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Anne Brooke - Por Solo Una Noche (BDSM Homo)
Anne Brooke - Por Solo Una Noche (BDSM Homo)
POR SÓLO UNA NOCHE
For One Night Only (2011)
Importante:
Esta obra de ficción contiene escenas sexualmente explícitas
hombre/hombre (M/M) y lenguaje SOLO para adultos.
Su contenido puede resultar ofensivo para algunos lectores; de modo
que, si estás entre ellos, te invitamos a que no continúes leyendo.
El presente documento ha sido elaborado sin ánimo de lucro, con la
única finalidad de promover la lectura en regiones de habla hispana
donde son escasas o nulas las publicaciones de este género.
Anne
POR SÓLO UNA NOCHE Brooke
ACERCA DEL AUTOR
El trabajo de Anne Brooke ha sido nominado para el Premio de Novelas Harry
Bowling (Harry Bowling Novel Award), para los Premios del Fondo Real
Literario (Royal Literary Fund Awards) y el Premio Asham para Mujeres
Escritoras (Asham Award for Women Writers). Ha sido dos veces ganadora del
Concurso abierto Charitable Trust de Poesía (DSJT Charitable Trust Open
Poetry Competition).
Ama leer novelas policíacas oscuras y peculiares, y tiene una pasión secreta
por la observación de aves y el chocolate. Preferiblemente al mismo tiempo.
Una vez tomó un vuelo en globo en Egipto, pero se pasó todo el tiempo
gritando y espera no volverlo a hacer.
http://www.annebrooke.com
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Anne
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SINOPSIS
La posición de Jake Morrison como Dom se ha visto profundamente
sacudida por su papel involuntario en la reciente muerte de su sumiso.
Cuando se le permite volver a entrar en la Langley’s Pleasure House,
después de una prohibición de seis meses, desea reparar el daño de
cualquier manera posible.
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Jake estaba sentado en el bar de Langley’s Pleasure House1 y
cuidaba su copa de whisky. Bajo las tenues luces, podía ver el débil
resplandor de la bebida cuando la giraba en forma de remolino, antes de
tomar otro muy‐necesitado trago. Llevaba sentado ahí un buen rato, tal
vez tres cuartos de hora o así, pero no le importaba. Todavía era
temprano y él quería tomarse su tiempo, especialmente cuando la
compañía que estaba esperando no sería la habitual. No podía serlo.
El whisky sabía como miel amarga; lo que le daba cierta ventaja.
Eso era bueno, ya que era el tipo de ventaja que le hacía sentirse más
libre. También quería eso. No, lo necesitaba, por lo que apuró la copa con
algo que estaba cerca de ser remordimiento.
—¿Otro, señor? —la voz del barman fluyó en su consciencia como
agua deslizándose sobre una roca, y asintió.
—Gracias.
Mientras esperaba que llegase una segunda copa, escaneó con la
mirada la zona del bar, una vez más. Vio a varios Doms con sus sumisos, la
mayoría de ellos en relaciones de pareja, aunque sólo fuera temporal.
Cerca de ellos, espió a unos pocos turistas de la escena, aunque el lugar
1
Es el nombre del local, que significa La Casa del Placer de Langley
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estaba empezando a llenarse más. Sin embargo, por el momento, el bar
era un lugar relajante y tranquilo para estar, con su rica alfombra roja y
sus muebles de madera oscura y, hasta que vio al hombre que estaba
esperando, Jake estaba perfectamente feliz de pasar tiempo allí. Su
atmósfera casi de club era un ingrediente clave que Langley, el
propietario del lugar -de ahí el nombre- se había propuesto lograr, y lo
había conseguido con un éxito rotundo. Jake no podía más que admirar
tal dedicación a la búsqueda del placer. Era un credo con el que había
vivido él mismo, al menos hasta hace poco.
—Señor Morrison —Langley asintió con la cabeza hacia él, y Jake se
echó hacia atrás su cabello castaño cuando el dueño del club se sentó en
el taburete más cercano—. Me alegra verle con nosotros esta noche.
A pesar de que la música del sistema de sonido flotaba en torno a
ellos, todavía era lo bastante temprano para que fuera posible la
conversación, aunque Jake se alegraba de que Langley permaneciera en
silencio. No quería tener que responder a las preguntas, por el momento,
aunque sabía que surgirían en breve, y Langley pareció darse cuenta de
ello. Jake sólo estaba contento de que se le permitiese permanecer allí, en
el lugar que una vez fue su santuario.
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Por lo tanto, continuó bebiendo, echó un vistazo por el interior y
apreció que, pese a todo lo que había ocurrido en los últimos meses, no se
hubiese quedado solo. Sus recuerdos eran lo que más le asustaba.
Finalmente, Langley rompió el silencio entre ellos, como Jake había
sabido que haría.
—Bastante bien —dijo Jake—. Dadas las circunstancias.
—Eso es bueno, dadas las circunstancias —fue la sucinta respuesta.
Había mucho más que Jake podría haber añadido, las palabras
acechando en el borde de la lengua, pero no sabía cómo, en el mundo,
podía decirlas.
Langley suspiró y terminó su champán. Luego se puso de pie. —Mi
oficina, creo —dijo.
No era una orden, más bien una petición cortés. Una concesión,
entonces, al estatus de Dom de Jake, o estatus anterior. Pero de cualquier
manera, Jake no era lo suficientemente estúpido como para pensar que se
libraría con la negativa de seguir al dueño del club. Ahí, en el terreno de
Langley, tal acto sería casi suicida. Jake necesitaba estar allí y no podía
hacer frente a la idea de una prohibición permanente. Esos seis meses
habían sido tiempo suficiente. Por lo tanto, uno al lado del otro, se
dirigieron a la oficina. Jake estaba más que contento de que Langley no le
hubiese pedido que lo siguiera, pero emparejó sus pasos de modo que, a
ojos de un espectador casual, ellos aparecieran como iguales.
Esto, por supuesto, estaba lejos de la verdad.
Jake escuchó los murmullos a su paso, y un sumiso, un hombre que
no conocía, se apartó de él y se acurrucó cerca de su propio maestro,
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quien le puso una mano tranquilizadora en el hombro. Jake se estremeció,
pero no dijo nada.
En la oficina de Langley, contempló el lujoso sofá marrón y las
sillas, el escritorio de ébano y un ordenador portátil de elegante línea, así
como los paneles de madera oscura en las paredes. Nunca había estado
allí antes, más apreció el estilo tan similar al del club y, sin embargo,
claramente diferente. Se ajustaba al hombre, también.
Jake dudó un momento antes de complacerle. Era demasiado fácil
recordar cómo en los días en que había sido un Dom en activo, el sumiso
siempre se sentaba el último o tal vez nunca en absoluto dependiendo de
la voluntad de su maestro para la sesión. Por supuesto, ahora ya no era
más un Dom, y la posición de Langley estaba fuera de cualquier política
conocida relativa a la escena. Esto era diferente.
—Gracias —dijo, y se sentó.
Langley no dijo nada al principio, y Jake comprendió que era mejor
esperar. Las palabras bullían en su garganta, una vez más, pero las tragó.
Después de unos minutos, un golpe sonó en la puerta.
—Entre —invitó Langley, y uno de los camareros entró con una
bandeja portando una jarra de agua y dos vasos altos—. Gracias, Sam.
Ponlos allí y luego déjanos, por favor. No deseo ser molestado.
—Sí, señor.
Sam puso la bandeja sobre la mesa como le ordenaron y se fue.
Jake fue dolorosamente consciente de que no había recibido ningún
reconocimiento. Tampoco lo había esperado.
