Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Érika Gael
1ª e dición
ISBN: 978-1482659702
En cálida paz y ale gría los ánge le s, pue s así los llamó
e l e scultor, durante años habitaron. S ie te príncipe s con
le altad y justicia gobe rnaron y, por e ncima de todos e llos,
su cre ador orgullo sin pre ce de nte s mostró hacia tan
e xce lsos se re s. A su lado, acompañándole sie mpre , su
más de liciosa cre ación compartió su alborozo. Llamóle a
é l Lucife r, Estre lla de la Mañana, Luce ro de l Alba.
Portador de l fue go que por sie mpre iluminaría sus pasos.
Capítulo I
Infierno. 1 de Enero de 2009.
—Be l…
—¡Ast!
—Hola, Lily.
*****
—¿Ce los?
—No —re spondió Luc con una mue ca pre pote nte .
—Yo tambié n.
Era de idiotas tratar de mante ne r una conve rsación
con alguie n que e ra, a todos los nive le s, tan pare cido a é l.
—A ve ce s no e re s dive rtido.
—¿Sólo a ve ce s?
—Porque hace nove cie ntos nove nta y ocho años que
yo no lo piso. Y si hasta ahora te nía e l consue lo de sabe r
que tú e ras aún más pringado que yo, no pie nso pe rde rlo
ahora. Aquí mando yo, así que te jode s.
—Exacto. Dos años. Se te cie ntos tre inta días. Nada más.
—Voy a ir —afirmó.
—Un souvenir.
Luc bufó.
—Espe ra.
Capítulo II
*****
A sus pie s.
Capítulo III
—Spanish?
*****
Capítulo IV
*****
*****
—Tráe me la.
*****
El e stómago de C arlota e mpe zaba a re cupe rar la
normalidad tras e l susto re pe ntino de ve r a un tipo igual
que Ale x Band e n mitad de la calzada. A pe sar de l
e mpe ño de sus amigas de hace rle cre e r que de ve rdad
e staba ante él, le había bastado una mirada más de te nida
para comprobar que no e ra él.
Ade más, se ntía fre nte a e lla otra mirada todavía más
difícil de soste ne r. Ne rviosa, se abrió camino e ntre los
fe ste jante s, dispue sta a e char a corre r e n cualquie r
mome nto. No sabía por qué , al fin y al cabo Adri te nía
razón; no le podían hace r nada de lante de todo e l mundo.
Pe ro aque lla figura, tan pare cida a la de l hombre de sus
sue ños, la intranquilizaba hasta límite s insospe chados.
Tal ve z se de bie ra a las manos ancladas e n los bolsillos
de la chaque ta de cue ro, la mandíbula firme , los ojos
ocultos, y e l talón re pique te ando con impacie ncia sobre e l
sue lo, hacie ndo que e l cue ro de los pantalone s se
adhirie ra a los músculos de las pie rnas.
O jalá nunca hubie ra ace ptado bajar a saludarle . O jalá
Pablo no se hubie ra comportado de e sa forma, lo que
prácticame nte la arrojó a los brazos de l de sconocido.
O jalá acabara pronto y todo que dara e n una dive rtida y
paté tica ané cdota que contar a su vue lta.
Capítulo V
Carlota se tambale ó.
—¿Pe rdón?
David re sopló.
Y se marchó.
David la obse rvó ale jarse . Pre stó e spe cial ate nción a
cómo los pantalone s vaque ros molde aban su trase ro y
sus muslos, cómo e l pe lo botaba e n mil dire ccione s con
cada paso que daba y que la apartaba de é l. Apre tó los
puños.
Danie l se aproximó a é l.
*****
S uspiró mie ntras asce ndía por las e scale ras, sabie ndo
que e n su habitación le aguardaban dos ánge le s que
que rrían conoce r hasta e l más e scabroso de talle de su
e ncue ntro.
De su primer y único encuentro, matizó su ce re bro.
