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Terrorismo es ejercer el terror para lograr un objetivo.

El terror es el miedo, la
angustia por la vida propia.

El objetivo del terrorismo no es sembrar el terror, ni asesinar por asesinar.


Sembrar el terror es el medio que utilizan para lograr unos objetivos. Que existan
estos objetivos, no significa que el método utilizado para alcanzarlos (el terror) sea
válido. 

Pero negar la existencia de estos objetivos, es negar las causas del terrorismo, y
por lo tanto imposibilita prevenir los futuros actos de terrorismo. 

Nadie, ningún ser humano, ningún animal, por naturaleza, mata por matar. Sí
existen por ejemplo, psicópatas, asesinos en serie que parecen encontrar un
placer en el asesinar, pero se trata de personas mentalmente enfermas,
esquizofrénicos que viven en realidades completamente torcidas. 

En su mundo virtual, que viven como real, se sienten amenazados, se sienten


llamados a asesinar o son anulados sus sentimientos. 

Han perdido el contacto con el mundo real y con sus propios sentimientos. Éstas
personas, por las características de su enfermedad, no pueden ser organizadas
en redes ni organizaciones terroristas. Por lo tanto, los terroristas no son
psicópatas. 

Las personas que deciden asesinar de forma indiscriminada, han vivido un


proceso de transformación que de alguna forma lleva a relacionar su actuación
con unos objetivos y en muchos casos también con una recompensa. (Ser
considerado héroe nacional o mártir.) En el caso de que tomen elevados riesgos
por la vida propia, o en el caso de los suicidas, se muere por la patria o se les
promete el paraíso. 

Al contrario de los psicópatas, los terroristas necesitan una cierto grado de


organización y contacto con la realidad. La organización es necesaria para
llevar a cabo el proceso de transformación que lleva a perpetrar el acto de
terrorismo en nombre de los objetivos declarados. 

El contacto con la realidad es necesario para trabajar los sentimientos personales


de odio y venganza, y para relacionar el acto terrorista con los objetivos. 

Eso no significa que la realidad no es distorsionada, ni manipulada. Pero se


necesita que la persona preparada para cometer un acto terrorista, viva la realidad
de forma que aumente su odio y sentimiento de venganza contra el enemigo
declarado. Para ello, la organización conducirá o transformará a la persona. Para
poder hacerlo, es necesario que se cumplan varias condiciones.
Primero, es necesario que la persona se sienta profundamente relacionada con
una situación de gran injusticia, con una causa por la cual vale la pena luchar.
Segundo, hace falta que se demuestre que no existen otras formas de lucha
posibles o válidas. Y por último, que se pueda relacionar el objetivo con los
responsables de la injusticia. 

¿Qué significa todo eso?

Una persona que vive en un entorno donde no existe un sentimiento profundo de


injusticia, difícilmente es transformable en una persona dispuesta a cometer un
acto terrorista.

Significa también que si una persona vive en una situación de profunda injusticia,
pero en la cual existen caminos percibidos como alcanzables o reales que
permitan salir de esta situación de injusticia, su posible manipulación y
transformación en terrorista es mucho más difícil. Y por último, es necesario
relacionar el acto, y sus victimas con el responsable de la injusticia vivida. 

Los que colocaron las bombas en los trenes en Madrid saben muy bien que las
víctimas no tienen ninguna culpa de la causa por la cual luchan. Pero es una
forma de tomar venganza contra aquellos que ellos creen responsables de su
injusticia. 

Creen que no tienen medios para alcanzar directamente a estos responsables,


pero sí pueden tocar a los cercanos a los responsables. (Los responsables según
lo que la realidad les ha enseñado, o según les ha sido enseñado.) En esa lógica
‘ellos, los responsables, asesinan a los míos, y yo, asesino a los suyos’. Ojo por
ojo. 

Por lo tanto. En Honduras no existe el Terrorismo, como en la alemania nazi lo


que el Partido Nacional pretende hacer es tipificar los actos de resistencia como
«Terrorismo».

Defender nuestros bienes naturales será TERRORISMO.

