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El honor familiar basado en “la virtud” de las mujeres

Lo trabajado hasta el momento nos da pie para avanzar en torno a algunos tópicos que serán recurrentes en la
literatura que abordadermos este año. Por ello vamos hacer un alto antes de seguir con el desarrollo de los
temas para introducir uno que atravesará gran parte de la literatura española y, por extensión, toda aquella
con la que tenga puntos de conexión. Estoy haciendo referencia al honor familiar basado en la “virtud” de las
mujeres.

Historia de una conquista


En primer lugar vamos aclarar algunas cuestiones contextuales que nos van a permitir entender mejor el
porqué de algunos valores y formas de actuar de la sociedad española.
La invasión en el siglo VIII de los árabes fue de trascendental relevancia para la historia de la Península
Ibérica (España y Portugal). En el año 711 los primeros musulmanes llegaron a la península y, desde allí en
más a partir de un complejo entramado de enfrentamientos, van a establecerse en el territorio español y
portugués durante más de siete siglos. Vale aclarar que por este entonces, plena Edad Media, los estados
nacionales tal cual los conocemos hoy en día aún no se habían conformado pero hablaremos de España y
Portugal para ubicarnos espacialmente.

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A modo de explicarlo de modo sencillo, pero aclarando no obstante que esto en los hecho fue especialmente
complejo, podemos apuntar que los habitantes del lugar tomaron dos caminos a partir de la llegada de los
invasores. Algunos optaron por quedarse en su territorio reconociendo el nuevo gobierno y pasaron a formar
parte de lo que se conocería con el término de mozárabe. Eran llamados así los habitantes que vivían y
desarrollaban su vida en comunión con el pueblo musulmán. Por otro lado, los hombres y mujeres que no
estaban dispuestos a vivir con los invasores se recluyeron en el norte de la península resguardándose en
territorio elevado y de difícil acceso. Allí vivirían en comunidad con sus tradiciones, religión y estilo de vida.
Estos, ubicados estratégicamente en el norte fueron en gran medida, para explicarlo de forma accesible, los
que durante los siete siglos de dominación musulmana dieron batalla a estos extranjeros que profesaban una
religión y estilo de vida tan diferente a la propia.

El “otro” es el problema
El árabe, el musulmán, era “el otro”, el invasor, este al que había que combatir y expulsar. Desde la mirada
de aquellos que se habían resguardado en el norte de la península quienes se habían “mezclado” con los
invasores eran denostados. Tanto así que en plena Edad Media era una cuestión de honor ser cristiano “de
sangre pura” o “cristiano viejo”. Este concepto de sangre pura intentaba dar cuenta que en el devenir del
tiempo una familia no se había mezclado con sangre mora, musulmana. De aquí también la importancia de
profesar fuertemente la religión católica, pues era la que marcaba una estricta diferencia con la musulmana.
Las aguas debían dividirse para aquellos que veían en el otro a un enemigo. Vemos en este hecho un
lamentable ejemplo de lo que en la historia de la humanidad ha sido la falta de empatía hacia los otros, hacia
aquel que es diferente.

Una historia que se repite: “El signo de la cruz en la empuñaduras de las espadas”

La expulsión de los árabes fue bendecida por la Iglesia como institución máxima de ese momento, que
entendió la reconquista del “suelo cristiano ibérico” como una tarea divina. Hablamos aquí pues de las
denominadas Guerras Santas, de la época de las Cruzadas.
Todos los conflictos bélicos cuyo fin era imponer una religión sobre el otro fueron llamadas de esta manera,
vale aclarar en este sentido que fueron varias y se libraron en diferentes territorios con distintos intereses
geopolíticos. Específicamente en el suelo español y portugués las Cruzadas tenían como fin volver a
reconquistar el territorio por entonces dominado por los musulmanes. Como en todo conflicto armado, donde
las miseras humanas se exacerban y se ponen de manifiesto, las Cruzadas no solo significaron el
derramamiento de sangre y las persecución de árabes sino también de judíos y todo aquel que no profesara la
religión que la cúpula clerical establecida por el Papa, máxima autoridad en la sociedad medieval teocéntrica,
y los diferentes reyes establecieron.

