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Programa de Acceso y Acompañamiento

Taller inicial común: Taller de Lectura y Escritura

Cuadernillo de textos y actividades

1° trimestre - 2023

Debate sobre los discursos de odio

Profs. Mónica García, Michelle Barros y Susana Nothstein


Introducción

Este cuadernillo está integrado por un corpus y una serie de actividades. Un corpus es un
conjunto de textos cuya unidad está dada por alguna particularidad en común. En este caso,
se trata de un corpus temático, es decir que los textos que lo componen tienen en común el
tema.

En cada clase del taller se trabajará un texto del corpus, del cual derivarán actividades de
lectura y escritura. Estas, a su vez, se retomarán para la resolución de los trabajos prácticos
obligatorios que serán objeto de evaluación de este taller. Por ello, es muy importante seguir
el orden de lecturas que indique cada docente. Por otra parte, la actividad del último tramo
del Taller Inicial de Lectura y Escritura consiste en la elaboración de un texto
predominantemente expositivo-explicativo que deriva del análisis de dos fuentes que
abordan la temática trabajada durante la cursada. En definitiva, el trabajo final retoma y
profundiza las cuestiones más importantes en relación con la lectura y la escritura que se han
considerado desde la primera clase.

Finalmente, resulta pertinente aclarar que uno de los objetivos centrales del Taller es trabajar
la escritura en tanto proceso que tiene distintas etapas: la lectura, la escritura, la relectura
(del texto que el escritor produce y de las fuentes que consulta previamente) y la reescritura.
Por tal motivo, la producción del trabajo final supone la entrega obligatoria de borradores.

Los textos que constituyen este corpus temático abordan la discusión en torno a los discursos
de odio. En estos artículos los autores consideran distintos aspectos para abordar el tema
desde diferentes perspectivas.
También se sugiere la lectura de los siguientes artículos:

Aguilar Pirachicán, M. (2019). El discurso del odio. Desde el jardín de Freud. N° 19. Bogotá.
https://revistas.unal.edu.co/index.php/jardin/article/view/76731/68942
Blanco, J. C. (5 de septiembre de 2022). El odio como discurso escala en nuestra sociedad.
Grupo Multimedio. https://grupormultimedio.com/el-odio-como-discurso-escala-en-
nuestra-sociedad-id1046247/
Ipar, E. (31 de agosto de 2022). Fue el odio. Anfibia. UNSAM.
https://www.revistaanfibia.com/atentado-a-cristina-fernandez-de-kirchner-fue-el-odio/
Martínez Fazzalari, R. (19 de septiembre de 2022). Discurso de odio: límites de su
interpretación. Infobae. Opinión. https://www.infobae.com/opinion/2022/09/19/discurso-
de-odio-limites-de-su-interpretacion/

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Módulo 1: Actividad disparadora

Texto 1

1. A continuación, le proponemos la lectura o escucha del siguiente cuento de Germán


Rozenmacher.

Rozenmacher, G. (12 de julio de 2020). Cabecita negra. Narrado por Cynthia Ottaviano.
https://www.youtube.com/watch?v=K_Yux994PT4

Rozenmacher, G. (1962). Cabecita negra. En Obras completas. Ediciones Biblioteca


Nacional. Buenos Aires, 2013. http://www.elortiba.org/old/pdf/Rozenmacher-
Cabecita_negra.pdf

Germán Rozenmacher. Escritor y dramaturgo nacido en Argentina, que se destacó por su


narrativa relacionada con el desarraigo, la soledad, la discriminación y las preocupaciones
político-sociales derivadas de su adhesión al peronismo. Su cuento Cabecita negra es un
clásico de la literatura argentina. Como intelectual, transitó intensamente las contradicciones
de su tiempo.

2. Averigüe de dónde proviene la expresión “cabecita negra”. Contextualice y explique


su uso.
3. A partir de la lectura del texto completo, responda:
a. Justifique el porqué del título del cuento.
b. ¿Cuál es el tema central del relato? Fundamente su respuesta.
c. ¿Qué otros temas se abordan? Enumérelos.
d. ¿Qué prejuicios y estereotipos están en juego en este relato? Agrúpelos según
el grupo sociocultural al que pertenecen los personajes. Incluya citas textuales
en su respuesta.
e. ¿Qué interpretación le da al desenlace del cuento?
f. A continuación, le proponemos que lea el siguiente texto extraído de la página
de Naciones Unidas y resuelva las consignas que figuran al pie:

¿Qué es el discurso de odio?


En el lenguaje común, la expresión "discurso de odio" hace referencia a un discurso ofensivo
dirigido a un grupo o individuo y que se basa en características inherentes (como son la raza,
la religión o el género) y que puede poner en peligro la paz social.
Para proporcionar un marco unificado en las Naciones Unidas que aborde este problema a
nivel mundial, la Estrategia y Plan de Acción de la ONU para la lucha contra el discurso de odio

3
define este discurso como "cualquier tipo de comunicación ya sea oral o escrita, —o también
comportamiento— , que ataca o utiliza un lenguaje peyorativo o discriminatorio en
referencia a una persona o grupo en función de lo que son, en otras palabras, basándose en
su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otras formas de identidad".
Sin embargo, no existe una definición universal de discurso de odio de acuerdo con el derecho
internacional en materia de derechos humanos. El concepto todavía se debate ampliamente,
sobre todo en relación con la libertad de opinión y expresión, la no discriminación y la
igualdad.
A pesar de que esta no es una definición legal, abarca un sentido más amplio que "una
instigación a la discriminación, la hostilidad o la violencia" — que está prohibida de acuerdo
con el derecho internacional en materia de derechos humanos, el discurso de odio posee tres
características esenciales:
*Se puede materializar en cualquier forma de expresión, incluidas imágenes, dibujos
animados o ilustraciones, memes, objetos, gestos y símbolos y puede difundirse tanto en
Internet como fuera de él.
*Es “discriminatorio” (sesgado, fanático e intolerante) o “peyorativo” (basado en prejuicios,
despectivo o humillante) de un individuo o grupo.
*Se centra en “factores de identidad” reales o percibidos de un individuo o grupo, que
incluyen: “su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia o género”, pero también
en otras características como su idioma, origen económico o social, discapacidades, estado
de salud u orientación sexual, entre otras muchas.
Es importante destacar que el discurso de odio solo puede dirigirse a individuos o grupos de
individuos. No se incluyen las comunicaciones que pueda haber entre Estados y sus oficinas,
símbolos o funcionarios públicos, ni tampoco entre líderes religiosos o dogmas de fe.

https://www.un.org/es/hate-speech/understanding-hate-speech/what-is-hate-speech

g. ¿A quiénes puede estar dirigido este texto? Fundamente su respuesta.


h. ¿Cuál es el propósito comunicativo del texto?
i. A partir del concepto explicado en este texto y desde una mirada actual,
¿podría decirse que en el cuento de Germán Rozenmacher (1962) los
personajes incurren en discursos de odio?
4. Escriba una breve reflexión personal sobre las consecuencias de los discursos de odio
en la sociedad actual. Puede incorporar relatos de su experiencia personal.

4
Recursos audiovisuales

Gomez, R. (16 de noviembre de 2022). Los discursos de odio en la era digital. TEDx Universidad
Nacional de Córdoba. https://youtu.be/kMJhoAnSm7o

Raúl Gómez es Dr. en Ciencias de la Salud (UNC) Licenciado en Psicología (UNC).


Investigador CONICET. Especializado en el comportamiento y los sesgos cognitivos en
los discursos de las redes sociales.

Cafferata, J. M. y Despeinada, S. (2022). Discursos de odio, en Abro hilo: Televisión pública.


Programa completo emitido el 6 de septiembre de 2022.
https://www.youtube.com/watch?v=ODUQQHswU3c

Sol Despeinada y Juan Manuel Cafferata debaten sobre Discursos de Odio junto a
Eugenia Mitchelstein y Ezequiel Ipar.
Eugenia Mitchelstein: Periodista, Licenciada en Ciencia Política (UBA) Máster en Medios
y Comunicación en la London School of Economics and Political Science y doctora en
Medios, Tecnología y Sociedad en la Universidad de Northwestern, Chicago.
Ezequiel Ipar: Sociólogo (UBA), Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos
Aires (UBA) y Doctor en Filosofía por la Universidad de Sao Paulo (USP). Es Investigador
del CONICET y profesor en el área de teoría sociológica en la Universidad de Buenos
Aires (UBA). Actualmente dirige el LEDA-UNSAM (Laboratorio de estudios sobre
democracia y autoritarismos) y el GECID-UBA (Grupo de estudios críticos sobre
ideologías y democracia)
Abro Hilo es un lugar de encuentro y debate sobre temas que pegan fuerte en nuestras
vidas, abordados desde la ciencia y la tecnología y su impacto social.

5
Módulo 2

Texto 1

Buenos Aires, 10 de diciembre de 2020

INADI**
Informe: discurso de odio*
[…]

PERSPECTIVAS

[1] No existe una definición consensuada para entender qué es el discurso de


odio. Constituye un tema que parte de un piso mínimo, pero que no puede ni es
deseable que llegue a un techo con el que tope para volverlo un concepto rígido,
debido a la variedad de elementos y características que contiene y que lo
mantienen en constante movimiento y construcción. Por lo tanto, debe
sujetarse en cada caso a un análisis sólido y riguroso en el cual están en juego
ideologías, pensamientos, culturas, tradiciones y el ejercicio de derechos
humanos.

[2] Es por ello que, en este espacio, abordaremos el tema del discurso de odio
desde una perspectiva amplia e interdisciplinaria, sin reducirlo a un estudio
meramente jurídico, por todas las implicaciones que contiene y con el objeto de
abonar a la discusión y análisis sobre este tema, mediante el cual no se pretende
llegar a conclusiones únicas o verdades absolutas, pues su complejidad no lo
permite.

[3] Si bien no hay un consenso conceptual sobre el discurso de odio, existen


elementos, tanto desde la perspectiva jurídica como de la teoría social, que sí
nos permiten caracterizarlo y entenderlo en un primer acercamiento.

Teoría social

[4] Para comenzar nuestra aproximación al tema, podemos mencionar que


“estas expresiones, en sus múltiples niveles, son utilizadas para acosar,
perseguir, segregar, justificar la violencia o la privación del ejercicio de derechos,
generando un ambiente de prejuicios e intolerancia que incentiva la

6
discriminación, la hostilidad o los ataques violentos a ciertas personas o grupos
de personas; por motivos de raza, color, sexo, idioma, religión, opiniones
políticas o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica
o cualquier otra condición social” (Gagliardone et al, 2019).

[5] Esta capacidad de los discursos de odio de generar un ambiente de


intolerancia e incentivar la discriminación y la violencia puede comprenderse de
una manera más profunda si se los analiza en tanto discursos sociales.
Entendemos que, siguiendo a Marc Angenot: “Los discursos sociales pueden ser
comprendidos como todo aquello que se dice y se escribe en un determinado
momento histórico en una sociedad dada” (Angenot, 2012). Todo aquello que
“se narra y se argumenta” en un determinado momento a través de los medios
de comunicación, las conversaciones públicas o las redes sociales.

[6] Los mismos componen memorias discursivas cargadas de formas de


esquematizar el funcionamiento del mundo; llevan las marcas de las maneras de
conocer y de representar lo conocido; manifiestan intereses sociales y normas
de conducta generando una memoria discursiva, de formas y de contenidos que
sobredeterminan, globalmente, lo que legítimamente se puede decir y lo que no
se puede. Las memorias discursivas conforman un entramado de ideas y
preconceptos sobre las características y las intenciones del “otro”. Participando
en la formación de una trama ideológica y discursiva que da forma al mundo
social.

[7] El análisis de los discursos sociales discriminatorios y de odio permite develar


el funcionamiento del campo simbólico necesario para que actos de
responsabilización, difamación, hostigamiento, discriminación, negación de
derechos o violencias puedan ser llevados adelante.

