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El terror es el miedo, la
angustia por la vida propia.
Pero negar la existencia de estos objetivos, es negar las causas del terrorismo, y
por lo tanto imposibilita prevenir los futuros actos de terrorismo.
Nadie, ningún ser humano, ningún animal, por naturaleza, mata por matar. Sí
existen por ejemplo, psicópatas, asesinos en serie que parecen encontrar un
placer en el asesinar, pero se trata de personas mentalmente enfermas,
esquizofrénicos que viven en realidades completamente torcidas.
Han perdido el contacto con el mundo real y con sus propios sentimientos. Éstas
personas, por las características de su enfermedad, no pueden ser organizadas
en redes ni organizaciones terroristas. Por lo tanto, los terroristas no son
psicópatas.
Significa también que si una persona vive en una situación de profunda injusticia,
pero en la cual existen caminos percibidos como alcanzables o reales que
permitan salir de esta situación de injusticia, su posible manipulación y
transformación en terrorista es mucho más difícil. Y por último, es necesario
relacionar el acto, y sus victimas con el responsable de la injusticia vivida.
Los que colocaron las bombas en los trenes en Madrid saben muy bien que las
víctimas no tienen ninguna culpa de la causa por la cual luchan. Pero es una
forma de tomar venganza contra aquellos que ellos creen responsables de su
injusticia.
Siendo estrictos, no hay una definición unívoca del término. En todo caso, puede
advertirse desde el inicio que su nombre mismo ya presenta una carga negativa:
evoca el terror. Pero eso, lo sabemos, es excesivamente amplio: puede entrar allí
desde una amenaza de bomba hasta un desequilibrado mental que asesina en
serie, una broma de mal gusto o una muchedumbre enardecida que se permite
linchar a alguien. Un acto terrorista, por tanto, más que significado político -según
la lógica con que usualmente se usa en Occidente- es sinónimo de salvajismo.
Carga que no tiene, por ejemplo, la llamada guerra convencional. Quien mata en
guerra es un héroe. Más aún: se le premia, es un héroe de la patria, se le puede
llegar a inmortalizar. Ninguna bomba inteligente de alta tecnología es asesina, es
terrorista, pero sí lo son, por ejemplo, quienes resisten a la ocupación
estadounidense en Irak, o quienes bloquean una carretera pidiendo alguna
reivindicación.
Como vemos, las posibilidades que pueden caer bajo el arco de “terrorismo” son
por demás de amplias: una bomba en un restaurante, una emboscada a una
unidad de un ejército regular, un ataque aéreo de un país contra otro, son todas
acciones igualmente violentas (al igual que las corridas de toro, o las peleas de
gallo), con resultados similares: muerte, destrucción, terror en los sobrevivientes.
¿Cuál de ellas es más “terrorista”? Y por otro lado -quizá esto es lo esencial-:
¿quién las define como “buena” o “mala”? ¿Por qué después de los ataques
“terroristas” en Francia se dijo que “Todos éramos Charlie”, y no se dice que
“Todos somos palestinos” después de un bombardeo israelí sobre este pueblo, o
“Todos somos afganos, o iraquíes, o egipcios, o sirios”, después de cada
bombardeo de las fuerzas de “la libertad y la democracia” capitaneadas por el
Pentágono sobre alguno de estos países donde, “casualmente”, hay petróleo o
gas en su subsuelo?
Es obvio que el término no es nada inocente; su utilización arrastra una tácita
condena: habría una violencia legítima -la que puede ejercer un Estado contra
otro, o la que ejerce contra insurrectos que se alzan contra el orden constituido-, y
una violencia no legítima a la que le cabe el mote -profundamente despectivo- de
“terrorismo”. La diferencia estriba no precisamente en una consideración ética (la
violencia es siempre violencia, y ninguna es más “buena” que otra: también es
condenable la del boxeo o la de la corrida de toros) sino en un ordenamiento
jurídico que se desprende, en definitiva, de relaciones de poder. ¿Qué fundamento
ético o jurídico habría para decir que la tauromaquia no es terrorismo entonces?
¿Porque se trata de animales? La evocación de la tristeza por los franceses
masacrados o la indiferencia por olvidados musulmanes de cualquiera de los
países invadidos arriba mencionados nos remite a la cuestión de quién manda en
el mundo, y de por qué pensamos lo que pensamos: el Esclavo piensa con la
cabeza del Amo.
III – El atentado contra las torres del Centro Mundial de Comercio de New York en
2001 es un acto terrorista, pero no lo es -al menos así lo presenta la prensa oficial
que moldea la opinión pública mundial- un manual militar como el que citábamos
más arriba. ¿Cuál de las dos lógicas en juego es más “terrorista”? Y si fuera cierto
que la destrucción de esos edificios fue un acto auto-provocado por el gobierno
federal de Washington para justificar su proyecto de guerras preventivas, ¿eso es
terrorismo o no? Es terrorismo de Estado, pero la prensa oficial no habla de eso.
¿Quién en su sano juicio podría alegrarse y festejar por la muerte violenta de unos
niños, de una señora que estaba haciendo sus compras en el mercado, de un
ocasional transeúnte alcanzado por una explosión? Pero ahí está la falacia, lo
perverso del mensaje sesgado con que el poder se defiende: se presenta la parte
por el todo, mostrando sólo un aspecto -con ribetes sentimentales- de un conjunto
mucho más complejo. ¿Alguna vez los medios muestran las escenas dantescas
que sobrevienen a los bombardeos “legales” de una potencia militar? ¿Alguna vez
se habla de las monstruosidades propiciadas por la pedagogía del terror de un
manual como el de la Escuela de las Américas? ¿Sufre más una víctima que la
otra? ¿Es más “buena” y “respetable” una violencia que otra? ¿Qué dirán los toros
sacrificados en la arena de una plaza? ¿Y los torturados, masacrados, violados y
silenciados en nombre de la libertad y la democracia? ¿Vale más un francés
muerto por una bomba que un ciudadano sirio?
Está claro que la dimensión del fenómeno es infinitamente más compleja que la
malintencionada simplificación con que se nos presenta el problema. El
maniqueísmo, en definitiva, ahoga las posibilidades de soluciones reales. Son tan
víctimas los civiles que mueren en un atentado dinamitero hecho por un grupo
irregular como los que caen bajo el fuego de un ejército regular. ¿Por qué los
regulares serían menos asesinos que los irregulares?
Es por eso que sigue teniendo vigencia lo que 35 años atrás, en 1981, firmaban
numerosos Premios Nobel como “Manifiesto contra el Hambre”, y que debemos
seguir levantando como principal estandarte por un mundo mejor: “Cientos de
millones de personas agonizan a causa del hambre y del subdesarrollo, víctimas
del desorden político y económico internacional que reina en la actualidad. Está
teniendo lugar un holocausto sin precedentes, cuyo horror abarca en un sólo año
el espanto de las masacres que nuestras generaciones conocieron en la primera
mitad de este siglo y que desborda por momentos el perímetro de la barbarie y de
la muerte, no solamente en el mundo, sino también en nuestras conciencias. […]
El motivo principal de esta tragedia es de carácter político.”