultura de la diosa, la diosa
madre; porque el machismo hermano, el dios... Es una opresión”.

A su esposa la conoció en una particular circunstancia, que es


detallada por Juan José Hoyos: “Cuando la esposa de Helí lo
conoció a él, los dos nos íbamos a encontrar ese día y ella se iba
a encontrar con una amiga. Entonces, llegó donde la amiga y
nosotros estábamos con esa amiga. Y la amiga le dijo: te
presento un poeta y un periodista. Y ella le dijo: no sé cuáles me
caen más gordos, si los poetas o los periodistas. Y llevan más de
30 años viviendo juntos”.

“Lentamente vuelvo a vos poema en mí...”


Para Helí escribir es una simbiosis en donde se conjugan el
placer y el dolor. Pero también es “luchar por la vida. Es todo,
hermano, es una lucha, hermano”.

Al insistirle en qué siente al escribir, protesta: “Ah, no hermano...”.


Cuando parece que va a acabar la entrevista, mira con cierto
estupor, justo antes de responder, con sinceridad: “No sabría
definir eso en este momento. Mejor dicho: no sabría decirte eso,
ni en este momento ni en ningún momento hermano. A veces yo
pienso que escribir un poema es como hacer el amor, hermano”.
Una pausa. Me mira. Ve que aún continúa la grabadora en lo alto,
a la espera de la puntilla final de la respuesta suspendida y
simplemente agrega: “No, no, no, yo para elaborar teorías, no,
hermano”.

Escribe a cualquier hora, todos los días, en cualquier lugar:


“Puedo estar con usted o con el otro y... A la hora que me separe,
que llegue a la casa, escribo cualquier cosa... Escribí alrededor
de 20 poemas encanado. Y esos poemas están en el libro
‘Golosina de Sal’”.

“¿Por qué me encanaron? Ah no, eso sí...”.

¿Reserva del sumario? “Ya estás hablando como un juez”.

Baena considera que “desde que Helí publicó “En la Parte Alta
Abajo” ya se descubrió en él un buen poeta, un poeta muy
distinto a los que teníamos en Medellín; rompió con mucha
tradición. Algo de eso se conocía ya, sobre todo con algunos
poetas norteamericanos, de la generación beat, que hacían unos
planteamientos frente a la ciudad, sobre la actitud de una
persona en el mundo, cuestionándose la sociedad de consumo,
todo este tipo de cosas. Pero, en el medio colombiano Helí es
algo nuevo, fresco.

Habla con el lenguaje nuestro, sin esa grandilocuencia a la que


nos tenían acostumbrados muchos poetas que ya estaban en
desuso. Helí en cambio nos propone un lenguaje de la gente del
común; con una gran ironía, con un gran sentido de la
solidaridad, de la gallada, del barrio. Por eso es que Helí se ha
hecho un espacio propio acá, por eso es una voz que va a sonar
mucho tiempo en la poesía colombiana”. Al respecto, Elkin
Restrepo considera que “la poesía de Helí tiene cierta vocación
de permanencia, es importante y se leerá en el futuro porque si
alguien quiere pensar ese Medellín de los años 70 en adelante,
necesariamente tiene que acudir a Helí”. Juan José Hoyos
concluye: “No sé... porque no soy inmortal. Sólo se me viene a la
mente una expresión muy propia de él, y es aquella que dice que
de aquí a eso estaremos chupando anturios, que es la flor que
crece en los cementerios”.

