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Los anormales. Foucault.

Clase 5
Clase del 5 de febrero de 1975
Foucault (1974/75) considera que es el personaje del monstruo, con sus dos perfiles, el del
antropófago y el de incestuoso, quien dominó los primeros años de la psiquiatría penal o de
la psicología criminal. Así, el loco criminal hace su aparición ante todo como monstruo:
como naturaleza contra natura.
Pasaje del monstruo al anormal. Ese es el problema, aunque el autor reconoce que “(…)
no basta admitir algo así como una necesidad epistemológica, una inclinación científica que
induzca a la psiquiatría a plantear el problema del más pequeño luego de haber planteado el
del más grande, el del menos visible luego de plantear el del más visible, el menos
importante tras el del más importante; y reconocer, igualmente, que no hay que buscar el
origen, el principio del proceso que conduce del monstruo al anormal, en la aparición de
técnicas o tecnologías como la psicotécnica, el psicoanálisis o la neuropatología” (Foucault,
1974/75, p. 108). Puesto que son esos fenómenos, la aparición de esas técnicas, los que
dependen de una gran transformación que va del monstruo anormal.
Por lo tanto, considera que son los tres grandes monstruos fundadores de la psiquiatría
criminal.
 El primero es la mujer de Selestat, quién había matado a su hija, la cortó en pedazos,
cocinó el muslo con repollos y se lo comió. Por otro lado, el caso de Papavoine, que
asesinó en el bosque de Viencennes a dos niños, a los que tal vez tomo como
descendientes de la duquesa de Berry. Y, por último, Henriette Cornier, que le cortó
el cuello a una hija de sus vecinos.
Foucault (1974/75) destaca que, de alguna manera, estos tres monstruos coinciden con la
temática del monstruo mencionado: la antropofagia, la decapitación, el problema del
regicidio. Los tres se destacan contra el fondo de un paisaje en que a fines del siglo XVIII
apareció el monstruo, todavía no como categorías psiquiátricas sino como categoría jurídica
y fantasma político. El fantasma de la decapitación y el regicidio se encuentran presentes, de
una manera explícita o implícita, en las tres historias mencionadas. No obstante, considera
que Henriette Cornier fue quien finalmente cristalizó el problema de la monstruosidad
criminal.
La primera historia era el asunto de Selestat. Dicho caso asombra e impide, a la
vez, que la historia sea realmente un problema para los psiquiatras, puesto que
simplemente esta mujer pobre, y hasta miserable, mató a su hija, la descuartizó, la
cocinó y la devoró en una época en que en Alsacia (1817) imperaba una grave
hambruna. Por eso, el ministerio público, al presentar sus informes destaca el hecho de
que no se encontraba loca puesto que, si bien había matado a su hija y se la había
comido, lo hizo inducida por un móvil que era admisible para todo el mundo: el
hambre. Si no hubiese tenido hambre, habría sido posible interrogarse sobre el carácter
razonable o irrazonable de su acto. Pero como tenía hambre, y ésta es un móvil, no
había que plantearse el problema de la locura.
Respecto al caso Papavoine, también se desactivó como problema jurídico
psiquiátrico, en la medida en que, cuando se lo interrogó sobre ese asesinato
aparentemente absurdo y sin motivo, que era la muerte de dos niños a quienes no
conocía, afirmó que había creído reconocer en ellos a dos niños de la familia real.
Alrededor de éstos se desarrolló una serie de temas, creencias y afirmaciones que de
inmediato pudieron remitirse en el registro del delirio, la ilusión, la falsa creencia y,
por ende, la locura. Como consecuencia de lo cual el crimen se reabsorbe en la locura.
Por otro lado, en el caso de Henriette Cornier, se está ante un asunto mucho más
difícil y que, de algún modo, parece escapar tanto a la atribución de razón como a la
de la locura: escapa al derecho y el castigo.
En la medida en que en un caso como ese es difícil reconocer o señalar la obra de la
locura, escapa consecuentemente al médico y se lo remite a la distancia psiquiátrica. Una
mujer, aun joven, se emplea como doméstica en varias familias de París. Un día, luego de
haber amenazado varias veces con suicidarse y manifestado algunas ideas de tristeza, se
presenta en lo de su vecina y se ofrece a cuidar durante un momento a su pequeña hija de 18
meses. Henriette lleva a la niña a su habitación y allí, le corta el cuello con un cuchillo y
permanece un cuarto de hora junto al cadáver. Es detenida de inmediato y cuando le
preguntan por el motivo ella responde que fue una idea.
