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Oración acerca de la dignidad del hombre del filosofo Giovanni Pico Della Mirandola, escrita en 1496
Así, pues (Dios) creó al hombre cual obra de la naturaleza infinita y colocándolo en el centro del mundo, le habló de
este modo: “No te he dotado, oh Adán, ni de un lugar determinado, ni de aspecto propio, ni de virtud concreta
alguna, porque el lugar, características y virtudes que desees han de venir dados por tu propia decisión y consejo.
La naturaleza limitada de los otros lo está por leyes que yo he prescrito. Tú las determinarás todas, sin ninguna
barrera que te constriña, según tu libre arbitrio, a cuya potestad te entrego. Te coloco en el centro del mundo, para
que, desde allí, mejor puedas vislumbrar todo lo que hay en el mundo. No te hice ni un ser celeste, ni un ser
terrenal, ni mortal, ni inmortal para que Tú, como libre y soberano artífice de ti mismo, pudieses moldearte y
esculpirte en la forma que prefieras. Podrás degenerar (en el nivel de) las cosas inferiores, podrás, según tu
voluntad, regenerarte en las cosas superiores, que son divinas […]”.Dividamos al hombre en tres partes: la más alta
es la cabeza, después viene la que empieza en el cuello y va hasta el ombligo y, por último, la tercera que se
extiende del ombligo a los pies. Dichas partes del hombre son, asimismo, diferentes y separadas entre sí por unas
ciertas características. Resulta admirable, no obstante, la belleza y perfección con que, por una muy precisa ley, se
corresponde con las tres partes del mundo. El cerebro, manantial del conocimiento, se halla en la cabeza. El
corazón, fuente de vida, movimiento y calor, en el pecho. Los órganos genitales, principio de la reproducción, están
en la última parte. De igual forma en el mundo, la parte más alta, que corresponde a la morada de los ángeles o del
intelecto, es el manantial del conocimiento, porque su naturaleza está hecha para entender. La parte media, el
cielo, es el principio de la vida, del movimiento y del calor, y en ella, domina el sol como el corazón en el pecho.
Bajo la luna se encuentra, como todos saben, el principio de la procreación y la corrupción. Os dais cuenta con qué
exactitud se corresponden recíprocamente las partes del mundo y las del hombre. […]
“la mayor parte de ellos conceden tanta importancia a las ceremonias y tradicioncillas, que piensan que el Paraíso
no es bastante recompensa”.
“De la misma manera, los pontífices, diligentísimos para amontonar dinero, delegan en los obispos los menesteres
demasiado apostólicos; los obispos, en los párrocos; los párrocos, en los vicarios; los vicarios, en los monjes
mendicantes y, por fin, éstos lo confían a quienes se ocupan de trasquilar la lana de las ovejas”
“Mucho más fervorosamente adorada me juzgo al ver que todos me llevan en el corazón, me confiesan con la
conducta y me imitan en la vida. Por cierto, que no es éste el género de culto más frecuente, ni aun entre los
cristianos. ¡Cuántos de éstos ofrecen a la Virgen Madre de Dios una vela encendida en pleno mediodía, que es
cuando no le hace falta alguna! Y, sin embargo, ¡cuán pocos se esfuerzan en imitarla en su castidad, su modestia y
su amor divino! Éste sería, sin embargo, el culto verdadero y, con mucho, el más agradable al cielo”
“El espíritu humano está modelado de tal manera, que aprehende mucho mejor lo ficticio que lo verdadero. Si
alguien solicita una prueba manifiesta y obvia de tal cosa, acuda a la hora del sermón en una iglesia y verá que si se
está hablando de algo serio, todos dormitan, bostezan y se asquean; en cambio, si el vociferador (me he
equivocado, quise decir el orador), comienza, según hacen con frecuencia, a explicar alguna historieta asnal, se
despabilan todos, prestan atención y escuchan con la boca abierta. Del mismo modo, si se celebra algún santo
orlado de fábulas y de poesías –como, si me pedís ejemplos, lo son Jorge, Cristóbal o Bárbara- veréis que se les
venera con mucha más devoción que a san Pedro, san Pablo o al mismo Jesucristo”
“Cualquiera está de acuerdo con las tesis de Lutero; yo veo que la monarquía del Papa en Roma tal como es ahora,
es la peste del cristianismo. Pero no sé si es conveniente tocar en público esa úlcera”. (Erasmo en una carta a
Lutero).
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