Defender la libre circulación de nuestras calles será TERRORISMO.

Defender la autodeterminación de nuestros pueblos sera TERRORISMO.

Las redes sociales serán reguladas para evitar el «Terrorismo» Cibernético.


I-Desde hace ya unas décadas, hacia fines del siglo XX, fue estableciéndose
como una táctica militar un tipo amplio y difuso de acciones al que se le ha dado el
impreciso nombre de “terrorismo”. Quienes otorgan ese nombre (instituciones
oficialmente constituidas) tienen una idea determinada de lo que entienden por él;
pero quienes lo reciben, en realidad jamás se autodefinen como “terroristas”.
Además, si bien puede haber grandes diferencias entre los que así son
designados (partidos políticos de izquierda, movimientos sociales, grupos de
acción armada, etc.), ninguno de ellos se reconoce como “señor del terror” sino,
en todo caso, luchador social. Con lo que vemos que es muy difuso el término,
equívoco, hasta incluso: engañoso. En verdad ¿quién es “terrorista”? ¿Qué
significa con precisión ser un “terrorista”?

Siendo estrictos, no hay una definición unívoca del término. En todo caso, puede
advertirse desde el inicio que su nombre mismo ya presenta una carga negativa:
evoca el terror. Pero eso, lo sabemos, es excesivamente amplio: puede entrar allí
desde una amenaza de bomba hasta un desequilibrado mental que asesina en
serie, una broma de mal gusto o una muchedumbre enardecida que se permite
linchar a alguien. Un acto terrorista, por tanto, más que significado político -según
la lógica con que usualmente se usa en Occidente- es sinónimo de salvajismo.
Carga que no tiene, por ejemplo, la llamada guerra convencional. Quien mata en
guerra es un héroe. Más aún: se le premia, es un héroe de la patria, se le puede
llegar a inmortalizar. Ninguna bomba inteligente de alta tecnología es asesina, es
terrorista, pero sí lo son, por ejemplo, quienes resisten a la ocupación
estadounidense en Irak, o quienes bloquean una carretera pidiendo alguna
reivindicación.

¿Tiene sentido eso, o se trata sólo de un discurso de dominación, un ejercicio de


poder? En un Manual de Entrenamiento Militar de la Escuela de las Américas de
Estados Unidos puede leerse como una sana recomendación para sus alumnos,
por ejemplo, “aplicar torturas, chantaje, extorsión y pago de recompensa por
enemigos muertos”. ¿Eso es guerra limpia o terrorismo? Y más aún: ¿es posible
que haya guerra limpia?

Entonces, en definitiva: ¿qué es el terrorismo? ¿Hay alguna definición seria al


respecto? Desde ya vemos la dificultad intrínseca. De hecho, se han aportado
varias, pero los mismos ideólogos que debaten sobre sus propiedades no
terminan de encontrar una versión convincente. El Departamento de Estado de los
Estados Unidos de América en uno de sus Informes anuales sobre “Tendencias
del Terrorismo Mundial”, antes de definirlo siquiera comienza diciendo que “la
maldad del terrorismo siguió azotando al mundo este año, desde Bali hasta
Grozny y hasta Mombasa. Al mismo tiempo, se libró intensamente la guerra
mundial contra la amenaza terrorista en todas las regiones, con resultados
alentadores”, con lo que, ante todo, se parte de una valoración: el terrorismo es
intrínsecamente malo.
Acto seguido lo caracteriza diciendo que “se constituye, tanto en el ámbito interno
como en el mundial, en una vía abierta a todo acto violento, degradante e
intimidatorio, y aplicado sin reserva o preocupación moral alguna”. Preguntamos:
¿las invasiones entran allí? ¿Y las peleas de box? ¿Son actos violentos y
degradantes también las corridas de toro? ¿Y las riñas de gallo o de perro?
¿Cuándo algo empieza a ser «terrorista»?

