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Fernando Squella Narducci

 
Fue un sábado de otoño por la noche, mientras paseaba con mi perro por una calle del
barrio, cuando escucho un sollozo que proviene de un escaño cercano, qué como telón de
fondo, está adornado por diversos artículos de hogar abandonados para su reciclaje. Al
fijar la vista, me encuentro con una mujer de edad, pelo cano ensortijado, descalza y
vestida solamente con un camisero floreado de dormir. En su mano derecha carga una
cartera de cuero negro agrietado. Al preguntar si podía hacer algo por ella, mientras mi
perro tironeaba de la correa e insistía en seguir su acostumbrado camino; la escuché
balbucear entre lágrimas, me llamo Soledad y mi familia, ya de vieja, siempre me hizo
sentir que era desechable. ¿Acaso su nombre era un vaticinio? Junto con tratar de
consolarla, le pregunto: ¿dónde vive?, ¿quiere que la vaya a dejar? Gracias, hace mucho
tiempo que tengo la sensación de no ser visible para nadie. Vivo por esta acera, a unas dos
cuadras. Caminamos juntos ese trecho, mientras “Tetra pack”, nuestro acompañante no
humano, empieza a frotarse en el cuerpo de la anciana, en una manifiesta señal de
solidaridad. Había cambiado de parecer y se apiadó de ella. En el trayecto solo se
escuchan nuestras pisadas, el ruido del jadeo colectivo y los continuos lloriqueos de la
mujer. Ya en el destino me percato del problema. Al abrir el portón de entrada, todo era
acumulación y desorden. De la cartera saca un regalo para mí, un ramo tejido con hojas de
palma chilena. Era una cruz, qué a pesar del paso del tiempo, seguía teniendo sentido para
ella. En verdad, este mundo está plagado de calvarios y en una de esas, quiso darme una
nueva señal de desdicha. Se despide con un gracias hijo y cerró la puerta de la calle. ¡Ah
me olvidaba! Le pusieron ese nombre a mi perro porque se parece a un envase de litro de
leche, alto y enjuto, con un tono de pelaje acerado brillante y una cola enroscada, y por
añadidura, sólo consume alimento envasado a modo de “pellet”.
 
Si, un desperdicio, despojo e impureza. Inmunda sombra mugrienta de porquería. Ya no
valoran mi cuerpo raído, el corazón amoroso, ni el alma afligida. ¡Renuncio a la familia!
Doy por perdido todo lo ganado. ¿Qué tiene de malo el aislamiento social? ¿Qué podrían
darme que no me pueda dar yo? Mi reclusión es voluntaria, por higiene mental. He
aprendido a amar la basura, donde el orden está solo en mi mente. La suciedad regala
impredecibles colores, brillos y contornos fracturados. La limpieza agudiza los temores,
mitiga la sutileza de los sentidos y desluce los pensamientos. La basura es mi fiel
compañera.
 
¿No se alarmen? No sufro de depresión ni delirio, lo que pasa es que no puedo dormir de
noche y aprovecho de recorrer el barrio en busca de despojos. Me acompaño con un carro
de supermercado, heredado de un vagabundo que lo pidió prestado al "retail", y qué por
cosas del destino, ya hace más de un año, amaneció rígido, frío y azulado en el portón de
mi casa. Después de mucho esperar, lo vino a buscar una camioneta blanca del SML. Lo
acostaron sobre una camilla de latón, pobremente aseada, con los pies por delante y lo
cubrieron desprolijamente con una frazada, que ni yo querría acumular. Lo recuerdo
vívidamente porque su mano izquierda sobresalía por un costado, como queriendo
despedirse. Como el medio de transporte quedó desamparado y en plena calle, por
cortesía y en recuerdo del finado, lo conservo hasta hoy en perfectas condiciones. El otro
compañero es un perro callejero y vagabundo llamado Hollín, negro como el carbón, flaco
como un chuzo, que me espera todas las noches, cuando el frío hace llovizna, la polilla se
ilumina y entibia con la luz del alumbrado y los perros ladran para joderle el sueño a sus
amos. Él me protege de la competencia de cartoneros y husmeadores de contenedores de
basura, qué sin la debida delicadeza, desordenan los desperdicios, complicando mi labor
profesional. Los basureros municipales ya me conocen y cuando coincidimos, me dan
tiempo para ser la primera en escarbar.
 