Se tiene un caso en que no pueden encontrar el señalamiento de un delirio subyacente, ni
el mecanismo de un interés elemental, grosero. Estos tipos de accionar son los que van a
plantear un problema a la psiquiatría criminal: son los casos constituyentes de la
psiquiatría criminal o el terreno a partir del cual la psiquiatría criminal podrá constituirse
como tal.
Ante estos casos, Foucault (1974/75) plantea la existencia del doble celo médico-judicial:
médico por una parte y judicial por la otra, entorno del problema de lo que podríamos
llamar la ausencia de interés. Primeramente, celo de la mecánica, del aparato judicial. En el
fondo, ese escándalo, esa interrogación no podían tener lugar, no podían encontrar sitio en el
antiguo sistema penal, franqueaba todos los límites concebibles era aquel en que ningún
castigo, podría llegar a enjugarlo, a anularlo y a restaurar tras él, la soberanía del poder. El
autor considera que, en realidad, el poder siempre encontró suplicios tales que respondían, y
largamente, el salvajismo de un crimen. De modo que no había problemas. En cambio, en el
nuevo sistema penal, lo que hace que el crimen sea mensurables y permita atribuirle un
castigo a la medida, lo que fija y determina la posibilidad de castigar consiste en el interés
subyacente que puede encontrarse en el nivel del criminal y su conducta. Así refiere que “Se
castigará un crimen en el plano del interés sobre el que se asentó. (…) lo que podrá
anularse son todos los mecanismos de interés que suscitaron ese crimen en el criminal y
podrán suscitar, en otros, crímenes semejantes” (Foucault, 1974/75, p. 112). Así, el interés
es, a la vez, una especie de racionalidad interna del crimen, que lo hace inteligible y lo que
va a justificar las medidas punitivas que se le aplicarán, lo que lo hace punible. De esta
manera, el interés de un crimen es una inteligibilidad, la posibilidad de castigarlo.
Así, Foucault (1974/75) plantea que “La nueva economía del poder de castigar exige la
racionalidad del crimen, (…) cosa que no sucedía en el antiguo sistema, dónde se
desplegaban los gastos siempre excesivos, siempre desequilibrados, del suplicio”
(Foucault, 1974/75, p. 112).
Por otro lado, Foucault (1974/75) considera que la mecánica del poder punitivo implica
dos cuestiones:
1. la primera es una afirmación explícita de la racionalidad.
“Antaño, cualquier crimen era punible a partir del momento en que no se demostraba la
demencia del sujeto. Recién cuándo podría plantearse la cuestión de esa demencia era
posible interrogarse, de manera secundaria, para saber si el crimen era razonable o no”
(Foucault, 1974/75, p. 112). Así, desde el momento en que solo se lo castigará en el nivel del
interés que lo suscitó, es decir, desde el momento en que ya no se sancionara el crimen sino
al criminal, se podrá dar cuenta de que el postulado de racionalidad sale fortalecido. En tanto
que, como no se ha demostrado demencia, se puede castigar. Así, solo se puede hacerlo si se
postula de manera explícita la racionalidad del acto que se sanciona efectivamente, siendo
requisito positivo de racionalidad más que mira su posición como en la economía
precedente.
2. En segundo lugar, no solo es preciso afirmar de manera explícita la racionalidad del
sujeto a quién se va a castigar si no que, en este nuevo sistema, también se está obligado a
considerar que pueden superponerse dos cosas: la mecánica inteligible de los intereses que
subyacen al acto, y la racionalidad del sujeto que lo cometió. Las razones para cometer el
acto y la razón del sujeto que lo hace punible: el principio, estos dos sistemas de razones
deben superponerse.
Así, Foucault (1974/75) considera que ese cuerpo cargado de hipótesis está decididamente en
el corazón de la nueva economía punitiva. Menciona que el artículo 64 refiere a que no hay
crimen si el sujeto se encuentra en estado de demencia, si el acusado se encuentra en estado
de demencia, en el momento del acto. De esta manera, el código, en la medida que legisla la
aplicabilidad del derecho punitivo, no se refiere nunca a otra cosa que al viejo sistema de la
demencia. Exige solamente que no se haya demostrado la demencia del sujeto. Como
consecuencia de ello, la ley es aplicable.