El entonces presidente de Estados Unidos, George Bush hijo, declaró en alguna


ocasión que “no se cansará, no titubeará y no fracasará en la lucha por la
seguridad del pueblo estadounidense y por un mundo libre del terrorismo.
Seguiremos sometiendo a nuestros enemigos a la justicia o les llevaremos la
justicia a ellos”. Claro que esa justicia puede ser la invasión militar, obviamente,
pasando por sobre el derecho internacional y las resoluciones de la ONU. En
nombre de la lucha contra él, está visto que puede hacerse cualquier cosa. ¿Tan
malo es el “terrorismo” que da lugar a todo tipo de intervención, incluidas guerras
preventivas -hasta con armamento nuclear, como pretende hoy la Casa Blanca en
más de alguna de sus hipótesis de conflicto- o hay ahí “gato encerrado”?

II – De acuerdo a datos suministrados por el mismo gobierno federal de


Washington, el terrorismo ha matado en el mundo, entre en los primeros cinco
años de este siglo, a 24.429 personas (la misma cantidad que contrae el VIH en 8
días); es decir: un promedio de 13 personas diarias (contra 1.000 personas diarias
que mueren de diarrea por falta de agua potable, o más de 2.000 por día que
fallecen por hambre). Lo curioso es que, para combatir este flagelo del VIH-SIDA
en el ámbito de la salud, la Casa Blanca utiliza 100 veces menos presupuesto que
lo que emplea para su guerra preventiva contra el “terrorismo”. O hay un error en
los cálculos, o evidentemente la apreciación de los estrategas estadounidenses se
equivoca, puesto que ven una mayor amenaza a la seguridad de la especie
humana en el siempre mal definido e impreciso “terrorismo” que en la pandemia
de VIH-SIDA. O, mucho más crudamente: son unos descarados delincuentes que
trabajan para un proyecto donde lo único que cuenta son los intereses de las
grandes corporaciones de su complejo militar-industrial y petrolero, asegurando
así sus privilegios de clase.

El tema es complejo, y estamos dominados más que nada por un cargado


discurso ideológico que la manipulación mediática de estos últimos años nos legó:
algunos soldados (en general blancos, rubios, amantes de la libertad y la
democracia -y la Coca-Cola-) suelen ser los “buenos”, y los “terroristas” -que
curiosamente no son blancos…ni toman Coca-Cola- suelen ser los “malos”.
Problemático, ¿verdad?

¿Son prácticas “terroristas” las guerras de guerrillas, las guerras de liberación


nacional, las luchas anticolonialistas? ¿Cuándo empiezan a ser “terroristas” las
acciones militares? Por cierto que el campo conceptual es amplio, difuso, cargado
ideológicamente. Si lo que busca el “terrorismo” es crear conmoción y pavor
-según una sesgada visión-, eso fue lo que logró, por ejemplo, la invasión
angloestadounidense en Irak, a punto que así se designó oficialmente la
operación: “Conmoción y pavor”; y no se la llamó “invasión terrorista”.

¿Quiénes son más “terroristas”: las guerrillas antiimperialistas latinoamericanas o


los grupos musulmanes anti-sionistas?, ¿el ejército israelí o la ETA vasca?, ¿las
tropas rusas en Chechenia o los comandos chechenios en Rusia?, ¿las bombas
nucleares que podrían lanzar Estados Unidos o Israel sobre Irán o los zapatistas
de Chiapas?

Una de las bases militares más grandes de Estados Unidos se encuentra en la


llamada Triple Frontera, entre Brasil, Argentina y Paraguay donde, casualmente,
se encuentra el Acuífero Guaraní, la segunda reserva de agua dulce subterránea
más grande del planeta, y donde -también casual y curiosamente- los servicios de
inteligencia de Washington han detectado escuelas coránicas para formación de
“terroristas”. ¿Lo podremos creer?

