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EL NACIMIENTO DE LA CLINICA. Foucault.

RESUMEN
CAPITULO 2: UNA CONCIENCIA POLITICA.
Foucault (1996) mencionas que, respecto a la medicina de las especies, las nociones de
constitución, enfermedad endémica y epidemia tuvieron en el siglo XVIII una fortuna marginal.
Foucault (1996) cita a Syndenham y a la ambigüedad de su lección, siendo el iniciador del
pensamiento clasificador, definiendo al mismo tiempo lo que podía ser una conciencia histórica
y geográfica de la enfermedad. Plantea que “La constitución de Syndenham no es una naturaleza
autónoma, sino el complejo (…) de un complejo de un conjunto de acontecimientos naturales:
cualidades del suelo, climas, estaciones, lluvia, sequedad, centros pestilentes, penuria; y cuando
todo esto no da cuenta de los fenómenos, no queda una especie limpia en el jardín de las
enfermedades, sino un nudo oscuro y oculto en la tierra” (Foucault, 1996, p. 42). A su vez, el
autor plantea que las constituciones apenas poseen síntomas propios: se definen por
desplazamientos de acento, por agrupaciones inesperadas de signos, por fenómenos más
intensos o débiles. Así, la constitución se percibe en la relatividad única de las diferencias, por
una mirada de algún modo diacrítica.
Foucault (1996) considera que “Toda constitución no es epidemia; pero la epidemia es una
constitución de grano más fino, de fenómenos más constantes y más homogéneos” (Foucault,
1996, p. 43). Así, considera que la epidemia es más que una forma particular de enfermedad,
siendo un modo autónomo, coherente y suficiente, de ver la enfermedad.
Consecuentemente, Foucault (1996) menciona acerca de que “(…) se da el nombre de
enfermedades epidémicas a todas las que atacan al mismo tiempo, y con caracteres inmutables,
a un gran número de personas a la vez” (Foucault, 1996, p. 43). De esta manera, no se presentan
diferencia de naturaleza o de especie entre una enfermedad individual y un fenómeno epidémico,
de tal manera que solo basta una afección esporádica que se reproduzca un determinado número
de veces para que haya una epidemia. Asimismo, considera que la esporádica no es más que
una epidemia infraliminar.
Ante ello, el autor plantea que el apoyo a esta percepción no es un tipo específico, sino un núcleo
de circunstancias. Así, “Las formas patológicas familiares son convocadas, pero por un
juego complejo de entrecruzamientos donde desempeñan un papel estructuralmente
idéntico al del síntoma con relación a la enfermedad” (Foucault, 1996, p. 44). Conforme a ello,
considera que la regularidad de los síntomas no hace referencia más que de la constancia de
las causas. A veces, se trata de una causa que se mantiene a través del tiempo, provocando
enfermedades endémicas; las cuales presentan la acción de una causa general, la cual puede ser
considerada como accidental.
A pesar de la diversidad de los sujetos afectados, de sus predisposiciones y de su edad, la
enfermedad se presenta en todos conforme los mismos síntomas.
Por otro lado, Foucault (1996) considera que “El análisis de una epidemia no se impone como
tarea reconocer la forma general de la enfermedad, situándola en el espacio abstracto de la
nosología, sino bajo lo signos generales, reconocer el proceso singular, variable de acuerdo con
las circunstancias, de una epidemia a otra, que de la causa a la forma mórbida teje una trama
común en todos los enfermos, pero singular en este momento del tiempo, en este lugar del
espacio” (Foucault, 1996, p. 45). De esta manera, la enfermedad específica se repite siempre
más o menos, en tanto que la epidemia jamás de manera entera.
Así, Foucault (1996) menciona que “La transmisión de un individuo a otro no es en ningún caso la
esencia de la epidemia; ésta puede, bajo la forma del “mismo” o del “germen” que se comunica
por el agua, los alimentos, el contacto, el viento, el aire viciado, constituir una de las causas de la
epidemia (…)” (Foucault, 1996, p. 46). La misma puede ser directa o primaria (cuando es la
única causa de la acción), o secundaria (cuando la misma es producto de una enfermedad
epidémica provocada por otro factor). Sin embargo, el contagio no es más que una modalidad del
hecho masivo de la epidemia.
Por otro lado, Foucault (1996) plantea que la epidemia, sea contagiosa o no, posee una especie
de “individualidad histórica”, de tal manera que se deba utilizar en ella un método complejo de
observación, exigiendo una mirada múltiple.