Sin embargo, el autor considera que ese código no hace más que articular como ley los
principios económicos de un poder de castigar que, para ejercerse, exige mucho más, puesto
que exige la racionalidad, el estado de razón del sujeto que ha cometido el crimen y la
racionalidad intrínseca del crimen mismo. Así “(…) Tenemos una inadecuación entre la
codificación de las sanciones, el sistema legal que define la aplicabilidad de la ley criminal y
lo que yo llamaría la tecnología punitiva, o bien el ejercicio del poder de castigar” (Foucault,
1974/75, p. 113). De esta manera, en la medida en que existe dicha inecuación, se podrá dar
cuenta de que en el interior de esta mecánica penal existe una tendencia constante a derivar
del código y el artículo 64 hacia una cierta forma de saber que permite definir, caracterizar la
racionalidad de un acto y distinguir entre un acto razonable e inteligible y un acto irrazonable
y no inteligible.
Por otro lado, Foucault (1974/75) plantea que “(…) Sí a la referencia de la ley se preferirá
siempre, y cada vez más, la referencia a un saber, y a un saber psiquiátrico, esto no puede
sino deberse a la existencia, en el interior mismo de esa economía, del equivoco (…)”
(Foucault, 1974/75, p. 114). De esta manera, la razón del sujeto criminal consiste en la
condición a la que se aplicará la ley, en tanto que no puede ser aplicada en el caso que el
sujeto no sea razonable, conforme a lo establecido en el artículo 64. Pero el ejercicio del
poder de castigar dice que solo se puede castigar si se comprende porque él ha cometido su
acto, cómo lo ha cometido. De ahí, la posición radicalmente incómoda de la psiquiatría desde
el momento en que haya de verse las con un actor sin razón cometido por un sujeto dotado
de ella o bien cada vez que haya que ocuparse de un acto cuyo principio de inteligibilidad
analítica no puede encontrarse, y esto es un sujeto cuyo estado de demencia no se pueda
demostrar.
Ante ello, se presenta una situación tal, que el ejercicio del poder punitivo ya no
podrá ser justificado, puesto que no se presenta una inteligibilidad del acto. De manera
inversa, en la medida en que no se haya podido demostrar el estado de demencia del
sujeto, la ley podrá y deberá aplicarse puesto que, conforme a lo establecido en el
artículo 64, siempre hay que hacerlo en caso que no se demuestre estado de demencia.
“Al jugar con la ley que define la aplicabilidad del derecho de castigar y las modalidades
de ejercicio del poder punitivo, el sistema penal está atrapado en el bloqueo recíproco de
esos dos mecanismos. Como consecuencia de ello, ya no puede juzgar; en consecuencia,
está obligado a detenerse; en consecuencia, está obligado a hacer preguntas a la
psiquiatría”. (Foucault, 1974/75, p. 114).
Así, dicha confusión también se va a traducir en lo que Foucault (1974/75) denominó como
un efecto de permeabilidad reticente, en tanto que el aparato penal no podrá recurrir a un
análisis científico, médico, psiquiátrico, respecto de las razones del crimen. Por otro lado,
además que recurre a él, no podrá encontrar un medio de reinscribir esos análisis en el
interior del mismo código y su letra, puesto que éste no conoce más que la demencia: la
descalificación del sujeto por la locura.
Respecto al aspecto del aparato médico, Foucault (1974/75) refiere a que la psiquiatría, tal
como se constituyó entre fines del siglo XVIII y principios del XIX, sobre todo, no se
caracterizó como una especie de rama de la medicina general; sino que funciona como una
rama especializada de la higiene pública. Así, menciona que “antes de ser una especialidad
de la medicina, la psiquiatría se institucionalizó como dominio particular de la protección
social, contra todos los peligros que pueden venir de la sociedad debido a la enfermedad o a
todo lo que se puede asimilar directa o indirectamente de ésta” (Foucault, 1974/75, p. 115).