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—Sí. —Jake tomó un sorbo de agua y percibió que Langley lo
miraba con calma, de forma directa, sus manos cuidadosamente
recogidas en su regazo. No había tocado el vaso de agua—. Sé que tengo
que dar un montón de explicaciones.
Langley suspiró. —Yo lo veo, más bien, como una oportunidad para
mí de escuchar su versión de la historia, ahora que ha transcurrido algún
tiempo desde que Andrew murió, y de explorar si tiene un futuro aquí, en
mi club, o no.
La mención del nombre de su antiguo sumiso en una conversación
abierta como aquélla, provocó que los músculos de Jake se tensaran, y
depositó el vaso en la mesa antes de que se rompiese. —Entiendo.
Sólo una pregunta del hombre frente a él, y Jake regresó allí:
Miércoles, 15 de septiembre, el año pasado, la noche en que
Andrew se suicidó. No había sido un día particularmente inusual y no
había habido nada que le advirtiera de lo que estaba por venir. A día de
hoy, creía que simplemente no había estado prestando atención. La ironía
de eso era que había pasado la mayor parte del tiempo en la consultora de
IT a nivel internacional, donde trabajaba como Director de Finanzas,
deseando que llegara la noche. Miércoles por la noche: el momento
habitual para que, Andrew y él, jugaran una sesión juntos, en privado.
La noche de los sábados era la noche del club, pero los miércoles
eran para el hogar. Conocía a Andrew desde hacía casi un año y era su
Dom desde hacía casi nueve meses. No estaba enamorado de él, ni vivían
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juntos, pero le tenía cariño y asumió que Andrew sentía lo mismo por él.
Su sumiso podía comportarse de forma excéntrica y desafiante en
ocasiones, pero se compenetraban bien en cuanto a sus necesidades
sexuales. Esto le gustaba a Jake. Era lo que quería.
Cuando llegó a casa del trabajo, Andrew ya estaba allí. Jake pudo
ver que la luz de la cocina estaba encendida y, también, la sombra del
movimiento contra la persiana de la ventana. Para cuando encontró la
llave de su casa y abrió la puerta, su sumiso estaba arrodillado en el
pasillo, con la cabeza inclinada. La visión de aquel corto pelo rubio, la
figura esbelta de Andrew, así como el color rosado de su piel, hizo que
Jake contuviera la respiración.
—Andrew —dijo— puedes levantarte.
—Señor.
Se puso de pie de inmediato y permaneció a un lado, la cabeza aún
inclinada, mientras Jake se quitaba la chaqueta y la corbata. Entonces
Andrew tomó ambas prendas y las colocó, con cuidado, sobre la silla del
vestíbulo. —¿Las llevo escaleras arriba por ti, Señor?
—No, después —Jake negó con la cabeza, aunque Andrew no podía
verlo—. Por ahora, me gustaría tomar una copa. Un whisky. Lo de
costumbre, por favor.
—Por supuesto, Señor.
Jake abrió el camino al salón y se sentó, mientras Andrew se daba
prisa, pero no demasiada, para cumplir el mandato. Se había medio
preguntado, de camino a casa, si comería primero, pero ahora que estaba
aquí, no tenía hambre. Una bebida, en ese caso, luego la sesión, y más
tarde la comida.
Bebió el whisky mientras Andrew se arrodillaba a su lado, su mirada
ahora fija por completo en Jake de la forma en que le gustaba. Sabía que
su sumiso deseaba estar desnudo y ya podía ver la polla de Andrew
empujando contra sus pantalones ligeros de algodón; pero esa noche,
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mientras bebía y sentía el añejo líquido descender por la garganta, Jake
quería incitarle. Haría esperar a su sumiso. De esa manera, la intensidad
sexual entre ellos se vería más tarde reforzada. Así que no dijo nada
mientras que, lentamente, terminaba su whisky; no obstante, sentía la
chispa de la mirada de Andrew sobre la suya, en busca de pistas.
Finalmente, dejó el vaso y sonrió.
—Andrew —dijo.
—Sí, Señor.
—Si hay algo que deseas preguntar o decir, entonces hazlo.
—Sí, Señor. Gracias. Por favor, ¿puedo quitarme la ropa? ¿Por
favor, Señor?
Jake fingió dudar, aunque, de hecho, ya había planeado la
naturaleza y el tiempo de su respuesta. Le gustaba controlar todos los
aspectos de su encuentro. Las sorpresas le molestaban.
Los ojos de su sumiso se abrieron como platos, la expresión de su
rostro cambiando constantemente entre la excitación ante lo que Jake
estaba pidiendo, y el temor a que no le pudiera conceder su solicitud. Se
arrastró alrededor hasta que estuvo justo en frente de Jake. Luego se
inclinó hasta quedar casi postrado a sus pies.
—Por favor, por favor, Señor —le susurró Andrew, con voz
temblorosa y ronca—. Por favor, déjame quitarme la ropa, te lo ruego.
Necesito estar desnudo, Señor, por favor.
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—Permiso concedido —dijo al fin—. Pero quiero que te quites las
prendas de vestir, de una en una, y dejes que te mire hasta que te dé
permiso para que te quites la siguiente. Puedes comenzar con tu camisa.
Cuando la camisa estuvo cuidadosamente doblada en el suelo junto
a su silla, Jake miró el torso de Andrew. Su físico era esbelto y ligeramente
musculoso, el pecho lampiño, salvo por una capa de pelo alrededor de sus
pezones, ya duros. Le encantaba la forma en que se veía su sumiso y sabía
que, con la intención de mantenerse del modo en que a Jake le gustaba,
Andrew era un asiduo visitante del gimnasio local. Él apreciaba el
esfuerzo.
—Levántate —dijo.
Una vez en posición vertical, y a las órdenes pausadas de Jake,
Andrew se quitó los pantalones, zapatos y calcetines. Miró a Jake
expectante, anticipando la orden para quitarse los calzoncillos, pero Jake
no habló. No de inmediato. Podía ver la polla de Andrew esforzándose
por liberarse y una mancha de humedad en el algodón blanco y suave,
donde tenía la fuga, pero en lugar de permitir a Andrew quedarse
totalmente desnudo como deseaba, Jake se levantó.
Caminó alrededor de Andrew, lo más cerca que podía estar sin
tocar nada de piel. Podía ver algunas perlas de sudor formándose en la
parte posterior de su cuello y pensó lamerlas, pero decidió no hacerlo.
Como una concesión a la necesidad de su sumiso, tocó suavemente la
nuca de Andrew y lo vio temblar. Antes de que Andrew pudiera evitarlo,
un gemido escapó de sus labios, y Jake simultáneamente dio un paso
atrás, moviendo la cabeza, aunque Andrew no pudo verlo.
—No quiero escuchar ningún ruido de ti... lo sabes —dijo.
—Lo sé, Señor. Lo siento. Perdóname, por favor.
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Jake dejó que su declaración se quedase sin respuesta durante
algunos instantes de tensión; mientras, Andrew tragó saliva y bajó la
cabeza.
—Estás perdonado, por ahora —dijo al fin— pero habrá que
encontrar el castigo más tarde, y si haces un ruido más, a menos que te
haga una pregunta directa, entonces no permitiré que te corras. ¿Lo
entiendes?
—Sí, Señor —exclamó Andrew—. Gracias, Señor.
—Bien, entonces, quédate tranquilo y quítate los calzoncillos.
—¿Quieres que te toque, Andrew? —susurró en el oído de su
sumiso, observando cómo su aliento agitó su cabello.
—Sí, por favor, Señor, por favor, tócame, te lo ruego.
—Sí, Señor, por favor. Lo estoy.
—¿Ha sido un día muy duro para ti?
—Sí, Señor, lo ha sido. —Algo parecido a una sombra pasó por el
rostro de Andrew, y Jake lo vio tragar saliva de nuevo.
