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En los albores del ingreso de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, doce anos
después del fatídico 24 de octubre de 1929, el gasto federal equivalía al 10 % del PIB de
los Estados Unidos. De una fuerza laboral de 56 millones de trabajadores, el gobierno
federal empleaba a cerca de 1.3 millones, el 2.2 % en trabajos civiles y militares regulares y
a otros 3.3 millones (5.9%) en programas de emergencia de alivio laboral. Otros 10
millones, que representaban el 20 % de la población activa, aún estaban desempleados. La
deuda nacional había crecido a casi 40 000 millones de dólares.
Las medidas restrictivas que la administración Franklin D. Roosevelt realizó sobre el
comercio, la propiedad y la libre empresa provocaron que el capital necesario para reactivar
la economía fuera gravado con impuestos y forzado a pasar a la economía sumergida.
Cuando los Estados Unidos entraron en la Segunda Guerra Mundial, en 1941, Roosevelt
intentó cambiar la agenda económica con el resultado de que gran parte de esos capitales se
canalizaron a través de la industria bélica en lugar de destinarse a la producción de bienes
de consumo. Desde 1940 la Segunda Guerra Mundial ya producía una gran demanda de los
productos estadounidenses. En un principio, Estados Unidos sólo iba a intervenir en la
guerra como proveedor de productos de guerra a los países aliados (especialmente Gran
Bretana y Francia). Esto hizo que el desempleo se redujera porque se revitalizó la industria.
Dado que Estados Unidos no había sido atacado no podía intervenir de manera activa en la
guerra, pero con el ataque japonés a la base de Pearl Harbor entra de lleno en todos los
frentes.
En tiempos de guerra, al presidente Roosevelt se le conceden poderes extraordinarios. Esto
le dio poder para organizar un nuevo aparato administrativo y movilizar a la comunidad
científica para la guerra. Se fue construyendo lo que va a ser la economía de la posguerra.
Hacia 1933, la economía alemana no había superado aún el impacto negativo de la política
económica implementada por un gobierno que había apostado por la deflación para salir de
la crisis. Como la economía alemana dependía fundamentalmente de los préstamos
estadounidenses, la reducción de los mismos a partir del 1929, tuvo efectos directos en la
economía. La decisión del gobierno de mantenerse en la ortodoxia generó más desempleo,
la caída del producto interno bruto y el colapso del sistema bancario. La mala situación
social, más el temor del avance del comunismo son claves para entender la llegada de
Hitler y el partido Nacional Socialista al poder (que seis anos más tarde daría comienzo a la
Segunda Guerra Mundial). Los comunistas alemanes fueron acusados del incendio del
Reichstag, y en un clima de terror e inseguridad, se le otorgó el poder absoluto de una
forma legal y constitucional.
El nazismo se caracterizaba por un ultranacionalismo totalitarista y expansionista,
anticomunismo, antiliberalismo, antisemitismo y por la idea de supremacía racial del
pueblo alemán. La política nazi en relación con lo económico estuvo caracterizada por el
alto grado de intervención estatal. Los objetivos finales de esta política económica eran el
control totalitario de la sociedad, los planes bélicos y la idea de superioridad racial. El
sistema económico fue parte del sistema político de dominación.
La recuperación alemana comenzada en 1933, estuvo caracterizada por la creación de
empleo y en una serie de disposiciones fiscales con el objetivo de favorecer a las grandes
empresas. El gasto militar subió del 3 % del PIB en 1933 al 23 % en 1939. El sector estatal
fue el mayor inversor y el mayor consumidor en la economía alemana disminuyendo el
papel de la economía de mercado por las regulaciones impuestas por el Estado. A su vez, se
profundizó la concentración en las distintas áreas de la economía, rasgo característico de la
estructura productiva alemana.
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