Conforme a ello, la psiquiatría se institucionalizó como precaución social. Además, lo
considera como una rama de la higiene pública, en tanto que la misma podrá existir como
institución de saber: un saber médico fundado y justificable, el cual tuvo que efectuar dos
codificaciones simultáneas.
Por un lado “(…) debió codificar la locura como enfermedad; tuvo que patologizar los
desórdenes, los errores, las ilusiones de la locura; fue preciso llevar a cabo análisis (…) que
aproximaran lo más posible esa higiene pública, e incluso la precaución social que estaba
encargada de asegurar, al saber médico y, en consecuencia, permitieran el funcionamiento de
ese sistema de protección en nombre de este saber” (Foucault, 1974/75, pp. 115-116). Sin
embargo, el autor considera que fue necesaria una segunda codificación, simultánea a la
primera. De esta manera, al mismo tiempo resultó necesaria la codificación de la locura
como peligro, en tanto que la psiquiatría podía funcionar, de manera efectiva, como higiene
pública.
Así, Foucault (1974/75) menciona que la psiquiatría hizo, por un lado, “(…) funcionar toda
una parte de la higiene pública como medicina y, por el otro, hizo funcionar el saber, la
prevención y la curación eventual de la enfermedad mental como precaución social,
absolutamente necesaria si se querían evitar cierta cantidad de peligros fundamentales y
ligados a la existencia misma de la locura” (Foucault, 1974/75, p. 116). Plantea que dicha
doble codificación va a tener una prolongada historia a lo largo del Siglo XIX. Así, a
comienzos del siglo XIX, la noción de monomanía va a permitir clasificar dentro de una gran
nosografía de tipo perfectamente médico y, por lo tanto, codificar dentro de un discurso
morfológicamente médico toda una serie de peligros. Dentro de la psiquiatría, el peligro
social se codificará como enfermedad y, consecuentemente, la psiquiatría podrá funcionar
efectivamente como ciencia médica encargada de la higiene pública.
En la segunda mitad del siglo XIX, se encuentra una noción tan masiva como la monomanía,
la de degeneración, con la cual se posee una manera determinada de aislar, recorrer y
recortar una zona de peligro social y darle un estatus de enfermedad, un estatus patológico.
Además, el autor plantea que, también, se podría preguntar si la noción de esquizofrenia no
cumple el mismo papel en el siglo XX.
Por otro lado, Foucault (1974/75) considera que la psiquiatría necesita y no dejó de mostrar
el carácter de peligroso del loco en cuanto tal. Así, menciona que “(…) fue preciso que la
psiquiatría, para funcionar como les decía, estableciera la pertenencia esencial y fundamental
de la locura al crimen y del crimen a la locura” (Foucault, 1974/75, p. 117). Dicha
pertenencia resulta absolutamente necesaria, siendo una de las condiciones de constitución
de la psiquiatría como rama de la higiene pública. De esta manera, procedió a efectuar dos
grandes operaciones:
1. Una, dentro del hospicio: el eregir un análisis de la locura que se desplaza con respecto
al análisis tradicional y en el cual ya no surge que aquella tiene por núcleo esencial el delirio
sino la irreductibilidad, la resistencia, la desobediencia, la insurrección, el abuso de poder
como forma nuclear.
El autor menciona que, para la psiquiatría del siglo XIX, el loco es siempre alguien que se
cree un rey: “(…) que exalta su poder contra y por encima de cualquier poder establecido, ya
sea el de la institución o el de la verdad” (Foucault, 1974/75, p. 117). Así, dentro del interior
del hospicio, la psiquiatría funciona como la detección de un peligro posible ante todo
diagnóstico de locura.
2. Fuera del hospicio: en el exterior, la psiquiatría siempre procuró la detección del peligro
que acarrea consigo la locura, aun cuando éste pase inadvertido.
Así, Foucault (1974/75) menciona que “para justificarse como intervención científica y
autoritaria en la sociedad, para justificarse como poder y ciencia de la higiene pública y de la
protección social, la medicina mental de demostrar que es capaz de advertir, aún donde nadie
más puede verlo todavía, cierto peligro; y tiene que mostrar que, si puede hacerlo, es en la
medida en que es un conocimiento médico” (Foucault, 1974/75, p. 118).