Durante un momento pareció como si Andrew fuera a añadir algo,
algo que justificara sus palabras y la extraña sombra, pero no lo hizo, y
Jake se alegró. No le gustaba involucrarse en la vida personal de sus
sumisos, e igualmente, se aseguraba de que no supieran mucho respecto
a él. Las cosas eran más simples entonces, y el sexo más intenso. Lo cual
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era una regla sensata y le había servido de mucho a lo largo de los años.
No tenía intención de abandonarla.
—Muy bien —dijo con voz ronca, su corazón latiendo rápido, y no
sólo por la excitación—. Pero nada de eso importa porque el día ha
terminado. Estás aquí, y tu único pensamiento es para mí, por favor.
¿Entendido?
Andrew parpadeó. De nuevo hubo un atisbo de la sombra y después
se fue, como si la hubiera empujado hacia algún lugar de modo que no
pudiera interferir con lo que estaba sucediendo. —Sí, Señor.
Todo esto está muy bien, pensó Jake, y continuó con la sesión. Se
tomó un poco de tiempo, simplemente para contemplar al hombre
desnudo y disfrutar de su total vulnerabilidad. La polla de Andrew estaba
goteando una y otra vez, dejando pequeñas gotas de esperma en su
alfombra. Más tarde le pediría a su sumiso que lo limpiara, pues primero
había un montón de experiencias distintas que disfrutar.
—Buena respuesta —susurró Jake—. Gracias.
Deslizó un dedo por la cara de Andrew, a través de la barbilla y
luego por el cuello. Andrew abrió la boca y tomó varias respiraciones
fuertes, pero no gimió. Sus ojos estaban cerrados.
—Abre los ojos —ordenó—. Quiero que veas quién te está dando
placer.
Andrew abrió los ojos de golpe, y fijó su mirada en Jake. Su
expresión tenía una mezcla de anhelo y felicidad tal, que era todo lo que
Jake podía hacer para no besarlo y abrazarlo, aunque sería mejor que la
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diversión quedase en suspenso otro rato. Sin embargo, no sería
demasiado largo; no, si su sumiso continuaba mirándolo así.
Introdujo dos de sus dedos dentro de la boca abierta de Andrew. En
seguida, Andrew cerró los labios a su alrededor, pero no hizo nada más, a
la espera de la orden.
—Bien —dijo Jake—. Eso es bueno. Bien hecho. Me gustaría que
besaras y chuparas mis dedos. Quiero sentir lo mucho que me necesitas.
Andrew obedeció. Moviéndose de tal modo que Andrew no pudiera
verlo, Jake bajó la otra mano, manteniendo los ojos fijos en su sumiso, y la
colocó sobre la polla de Andrew. Sólo ligeramente, cubriéndola, sin
agarrarla. Los ojos de Andrew se ampliaron y apareció más sudor en su
frente. Empezó a jadear, su pecho agitado a falta de aire, y Jake pudo ver
lo mucho que le costaba no romper los movimientos de succión y no
gemir o gritar. Sonrió.
La mirada de Andrew se apoderó de él más todavía, si eso fuera
posible, y después se giró y comenzó a caminar, con paso tembloroso,
hacia la mesa. Jake se movió con él, los dedos todavía en la boca de
Andrew y su mano apoyada en la polla de su sumiso. Cuando ambos
estuvieron colocados, Jake liberó sus dedos retirándolos de los labios de
Andrew. El dolor por esta pérdida de contacto prendió en los ojos de
Andrew, por un instante, antes de desvanecerse a medida que las
expectativas crecían.
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ya que no quería a Andrew demasiado estirado tan pronto. Eso sucedería
más tarde. Aún así, el ardor de esa acción le debería haber provocado un
gesto de dolor, pero su sumiso obedeció la orden y no emitió ningún
sonido.
—Bien hecho —murmuró Jake.
Empujó los dedos dentro y fuera del agujero de Andrew, a veces
haciendo tijera, pero no demasiado. Sabía que la tensión se construiría y
su sumiso estaría rogando tener sexo para cuando él terminase. Al mismo
tiempo, Jake respiró suavemente sobre la espalda de Andrew y deslizó los
dedos de su otra mano a lo largo de su polla. Pero no la agarró, ni besó o
lamió su piel, no todavía.
Finalmente, Jake habló.
—¿Quieres que bese tu espalda? —susurró.
—Sí, por favor, Señor, por favor —fue la jadeada respuesta.
—¿Y tu polla? ¿Crees que mereces que ejerza mayor presión sobre
ella, Andrew?
Una respiración pasó, y luego dos. Y después: —No... no lo sé,
Señor. No merezco nada de ti, pero eres bueno para mí. Siempre eres
bueno para mí. Por favor, Señor, sentir tu mano alrededor de mi polla
sería maravilloso.
—No estoy seguro —Jake se burló de él—. No creo que estés aún
bastante preparado para ello. Continúas siendo coherente, por lo que no
puedes desearlo mucho. Pero esto... sí, esto puede ser que te lo hayas
ganado.
Y con eso, lamió el camino desde la nuca de Andrew, a lo largo de la
columna vertebral, tan lejos como podía alcanzar sin perder el equilibrio.
Jake prestó cuidadosa atención a cada vértebra, lo que hizo que cada
parte de la columna de su sumiso sintiese el calor y la humedad de su
lengua. Debajo de él, los músculos de Andrew se estremecían.
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Jake se preguntó si debería alargar el momento, ya que no creía que
pudiera contenerse mucho más. Su polla palpitaba y deseaba enterrarse
en el interior de Andrew. No obstante, valía la pena un poco más de juego
de dominación.
Rápidamente, se retiró de Andrew, se desabrochó los pantalones y
alcanzó el condón que tenía en el bolsillo de atrás. Cuando se lo colocaba,
oyó suspirar a Andrew. El leve sonido y la necesidad en él le hizo sonreír.
—Andrew —dijo, pero el hombre le ignoró, o tal vez sólo no podía
oírle por encima de los crecientes sollozos y las incomprensibles palabras.
Jake no sabía cómo reaccionar; no tenía idea de cómo calmarlo.
Así que hizo lo único que se le ocurrió. Agarró a Andrew por las
caderas y le penetró, ni siquiera hizo una pausa para dar a su sumiso
tiempo de ajustarse, sino que simplemente empujó en su interior tanto
como pudo. Pensó, tuvo la esperanza, que el dolor llegaría hasta Andrew,
le tranquilizaría de modo que pudieran regresar al juego de roles donde
habían estado, y ambos pudieran continuar disfrutando mutuamente
hasta que alcanzasen la satisfacción. Incluso permitiría a Andrew correrse
fácilmente; dar al hombre un poco de alivio. Pero no funcionó así.
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Andrew comenzó a retorcerse, golpeando con el codo hacia atrás,
por lo Jake estaba casi sin aliento. Seguía gritando, pero las palabras no
tenían sentido.
—Cállate, Andrew, ahora —ordenó Jake, pero no consiguió ninguna
reacción. Agarró los brazos de Andrew y dio una final y desesperada
estocada en su interior. Su cuerpo alcanzó el orgasmo, pero sólo logró un
pequeño placer con la liberación, porque, al mismo tiempo, las palabras
incomprensibles de Andrew se ralentizaron, y Jake finalmente, pudo
entender lo que estaba diciendo.
—No, por favor, no —se quejaba una y otra vez—. ¡Basta, por favor!
Sollozando, Andrew se retorció en sus brazos y golpeó a Jake en la
mandíbula con la parte posterior de la mano. La fuerza del golpe le hizo
tambalearse y perder el equilibrio, cayendo con un ruido sordo en la
alfombra. Andrew le acompañó, sus puños batiendo un patrón de
staccato2 en el pecho y el vientre.
