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El abuso del poder

Era el 9 de setiembre de 2000, desde tempranas horas se celebraba en San José de


Andabamba, un pueblo de Cajamarca, el ancestral rito del techado de casas. Treinta y cinco
jóvenes confraternizaban, entre ellos los hermanos agricultores Wilmer (21), Héctor (24) y
Nerio (26) Flores Díaz. La fiesta estaba animada por el cóctel de maracuyá y aguardiente.

A la una de la mañana, Wilmer hizo uso de la palabra para confesar que había hallado el amor.
Cuando el público aplaudía apareció Oswaldo Hurtado Fernández, técnico de tercera de la
Policía Nacional del Perú. Este policía llegaba de Andabamba para detener a Héctor, que por
orden judicial tenía orden de captura por haber manipulado, meses atrás, un revolver calibre
22.

El policía pidió a los hermanos que abandonaran el inmueble para “conversar”, pero cuando
Héctor traspuso la puerta, el efectivo trató de esposarlo. La acción del policía no quedó ahí; sin
miramientos, Hurtado acribilló a Wilmer con su fusil AKM. Ocho balas penetraron en el
delgado cuerpo del joven.

Nadie se dio cuenta de lo que había pasado, pues la mayoría de asistentes o estaba
dormitando o seguía bebiendo. Wilmer quedó tendido a unos metros de la casa. Pasaron dos
horas hasta que lo llevaron al puesto de salud de su localidad. Allí los enfermeros se limitaron
a limpiar las heridas.

El comisario, viendo la gravedad del caso, compró cinco galones de combustible para
trasladarlo hasta el hospital Las Mercedes de Chiclayo. Ocho horas después Wilmer Flores
despertó entre vendajes manchados de sangre y respirando a través de tubitos de venoclisis.
Su cuerpo tenía heridas en el dorso, antebrazo, muslos, tibia y tórax, envueltas en un mar de
algodón y gasas rojas.

Como no tenía dinero, Wilmer tuvo que esperar tres días para ser intervenido
quirúrgicamente. Aunque le extrajeron la mayoría de las balas, hubo una que se quedó alojada
en el pulmón. Por eso respira trabajosamente.

Su madre está convencida que el policía Oswaldo Hurtado Fernández no está detenido. Siente
que por su condición de pobreza no habrá justicia para su hijo, sobre todo porque es
enfrentarse con la policía. Ella solicita ayuda para su hijo que aún permanece en la cama 4 de
la sala de neurocirugía del hospital Las Mercedes.
LA MASACRE DE BARRIOS ALTOS
El 3 de noviembre de 1991, Filomeno León León, técnico en reparación de cocinas y Manuel
Ríos Pérez, heladero ambulante, habían organizado una pollada bailable en una vieja casona
de Barrios Altos ubicada en el # 810 del jirón Huanta. El objetivo de la recaudación era
financiar unos trabajos urgentes en el desagüe de la vieja quinta multifamiliar.

El ambiente estaba cargado de música a todo volumen, cervezas y risas, veinte personas
bailaban, comían y se divertían en el patio central de la vieja casona. Nadie se percató que a las
10:30 de la noche llegaron dos camionetas con circulina.

Instantes después, Tomás Livias, habitante de la casona, advirtió la presencia de varios sujetos
con el rostro cubierto por pasamontañas y uniforme militar que mentaban la madre. Mientras
los presentes se miraban unos a otros asustados, confusos, uno de los vecinos se asomó por el
piso de arriba para preguntar qué estaba sucediendo. Como respuesta recibió una lluvia de
balas en el pecho y cayó muerto en un charco de sangre.

Cuando Tomás Livias Ortega intentó mirar recibió un golpe en la cabeza con la cacha de una
metralleta, por lo que decidió obedecer y, por instinto, se cubrió la cabeza con las manos
cuando empezó la balacera. Las detonaciones, según los sobrevivientes, sonaban apagadas,
algo propio de los silenciadores. Así como llegaron, los individuos huyeron raudamente en dos
vehículos, haciendo sonar las sirenas.

La policía encontró en el lugar 111 cartuchos y 33 proyectiles del mismo calibre,


correspondientes a pistolas ametralladoras. Hubo quince muertos entre hombre, mujeres y
niños. La mayoría recibió más de diez proyectiles.

Tomás Livias recibió diecisiete proyectiles: en los hombros, en la espalda, en la mano izquierda,
en el cuello, en el pabellón auricular izquierdo, en el tórax, en la región dorsal, cadera y pierna.
A causa de una bala en la columna ha quedado parapléjico, es decir, inválido de la cintura para
abajo.

Mediante la ley N° 26479, el Gobierno concedió amnistía a los integrantes del grupo Colina,
responsables de esta matanza, y a miembros del SIN que salieron libres. Fueron el general Julio
Salazar Monroe, el comandante del ejército Santiago Martín Rivas y a los oficiales Nelson
Carbajal García, Juan Sosa Saavedra y Hugo Coral Goycochea.

El 14 de julio de 1995, la Undécima Sala Penal de la Corte Superior de Justicia de Lima decidió
que el proceso se archive en forma definitiva. Tomás libias Ortega vende golosinas en su silla
de ruedas. Ya no espera justicia.

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