Esa noche fue como una sinfonía, entre llena de melodías y tonos, maniobro el carruaje
atiborrado de sublimes tesoros. Ya por el camino voy pensando en cada cual, en dónde, y
cómo darles armonía a cada uno; como los versos de un poema, con rima y estribillo, que
aclaren mi dilema. A Hollín no le doy entrada porque me ensucia la casa. A pesar del
continuo desaire, se despide moviendo su exagerada cola, mientras entre ladridos y voces,
me dice: alabo a quienes me dan, ladro a quienes me privan y muerdo a los malvados . 1

 
Mi jardín está tapizado con cartones, latas y maderos, como barco cansado que prefirió
enterrar la quilla en la arena. Es mi coraza, cerco eléctrico, primera línea. La escalera de
entrada al portal, la tengo adornada con botellas plásticas desechables, que bailan
rodando al son del viento y espantan a las visitas ingratas con un , al dar el primer
puntapié certero. En la puerta principal, de macizo pino Oregón, acuño tachuelas y clavos.
Me servirán a futuro, cuando desee restaurar la nave. En las ventanas cuelgo recortes de
revistas de moda, adosados a tules marchitos, como los manteles de esa tiznada cocina a
leña en la escuela rural del pueblo. Asimismo, los alfileres de punta y de gancho serán de
gran utilidad. El navío requerirá también de un generoso y firme velamen. Los cuadros y
espejos los mantengo tapados con sábanas, como duelo de viernes santo. No quiero ver el
desgarro de la tela y la palidez del color, ni menos, mi figura estropeada. El suelo encerado
con libros, semeja alfombras editadas en papel. En los sillones cobijo sombreros, zapatos y
carteras desechadas. ¿En cuántas cabezas, pies y antebrazos se habrán calzado? La mesa y
sillas del comedor las vendí a buen precio. ¡Ya nadie me visita! ¡No tengo pan ni vino que
ofrecer! Los diarios los guardo en la tina del baño, y se encuentran cronológicamente
dispuestos. Al igual que algunos libros apilados, unos arriba de otros, en número de dos
(dúo), tres (trío) o más ejemplares (orgía). Algún día releeré los grandes titulares para
denunciar la mentira e insidia de los medios de comunicación. El lavatorio está cesante y
lo uso de acuario. Peces de plástico verdes y rojos flotan en aguas turbias y mohosas. En el
excusado tengo un grave problema. Raíces de un robusto álamo han decidido ir al baño.
De la cocina queda poco y nada, el caño está seco como el país, los estantes acumulan
polvo, arañas, termitas y excrementos de ratas hambrientas. En el refrigerador no hay
caridad ni vida. Sin embargo, guardo celosamente los envases de alimentos consumidos,
para no romper la cadena de frío. Como cábala, siempre tengo en su interior un envase
con hojas de perejil en salmuera. Uno representa el amargor y la otra las lágrimas. En
verdad, si no es por un buen samaritano que me provee de colaciones hipocalóricas que
sobran del comedor municipal, no sé qué sería de mi figura. Sin energía eléctrica, me robo
las velas de las “animitas” que abundan por el barrio, como también el agua que le dejan a
Hollín, diariamente. Soy verdaderamente un despojo afortunado. En el dormitorio
solamente conservo el catre, un velador provisto de una lámpara impávida y altos de
libros leídos y re leídos, hasta que un día empezaron a pasar nubes borrascosas por los
ojos, como cataratas que revolotean entre los párpados. De los oídos ni hablar, un tintineo
rompe el silencio de la noche. De lado a lado, como el chillido de un neumático contra el
pavimento duro, seco y frío. Para los dolores articulares uso un somier de alambres
trenzados. De colchón, puro relleno de lana Merino prolijamente escardada y de tapa,
cartones y diarios que me sobran en el patio y el baño. El altillo lo tengo desocupado,
excepto por un solitario baúl sin llave, en donde guardo mis primeros zapatos bordados,
un babero de lino fino, un escapulario de la virgen del Carmen, un libro de cuentos, que
aún conservo literalmente en la memoria, un diario de vida debidamente bloqueado por
un robusto candado. La llave no la conservo, la dejé en un contenedor de basura como
retribución. Hay fotos familiares que rayé en un momento de lucidez. También cartas de
amores juveniles idílicos, y de la madurez, no correspondidos. Nunca más escribí una carta
de amor. Un pequeño joyero encierra argollas rotas y una nota de despedida. Como ven,
todo se encuentra bajo control.
 