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Consecuencias
Las consecuencias que derivaron de todo este complejo entramado histórico fueron numerosísimas y se
siente aún al día de hoy, pero en atención a lo que nos convoca vamos a mencionar solo dos.
La primera tiene que ver con la religiosidad española. No es de extrañarnos que en un territorio donde se
intentó preservar a la religión como un tesoro que diferenciara a los “originarios” de los “invasores” el
cristianismo desplegase raíces muy fuertes. Si la religión nos diferencia del “otro” es parte de lo que más se
intentará cuidar, resguardar. Ello redundó en una sociedad española muy católica, muy religiosa y
practicante. Durante toda la literatura vislumbraremos cómo la religiosidad española será motivo de un fuerte
conservadurismo social que atravesará a los personajes literarios y a su entorno. Podremos decir por tanto
que España fue fervientemente cristiana católica y que ello se verá reflejado en su sociedad y costumbres.

Asimismo esta necesidad de establecer que no hay en la familia mezcla de la sangre del invasor ni de ningún
otro que profese otra religión dará pie, tal cual mencionamos antes, a que los habitantes medievales de la
península se sientan orgullos de ser “puros de sangre” o como también se dieron a llamar: “cristianos viejos”
estos creyentes que prefirieron preservarse de los musulmanes y se refugiaron en el norte de la península. Es
muy importante señalar que hablar hoy en día de “pureza de sangre” es una aberración a los derechos de las
personas donde se viola cualquier posibilidad de tolerancia y respeto por la diversidad humana pero
lamentablemente nos llevó mucho tiempo y dolores como humanidad comprenderlo. Desafortunadamente,
así era el parecer de las sociedades de entonces. De allí que el “honor” de una familia era validado por la
“pureza de su sangre”. Por ese entonces el “hidalgo” será aquel que pueda demostrar “hijo de quién es”;
podrá dar cuenta de su línea genealógica y por tanto podrá demostrar que en la historia no hubo cruce con el
invasor ni con cualquiera que no sea cristiano, esta persona será reconocida socialmente como perteneciente

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a una clase distinguida, a menudo emparentada con títulos nobiliarios. El honor se medía por ese entonces
por la cuna. Una familia era o no honrada según su procedencia, es decir su ascendencia.
Claro está que esto excluía a muchas personas y que los diferentes cambios y transformaciones que se darán
en el tiempo irán haciendo mutar la cuestión. En este sentido 1492 fue determinante porque fue el año en que
finalmente se terminó con el último reducto musulmán en la península (en Granada) y en que judíos no
conversos fueron expulsados. Insistimos: la historia de la humanidad tiene lamentables capítulos en su haber.

La Edad Moderna, con el Renacimiento, desplazó el principio de honor y veremos cómo ya no será la
procedencia de una familia la que estipule su honorabilidad sino uno de sus integrantes: las mujeres.

“Esto es lo que se ha dado en llamar el honor fundado en mujer”

Vamos a tomar de base para explicar el siguiente tema un texto


académico de José Manuel Losada Goya, un crítico literario que
estudia la obra de un dramaturgo español: Calderón de la Barca.
A partir del estudio sobre Calderón de la Barca, Losada Goya
nos va a referir un honor calidoscópico cuya idea principal es
que aquel honor que antes se fundaba en aspectos genealógicos
ahora se erige, se funda, a partir de la “buena conducta” de las
mujeres de la familia.

Lo importante del texto de Losada Goya es que plantea un


corrimiento en cuanto que antes con honor se nacía. Una
persona era honorable porque nacía en el seno de una familia
noble o de "sangre pura". Esa idea de honorabilidad concebida
desde la cuna, desde el momento que se nace, caduca y da lugar
al honor concebido desde la mirada y opinión del otro. Alguien
es honorable si no hay rumores dando vuelta sobre esa persona y por extensión de su familia. Ya poco
importa nacer en "buena cuna".

Poco a poco la sociedad ha ido cambiando, modulándose con el correr de los tiempos, adquiriendo nuevas
perspectivas, hasta el punto de que ahora todo parece reducirse a la opinión: el honor ya no es lo que el
personaje ha recibido en su nacimiento, su cualidad de noble o de cristiano viejo; tampoco es lo que el
personaje piense de sí mismo o su virtud adquirida: el honor ha venido a cristalizarse en lo que un tercero
piense del personaje en cuestión.

