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28/1/22 10:04 Situación política en el tiempo de Jesús | Cristo e Historia

Cristo e Historia

Situación política en el tiempo de Jesús

El Evangelio es un mensaje eminentemente histórico y rela­cionado con la historia de los hombres. No


podemos compren­derlo cabalmente, por lo tanto, si no situamos a Jesús en el contexto político de su
época, tal como lo hace Lucas 3,1-2.

La época que transcurre durante la vida de Jesús y el de­sarrollo del cristianismo primitivo es la más
crítica y dramá­tica del pueblo judío, coincidiendo con el final de la repú­blica romana y la instauración
del imperio.

Palestina había caído en poder de los romanos en tiempos de Pompeyo, 65 a 63 años antes de Cristo,
y fue declarada provincia romana en unidad con Siria, bajo el mando de un legado.

Pero los judíos, si bien subyugados militarmente, no acep­taban la dominación romana cuyo signo era
el pago del im­puesto por medio de los recaudadores o «publicanos», origi­nándose así una sorda re‐
sistencia que degenerará finalmente en la cruenta guerra de rebelión con el desastre final de la nación
el año 70.

La expectación de un mesías-liberador-político coincide con la presencia de Jesús, que se verá irreme‐


diablemente envuelto en un proceso religioso-político, que culminará en su cruci­fixión, acusado pre‐
cisamente de «sedicioso».

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Pero el panorama es más complejo aún. Hacia el 37 a. C., Herodes «el Grande», que era de ldumea
(pueblo al sur de Judea) y, por lo tanto, extranjero, obtiene de Roma el título de «rey» y gobierna des‐
póticamente hasta el 4 a. C.

Si bien inicia la reconstrucción del templo y lleva a cabo otras grandes obras públicas, su reinado se
caracterizará por el odio y la humillación de los judíos, los subidos impuestos, la brutalidad y el cri‐
men (Mt 2,13-19). Bajo su mandato, y siendo emperador Augusto, nace Jesús en Belén hacia el año 6
antes de Cristo. (Cuando en el siglo IV se fijó la era cris­tiana se cometió un error de cálculo, ya que si
el año uno coincide con el 754 de la fundación de Roma, como Herodes muere en el 750, Jesús tuvo
que nacer uno o dos años antes, o sea 6 o 7 antes de C.)

Lucas hace coincidir el nacimiento de Jesús con el censo ordenado por el legado de Siria, Cirino, que
provocó la oposición y levantamiento judíos (origen de los zelotes). De todos modos, la cronología de
Lucas es bastante discutible.

Antes de morir. Herodes reparte su extenso reino entre sus hijos: Arquelao. Antipas y Filipo.

Arquelao, el mayor, hereda Judea, Samaría e Idumea, es decir, la zona sur. Pero siendo tan cruel como
su padre, Roma lo destituye en el 6 y coloca en su lugar a un procurador romano, dependiente del le‐
gado de Siria.

Por esta época se suceden furiosos levantamientos judíos, provocados por el inventario de los bienes
del reino ordenado por Roma. Los grupos más agresivos fundan una organización armada de resis‐
tencia, conocida como de los zelotes, que contarán, años más tarde, incluso con la simpatía de los
apóstoles.

Destituido Arquelao, Judea es declarada provincia procuratorial, con Cesarea del Mar como capital.

En tiempos de Jesús era procurador Poncio Pilato (del 26 al 36), descrito por los historiadores de la
época como «cruel por naturaleza, ya que en la dureza de su corazón no se detenía ante ningún obs‐
táculo». Hombre arrogante y soberbio, se conquistará el odio judío, y el mismo Lucas reseña cómo en
el año 29 numerosos peregrinos fueron pasados a cuchillo en el templo durante una manifestación de
protesta (13,1).

Hacia el año 28, y siendo ya emperador Tiberio (13-37), que estaba en el 15 año de su reinado, se inicia
la predicación de Juan el Bautista, según dato preciso de Lucas. Poco después Jesús ingresa en la vida
pública, mientras Juan es decapitado. Jesús es crucificado «bajo el poder de Poncio Pilato», que será
destituido por Tiberio pocos años después.