 Consecuentemente, menciona que, a fines del Siglo XVIII se institucionalizó esta forma
de experiencia. Así, en cada Subdelegación un médico y varios cirujanos eran designados
por el intendente para seguir las epidemias que pueden producirse en su cantón,
manteniéndose en correspondencia con el médico jefe de la Generalidad con respecto
tanto de la enfermedad reinante como de la topografía medicinal de su cantón. Cuando
cuatro o 5 personas son atacadas por la misma enfermedad, el alcalde debe avisar al
subdelegado, quién envía al médico para que éste indique el tratamiento, que los cirujanos
aplicarán todos los días.
Pero dicha experiencia no puede tomar su significación plena más que si está redoblada por una
intervención constante y apremiante. Así, “No habría Medicina de las epidemias, sino reforzada
por una policía: vigilar el emplazamiento de las mismas y de los cementerios, obtener lo más
rápido posible la incineración de los cadáveres en vez de la inhumación, controlar el comercio del
pan, del vino, de la carne, reglamentar los mataderos, las tintorerías, prohibir los alojamientos
insalubres (…)” (Foucault, 1996, p. 47). De esta manera, el autor considera que resulta necesario
que, luego de un estudio detallado de todo el territorio, se establezca un reglamento de salud para
cada provincia, el cual haga referencia a la forma de alimentarse, de vestirse, de evitar las
enfermedades, de prevenir o de curar. Además, considera necesario un cuerpo de inspectores de
sanidad, los cuales podrían contribuir en distintas provincias, confiando a cada uno un
departamento circunscripto.
Por otro lado, Foucault (1996) considera que la medicina de las epidemias se opone a una
medicina de clases, “(…) como la percepción colectiva de un fenómeno global, pero único y
jamás repetido, puede oponerse a la percepción individual de lo que una esencia puede dejar
aparecer constantemente de sí misma y de su identidad en la multiplicidad de los fenómenos”
(Foucault, 1996, p. 48). Análisis de una serie, de un caso, desciframiento de un tipo en otro.
Cuando se trata de estas figuras terciarias que deben distribuir la enfermedad, el autor considera
que la experiencia médica y el control del médico sobre las estructuras sociales, la
patología de las epidemias y la de las especies, se encuentran ante las mismas exigencias.
Así, Foucault (1996) considera que allí se encuentra el origen de la Real Sociedad de
Medicina, y de su conflicto con la facultad. En 1776, el Gobierno decide la creación, en
Versalles, de una sociedad encargada de estudiar los fenómenos epidémicos y epizoóticos, los
cuales se multiplicaron en el curso de los años siguientes. La causa precisa de la misma consistió
en una enfermedad del ganado, en el sureste de Francia, el cual había obligado al Encargado
General de Finanzas a dar la orden de suprimir a todos los animales que resultaban
sospechosos, lo cual trajo aparejado una perturbación económica grave. Así, menciona que el
Decreto del 29 de abril de 1776 declara en su preámbulo que las epidemias no son funestas y
destructivas en su comienzo, sino porque su carácter deja al médico la incertidumbre respecto de
la elección de los tratamientos que conviene aplicar a ellas, la cual nace del poco cuidado que se
tiene de estudiar o de describir los síntomas de las diferentes epidemias y de los métodos
curativos que han tenido más éxito.
La comisión posee un papel triple:
a. de investigación.
b. de elaboración.
c. de control.
d. de prescripción.
Además, se encuentra conformado por 8 médicos: un director, encargado de los trabajos de la
correspondencia relativa a las epidemias y a las epizootias, un comisario general que asegura el
vínculo con los médicos de provincia y 6 doctores de la facultad que se consagran a trabajos
concernientes a estos mismos asuntos. De esta manera, se establece un doble control, el cual
consiste en las instancias políticas sobre el ejercicio de la medicina y un cuerpo médico
privilegiado sobre el conjunto de los prácticos.
Asimismo, Foucault (1996) menciona que el conflicto con la facultad se produce pronto. A la
vista de los contemporáneos, la misma consiste en el enfrentamiento de dos instituciones:
1- una moderna y políticamente tensa.
2- una arcaica y cerrada sobre sí misma.
De esta manera, durante tres meses, la facultad efectúa una huelga a modo de protesta, de tal
manera que se rehúsa a ejercer sus funciones y sus miembros a consultar con los socios. Sin
embargo, el resultado se encuentra dado por adelantado, puesto que el Consejo apoya al nuevo
Comité. Así, ya desde 1778, se encontraban registradas las cartas patentes que consagraban su
transformación en Real Sociedad de Medicina, y la facultad había visto prohibírsele emplear en
este asunto ninguna especie de defensa. Consecuentemente, Foucault (1996) destaca que su
papel se amplía, de tal manera que el órgano de control de las epidemias se convierte, de manera
gradual, en un punto de centralización del saber, en una instancia de registro y de juicio de toda la
actividad médica. Cuando inició la Revolución, el Comité de Finanzas de la Asamblea Nacional
justificó de esa manera su estatuto.