De esta manera, la psiquiatría se interesó, desde el principio, en la locura que mata, puesto
que su problema consistía en su constitución y en hacer valer sus derechos como poder y
saber de protección dentro de la sociedad. Así, tuvo un fuerte interés por la locura criminal.
Ante ello, el autor refiere que “(…) habida cuenta del crimen sin razón, de ese peligro que
súbitamente irrumpe en la sociedad y al que ninguna inteligibilidad ilumina, es fácil
comprender el interés capital que la psiquiatría no puede dejar de tener en este tipo de
crímenes literalmente ininteligibles, esto es, imprevisibles, vale decir, que no dan pábulo a
ningún instrumento de detección y sobre los que ella, la psiquiatría, podrá decir que es capaz
de reconocerlos cuando se producen y, en ultima instancia, preverlos o dejarlos prever, al
reconocer a tiempo la curiosa enfermedad que consiste en cometerlos” (Foucault, 1974/75, p.
118). Ante ello, el autor considera que la psiquiatría se dio a sí misma la prueba de
reconocimiento de su soberanía, su saber y su poder.
 Ello refleja una complementariedad entre los problemas internos del sistema penal y
las exigencias o deseos de la psiquiatría.
Así, por un lado, el autor considera que el crimen sin razón es la confusión absoluta para el
sistema penal. Frente al mismo, ya no se puede ejercer el poder de castigar. Por otro lado, el
de la psiquiatría, el crimen sin razón consiste en el objeto de una inmensa codicia, en tanto
que, si se lo logra identificar y analizar, ello sería la prueba de la fuerza de la psiquiatría,
prueba de su saber, la justificación de su poder.
Foucault (1974/75) plantea que, si uno se tiene que ver con alguien que tiene frente a sí a
quien ni siquiera es su enemigo y acepta matarlo, a la vez que sabe que, con eso mismo,
condena su propia vida, se entra así en un campo absolutamente nuevo. De esta manera, los
principios fundamentales que habían organizado el ejercicio del poder de castigar resultan
cuestionados, ante la dinámica de un acto sin interés, el cual logra trastornar los intereses
más fundamentales de cualquier individuo.
 A partir del caso de Henriette Cornier, se tiene la irrupción de un objeto o de todo
un ámbito de nuevos objetos, toda una serie de elementos que, además, van a ser
nombrados, descriptos, analizados y gradualmente integrados o desarrollados dentro
del discurso psiquiátrico del siglo XIX. Se trata de los impulsos, las pulsiones, las
tendencias, las inclinaciones, los automatismos: todas las nociones, todos los
elementos que se ordenan una dinámica específica, con respecto a la cual las
representaciones, las pasiones, los afectos, ocuparán una posición secundaria, derivada
o subordinada.
En el caso de Henriette Cornier, se observa el mecanismo por el cual se opera la inversión de
un acto, cuyo escándalo jurídico, médico y moral obedecía a que no tenía razón, planteando
a la medicina y al derecho cuestiones específicas, en la medida en que era presuntamente de
la incumbencia de una dinámica del instinto. De esta manera, del acto sin razón se pasa al
acto instintivo. Foucault (1974/75) aclara que esto sucede en la época en que Geoffroy Saint-
Hilaire mostraba que las formas monstruosas de ciertos individuos no eran nunca otra cosa
que un juego perturbado de las leyes naturales. En esa misma época, la psiquiatría legal, en
referencia a cierta cantidad de casos, estaba descubriendo que los actos monstruosos, sin
razón, de algunos criminales en realidad se producían por cierto dinámica mórbida de los
instintos. Foucault (1974/75) considera que ese es el punto de descubrimiento de los
instintos, cuya importancia se debe a que, a partir del mismo, la noción de instinto va a poder
aparecer y formarse, puesto que será el gran vector del problema de la anomalía e incluso el
operador por medio del cual la monstruosidad criminal y la simple locura patológica van a
encontrar su principio de coordinación.
Foucault (1974/75) refiere que, “A partir del instinto, toda la psiquiatría del siglo XIX va a
poder devolver a los ámbitos de la enfermedad y la medicina mental todos los trastornos,
todas las irregularidades, todos los grandes trastornos y las pequeñas irregularidades de
conducta que nos competen a la locura propiamente dicha” (Foucault, 1974/75, p. 128). Así,
partiendo de la noción de instinto, se podrá organizar toda la problemática de lo anormal, lo
anormal en el nivel de las conductas más elementales y cotidianas.