Los vecinos reclaman por el desborde de la basura, los malos olores, la plaga de ratones, y
termitas y, los excrementos y orines de Hollín, que suelto de cuerpo, va de puerta en
puerta marcando su territorio imaginario. Él definitivamente no tiene derechos y ni que
hablar de sus deberes. Aparecen vehículos y funcionarios de la Ilustre Municipalidad,
policías y vecinos iracundos, que nunca mostraron ninguna empatía por Soledad, que en
soledad habita, que en soledad hace nicho y que en soledad vive su particular forma de
atesorar la libertad. Se la ve salir de su casa portando un megáfono en la mano derecha y
en la izquierda, una bolsa de género biodegradable, ausente de contenido y con vistosos
signos de antigüedad. En los costados del cuerpo de la bolsa se puede leer: si eres un buen
ser humano porque debiera temerte . Exige respeto por su forma de vida, y consideración
1

por tratarse de una mujer abandonada a su suerte y con muchos años a cuestas.
Pretenciosa, no quiso decir su edad. Reclama, mi vida es peor que un exilio, tanto o más
impropia que una cantina cerrada o tan dolorosa como una araña que nunca aprendió a
tejer su tela y murió de hambre. Los abucheos de los vecinos se hacen sentir,
entorpeciendo la labor del inspector municipal, quien resolución en mano, trata de hacer
suyo el podio. Un fuerte ladrido de Hollín enmudece a la concurrencia, lo que aprovecha
Soledad para gritar a viva voz: ¡Sí a la basura, no al reciclaje! ¡Sí a la basura, no al reciclaje!
¡Sí a la basura, no al reciclaje!
 
Pueden irse de aquí por favor que me tapan el sol . 1

 
1
Diógenes de Sinope, filósofo griego (412-323 a. C.).
 
Viña del Mar, 08 de abril de 2023.
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Javiera Ulzurrun

Vacío

¿Sientes el vacío? Yo sí lo siento, es parte de mi. Es parte de todo. El vacío ocupa a quien
lo percibe. Es el espacio donde sucede la energía. Todo lo material está vacío.

A nivel atómico, la masa de un elemento corresponde a la suma del núcleo y electrones (y


otras unidades subatómicas), se cree que ocupan el 1% del tamaño total del átomo, el
99% restante es vacío. Los electrones se encuentran en vibración constante en el vacío
que forma parte del átomo, este movimiento propicia la atracción y repulsión
electromagnética. La atracción conforma enlaces complejos dando paso a las moléculas.
La repulsión aísla el encuentro de átomos cuyas cargas no coinciden, las separa otorgando
identidad. Si aceptamos esta teoría comprendemos que nuestra materia, y la de todo, es
más vacío que contenido. ¿Qué nos une a nuestros zapatos y la tierra subyacente?.