(…) la fama se reduce a la buena opinión, a la opinión, sin más; lo cual supone que ha perdido esta
estabilidad de antaño (…) la opinión no es ya el atributo del hombre de bien, sino más bien del hombre que
“parece” ser hombre de bien. (…) Esta friable reputación queda así sometida a todo género de adversidades

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que, con muy poco esfuerzo, son capaces de echar por tierra, en apenas unos instantes, toda la buena fama
que un hombre había intentado adquirir a lo largo de toda una vida de existencia.

Este honor que ahora encuentra su razón de ser desde la mirada de los demás traerá en el Renacimiento
implicancias a nivel familiar. En este sentido dice este estudioso de la literatura:

(...) el honor fundamentado en la opinión actúa poderosamente, primero en el individuo y después en la


familia.
Pues
(…) esas apariencias no se limitan exclusivamente a lo que los demás piensen de uno mismo; el hombre es,
según dicen, un ser social por naturaleza, y en la sociedad el Siglo de Oro todo estaba tan intimamente
ligado -nación, religilión y familia – que cualquier atentado perpetrado contra uno de estos elementos
suponía una afrenta directa al hombre mismo.

Y en consideración de esto último es que Losada Goya apuntará algo extraordinariamente importante en el
devenir de las mujeres y sus correlatos literarios:

Resulta que, además de las apariencias y la opinión de un hombre en solitario, ocupa un lugar
preponderante la opinión que la sociedad tiene de tal o cual familia, más precisamente de la mujer en el
entorno familiar: tal será la opinión que el “vulgo” tenga de esa mujer, así será la opinión -el honor- del
hombre a cuyo cargo está encomendada dicha familia. Esto es lo que se ha dado en llamar “el honor
fundado en mujer”

Y ampliará al respecto:
(…) existe una estricta ley que constriñe al hombre, quiéralo o no, a dejar en manos de la mujer -por lo
general en su hijja, su esposa o su amada- el bien más preciado en esta época: su honor. No faltan
personajes masculinos que elevan al cielo llantos inacabables gimiendo contra esta ley que les parece
injusta y arbitraria. Es ley es, de alguna manera, el emblema símbolo de honor-opinión (…) honor del
hombre que reposa sobre la mujer (…)

Como bien podemos ver la mujer pasará a ser la depositaria del honor familiar. Pero ese honor, esa conducta
apropiada, esa “virtud”, estará ligada a modos de actuar que se esperan según se desprenden de la larga
tradición cristiana católica de la sociedad española. Tradición religiosa que adopta en el culto mariano, a la
Virgen María, el modelo a seguir.
(…) dejar reposar el honor sobre la mujer es una idea profundamente cristiana puesto que “la mujer es la
gloria del varón (I. Cor, XI, 7). Razón no le falta, y textos como el citado abundan en la Biblia, donde la
mujer adquiere un papel hasta entonces desconocido. Así, en el libro de los Provervios, leemos que “corona
de su marido es la mujer hacendosa [léase virtuosa]; así como es carcoma de sus huesos la mujer de malas
costumbres” (XII, 4). La primera parte de esta cita refuerza la importancia de la castidad de las mujer,
conditio sine qua non para aumentar es “gloria” del varón; a su vez, la segunda parte viene a subrayar el
peligro que corre el honor del hombre cuando una mujer cuya custodia le ha sido encomendada no ha
sabido guardar el suyo. El texto de Proverbios nos parece muy importante, pero quedamos aún más
fascinados al leer otro que resume mejor aún cuanto venimos diciendo al tiempo que anuncia graves
consecuencias sobre el honor del hombre que reposa sobre la conducta virtuosa de la mujer: “La hija es
para el padre una secreta inquietud y el cuidado que le causa le quita el sueño […] por temor de que
mientras es doncella sea manchada su pureza, y se halle estar encinta en la casa paterna. […] A la hija

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desenvuelta, guárdala con estrecha custodia, no sea que algún día te haga el escarnio de tus enemigos, la
fábula de la ciudad y la befa de la plebe” (Eclesiástico, XLII, 9-11)

Como bien podemos observar Losada Goya plantea que la conservación de la virginidad de las mujeres
jóvenes es entendida como parte de la virtud familiar. Una familia es buena y honorable en la medida que
sabe resguardar el bien más preciado de una dama: "su castidad". Una familia es deshonrada si por alguna
razón se pone en tela de juicio la "virtud" una la mujer del núcleo filial.
En este sentido también ahondará sobre las consecuencias que tuvo la enemistad planteada con el pueblo
musulmán. Algo que ya trabajamos más arriba en torno a cómo la preservación de las tradiciones cristianas
se acentuaron en la medida en que buscaron diferenciarse taxativamente de “estos otros”.

