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C5N > OPINIÓN  29 de abril 2022 - 11:43

La ideología de la
destrucción
La fusión de la derecha política con el
neoliberalismo económico ha dado a luz una
ideología de la violencia y la opresión que se
traduce crecientemente en un culto de la
destrucción per se.

Carlos de la Vega

 José Luis Espert y Javier Milei.

Los tuits del 11 de abril de José Luis Espert, diputado nacional


por el partido libertario Avanza Libertad, en relación al conflicto
desatado en el Instituto Nacional de Cine y Artes
Audiovisuales (INCAA) llamando a cerrar una de las oficinas
estatales argentinas con mayor prestigio internacional y
calificando de ñoquis a quienes trabajan o están vinculados a
ella, bien pueden hilarse con su anterior propuesta de meter
“bala” a los delincuentes hasta transformarlos en “queso
gruyer”; o la intención de otro diputado del mismo espacio,
Javier Milei, de privatizar Aerolíneas Argentinas y eliminar el
peso por el dólar estadounidense; o la supresión de los
ministerios de Salud y Ciencia, Tecnología e Innovación
Productiva, y la suspensión de los programas de vacunación
perpetradas por el gobierno de Mauricio Macri.

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La derecha neoliberal muestra, una vez más, que sólo posee


propuestas de destrucción de los componentes
fundamentales de la vida social. El grave problema de esto es
que esa cultura del odio y la devastación empieza a tener
crecientes adherentes en la sociedad, especialmente entre
quienes serían las principales víctimas de esas políticas. Un
dato ominoso que, de sostenerse y ampliarse, augura
tragedias sociales inimaginables.

Derecha y neoliberalismo

Una cosa no es lo mismo que la otra pero ambas se han


mezclado exitosamente. La derecha puede caracterizarse
como un posicionamiento político y social basado en la idea
de que la sociedad debe ser un orden fuertemente
jerarquizado entre diferentes grupos, en donde unos pocos
tienen que dominar sobre muchos otros.

El culto de la jerarquía social como un valor intrínseco ha


llevado a la derecha a otro de sus rasgos perennes, la
marcada preferencia por la violencia como la forma primordial
de regulación de las relaciones interpersonales. Sólo con la
ubicua presencia de la violencia se puede garantizar la
estabilización permanente de la desigualdad que entraña la
jerarquía como elemento esencial de la vida social.

Las jerarquías en sí mismas no son malas, es más, pueden


cumplir un rol muy positivo. Piénsese que sería de en una sala
de cirugía si no hubiera un orden establecido para conducir las
acciones. El tema es que una jerarquía positiva tiene ciertos
rasgos de los que carece la visión de la derecha sobre ella. La
primera se establece por razones funcionales, para que una
tarea pueda llevarse adelante de manera adecuada, no debe
estar al servicio de quienes ejercen el mando y los conducidos
tienen derechos de los que no pueden ser privados. Nada de
eso ocurre en la concepción de la derecha.

El neoliberalismo, por otro lado, es una doctrina económica y


social que no se limita a denostar la intervención del Estado, su
eje es la promoción de un individualismo disolvente de los
lazos de solidaridad humana cuya consecuencia final es la
entronización del despotismo más rampante. El más fuerte
tiene derecho a someter a todos los demás. Por eso los
profetas de la reducción del Estado, extrañamente no se
oponen a uno de los roles más delicados de aquél, y que más
fácilmente se podría cuestionar desde posicionamientos
libertarios, el del monopolio de la violencia. Ningún neoliberal
levanta sus airadas críticas al incremento de las capacidades
represivas de los gobiernos. Muy por el contrario, ellos han
sido grandes promotores y admiradores de las dictaduras más
crueles. Friedrich von Hayek, economista austríaco (1899-1992)
y uno de los referentes preferidos de los libertarios, en una
entrevista realizada por el diario chileno El Mercurio, el 12 de
abril de 1981, en plena dictadura de Pinochet en el país
trasandino, declaraba: “personalmente prefiero a un dictador
liberal que a un gobierno democrático falto de liberalismo”.

