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Autor:
3 de mayo de 2023
Aunque ningún artículo del CC dispone expresamente que los contratantes son iguales para
contratar y tienen la misma capacidad económica para llevar a cabo la negociación patri-
monial ínsita en todo contrato, es evidente que tales ideas constituyen su núcleo. Ello es así
porque el CC, al igual que sus modelos (fundamentalmente el Code Napoléon de 1804), es
fruto del liberalismo político y económico y, por tanto, entiende que nadie es mejor que uno
mismo para atender a sus propios asuntos.
La formación del contrato es, pues, para el Código un asunto entre particulares que son
iguales ante la Ley y que, por consiguiente, deben procurar la satisfacción de sus intereses
de forma personal e individual, sin reclamar la intervención arbitral de ente alguno.
El esquema de formación del contrato recogido en los CC responde por lo común a la cele-
bración del contrato personalizado y, por lo general, de relativa entidad económica (génesis
paradigmática clásica). Los actos en masa, sin embargo, escapan al esquema codificado y se
plantean en términos absolutamente diversos. Por ello, con razón, se ha hablado de crisis del
esquema codificado: por un lado, la intervención estatal se ha hecho necesaria pese a la au-
tonomía privada. Por otro lado, los propios particulares se organizan como grupo en defensa
de sus propios intereses, reclamando una legislación superadora del esquema codificado que
los proteja frente a las grandes compañías y a los suministradores profesionales de bienes y
servicios. La Constitución Española (art. 51) establece que los poderes públicos garantizarán
la defensa de los consumidores y usuarios, protegiendo, mediante procedimientos eficaces, la
seguridad, la salud y los legítimos intereses de los mismos.
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2. La génesis paradigmática clásica
Para el CC, el paradigma formativo del contrato viene dado por el contrato personalizado, en
el que ambas partes, tras las correspondientes negociaciones iniciales, llegan a concordar sobre
la celebración del contrato en ese sentido, establece el artículo 1262.1 que: .El consentimiento
(contractual) se manifiesta por el concurso de la oferta y de la aceptación...”; la propuesta
contractual que realiza una persona (oferente), al ser aceptada por la otra (aceptante),
conlleva la celebración del contrato o su perfección (término que significa que concurren
ya todos los elementos necesarios para que las partes queden vinculadas u obligadas al
cumplimiento del contrato en cuestión).
La oferta contractual, para ser realmente tal, requiere que se mantenga en sus condiciones
iniciales en espera de la aceptación de la contraparte y así se pueda decir que el contrato ha
quedado perfecto. En este punto, pueden darse dos posibilidades: que un comerciante tenga a
disposición de sus clientes (sin concretar un destinatario concreto) un producto, a un precio
determinado, lo que se denomina "oferta al público", o bien que no se especifique dicho
precio, sino que, a quien tenga interés, se le "invite a contratar", que requiere posteriores
precisiones por parte de quien decida tenerla en cuenta.
Si se modifican las condiciones de la oferta, se está realizando una nueva oferta o contraoferta
que habrá de ser objeto de aceptación por quien inicialmente asumía la posición de oferente.
La Ley de Ordenación del Comercio Minorista establece que «...la oferta pública de venta
o la exposición de artículos en establecimientos comerciales constituye a su titular en la
obligación de proceder a su venta a favor de los demandantes que cumplan las condiciones
de adquisición...» (Art. 9.1); se equipara «la oferta propiamente dicha» con la «exposición
de artículos» en escaparates y vitrinas comerciales, salvo indicación en contrario. La nueva
práctica comercial de advertir que algunos bienes expuestos no se encuentran a la venta o
forman parte del decorado responde a lo establecido en dicho precepto, según el cual «quedan
exceptuados [de la obligación de vender del comerciante] los objetos sobre los que se advierta,
expresamente, que no se encuentran a la venta o que, claramente, formen parte del decorado».
