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ERIC OLF
WOLF
LLA
AR EVOLUCIÓN M
REVOLUCIÓN EXICANA
MEXICANA
consistían en los hábitos creados por la antigua constitución del país. Entre éstos figuraba
y ha figurado como uno de los principales el espíritu de cuerpo difundido por todas las clases de la
sociedad, y que debilita notablemente o destruye el espíritu nacional. Sea designio premeditado o
sea el resultado imprevisto de causas desconocidas y puestas en acción, en el Estado civil de la
antigua España había una tendencia marcada a crear corporaciones, a acumular sobre ellas privi-
legios y exenciones del fuero común; a enriquecerlas por donaciones entre vivos o legados testa-
mentarios; a acordarles en fin cuanto puede conducir a formar un cuerpo perfecto en espíritu,
completo en su organización, e independiente por su fuero privilegiado, y por los medios de sub-
sistir que se le asignaban y ponían a su disposición... No sólo el clero y la milicia tenían fueros
generales que se subdividían en los de frailes y monjas en el primero, y en los de artilleros, inge-
nieros y marina en el segundo; la Inquisición, la Universidad, la Casa de la Moneda, el Marquesa-
do del Valle, los mayorazgos, las cofradías, y hasta los gremios tenían sus privilegios y sus bienes,
en una palabra, su existencia separada... Si la independencia se hubiera efectuado hace cuarenta
años, un hombre nacido o radicado en el territorio en nada habría estimado el título de mexicano, y
se habría considerado solo y aislado en el mundo, si no contaba sino con él... entrar en materia
con él sobre los intereses nacionales habría sido hablarle en hebreo; él no conocía ni podía cono-
cer otros que los del cuerpo o cuerpos a que pertenecía y habría sacrificado por sostenerlos los
del resto de la sociedad [1837, vol. 1, pp. XCVI–XCVIII].
Existía poca correspondencia entre la ley y la realidad en el orden utópico de la Nueva Es-
paña. La Corona deseaba negar a los colonizadores su propia fuente de mano de obra. Los colo-
nizadores la obtenían ilegalmente ligando los peones a su persona y a su tierra. Los decretos re-
ales apoyaban el monopolio del comercio sobre los bienes que ingresaban y salían de la colonia;
pero al margen de la ley operaban los contrabandistas, cuatreros, bandidos y los compradores y
vendedores de productos clandestinos. Para cerrar los ojos de la ley surgió una multitud de escri-
banos, abogados, intermediarios, influyentes y agentes ocultos... En tal sociedad, incluso las tran-
sacciones diarias podían tener aspectos ilegales; y no obstante, tal ilegalidad era la materia prima
de la cual estaba hecho este orden social. Las transacciones ilícitas demandaban agentes; el ejér-
cito de desheredados, privado de fuentes alternas de ocupación, proporcionaba estos agentes.
a medida que la sociedad les heredaba sus negocios informales y no reconocidos, se con-
virtieron en agentes y encargados de múltiples transacciones que hacían circular la sangre a tra-
vés de las venas del organismo social. Debajo del revestimiento formal del gobierno colonial espa-
ñol y de la organización económica, sus dedos tejían la red de relaciones sociales y de comunica-
ciones, única vía a través de la cual pueden los hombres atravesar los abismos entre las institu-
ciones formales [1959, p. 243].
se creaba sobre bases firmes un régimen militarista que hasta antes de 1810 no había
existido en el país y además, se ligaban los intereses de la clase militar con los de la aristocracia
eclesiástica y con los de la burocracia virreinal [Cué, 1947, p. 60].
El comerciante, el propietario, luchaban a brazo partido con el gobierno, robaban a sus ex-
torsionadores por cuantos medios podían, defraudaban la ley con devoción profunda, y abando-
nando poco a poco sus negociaciones en manos del extranjero (al español, que había vuelto ya, la
hacienda, el rancho, la tienda de comestibles; al francés, las tiendas de ropas, de joyas; al inglés,
la negociación minera), se refugiaban poco a poco, en masa, en el empleo, maravillosa escuela
normal de ociosidad y de abuso en que se ha educado la clase media de nuestro país [1948, p.
215].
En este contexto es notable que en los ocho estados que rodeaban la re-
gión nuclear del valle de México continuaran predominando los grupos de pobla-
dos independientes. En tres estados más del 90% de la población rural continuó
viviendo en pueblos independientes; en otros cinco, tales asentamientos alberga-
ban a más del 70% de la población contra la persistencia de estas aldeas inde-
pendientes fue contra lo que el régimen de Porfirio Díaz desató su poder. Al ser
presionadas, sin embargo, dieron una respuesta revolucionaria: “Estas aldeas
hicieron en última instancia la revolución social en defensa propia, antes de verse
reducidas a la condición de los indígenas de otras partes de México” (ibid.).
A pesar de que resulta obvio que las haciendas dominaban el escenario ru-
ral, otros datos sugieren que el período porfirista también presenció un aumento
en el número de ranchos de propiedad individual y que eran trabajados por fami-
lias. El número de ranchos no debe tomarse en sentido absoluto, ya que el térmi-
no rancho no tiene un significado homogéneo: en el norte puede referirse a enor-
mes propiedades y en el centro a tenencias que lleguen hasta las 1.000 hectá-
reas. No obstante, podríamos decir con seguridad que hubo un considerable au-
mento en el número de pequeñas tenencias. McBride calcula que en el momento
de iniciarse la Revolución había 47.939 ranchos, en comparación con 8.245
haciendas. Unos 29.000 de éstos se habían creado desde 1854 mediante la divi-