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Roberto Saldías
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Filosofía del Arte – Apuntes de clases: Prof. Roberto Saldías
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MARTIN HEIDEGGER Y EL ARTE COMO PENSAMIENTO DEL SER: El Origen de la obra de arte
Para Heidegger, la obra de arte se encuentra en medio de un enfrentamiento (sin solución) entre
elementos significantes y no significantes. Las apariciones del arte, cargadas de significado, se
fundamentan en un aparecer del material artístico – “piedra, madera, metal, color, lenguaje, sonido”
(p. 32) – que amenaza con borrar la totalidad del significado. Pero estos significados sólo desaparecen
para volver a aparecer una y otra vez, como la trama de sentido de un “mundo” cultural que yace
sobre una “tierra” inaprensible, que se resiste y se repliega en sí misma. Heidegger interpreta este
acaecer como un proceso eminentemente histórico. En la obra de arte acontecen el surgimiento y la
evanescencia de horizontes culturales de sentido. Quien experimenta esto con la obra de arte
participa de los cambios provocados por ella: la obra de arte presenta, y al mismo tiempo abre, una
perspectiva de mundos culturales. El observador receptivo se adentra en el mundo de la obra. De este
modo, acontece el aparecer de relaciones de sentido que se sustraen a una apropiación objetivante.
Así, la obra de arte hace posible experimentar que todo conocimiento que determina y toda
disposición instrumental se erigen sobre fundamentos que no pueden ser determinados de manera
técnica o conceptual. Dentro del mundo técnico moderno, la obra de arte es para Heidegger el
escenario del carácter fundamentalmente indomable de la situación humana.
Al igual que Hegel, Heidegger está contra una estética que pretende reducir la obra de arte a una
potencial “vivencia” subjetiva. El ámbito del arte debe pensarse a partir de sus obras, aunque siempre
junto con la estricta inclusión de la atención que “trae adelante” a la obra, “que se demora” ante ella y
la “preserva”, sin lo cual no existirían las producciones artísticas. Esta protesta contra la subjetivación
de la estética no corresponde sin embargo en absoluto a una objeción contra la preminencia del
aparecer estético. Por el contrario, lo que busca es más bien un concepto adecuado de ese aparecer:
“(La belleza) aparece cuando la verdad se pone en la obra. Este aparecer – en tanto que ser de la
verdad dentro de la obra y en tanto que obra – es la belleza. Así, lo bello tiene su lugar en el acontecer
de la verdad” (p. 58).
Heidegger se propone diferenciar las apariciones del mundo empírico de la particular
presentación sensible característica de los objetos artísticos. “Levantar un mundo” a través de la obra
de arte sólo es posible mediante un “traer aquí la tierra”. Esto significa que la presentación del mundo
a través del arte solo puede acaecer como autopresentación de la obra de arte. En la obra de arte se
muestra precisamente, en la extrañeza de lo expuesto en su configuración, la realidad histórica en su
incomprensibilidad, realidad abierta de ese modo por la obra de arte. El material que conforma un
simple utensilio es…
…“tanto mejor y más adecuado cuanto menos resistencia opone al sumirse en el ser-utensilio del
utensilio. Por el contrario, desde el momento en que levanta un mundo, la obra-templo no permite
que desaparezca el material, sino que por el contrario hace que destaque en lo abierto del mundo de
la obra: la roca se pone a soportar y a reposar y así es como se torna roca; los metales se ponen a
brillar y destellar, los colores a relucir, el sonido a sonar, la palabra a decir. Todo empieza a destacar
desde el momento en que la obra se refugia en la masa y peso de la piedra, en la firmeza y flexibilidad
de la madera, en la dureza y brillo del metal, en la luminosidad y oscuridad del color, en el timbre del
sonido, en el poder nominal de la palabra. […] La tierra sólo aparece como ella misma, abierta en su
claridad, allí donde la preservan y la guardan como ésa esencialmente indescifrable que huye ante
cualquier intento de apertura” (p. 32-34).
