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Inti y Bryan: los sueños arrebatados por la

violencia del Estado

El sábado 14 de noviembre, Jordán Inti Sotelo Camargo (24) y Jack Bryan


Pintado Sánchez (22) murieron a causa de la represión policial de la
marcha nacional en contra de la presidencia de Manuel Merino y el
Congreso. Los certificados de sus necropsias detallan brutales impactos de
proyectiles por armas de fuego sobre sus cuerpos. Dos jóvenes que no
buscaban el heroísmo por una muerte precoz, sino concluir sus estudios,
trabajar y construir la posibilidad de un país distinto. Este es un homenaje a
su memoria de sus vidas a partir del recuerdo de sus amigos y familiares
para que la impunidad y la lenta justicia no permita que los olvidemos
nunca.

18 noviembre, 2020

La tarde del lunes 9 de noviembre, 105 congresistas votaron a favor de la


destitución del expresidente Martín Vizcarra, por "incapacidad moral
permanente". Manuel Merino , congresista del partido Acción Popular -
entonces presidente del Congreso y uno de los principales impulsores de la
vacancia- asumió el cargo . 

Ese mismo lunes, decenas de colectivos y grupos de jóvenes, organizados


a través de las redes sociales, salieron espontáneamente a las calles a
protestar, en varias ciudades del país. La arbitraria decisión de la mayoría
del Congreso (105 de los 130 parlamentarios) de destituir a Martín Vizcarra
ocurrió a tan solo cinco meses de las elecciones generales, y en medio de
una pandemia que ya va dejando en Perú más de 35 mil muertes.

Desde entonces las manifestaciones en todo el país no pararon y la


represión policial, apareció con un ímpetu alarmante. El jueves 12 de
noviembre, en la primera gran marcha nacional, en Lima hubo más de una
decena de heridos  por bombas lacrimógenas  y perdigones, que fueron
atacados por la policía mientras protestaban pacíficamente. Este grado de
violencia policial no se veía en la capital del país desde fines de los años 90
y el año 2000, cuando se impulsó la Marcha de los Cuatro Suyos contra  el
gobierno autoritario de Alberto Fujimori. 

Pero la noche más sangrienta, la última en las vidas de Inti Sotelo Camargo
y Jack Bryan Pintado, fue la del sábado 14 de noviembre. Según
los certificados de las necropsias , ambos jóvenes fueron asesinados por
múltiples disparos de proyectiles con armas de fuego. Además,
la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos  (CNDHH) registró más de
200 heridos y, hasta el martes 17 de noviembre, dos desaparecidos. Al día
siguiente de la cruenta represión , el domingo 15, Manuel Merino renunció a
la presidencia del Perú. Ahora él, el expremier Antero Flores-Aráoz y el
exministro del interior Gastón Rodríguez son investigados por los delitos de
abuso de autoridad, homicidio agravado, lesiones graves y leves y
desaparición forzada. 

Las historias de Inti Sotelo Camargo y Jack Bryan Pintado son la trágica
consecuencia de la fragilidad de la democracia y la impunidad de las
fuerzas policiales, que un día antes de la muerte de ambos jóvenes fue
felicitada por los ministros del gobierno de turno . Muchos peruanos y
peruanas, en un gesto noble, han ensalzado a los dos estudiantes como
"héroes del Bicentenario", pero el heroísmo no debería nacer de las
muertes precoces, ni de los sacrificios de los más vulnerables. 

Cuando había una exposición en grupo, sus compañeros del instituto


siempre le pedían a Inti que vaya primero. “Sálvanos, pues”, le decían sus
amigos. En el salón donde estudiaba para ser guía oficial de turismo,
todos sabían que era el más elocuente e informado, sobre todo cuando se
trataba de política e historia del Perú. Cada vez que hablaba en público,
con su voz delgada, los demás lo escuchaban con atención, hasta que, sin
darse cuenta, la clase ya había terminado.
Inti quería saber más porque esperaba algún día ser el guía de los turistas
extranjeros que visitan el país. Por eso mismo, no se perdía ningún viaje de
estudios, Quería conocer la costa, la sierra y la selva: era un viajero
incansable. A pesar de ser un estudiante de pocos recursos económicos,
cada vez que podía agarraba su mochila y salía de Lima. Así lo hizo en su
último cumpleaños, cuando se regaló a sí mismo un viaje al mar de
Lambayeque. Era un chico de playa. Uno de sus pasatiempos era ir en
bicicleta hasta una y echarse a solas bajo el sol. 