—¡Detente! —gritó Jake, tratando de contener al furioso hombre—.
Por el amor de Dios, ¿qué pasa contigo?
—¿Qué pasa conmigo? —Andrew hizo una pausa en su asalto sin
sentido, dando a Jake la oportunidad de apoderarse de sus muñecas y
apartarlo. Continuó llorando, de modo que sus palabras estaban
ahogadas en lágrimas pero, al menos ahora, Jake podía entenderlas—. Te
diré lo que pasa conmigo: simplemente no te importo una mierda,
¿verdad? No sabes lo que es estar contigo. Eres como una jodida máquina.
Todo es hacer sexo, y jamás, ni una sola vez me has preguntado cómo me
siento acerca de lo que hacemos. Los otros sumisos me contaron que eras
frío, pero no sabía que sería así, nunca podría haberlo imaginado.
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Staccato: Término italiano, que también aparece en la versión original, de modo que no se
traduce, y que quiere decir en este contexto que los golpes se repetían alternativamente y de
forma rápida.
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Jake trató de interrumpir, pero Andrew no había terminado aún.
—Es todo acerca de ti, ¿no? —continuó—. Tu placer, tu cuerpo, tus
decisiones. Y yo quería que te detuvieras, pero no lo hiciste, ¡jodido
infierno!, sino que me violaste, bastardo. Un verdadero Dom nunca haría
eso. Un verdadero Dom se habría detenido.
Una patada en la espinilla puntualizó su declaración, y Jake maldijo
cuando Andrew forcejeó para liberarse y quedarse pasmado de pie. Jake
vio que su pene estaba flácido y que él estaba temblando.
—Estás jodidamente loco —replicó Jake, prácticamente silbando las
palabras mientras se incorporaba. Apretaba los puños y Andrew no era el
único que temblaba, aunque por razones muy diferentes—. Estás loco.
Por supuesto, que se trata de sexo. ¿No es eso lo que estábamos
haciendo? Obtener placer mutuamente del modo más satisfactorio que
sabemos. Ése es el acuerdo y nunca he vuelto sobre el mismo. Te traté
exactamente de la manera que querías ser tratado. Además, no recuerdo
que te quejaras antes. De hecho, si no recuerdo mal, estabas rogando por
algo de sexo rudo. Y no pienses que puedes salir ahora con una verdadera
violación. Podías haber usado tu palabra de seguridad en cualquier
momento. No la oí.
Tomó aliento, dispuesto a discutir más el punto, pero Andrew ya
estaba dándose la vuelta, alejándose.
—¡Bastardo! —dijo en voz baja—. Maldito bastardo.
—Andrew...
—¡Cállate! —Andrew se dio la vuelta, y Jake se preguntó si le
lanzaría otro puñetazo, pero algo en el rostro de su sumiso le mostró que
no se quedaría a pelearse con él—. ¡Cállate, Señor, y déjame en paz! No
quiero más de esto. No más, lo juro.
Con eso, mientras Jake buscaba algo, cualquier cosa, que decir para
traer aquella situación de locos bajo control, de nuevo, Andrew se inclinó,
reunió sus prendas de ropa en los brazos y se marchó. La puerta del salón
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se cerró detrás de él. Jake no tenía la menor idea de lo que acababa de
suceder ni por qué, pero podía sentir la ira vibrando bajo su piel. Tomó
unas cuantas respiraciones profundas, contó hasta diez, lo hizo unas cinco
veces y luego se dirigió hacia la puerta y la abrió. Tenía la esperanza de
encontrar a Andrew en el pasillo, a la espera de instrucciones y de castigo
como haría cualquier sumiso normal que acabase de destruir una sesión
perfectamente buena. Jake estaba dispuesto a asumir el rol y someter al
hombre bajo su control nuevamente. Era su deber, después de todo,
arreglar esto.
Pero Andrew no estaba allí. Ni su ropa, y un rápido vistazo le dijo a
Jake que tampoco su abrigo. Maldijo y abrió la puerta principal. Andrew,
vestido con el abrigo de Jake y agarrando la ropa contra su pecho,
acababa de desviarse del camino.
Ni siquiera llevaba puestos sus malditos zapatos, por amor de Dios.
Estaba loco. Jake pensó llamarlo o incluso correr detrás de él, pero estaría
condenado si hiciera una escena en la calle. Ningún buen Dom -y él era
un buen Dom, no importaba lo que Andrew le acusase- haría nunca eso.
No, era mejor dejar que Andrew regresara, que suplicase perdón, el
cual, por supuesto, Jake le concedería. Habría el castigo y las
explicaciones por este comportamiento, luego continuarían con su
relación. Sin lugar a dudas era el camino a seguir, y Jake se felicitó por su
sentido del juego limpio y planificación.
Como resultado, durmió fácilmente esa noche.
A la mañana siguiente, Andrew estaba muerto. Se había suicidado
con una cuerda colgada de uno de los ganchos en su garaje. El forense
dictaminó desequilibrio mental a consecuencia del acoso laboral sufrido
durante largo tiempo en el trabajo.
Jake no había sabido nada de esto, pues Andrew nunca había
hablado al respecto. Nunca le había alentado. Andrew todavía llevaba el
abrigo de Jake sobre su desnudez, cuando su cuerpo fue encontrado, y
Jake deseaba con todo su corazón y su alma haber corrido tras él por la
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calle cuando tuvo la oportunidad. Por retroceder en el tiempo y cambiar la
decisión que tomó, él daría toda la denominada dignidad del mundo.
Cuando Jake terminó su historia, su rostro estaba bañado por las
lágrimas. Dejó que éstas permanecieran donde estaban. Le marcaban, y
lo necesitaba. Lentamente, Langley se levantó, cogió la jarra de agua y
volvió a llenar el vaso de Jake. Al principio no dijo nada, pero dio a Jake
suficiente tiempo para recuperar algún tipo de control.
Fue sólo cuando Jake alcanzó su vaso y bebió un sorbo de agua, fría
y sombría en su lengua, que Langley habló.
—Sí —dijo, su voz tan sólo un susurro—. Debería haber ido tras
Andrew cuando tuvo ocasión. Jugó su sesión mal, señor Morrison, muy
mal, de hecho. Andrew era frágil. Su vida y su trabajo no iban bien y
usted, como su Dom, debería haber sido consciente de ello. Sus acciones
y mal manejo de su sumiso condujeron a su muerte, aunque sea
indirectamente.
—Sí, lo sé. Lo siento. Créame cuando digo que lo lamento más de lo
que puedo expresar.
—Bien.
Langley se quedó en silencio de nuevo. Jake tragó saliva, pero su
garganta estaba seca. —Entonces, ¿qué pasa ahora? Voy a hacer lo que
me pida, lo juro.
—No ruegue, señor Morrison —dijo Langley, con el rostro carente
de expresión—. Ningún Dom ruega jamás. Necesita aprender a manejar
mejor sus emociones. Si va a ser un Dom de nuevo en mi club, debe
encontrar el equilibrio adecuado entre su aparente frialdad y el caliente
temperamento y la pérdida de control que le suscite una situación difícil.
Y tengo que decidir si puede aprender a hacerlo.
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Incapaz de hablar y de ver, sin duda alguna, la rectitud3 en lo que
Langley le estaba diciendo, Jake sólo pudo asentir.
—Bien —dijo Langley de nuevo, mirándole—. Porque hay bastantes
cosas que necesita aprender.