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“Allí donde se deciden las opciones esenciales de nuestra Historia (…) se ordena un mundo. Una
piedra no tiene mudo. Las plantas y los animales, igualmente, no tienen mundo, pero forman parte de
la afluencia velada de un entorno que es su lugar. Una campesina, por el contrario, tiene un mundo
porque de-mora en lo abierto del Ser” (5, 31).
¿Qué es una “Tierra”? ¿Por qué Heidegger utiliza un nuevo término en lugar de lo que por otros
lados llama “Ser”? Hablar de Tierra permite designar el Ser en tanto aparece como reserva, es decir, lo
invisible que adviene a lo visible, pero siempre en cuanto invisible: “La tierra es por esencia lo que se
encierra en sí. Hacer venir la Tierra significa: hacerla venir a lo abierto en tanto encierra en sí” (33).
Hay que entender también este término en sentido material. Pues, en tanto metáfora, la Tierra
nos invita a pensar el Ser en comparación con la materia entendida como una densidad impenetrable.
Con la imagen de la pesadez de la piedra o de la intensidad del color, la Tierra permanece para siempre
velada. Se puede medir la pesadez o la intensidad de un objeto, pero esta medida no es más que una
“cifra”, un criterio exterior que nunca revela en su entereza la presencia de esta pesadez o de esta
intensidad tal como se dan originariamente a nosotros (esta cifra que busca identificar lo que
permanece siempre oculto corresponde, por cierto, a la actitud “técnico-científica” ante la naturaleza
– y, por ende, al racionalismo – que, en la perspectiva heideggeriana, oculta la pregunta por el ser).
De esta manera, para aparecer en tanto invisible, la Tierra necesita de lo visible. Pero el mundo
mismo solo puede aparecer por la reserva desde donde saca su luz. Captamos desde entonces la
naturaleza del combate entre Tierra y Mundo: no se trata de una lucha a muerte, ya que cada uno de
los dos términos no puede soportar la destrucción del otro (Streit y no Kampf):
“En la medida que la obra erige un mundo y hace venir la tierra, es instigadora de ese combate.
Este no se realiza para que enseguida ella, la Tierra, lo apacigüe o lo ahogue mediante un arreglo
insípido, sino para que el combate siga siendo combate. Instalando un mundo y haciendo venir la
tierra, la obra lleva a plenitud ese combate.” (36)
El combate en la obra consiste entonces en mantener juntos lo que oponiéndose se alimenta de
lo otro. Es por eso que el combate nunca puede ser resuelto, nunca tiene fin y aparece en toda su
fuerza en el corazón de la obra.
El mundo tiene que ser entendido como acontecimiento. Como dice Henri Maldiney (Arte y
existencia), “el mundo está en advenimiento en el acontecimiento de la obra”. En otros términos, toda
gran obra expresa una ruptura en nuestra relación con el Ente, sentimiento que tenemos cuando nos
damos cuenta delante de una obra que de ahora en adelante nunca más nada será como antes: “Cada
vez que un arte adviene, es decir, cuando hay comienzo, entonces tiene lugar en la Historia un choque:
la Historia comienza o se retoma de nuevo” (65). Por ejemplo, cuando uno observa un cuadro, el
mundo que adviene hace que, en nuestra relación con el Ente, nunca más veremos las cosas como
antes o, con mayor precisión, vemos por fin las cosas (Paul Klee dice en su Teoría del arte moderno que
“El arte no reproduce lo visible, hace visible”). Del mismo modo, el mundo del absurdo que adviene a
nosotros mediante la obra de Kafka, por ejemplo, transforma para siempre nuestra manera de
percibir. “De ese Poema (Dichtung) del arte adviene que al medio del Ente eclosiona un espacio de
apertura donde todo se muestra de otra manera que como se mostraba habitualmente” (5, 59).
La obra hace venir una Tierra, lo comprendemos por el hecho que el mundo que adviene en el
cuadro o en la escultura se mantiene en esas obras en el corazón de la reserva.
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arriba, se encuentran las tiendas más elegantes, de modo tal que un Pasaje es una ciudad, un mundo
en miniatura” (sería interesante analizar el tema de los malls en esta perspectiva).