Aunque más abajo, e n su pe cho, su corazón no pudo
e vitar se ntir que lo de e sa tarde no había sido más que e l
prime r round. Lo que no sabía e ra cómo se las iba a
arre glar para re sistir e l se gundo.
*****
—¡Adri!
—¿Charlotte?
—¿Pe rdón?
Capítulo VI
—Ni inte nte s que jarte —patale ó Adri a su lado, con las
gotas de alcohol re sbalando por su pe lo—. Es imposible
e star más e mpapadas de lo que e stamos.
Charlie suspiró.
*****
—¿Dónde e stáis?
—Pues… la verdad, no lo sé —se rio con una voce cilla
e stúpida—.En alguna parte de este inmenso barrio. Oye, ¿y ese
número?
—Es de … de David.
—Sí, e so pare ce …
—Pe ro…
Capítulo VII
En e l 227 de Bourbon S tre e t e xiste una fie l
re pre se ntación de l lado amable de l I nfie rno. El pe rfil
bue no de la te ntación. C olore s ce nte lle ante s, llamas
e scurridizas y muje re s fácile s.
—¿Qué e s e sto?
—¿No había nada más fue rte ? —prote stó con los
labios apre tados—. A sabe r qué de monios me habrás
e chado aquí…
—¿Quie re s la ve rdad?
—¿De esos?
—Alguna. Pocas.
—Llámalo curiosidad.
Ante e l sile ncio de e lla, David hizo un ge sto difuso con
las manos.
—Sí, así e s.
Entonce s la be só.
*****
El Archiduque re sopló.
—Claro que hay algo más que hace r. Sie mpre lo hay.
—¡Mie rda!
Fantástico.
*****
—Los hay con sue rte —dijo Albe rto cuando pudo
ce rrar la boca.
—¿Charlotte ?
—Te ne mos prisa —la voz de Pablo, fría como e l hie lo,
lle gó de sde atrás, y Carlota tragó saliva.
Él no apartó la mano.
—Está bie n.
Calidez.
*****
Carlota suspiró.
Él ni siquie ra pe stañe ó.
—¿Pe rdón?
—Sí, claro, a las ocho, pe rfe cto. Gracias por pre guntar.
Capítulo IX
—¡Eh!
—No te cre o.
Él re cupe ró la sonrisa.
—Si me pe rmite n…
—¿Por qué ?
—No que ría re galarte algo tan burdo como una caja
de bombone s, y como supuse que te gustaban los
animale s…
—¿Se guro?
—Estudio Biología, ¿re cue rdas?
—Claro, chérie.
—¿Ere s de e sos?
—¿El bayou?
—¿El bayou?
—¿Un tanto?
—No, gracias —re plicó sin alzar la vista—. Estoy lle na.
I´ll take your life, I´ll take your life, I´ll take your life, re pe tía
e n su cabe za.
*****
—El agua e stá por allí —dijo é l, quizás pre ocupado por
e lla. Pe ro no de bía e starlo e n absoluto.
Nunca jamás había pre se nciado algo tan puro. Aque llo
e ra la base de todo. El instante e n e l que los proble mas
cotidianos se e sfumaban y sólo una cue stión, trivial pe ro
trasce nde nte , importaba. La noche o e l día. Había que
e le gir. Y la naturale za lo hacía por e llos.
—Gracias. De ve rdad.
*****
—¿Te que darás conmigo?
—¿Sí?
—¿Adrienne?
—¡Pero por supuesto que no! —de nue vo aque lla actitud
tan e xtraña de su amiga al te lé fono. Q ue Adri fue ra
ale gre no significaba que pare cie ra una adicta a la
marihuana volando hacia Amste rdam.
—¿Se guro?
*****
Estúpida, ¿verdad?