Durante los largos días y noches de estar excluido de los locales de
Langley, a causa de lo que había permitido que sucediera, Jake había
llegado a las mismas conclusiones por sí mismo. Su visita aquí esta noche
había sido, en cierto modo, un intento de redimirse, de mostrar su dolor y
pesar, así como su comprensión de que nunca podría ser de nuevo parte
de este mundo. Estaba decidido a hacer cualquier reparación -si pudiera
hacerse algo por la pérdida de la vida de un hombre, de lo cual Langley lo
acusaba- ya fuera pública o privada.
Langley lo miró, buscando su rostro hasta que Jake sintió que el
hombre podía ver cada centímetro suyo, en su interior, donde importaba.
Finalmente, el propietario del club asintió con la cabeza, y Jake se
preguntó qué habría encontrado.
—Venga —dijo, alargando su mano a Jake—. Jugaremos una sesión
en el club, donde todos puedan verla, y después tomaré mi decisión.
Jake tomó la mano de Langley, sintiendo el calor de la palma de su
mano contra sus dedos. Aunque iba en contra de sus inclinaciones,
respondió como sabía que debía. —Voy a hacer lo que me pida, Maestro
Langley.
Langley sacudió la cabeza y sonrió por primera vez desde la
confesión de Jake. —Al contrario, yo haré lo que usted me pida, Maestro
Morrison, dentro de mis límites.
Esta vez la sorpresa de Jake fue genuina. —¿Usted es un sumiso?
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Rectitud: Recta razón o conocimiento práctico de lo que debemos hacer o decir; cualidad de
recto (esto es, justo, severo e intachable en su conducta) (Fuente: Real Academia Española).
Es decir, hace referencia a aquello que es recto y justo en el sentido ético y moral.
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Langley levantó una ceja hacia él mientras sus dedos estaban
entrelazados. —Soy lo que sea que elijo ser, Maestro, y esta noche yo soy
su sumiso. Por sólo una noche, quizás.
Fuera de los confines de la oficina de Langley, la decoración del club
rodeó a Jake como el abrazo de un amigo muy querido que no hubiera
visto desde hacía tiempo. No obstante, no estuvo seguro si el abrazo era
de bienvenida cuando notó varias miradas más dirigidas hacia él, algunas
curiosas y otras adustas. No podía culparles de nada.
Langley se detuvo en el pequeño escenario en la parte posterior de
la sala principal y desenredó sus dedos de los de Jake. Indicó a uno de los
camareros que apagase la música y elevase los niveles de luz en el
escenario, después se giró de frente a la sala. Los grupos de personas
fueron quedándose en silencio y amontonándose más cerca, cuando
comenzó a hablar.
—La sesión que están a punto de presenciar —dijo Langley—, no
está en nuestro programa, pero creo que es apropiada. Como pueden ver,
un viejo conocido ha regresado con nosotros esta noche, cuando la
prohibición sobre su presencia ha finalizado, por ahora. El Maestro
Morrison ha sido puesto bajo probatoria en su calidad de miembro de este
club, y este periodo de prueba comienza esta noche. Maestro Morrison,
estoy a su servicio y deseo someterme a sus órdenes.
—Por favor, suba al escenario, señor Langley —dijo, sin saber la
forma de abordar al hombre, pero decidiendo que la formalidad era el
mejor curso de acción. No obstante, mientras Langley cumplía, a Jake se
le ocurrió que primero tenía algo más que decir.
Antes de que él, también, subiese al escenario, se volvió hacia los
hombres y -algunas- mujeres, todos esperando por lo que iba a tener
lugar. Les dirigió una breve sonrisa, que no reflejó su corazón.
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—He permitido, por mis acciones —dijo, asegurándose de que su
voz era lo suficientemente fuerte como escucharse en toda la sala—, que
un hombre se suicidara. Es algo que jamás voy a olvidar y también algo
por lo que no espero ser perdonado. Pero estoy agradecido de que me
hayan permitido venir aquí esta noche y tomar parte en esta sesión.
Gracias.
—Estoy aquí para cumplir su voluntad, Maestro —dijo Langley.
Jake anduvo hacia él, notando la presencia de dos de los hombres
de seguridad de mayor experiencia de Langley, en las sombras de la
esquina del escenario. Era de esperar y en cierto modo le tranquilizó. Aquí
en el club y entre tantas personas, no podría equivocarse mucho.
Cuando llegó junto a Langley, le tocó el hombro. —Dígame su
palabra de seguridad.
Sin la más ligera pausa, Langley respondió. —Es Andrew, Maestro.
«Por supuesto. Tenía que ser ésa». Jake cerró los ojos brevemente
antes de hablar. —Es aceptable, señor Langley.
Jake estudió el escenario. Lo conocía bastante bien de mucho
tiempo atrás, pero nunca había realizado allí ninguna sesión, prefiriendo
hacerlas en privado. Únicamente había visto a otros hacerlo. El diseño era
simple. Un completa tabla de roble con las fijaciones en todas las esquinas
y un asiento para arrodillarse, lo que proporcionaba al Dom fácil acceso al
culo del sumiso. Del techo colgaban un sistema de sogas con, más allá de
ellas, unos pocos asientos cómodos, y sobre la pared de detrás, una
pequeña selección de látigos, cadenas, paletas y pañuelos.
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no incluían lo exótico. Era, en definitiva, el poder emocional lo que le
excitaba, no el control puramente físico, aunque los dos estuvieran
enlazados.
Se volvió para Langley. Por ahora, la sala estaba en absoluto
silencio. —Quítese la chaqueta.
Langley lo hizo, con la cabeza inclinada, y la dejó caer al suelo. Era
sorprendente, pero la simple acción parecía ser lo más erótico que Jake
hubiese visto en mucho tiempo. Se sacudió para centrarse en el
momento. El hombre que jugaba como su sumiso necesitaba su atención.
Acercándose a Langley, Jake extendió la mano y deslizó los dedos
por encima de su cuello y alrededor de la garganta. A su toque, Langley
tragó saliva. Jake sintió la pequeña protuberancia de la nuez de Adán
moviéndose contra su mano. Aspiró profundamente.
—Levanta la cabeza —dijo.
Langley obedeció. Jake le acarició el cuello, maravillándose de lo
suave que era su piel, y pasó sus dedos hacia la barbilla y por encima de su
boca antes de romper el contacto.
—¿Disfruta siendo tocado, señor Langley?
—Mucho, Maestro.
—¿Le gustaría que tocase más de su cuerpo?
—Sí, Maestro, si usted lo desea.
Esta vez, la respuesta de Langley fue más ronca.
—Bien —dijo Jake—. Quítese la ropa, por favor. Lentamente, si es
que va a hacerlo.
Mientras Langley se desabrochaba los botones de la camisa, Jake
bajó la tela para revelar más de sus hombros y espalda. El hombre tenía
un tatuaje de una estrella y una espada grabada en oro y plata en el
omóplato de su hombro derecho, y Jake no pudo dejar de recorrer su
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contorno con las manos. Amaba la espalda de los hombres... qué sutil
combinación de fuerza y vulnerabilidad oculta en el patrón de músculos y
huesos. Pero amaba los tatuajes más, y su descubrimiento fue una
deliciosa bonificación a su juego de dominación.
—Hábleme de esto —preguntó—. ¿Cuando se lo hizo, y para quién
es?
Langley se estremeció y sus manos dudaron en el siguiente botón.
—Por favor, siga desvistiéndose —dijo Jake—. No le pedí detenerse.
Puede contármelo mientras se quita la camisa.
—Sí, Maestro. —Después no hubo más vacilación, y Jake tuvo la
fuerte sensación de que sus palabras y su calmado tono habían
estabilizado al propietario del club. De hecho, cuando Langley habló a
continuación, su voz sonaba relajada.
—Me hice el tatuaje cuando tenía diecinueve años —dijo—. Fue un
largo verano, y yo estaba verdaderamente enamorado por primera vez.