Me atrevo a pensar que sentir nuestro vacío cataliza la conciencia. Es aquel vacío el que se
llena con listas de tareas, relaciones, entretenidas teorías e invenciones novedosas.
Temerle al vacío condena, la intención de llenarlo se palpa día a día y nos saturamos de
contenido para no aceptar su presencia. Por otro lado, aceptarlo nos fusiona con el todo.
Al transitar estados alterados de la conciencia se suele describir la sensación de ser uno
con la naturaleza, yo creo que es la conciencia de nuestros vacíos entrando en contacto.
¿Será así?. Lo espero. Me gusta pensar el vacío como la presencia infinita que nos une al
universo.
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Colas 
Es abril, por eso abundan por toda la casa, no me hace gracia alguna que se abandone uno
o dos cuartos deun cuarto o dos de ‘’cigarrillo’’ pero es verdad lo que dicen, eso de que si
lo apagas y lo prendes después no es lo mismo, además, se ve tan gris y poco apetitoso
junto a toda esa ceniza y filtros de cartón reciclado: hace tiempo no pinto mis labios así
que no hay marcas ‘’femeninas’’ en los ‘’ceniceros’’ que en realidad son conchas de locos
que habían botado unos pescadores en la playa inmediatamente después de
desconcharloas.

Si viene alguien voy a votar las colas infumables y las grandecitas las guardare en algo de
lata y sellado, no quiero que parezca que estoy derrochando, bueno, es otoño en todo
caso, el sol se aleja y todo oscurece, se hacen las cosechas y te preparas para el frío del
invierno, por eso tengo tantas evidencias de que ya fue la colecta por estos lares, te
podría contar que estoy viviendo el otoño como si fuera el atardecer, preparándome para
la gran noche.

Y un día mientras haces la cola para entrar al show de Los humildes, te fumas una cosita
con tu acompañante y te dice: guárdala para más rato,. yY tú para no llevarle la contra al
resto siempre terminas afectada, viste que ahora tu chaqueta huele mal, como a cigarro,
siendo que tu fumas puro natural y pa’ que hablar de las manchas de cenizaresina, ojalá
salgan fácilmente, ese tipo de cosas toma su tiempo para limpiar y esos minutos nadie te
los devuelve, bueno, en todo caso eso no es nada, es mucho más terrible lo que les pasó a
la gente de Tierra Amarilla, allá de un día para otro apareció un socavón gigantesco,
formando nubes de polvo que dejaron las casas aledañas inmundas, si hasta en Estados
Unidos apareció la noticia: ‘’Socavón en Tierra Amarilla más grande que el monumento a
Washington’’ ellos son bien nacionalistas, esa fue su unidad de medida, mira que venir a
comparar un fenómeno como este con una construcción fálica de ese tipo. 

Allá sí que sufren, viste que no saben si un día van a despertar bajo tierra o no despertar,
si está todo agrietado ese pueblo. En todo caso doy gracias por poder estar fumándome
esa colita en el futuro con una brisa cálida acariciándome y decir: menos mal que la
guardé.

Thaís Rodríguez de Souza, Otoño 2023.


Rito

Una vez al año todos nos reunimos sagradamente; ¿Será por eso que nos preparamos tanto?; Me
gusta pensar que se parece a un gran cumpleaños dónde todos somos celebrados.

Unas cuentan que corrieron a última hora para comprarse ropa interior amarilla; Otro que se
compra todos los años ropa blanca y una última que siempre se compra algo nuevo.

 Uvas, lentejas, pavo, frutillas, champaña, y cotillón que indica el nuevo número de año que se
avecina.

Comienza la cena; entrada, plato de fondo, postre, vino y champaña a destajo, hay que celebrar.

Hablamos de cosas sin importancia y de otras que nos emocionan, estamos felices por estar
juntos.