Herodes Antipas gobernará como tetrarca la zona norte, o sea, Galilea y Perea. Construye su capital,
Tiberíades, a orillas del lago de Genesaret. Se casará en segundas nupcias con Herodías, nieta de
Herodes el Grande y mujer de su hermano Filipo. Juan el Bautista protestará por este adulterio y pa‐
gará con la cárcel primero y con la cabeza después su valiente actitud. Este Herodes es el mismo a
quien Jesús calificó de «zorro» (= «poca cosa»: Lc 13,31-32), negándose luego en el inicuo juicio a diri‐
girle la palabra (Lc 23,7-12). Antipas será depuesto y deportado en el 39.

Filipo gobernará el NE, o sea, Auranítide, Gaulanítide y Traconítide, zona de mayoría pagana, por lo
que se mezclará muy poco en las cuestiones judías. Es el único que ejerce su mandato hasta su muerte
natural en el 34.

Veamos ahora la organización interna de los judíos, sus autoridades religiosas y partidos políticos.

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Los sacerdotes, conductores religiosos del pueblo, constituían una verdadera casta cerrada, dirigidos
por el sumo sacerdote, figura clave y muy mezclada con la política. El Evangelio nos recuerda dos
nombres: Anás, que ejerció sus funciones entre el 6 y el 15; Caifás, su yerno, entre el 18 y el 36, es de‐
cir, durante la vida pública de Jesús. Pero la verdadera «eminencia gris» seguía siendo Anás.

El sumo sacerdote era secundado por el Consejo del Sanedrín, creado unos dos siglos antes, y de tanta
trascendencia durante el juicio y condena de Jesús. Era el Tribunal Supremo de justicia, compuesto
por setenta miembros, sacerdotes y civiles. Se subdividía, a su vez, en tres grupos: los sumos sacerdo‐
tes o pontífices y los jefes de las familias sacerdotales; los ancianos o presbíteros, que constituían la
nobleza civil,  y los escribas (o maestros o doctores de la Ley), que eran el grupo más piadoso e intér‐
prete de la Biblia.

El Sanedrín ejercía una especie de gobierno interno de [os judíos dentro de ciertas normas fijadas por
Roma, no pudiendo, por ejemplo, sentenciar a muerte. Por este motivo deberán recurrir a Pilato para
solicitar la ejecución de Jesús, acusado de violador de la Ley mosaica y de conspirador contra Roma.

A nivel político, cuatro partidos agrupaban a los judíos, con posiciones muy distintas respecto a las
relaciones con Roma.

Los fariseos (ala derecha-conservadora) formaban el partido más numeroso y de arraigo popular. Con
una mentalidad esencialmente religioso-política, eran instruidos y devotos cumplidores de toda la
Ley y de las normas cultuales, ampliadas en una infinidad de prácticas que, muchas veces, ocultaban
una profunda hipocresía que fue severamente denunciada por Jesús, ganándose así su encono y
oposición.

Eran nacionalistas acérrimos, partidarios de la total independencia judía y, por lo tanto, enemigos de‐
clarados tanto de los romanos y del tributo al César como de los reyes de la dinastía herodiana.

Después de la destrucción de Jerusalén, centrados en las sinagogas, seguirán orientando al pueblo


disperso.

Los saduceos (ala liberal) constituían el partido de los sa­cerdotes y seglares aristocráticos y terratenien‐
tes. Dueños del poder, eran partidarios del pacto conciliatorio con los roma­nos, para evitar la insu‐
rrección y el desastre nacional (Jn 11, 47-50), objetivo que lograron hasta el año 66 en que fueron des‐
bordados por la revuelta. Tras la destrucción de Jerusa­lén su influencia en el pueblo desapareció
definitivamente.

En el aspecto religioso eran igualmente liberales y poco propensos a los dogmas, aceptando sola‐
mente la Ley escrita del Pentateuco. Entre otras cosas, negaban la resurrección de los muertos y la
existencia de ángeles y demonios.

Los herodianos (ala monárquica idumea) eran un grupo minoritario, amigos y partidarios de los reyes
de la línea de Herodes, y opuestos a toda sublevación contra Roma.