Cuando los contratantes celebran el contrato de forma directa y personal, el juego de oferta
y aceptación no ofrecerá problemas de importancia. En cambio, cuando están llevando a
cabo las negociaciones en la distancia y no tienen un medio que de forma inmediata les
permita concluirlas en su caso, pueden surgir graves incógnitas en relación con el momento
de perfección del contrato.
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Hay consentimiento desde que el oferente conoce (o debió conocer conforme a la buena
fe) la aceptación (art. 1.262.2).
Su propio nombre indica que tales tratos no suponen la fijación definitiva de una oferta
contractual, sino la realización de actos preparatorios de un contrato que, a la postre, puede
llegar a celebrarse o no.
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contractual predispuesto por la otra parte, adhiriéndose al mismo) son dos caras de una
misma moneda.
Hasta finales del siglo XX la materia ha sido objeto de regulación mediante la Ley 7 /1998,
de 13 de abril, sobre condiciones generales de la contratación, modificada posteriormente,
entre otras, por la Ley 39/2002, de 28 de octubre, de transposición al ordenamiento jurídico
español de diversas directivas comunitarias en materia de protección de los intereses de los
consumidores y usuarios; Ley 1/2000, de 7 de enero, de Enjuiciamiento Civil ; Ley 44/2006,
de 29 de diciembre, de mejora de la protección de los consumidores y usuarios, así como
por la Ley 20/2015, de 14 de julio, de ordenación, supervisión y solvencia de las entidades
aseguradoras y reaseguradoras.
Supuestos en que la ley, atendiendo a razones de interés general, limita la autonomía privada
de una de las partes, obligándola necesariamente a contratar. Entre tales supuestos podrían
resaltarse los siguientes:
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La obligación de contratar que pesa sobre los concesionarios de servicios públicos en
situación oligopolista o monopolista; su negativa supondría un acto ilícito (arts. 10. 1.
9.o L.C.U. y, después, 89.6 T.R.L.C. U.).
Bajo la vigencia de la Ley de 1964, era común recordar el alquiler obligatorio de vi-
viendas que, susceptibles de ser ocupadas, no lo fueran por nadie estando vacías. En
tal caso, el Gobernador civil podía acordar que una persona se convirtiese en inquilino
«aunque el arrendador se niegue a otorgarle contrato, en cuyo caso la renta se deter-
minará conforme a los datos fiscales que se expresan» (vid. disp. adic. 2.a T.R.-1964).
Contratos en los que el conjunto de derechos y obligaciones de las partes (contenido del
contrato) se encuentra legal o reglamentariamente determinado por los poderes públicos. La
razón de utilizar semejante calificativo estriba fundamentalmente en expresar que el conte-
nido contractual se encuentra sometido a una «norma» siendo extraño pues a la voluntad
de ambas partes contratantes. Según ello, éstas serían libres para contratar o no contratar,
siempre y cuando aceptasen el contenido propio del contrato normado o reglamentado.
La distinción teórica entre contrato forzoso y contrato normado es, pues, relativamente clara.
Ahora bien, lo cierto es que la gran mayoría de contratos normados son simultáneamente con-
tratos forzosos; sobre todo por cuanto se refiere al suministro de servicios públicos (transporte
regular, teléfono, electricidad, etc.), cuyas tarifas y condiciones fundamentales de suminis-
tro se encuentran determinadas por los poderes públicos mediante reglamentos (en sentido
técnico: [3 .3.]). Pero, no siempre es así; la regulación del contenido contractual puede dejar
libertad a las partes a que se refiera para contratar o no. Así ocurre, por ejemplo, cuando las
Administraciones Públicas regulan préstamos bonificados en algunos puntos de interés, en
beneficio de emigrantes, agricultores, estudiantes, etc. Tales grupos de ciudadanos no quedan
obligados a solicitar préstamos, ni las entidades financieras a librarlos, de forma automática.
Si deciden contratar, en cambio, quedan obligados a respetar el contenido contractual fijado
normativamente.