El canto de Helí
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¿Alguien ha visto los buses que llevan la gente a los entierros y ha pensado en la posible
novia que llora en ellos? ¿O ha sospechado el insomnio de un vecino que no sabe cómo
conseguir la comida del día que viene? ¿A alguien lo han despertado en la madrugada las
risas de los jóvenes que hacen la guerra en el barrio? ¿Ha sentido la humillación de un
padre que hace una larga fila y firma una planilla para que a sus hijos les den un trozo
de panela? ¿Ha imaginado las fantasías que tiene el asesino para huir del miedo que le
provoca una calle oscura o el quiebre de una esquina? ¿Ha percibido la resignación alegre
de una sancochada en la misma cuadra donde horas después volverá a reinar el odio?
A las ciudades les hace falta escucharse en la voz de sus poetas. Por varios motivos -
entre ellos la rutina, la urgencia de las necesidades, el miedo, la fatiga- el hombre urbano
tiene poco tiempo para dedicarle a lo que no corresponde a sus asuntos cotidianos, y con
frecuencia termina viviendo en una ciudad que desconoce: ignora el nombre de sus
vecinos, desconfía de las intenciones de quien se le acerca, solo se siente seguro en un
reducido circuito de calles, y sin darse cuenta pasa por alto los detalles que definen su
entorno.
Sin embargo, hay miradas que saben escurrirse entre la aparente uniformidad del día a
día, que retan la costumbre y advierten los gestos más sutiles, hay miradas que se fijan
en lo que muchos viven e ignoran, en esos matices del espíritu de ciudad que envuelve
a todos y que pocos sienten. Ésa es la mirada de los poetas: sus versos son el rastro de
quien recorre la ciudad para recordarnos que siempre está viva, y nosotros con ella.
Por fortuna, la ciudad de Medellín tiene un poeta que la dice con verdad y contundencia.
Hace trece años no se publicaba un libro de Helí Ramírez. Su silencio resultaba
desconcertante. Luego de escribir En la parte alta abajo, Golosina de sal, o Para morder
el cielo, la voz del poeta que vive desde niño en el barrio Castilla se convirtió en referencia
fundamental para la literatura de Medellín. Quienes leyeron sus primeros poemas en
1975, supieron que sería un poeta influyente. En sus escritos se levantó la voz de los
barrios populares, aparecieron escritas las palabras del parlache, que antes existían
únicamente para pronunciarse; Helí terminó de quebrar los rezagos de una poesía
formalista y etérea, y empezó a cantar desde lugares insólitos: las fábricas de textiles,
los inquilinatos, los callejones donde acecha la guerra, las salas secretas donde velaban
a los bandidos, los billares y las tabernas, los parques, las filas para pedir subsidios, los
striptiseaderos, los graneros de cuadra, y así empezó a trazar una cartografía de Medellín,
esa ciudad fragmentada, esa que casi ninguno ha sabido decir con tanta verdad.
La extensa pausa en sus publicaciones acaba de terminar con el lanzamiento de Desde
al otro lado del canto, un libro coeditado por la Alcaldía de Medellín y Tragaluz Editores,
como uno de los volúmenes de la colección Letras vivas de Medellín, en el que se recogen
113 poemas inéditos y escritos durante estos trece años. ¿Cuál es la mirada que acumuló
Helí Ramírez en este tiempo? ¿Cómo siente el poeta a su ciudad? ¿Qué le dice?
Hay un tono que atraviesa el libro, y está compuesto por un amplio haz de sensaciones,
todas originadas en la vida del barrio, en sus conflictos, personajes y lugares. Su escritura
sabe de aquel que ha padecido la violencia, del que ha sentido la humillación por la
injusticia, del que ha sufrido la amenaza de muerte que cubre las laderas de la ciudad,
de aquel cuyo corazón se ha revolcado en la incertidumbre de la pobreza. Helí anda la
ciudad, la observa y escucha sus historias. Por lo que escribe, parece haber llegado a la
conclusión de que pocos son dueños de su destino y que la mayoría de sus vecinos se
han resignado a que la vida escoja su rumbo de cualquier manera. Él no. Él se resiste, su
poesía está cargada con la fuerza que mantiene su disidencia: Con oscuridad o claridad
le rompo / el ojo ciego al destino que posa de duro.
A veces con amargura, otras veces con dolor camuflado de rabia, siempre inconforme,
Ramírez señala las actitudes que paralizan la ciudad: el miedo, la inseguridad, la
desconfianza, la envidia, el rencor, la aceptación. Y como sombra de eso destellan los
gestos de quienes, aun en medio de las circunstancias adversas, conservan tenacidad en
su espíritu, se rebelan diariamente ante la muerte, buscan su dignidad en las orillas del
dolor, sin tener que mendigar nada, sin tener que matar, sin tener que tumbar a otros.
Hay escritos que se agradecen porque nos comunican como habitantes de una ciudad
que ha propiciado la soledad y la distancia entre nosotros. El poeta habla de la pobreza
que trasciende lo económico, esa que seca el espíritu, que no sabe de estratos, que
impide cantar. Desde al otro lado del canto Helí Ramírez nos sacude, nos llama la
atención, nos empuja a rebelarnos desde la palabra, desde la creación.
En el libro Quién es quién en la poesía colombiana, de Rogelio Echavarría, el poeta Jaime
Jaramillo Escobar se refiere a la poesía de Helí Ramírez: él es el actor, las cosas le suceden
a él, y por eso puede hablar desde dentro de los acontecimientos, en el riesgo de los
mismos, lo que le confiere dramatismo y autenticidad. Sus libros.., son importantes como
dato y como poesía… Helí Ramírez era una voz necesaria para corregir rumbos. El mismo
está cambiando, como lo muestra su obra, cada vez más compleja. Al final, la poesía
antioqueña le deberá mucho.
Hoy los lectores agradecemos que Helí Ramírez haya salido de su silencio, que nos ofrezca
su mirada de poeta, que nos entregue el testimonio desnudo de la ciudad que somos,
ese reflejo que siempre es necesario para conocerse y que nos ayuda a encontrar el lugar
del canto. Quizás, como dice en uno de sus poemas: hágase lo que se haya hecho y se
haga / habrá un amanecer hermoso.
Mediavuelta
Tragaluz editores S.A

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