[8] En el caso específico de los discursos discriminatorios y de odio en tanto


discursos sociales, entendemos que en su interior se articula una fuerte unidad
entre una determinada concepción del mundo y unas normas de conductas
conforme a esta concepción. Formas que rechazan la diversidad, la diferencia o
la disidencia. Los discursos discriminatorios y de odio, en cualquiera de sus
niveles, son articulaciones discursivas que intentan impedir en el otro el ejercicio
del derecho a la libertad y a la igualdad. Los mismos articulan temores
históricamente constituidos, prejuicios socialmente sostenidos y organizan una

7
voluntad política de unificación sobre la eliminación de todo aquello que no se
corresponda con cierta forma de entender y habitar el mundo.

[9] Los diferentes tipos de discursos de odio utilizan una serie de mecanismos
discursivos que sirven para construir una imagen simplificada, exagerada y
distorsionada del grupo que es objeto de odio:

La construcción del otro como diferente. Identifica a un grupo determinado


(“ellos”) como diferente a un supuesto “nosotros”. Esta diferencia se puede
basar en elementos como el origen, la religión, el género, la orientación sexual
u otras características o condiciones personales.

La generalización. Elimina las diferencias individuales del grupo y lo asocia a


características negativas.

Los chivos expiatorios. Señala a este grupo como responsable de los males
sociales (el desempleo, la inseguridad, etc.) Este mecanismo siempre renace en
contextos de crisis, al ser utilizado desde determinados mensajes políticos y
medios de comunicación, entre otros dispositivos, para canalizar y desactivar el
descontento popular desviando las culpas.

La deshumanización. Pretende bloquear la tendencia natural que tenemos a la


empatía, negando la humanidad de las personas pertenecientes a este grupo a
través del uso de insultos y de un lenguaje desagradable. Finalmente, contribuye
a justificar la discriminación y la violencia contra este grupo.

Perspectiva jurídica

América del Sur

[10] Según el informe realizado por la Comisión Interamericana de Derechos


Humanos (CIDH) de la Organización de Estados Americanos (OEA), realizado en
el año 2004, enuncia que “las expresiones de odio quedan al margen de la
protección del artículo 13 y exige que los Estados Parte proscriban esta forma
de expresión”. El Artículo 13 de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos en el primer apartado declara que: “Toda persona tiene derecho a la
libertad de pensamiento y de expresión. Este derecho comprende la libertad de
buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole, sin consideración
de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa o artística, o por

8
cualquier otro procedimiento de su elección”. La Relatoría Especial para la
Libertad de Expresión incorpora, a través de este informe, el apartado 5 que
dispone: “Estará prohibida por la ley toda propaganda en favor de la guerra y
toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituyan incitaciones a
la violencia o cualquier otra acción ilegal similar contra cualquier persona o
grupo de personas, por ningún motivo, inclusive los de raza, color, religión,
idioma u origen nacional”.

[11] La Relatoría especial para la Libertad de Expresión de la Comisión


Interamericana de Derechos Humanos de la Organización de Estados
Americanos, en su informe sobre Internet del año 2013, brinda una serie de
consejos a los Estados sobre cómo legislar las restricciones a la libertad de
expresión: “Como ya se anunció, la primera condición de legitimidad de
cualquier restricción de la libertad de expresión –en Internet o en cualquier otro
ámbito– se refiere a la necesidad de que tal restricción se encuentre establecida
por medio de leyes en sentido formal y material, y que dichas leyes sean claras
y precisas. Serían incompatibles con la Convención Americana las restricciones
sustantivas definidas en disposiciones administrativas o las regulaciones amplias
o ambiguas que no generan certeza sobre el ámbito del derecho protegido y
cuya interpretación puede dar lugar a decisiones arbitrarias que comprometan
de forma ilegítima el derecho a la libertad de expresión. Estas últimas, por
ejemplo, pueden tener un efecto especialmente inhibitorio sobre usuarios
individuales, quienes participan del debate público sin respaldo de ningún tipo,
sólo con la fuerza de sus argumentos. Las leyes vagas y ambiguas pueden
impactar especialmente en este universo creciente de personas, cuya
incorporación al debate público es una de las principales ventajas que ofrece
Internet como espacio de comunicación global”. En consecuencia, en algunos
países del continente sudamericano se empezaron a realizar una serie de
proyectos legislativos que tenían como objeto frenar el discurso de odio en las
redes sociales. […]

*Observatorio de la discriminación en Internet. (10 de diciembre de 2020). Informe: discurso


de odio. INADI. Texto adaptado.

9
https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/12_01_2021_informe_discurso_de_odio.p
df
**INADI es el Instituto Nacional contra la discriminación, la xenofobia y el racismo.

Actividades

1. Lea los elementos paratextuales de este texto y determine en qué ámbito circula.
2. ¿Cuál es el propósito comunicativo del texto? Justifique incluyendo una cita textual.
3. ¿A qué género pertenece el texto leído? Fundamente.
4. ¿Qué función cumplen los tres primeros párrafos del texto?
5. ¿Qué concepto se define en este fragmento? Identifique esas definiciones en el texto.
5.1. ¿Desde qué perspectivas se plantean las definiciones encontradas?
5.2. ¿Qué aporta cada una de ellas a la comprensión global del concepto? ¿Cómo se
relacionan estas definiciones con lo expresado en los tres primeros párrafos?
6. En esta publicación se incluyen voces de distintos autores. Identifíquelas en el texto y
complete el siguiente cuadro con un mínimo de tres ejemplos:

Número de Autor de la voz Tipo de cita Función de la cita


párrafo ajena (directa, indirecta, en el texto
mixta)

7. A partir de la información brindada en el texto, defina y caracterice “discurso de odio”.


Para hacerlo, considere que el destinatario de su texto será un estudiante que no ha
leído la fuente. Extensión máxima: 10 líneas.

10
Texto 2

1. Lea los elementos paratextuales de este texto y determine en qué ámbito circula.

CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES


Discursos de odio en la sociedad argentina*
Un estudio dirigido por Ezequiel Ipar indaga cuán propensos son los argentinos y argentinas
a reproducir en la esfera pública enunciados que promueven la discriminación y
deshumanización de personas con distintas identidades sociales.

Por Miguel Faigón**

[1] Hace aproximadamente diez años, el Grupo de Estudios Críticos sobre Ideología y
Democracia (GECID) del Instituto de Investigaciones Gino Germani (IIGG, FSOC, UBA), bajo la
dirección del investigador del CONICET Ezequiel Ipar, comenzó a estudiar las nuevas
modalidades de autoritarismo social. De acuerdo con Ipar, en aquellos años recién empezaba
a afianzarse la articulación entre mitologías autoritarias y el ethos1 neoliberal, que algunos
años después enmarcaría la profundización de procesos des-democratizadores en diferentes
puntos del globo.

[2] Durante la última década, el equipo de investigación llevó adelante un trabajo teórico y
un programa de investigación empírico -tanto cuantitativo como cualitativo- que reconoció
sus raíces metodológicas en la tradición sociológica local sobre el tema, sin por ello dejar de
prestar atención a las referencias y protocolos académicos internacionales.

[3] A fines de 2020, el GECID en conjunto con el programa Lectura Mundi, de la Universidad
Nacional de San Martín (UNSAM), crearon el Laboratorio de estudios sobre Democracia y
Autoritarismo (LEDA, UNSAM), con el propósito de encarar un abordaje sistemático de los
dilemas actuales de la democracia en el marco de la emergencia de los neoautoritarismos.

[4] La conformación de este nuevo laboratorio, junto con el apoyo del CONICET, la Agencia
Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (Agencia I+D+i) y el Programa de Análisis
Social de la Ciudadanía Audiovisual Latinoamericana de la UNSAM, permitieron al equipo
dirigido por Ipar sistematizar el trabajo cualitativo -fundamentalmente a través de la
realización de grupos focales- y dar a la investigación cuantitativa una mayor masividad, así
como escalarla a nivel nacional.

[5] “Uno de los aspectos que más nos interesa indagar, en torno a la crisis de las democracias,
es el debilitamiento que ciertos valores y consensos democráticos experimentan en algunos
grupos de la sociedad civil”, afirma Ipar.

[6] Entre el 27 de noviembre y el 3 de febrero, el equipo del LEDA realizó una encuesta
telefónica a nivel nacional a 3140 personas (todas mayores de 16 años), que permitió

1
El término ethos proviene del griego (costumbre, carácter) y se refiere a los rasgos que el
enunciador debe mostrar al auditorio para causar una buena impresión. En consecuencia, el ethos
está vinculado con el ejercicio de la palabra y no con la persona real, es decir, con aquello que se
pretende mostrar y hacer ver.

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sistematizar información en torno a las tendencias en la sociedad argentina a aprobar y
reproducir discursos de odio (DDO) y otros prejuicios sociales en la esfera pública. Hasta el
momento, el análisis de los datos de la encuesta ha llevado a la publicación de cuatro
informes: 1) “Discursos de odio en Argentina”, 2) “Xenofobia en la Argentina”; 3) “El
antisemitismo en la Argentina: tramas e interrogantes” y 4) “Sesgos de género en la
Argentina”.

¿Qué son los discursos de odio?

[7] En el informe “Discursos de odio en Argentina”, los especialistas parten de definir a los
DDO como “cualquier tipo de discurso pronunciado en la esfera pública que procure
promover, incitar o legitimar la discriminación, la deshumanización y/o la violencia hacia
una persona o un grupo de personas en función de la pertenencia de las mismas a un grupo
religioso, étnico, nacional, político, racial, de género o cualquier otra identidad social”.

[8] Para medir el grado de disposición a la reproducción y promoción de DDO en la sociedad


argentina, el equipo de LEDA desarrolló un índice de DDO. El objetivo es que este índice
también permita elucidar las principales determinaciones sociales que podrían explicar las
tendencias a la identificación con DDO, así como observar el modo en que se articulan los
DDO con otros prejuicios sociales que también pueden debilitar la convivencia democrática,
como el antisemitismo o los sesgos de género.

[9] El índice de DDO (que permite determinar, fundamentalmente, si una persona aprueba,
desaprueba o es indiferente a este tipo de discursos) se estructura a partir de tres enunciados
que le son presentados a los encuestados para que expresen su grado de acuerdo, desacuerdo
o indiferencia hacia los mismos: una afirmación racista con connotaciones segregacionistas;
un discurso crítico de las posiciones ideológicas que discriminan al colectivo LGTB+ y una
afirmación fuertemente xenofóbica.

[10] “Las afirmaciones que les presentamos a los encuestados las extrajimos del trabajo
cualitativo que hicimos previamente con grupos focales. Son enunciados que surgieron en
discusiones en las que nosotros establecemos el contexto y ejercemos de árbitros, pero en
las que no participamos. En el estudio cuantitativo lo que nos interesa ver son los niveles de
aceptación y rechazo que tienen estos discursos en la ciudadanía”, señala Ipar.

Nivel de aprobación de los DDO en la Argentina y su relación con la región de residencia y


el grupo etario de pertenencia

[11] El resultado de la encuesta indica que un 26,2% de la ciudadanía argentina promovería o


apoyaría DDO, mientras un 17% sería indiferente y un 56,8% los criticaría o desaprobaría. Al
observar cómo se correlaciona la aprobación de los DDO con la región geográfica del país en
la que se reside, se ve que el apoyo de este tipo de expresiones se intensifica hacia el centro
de la Argentina (donde un 30,7% de los encuestados los promueve) y al noroeste del país
(30,4%), y exhibe los niveles más bajos en la Patagonia (20,5%).

[12] Cuando se mira la aprobación, desaprobación o indiferencia hacia los DDO según el grupo
generacional del que forman parte los encuestados, se advierte que entre la
población millennial (personas entre 25 y 40 años) hay una mayor predisposición a abrazar
este tipo de discursos (31,1%) y una menor propensión a criticarlos o desaprobarlos (51%).
Son los baby-boomers (56 a 74 años) quienes menos apoyan los DDO (19,6%), así como

12
quienes más los desaprueban (64,3%). Entre los más jóvenes, en los centennials (15 a 24
años), si bien la aprobación de los DDO (26,5%) está un poco por encima de la que tienen en
la población en general (26,2%), la desaprobación (61,5%) es muy alta, y son los menos
propensos a mantenerse indiferentes (12,3%).