—¡C harlie , mira e ste ve stido! ¡Es pe rfe cto para ti! —
Lari le hizo una se ña junto a la pare d, balance ando un
traje de noche con la e spalda de scubie rta. C harlie se
horrorizó.
—Ve nga ya, Larisa —Adri prote stó de sde e l otro lado
de l local—. Todas sabe mos que no se pondría e so ni loca.
Éste e s mucho me jor.
—Ni de coña.
—Lo sie nto. No que ría que te sintie ras mal. S ólo
pre te ndía que tuvie ras un re cue rdo mío.
*****
—¿Todo?
—¿Qué trato?
—He cho.
Eso no e ra é l.
Un sudor frío lo hizo tiritar y la se d de vino se volvió
abrumadora. Sacudió la campanilla.
—¿Mi se ñor?
—Sí, mi se ñor.
—Sí, mi se ñor.
—Sí.
*****
Carlota re sopló.
—¡Eh, S upe rne na Uno! ¡La S upe rne na Dos dice que no
tie ne s lo que hay que te ne r para subir a cantar!
C arlota sonrió. S abían muy bie n qué tue rcas apre tar
con e lla. Estaba e mpe zando a plante arse muy e n se rio la
opción de hace rle s caso cuando Pablo la agarró de l brazo
y la de volvió a su asie nto.
*****
Pe ro e s que e sa canción…
I said, "Honey, I'll live with you for the rest of my life."
—Sí, la he visto.
—Así e s.
Ni después.
—¿Mare ada?
—¿Me jor?
*****
—¡C állate ! ¡Mis padre s aún pre guntan por ti! ¡Tu plato
sigue e stando sobre la me sa cada fin de se mana! ¡Las
alianzas de mi abue la te e spe ran e n una caja de l de sván!
¡¿C ómo de monios quie re s que siga vivie ndo si e stás
pre se nte a cada jodido minuto?! ¿De ve rdad e spe ras que
me que de tan tranquilo mie ntras e se hijo de pe rra te
de vora con la mirada sabie ndo que me pe rte ne ce s a mí?
—¿Se gura?
—Sí.
—No, é l ya se iba.
Ella sonrió.
—¿De qué ?
—Lo que e re s.
—¿Cómo se lo tomó?
—¡David!
—¿Sí?
—Chérie…
—¿Charlotte?
—¿Mmmm?
—¿Te satisfacía?
—Bie n.
Él asintió de spacio.
—¿Cuál?
—Hola.
—Hola.
Charlie se incorporó.
—Pue s sí.
*****
Katrina.
*****
*****
C omie ron e n un self—service ce rcano al Café du Monde.
A me dida que transcurrie ron las horas C harlie fue
re cupe rando la sonrisa, y los minutos al lado de David se
suce die ron como si alguie n hubie ra soplado sobre e llos.
C harlie alzó las ce jas, mie ntras daba cue nta de una
hoja de le chuga re be lde .
—¿En se rio? Te níamos que habe r ido.
—Por supue sto que sí, no hace falta que pre gunte s.
—Entonce s vamos.
*****
—¿Brome as?
La luz ponie nte los acarició a los dos. David se ace rcó
a e lla. S us me jillas e staba sonrojadas por habe r
pe rmane cido todo e l día bajo e l sol. Las gafas, para su
inme nsa fortuna, no se habían movido de lo alto de la
cabe za e n ningún mome nto. S us ojos se guían brillando
como zafiros e n la nie ve .
—Por supue sto. Tarda lo que quie ras —conce dió ante s
de de jarla sola.
Su amiga bufó.
—Ya, pe ro ¿y si…?
*****
—Sí, claro…
—Ésta e s la cocina.
S ólo que daba una pue rta fre nte a e lla. Aunque la
mansión e ra e norme te nía pocas habitacione s. S i todas
e ran de l tamaño de la cocina, no le e xtrañaba e n
absoluto.
Su única re spue sta fue un ase ntimie nto con la cabe za.
—David…
—¿David?