Plantea que “Ese pasaje a lo minúsculo (…) de principios del siglo XIX, resulte amonedado,
en definitiva, en la forma de todos los pequeños monstruos perversos que no cesaron de
pulular desde fines de ese siglo, ese paso del gran monstruo al pequeño perverso, solo pudo
darse gracias a la noción de instinto y la utilización y el funcionamiento de éste en el saber,
pero también en el funcionamiento del poder psiquiátrico” (Foucault, 1974/75, p. 128). El
ello radica el segundo interés de esta noción de instinto y su carácter decisivo; puesto que,
con él, se tiene una nueva problemática, una nueva manera de plantear el problema de lo
patológico en el orden de la locura.
Por otro lado, Foucault (1974/75) plantea que, en cuanto al instinto, “(…) se va a convertir,
en el fondo, en el gran tema de la psiquiatría, tema que va a ocupar un lugar cada vez más
considerable y englobará el antiguo dominio del delirio y la demencia, que había sido el
núcleo central del saber de la locura y de su práctica hasta principios del siglo XIX”
(Foucault, 1974/75, p. 129). De esta manera, nociones tales como las pulsiones, los
impulsos, las obsesiones, el surgimiento de la histeria, va a ocupar un lugar cada vez más
grande y central en el interior de la psiquiatría. Así, con la noción de instinto, no solo va a
surgir este campo de nuevos problemas, sino la posibilidad de reinscribir la psiquiatría no
solo en un modelo médico, sino también en una problemática biológica.
Foucault (1974/75) refiere que “toda la inscripción de la psiquiatría en la patología
evolucionista, toda la inyección de la ideología evolucionista en la psiquiatría ya no podrá
hacerse en absoluto a partir de la vieja noción de delirio, sino de esta noción de instinto”
(Foucault, 1974/75, p. 129). Así, todo será posible desde el momento en que el instinto pasa
a ser el gran problema de la psiquiatría.
Foucault (1974/75) menciona que, en los últimos años del Siglo XIX, la psiquiatría queda
enmarcada por dos grandes tecnologías que, por un lado, la bloquearán y, por el otro, la
reactivarán. Dichas tecnologías son, por un lado, la tecnología eugénica, con el problema de
la herencia, la purificación de la rosa y la corrección del sistema instintivo de los hombres
mediante una depuración racial. Por otra parte, se presenta la otra gran tecnología de los
instintos, el cual se propuso de manera simultánea, siendo la otra gran tecnología de
corrección y normalización de la economía de los instintos, que es el psicoanálisis. Foucault
(1974/75) considera que ambas tecnologías, a fines del Siglo XIX, le dieron lugar a la
psiquiatría en el mundo de los instintos.
Por otro lado, el autor plantea que, en el fondo, dicha transformación permitió un gran
proceso que, actualmente, no ha concluido. Este proceso “(…) hace que el poder psiquiátrico
intraasilario, centrado en la enfermedad haya podido convertirse en jurisdicción intra y
extraasilaria no de la locura, sino de lo anormal y de cualquier conducta anormal” (Foucault,
1974/75, p. 130). Dicha transformación posee su punto de origen, su condición de
posibilidad histórica, en el surgimiento del instinto. Su clave consiste en la problemática, la
tecnología de los instintos.
Así, todos esos efectos epistemológicos aparecen de cierta distribución entre mecanismos de
poder: “(…) unos, característicos de la institución judicial; los otros, característicos de la
institución o, mejor, del poder y el saber médico” (Foucault, 1974/75, p. 130). De esta
manera, el principio de la transformación radica en ese juego entre los dos poderes, en su
diferencia y su encadenamiento, en las necesidades que tienen uno del otro, los apoyos que
obtienen uno del otro.
Para Foucault (1974/75), la razón del pasaje de una psiquiatría del delirio a una psiquiatría
del instinto, con todas las consecuencias que trae aparejado para la generalización de la
psiquiatría como poder social, se encuentra en ese encadenamiento del poder.

BIBLIOGRAFÍA:
Foucault, M. (1974-1975). Los Anormales (Curso en el College de France ed., Vol. CLASE 5).

Fondo de Cultura Económica.

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