[13] “Lo que ocurre con los millennials muestra que las nuevas generaciones no tienden
necesariamente a una mayor progresividad, como se podría suponer. Los DDO atraviesan de
manera, ligeramente diferenciada, pero trasversal a todas las generaciones.
Los millennials están más expuestos que generaciones anteriores a una cultura de internet en
la que hoy priman los DDO. Twitter, por ejemplo, es una red social muy popular entre
los millennials, y ha sido caldo cultivo, en los últimos cinco o seis años, para la emergencia de
nuevas culturas políticas que dan lugar a este tipo de expresiones de odio”, afirma Lucas
Reydo, becario doctoral del CONICET en el IIGG e integrante de LEDA.

[14] En cuanto al motivo por el cual los centennials parecen menos permeables a los DDO que
la generación anterior, Reydo señala: “Se podría conjeturar que los centennials responden a
otro tipo de uso de redes, más relacionado con el entretenimiento que con el debate público”.
Ipar agrega: “Me parece que ahí se puede construir una gran hipótesis, porque estamos
hablando de hábitos que se generaron en la socialización de las diferentes generaciones a
través de distintas tecnologías de comunicación”. [...]

DDO según nivel educativo y la ocupación de las personas

[15] De acuerdo con los resultados de la encuesta, las personas con posgrados completos e
incompletos son las menos propensas a apoyar o promover DDO (16,1%) y las más dispuestas
a desaprobarlos y criticarlos (68,2%). En este sentido, la tendencia general marca que cuanto
mayor sea el nivel educativo alcanzado por las personas encuestadas, menor es su disposición
a identificarse con DDO.

[16] “Respecto de estos datos hay que tener en cuenta dos cuestiones. Por un lado, que las
personas con mayor capital cultural suelen asumir los cuestionarios con cierto
distanciamiento estratégico y, por lo tanto, frente a preguntas morales que tienen respuestas
identificables como socialmente respetables, pueden no contestar con plena autenticidad. En
cambio, quienes tienen menor capital cultural tienden a responder con menos cálculo y
mayor honestidad. Por otro lado, si se tiene en cuenta que el nivel educativo puede funcionar
también como un índice del nivel de ingresos o del estatus del empleo de los ciudadanos,
estos resultados -que son parecidos a los de estudios internacionales- pueden reflejar cierto
malestar entre los segmentos con peores oportunidades”, explica Ipar.

[17] “Los resultados muestran que, en general, a mayor nivel educativo, menos propensión a
identificarse con DDO. Esto coincide con lo que suelen mostrar los estudios históricos sobre
la disposición a desplegar actitudes autoritarias. Sin embargo, lo que ocurre con el grupo de
los que tienen secundario completo muestra cierta divergencia con la tendencia general. Ahí
lo que se podrían estar traduciendo son ciertas fricciones de la vida económica y situaciones
de vulnerabilidad por parte de clases medias o medias bajas. Se podría aventurar que la mayor
disposición a aprobar y reproducir DDO por parte de este grupo tiene una explicación
económica”, manifiesta Ipar.

13
[18] Al ver la incidencia que puede tener el tipo de ocupación de los encuestados respecto de
su postura sobre los DDO, los resultados muestran que es entre el grupo de quienes se
identifican como dueños, patrones o empleadores, que se ve una mayor disposición a apoyar
este tipo de discursos (33,4%). Por otra parte, quienes se asumen como empleados (28%) y
obreros (27%) también muestran valores levemente superiores al resto de ocupaciones.

[19] De acuerdo con el análisis de los especialistas, estos resultados, mirados en conjunto y a
contrapelo de los de nivel educativo, muestran lo apresurado que sería pretender trazar una
relación unívoca y lineal entre variables sociodemográficas e identificación con DDO, así
como la necesidad de complejizar estos vínculos. Si se tiene en cuenta que los sectores que
participan en la economía formal son también los más propensos a reproducir DDO, se
advierte lo erróneo y simplista que sería relacionar, de forma directa, la expansión de los DDO
en la esfera pública contemporánea con los problemas de inserción en el mercado de trabajo.

DDO y otras variables ideológicas

[20] Frente a la afirmación antisemita que señala que “detrás de la pandemia del coronavirus
hay figuras como Soros y laboratorios de empresarios judíos que buscan beneficiarse
económicamente”, un 30,3% de los encuestados manifestó estar muy de acuerdo y un 6,7%
simplemente de acuerdo, mientras el 37,6% dijo estar muy en desacuerdo y un 6,2% expresó
estar en desacuerdo. Por otro lado, un 9,7% se manifestó indiferente frente al enunciado, y
un 9,5% dijo no saber o prefirió no responder.

[21] Entre los encuestados que dijeron estar muy de acuerdo con el enunciado antisemita,
un 34,1% promueve DDO, mientras entre quienes están muy en desacuerdo, un 20,1% se
identifica con DDO. Aunque la disposición a aprobar DDO desciende en el mismo sentido que
el grado de acuerdo con la afirmación antisemita, se puede advertir también que más de la
mitad de quienes están muy de acuerdo con el enunciado antisemita tienen al mismo tiempo
una mirada crítica hacia los DDO, y que entre quienes están muy en desacuerdo con la
afirmación, un 36,7%, al menos no desaprueba ni se muestra crítico de los DDO.

[22] Al observar la correlación entre la aceptación de los DDO con la adhesión a visiones
autoritarias, medida a través de un índice de autoritarismo también desarrollado por el grupo
de investigación, se advierte que entre aquellas personas identificadas como muy
autoritarias, un 33% aprueba DDO, mientras apenas un poco más de la mitad los rechaza. En
cambio, entre aquellos identificados como nada autoritarios, un 16,9% se identifica con DDO
y un 65,3% los critica y desaprueba. Entre los algo autoritarios la disposición a reproducir DDO
es del 27,2% y la desaprobación del 56,2%.

[23] El informe destaca que, si bien existe una relación significativa entre el grado de
autoritarismo de los encuestados y su disposición para aprobar o promover DDO en la esfera
pública, el hecho de que no se solapen completamente estas posiciones es señal de que existe
una frontera o una diferencia entre ambas tendencias.

[24] “Estos estudios permiten asociar fenómenos que están correlacionados, pero también
distinguirlos. No es lo mismo autoritarismo que DDO. Ahora, son problemas que están
relacionados, y por eso, por ejemplo, entre los grupos más autoritarios, la propensión a
reproducir DDO es mucho mayor que entre los nada autoritarios. Pero nunca vas a encontrar
homogeneidad en un cruce de variables sobre cuestiones ideológicas”, expresa Ipar.

14
Seguir la evolución de los DDO a través del tiempo

[25] Algunas otras variables con las que el informe buscar correlacionar los DDO son las
opiniones sobre el rol de Estado en relación con la inmigración, las posturas sobre al aborto,
el grado de acuerdo con que la policía actúe más allá de los procedimientos legales para
resolver ciertos crímenes y las preferencias de vacunas.

[26] Ahora el proyecto del equipo es repetir la encuesta para hacer un seguimiento de cómo
evolucionan las posturas respecto de los DDO y darle mayor sistematicidad al estudio.

[27] “El contexto en el que hicimos esta primera encuesta fue el de la pandemia y eso por ahí
explica la intensidad de algunas posturas. Lo que queremos ver en futuras encuestas es si la
aprobación de las DDO baja o sube sobre el total de encuestados, pero también, por ejemplo,
cómo se modifica por regiones, por grupo etario o por ocupación”, concluye el investigador.

Para acceder al informe completo haga click en el enlace

*Faigón, M. (20 de octubre de 2021). Discursos de odio en la sociedad argentina. CONICET.


https://www.conicet.gov.ar/discursos-de-odio-en-la-sociedad-argentina/

**Miguel Faigón es docente de Pensamiento Argentino y Latinoamericano en la Facultad de


Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Actividades

2. ¿Cuál es el propósito comunicativo del texto? Justifique incluyendo una cita textual.
3. ¿A qué género pertenece el texto leído? Fundamente.
4. Identifique en el texto al menos dos operaciones discursivas diferentes. Determine de
qué operaciones se trata y explique qué funciones cumplen en el texto.
5. En este artículo se incluyen voces distintas de las de Miguel Faigón. Identifíquelas en
el texto y complete el siguiente cuadro con un mínimo de tres ejemplos:

Número de Autor de la voz Tipo de cita Función de la cita


párrafo ajena (directa, indirecta, en el texto
mixta)

6. Luego de la lectura del texto completo, elabore un párrafo breve por medio del cual
sintetice las conclusiones parciales del trabajo de investigación expuesto.

15
7. A partir de la información brindada en el texto, elabore la definición y caracterización
de “índice DDO”.

8. Caracterice al enunciador que se construye en el texto leído.

Módulo 3

Ejemplo de exposición de una fuente argumentativa

UNA APROXIMACIÓN AL CONCEPTO DE DISCURSO DE ODIO*


José Manuel Díaz Soto**

[…]
II. El discurso del odio como atentado contra la dignidad humana y contra la diversidad
como valor de las sociedades

[1] En este acápite me detendré en el análisis de la obra del profesor Jeremy Waldron The
harm in hate speech, quien considero brinda criterios bastante precisos acerca de lo que debe
entenderse por discurso del odio en el escenario de las sociedades democráticas y explica de
forma convincente por qué razón, en contravía del pensamiento mayoritario imperante en
Estados Unidos, este tipo de manifestaciones deben ser prohibidas por la ley.

[2] Para empezar, Waldron reconoce que el concepto de discurso del odio es demasiado
impreciso, en particular, que la referencia al término “odio” daría lugar a pensar que lo que
es objeto de reproche es el sentimiento de animadversión o incomodidad que se puede
experimentar hacia los miembros de un grupo minoritario. Si así fuera, la legislación en contra
del discurso del odio abogaría por el “perfeccionamiento” del ser humano, de modo que bien
podría ser tildada de antiliberal. Sin embargo, Waldron aclara que los que, como él, abogan
por la adopción de medidas legislativas en contra del discurso del odio no fundamentan su
postura en consideraciones morales, sino en los efectos perversos que tal forma de discurso
tiene en la configuración de una sociedad democrática y en la dignidad de los individuos que
integran las colectividades contra las que se dirige.

[3] Precisamente el rasgo definidor del discurso del odio, según Waldron, es su capacidad para
atentar contra la dignidad humana, entendida no en términos kantianos o absolutos sino
como un particular estatus social que debe ser reafirmado por la ley para predicar su
existencia. En relación con este concepto de dignidad, afirma Waldron:

16
La dignidad de una persona no es solo un tipo de aura kantiana que lo cubre.
Es su posición social, el fundamento de una reputación básica que le permite
ser tratado como un igual en el curso ordinario de la sociedad. Su dignidad
es algo en lo que puede confiar –en el mejor de los casos de forma implícita
y sin necesidad de reclamarlo– mientras vive su vida, se ocupa de sus asuntos
y cría a su familia.

[4] Así entendida, la dignidad se traduce en el reconocimiento que toda persona puede exigir
a sus conciudadanos de su condición de individuo apto para la vida en sociedad; derecho que
se ve menoscabado cuando las características raciales, religiosas o culturales del individuo
son asociadas de forma indiscriminada con comportamientos antisociales. En palabras de
Waldron:

… las leyes contra la difamación de un grupo o colectividad protegen el


núcleo esencial de la reputación de cada persona contra intentos, por
ejemplo, de asociar a todos los miembros de un grupo racial o religioso
vulnerable con la comisión de graves actos criminales; imputación que de ser
sostenida ampliamente privará a los miembros del grupo en cuestión del
estatus de ciudadanos.
[…]

Debe presumirse que las personas son básicamente honestas y respetuosas


de la ley, así como que sus atributos básicos –por ejemplo, ser hombre o
mujer, blanco o negro, judío o cristiano– no las predisponen a incurrir en
actos criminales o les atribuye un carácter antisocial.

[5] Waldron identifica cuatro formas que puede adoptar el discurso difamatorio contra una
colectividad que, a su vez, lesiona la dignidad de sus miembros y, por tanto, debería estar
proscrito por la ley; a saber:
- La imputación de forma generalizada a los miembros de un grupo de la comisión de hechos
ilícitos; como cuando se indica que todas las personas de color incurren en hurtos o
violaciones.
- Mediante caracterizaciones que denigran de los miembros de la comunidad; como señalar
que los judíos son avaros o maliciosos.
- A través de referencias a animales o cosas, de modo que se prive a los miembros de la
colectividad atacada de su condición de seres humanos.
- Mediante prohibiciones en atención a los rasgos definidores del grupo, como prohibir la
entrada a sitios públicos de personas de color.