En efecto, la invasión musulmana, lejos de perturbar la cohesión familiar cristiana y los valores hispánicos,
los refuerza por acto reflejo: de igual manera que todo elemento perjudicial para un miembro del cuerpo
humano provoca una reacción instantánea de autodefensa por parte del resto de los mimbros. Precisamente
porque el invasor musulmán era extraño a la idea del matrimonio cristiano, la estima espiritual de la mujer
cobra mayor fuerza aún acentuando la comunión existente entre todos los hispános-cristianos.
Quizás ahora se comprenda con más hondura por qué este honor del hombre, honor que reposa sobre la
conducta virtuosa de la mujer, era indispensable para poder formar parte, sin escrúpulo de ningún género,
de la comunidad española. A contrario, diríamos que cuando el honor de la mujer se siente amenazado, otro
tanto ocurre simultáneamente con el del hombre, de manera que este último no puede ya ser considerado
como hombre honrado por la sociedad, la cual lo rechaza como elemento impuro.

A partir de lo expuesto el autor recalca que recaerá en el hombre, en el “paterfamilias” la “enorme” tarea de
resguardar a la mujeres de la familia. Será su deber alejarla de la mirada y la opinión insidiosa de aquellos
que pueden opinar sobre su virtud, sobre su conducta. En este afán de “resguardar” de la opinión ajena a las
mujeres es que Losada Goya nos va a manifestar que estas serán enclaustradas, recluidas al estricto ámbito
privado familiar. El ámbito dentro del cual la mujer tendrá permitido desenvolverse y desempeñarse será
pues el privado, aquel que está dentro de las cuatro paredes del hogar. Será el hombre entonces quien tenga
para sí el dominio del espacio público, del exterior.
Esta limitación estrictamente espacial traerá consecuencias muy profundas en torno a los roles de género que
la sociedad distribuirá a mujeres y hombres. El hogar, la casa, los quehaceres domésticos serán el reino de las
féminas, mientras que el espacio exterior, aquello que implica el resguardo, el sustento familiar y el contacto
con los demás será gobierno de los roles masculinos.

(…) un miembro masculino de una familia, por muy recta que fuera su propia conducta y por muy bien
merecida que fuera su buena reputación, venía a perder su honor cuando una mujer de su familia también lo
perdía. Esto equivale a decir que la castidad de la mujer tenía mucho que ver con la buena o mala
reputación de los demás miembros de la familia, y más directamente con la opinión del hombre que estaba
encargado de salvaguardar el honor de dicha mujer. Convertido en piedra angular sobre la que reposaba el
honor del hombre (…)
Dentro de estos parámetros se comprende mejor que a los miembros femeninos de las familias se los
“enclaustrara”, incluso podríamos decir que literalmente se los “empareda”, como ocurre en algunas
obras de Calderón, con el único objetivo de evitar miradas, palabras o relaciones que pudieran dar lugar a
malentendidos; como diríamos hoy en día, que pudieran dar que hablar...

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(…) Así pues estas mujeres viven enclaustradas, vigiladas. El hogar familiar queda sí cerrado a todo
contacto con el exterior y, con el objetivo de responder a la exigencias del honor-opinión, asistimos a una
especie de distribución de papeles: a las mujeres les ha tocado en suerte la virtud expresada por la pureza
sexual; a los hombres, la obligación de defender el honor de las mujeres. El marido deja su honor sobre la
fidelidad de su esposa (…)