Una gran atracción de los Pasajes eran los Panoramas, antecedentes del cine adonde cada
paseante podía observar hermosas imágenes sentado en semicírculo con otros a través de un
dispositivo especialmente construido. Salvando las distancias no muy grandes, los Pasajes han sido el
antecedente claro de las galerías y, a su vez, de los actuales malls donde podemos obtener desde
alimentos hasta cine o acceso a Internet.
Pues bien, no se trata sólo de un Benjamin fascinado por la ciudad, ni su actitud es la de quien
agota su pensamiento en la descripción. Es más bien alguien que, con la memoria de un coleccionista,
rehíla críticamente el camino del capitalismo, reconoce sus operaciones, las observa en la vida
cotidiana y también las astucias de la gente o su alienación.
Es en esa perspectiva, como homenaje al décimo aniversario de la muerte de Benjamin, que
Adorno escribe: “No le preocupaba tanto reconstruir la totalidad de la sociedad burguesa como
ponerla bajo la lupa como algo deslumbrado, natural, difuso… Lo que le importaba era interpretar los
fenómenos de forma materialista, no tanto explicarlos a partir de un todo social como referirlos
directamente, en su singularidad, a tendencias materiales y luchas sociales” (Adorno, Sobre Walter
Benjamin, Cátedra, Madrid, 1995). Benjamin descubre un mundo a partir de un detalle. No se trata de
la mera “descripción densa” como dice el antropólogo Clifford Geertz, ni de ponerse “en el punto de
vista del nativo”. Es el Benjamin crítico cultural que con su peculiar dialéctica microbiológica descubre
en cada objeto el proceso de producción y los indicios de una totalidad concreta. En este sentido
parece confluir en la mirada de Benjamin un juego de tensiones: por un lado la del curioso, ingenuo y
coleccionista seducido por los artefactos de las urbes, en tensión con la adhesión al materialismo
dialéctico, y por otro el distanciamiento literario provocado por una mirada que utiliza como recurso el
exceso de cercanía que deforma – o ve lo que otros no ven – en tensión con la necesidad permanente
de validar su tarea intelectual según cánones establecidos para la descripción y la narración
académicas.
Este juego plural de tensiones, de hecho y aunque no estuviera en la conciencia del autor,
producen distanciamiento, un proceso similar al de Bertold Brecht en sus obras. Por algo los unía una
profunda amistad y un ideario común de transformación social… [En uno de los cv redactado por
Benjamin para pedir apoyo al Comité Danés para la ayuda a los refugiados se reconoce amigo de
Brecht quien lo ha ayudado en este trámite y dice “por otro lado no tengo fortuna alguna: mi única
propiedad es una pequeña biblioteca de trabajo que se halla ahora en casa de Brecht” (Benjamin,
Discursos Interrumpidos, Taurus, Madrid, p. 1982)].
Sobre el lenguaje…
No es fácil acceder al pensamiento de Walter Benjamin, dado su carácter fragmentario, anti-
sistemático y que intenta huir de la unidad y de la claridad analíticas, para presentar más bien ideas y
opiniones en lo que él mismo llama constelaciones, en pequeñas iluminaciones o fragmentos de
reflexión. Eso hace que aparezcan diversos “Benjamin” en la corta historia de su elaboración:
marxistas, románticos, posmodernos, místicos judíos, etc.