Gritos en lugar de argumentos

La derecha neoliberal trasunta violencia. Sus postulados son


mucho más que propuestas económicas, políticas, o incluso
sociales, son formas de vida, invitaciones e imposiciones de
una cultura de la agresión y la destrucción. En ese camino no
importan la verdad, ni el respecto hacia los demás. Por eso
Espert, Milei, Macri, o sus seguidores, rara vez argumentan,
fuera de la repetición de ciertas afirmaciones pre armadas al
modo de mantras. El insulto y la vociferación son el principal
recurso comunicacional. En cuanto alguien los contradice, los
desafía con argumentos o evidencias, vienen las reacciones
airadas, siempre al borde de la violencia explícita. Milei se ha
levantado de varios reportajes cuando las cosas no se
presentaban a su gusto.

La apelación a una emotividad patológica es una necesidad de


los libertarios porque de esa forma obturan el razonamiento
de su público, activando algunas de las reacciones más
primitivas y nocivas que anidan en el interior de la mente
humana. Aquéllas que debieron ser aplacadas para poder
construir civilizaciones vivibles.

El culto de la destrucción y el cinismo

El ajuste económico perpetuo, las balas para media


humanidad, la exaltación de la depredación de la naturaleza
para hacer plata; todas las propuestas de la derecha
neoliberal giran siempre sobre el mismo núcleo, la destrucción.
En una primera instancia pueden camuflar su verdadera
naturaleza con algunas cuestiones aparentemente positivas, la
meritocracia, la libertad, la responsabilidad individual, el
cumplimiento de la normas, pero todo eso se diluye como
humo cuando la misma persona que se ata al cuello el pañuelo
de las “dos vidas” luego propone acabar a tiros con la mitad
de la población, o cuando quien fustiga la corrupción aparece
en los listados internacionales de evasores tributarios o es un
contrabandista condenado que emplea al Estado para sus
negocios privados.

La bandera del esfuerzo del trabajo como una virtud a cultivar


es para los otros, no para los libertarios. Macri es el ejemplo
prototípico. Como diputado nacional ostenta el récord de
haber sido uno de los legisladores que más faltó en la historia
del Congreso y como presidente fue el que más vacaciones se
tomó. Separado de la conducción de Sociedades Macri
(SOCMA) por su padre a causa de su incapacidad para el
puesto, el ex presidente goza de otra cualidad bien propia de
la derecha neoliberal, su total lejanía con la verdad. Su propia
madre, Alicia Blanco Villegas, en una entrevista brindada en
2019 a la revista Noticias, relató como solía castigar al pequeño
Mauricio por su costumbre de mentir.

En la derecha neoliberal también abunda lo que en psicología


se denomina técnicamente "proyección”. Un mecanismo por el
cual una persona atribuye a los otros virtudes o defectos que
le son propios. Los personajes de la derecha libertaria suelen
acusar a otros de lo que ellos son o hacen. El gobierno de
Cambiemos atribuía al kirchnerismo el ser autoritario y
perseguidor mientras montaba un aparato de espionaje y
acoso judicial perfectamente calificable como terrorismo de
Estado.

Volviendo al culto de la destrucción, si se siguieran las


exhortaciones de quienes militan en la derecha neoliberal
nacional nada de lo mejor de la Argentina existiría. No habría
salud, ni educación pública, ni desarrollo de tecnología
nuclear, o satelital, ni radares propios, ni una aerolínea de
bandera, ni ciudades con un mínimo de ordenamiento urbano,
etc. Espert quiere cerrar el INCAA que posibilitó que Argentina
ganara dos veces el máximo galardón que se otorga en la
cinematografía mundial, el Oscar, mientras el diputado
libertario no puede ostentar ningún legado análogo que haya
dejado al país.

Los fenómenos descriptos no sólo ocurren en países como


Argentina. Una buena parte de la base electoral de Donald
Trump la constituyen quienes reivindican la tenencia irrestricta
de armas entre la población civil. La demanda de esta gente
no es por más seguridad, ni mucho menos por una
disminución de la violencia intrasociedad que ha hecho de los
de Estados Unidos de América (EE.UU) el país desarrollado con
más delitos violentos del planeta. Lo que defienden los
miembros de la American Rifle Association (ARA) y sus
simpatizantes es el “derecho” a matar a otros, su meta es
seguir viviendo en una sociedad en donde todos pueden
amenazarse mortalmente en forma constante. Exactamente
igual que lo que reclama la mayor parte de los antivacunas, el
“derecho” a poder contagiar a los demás, enfermándolos y
quizás llevándolos a la muerte.