Como bien deslizamos antes, la sociedad Renacentista a la que estamos haciendo alusión era heredera de la
tradición al culto mariano de le Edad Media. Teniendo como referencia a María, la virtud de una mujer
estaba basada en su santidad, castidad y fidelidad. Pensar en una esposa o en una amada (es decir una
prometida, una enamorada) infiel es sumamente ultrajante para el honor de un hombre y su familia. De allí
que sea intolerable para este y acarre consecuencias nefastas para las féminas, pero esto lo podremos
vislumbrar más adelante según avancemos en el planteo de Losada Goya.
Así como las esposas y la amantes eran depositarias del honor masculino igual responsabilidad recaía en el
resto de los miembros femeninos de una familia: hijas, hermanas, etc. El padre era el primer responsable de
salvaguardarlas pero si acaso este estuviera ausente por el motivo que fuese la tarea recaerá sobre el hombre
más inmediato que tenga la familia. Al respecto nos señalará el crítico literario:

Tal era la situación en la que se encontraban la esposa y la amada. Otro tanto ocurre con la hija o la
hermana. En esta España severa, el padre deja de lado su papel de educador para convertirse en celoso
guardián que, más que en la formación de su hija, debe ocuparse de velar por su honor.
(…) En ausencia del padre o después de su muerte, este papel recae en el hermano quien inmediatamente
para a erigirse en defensor del honor familiar (…) Es él, y no otro, quien debe preservar la buena
reputación de la familia al abrigo de la maldiciente opinión pública. Hablábamos de “emparedar” a las
mujeres; y no lo decíamos a la ligera (…) Tal era la ley del honor-opinión, la susceptibilidad de los
guardianes del honor femenino: no de la mujer misma, remachamos, sino del esposo, el amante, el padre y
el hermano: así debía quedar, día y noche, lejos del trato con otros hombres, como si estuviera enclaustrada
en un convento.

Una vez mancillado el honor

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Ahora bien, tras adentrarse en el estudio del honor-opinión Losada Goya también aborda cuál es el camino a
transitar, las acciones a seguir, cuando este ya fue manchado, cómo deberá actuar el afectado o la afectada
para intentar dejar su nombre nuevamente en alto. Como habrán notado, puntualizamos también “afectadas”
dado que las mujeres, refiere el investigador, también pueden ser deshonradas. Esto ocurre no solo cuando su
virtuosidad es arrebatada sino también cuando, tras guardar fidelidad a su amado, este las traiciona y ello
trasciende en boca del pueblo. En ese caso las mujeres serán carcomidas por los celos, y la ira, la furia, las
someterá por completo.

Comenzamos en este breve desbroce con los celos que siente el personaje femenino al verse substituido por
una rival. Ello es debido a que la mujer que ha exteriorizado su sentimiento amoroso, viéndose desdeñada
en favor de una tercera, experimenta el sentimiento de arrebato propio del despecho amoroso. (…) Es esta
una especie de deshonor que no debeos olvidar. (…) este desdén siembra un desasosiego en el alma de una
joven que se considera ultrajada, una desazón cuya consecuencia inmediata es la furia con todas las
consecuencias que de ella se desprenden.

Pero, nos subrayará el mismo autor, la traición es más álgida cuando los roles se invierten y quien es
traicionado es el hombre.

A nadie se le escapa que los celos, en este mundo hecho por y para hombres, son más dramáticos aún
cuando la víctima es un personaje masculino. (…) por muy casto que haya sido el comportamiento de una
mujer, no faltan ocasiones en que basta con que se levante una leve sospecha, pesada como una losa,
haciendo brotar en el ánimo del varón increíbles arrebatos de cólera: escenas no faltan en los dramas de
honor calderonianos.
El caso es que, teniendo, si no más, tanta importancia como la vida misma, estos casos que tanto ajan el
honor del hombre suponen inmediatamente un deshonor solo comparable con la pérdida de la misma vida.

Y es aquí donde retomamos lo antedicho: el honor perdido presupone acciones esperables para recuperarlo.

Ante este desprecio que se hace de su persona, ante la perdida de valía que experimenta en lo más profundo
de su ser, considerado incapaz de hacer respetar su virilidad, su masculinidad, su valor como defensor de
algo tan íntimo, el hombre cae en el deshonor. Deshonrado, pero todavía físicamente vivo, hará insólitos
esfuerzos por recuperar el honor perdido; arrebatos que suelen ir acompañados de cólera.