Se llamaba Peter. Tenía treinta y dos años. Nos conocimos en un club,
muy similar a éste, e hicimos el amor la primera vez que salimos. Nunca
me había pasado antes nada igual y fui suyo durante todo aquel verano.
Más, si él lo hubiese querido. Peter tenía un tatuaje similar en su hombro
izquierdo, y yo quería marcarlo en mí, demostrarle que le pertenecía, por
completo.
—¿Te dolió?
—Sí —respondió Langley después de una pausa de no más de un
latido del corazón—. Pero deseaba hacérmelo, para que así supiera lo
mucho que le amaba.
La camisa estaba casi fuera, a falta de uno o dos botones para caer.
Jake se inclinó hacia delante y pasó la lengua suavemente sobre el
tatuaje, delineando su forma sobre la espalda de Langley.
—Ahora es mío —dijo—. No de Peter.
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—Sí, Maestro.
—¿Cuándo lo dejó?
Langley suspiró. —Al final del verano, Maestro, cuando acababa de
cumplir veinte años. Me echó sin ninguna explicación. Después se marchó
al extranjero sin decir adiós, y nunca lo vi de nuevo.
Jake puso sus brazos alrededor de Langley y lo meció hacia atrás y
hacia delante, sucesivamente, por un minuto o dos. —Lo siento, pero yo
estoy aquí, y no abandonaré hasta que este encuentro nos haya
satisfecho a ambos. ¿Entiende?
—Sí, Maestro —dijo Langley, echándose hacia atrás en el abrazo—.
Gracias, Maestro.
En un impulso, Jake se inclinó hacia abajo todo lo que pudo y
lentamente lamió el cuerpo de Langley, por su espalda y terminando en
su cuello. Langley suspiró y, en ese pequeño sonido, algo cambió entre
ellos. Podrían haber estado a solas, en algún lugar lejano y disfrutando
mutuamente en privado, en vez de ahí, en el club de Langley, a la vista de
todos.
Jake tragó saliva. Si hubiera estado desarrollando esta sesión antes
de que Andrew hubiera muerto, entonces su primer pensamiento habría
sido para su propio placer y cómo conseguir que su sumiso se rindiese a él.
Sí, lo habría hecho sólo de manera que su sumiso disfrutase también, pero
el gozo de su sumiso no habría sido su principal consideración.
Ahí, con Langley, era diferente. Incluso en el rol de sumiso, él era un
igual. No, más que eso, él poseía mayor poder que Jake debido a su
condición de propietario del club y porque él había sugerido el encuentro.
Era Jake, quien obedecía. No sabía realmente qué hacer a continuación, o
incluso qué excitaba a Langley. No se le había ocurrido preguntar.
—¿Maestro? —la pregunta susurrada de Langley devolvió a Jake a la
realidad, su boca rozando gentilmente el cuello de Langley. Se había
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Necesitaba la ayuda de Langley para continuar. Se inclinó hacia
adelante, bajando la voz equiparándola a la de su sumiso. —Dígame, ¿qué
no le gusta hacer?
Una sonrisa asomó en la boca de Langley mientras se giraba a
medias. —Jugar a la cera —dijo—. Animalismo. Todo lo que implique
emisiones que no sean esperma o saliva. Y la violación, Maestro. Eso
sobre todo. Por lo demás, haré lo que me ordene.
Jake parpadeó. —Gracias.
Se puso de pie, se pasó una mano sobre su rostro y se hizo a un
lado.
—Levántese —dijo—. Puede quitarse el resto de la ropa, y camine
hacia las sogas.
—Sí, Maestro.
Langley hizo lo que le dijo, y el silencio de la multitud creció, si
fuese posible, más aún. Debía ser la primera vez que habían visto desnudo
al propietario del club, y la polla de Jake empujó contra sus calzoncillos
cuando se tensó en una rápida respiración. El cuerpo de Langley era
esbelto, no excesivamente musculoso, pero fuerte. Jake se preguntó si
corría, ya que no era un físico adquirido sentado todo el día en un
escritorio haciendo negocios del club y entreteniendo a sus invitados por
la noche. Tampoco tenía el aspecto de un hombre que pasara tiempo de
forma regular en el gimnasio.
Cuando Langley levantó las manos, Jake las ató a las sogas,
asegurándose de que el dueño del club tuviese estirados, tan firmemente
como fuera posible, los brazos sobre su cabeza, aunque las propias
ataduras no eran fuertes. Quería que Langley estuviese un poco fuera de
su zona de confort, de modo que supiese que estaba atado, pero no lo
suficiente para que el dolor superase al placer de estar inmovilizado y
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abierto. Para su sorpresa, quería el placer de Langley, tal vez incluso más
que el suyo propio. No sólo en la superficie, como lo había sido para todos
sus otros sumisos, incluyendo a Andrew, sino en su interior, donde
importaba.
Dio un paso atrás, notando que la polla de Langley estaba
empezando a ponerse dura. —¿Está listo para hacer mi voluntad?
—Sí, Maestro —respondió, medio jadeando.
—Eso es bueno. Lo está haciendo muy bien, señor Langley —dijo
Jake. —Verdaderamente, bien.
Dio una vuelta completa alrededor de su sumiso, arrastrando su
mano por las nalgas, la cintura y la polla. Langley jadeó. Gotas de
humedad se acumularon en la frente. Jake se acercó, pasó un dedo por el
sudor y luego chupó las pequeñas gotas de su piel. Su lengua probó la sal
y el calor. Los ojos de Langley siguieron el movimiento y lamió sus labios
en respuesta.
—¿Le gustaría que lo hiciera otra vez? —preguntó Jake.
—Sí, por favor, Maestro —la necesidad en la voz de Langley fue
abrumadora y, al mismo tiempo, empujó su polla hacia Jake.
—Estese quieto —ordenó Jake, y Langley obedeció de inmediato—.
Si quiere que le toque, entonces debe preguntar.
—Sí, Maestro. Lo siento, Maestro.
Jake permitió una pausa en la acción que se desarrollaba entre
ellos, y sintió el creciente interés y la tensión en los espectadores a su
espalda.
—Sí, gracias, Maestro. Por favor, ¿podría tocar mi polla otra vez?
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Langley gimió y cerró los ojos, pero mantuvo su posición como le
habían ordenado. Jake se detuvo frente a él, aunque ligeramente a un
lado para que la gente siguiera teniendo una buena vista.
—Abra los ojos —dijo, y Langley encontró la mirada de Jake y la
sostuvo—. Bien hecho —continuó Jake—. Usted me ha satisfecho esta
vez. —Extendió la mano y recorrió con un dedo la polla de Langley desde
la base hasta la punta, barriendo la humedad allí—. Abra la boca y
límpialo con la lengua.
La boca de Langley se sentía caliente e hizo pleno uso de la
oportunidad de jugar con los dedos de Jake, burlándose de él con su
lengua, llevándolo cada vez más profundo y sin apartar ni una sola vez la
mirada. Jake sintió que su rostro se calentaba y se preguntó lo qué podría
hacer Langley a su polla y si se le podría convencer para volver a jugar en
algún momento.
Sin embargo, esta noche no era para él. Era para Langley, y por
Andrew. No debía olvidarlo.
—¿Maestro? —una vez más, una pizca de conocimiento intuitivo, en
la pregunta de Langley.
Jake se dio cuenta de que, sin saberlo, se había retirado de la boca
de su sumiso y aún no había dado más instrucciones. Maldita sea su
necedad. No sería atrapado de nuevo.
Asintió con la cabeza a Langley y se apoderó de su hombro,
tranquilizándolo con su presencia.