[6] De forma singular o concurrente, estas modalidades de difamación contra un grupo


atentan contra el estatuto social de sus miembros, quienes ya no podrán confiar en que la

17
mayoría de la sociedad en que viven los acepte como seres humanos con capacidad para la
vida en comunidad; como lo explica Waldron:

Es una cuestión de estatus –del estatus propio como miembro de una


colectividad en buena situación– que da lugar a demandar reconocimiento
y un tratamiento acorde con ese estatus. Filosóficamente puede sostenerse
que la dignidad es inherente al ser humano, y lo es, pero como estatus legal
y social debe ser establecida, afirmada, mantenida y revindicada por la
sociedad y la ley, y esto es algo en lo que todos estamos obligados a tomar
parte. Cuando menos, estamos en la obligación de abstenernos en nuestro
trato público con otros de actuar con miras a minar la dignidad de otras
personas. Esta es la obligación a la que se le da carácter vinculante cuando
se promulgan leyes contra la difamación de una colectividad.

[7] En todo caso resulta necesario aclarar, como lo hace el propio Waldron en el capítulo 5.º
de su obra, que lo que debe ser objeto de protección por las leyes que prohíben el discurso
del odio es la dignidad de los miembros de las colectividades difamadas y no su sensibilidad.
Los insultos y epítetos racistas, bajo ese entendido, no encuentran adecuación en el concepto
de discurso del odio. En efecto, lo que se censura del discurso del odio es que agravia el
estatus social de los miembros de las colectividades difamadas, de modo que solo aquellas
publicaciones, manifestaciones y discursos públicos con aptitud para causar este efecto
pueden catalogarse como ilícitas. En palabras de Waldron: “Proteger a las personas de ser
ofendidas equivale a protegerlas de cierta clase de efectos en sus sentimientos. Y esto es
distinto a proteger su dignidad y asegurar su trato decente en la sociedad”.

[8] Ahora bien, en lo que respecta a los efectos que Waldron atribuye al discurso del odio en
la configuración de nuestras sociedades, el autor adopta como baremo de valoración el
concepto formulado por Rawls de “sociedad bien ordenada” (well ordered society), esto es,
aquella en que todos sus miembros aceptan y pueden confiar en que sus conciudadanos
también aceptan los mismos principios de justicia; se trata de un ideal al que debe
propender toda sociedad auténticamente democrática.

[9] Planteada así la noción de sociedad bien ordenada, Waldron se pregunta si una sociedad
en la que se admite sin mayores limitaciones el discurso del odio responde o no a este
concepto. En su criterio, una sociedad bien ordenada debe adoptar un compromiso general
con los principios de justicia y dignidad de que son titulares todos sus miembros; compromiso
que en primer lugar se manifiesta en la forma en que se encuentra configurada dicha sociedad
y se presenta a los ojos de sus ciudadanos.

[10] En consecuencia, todo lo que afecte la forma en que la sociedad se presenta ante sus
ciudadanos y ponga en entredicho el compromiso de la sociedad con la dignidad de estos

18
debe ser censurado. Al respecto, Waldron anota que el discurso del odio no es solamente un
conjunto de ideas que confluye al debate público, sino que constituye una actividad
definidora del entorno social haciendo para las minorías más difícil integrarse y, en general,
desenvolverse en la sociedad.

[11] En otras palabras, la forma en que una sociedad se presenta públicamente constituye el
principal modo de transmitir seguridad a sus miembros acerca de la vigencia del acuerdo
esencial de abogar por la consolidación de una sociedad bien ordenada (compromiso de
todos los ciudadanos con los mismos principios de justicia y dignidad). El discurso del odio
atenta de forma grave contra esa confianza, en particular, lesiona el fundamento mismo de
la idea de justicia en una sociedad, esto es, que todos somos igualmente humanos, gozamos
de una dignidad inherente a nuestra condición humana y, por tanto, merecemos protección
ante las formas más insidiosas de violencia, exclusión, indignidad y subordinación. En palabras
de Waldron:

El punto de la auto representación visible de una sociedad bien ordenada


no es meramente estético, se trata de una transmisión de confianza a
todos los ciudadanos de que serán tratados justamente. Sin embargo,
cuando una sociedad se ve desfigurada por signos antisemitas, cruces
ardientes y panfletos difamatorios contra una raza, esta clase de
seguridad se evapora. Las fuerzas de seguridad y la administración de
justicia pueden aún proteger a la gente de ser atacada o excluida, pero
ya no tendrán el beneficio de una seguridad general y difusa para este
efecto, provista y disfrutada como un bien público, suministrada por
todos para cada uno.

[12] El aparte transcrito pone en evidencia que para Waldron la posibilidad de confiar en la
vigencia de los principios de justicia y dignidad propios de una sociedad bien ordenada es un
auténtico bien público, cuyo aseguramiento no solo compete al Estado sino, en general, a
todos los miembros de la sociedad. Por lo anterior, el Estado se encuentra legitimado para
exigir a sus ciudadanos un mínimo de respeto hacia los miembros de grupos minoritarios, esto
es, el llamado “respeto de reconocimiento” que se desprende de su condición de seres
humanos y que resulta indispensable para la afirmación de la dignidad humana. Al respecto,
afirma el autor:

El hecho de que podamos tener diferentes estimaciones de distintas


personas como forma de respeto relacional no implica que no nos
hallemos obligados a mantener el acuerdo social de predicar el
respeto de reconocimiento por cada uno de los miembros de la
sociedad.

19
[13] De este modo, Waldron brinda una respuesta convincente a la pregunta de por qué ha
de prohibirse el discurso del odio aun cuando no comporte la incitación al uso de la violencia.
Ello es así porque, se reitera, el discurso del odio lesiona la dignidad de los individuos de las
colectividades difamadas y, al hacerlo, desfigura la apariencia de la sociedad como
colectividad comprometida con los más básicos principios de justicia; lo que la aleja de su
ideal de sociedad bien ordenada.

[14] En este mismo sentido de limitar la libertad de expresión se ha pronunciado Owen Fiss
argumentando que las manifestaciones racistas o discriminatorias merman la libertad de
expresión de las minorías; en ese entendido, la limitación de la libre expresión se daría en el
marco de otorgar a todos los respetos de sus derechos; “a veces debemos aminorar las voces
de algunos para poder oír las voces de los demás”. Autores como Rafael Alcácer de
Guirao sostienen que planteamientos como los de Fiss no son razón suficiente para restringir
la libertad de expresión por medio de la sanción penal, a menos que el contexto por el que
atraviese la sociedad represente una desigualdad flagrante entre los colectivos sociales que
impida un “discurso de defensa” contra el “discurso de odio” .
[…]

*Díaz Soto, J.M. (2015). Una aproximación al concepto de discurso del odio. Derecho del
Estado n.º 34, Universidad Externado de Colombia, enero-junio de 2015, pp. 77-101. ISSN
0122-9893. Fragmento. https://doi.org/10.18601/01229893.n34.05
** José Manuel Díaz Soto es abogado penalista litigante y docente universitario.

Actividades

Analizaremos cómo se logra la delegación de la responsabilidad enunciativa para construir


un enunciador predominantemente expositivo.

1. En este apartado del artículo, el autor expone la posición de otro enunciador. ¿A quién
pertenece la voz citada?
1.1. Busque información sobre ese autor y explique con qué propósito se lo cita.
1.2. La voz citante, ¿justifica su decisión de incluir en su texto la voz citada? Si es así,
¿por qué cree que lo hace?
2. Indique si las citas que emplea son directas, indirectas o mixtas. Luego determine cuál es
el tipo de cita que predomina y qué efecto logra en el lector a partir de esa decisión.
2.1. ¿Qué sucede cuando la cita directa tiene más de tres líneas?
3. Analice el uso de comillas con funciones diferentes. Dé dos ejemplos.
4. ¿De qué distintas maneras se nombra al autor de la voz citada?
5. Elabore un listado con los verbos por medio de los cuales la voz citante inserta la voz
citada.

20
5.1. ¿En qué persona y tiempo verbal se encuentran todos esos verbos?
6. Identifique en el texto otros modos de lograr la delegación enunciativa
7. Si bien el texto leído es predominantemente expositivo, ¿la voz citante manifiesta en
algún momento su posición respecto de la voz citada? Si su respuesta es afirmativa,
incluya citas textuales en su respuesta.
8. ¿Con qué finalidad se incluyen otras voces en el párrafo 14? Fundamente.

Debate sobre el tema

Texto 1

Una mirada actual acerca de la propagación de discursos de odio*


Por Daniel Rafecas**

[1] He de comenzar con una reflexión que, hoy en día, ya es algo muy conocido en todo lo que
son estudios relacionados con crímenes masivos, y es el hecho de que, de la contemplación
de los procesos genocidas que hubo a lo largo de los últimos siglos, y en lo que va del siglo XXI
también, es una regla constante afirmar que no existe la posibilidad de que se precipite un
genocidio, o un crimen masivo cometido desde ámbitos estatales, o con la aquiescencia o
consentimiento del Estado, sin la construcción previa de un enemigo, a través de la
proliferación y la difusión de discursos de odio.
[2] Es decir, hoy en día sabemos que los discursos de odio son una condición necesaria para
la consumación de un genocidio, es decir, para la consumación de Auschwitz o de la ESMA,
para dar dos ejemplos que nos son muy próximos. Esto surge muy claramente, por ejemplo,
de lo que fue el genocidio armenio, en donde los discursos de odio de la mayoría musulmana,
panárabe del imperio otomano, dispersó y divulgó discursos de odio contra la minoría
armenia que estaba segregada y diferenciada, no solamente desde el punto de vista religioso
sino también étnico, durante siglos.
[3] Lo mismo por supuesto ocurrió en el caso del genocidio nazi, respecto no solamente de
los judíos, sino también de otros colectivos perseguidos, pero especialmente de los judíos, en
donde desde 1933 y hasta el inicio del proceso de exterminio -que comienza en 1941-, vamos
a tener casi una década de preparación del genocidio, un largo período, en el cual los nazis
van a sembrar discursos de odio de modo cotidiano. Y no lo digo metafóricamente: todos los
días, en Alemania a partir de 1933, y luego en Austria a partir de 1938, en Checoslovaquia en
1939, y luego en todos los territorios que fueron ocupando, cotidianamente se difundían
discursos de odio: un día en la radio, otro día en el cine, otro día en columnas en los medios
gráficos, otro día en panfletos, otro día en directivas que circulaban en las fuerzas de
seguridad o las fuerzas armadas, en donde se decía “los judíos son culpables”, “los judíos son
delincuentes”, “los judíos son bacilos”, “los judíos son nuestros enemigos”, etc. Y esto también
ocurrió, por supuesto, en lo que fue el terrorismo de Estado, no solamente en Argentina, sino
en los restantes países del Cono Sur, en las dictaduras latinoamericanas.
[4] De modo tal, que creo que este es un punto muy importante para que nosotros tengamos
en cuenta, en el sentido de que tenemos que estar, como activistas o como actores
preocupados por la consolidación de los derechos humanos y la consolidación de la