Los zelotes (movimiento de resistencia armada) eran patrio­tas ardientes y muy nacionalistas, unidos
en permanente lu­cha armada contra los romanos. Actuaban, por supuesto, en la clandestinidad en
forma de guerrillas, hasta que, después de varios levantamientos fallidos, desataron la guerra abierta
a Roma en el 66 logrando al principio importantes triunfos y apoderándose de Jerusalén. Vespasiano
y, luego, su hijo

Tito reconquistarán palmo a palmo toda Palestina hasta que, tras un sitio de varios meses, caerá
Jerusalén y el templo será incendiado.
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Hacia el año 130 el emperador Adriano decide la reconstrucción ­de la ciudad, edificando en ella un
templo dedicado Júpiter. Los zelotes, refugiados en las montañas, lanzan en el 132 la segunda rebe‐
lión acaudillados por Simeón Ben Ko­keba  que toma la ciudad y es proclamado «Mesías». Tras va­rias
derrotas romanas, debe intervenir el mismo emperador y en el 134  Jerusalén es reconquistada, y el
Mesías, muerto.

Jerusalén es declarada «colonia romana»; se edifican nume­rosos templos paganos y se prohíbe el ac‐
ceso de los judíos a la ciudad.

Debemos recordar que los zelotes eran muy fuertes sobre todo en Galilea, patria de casi todos los
apóstoles, por lo que podemos comprender la delicada situación de Jesús en un panorama político
tan complejo y muy propenso a la guerra liberadora bajo la conducción del «Mesías». Desde un co‐
mienzo el cristianismo, por lo tanto, se encuentra bajo el signo de la confusión entre la liberación polí‐
tico-religiosa y la liberación interior, esta última propiciada por Cristo, que no se inmiscuye en las op‐
ciones políticas de sus seguidores pero que separa claramente ambos terrenos.

Todo esto explica por qué Jesús evitará el título de Mesías, prefiriendo el de Hijo del Hombre, a pesar
de que no será comprendido ni por sus propios discípulos más íntimos.

Completando este panorama, debemos referimos a otros tres grupos relacionados con el Evangelio.

Los esenios: eran una especie de monjes judíos que, no conformes con la conducción político-religiosa
de fariseos y saduceos, se establecieron en Qumrán, a orillas del mar Muerto, para esperar la inmi‐
nente visita del enviado de Dios como Rey de Israel y como sumo sacerdote (posiblemente dos
Mesías distintos). Vivían en comunidad, en intensa vida ascética, preparando el «camino del Señor»
como «resto de Israel».

Sus manuscritos y reglas disciplinarias, descubiertos en 1941 en once cuevas, revelan gran similitud
de ideas con el pensamiento de Juan el Bautista y del mismo Jesús. Sin descartar alguna posible rela‐
ción con ambos, sobre todo con el Bautista -que se preparó en el «desierto» para su misión- lo cierto
es que su reflexión partía de una fuente común: los profetas, particularmente Isaías, de tanta impor‐
tancia en la revelación cristiana.

Importantes conceptos esenios, tales como el conocimiento, el nacimiento en el Espíritu, la unión con
Dios, la verdad y la lucha entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas, los encontramos en el
Evangelio de Juan.

Los samaritanos: habitaban en la zona centro de Palestina y eran mezcla de judíos y de paganos, como
consecuencia de las invasiones mesopotámicas y del destierro. Practicaban una religión sincretista
(mezcla de judaísmo y de paganismo) con centro en el monte Garizim. También ellos esperaban un
Mesías (ver Juan 4, especialmente versículos 20-26).

Judíos y samaritanos se odiaban mutuamente, lo que no será obstáculo para que Jesús y la Iglesia pri‐
mitiva los evangelizaran.

Los gentiles: así se llamaba a quienes no eran judíos de origen. Por ser tales y por idólatras (paganos)
eran odiados y despreciados, sin acceso alguno a la salvación.

Pero, debido a la propaganda judía, algunos de ellos se circuncidaban y practicaban el culto a Dios
(los prosélitos); otros, sin circuncidarse, vivían algunas de las normas cultuales y morales del judaísmo
(los «temerosos de Dios»). Los Hechos de los apóstoles nos reseñan las alternativas del cristianismo en
su apertura hacia estas categorías de pueblos no judíos, dando un paso adelante en la visión cerrada
del judaísmo y de algunos cristianos, particularmente de Jerusalén.
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28/1/22 y g p Situación política en el tiempo de Jesús | Cristo e Historia

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