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—Su culo es tan suave y blanco, señor Langley —dijo, golpeando
con calma—. Creo que debería enrojecerlo, ¿no? Se merece un castigo,
aunque sólo sea por su leve desobediencia de antes.
Langley jadeó y tragó saliva. —Sí, Maestro, me lo merezco. Por
favor, deme todo lo que desee.
Jake sonrió ante tal afán y tomó una de las paletas. Sin conocer los
límites del dolor de Langley, seleccionó la más suave que pudo ver.
—Sí, Maestro.
Jake hizo una pausa, sin dejar de sonreír. —De hecho, creo que
puede hacer aún más por mí. Quiero que cuente los azotes, señor
Langley. En voz alta. Y después de cada serie de cinco, quiero que me
confiese algo relativo a Peter. Algo que tenga que ver con la forma en que
le hacía sentir, sobre las relaciones sexuales entre ustedes, hechos que
sólo usted y él podrían conocer. Cuando lleguemos a los treinta azotes,
entonces puede correrse, si se lo permito. No antes. ¿Comprende?
—¿Señor Langley? —pidió.
Durante otros pocos latidos del corazón, Jake pensó que su sumiso
podría invocar la palabra de seguridad, dar toda la sesión por finalizada y,
al hacerlo, asegurar la humillación de Jake. Incluso creyó ver que los labios
de Langley se movieron para enmarcar la palabra Andrew, pero no salió
ningún sonido. Sólo cuando se preguntaba si debería preguntar de nuevo
o aumentar el castigo de alguna manera, Langley lo miró directamente y
asintió con la cabeza.
—Sí, Maestro —dijo—. Entiendo. Estoy preparado.
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Jake comenzó suavemente, concentrándose en la nalga derecha, su
primer azote apenas rozando allí la piel.
—Uno —dijo Langley.
A los cinco golpes de la paleta, Jake se detuvo, y Langley temblaba,
los puños de sus manos apretados.
—La primera vez que besé a Peter —dijo— estaba tan ansioso, que
mordí su labio. Probé su sangre en mi boca. La tragué, porque quería algo
de él dentro de mí tan pronto como pude conseguirlo. Nunca había
estado tan desesperado por alguien, ni antes ni después.
Cuando Langley dejó de hablar, Jake se inclinó y besó su hombro,
aquél que carecía de tatuaje. —Bien hecho —susurró.
Jake reanudó el ritmo de los azotes, asegurándose de aumentar la
fuerza de modo que las nalgas de Langley empezaron a enrojecerse, y
éste gritó, un gañido corto que terminó en un silbido.
—Está bien —Jake lo tranquilizó—. Puede hacer tanto ruido como
necesite.
Langley asintió con la cabeza. —Diez —dijo, cuando alcanzó el
número correcto.
Esta vez, tomó unas cuantas respiraciones antes de hablar.
—Nunca follé a Peter —confesó—. No quería hacerlo. Él me follaba
y eso era suficiente. Más que suficiente. Me hacía sentir que yo era suyo y
era todo lo que quería ser. Solía suplicarle que no usara un condón, pero
nunca se mostró de acuerdo en ello. A veces lo lamento, incluso ahora.
No era suficiente. Jake quería más. —¿Cómo le follaba?
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Sin darle ninguna oportunidad de recuperarse, Jake le dio a Langley
un resonante azote con la paleta, esta vez en la nalga izquierda, tan fuerte
que gritó y se le saltaron las lágrimas de los ojos. —Once.
Llegaron los quince golpes, Langley aún gritaba a cada golpe, si
bien también decía los números como le ordenaron. Le tomó algunos
instantes para formar palabras para la siguiente confesión, y Jake notó
que su pene estaba totalmente duro y que tenía una fuga seria. Este
hecho, junto con el enrojecimiento del culo de Langley, hizo que la polla
de Jake respondiera del mismo modo.
—Me mudé con él —dijo Langley—, y ahí fue cuando me hice el
tatuaje. Él me acompañó y se quedó hasta que se terminó. En casa, le dije
que era suyo para siempre, si él quería, y me golpeó. Fue la primera y
única vez que lo hizo, y nunca me había sentido tan feliz.
Jake dio un par de pasos por el costado de modo que Langley
pudiese verlo.
—Y luego todo cambió —dijo—. ¿No es así, señor Langley?
El propietario del club volvió la cabeza hacia él. Sus ojos estaban
húmedos. Él asintió con la cabeza. —S‐sí, Maestro.
Los siguientes cinco golpes fueron más duros, y Jake sabía que
Langley estaba empezando a deshacerse totalmente bajo sus atenciones.
Sus gritos eran más agudos, las nalgas de un rojo vivo y el recital del
número de golpes recibidos apenas estaba bajo control. Jake sabía que
Langley lo perdería, y pronto. La mezcla de castigo físico y emocional
estaba resultando demasiado para él, quizás para los dos. La multitud,
también, lo sabía. La tensión en la sala era palpable y, de reojo, Jake pudo
ver algunas parejas que salían, con total decoro, si es que algo de eso
existía allí.
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Era el momento de ser compasivo. Él estaba decidido a aprender
algo de la muerte de Andrew. Se lo había prometido a Langley y a sí
mismo, y se lo habría prometido a Andrew, igualmente, si hubiera vivido
para escucharlo. No dejaría que ninguno se sintiera decepcionado.
Se colocó delante de las cuerdas. —Dígame lo peor de perder a
Peter —dijo, asegurándose de que su voz fuera lo suficientemente fuerte
para que llegase, no sólo a Langley, sino también a todo el que
observaba—. No se guarde nada. Cuando haya terminado, le voy a dar
sólo cinco azotes más. Si estoy satisfecho con su respuesta y su
rendimiento, entonces le diré si puede correrse. Si no, entonces no se lo
permitiré. ¿Entiende?
Los ojos de Langley estaban vidriosos y él estaba sudando, pero
consiguió hablar. —Sí, Maestro.
Cuando Langley, finalmente habló, su voz era más calmada de lo
que había sido durante sus confesiones anteriores, pero Jake tenía la
sensación de que, debido al prolongado silencio en el club, la gente aún
podía escucharle.
—El día que Peter me echó —dijo Langley, sus palabras brotando
lentamente por el dolor, sin embargo, algo dentro de él las arrastraba—,
no tuvo las agallas para decírmelo. Llegué a casa del trabajo, desesperado
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por verlo y dejarle follarme como de costumbre, pero había cambiado las
cerraduras y no pude entrar. No podía creer que lo hubiese planeado, pero
debió hacerlo. Grité y llamé con los nudillos durante mucho tiempo.
Todos los vecinos miraban.
—Cuando golpeé en la ventana, hubo un movimiento en el interior
y entonces lo vi. Él estaba en el sofá, follando a alguien más. No podía ver
quién era. Debería haberme marchado, pero no lo hice. Seguí gritando y
aporreando el cristal. Pensé que saltaría, que vendría corriendo a dejarme
entrar, y habría una explicación, aunque Dios sabe cuál. Pero él sólo
sonrió y regresó a su follada. Me rompió por dentro, Maestro, en un lugar
que no sabía que tenía y que nunca ha sido reparado desde entonces.
Jamás he contado a nadie lo que sucedió, no hasta hoy.
En el instante en que Langley terminó, Jake retrocedió a su lugar,
detrás del hombre inmovilizado, agarrando la paleta con más firmeza.
—Bien hecho —dijo—. Me ha satisfecho sobremanera con lo que ha
admitido. La verdad tiene que hacerse pública, señor Langley, donde
pueda ser tratada de una vez por todas. Ahora es mi responsabilidad, ya
no es la suya, y puedo llevarla por usted. Peter se ha ido, pero yo estoy
aquí, prestándole toda mi atención. Así que, cuente los últimos cinco
azotes por mí y después puede correrse. Confíe en mí, sé que puede
hacerlo.