ERA INGENIOSO Y ARROJADO, CUALIDADES QUE LA NECESIDAD


OBLIGA A FORMAR.

Los pocos soles en el bolsillo nunca fueron un obstáculo para hacer lo que
deseaba. Salió de la casa de sus padres muy joven, necesitaba saberse
independiente. Para pagar el alquiler de su cuarto en San Juan de
Lurigancho, sus estudios en el instituto Cepea, sus comidas y sus viajes
trabajaba como guía en el Centro de Lima y como repartidor en bicicleta de
Rappi y otras aplicaciones. Una vez trabajó descargando un tráiler de telas
en la madrugada para poder pagar un viaje a la selva de Chachapoyas. En
otra oportunidad dejó un trabajo remunerado para ser voluntario en una sala
de exposición de la cultura Caral, la más antigua de América, y una  de las
que más le apasionaban. Cuando llegó la pandemia y no pudo costear la
renta, le ofreció a la casera ayudarle en la limpieza del edificio. Era
ingenioso y arrojado, dos cualidades que la necesidad te obliga a formar. 

De alguna manera, desde siempre estuvo ligado a la cultura ancestral


peruana. Su padre era de Ayacucho y su madre de Cusco (habían llegado a
Lima huyendo de la violencia terrorista). Inti, que en realidad fue su
segundo nombre, significa “sol” en quechua. Su hermana melliza lleva el
nombre de Killa (“luna”) y su hermano mayor, Pacha (“tierra”). “Tenía mi
universo en casa y ahora me han quitado mi sol”, dijo su madre, Luzdilán
Camargo, en el velorio. Dicen los amigos de Inti que ese nombre suyo le
encantaba, que lo hacía sentirse especial. 

AUNQUE PAREZCA INCREÍBLE, EL PROYECTIL CAYÓ JUSTO EN SU


TATUAJE DE SOL.

Tanto le gustó su segundo nombre que se lo tatuó dos veces. Un sol inca
en el brazo derecho y un sol tribal en el lado izquierdo del pecho, a la altura
del corazón. “¿Por qué piensan que los que tenemos tatuajes somos malas
personas?”, solía quejarse el joven que prefería comer vegano y reciclar. La
noche del sábado 14 de noviembre de 2020, en medio de las protestas
ciudadanas , un policía le disparó un perdigón de plomo en el pecho.
Aunque parezca increíble, el proyectil cayó justo en su tatuaje de sol.
"Herida penetrante de tórax por proyectil de arma de fuego", según el
certificado de la necropsia, difundido por su abogado Ronald Gamarra. "Lo
han matado de un disparo en el corazón", lloraron sus padres el día del
asesinato de su hijo. Inti Sotelo Camargo había salido a protestar solo con
agua y vinagre en su mochila. Pensaba que reclamar en las calles por sus
derechos era otra forma de conocer mejor el Perú.

Una tarde de noviembre, toda una calle del distrito de San Martín de Porres,
al norte de Lima, se llenó con los amigos de Jack Bryan. Con velas
encendidas, pancartas y afiches en las manos, decenas de chiquillos y
chiquillas se habían reunido a las afueras de una iglesia para darle la
despedida a quien fue uno de sus más entrañables cómplices. 