—¡Sal de l baño!
—¡Márchate !
—Por favor.
*****
—No.
—No.
—Vale .
—Lo sie nto —su arre pe ntimie nto pare cía since ro, así
como su dolor—. Pe ro de ja que te e xplique . Yo… no soy
un mormón. Sié ntate , por favor.
—Sigue .
—Continúa.
*****
—No.
Él no se corrió.
Se había ido.
Capítulo XIV
Carlota hipó.
—¿Cómo?
—No lo sé . Pe ro vas a e star bie n, te lo prome to. Y yo
voy a e star contigo pase lo que pase .
Las piedras ámbar son tus ojos. Las azules y negras… los
míos. Los dos.
—Cuídate mucho.
*****
—No pue do cre e r que hayas vue lto —su voz sonó
ronca cuando de slizó la punta de la le ngua por la se nsible
pie l de trás de la ore ja.
—¿Ya no?
No supo e l tie mpo que pe rmane cie ron así, e lla de pie
y jade ante y é l arrodillado y conte mplando la parte
infe rior de su cue rpo, pe ro a cada minuto que pasaba su
mirada la que maba más y su ne ce sidad por é l cre cía,
hasta que e l me ro he cho de te ne rlo allí, parado fre nte a
su e ntre pie rna, se convirtió e n una de liciosa tortura. Los
latidos de su corazón se atrope llaban unos a otros. C ada
ve z que pe rcibía e l más mínimo movimie nto de David,
aunque fue ra un suave ale te o de pe stañas, su cue rpo se
pre paraba para e l é xtasis. Pe ro lue go nunca se producía.
*****
*****
—¿Qué ha pasado?
David se ace rcó a e lla de sde las tinie blas. Profé tico.
—A mí tampoco —murmuró.
El ce ño se inte nsificó.
—De acue rdo —acce dió e lla con una sonrisa since ra.
—¿Y tú e re s…?
—¿Tie ne s rabo?
Suspiró aliviada.
—Bie n.
—No.
—¿Envidia?
—No.
—¿Avaricia?
—No.
—¿Pereza?
—¿Pereza? ¿Tú?
—Entie ndo.
*****
—¡Pe ro qué …!
Charlie masculló.
—¿Dónde , e ntonce s?
—David…
*****
—¿El molde ?
Él contuvo un gruñido.
—¿Tú tambié n?
—¿Cuándo te rmina?
—Hoy.
*****
*****
—¿Encontraste e l ase o?
David lo soltó.
*****
—¡Maldita se a!
—¡Charlotte , para!
—¿Y por qué te ndría que cre e rte ? —pre guntó con
dificultad.
*****
Era ve rgonzoso.
Y e l vaso lo había colmado e l soe z e spe ctáculo de e sa
mañana.
Era re pulsivo.
Maldito ignorante .
*****
—¿Qué e s? ¿Qué e s? ¿Qué e s?
—He soñado con e ste mome nto de sde aque lla tarde
e n Magazine Stre e t —de positó un be so volátil e n la suave
pie l junto a la ore ja—. He pe nsado e n arrancarte la
pe dre ría con los die nte s y de sgarrar la se da con una sola
mano cada día y cada noche .
Era una auté ntica sue rte que los De monios fue ran
e sté rile s, porque últimame nte ni siquie ra se mole staban
e n usar prote cción.
Capítulo XIX
—Iuve rt.
*****
—¿De ve ras?
—No.
—Eso cre o.
Charlotte.
Pe ro no.
Pe ro la cámara…
—No hay más vue ltas que darle , Ast —pronunció con
frialdad—. Espe ro que e ntie ndas que no tie ne s
alte rnativa. Y me importa una mie rda lo mucho que e sa
e stúpida humana te haya sorbido e l se so, porque la
quie ro aquí e n me nos de ve inticuatro horas, Es e l turno
de los amigos, ¿no? —re puso con un guiño le tal.