21
democracia, muy atentos y muy sensibles a la aparición, o la irrupción, o la promoción, o la
emergencia de discursos de odio que, casi siempre, o durante muchos años, han circulado en
forma muy encapsulada, en grupos cerrados, de redes sociales, y de repente, a lo largo de los
meses, se empieza a percibir que empiezan a cobrar mayor protagonismo, que empiezan a
salir de esos ámbitos cerrados y empiezan a circular de un modo más abierto y,
especialmente, que empiezan a tener penetración en algunos ámbitos que son más proclives,
y de entre ellos quizá lo más preocupante es entre las nuevas generaciones, que quizás
todavía, de una u otra manera, desde el Estado no hemos podido llegar con contenidos que
permitan identificar y neutralizar esos discursos.
[5] Por otra parte, la gran pregunta que nos venimos haciendo en los ámbitos que trabajamos
estos temas desde hace décadas, es si conviene “combatir” la proliferación de estos discursos
del odio desde la represión penal, o a través de otros medios alternativos. En ese sentido,
tengo una postura que al principio fue intuitiva, y luego también la fui reafirmando de una
manera más elaborada -porque de hecho he participado de discusiones muy serias que se
están dando en el máximo nivel de los organismos de derechos humanos, hablando de
Madres, de Abuelas, de Hijos, del CELS y otros organismos que están trabajando en este tema-
, y creo, pese a que tengo más de treinta años de actuación en la justicia penal y llevo casi
veinte años como juez federal en lo criminal, yo no estoy para nada seguro, y no creo,
sinceramente, que la represión -es decir, la utilización de delitos penales para castigar
actitudes como el negacionismo o el relativismo u otras formas agraviantes a la memoria de
los sobrevinientes, de las víctimas y de los familiares de procesos genocidas o de crímenes
masivos-, sea el camino.
[6] Pero esta es una cuestión puramente de estrategia: me parece que no es la estrategia
adecuada desde un sistema democrático. Y voy a contar una pequeña anécdota para intentar
reafirmar mi punto. Hace muchos años -quizás quien lea este artículo lo recuerde-, en mis
primeros años como juez, me tocó intervenir en un caso en el cual tres jóvenes habían
agredido a otro, por su condición de judío: le hostigaron, lo empujaron, y le depararon algunos
insultos de carácter antisemita. En ese entonces, los medios de comunicación tomaron nota
del caso y hablaban de tres “skinheads” que habían atacado a un chico judío. Ese caso llegó a
mi juzgado. Tanto la víctima, como los victimarios, eran menores de edad.
[7] Y después, al poco tiempo, cuando empezamos a indagar a los agresores, advertimos
rápidamente que no eran “skinheads”, que por supuesto estaban cargados de prejuicios y
estaban muy contaminados con discursos de odio que circulan en algunos ámbitos, pero que
carecían por completo de información real acerca de lo que había sido el Holocausto, o lo que
había sido el nazismo, o quién era Hitler, o qué eran las SS, etc. Eran alumnos de un colegio
industrial, corría el año 2005, y nunca habían tenido acceso a este tipo de contenidos
educativos. Entonces, en su momento, justamente entendí que no iba a ser para nada
conveniente procesar, criminalizar a estos chicos porque, por un lado, los iba a reafirmar en
ese camino, y por otro lado, los círculos que verdaderamente participan de estos discursos de
odio, iban a convertir en héroes a estos chicos.
[8] De modo tal, que dejé de lado esa decisión y la reemplacé por una medida educativa, que
fue constituir el Juzgado Federal en el Museo del Holocausto, y darles una clase de tres horas,
a mi cargo, acerca del Holocausto, y lo que había sido el nazismo, a los jóvenes agresores y a
sus padres, en el caso de que quisieran venir. La actividad se llevó a cabo, terminó siendo muy
positiva, se resolvió el conflicto de la mejor manera posible.

22
[9] Pero a lo que quiero ir, es a que, cuando algunos medios de prensa tomaron nota de lo
que había sido la decisión judicial y el caso en sí, el tema llegó a la tapa de los diarios, es decir,
tres o cuatro diarios de circulación nacional llevaron el caso a la tapa, diciendo “…A
tres «skinheads» se los llevó al Museo del Holocausto”, etc. Y luego, ese día y al día siguiente,
todos los canales de televisión, los noticieros de las siete, de las ocho de la noche, fueron con
sus cámaras al museo, entrevistaron a la directora… es decir, tuvo una repercusión mediática
asombrosa que nadie se la vio venir, y que evidentemente entonces, aquí hay un asunto, una
cuestión que no podemos soslayar, en este otro camino que se está explorando de pretender
criminalizar a este tipo de negadores o promotores de discursos del odio a través de la
herramienta penal.
[10] Qué quiero decir con esto: de acuerdo a mi intuición y a mi experiencia, si nosotros damos
este paso de criminalizar con pena de prisión, a quienes agravian de alguna manera, a través
de la negación, o la relativización de estos procesos genocidas, lo que vamos a hacer es
facilitarles la tarea a estos sectores, para llegar con su discurso de odio al corazón del sistema
mediático en nuestro país. Porque no va a haber medio de comunicación -incluyendo los
hegemónicos o los más importantes- que, a partir de esta cuestión de la judicialización penal
de estos casos, no le vaya a dar aire a estos discursos. Y es muy previsible con qué argumentos
nos van a venir estos promotores de los discursos del odio. Es muy previsible, porque esto ya
pasó en otras experiencias comparadas, por ejemplo, en España. [...]
[11] En mi opinión, el camino en el que tenemos que empeñarnos, y redoblar los esfuerzos,
es en la educación. Tenemos que insistir por este camino, como venimos haciendo con las
políticas de Memoria, Verdad y Justicia, desde hace veinte años. Nosotros, desde la Argentina,
tenemos una plataforma mucho más fuerte en términos culturales: allí está el ejemplo
evidente de lo que ocurrió en junio del 2017, en términos de movilización popular, con la
llamada “Marcha del 2 x 1”. En tal sentido entonces, frente a los acontecimientos que han
sucedido recientemente, creo que no debemos alterar el rumbo, sino reafirmarlo, no caer en
tentaciones represivas, que traerán aparejadas muchas más desventajas y retrocesos.
[12] No nos desesperemos, no cometamos errores, tenemos que insistir en este mismo
camino: educar, educar y educar. Tenemos con qué. Si no lo puede hacer la Argentina, no lo
puede hacer nadie en el mundo, de acuerdo a lo que han sido las políticas de Memoria,
Verdad y Justicia. Ahora tenemos otro notable y muy reciente ejemplo, cuál es el formidable
éxito de público que tuvo el estreno del film “Argentina, 1985” que retrata el proceso de
formulación de la acusación a las Juntas Militares durante el juicio que tuvo lugar en ese año
ante la Cámara Federal de la Capital por parte de los Fiscales Strassera y Moreno Ocampo.
Dicho acontecimiento es un ejemplo notable de cómo desde las actividades artísticas y
culturales también se realizan aportes significativos a la política de Estado antes enunciada, y
cómo, a la vez, repercute y retroalimenta el proceso en la sociedad, que la celebra y le da su
apoyo.
[13] En definitiva, me parece que, frente a esta situación que estamos viendo en los últimos
tiempos, no tenemos que confrontar con los referentes que pretenden valerse de estos
discursos del odio para supuestamente ganar mayor clientela política. A lo que tenemos que
apuntar es a que, en el mediano plazo, cuando estos referentes apelen a estos discursos de
odio, estos discursos de odio caigan en saco roto, que no tengan repercusión, es más, que
sean contraproducentes para sus ambiciones políticas.

23
[14] Eso es lo que tenemos que lograr. Y eso se logra con la fórmula de las Abuelas: sacrificio,
coherencia, amor y educación.
*Rafecas, D. (19 de septiembre de 2022). Una mirada actual acerca de la propagación de
discursos de odio. Infobae. Opinión.
https://www.infobae.com/opinion/2022/09/19/discurso-de-odio-limites-de-su-
interpretacion/

**Daniel Rafecas es Doctor en Derecho penal (UBA). Profesor regular de Derecho penal (UBA,
UNR). Juez Federal.

Actividades

1. ¿A qué género discursivo pertenece el texto de Rafecas? Identifique ámbito de


circulación y propósito comunicativo.
2. ¿Qué función cumple el segundo párrafo respecto del primero? ¿Qué marcador
textual le permitió responder la pregunta anterior?
3. ¿Cuál es el problema que se plantea en el texto?
4. El autor da ejemplos de genocidios. ¿Con qué intención lo hace? Reformule la idea
que esos ejemplos sustentan a la manera de un argumento que los incluya.
5. ¿Qué se pregunta el enunciador del texto? Este interrogante, ¿se encuentra explícito?
6. La idea central del texto que, según el autor, responde la pregunta enunciada en el
punto anterior se encuentra explícita. Identifíquela y reformúlela a través de una
oración declarativa.
7. A lo largo de varios párrafos, el autor relata una anécdota. ¿Con qué intención lo hace?
Reformule el argumento que subyace a la anécdota.
8. ¿Cuál es su propuesta para mitigar el problema planteado en un principio?
9. ¿Qué función cumple el ejemplo del film Argentina, 1985? ¿Y el de Abuelas? Relacione
con la hipótesis.
10. ¿Cómo se construye la figura del enunciador de este texto?

Texto 2

¿Por qué ocuparse de los discursos de odio? *


por HUGO VEZZETTI**
El odio constituye un fenómeno social y político insoslayable en el debate público
contemporáneo. Los llamados «discursos de odio» deben ser analizados y discutidos. Al
mismo tiempo, debe prestarse especial atención a los usos que desde la política (y
particularmente desde la política estatal) se ejercen sobre la idea de «odio» y sobre los
discursos ligados a este.

24
[1] El problema del odio ha adquirido una nueva relevancia pública con la jornada “¿Qué
hacemos con los discursos de odio?” organizada por el colectivo Agenda Argentina con la
participación de varios funcionarios y un cierre a cargo del Jefe de gabinete, Santiago Cafiero.
Se trata de una iniciativa que se integra, en cierto modo, a la maquinaria de propaganda
oficial. Y, sin embargo, en la medida en que se enlaza con una temática más amplia, la lucha
contra la discriminación y la negación de derechos, vale la pena indagar y pensar la figura
del odio y, sobre todo, sus usos.

[2] Cabe precisar mejor el problema. Ante todo, el odio no ha formado parte de las pasiones
políticas clásicas, el miedo o la esperanza. En esa tradición, el odio deriva del miedo y ha sido
menos reconocido entre los afectos que tiñen la vida pública. En la historia contemporánea,
el “odio” en la política y en las sociedades emerge como problema asociado al papel de los
prejuicios en la era de los fascismos. El marco de referencia explícito era la guerra y, sobre
todo, el genocidio judío. Hacia 1950 se publicaban los estudios sobre el prejuicio de Gordon
Allport y la serie de investigaciones sobre las bases psicosociales del autoritarismo: La
personalidad autoritaria, una obra colectiva coordinada, entre otros, por Theodor Adorno.
Era una mixtura del pensamiento de la Escuela de Frankfurt con los recursos de la psicología
social empírica. El libro tuvo un gran impacto inmediato, aunque no efectos duraderos. La
investigación académica buscaba reunirse con un compromiso político y ético en favor de la
prevención de las guerras y las masacres colectivas. Por supuesto formaba parte de la agenda
de la pax americana y se asociaba con la creación de la ONU y el objetivo global de la paz
mundial. Lo importante es que entre las condiciones de la guerra destacaba el papel de las
conductas o las creencias que llevaban a la discriminación y la violencia contra comunidades
o grupos: la paz debía ser también una construcción subjetiva. Por ejemplo, en el documento
de fundación de la UNESCO se postula la tesis de que las guerras comienzan en la mente de
las personas.

[3] Caben dos observaciones. Primero, el prejuicio y sus efectos, el odio entre ellos, no eran
simplemente proyectados sobre las sociedades que habían sostenido las experiencias
fascistas, sobre todo Alemania. Se buscaba indagar las bases psicosociales de una
“personalidad autoritaria” o “fascista” en la propia sociedad norteamericana. Segundo,
alrededor del autoritarismo como una formación de actitudes y creencias se construía un
repertorio de problemas para la investigación: el papel del etnocentrismo en los prejuicios,
las identidades religiosas y políticas, los estereotipos de género (la masculinidad, por
ejemplo), las visiones de la familia, la infancia y la adolescencia, etc. Basta hojear el índice de
libro compilado por Adorno para ver hasta dónde se extendía la categoría del prejuicio y el
autoritarismo para indagar e intervenir sobre los problemas de la sociedad. Por supuesto, era
un tiempo anterior a las luchas por los derechos civiles en los EEUU: el antisemitismo era más
importante que el racismo y la discriminación de las minorías negras o latinas.

[4] En fin, no pretendo retomar esas ideas. Sólo quiero señalar el marco de justificación
necesario para situar una preocupación política y ética por el papel de las creencias y las
pasiones en la vida social; en la medida en que se admita que la democracia no es sólo un
régimen sino una forma de sociedad que requiere ciertos componentes subjetivos y morales.

