“La mentira es funcional al proyecto de mantenerse en el poder a cualquier costo. Los
ejecutados entre diciembre y febrero eran terrucos o vándalos, por ejemplo”.
Durante una reciente convocatoria ciudadana para expresar su apoyo al
IDL_Reporteros, Gustavo Gorriti tomó la palabra en la entrada de la casa. El motivo eran los repetidos ataques de los que viene siendo objeto el grupo, por parte de grupos violentos de extrema derecha como “La Resistencia” (llamada La Pestilencia por Gorriti) o “Los Combatientes”. Estos grupúsculos emulan los clásicos comportamientos fascistas. Mal haríamos en tomarlos a la ligera, dado lo grotesco, burdo y hasta ridículo de su agresividad. La diferencia con cualquier banda delincuencial es que estas no tienen necesidad de justificar sus actos. Atacan, amenazan o matan y roban, punto. Su única motivación es arrebatar sus bienes a sus víctimas, sean celulares o vehículos, para enriquecerse. En cambio, este tipo de delincuencia se siente obligada a justificarse, pues lo suyo no es robar bienes sino, como dice el vals de Pinglo, robar la calma del alma. Al dirigirse a la gente que expresaba su repudio a estos ataques, Gorriti dijo algo que sintetiza el arsenal de estas bandas que les arrojan basura y ruidosos insultos en la puerta: “Las armas del fascismo son la violencia y la mentira”. La violencia es útil para intimidar al adversario, vale decir los partidarios de la democracia y la república. Una prueba de lo anterior es la progresiva disminución de las manifestaciones de protesta contra este abierto copamiento de las instituciones tutelares de nuestro Estado. Solo les faltan los organismos electorales para abrochar el proyecto montesinista.
La mentira es funcional al proyecto de mantenerse en el poder a cualquier costo. Los
ejecutados entre diciembre y febrero eran terrucos o vándalos, por ejemplo. Pese a que las investigaciones de organizaciones tan serias como el The New York Times o la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sostengan lo contrario: la gran mayoría eran personas que circulaban por ahí y fueron asesinadas con armas de largo alcance. A esto agregaría que ambas herramientas de propaganda socavan la moral de la población y la fuerzan a concentrarse en sus ya exigentes tareas de supervivencia. A diferencia del clásico populismo fascista, este régimen en el que se aconchaban el Ejecutivo y el Legislativo más allá de cualquier diferencia política derecha-izquierda, solo en función de sus intereses, aquí no hay apoyo popular. Solo miedo y resignación.