La teoría estética de Benjamin se despliega en tres etapas bien marcadas y en algunos aspectos
(esenciales) contradictorias entre sí:
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profanación, Benjamin dirá que el lenguaje es la fuente de las fuerzas que podrán realizar la salvación
de la humanidad. Benjamin se aparta así de una teoría designativa del lenguaje y se inclina por una
teoría expresiva, entendiéndolo fundamentalmente desde su función poética, estética, fundadora de
sentido, edificadora del mundo. Es lo que Benjamin llama la función “mágica” o “mimética” del
lenguaje, frente a la “semiótica” o meramente “comunicativa”. Su teoría la elaboradora en conjunto
con una teoría del “nombrar” y con una filosofía de la historia que está íntimamente ligada a la mística
judía y al relato bíblico. El lenguaje originario, el lenguaje adamítico, a diferencia del verbo divino, es el
lenguaje que nombra, un lenguaje puro, de los nombres, que posteriormente se fragmenta y se
degenera a lo largo de la historia (entendida como historia de la caída). El arte, junto a la filosofía, la
crítica y la traducción, es un medio de salvación de este estado de caída. La “filosofía” del arte de
Benjamin se articula en torno a esta concepción. El arte es una manifestación del poder humano de
nombrar, de revelar mediante el lenguaje la verdadera naturaleza de las cosas. Sin embargo, a
diferencia de Heidegger, su teoría no anula ni el sujeto ni el poder de la crítica. La búsqueda de
correspondencias, de los Ur-fenómenos (arquetipos precursores de la actualidad) de la prehistoria y de
la antigüedad, el reconocimiento de las semejanzas inmateriales depositadas en el lenguaje y la
escritura (el mundo es un texto al que hay que acercarse con el objetivo último de “leer lo que nunca
fue escrito”), todo esto tenía en Benjamin una función subversiva: hay que investir en un mundo de
sentido y hacerlo experienciable… esto está depositado en el mito. Hay que desatar el sentido del
mito… es un potencial que no se puede ampliar, sino sólo transformar. Hay que conservar el sentido. El
sentido está dado de una vez por todas en el mito… se va transformando en saber profano, pero
puede perderse, disolverse. La humanidad tiene sentido en la medida que la crítica, el arte, la filosofía
lo vuelven a sacar a la luz. Como vemos, hay en esto una extraña combinación de teología y de
materialismo, algo que caracteriza el conjunto de su obra.
“La crítica, que para la concepción actual es lo más subjetivo, era para los románticos la instancia
regulativa de toda subjetividad, de todo azar y arbitrariedad en el nacimiento de la obra. Mientras que,
según el concepto actual, la crítica se compone a partir del conocimiento objetivo y la valoración de la
obra, lo característico del concepto romántico es no reconocer una particular estimación subjetiva de la
obra en el juicio del gusto. La valoración es inmanente a la investigación objetiva y al conocimiento de la
obra. No es el crítico el que pronuncia un juicio sobre ésta, sino el arte mismo, en tanto que, o bien
asume en sí la obra en el medium de la crítica, o bien la repudia y, justamente por ello, la evalúa por
debajo de toda crítica” (El concepto de crítica de arte en el romanticismo alemán, Barcelona, Península,
1988, p. 120).
Esto se asume de la concepción de los románticos, pero la concepción del lenguaje de Benjamin
altera el sentido que este “cumplimiento” o “plenificación” de las obras tenía para los románticos.
Para Benjamin, “la crítica consiste en una mortificación de las obras” (Origen del drama…):
“Mortificación de las obras: no se trata, por tanto, a la manera romántica, de un despertar de la
conciencia en las que están vivas, sino de un asentamiento del saber en estas obras que están
muertas” (p. 175s). “El objeto de la crítica filosófica consiste en mostrar que la función de la forma
artística es justamente ésta: convertir en contenidos de verdad, de carácter filosófico, los contenidos
factuales, de carácter histórico, que constituyen el fundamento de toda obra significativa. Esta
transformación de los contenidos factuales en contenidos de verdad hace que la pérdida de
efectividad sufrida por una obra de arte (y debido a la cual de década en década disminuye el atractivo
de sus antiguos encantos) se convierta en el punto de partida de un renacimiento en el que toda
belleza efímera cae por entero y la obra se afirma como ruina. En la estructura alegórica del
Trauerspiel barroco siempre se han destacado claramente tales formas reducidas a escombros que son
características de la obra de arte redimida” (id. 175). La obra es una ruina que la crítica puede redimir
de la destructividad del tiempo en sus iluminaciones liberadoras.