“Era bien alegre, bien sociable, nunca lo vi con mala cara, su presencia no


incomodaba”, dice Shantall Vertiz, la prima que vivió con él toda su vida.
Jack Bryan había hecho amigos en su barrio, en el inicial, en el colegio
José Granda y en la universidad César Vallejo donde estudió Derecho,
carrera que eligió porque quería luchar contra las injusticias. De hecho, tuvo
que abandonarla por la falta de dinero, que podría ser un ejemplo de
injusticia de la sociedad que siempre criticó. 
EL SOBRENOMBRE QUE ÉL PREFERÍA ERA “JACK SPARROW”

“Era el que nos hacía reír a todos con sus ocurrencias”, cuenta Martín
Murillo uno de sus compañeros de colegio, “además le gustaba participar
mucho de las festividades”. Otro de sus amigos de esa época también lo
recuerda por su alegría y por las travesuras que compartían. “Cómo olvidar
cuando jugábamos con agua mojándonos y luego nos escondíamos del
auxiliar”. Una amiga de la infancia, y su vecina, se refiere a él como alguien
muy inquieto y juguetón. 

Por ser tan amiguero, Jack Bryan tuvo distintos apodos, según el grupo con
el que andaba “Bemba” o “Bembón” para algunos amigos, “El enano” para
la familia. Aunque el sobrenombre que él prefería era “Jack Sparrow”, por el
personaje de Piratas del Caribe. Ese que creía que los piratas, por más
desprestigiados, también podían ser buenas personas, y que arriesgaba su
vida para salvar la de los demás. 

Pero por sobre sus amigos y amigas, por encima de toda la gente que lo
quería, Jack Bryan siempre eligió a su “mamá”. Así le decía a su abuela,
Moraiba Sandoval, la mujer que lo crió desde que era un niño de tres años,
después de dejar Loreto, la región de la selva donde nació. Ella fue su
persona favorita. El nieto disfrutaba de los días en casa, en compañía de
quien consideraba su madre y de su gata, Michi. Le gustaba sentir su cariño
y comer de su comida, en especial el arroz con pollo, uno de sus platos
favoritos. Para Moraiba, Jack Bryan era su hijo.

NI SIQUIERA HUBO OPORTUNIDAD DE SALVARLO: LLEGÓ MUERTO AL


HOSPITAL.
Afuera de la morgue, después de reconocer el cadáver de Jack Bryan,
Moraiba Sandoval dijo estar viviendo su propia muerte. De acuerdo a la
necropsia, compartida por el abogado Gamarra, en medio del caos de la
represión policial en la marcha , le habían disparado diez perdigones: cuatro
en la cabeza, dos en el cuello, dos en el tórax y dos en el brazo izquierdo.
Según el acta fiscal, eran proyectiles de plomo, pero la policía ha negado
emplear ese tipo de armas. Ni siquiera hubo oportunidad de salvarlo: llegó
muerto al hospital. Ahora su abuela solo pide justicia, la misma que Jack
Bryan alguna vez quiso buscar para otros.

RESUMEN:

El sábado 14 de noviembre, Jordán Inti Sotelo Camargo y Jack Bryan Pintado


Sánchez murieron a causa de la represión policial de la marcha nacional en
contra de la presidencia de Manuel Merino y el Congreso. Dos jóvenes que no
buscaban el heroísmo por una muerte precoz, sino concluir sus
estudios, trabajar y construir la posibilidad de un país distinto.

18noviembre, 2020

La tarde del lunes 9 de noviembre, 105 congresistas votaron a favor de la


destitución del expresidente Martín Vizcarra, por «incapacidad moral
permanente». Ese mismo lunes, decenas de colectivos y grupos de
jóvenes, organizados a través de las redes sociales, salieron espontáneamente
a las calles a protestar, en varias ciudades del país. Desde entonces las
manifestaciones en todo el país no pararon y la represión policial, apareció con
un ímpetu alarmante. El jueves 12 de noviembre, en la primera gran marcha
nacional, en Lima hubo más de una decena de heridos por bombas
lacrimógenas y perdigones, que fueron atacados por la policía mientras
protestaban pacíficamente.
Este grado de violencia policial no se veía en la capital del país desde fines de
los años 90 y el año 2000, cuando se impulsó la Marcha de los Cuatro Suyos
contra el gobierno autoritario de Alberto Fujimori. Pero la noche más
sangrienta, la última en las vidas de Inti Sotelo Camargo y Jack Bryan
Pintado, fue la del sábado 14 de noviembre. Además, la Coordinadora Nacional
de Derechos Humanos registró más de 200 heridos y, hasta el martes 17 de
noviembre, dos desaparecidos.