[5] ¿Cuál es el problema, hoy, con el odio, que pueda ser equivalente a lo que era la amenaza
de la guerra y los genocidios hacia 1950? Es la primera pregunta, que por supuesto debe

25
aplicarse a las condiciones particulares de la política y la sociedad argentinas. Y francamente
permanece sin respuestas para mí.

[6] Comencemos por lo obvio. El afecto del odio (como el amor) es parte inherente a la vida
humana y social. Y es un componente irreductible de los conflictos sociales y políticos. El
propósito de edificar una comunidad sin odios no es nuevo y ha alimentado las visiones
religiosas y las fantasías de la política. Freud (ese gran aguafiestas de las ilusiones colectivas),
señalaba, a propósito del programa comunista, que la reducción de las pulsiones agresivas
(del odio, si se quiere) en una soñada sociedad sin clases seguramente requeriría de la
creación de enemigos externos y la proyección de la agresión fuera de la propia comunidad.
En efecto, como se verá, el programa de eliminar el odio en la política se ha correspondido en
general con propósitos más o menos totalitarios de uniformidad social y proyección del odio
fuera del propio grupo.

[7] Si el discurso del odio debe ser señalado como problema, entonces, es por las acciones
que promueve, en la medida en contiene, en germen se puede decir, un crimen de odio y que,
en el límite, busca la eliminación del grupo o el colectivo estigmatizado. Hay dos rasgos que
destacar. Primero, que el propósito que promueve la acción, que en el límite es un delito, es
más o menos explícito; y, segundo, que se promueve contra colectivos históricamente
discriminados, estigmatizados y vulnerables. Se busca lesionar a un colectivo, así sea
imaginario, a través de la violencia contra una persona determinada.

LOS USOS POLÍTICOS DEL ODIO

[8] Lo anterior sirve de preámbulo para una discusión seria sobre la aplicación del “discurso
de odio” a los conflictos sociales y las identidades políticas. Una extensión generalizada que
proyecta el odio sobre todos aquellos a quienes un grupo rechaza sirve ante todo para
cohesionar al propio grupo. O puede servir como un motivo para el control social y la
represión de la disidencia. Ese uso político puede alcanzar límites criminales cuando se
implanta desde un Estado sin controles ciudadanos. La “Ley contra el odio”, fue sancionada
por unanimidad por la Asamblea Nacional Constituyente de Venezuela (un órgano que no está
facultado para sancionar leyes) en 2017. Castiga los “mensajes de odio” con sentencias de
hasta 20 años de cárcel. Fue aplicada a disidentes, a ciudadanos que participaban de
protestas, a otros que difundieron caricaturas de Nicolás Maduro.

[9] La ley fue denunciada por la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos porque
viola declaraciones y pactos internacionales. Salta a la vista la paradoja: la figura del “odio” y
de los crímenes de odio que nacieron como un modo de amparar violaciones a los derechos
humanos, sancionados por el sistema internacional, termina siendo usada para violar esos
mismos derechos fundamentales. Por supuesto, las dictaduras totalitarias, en el pasado y en
el presente, no han necesitado recurrir al odio para imponer leyes que cumplen el mismo
propósito y reprimen conductas como la traición a la patria, las actividades
contrarrevolucionarias, la propaganda contra el Estado o la conducta antisocial.

[10] Si se apunta al odio en la sociedad, entonces, hay que distinguir claramente lo que puede
legítimamente llamarse una “política del odio” –que supone acciones orquestadas, grupos
reunidos detrás de un programa, agentes y dispositivos con bases institucionales– de las
expresiones y conductas que traducen conflictos y enfrentamientos que son parte inherente
de la vida política. Es claro que en un espacio político en el que los conflictos se traducen en

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confrontaciones de trinchera hay expresiones de odio: a favor o en contra del gobierno, de
las movilizaciones sindicales, estudiantiles o de movimientos sociales. En una sociedad
polarizada, hay odios de derecha y de izquierda, peronistas y antiperonistas, por y contra la
legalización del aborto. Pero no hay evidencias de que esos rasgos alcancen para denunciar a
mayorías o grupos significativos como agentes concertados.

[11] Fuera de los casos bien definidos, ante todo por los propios grupos que han sido víctimas
de la discriminación, salta la vista el carácter instrumental de los usos políticos de la agenda
del odio. En las denuncias conocidas el repertorio de las víctimas del odio se extiende e incluye
a los adolescentes, las vacunas y el uso del barbijo, las trabajadoras sexuales, piqueteros,
pueblos originarios, etc. Lo menos que puede decirse es que una yuxtaposición sin conceptos
impide cualquier estudio serio de los problemas. Es obvio que hay rechazo y eventualmente
desprecio u odio en las relaciones conflictivas entre grupos sociales, religiosos, etarios,
ideológicos. Hay prejuicios y estereotipos en los conflictos de la vida social. Lo novedoso es
pensar que se pueden aplastar las diferencias en las condiciones y en los procesos que
sustentan esos prejuicios bajo la categoría omniabarcante2 del odio. El riesgo está a la vista:
la banalización, los clichés y la reiteración invertida de los mismos estereotipos.

[12] Además de instrumental, la apelación al odio suele ser recíproca. En las reyertas políticas
o amorosas es habitual que el odiador y el odiado intercambien papeles. Veamos el caso de
los adolescentes y los jóvenes: es cierto que hay prejuicios que pueden llevar a la
discriminación contra ellos, tanto como que las agresiones y la intolerancia (el bullying, por
ejemplo) son bastante frecuentes entre adolescentes. No hay ningún fundamento serio para
convertirlos en un colectivo vulnerable e históricamente discriminado.

[13] Sin dudas, hay discursos públicos agresivos, llenos de prejuicios y estereotipos en la
sociedad: contra los llamados “piqueteros”, la policía, los empresarios, los sindicalistas, el
periodismo. En los márgenes de la sociedad, en el espacio de la pobreza, de los trabajadores
informales y sin derechos, de familias carenciadas, cunden las expresiones de la
estigmatización y la discriminación. ¿Qué decir sobre el odio y los pobres? En principio, en la
experiencia en barrios populares, en villas y en asentamientos se hace difícil aplicar un
esquema que reduzca el odio a la lucha de clases. Puede haber situaciones de pobreza y
marginación social en las que el odio hacia un colectivo específico se desata con más violencia
y menos controles. Pero es obvio que hay odio y discriminación entre pobres. Y las violencias
basadas en el estereotipo contra determinados grupos (inmigrantes de piel oscura, trans,
trabajadoras sexuales) es bastante frecuente. Negar esos problemas y convertir a los pobres
en un puro objeto del discurso de odio, no sólo equivoca el diagnóstico, sino que al reducir
esas violencias a la lucha de ricos contra pobres termina reafirmando otros estereotipos. Y
desvía las preguntas por las responsabilidades. Si se trata de actuar contra el odio que incita
las violencias afincadas en los sectores populares (social, policial, de género, etc.), el énfasis
en el “discurso” puede servir para disimular el papel de las dirigencias políticas y las agencias
estatales en la producción y consolidación de la desigualdad y la negación de derechos, en las
carencias materiales y simbólicas, en la explotación, la corrupción y la manipulación política,
que son las condiciones materiales de la exclusión y la discriminación.

[14] Finalmente, los usos políticos de odio, tal como lo señalaba Freud, se plasman en la
construcción del enemigo como sustento de la unidad y la pertenencia a un partido o facción.

2
Que abarca todo.

27
Podría considerarse como una forma moderna de rasgos señalados en el tribalismo. Son
recursos habituales de la retórica y la propaganda que arrasan con las complejidades y los
matices. Algo de eso quedó expuesto en la jornada organizada por la agrupación oficialista
Agenda Argentina, en la mesa sobre “El odio en la Argentina”. El foco puesto en el peronismo
como objeto de sentimientos y discursos de odio obviamente insiste en los tópicos fijados de
la propia historia, que es parte de su identidad: los opositores que celebraban la enfermedad
de Evita o los bombardeos a Plaza de Mayo, o quienes acuñaron la expresión “cabecita negra”.
La crónica de las violencias verbales y los odios sufridos por el peronismo es conocida. El
problema es que una memoria fijada en los agravios padecidos suele ser incapaz de evocar y
hacerse cargo de las violencias ejercidas. Una mirada histórica es otra cosa. Hubo
discriminación y odios ejercidos por el primer peronismo (el fascismo de los coroneles, el
macartismo, las huelgas aplastadas, la masacre de los pilagá, la prisión contra los opositores…)
y más recientemente, contra comunidades aborígenes en Formosa o Chaco, o en el accionar
policial en zonas populares del Gran Buenos Aires gobernadas mayormente por el peronismo
en los últimos 35 años. Y por supuesto, hubo odio, y no sólo discurso sino crímenes, en las
acciones de la guerrilla peronista, celebrada por una funcionaria del INADI en la Jornada.

[15] Dos conclusiones tentativas. Primero, no veo la ventaja de ampliar la categoría del
“discurso de odio” a los prejuicios y estereotipos que han acompañado las luchas políticas y
sociales, menos en un escenario polarizado como el actual. Esa calificación puede caber
cuando está en el origen de un delito contra un grupo vulnerable y previamente
estigmatizado. Incluso conductas particularmente odiosas, como promover públicamente un
certamen de escupidas contra retratos de periodistas críticos del gobierno, que llevan a un
límite la pelea en el barro político, no configuran, en mi consideración, un discurso de odio.
Eso sucedió, como es sabido. Más allá de si esa conducta configuraba un delito, en la medida
en que no se dirigía a un grupo perseguido o vulnerable, lo importante es advertir que fue la
respuesta de los mismos periodistas (que saben y pueden defenderse), de la opinión
independiente y de diversas expresiones de la oposición, la que impidió que el episodio se
repitiera.

[16] Segundo, lo más preocupante son los usos políticos en los que siempre los odiadores
(como el Infierno para Sartre) son los otros. Y que ha servido de motivo o justificación para
perseguir la disidencia, promover la uniformidad social y el unanimismo político.
Seguramente casi nadie en las cúpulas del poder y del Estado argentino esté pensando en una
Ley contra el odio como la que se aplica en Venezuela. Pero cuando el odio es esgrimido como
motivo de intervención desde el Estado se justifica la sospecha y la prevención. Sobre todo,
cuando funcionarios y dirigentes se ocupan públicamente de descargar en la oposición o en
la prensa toda la responsabilidad por el desorden que denuncian. Si es cierto que hay
expresiones de fanatismo, provocaciones y palabras cargadas de odio en movilizaciones de la
sociedad, en los medios y las redes sociales, algo es seguro, los usos políticos del odio son
siempre peores y más peligrosos cuando provienen del Estado. No estamos bien en materia
de convivencia y civilidad democrática, pero las intervenciones desde el poder siempre
pueden llevarnos a estar peor.

*Vezzetti, H. (11 de diciembre de 2020). ¿Por qué ocuparse de los discursos de odio? La mesa.
https://lamesa.com.ar/debates/porqueocuparsedelosdiscursosdelodio/

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**Hugo Vezzetti es Licenciado en Psicología, Profesor de la Universidad de Buenos Aires e
investigador del Conicet.

Actividades

1. El texto se inicia con la mención a la jornada “¿Qué hacemos con los discursos de
odio?”. ¿Qué valoraciones hace el autor de esta jornada? ¿Por qué cree que la eligió
como disparador del tema/problema en este texto?
2. ¿Qué le preocupa al autor del texto? Describa el problema que plantea y formule la
pregunta que intenta responder.
3. ¿Cómo define y caracteriza el concepto de “discurso de odio” en el párrafo [7]? ¿Cómo
se relaciona esta definición con la hipótesis que procura defender?
4. Como dice el autor, el primer apartado es solo el preámbulo de la discusión. En el
segundo parágrafo se desarrollan los argumentos. Responda:
4.1. ¿Con qué intenciones se menciona el caso de Venezuela en los párrafos [8] y [9]?
Reformule el argumento que sustenta ese caso.
4.2. ¿Cómo define y caracteriza el concepto de “Política de odio”? ¿Cómo se vincula
esa definición con la hipótesis del autor?
4.3. ¿Qué dos características tiene, según el autor, “el uso político de la agenda del
odio”? A partir de los párrafos [11] y [12] reformule el argumento que subyace a esta
caracterización.
4.4. En el párrafo [13] el autor hace una advertencia que se vincula fuertemente con
su hipótesis. Reformule la idea en no más de tres líneas.