Lo que aquí nos apunta el autor reviste tamaña importancia. La pérdida del honor representa para el hombre
de la sociedad renacentista el perder la vida. Esta vida está perdida en tanto este hombre ya no tiene “estatura
moral” frente a la vida pública, esa a la que él podía acceder y la mujeres tenían vedada. Podemos ver aquí
que perder su honor es sinónimo de haber perdido su virilidad, su masculinidad, según considera Losada
Goya. El deshonrado no supo ser un “buen hombre “, pierde por tanto su esencia, ya no tiene “razón de ser”
pues su vida pública, su espacio fue perdido. De allí que el investigador manifieste que “pierde su vida”.
Frente a esta situación tan extrema puntualizará el autor: “los personaje masculinos se muestran
implacables”.

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(…) no está de más recordar que el barroco es un escenario de pasión y desvaríos, pero ente todo, es un
teatro de vida -nueva paradoja- que reclama una y otra vez la recuperación, la rehabilitación de esa vida,
lo cual no es posible sino recuperando el honor perdido.
Uno de los aspectos que se desprenden de las hazañas guerreras es la gloria que el soldado alcanza en
ellas. Los caballeros adquirían una especie de lustre del que antes carecerían. Ahora bien, si la nación venía
a estar falta de enemigos (…) estos caballeros se veían entonces desprovistos del medio más extraordinario
y quedaban entonces “condenados” a obtener dicho predicamento que da el coraje mediante los desafíos y
los duelos con los otros sujetos del reino.
(…) también es preciso, según estas leyes del honor, que la venganza sea lo más manifiesta posible.

Con esto que Losada Goya nos propone queda claro que el restablecimiento del honor-opinión es importante
que se lleve adelante a través de duelos, de medirse a trvés de la fuerza física y la posibilidad de morir. No
obstante, en virtud de lo antes explicado, si la vida de un individuo ya estaba mancillada al punto de no tener
valor ¿qué tanto importará perderla en un duelo si acaso con él la pudiese recuperar? En estos parámetros se
mide pues la posibilidad de recuperar el honor perdido. Y en ese sentido como lo importante es recuperar
este honor-opinión cuantas más personas puedan atestiguar los duelos mejor: “que la venganza sea lo más
manifiesta posible”, nos puntualiza el escritor.

Ahora bien ¿qué ocurre cuando el honor fue mancillado por una mujer que debía corresponder con fidelidad
a un individuo: su esposo o amado? ¿Qué podrá ocurrir con ella cuando la forma que habilita la sociedad
implica un reto a duelo, cuando es necesario que el individuo demuestre frente a los ojos de la plebe que
tiene “el valor”, la “virilidad” suficiente para recuperar su honor? Lamentablemente todos intuimos la
fatídica respuesta y ella nos la confirma al final de su estudio Losada Goya.

Hemos hablado de Gutierre y de su esposa Mencia (…) Gutierre solo busca curar -curarse a sí mismo- una
enfermedad espiritual: el deshonor que, si no se atajaba, acarrearía la muerte de su íntimo ser castellano y
español. (…) el caso es que “en la red de circunstancias férreamente encadenadas -azar, recelo, miedo,
ocultación, disimulo, malentendido-, el hombre no parece tener otra salida que matar a la mujer, aunque la
decisión de matar le cause sufrimiento, e incluso […] le haga prorrumpir en palabras donde expresa su
desesperación y su deseo de auto aniquilamiento. Pero téngase en cuenta que estas venganzas encaminadas
a la recuperación del honor son venganzas “en frío”: por todas partes aparecen rayos quemadores, fuegos
abrasadores y disparos, mas no por ello cada uno de los asesinatos de la cónyuge es resultado del azar o del
acaloramiento inmediato: la venganza auténtica es aquella que se come en frío, que mejor se saborea si es
premeditada de modo que no deja cabida alguna al error: la deshonra no era ocasional; la recuperación del
honor tampoco había de serlo.

Sociedad de apariencias, habíamos dicho; apariencias que reclamaban que (…) su recuperación también
fuera lo más aparente y estruendosa posible: si el agravio había sido secreto, la venganza venía a serlo
también; en caso contrario, todos habían de saber que el ofendido recobraba una vida allí mismo donde la
había perdido.

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BIBLIOGRAFÍA:

Losada Goya, José Manuel: La concepción del honor en el teatro español y francés del siglo XVII: problemas de metodología.
Estado actual de los estudios sobre el Siglo de Oro, Actas del II Congreso de la Asociación Internacional del Siglo de Oro , Manuel
García martín (de.), Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, 1993.

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