El oscurantismo libertario

Hay un elemento distintivo en la derecha neoliberal actual que


no estaba presente en otras formas de la derecha,
experimentadas sobre todo a lo largo del siglo XX como fue el
nazismo. A pesar de la brutalidad criminal de esas ideologías,
ellas no eran anticientíficas. Al contrario, hacían un uso
intensivo del conocimiento científico y tecnológico para sus
propósitos. En cambio, la derecha neoliberal contemporánea
va adoptando crecientemente posturas cada vez más
oscurantistas. La actitud ante la pandemia de la COVID-19 de
Bolsonaro o Trump son un ejemplo claro, pero hay otros. Al
inicio de su mandato, el mencionado presidente
estadounidense promovió un recorte de fondos para
investigación y desarrollo en ciencia y tecnología que sólo
parcialmente fue paliado hacia el final de su mandato. Trump
había contribuido a debilitar uno de los pilares de la
competencia por el poder mundial, como es la generación de
conocimiento, a pesar de que él se había autoproclamado
como el hombre que venía a restaurar la grandeza
norteamericana.

De la desigualdad al fundamentalismo

La derecha neoliberal ha sabido tañer con astucia algunas


cuerdas muy oscuras de la condición humana. Una de ellas es
la de la inclinación por la desigualdad que, según las culturas
previas, puede estar más o menos presente en diferentes
sociedades. En los casos más acentuados, como en las
culturas latinas, es frecuente encontrar que buena parte de las
identidades personales de los individuos de esas sociedades
se construyen, no en base a los logros propios, sino en
función de las desgracias ajenas. Hay una necesidad de
sentirse más afortunado, o superior al otro, para estar bien.
Cualquier atisbo de igualación, sobre todo con quienes son
considerados inferiores, genera una profunda
desestabilización en términos personales que se traduce en
resentimiento y odio.

La necesidad de la desigualdad para conformar la propia


identidad se da en cualquier nivel social. El taxista ve con
desprecio al albañil y éste al cartonero. Tal vez en los sectores
medios y medios bajos, la discriminación social se da aún más
intensamente que en los elevados. La derecha neoliberal lo
sabe y lo cultiva.

El resentimiento y el odio ante la pérdida imaginada de una


supuesta posición social por la posibilidad de ascenso de los
“otros” se transforma fácilmente en un comportamiento
autodestructivo. Cuando en una discusión se indaga en
profundidad a un trabajador que entusiasta va a votar a un
candidato que le promete realizar un ajuste feroz que
pulverizará sus ingresos; siempre surge como argumento del
votante suicida el anhelo de que esas acciones finalmente
logren “hacer c… a los negros planeros”.

El resultado de la intoxicación del odio y el culto de la


desigualdad es análogo al que provoca el fundamentalismo
religioso islámico. El “mártir” prefiere inmolarse si con eso logra
destruir a su enemigo, real o imaginario.

No se han considerado en estas líneas los otros aliados de los


profetas de la destrucción, los grandes grupos mediáticos y
las redes sociales. Ambos se revelan cada día más, no como
canales para la mejora en el acceso a la información y la
comunicación, sino como autopistas donde la manipulación y
la incitación al odio circulan a sus anchas.

La última vez que porcentajes significativos de la sociedad se


entregaron tan abiertamente al odio y a la destrucción
sobrevinieron tragedias descomunales. En Argentina, la más vil
y genocida de las dictaduras; en el mundo, el nazismo y la
Segunda Guerra Mundial. Ahora todo podría ser mucho peor,
tanto en el escenario doméstico, como en el global, por la
magnitud de las armas y de los recursos al alcance de los
adalides de la devastación. Urge, por lo tanto, poner freno a la
ideología de la destrucción.

Abogado, licenciado en Filosofía y magister en Economía. Se


ha desempeñado profesionalmente en el Ministerio de
Defensa, la Policía de Seguridad Aeroportuaria y en diversas
empresas públicas y privadas. Actualmente también es
docente de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), la
Universidad Tecnológica Nacional – Regional Córdoba (UTN-
FRC), y profesor visitante de la Universidad de la Defensa
(UNDEF).

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