4.5. La idea plasmada en la consigna anterior se retoma fuertemente en el párrafo


[14]. También se recupera la jornada mencionada en el primer párrafo, se toma la voz
de Freud y se incluyen ejemplos varios. ¿Cuál es el argumento que se esgrime?
Formúlelo con claridad.
5. El autor llega a dos conclusiones que desarrolla en los párrafos [15] y [16]. Elabore un
breve párrafo que las sintetice.
6. ¿Qué vínculo/s puede establecer entre “la expresión ‘cabecita negra’” (párrafo [14]) y
el cuento leído en la actividad disparadora de este taller?
7. Establezca si el texto de Vezzetti y Rafecas se complementan o se confrontan.
Compare ambas hipótesis en una misma oración.
8. ¿Cómo se construye el enunciador de este texto?

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Texto 3

Los usos del odio*

Por José Natanson**

[1] Aunque la estela viene de lejos, el origen más cercano de la política del odio puede
rastrearse a la crisis financiera del 2008, que a diferencia de los shocks anteriores comenzó
en los países desarrollados para desde ahí expandirse al resto del mundo, y cuyo impacto
todavía se siente. Si hasta aquel momento los efectos negativos de la globalización neoliberal,
sobre todo el aumento de la desigualdad, eran vistos por muchos como daños colaterales
inevitables, la crisis terminó con la idea de la globalización como promesa: para amplios
sectores de la sociedad, ya no había nada que esperar de ella. Esto produjo un desencanto
democrático que hizo crujir grandes consensos, ese ideal con aires de Moncloa que organizó
la política de buena parte del mundo occidental desde los años 90, y llevó a una progresiva
dilución del centro político, lo que condujo al estallido de sistemas que en casos como España
llevaban décadas de prolijo bipartidismo, y a la emergencia de fuerzas de extrema derecha
incluso en países que parecían inmunizados, como Alemania y Gran Bretaña.

[2] Las transformaciones del ecosistema mediático agudizaron este panorama. Lejos de la
etapa de la radio y televisión de masas, cuando tres o cuatro canales y estaciones se
disputaban una audiencia amplia y por lo tanto buscaban posiciones más moderadas, la
multiplicación de emisores –radios FM, canales de cable, sitios web, blogs– produjo una
fragmentación del público en grupos más pequeños, compactos y separados entre sí, una
hipersegmentación que las redes sociales convertirían más tarde en hiperpersonalización. Las
redes son en esencia empresas de publicidad cuya rentabilidad depende de que pasemos
dentro de ellas la mayor cantidad de tiempo posible, lo que las lleva a ofrecernos información
que nos haga sentir “cognitivamente cómodos”, es decir información con la que estemos de
acuerdo. Aplicando la lógica predictiva, el algoritmo nos encasilla y nos sumerge en un mundo
en el que pareciera que todos piensan como nosotros, como ocurre cuando nos encontramos
con ese desconocido que nos habla dando por sentado que compartimos su posición, que
todos piensan como él. En su último libro, Natalia Aruguete y Ernesto Calvo sostienen que la
polarización no es un episodio pasajero sino la morfología misma del espacio público, la forma
en la que conversamos en las sociedades actuales.

[3] La combinación entre la crisis económica y esta transformación de los medios agudizó la
polarización social. En este clima asfixiante, un sector de la población ha comenzado a
responsabilizar por sus problemas a ciertos grupos sociales, étnicos o religiosos, en general
vulnerables: pueden ser los migrantes mexicanos, los militantes del PT, los pibes chorros, los
receptores de planes sociales o los árabes, lo importante es proyectar sobre ellos la carga de
la culpa por lo que sucede a través de discursos agresivos y discriminatorios que configuran
una nueva “política del odio”. Si el lenguaje político a menudo recurre a un apellido para
connotar un proceso (peronización de los sindicatos, chavización de Argentina), desde hace
al menos una década asistimos a una “bolsonarización” de la sociedad.

[4] Como sostiene Ezequiel Ipar, lo que se percibe en la superficie son una serie de liderazgos
–políticos, pero también mediáticos, de artistas, referentes sociales, youtubers– que vuelcan

30
el peso de su influencia al servicio de este tipo de consignas. Sin embargo, la violencia que
expresan no es una invención propia sino algo que estaba ahí, circulando por la sociedad, y
que ellos recogen, reformatean y relanzan. Se trata, como explica Daniel Feierstein, de líderes
que están dispuestos movilizar el odio contra un grupo social determinado como política, y
que al hacerlo habilitan al resto de la sociedad a expresar su agresividad sin inhibiciones, la
autorizan. Pero el fenómeno es de abajo hacia arriba: primero se bolsonariza Brasil, después
gana Bolsonaro.

[5] ¿Podemos hablar de fascismo? Hay elementos en común con las experiencias de
entreguerras. Como en aquella época, este “fascismo democrático”, según la definición de
Alain Badiou, proyecta sobre ciertos grupos la frustración que le genera una situación de
incertidumbre cuyas causas profundas no logra descifrar y, por lo tanto, siente que no puede
controlar. Ese es el aire a Weimar que respiramos en estos días. Puede ser la pérdida de
empleo industrial en el Rust Belt norteamericano, el cierre de las oportunidades de movilidad
social ascendente en las clases medias de Argentina o la exposición al delito de los sectores
populares paulistas, pero en todos los casos la percepción es la misma: desilusión,
resentimiento y una intensa idea de injusticia.

[6] Esta sensación angustiante de pérdida del “locus de control interno” –la sensación de que
haga lo que haga mi destino no cambiará– es la arena mojada con la que los demagogos del
siglo XXI construyen sus castillos de arena. Como los procesos que explican estos
padecimientos no tienen una respuesta simple, como es probable que Estados Unidos nunca
recupere los niveles de producción industrial de los que gozó hasta Reagan, o que el
conurbano bonaerense vuelva a la tranquilidad de los niños jugando sueltos en la vereda,
aparecen políticos que, como en los años 30, ofrecen respuestas mágicas a problemas que
exigen soluciones largas y complejas (o peor aun, que no tienen solución).

[7] Sin embargo, a diferencia del fascismo clásico, las fuerzas del odio hoy no buscan generar
una nueva comunidad, no pretenden reconstruir el Lebensraum exterminando a los judíos de
Europa, sino ampliar el margen para el ejercicio de la libertad individual sin interferencias:
desde educar a mis hijos sin que el Estado me imponga una educación sexual integral (ESI)
hasta salir a la calle y contagiarme de coronavirus si eso es lo que quiero, tal la noción extrema
de libertad que guía estos reclamos (aun cuando la ESI apunte a generar las condiciones para
una sociedad más democrática y cuando la cuarentena busque garantizar la capacidad de
atención del sistema de salud). En contraste con el fascismo histórico, se trata de una
propuesta profundamente anti-comunitaria, que conecta directamente con el individualismo
exacerbado de las sociedades contemporáneas: Trump y Bolsonaro podrían haber
aprovechado la crisis sanitaria para aumentar el control autoritario del Estado sobre la
sociedad, podrían haber buscado crear su Stasi, pero eligieron el negacionismo irresponsable
como sostén de su visión extrema del libre albedrío.

[8] Los discursos del odio no son solo una respuesta a la frustración generada por la crisis sino
también una reacción a los avances en materia de pluralismo, tolerancia a la diversidad y
multiculturalismo registrados en las últimas décadas (la dimensión positiva de la
globalización). Como en el aikido, la derecha extrema se nutre de la fuerza del enemigo
mediante el recurso a la inversión retórica: así, por ejemplo, ha logrado transformar la idea
de corrección política o igualdad de género en denuncias contra la “censura progresista” o la

31
“ideología de género”, como si los negros, las mujeres o los que necesitan asistencia del
Estado dominaran ya la sociedad y fuera necesario defender a los blancos, los hombres y los
ricos de esta “dictadura de las minorías”. Quizás el caso más notable de esta capacidad de
retorcer discursos hasta hacerles decir lo contrario a lo que planteaban originalmente sea la
movilización convocada en España contra la política sanitaria y el uso obligatorio de barbijos,
donde se veían carteles con la misma frase de las protestas tras la muerte de George Floyd en
Estados Unidos: queremos respirar.

[9] Pero no hay que confundirse, no se trata de una vuelta a la Edad Media. Aunque en una
mirada superficial puedan parecer arcaicas, se trata de tendencias muy actuales. Por lo
pronto, las fuerzas del odio han descubierto mucho antes que las corrientes democráticas las
oportunidades que abren las redes sociales y las apps de mensajes para difundir consignas en
las que la verdad ha pasado a ser un resabio del pasado, mediante operaciones de
“desinformación organizada” tan capciosas como efectivas. [...]

[10] Concluyamos. Vivimos tiempos de polarización y discursos de odio, de violencia –a veces


retórica, por momentos real, pero creciente– hacia grupos sociales postergados, y de líderes
que se permiten decir cosas que hasta hace unos años hubieran debido reprimir en honor a
la corrección política. Pueden operar desde partidos tradicionales a los que obligaron a girar
al extremo, como Trump; pueden llegar al poder con su propia fuerza política, como
Bolsonaro, o pueden convivir con sectores más moderados, como sucede en Juntos por el
Cambio, donde Patricia Bullrich y Miguel Ángel Pichetto comparten coalición con Horacio
Rodríguez Larreta y Martín Lousteau. En todos los casos, van creando un contexto en el que
todo –una idea, un artista, la validez de un resultado electoral e incluso algo tan neutro como
una vacuna– es sometido al juicio inapelable de la posición política previa.

*Natanson, J. (2020). Los usos del odio. Le Monde Diplomatique. Edición Cono Sur.
Septiembre. https://www.eldiplo.org/255-el-odio-como-arma-politica/los-usos-del-odio/

**José Natanson es un periodista, politólogo y escritor argentino especializado en la realidad


política latinoamericana.

Actividades

1. Sintetice el origen y evolución que, según el autor, ha tenido la política de odio. Para
ello, tenga en cuenta los párrafos [1] a [4].
2. Explique las funciones que cumplen las voces de Natalia Aruguete, Ernesto Calvo,
Ezequiel Ipar y Daniel Feierstein en estos mismos párrafos. Relacione con la hipótesis
del autor.
3. ¿Cuál es la cuestión que aborda José Natanson? Exprésela en forma de pregunta.
4. Enuncie la respuesta que da a esa pregunta por medio de una oración declarativa que
tenga sujeto y predicado.

32
5. Complete el siguiente cuadro con las características que el autor desarrolla para cada
concepto. Incluya los ejemplos.

Fascismo clásico Fascismo democrático


(histórico)

Características

Ejemplos

5.1. ¿Qué idea pretende demostrar el autor con esta comparación? Reformule
el argumento que subyace a esta operación discursiva.
6. Explique las siguientes expresiones del autor: “inversión retórica”, “dictadura de las
minorías” y “desinformación organizada”. Luego, emplee esas explicaciones en la
construcción de un mismo argumento desarrollado por el autor. Para ello, considere
los párrafos [8] y [9].
7. ¿A qué conclusión llega el autor?
8. ¿Cómo se relaciona este texto con los anteriores: se complementa o se confronta?
9. ¿Cómo se construye la figura del enunciador del texto?

Texto 4

En las sombras de los discursos de odio*


Por Sebastián Di Giorgio**

[1] Hablar en nombre de los valores democráticos y apelar, para ello, a ciertos discursos
excluyentes y radicalizados se inscribe con total normalidad en esta coyuntura. La eficacia de
los llamados “discursos de odio”, y su lógica especular entre “odiadores” y “no odiadores”,
ponen en tela de juicio el propio ejercicio democrático. De esta forma, este entramado de
discursividades y lugares comunes, a los que, por cierto, ya estamos bastante acostumbrados,
explicita una serie de discursos habilitados que en su propia función ideológica por
fragmentar y despolitizar, dan cuenta que “en nombre de la democracia” se puede hacer y
decir muchas cosas. [...]