*****
*****
—Él me re clamó.
Ella se apartó con brusque dad. Varias gue de jas
castañas se habían adhe rido a su rostro a causa de las
lágrimas, y las oje ras surcaban con profundidad añil sus
me jillas.
Capítulo XX
C arlota se de spe rtó cuando sintió un pe culiar
cosquille o bajo la nariz.
Él asintió.
—¡Charlotte !
—¿Sí?
*****
—Claro.
—Pue s vale .
*****
Capítulo XXI
—Eso, insúltame.
—¿Q ué tal va todo por ahí? —las llave s caye ron sobre
la consola con un tintine o.
—Igual que siempre. La facultad es un asco. Contigo se hacía
soportable, pero ahora… Estoy deseando que llegue junio.
—¿Pe nsábamos?
—Por una vez, y sin que sirva de precedente, Lari estaba cien
por cien de acuerdo conmigo.
—No hacía falta que fueras tan gráfica —prote stó con voz
gutural.
—¿Qué ha pasado?
*****
No lo hicie ron.
*****
Pe ro no pudo.
S upo que así había sido cuando los vio ase ntir, pálidos
y con las pupilas dilatadas. S iguió sus pasos a travé s de l
de spacho hasta que se pe rdie ron más allá de la pue rta.
*****
Si pudie ra…
La carta. C laro, ahí se guro que habría re spue stas a
todas sus incógnitas aunque le e rlas le partie ran e l
corazón.
Come nzó a le e r.
*****
Rojo. Irónico.
Acarició con suavidad los contornos de la e ncime ra y
e vocó a David apoyado sobre e lla. Mordie ndo una
manzana. S onrié ndole con picardía. Escuchándola con
ate nción mie ntras le contaba cosas de su vida.
La luz. Irónico.
*****
Hola, mamá.
Ya que nunca más podré vivir con él, al menos sí podré morir
por él.
Diles a los abuelos que siento hacerles esto, pero que fui muy
feliz el tiempo que pasé aquí.
Carlo.
*****
Pe ro e so ya nunca se produciría.
*****
Mue rta.
Mue rta.
*****
Se e quivocaba.
Capítulo XXIV
Los me chone s bruñidos de Lucife r brillaron a
contraluz cuando torció la cabe za para e le gir una bote lla
de vino. S us ojos ne gros la re corrie ron de la cabe za a los
pie s ante s de de cidirse . S u cue rpo, maje stuoso y cuidado,
se hinchó de orgullo ante lo que le de bió de pare ce r un
e spe ctáculo agradable . S us de dos, largos y finos, se
e stiraron con e le gancia e n dire cción a uno de los
re cipie nte s de vidrio.
—Te n.
—Yo…
*****
De David.
*****
Pe ro no pudo.
*****
*****
No te nía e scapatoria.
*****
Ella gruñó.
*****
*****
*****
*****
*****
*****
*****
No se movía.
Vete.
—Dile que vue lva con Ast, Lily —aunque mante nía los
ojos ce rrados, la voz de Luc cobraba fue rza de sde e l
re gazo fe me nino.
—S hhh. C alla, amor mío. Estás de lirando. Ella no
pue de volve r. Lo sabe s.
—Lily.
—Gracias.
*****
La tumba de Charlotte .
—David White?
*****
Estaba allí. Tumbada sobre la cama, lle na de tubos y
gote ros por todas parte s.
*****
*****
—Maldito infe liz, ¡apártate de e lla!
—Mi vida….
—Sí, lo hago.
*****
Él chasque ó la le ngua.
Me ne ó la cabe za.
Ella le sonrió.
—¿Qué ocurre ?
Carlota jade ó.
—Pe ro… qué …
Fin
[6] Vamos.
[10] ¿Sí?; ¿Carlota Vicente?; Sí, soy yo; Tiene una llamada.
[17] ¡Huye!