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dispone de una forma muy desarrollada de racionalidad, el dominio de los materiales y las técnicas”. La
obra de arte es pues síntesis entre mímesis y racionalidad instrumental… participa del mundo contra el que
se resiste (idea del quiasmo). Y esa resistencia, en la medida que el arte se presenta como algo no
funcional, libre de intenciones, ajeno al orden de la razón dominante, se traduce en subversión. El arte es
subversivo. La función del arte es carecer de función o, dicho en otros términos, “la misión del arte hoy es
introducir el caos en el orden” (TE, 33)
El lenguaje artístico es así un lenguaje del sufrimiento, una conciencia de las miserias. Al final de la
Filosofía de la nueva música (1949) se lee lo siguiente: “la inhumanidad del arte debe sobrepasar la del
mundo por amor del hombre, como en el caso paradigmático de la nueva música de Schönberg, Webern y
Berg, que ha tomado sobre sí todas las tinieblas y las culpas del mundo. Toda su felicidad estriba en
reconocer la infelicidad; toda su belleza en sustraerse a la apariencia de lo bello. Nadie quiere tener nada
que ver con ella, ni los individuos, ni los grupos colectivos. Resuena sin que nadie la escuche, sin eco” (p.
106s).
Se trata de un arte que sea capaz de sucumbir al orden dominante a través de una radicalización de su
carácter autónomo… cerrado a la comunicación fácil… cerrado al intercambio. La consecuencia es, por
ejemplo, que la música “conserva su verdad social gracias al aislamiento; pero esto la hace perecer… por el
momento, está condenada a ser un “mensaje en una botella””.
Como consecuencia de todo lo dicho: en el arte hay progreso y reacción. La distinción marxista entre
un arte revolucionario al servicio del proletariado y un arte decadente y reaccionario al servicio del orden
establecido es conservada por Adorno, pero desligada de todo servicio a clases o movimientos sociales
determinados, a favor de la imagen de una “sociedad pacificada”, una “humanidad liberada”, “la utopía”,
“lo no existente”, etc. En el mundo actual sólo es legítimo un arte que sea un grito de protesta contra un
mundo inhumano y opresivo. Ejemplo de esto son Erwantung, el monodrama p. 17 de Schönberg (escuchar
extractos) – “jamás ha sonado el espanto con tanta verdad en la música” (Prismas, p. 186). Y la pieza teatral
Fin de partida, de Samuel Beckett.
La estética de Adorno, con su acento puesto en el objeto, no se interesa tanto en la situación de la
recepción, de la interpretación… “La estética no ha de entender las obras de arte como objetos
hermenéuticos; tendría que entender más bien, en el estado actual, su imposibilidad de ser entendidas”
(TE). El arte tiene un carácter enigmático: “Todas las obras de arte, y el arte mismo son enigmas”. Toda
obra de arte es como un jeroglifo cuyo código está perdido. El contenido del arte está determinado por esta
pérdida. La comprensión de su sentido es constantemente diferida a un momento que no llegará nunca. El
modelo sigue siendo la música: “La música, más que las otras artes, es prototipo de esto, toda ella enigma y
evidencia a la vez… Sólo comprenderá la música quien la escuche con la lejanía de quien no la entiende y
con el conocimiento de ella que Sigfrido tenía del lenguaje de los pájaros” (TE). “El carácter enigmático,
bajo su aspecto lingüístico, consiste en que las obras dicen algo y a la vez lo ocultan”. Jamás puede
responderse satisfactoriamente las preguntas acerca del sentido de una obra de arte.
¿Hay una verdad en el arte? Sí la hay. La obra de arte auténtica se distingue por su contenido de
verdad y esa verdad, que es de carácter no conceptual, tiene que coincidir con la verdad filosófica (leer el
texto de la Dialéctica Negativa, p. 16). La Estética es necesaria: “El contenido de verdad de las obras de arte
es la solución objetiva del enigma de cada una de ellas… Pero ésta sólo puede lograrse mediante la
reflexión filosófica… Esto y no otra cosa es lo que justifica la estética”. Sin embargo, el juicio discursivo no
puede agotar su verdad, pues ésta va siempre vinculada a la apariencia: “el arte encierra verdad como
apariencia de lo que no la tiene”.
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