33
[2] Tanto el juego democrático en el que se inscriben distintos actores sociales y políticos,
como el propio ejercicio de la libertad de expresión, nos acercan a un imaginario político
común en el que se amalgaman diversas demandas en torno a la defensa de la República. La
identificación con este horizonte tiene un anclaje fuerte en un imaginario dialoguista,
empático, de completo consenso. Sin embargo, tanto la estigmatización a determinados
sectores sociales como la radicalización de los discursivos violentos, invitan a reflexionar
sobre las limitaciones imaginarias del “diálogo democrático”, y nos acerca a pensar sobre
las tensiones y controversias en el que nos desenvolvemos ¿Bajo qué condiciones
materiales se proclama ese diálogo?

[3] Considerar a los inmigrantes, a los presos, a los movimientos sociales y a un sector de los
representantes políticos como “chorros”, “estafadores”, así como solicitarles que “vayan a
laburar”, o la exacerbación del odio hacia un actor político de marcada preponderancia como
lo es Cristina Fernández, horadan la palabra pública. Eso que es de todos y no es de nadie. En
ese mantra se inscribe también la violencia y la libertad de expresión. De forma tal, que aquí
aparece una primera paradoja de los discursos de odio: en “nombre de la democracia” se
apoya una práctica antidemocrática. La anulación de algunos y algunas, que vale decir, tal
vez sus voces estén acalladas antes de hacer uso de su “libertad de expresión”.

No hay nada más allá de MI verdad

[4] Las contradicciones que se desarrollan a través de la lengua -en tanto unidad- forman (ya)
parte de un conjunto de discursos habilitados que circulan en una sociedad. La dimensión
simbólica e imaginaria posibilitan la significación, pero también los lugares comunes dados.
Al respecto, la xenofobia, la homofobia, el racismo, como también el resentimiento, el
desprecio, la intolerancia y el odio al otro, en formato pandémico, por nombrar el trasfondo
de los discursos del odio, preceden al Coronavirus. Aunque tal vez insistan por profundizarse
y acrecentarse en este tiempo en redefinición. De esta forma, podemos arriesgar que el
intento por exterminar o eliminar al otro no es un accidente, y mucho menos un mero
efecto del lenguaje. Sin embargo, demos un paso más.

[5] Asumir la dimensión conflictiva de lo político y las contradicciones ideológicas que son
propias de cualquier coyuntura, implica distanciarse de una mirada unidimensional sobre los
discursos de odio. Reconocer la no superficialidad del significante, prestar mayor atención a
los discursos habilitados de este tiempo y a la configuración de sentidos, obliga a repensar la
dimensión constitutiva de lo político, pero también las posibilidades en las que se estructuran
los sujetos.

[6] Por lo tanto, el señalamiento especular entre odiadores y no odiadores, al grito de:
“¡Ustedes son los verdaderos odiadores!” deja entrever que en la enunciación se olvida la
formación ideológica en la que ambos se inscriben, y habilita el absurdo de señalar a los
dirigentes de Juntos por el Cambio o a la gestión de Cambiemos como los “creadores del

34
odio”. Es necesario no perder de vista que la constitución subjetiva neoliberal es más propia
de nuestro tiempo (y de nosotros) que una dimensión exterior, ajena a nuestra forma de
relacionarnos y desenvolvernos. Por tanto, es un problema de nuestro tiempo, de este
tiempo, y es preciso pensarnos dentro de esas formas ideológicas neoliberales y no señalando
o detectando “enemigos”. Ojalá fuese tan sencillo. Aunque, vale aclarar que es evidente -en
este contexto más que nunca- que hay determinados discursos que fomentan y potencian el
odio al otro -ya existente- como una forma de sumar votos, voluntades y apariciones
mediáticas.

[7] Tal parece ser la superficie común desde la cual se libra la batalla por ver quién posee la
última carta para interpelar al televidente, llamar la atención con una pancarta en una
movilización, o el discurso de odio más descalificador, violento y singular que sume miles de
retweets. Sin embargo: ¿estamos todos y todas del mismo lado del extremo?, ¿somos
exteriores a los discursos en los que nos desenvolvemos? Parece ser riesgosa esta lógica
especular, porque más que ser transformadora, termina siendo parte de un juego sin
puerto. Un juego en círculo, o más bien, de dos círculos de “no odiadores”.

El odio en tanto espejo

[8] Chantal Mouffe nos propone abordar la constitución de lo político desde el antagonismo
y la imposibilidad de su erradicación. En La paradoja democrática, sostiene su crítica al intento
por parte de Jürgen Habermas y de John Rawls “por reconciliar la democracia con el
liberalismo”, y sus intentos por sostener la posibilidad de alcanzar el consenso mediante la
deliberación. En este sentido, la autora insiste en la necesidad de incorporar un “enfoque
deconstructivo para aprehender el antagonismo inherente a toda objetividad, así como a
subrayar el carácter central de la distinción entre nosotros y ellos en la constitución de las
identidades políticas colectivas”. Ahora bien, qué sucede a propósito de los interrogantes
planteados más arriba, entre los “odiadores” y los “no odiadores”. Es decir, tal vez, ese
exterior constitutivo de ambos, tenga más que ver con la imposibilidad de construir un
“nosotros”, en términos de Mouffe, ya que el “ellos” -los odiadores- representan la
imposibilidad de ese nosotros. Es más, la denominación hacia “el otro” -como creador o
reproductor de odio- puede ser abordado, también, como algo superficial, contingente.

[9] Del mismo modo, tal vez esa imposibilidad de “diálogo” sea producto de un choque de
mundos imaginarios en el que la reafirmación ideológica -a propósito de Althusser- de la
posición del sujeto (sujetado), sea lo más eficaz. Así, el constante señalamiento sobre lo
“democrático” contra lo “no democrático”, a lo cual un conjunto de actores políticos y
mediáticos se dedican, funciona más como una reafirmación del Yo.

[10] Al mismo tiempo, más allá de la reafirmación del Yo, es posible recuperar a Chantal
Mouffe para aproximarnos a un nuevo interrogante, a partir de su crítica a la moralización de
la política. La autora sostiene en el libro ya citado que “al proponer que se considere a la razón

35
y a la argumentación racional, más que al interés y a la suma de preferencias, como la cuestión
central de la política, simplemente sustituyen el modelo económico por un modelo moral que
(…) descuida la especificidad de lo político”. Así, esa operación entre “buenos” y “malos”,
que supone una moral en la política, implica también una narrativa de despolitización, y es
allí donde se despliegan los discursos de odio. “Los buenos” contra “los malos”, en el propio
ejercicio democrático. Sin embargo, ¿es un terreno propio para la política la moralización
de todo discurso habilitado? Al respecto, no se trata de señalarlos a «ellos, los odiadores, los
antidemocráticos», porque simplemente se reproducen las mismas formas ideológicas que se
critican, como tampoco erradicar la moral en el ejercicio democrático. Tal vez, esa
moralización de la política y cierto reconocimiento sobre la reproducción de esas formas
frente a los discursos de odio, pueda ser un primer paso de un doble movimiento que implique
volver a llevar la discusión al terreno de la política, que al fin y al cabo implica dirimir el
horizonte común, y no el cumplimiento de los parámetros morales para estar dentro del
juego.

[11] De esta forma, el señalamiento especular entre unos y otros, respecto a ciertas figuras
como “no democráticas”, tal vez reproduzca una misma lógica que acalla voces, disidencias e
incomodidades. La despolitización y el intento por exterminar al otro ocupan un lugar
preponderante en la democracia, tal y como la conocemos. Es redituable en términos
políticos, y es difícil su crítica desde adentro. Sin embargo, la dimensión simbólico-
imaginaria de la democracia no puede terminar siendo parte de la vacuidad del lugar
común. De la impotencia del no decir.

*Di Giorgio, S. (17 de agosto de 2020). En las sombras de los discursos de odio. Zigurat.
https://revistazigurat.com.ar/en-las-sombras-de-los-discursos-de-odio/

** Sebastián Di Giorgio es Licenciado y profesor en Ciencias de la Comunicación (FSOC-UBA).


Maestrando en Ciencia Política y Sociología (FLACSo). Periodista.

Actividades

1. ¿Cuál es el problema que plantea el autor en los primeros dos párrafos del texto?
2. ¿Qué pregunta intenta responder?
3. ¿Qué relación establece entre “discursos de odio”, “libertad de expresión” y “diálogo
democrático”? Exprese la idea en una sola oración.
4. ¿A qué se refiere el autor como “señalamiento especular”? Explique brevemente el
concepto.
4.1. ¿Por qué, según Di Giorgio, la “lógica especular puede ser riesgosa” (párrafo [7])?

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4.2. ¿Qué aporta la voz de Chantal Mouffe al desarrollo del concepto del “odio en
tanto espejo”, según el autor? (párrafo [8])
4.3. ¿Cómo se sustancian estas dicotomías cuando se hace uso político de los discursos
del odio, según Di Giorgio?

Lo democrático/lo no democrático

Modelo económico/modelo moral


(buenos-malos)

5. Explique con sus palabras la conclusión a la que llega el autor en el párrafo [11].
6. ¿Cómo se construye el enunciador de este texto?

37
Actividades que vinculan los textos seleccionados para el trabajo final

Planificación del escrito

De acuerdo con todo lo analizado, complete el siguiente cuadro.

Texto A Texto B Texto C


Fuente

Autor

Campo
disciplinar al que
pertenece el
autor
Hipótesis
respecto de la
consigna de
escritura
Definición de
discurso de odio

Discursos de
odio y libertad
de expresión

Relación entre
los discursos de
odio y la
construcción de
la otredad (el
otro como
enemigo/el
diferente…
Relación entre
odiadores y no
odiadores…)
El rol de la
Educación ante
los discursos de
odio

38
El poder de las
palabras en los
discursos de
odio
Origen y
evolución de los
discursos de
odio
Discursos de
odio y vida
democrática
Uso político de
los discursos de
odio
Fascismo
clásico/Fascismo
democrático
(José Natanson)

39
CLASES VIRTUALES

Clase virtualizada 1

La interacción de voces
A partir de la lectura del texto que su docente le indique, resuelva las siguientes consignas:
1. Identifique las citas directas, indirectas y mixtas que aparecen en el texto. Transcriba
un ejemplo de cada tipo.
1.1. ¿Cuáles predominan? ¿Qué efecto produce en el lector ese predominio?
2. Seleccione, si lo hubiera, un uso de comillas o bastardillas del texto y explique su
función.

Las respuestas obtenidas se compartirán y corregirán en la clase presencial de la próxima


semana.

Clase virtualizada 2

La toma de apuntes y su textualización


Parte 1

1. Realice el visionado del material audiovisual que su docente le indique. Mientras tanto,
tome apuntes de todo lo que considere relevante. Tenga en cuenta que tendrá que
volver a ese apunte en un tiempo no muy próximo para recuperar el contenido más
importante de lo expresado en el material visionado.
2. Comparta con su docente y compañerxs el apunte tomado. El medio por el cual se
compartirá será indicado por su docente.

Parte 2

3. Actividad de escritura:
A partir del apunte tomado, elabore un texto expositivo explicativo que responda las
siguientes preguntas:
¿Qué se entiende por Discurso de Odio? ¿Cuáles son sus características? ¿Cómo se originó?
¿Qué consecuencias puede generar en la sociedad? ¿Cómo podría evitarse o mitigarse su
impacto?

Las respuestas obtenidas se compartirán y corregirán en la clase presencial de la próxima


semana.

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Clase virtualizada 3

La búsqueda de información en distintos entornos. La ficha bibliográfica


Elabore una ficha bibliográfica con las definiciones de los siguientes conceptos:
Discurso de odio:
Índice DDO:
Fascismo democrático:

No olvide incorporar el autor y la fuente de donde extrae la información en cada caso.


Esta ficha será un insumo para redactar la presentación del tema en la introducción del
trabajo final.

Clase virtualizada 4

La referencia bibliográfica. El plagio

Elabore las referencias bibliográficas de los textos que ha comparado en el trabajo final.
No olvide revisar que haya cumplido con las normas vigentes al momento de entregar el
trabajo (Normas APA- séptima edición).
Estas referencias serán empleadas para citar la bibliografía en el trabajo final.

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