La paleta descendió sobre la carne escarlata de Langley con un gran
golpe. —Veintiuno —gritó, entre sollozos.
—¡Veintidós! —Jake dejó caer una lluvia de golpes, sin permitir
ninguna pausa de recuperación entre ellos en ese final de sesión.
—Veintitrés —Langley medio‐gimió, medio‐susurró el número.
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—Veinti‐cu‐cuatro.
Jake estaba en el límite de perder el control de sí mismo, pero le
restó la suficiente cordura para dar su orden final mientras llevaba el
brazo hacia atrás para su último swing4.
—Córrase por mí, señor Langley. ¡Córrase por mí! —Bajó la paleta,
dándole todo lo que tenía.
Su semen salió disparado hacia adelante, llegando hasta el borde
del escenario y más allá. Siguió corriéndose mientras su orgasmo se
extendía por su cuerpo, apoderándose de él por completo. Jake soltó la
paleta y lo estrechó entre sus brazos, susurrándole palabras de aliento y
aprobación. No tenía ni idea de lo que decía, pero Langley se reclinó hacia
atrás dentro del abrazo, mientras su placer seguía su curso.
Luego, cuando Langley dejó de temblar y no tenía más fluidos que
soltar, Jake lo desató y lo levantó en brazos. Sin prestar absolutamente
ninguna atención, a nadie más en el club, llevó a Langley a través del
escenario, bajó al piso, y lo condujo hacia la sala privada más cercana.
Uno de los guardaespaldas saltó hacia delante para abrirle la puerta, pero
no trató de detenerlo. En su lugar, le entregó la ropa de Langley, y Jake le
dio las gracias con un movimiento de cabeza. Una vez dentro, dio una
patada en la puerta cerrándola con el pie, acostó boca abajo a Langley,
tan suavemente como pudo, en el sofá, y cogió el agua y el gel calmante.
—Bien hecho —continuó diciendo de manera que el propietario del
club pudiera oír su voz, incluso cuando no podía sentir su tacto—. Estuvo
maravilloso ahí fuera. Realmente maravilloso. Gracias.
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Swing: Término acuñado, que hace referencia al movimiento general del cuerpo que hace el
jugador del golf para adquirir el impulso para golpear la pelota. Ese movimiento es el mismo
que hace Jake para golpear con la paleta.
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Jake sentía que algo dentro de él había cambiado tanto, que ya no
era el hombre que había entrado en el club esa noche, aunque no podía
expresarlo completamente en palabras, ni siquiera para sí mismo. Así que
ayudó a Langley a tomar el agua despacio y luego le extendió el gel sobre
sus enrojecidas nalgas, todo sin hablar.
—Gracias —le susurró Langley, al fin, cuando hubo terminado de
beber—. Eso fue... bueno. Diferente, pero bueno.
—El placer es mío —respondió Jake—. Y gracias, igualmente.
—Es un trabajo que da sed —comentó Langley, su voz sonaba más
fuerte.
—Sí, por supuesto.
Langley se tomó su tiempo para sentarse sobre los cojines, pero se
negó a aceptar la ayuda que Jake le ofreció. Ya no era un sumiso, sino el
dueño del club. Una vez incorporado, hizo una mueca de dolor y le dio una
leve sonrisa.
—Usted es un Dom desafiante con la paleta —dijo.
Jake iba a empezar a disculparse, pero entonces captó el brillo en
los ojos de su compañero. —No recuerdo ninguna queja.
—No, no lo hice. Creo que fue obvio que me encantó, señor
Morrison. Es interesante la reputación que tiene de ser frío, pero allí atrás
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utilizó la emoción, como si fuera un cuchillo, para sajarme. Fue poderoso,
pero sorprendente. Me alegro de que no me diese los treinta azotes. Con
toda la experiencia que tengo, no estoy seguro que pudiera haberlos
tomado.
Jake se humedeció los labios con la lengua. —Es la única forma que
conozco de utilizar las emociones.
Lo que dijo le hizo parpadear. Nunca lo había visto así antes, pero
era cierto. Los sentimientos eran un arma para deshacer a otros, no algo
que pensase para sí mismo. Andrew había tenido razón respecto a él,
después de todo. Sintió que la garganta se le contraía y, por un minuto o
dos, no pudo recuperar el aliento.
—Calma, señor Morrison —dijo Langley, y Jake sintió el ligero toque
de una mano en su hombro—. Sólo respire. Tranquilidad, venga. Todo
está bien.
Pasaron otros minutos y la garganta de Jake se relajó. Su cara
estaba húmeda y la limpió secándola con el brazo. Un almidonado
pañuelo blanco apareció entre sus dedos y lo utilizó.
—Gracias.
Langley le miró, con curiosidad, pero sin juzgar. Era extraño cómo
su desnudez no le restaba autoridad. Era como si, por él, la ropa y lo que
pudiera proporcionar ésta, fuera irrelevante. —No hay vergüenza en las
lágrimas, ya sabe.
No, Jake no sabía, no realmente, pero asintió con la cabeza de
todos modos. Langley frunció los labios como si fuera a retarlo, pero
luego se encogió de hombros.
—El hecho es que tiene los ingredientes de un buen Dom, pero
necesita un sumiso con experiencia para sacar lo mejor de usted. Hubo al
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menos un par de momentos ahí, esta noche, que no estuvo en completo
control de sí mismo, y mucho menos de mí. Es algo sobre lo que necesita
trabajar.
—Sí, lo sé. —Todavía sentía el zumbido de excitación por ver el culo
de Langley. Aún sentía la necesidad de Langley antes de que le permitiera
correrse. Quería más, pero comprendió que lo que había sucedido fue,
una lección, por sólo una noche—.Y quiero trabajar en ello, señor Langley,
se lo prometo.
Sin pensarlo, Jake había llamado a Langley por el nombre que había
utilizado durante la sesión y se sintió enrojecer. No era apropiado ahora
que estaban solos y había terminado el encuentro, pero el propietario del
club se limitó a sonreír.
—Bueno —dijo—. Acepto su promesa. Tengo la que creo que es una
solución para usted, señor Morrison, si está de acuerdo. Si usted me dice
los encuentros D/s que llevará a cabo aquí, en el club, sólo hasta que su
periodo de probatoria finalice, entonces yo puedo ofrecerle un sumiso
con experiencia que, creo, se ajustará a sus necesidades muy bien.
Jake sintió una punzada de decepción por las palabras de Langley,
incluso aunque entendía lo generoso -dadas las circunstancias- de tal
oferta. Tosió para ocultar su confusión. —Gracias. Confío en su elección,
Langley, y la acepto totalmente. ¿Cuánto durará mi período de
probatoria?
Langley frunció los labios y tamborileó con los dedos sobre el brazo
de la silla por un momento.
—Creo que, inicialmente, tres meses será un tiempo apropiado. No
me malinterprete. No será una relación, sino más bien una serie de
encuentros físicos, que deberían ser interesantes y -¿cómo lo diría?-
informativos para ambas partes. Al final de la probatoria, me reservo el
derecho de tener en consideración los pensamientos de su sumiso para
avanzar desde ese punto, así como los suyos. Naturalmente.
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—Naturalmente —se hizo eco Jake. Otro asunto se le ocurrió, uno
que debería haber planteado por derecho antes—. Así que dígame. ¿Qué
sumiso tiene en mente?
Langley sonrió y cruzó las manos sobre su regazo. Su respuesta
hizo ver a Jake que los próximos tres meses serían, por lo menos, tan
placenteros como educativos.
—Ahora bien, usted es un hombre inteligente —dijo Langley—. ¿En
quién pensaba, Maestro Morrison?
FIN
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