Como vemos, las posibilidades que pueden caer bajo el arco de “terrorismo” son
por demás de amplias: una bomba en un restaurante, una emboscada a una
unidad de un ejército regular, un ataque aéreo de un país contra otro, son todas
acciones igualmente violentas (al igual que las corridas de toro, o las peleas de
gallo), con resultados similares: muerte, destrucción, terror en los sobrevivientes.
¿Cuál de ellas es más “terrorista”? Y por otro lado -quizá esto es lo esencial-:
¿quién las define como “buena” o “mala”? ¿Por qué después de los ataques
“terroristas” en Francia se dijo que “Todos éramos Charlie”, y no se dice que
“Todos somos palestinos” después de un bombardeo israelí sobre este pueblo, o
“Todos somos afganos, o iraquíes, o egipcios, o sirios”, después de cada
bombardeo de las fuerzas de “la libertad y la democracia” capitaneadas por el
Pentágono sobre alguno de estos países donde, “casualmente”, hay petróleo o
gas en su subsuelo?
Es obvio que el término no es nada inocente; su utilización arrastra una tácita
condena: habría una violencia legítima -la que puede ejercer un Estado contra
otro, o la que ejerce contra insurrectos que se alzan contra el orden constituido-, y
una violencia no legítima a la que le cabe el mote -profundamente despectivo- de
“terrorismo”. La diferencia estriba no precisamente en una consideración ética (la
violencia es siempre violencia, y ninguna es más “buena” que otra: también es
condenable la del boxeo o la de la corrida de toros) sino en un ordenamiento
jurídico que se desprende, en definitiva, de relaciones de poder. ¿Qué fundamento
ético o jurídico habría para decir que la tauromaquia no es terrorismo entonces?
¿Porque se trata de animales? La evocación de la tristeza por los franceses
masacrados o la indiferencia por olvidados musulmanes de cualquiera de los
países invadidos arriba mencionados nos remite a la cuestión de quién manda en
el mundo, y de por qué pensamos lo que pensamos: el Esclavo piensa con la
cabeza del Amo.

III – El atentado contra las torres del Centro Mundial de Comercio de New York en
2001 es un acto terrorista, pero no lo es -al menos así lo presenta la prensa oficial
que moldea la opinión pública mundial- un manual militar como el que citábamos
más arriba. ¿Cuál de las dos lógicas en juego es más “terrorista”? Y si fuera cierto
que la destrucción de esos edificios fue un acto auto-provocado por el gobierno
federal de Washington para justificar su proyecto de guerras preventivas, ¿eso es
terrorismo o no? Es terrorismo de Estado, pero la prensa oficial no habla de eso.

Pinochet, en su lucha contra los “terroristas subversivos”, ¿no era él un terrorista


por los métodos empleados? ¿No fueran las peores expresiones de terrorismo de
Estado las guerras sucias que ensangrentaron los países latinoamericanos las
décadas pasadas? Pero oficialmente esas fueron guerras “contrainsurgentes” y no
“terroristas”. ¿Quién lo dice?

Si lo distintivo de un acto “terrorista” es la búsqueda de población civil no


combatiente como objetivo, el 80 % de los muertos en las guerras habidas desde
el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 a la fecha se encuadra en este
concepto; actos, sin duda, por los que ningún militar ni político ha sido juzgado en
calidad de “terrorista”. Haber lanzado armamento nuclear sobre población civil no
combatiente en Hiroshima y Nagasaki podría considerarse actos terroristas, pero
como la historia la escriben los que ganan, se pueden hacer pasar casi como
“actos humanitarios” que, supuestamente, impidieron más muertes.
Hoy por hoy, en un mundo absolutamente dominado por los montajes mediáticos,
en forma insistente se ha ido metiendo la idea del “terrorismo” como uno de los
peores flagelos de la humanidad. De manera casi refleja suele asociárselo con
maldad, crueldad, barbarie; y por cierto, en esa visión parcial e interesada, esas
prácticas nos alejan de la civilización supuestamente democrática, presunto punto
de llegada de la evolución cultural (léase: economías de mercado con parlamentos
formales). Dentro de esa lógica hemos terminado por no poder distanciarnos de la
falacia -llevada a grados patéticos por la insistencia de la prensa- de “terrorismo =
malo, estamos contra él o somos un terrorista más”.