Cuando había una exposición en grupo, sus compañeros del instituto siempre


le pedían a Inti que vaya primero. «Sálvanos, pues», le decían sus
amigos. Cada vez que hablaba en público, con su voz delgada, los demás lo
escuchaban con atención, hasta que, sin darse cuenta, la clase ya había
terminado.
A pesar de ser un estudiante de pocos recursos económicos, cada vez que
podía agarraba su mochila y salía de Lima. Así lo hizo en su último
cumpleaños, cuando se regaló a sí mismo un viaje al mar de Lambayeque.

ERA INGENIOSO Y ARROJADO, CUALIDADES QUE LA NECESIDAD


OBLIGA A FORMAR.

Los pocos soles en el bolsillo nunca fueron un obstáculo para hacer lo que
deseaba. Salió de la casa de sus padres muy joven, necesitaba saberse independiente. En
otra oportunidad dejó un trabajo remunerado para ser voluntario en una sala de
exposición de la cultura Caral, la más antigua de América, y una de las que más le
apasionaban. Su padre era de Ayacucho y su madre de Cusco. Inti, que en realidad fue
su segundo nombre, significa «sol» en quechua. Su hermana melliza lleva el nombre de
Killa y su hermano mayor, Pacha.

AUNQUE PAREZCA INCREÍBLE, EL PROYECTIL CAYÓ JUSTO EN SU


TATUAJE DE SOL.

Tanto le gustó su segundo nombre que se lo tatuó dos veces. Un sol inca en el brazo
derecho y un sol tribal en el lado izquierdo del pecho, a la altura del corazón. «¿Por qué
piensan que los que tenemos tatuajes somos malas personas?», solía quejarse el joven
que prefería comer vegano y reciclar. «Herida penetrante de tórax por proyectil de arma
de fuego», según el certificado de la necropsia, difundido por su abogado Ronald
Gamarra. «Lo han matado de un disparo en el corazón», lloraron sus padres el día del
asesinato de su hijo. Inti Sotelo Camargo había salido a protestar solo con agua y
vinagre en su mochila. Con velas encendidas, pancartas y afiches en las manos, decenas
de chiquillos y chiquillas se habían reunido a las afueras de una iglesia para darle la
despedida a quien fue uno de sus más entrañables cómplices.
«Era bien alegre, bien sociable, nunca lo vi con mala cara, su presencia no
incomodaba», dice Shantall Vertiz, la prima que vivió con él toda su vida.

EL SOBRENOMBRE QUE ÉL PREFERÍA ERA “JACK SPARROW”

Otro de sus amigos de esa época también lo recuerda por su alegría y por las travesuras
que compartían. Por ser tan amiguero, Jack Bryan tuvo distintos apodos, según el grupo
con el que andaba «Bemba» o «Bembón» para algunos amigos, «El enano» para la
familia. Aunque el sobrenombre que él prefería era «Jack Sparrow», por el personaje de
Piratas del Caribe. Pero por sobre sus amigos y amigas, por encima de toda la gente que
lo quería, Jack Bryan siempre eligió a su «mamá».
Para Moraiba, Jack Bryan era su hijo.

NI SIQUIERA HUBO OPORTUNIDAD DE SALVARLO: LLEGÓ MUERTO AL


HOSPITAL.

Afuera de la morgue, después de reconocer el cadáver de Jack Bryan, Moraiba


Sandoval dijo estar viviendo su propia muerte. Según el acta fiscal, eran proyectiles de
plomo, pero la policía ha negado emplear ese tipo de armas. Ahora su abuela solo pide
justicia, la misma que Jack Bryan alguna vez quiso buscar para otros.

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