Avanza la noche y  a pesar de sentir que ya no puedo comer más,  debo comer doce uvas en un
rato. No puedo tomar más, pero tengo una fiesta después de las doce.

 Bailo; me río, en la fiesta hay alcohol en abundancia y cotillón innovador.

Me despierto a las dos de la tarde del primer día del nuevo año, me duele la cabeza, ya boté las
antenas y todo lo que haga alusión al año que empieza.

-Feliz año, dicen todos y yo, pienso que la suerte tambalea, esperemos que este año se incline
para nuestro lado.

Javiera Fuentes Lespinasse


Vida, muerte vida, cuna tumba… cuna?

Hay veces que al divagar por mi psiquis me encuentro con recuerdos. Otras ando
por la ciudad y los lugares, olores e iluminaciones se transforman en estos. Son cosas
raras los recuerdos, a veces los buscas tanto y no los encuentras. Y a veces vienen sin
que los llames. Rememoración, el opuesto al olvido. 
Frecuentemente, subiendo por la calle que me traía de vuelta a mi casa cuando
volvía del colegio que ni me esfuerzo y se me esboza una sonrisa en consecuencia de
antiguas anécdotas: niña de amigos, nos gustaba devolvernos todos juntos después de
clases y hacer panoramas en nuestra compañía, me sentía muy rebelde por tomar
cerveza y fumar hierba. En esas cosas de la vida decidimos juntarnos en unos
acueductos, ni siquiera sé si se llaman así. Recuerdo recorrer túnel, bajar escalera,
recorrer túnel, bajar escalera, sin llegar a un lado, sin saber qué tan profundo estoy… iba
a grafitear, iba a fumar, iba a grabar cortos que me parecían artísticos.  Aún no sé cuál es
su real función, más allá de las teorías que me hago en la cabeza. A mi me parecen unos
túneles subterráneos que desvían el agua del deshielo. Siempre que pregunto nadie me
sabe explicar bien, ni confirmar, google no entiende mis preguntas. Pero mi teoría me
hace sentido, más no entiendo la antropocentrismo del ser humano, para cambiarle el
rumbo al ciclo del agua, robársela a la tierra y a la mar, ensuciarla hasta transformarla en
deshecho ¿cuánta agua se pierde de su ciclicidad? ¿será que se transforma en basura lo
que el humano toca? ¿o es eso que no queremos ver? Que egocéntricos somos, para
desacralizar lo sagrado hasta reducirlo y esconderlo de nuestros ojos para jamás tener
que hacernos cargo. ¿Son aquellos recuerdos que se van de nuestras memorias como el
agua que se extingue o como el envoltorio fugaz de un alimento? ¿Son nuestros
recuerdos como el compost que vuelve a la tierra, el agua que se evapora, se hace nube
y vuelve a ser agua? Será que la psiquis aprende del entorno, o que el entorno se crea a
partir de la psiquis.

Natalia Witt (perdón la hora!!!)

La que hay que limpiar


Ella, la monarca de la des-cultura.
La mano que abofetea la educación.
La que avasalla la naturaleza y su entorno.
 
Tiene cientos de trajes.
Se viste de metales, papeles y plásticos.
De electrodomésticos, escombros y muebles.
Acecha las esquinas, las veredas y los caminos.
Toma todo lo que le den y más.
Es un monstruo de no acabar.
¿Saciarse? ¡Jamás!
 
Donde vayas siempre está.
En pequeñas formas se hace notar.
Olores y colores.
Se desecha, se bota.
Sin sentido, sin conciencia ni escrúpulos.
 
Ella no quiere desaparecer.
Se rehúsa a ser erradicada.
Desiertos y mares se han convertido en su hogar.
Su manto, ha llegado a los cielos estrellados.
 
¿Cómo es posible que ella exista, habiendo pobreza y hambruna en la Tierra?
Chandra Espinoza R. 
En la micro, en el metro y en la casa. Quilpué, Playa Ancha.

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