Merced al impresionante juego manipulatorio de los medios masivos de


comunicación suele ligárselo a cualquier forma de protesta, en general conectada
con los países más pobres y postergados. Todo ello, según la concepción que se
fue generando, es intrínsecamente perverso, traicionero, sádico, propio de
fanáticos fundamentalistas. Un “terrorista” -según ese orden discursivo- es un
delincuente subversivo, un apátrida; en definitiva: un monstruo inhumano. Por
supuesto que los autores del manual de la Escuela de las Américas, aunque
inciten a la tortura y a la corrupción, no son “malos”, porque lo hacen en nombre
de la guerra contra el terrorismo, para defender el “modo de vida occidental y
cristiano”.

¿Quién en su sano juicio podría alegrarse y festejar por la muerte violenta de unos
niños, de una señora que estaba haciendo sus compras en el mercado, de un
ocasional transeúnte alcanzado por una explosión? Pero ahí está la falacia, lo
perverso del mensaje sesgado con que el poder se defiende: se presenta la parte
por el todo, mostrando sólo un aspecto -con ribetes sentimentales- de un conjunto
mucho más complejo. ¿Alguna vez los medios muestran las escenas dantescas
que sobrevienen a los bombardeos “legales” de una potencia militar? ¿Alguna vez
se habla de las monstruosidades propiciadas por la pedagogía del terror de un
manual como el de la Escuela de las Américas? ¿Sufre más una víctima que la
otra? ¿Es más “buena” y “respetable” una violencia que otra? ¿Qué dirán los toros
sacrificados en la arena de una plaza? ¿Y los torturados, masacrados, violados y
silenciados en nombre de la libertad y la democracia? ¿Vale más un francés
muerto por una bomba que un ciudadano sirio?

Está claro que la dimensión del fenómeno es infinitamente más compleja que la
malintencionada simplificación con que se nos presenta el problema. El
maniqueísmo, en definitiva, ahoga las posibilidades de soluciones reales. Son tan
víctimas los civiles que mueren en un atentado dinamitero hecho por un grupo
irregular como los que caen bajo el fuego de un ejército regular. ¿Por qué los
regulares serían menos asesinos que los irregulares?

El mundo sigue siendo injusto, terriblemente injusto; la distribución de la riqueza


que el sistema capitalista crea es de una inequidad espantosa. El hambre sigue
siendo la principal causa de muerte de la población mundial, hambre evitable,
hambre que debería desaparecer si se repartiera algo más equitativamente el
producto social que creamos los humanos. Esa injusticia estructural en las
relaciones interhumanas es el principal exterminio que enfrentamos a diario; pero
eso no es la gran noticia, de eso no se habla mucho. Hoy el “terrorismo
internacional” se presenta como el peor de los apocalipsis concebibles, mientras
que del hambre no se habla, o se lo hace desde una óptica de caridad. Pero no
podemos olvidar que por hambre mueren casi 100 veces más personas diarias
que por “actos terroristas”. ¿O habrá que considerar el hambre como terrorismo?

Es por eso que sigue teniendo vigencia lo que 35 años atrás, en 1981, firmaban
numerosos Premios Nobel como “Manifiesto contra el Hambre”, y que debemos
seguir levantando como principal estandarte por un mundo mejor: “Cientos de
millones de personas agonizan a causa del hambre y del subdesarrollo, víctimas
del desorden político y económico internacional que reina en la actualidad. Está
teniendo lugar un holocausto sin precedentes, cuyo horror abarca en un sólo año
el espanto de las masacres que nuestras generaciones conocieron en la primera
mitad de este siglo y que desborda por momentos el perímetro de la barbarie y de
la muerte, no solamente en el mundo, sino también en nuestras conciencias. […]
El motivo principal de esta tragedia es de carácter político.”

Por tanto, el enemigo y principal amenaza para la humanidad no es el impreciso y


siempre mal definido “terrorismo”; sigue siendo la injusticia, aunque nos hayan
querido hacer creer estos años que estaba un tanto pasado de moda hablar de
ella. Y como dijo el jesuita Xabier Gorostiaga: “Quienes seguimos teniendo
esperanza no somos tontos”, aunque quieran hacernos parar por tales con los
espejitos de colores que nos distraen.

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