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El drama acontecido en El Sexto, el 27 de marzo de 1984, excedió los

límites de la barbarie, engendró un rescate aún más violento, pero


además probó el poder de los medios de comunicación, capaces de
transformar el dolor humano en un espectáculo, el espectáculo de la
noticia. Hoy, un evento como el sucedido en el histórico penal, no solo
sería expuesto en cadena nacional y transmisión ininterrumpida, sino que
recorrería las redes sociales como reguero de pólvora.
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Todavía treinta años después horroriza recordar las imágenes de un grupo de


internos, los más despiadados, tomando de rehenes a varios empleados
penitenciarios para, en un rito de salvajismo, someterlos a un tormento
injustificable: acuchillados, quemados y disparados a quemarropa.

Estalla el motín

Alrededor de las 10 de la mañana, cuando se servía el desayuno –“la paila”–,


diez avezados internos encabezados por Luis García Mendoza ‘Pilatos’ y
Eduardo Centenaro Fernández ‘Lalo’, secuestran a 13 civiles, entre ellos a tres
reos: los narcotraficantes Guillermo Cárdenas Dávila ‘Mosca Loca’ y Eduardo
Núñez Baráybar; y Antonio Díaz Martínez, dirigente de Sendero Luminoso.

También fueron sometidos los trabajadores penitenciarios Alfonso Díaz, Magda


Aguilar, Luis Arrese, Marcos Escudero, Amelia Ríos, Carmen Montes, Walter
Corrales, Luis Morales, Rolando Farfán y Carlos Rosales, quienes estaban por
vivir uno de los días más oscuros de sus vidas. Provistos de dinamita,
revólveres y chavetas, los captores redujeron a los rehenes con amenazas de
muerte, arrinconándolos en la parte posterior del tópico.
Asimismo, en los alrededores del penal se habían formado tres grupos que
participarían del holocausto: la policía que dirigía sus fusiles contra los
reclusos, pero no podía disparar; las autoridades que extendían las
negociaciones, sin aliviar la angustia de los retenidos; y la prensa que
informaba al detalle lo que sucedía, “en vivo y en directo”.

La barbarie

Los amotinados empezaron a mostrar carteles con mensajes –escritos con


lápiz labial– exigiendo su libertad. Obligaron también a los rehenes a gritar que
se les concediera sus reclamos, colocándoles siempre un cuchillo en la
yugular.

A la 1:55 de la tarde, para que la sociedad tomara nota de que estaban


dispuestos a todo, los delincuentes cobraron su primera víctima en Carlos
Rosales, quien fue rociado con kerosene y después quemado. El herido fue
internado en el pabellón de quemados del hospital Arzobispo Loayza, con
heridas graves.

Luego, sin respeto por la condición humana, dispararon a quemarropa al


empleado Rolando Farfán. Esto fue a las 2:56 de la tarde. Pese a la gravedad
del hecho, Farfán fue salvado por los médicos.

A las 6:10 de la tarde el empleado Walter Corrales también es herido por una
bala que le atravesó la cintura, cuando había ganado su libertad después de
una audaz acción. Previamente los malhechores le habían acuchillado la
pierna.
Operación rescate

A las 9:50 p.m. una camioneta ingresó al presidio simulando ser el vehículo de
escape exigido por los reclusos. Se trataba de un “caballo de Troya” repleto de
personal de la Guardia Republicana. En esos instantes se produjo un apagón
en el penal y los efectivos lanzaron gases paralizantes y bombas lacrimógenas.

Los francotiradores abrieron fuego contra los captores mientras los policías
arremetieron para “individualizar” a los rehenes y alejarlos de la zona de
peligro. Conseguido esto se desató una lluvia de disparos entre los amotinados
y el grupo de rescate. Una de las balas hirió a la psicóloga Amelia Ríos de
Coloma.

La balacera se intensificó y en el interior del tópico cundió la desesperación. En


la parte exterior del penal los familiares de rehenes y reclusos fueron presas de
la desesperación. Uno a uno los civiles retenidos fueron rescatados, algunos
con heridas de gravedad, otros solo con contusiones. Todos fueron trasladados
por ambulancias hacia diversos nosocomios de la capital donde fueron
internados.

En el interior del penal tres reclusos, entre ellos “Pilatos”, se parapetaron en el


baño. Hicieron caso omiso a los pedidos de rendición y murieron en el
intercambio de disparos.

Uno de los amotinados se refugió en su celda y salvó de la muerte la noche del


rescate. Al día siguiente, al empezar una requisa, Juan Alberto González
Zavaleta “Beto” decidió suicidarse antes de ser descubierto, prendiendo fuego
a su colchón y disparándose en el corazón.
“Mosca Loca” fue muerto por los reos que se aprovecharon de la situación para
vengar sus arbitrarias acciones en el penal, en donde detentaba poderes
ilegítimos. Eduardo Núñez Baráybar y Antonio Díaz Martínez resultaron ilesos.

Amelia Ríos de Coloma

La psicóloga de la dirección de penales fue internada en el hospital de las


Fuerzas Policiales por una bala alojada en el maxilar.

Días después, con serenidad explicó a El Comercio que habían sido


momentos dramáticos  y varias veces había tenido que actuar con mucha
energía contra los cabecillas del motín. “Pilatos me dijo que iban a matarme
porque con el acuchillamiento de los hombres no había podido satisfacer sus
exigencias. Le dije que no sería capaz de hacerlo y otros cabecillas que me
conocían salieron en mi defensa”, relató la psicóloga de El Sexto.

Ríos de Coloma escribió meses después el libro “Rehenes en el infierno”, en


donde narra en detalle los oscuros momentos de aquel día y su prolongada
rehabilitación, sobrellevada en el Perú y en el extranjero, que finalmente pudo
superar gracias al amor de su esposo y sus hijos.

Carlos Rosales Arias

El 2 de abril falleció de un paro cardíaco Rosales Arias, el agente penitenciario


de 29 años que fue quemado por los reclusos. El infortunado trabajador dejó
viuda y cinco hijos.
El 26 de abril el diario El Comercio entregó a la viuda María Luz Walling una
donación enviada por un anónimo, que recibió agradecida y emocionada. La
entrega fue efectuada por el redactor Javier Ascue.

(Miguel García Medina)


Fotos: Archivo Histórico El Comercio

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