De esta manera, Foucault (1996) considera que la sociedad no solamente agrupa a los médicos
consagrados al estudio de los fenómenos patológicos colectivos, sino que se convirtió en el
Órgano Oficial de una conciencia colectiva de los fenómenos patológicos. Así, el acontecimiento
posee el valor de “(…) emerger en las estructuras fundamentales. Figura nueva de la experiencia
(…) van a prolongarse muy lejos en el tiempo, para llevar, durante la Revolución y hasta bajo el
Consulado, muchos proyectos de reforma” (Foucault, 1996, p. 51). Sin embargo, de todos esos
planes, pocos pasaron a la realidad; aunque la forma de percepción medica que implican,
consistirá en uno de los elementos que constituyen la experiencia clínica.
Por otro lado, Foucault (1996) menciona que se llevó a cabo un nuevo estilo de totalización, en
tanto que los tratados del Siglo XVIII, instituciones, aforismos, nosologías, encierran el saber
médico en un espacio cerrado; siendo sustituido ahora por las mesas abiertas e indefinidamente
prolongables. Así, “El tema de la enciclopedia deja su puesto al de una información constante y
constantemente revisada, en la cual se trata más bien de totalizar los acontecimientos y su
determinación, que de encerrar el saber de una forma sistemática (…)” (Foucault, 1996, p. 52).
De esta manera, lo que constituye la unidad de la mirada médica consiste en esa mirada
abierta, infinita, enriquecida por el tiempo. Su soporte consiste en una conciencia colectiva, que
atrae todas las informaciones que en ella se cruzan, de tal manera que crece en un gramaje
complejo y abundante.
Foucault (1996) menciona que, en el Siglo XVIII, el acto fundamental de conocimiento médico
consistía en el establecimiento de una señal, consistente en situar un síntoma en una
enfermedad, una enfermedad en un conjunto específico y orientar éste dentro de un plano
general del mundo patológico. En la experiencia que se constituye a fines del Siglo, se trata de
practicar un corte por el juego de series, los cuales permiten reconstituir dicha cadena. Asimismo,
considera que aquello que define el acto del conocimiento médico, en su forma concreta,
consiste en el cruce sistemático de dos series de informaciones, ambas homogéneas, pero
ajenas a las mismas; dos series que desarrollan un conjunto infinito de acontecimientos
separados, pero cuyo nuevo corte produce el surgimiento del hecho individual.
Así, en este movimiento, la conciencia médica se desdobla: “(…) vive a un nivel inmediato, en el
orden de las comprobaciones salvajes; pero se recobra a un nivel superior, en el cual comprueba
las constituciones, las compara, y, replegándose sobre las formas espontaneas, pronuncia
dogmáticamente su juicio y su saber” (Foucault, 1996, p. 54). De esta manera, se vuelve
centralizada, debido a su estructura. Así, la Real Sociedad de Medicina lo muestra al nivel de las
instituciones, en tanto que, al comenzar la revolución, abundan los proyectos que esquematizan
esta doble y necesaria instancia del saber médico.
Foucault (1996) menciona que la mirada médica “(…) circula, de acuerdo con un movimiento
autónomo, por el interior de un círculo donde no está controlado sino por ella misma (…)”
(Foucault, 1996, p. 55). De esta manera, distribuye a la experiencia cotidiana el saber que ha
tomado, y del cual se ha hecho, a su vez, el punto de convergencia y el centro de irradiación. En
tanto que, a la estructura plana de la medicina clasificadora, sigue esta figura esférica. En la
misma, el espacio médico puede coincidir con el espacio social, o bien atravesarlo y penetrarlo,
enteramente. Así, se comienza a concebir una presencia generalizada de médicos, cuyas
miradas cruzadas conforman una red, ejerciendo en cualquier punto del espacio y tiempo una
vigilancia constante. Consecuentemente, se plantea el problema de la implantación de los
médicos en el campo: “(…) se desea un control estadístico de la salud, gracias al registro de los
nacimientos y de los decesos (…); se pide que los motivos de reforma sean señalados
detalladamente por el Consejo de revisión; por último, que se establezca una topología médica de
cada uno de los departamentos con resúmenes minuciosos sobre la región, las habitaciones, las
personas, las pasiones dominantes (…)” (Foucault, 1996, pp. 55-56). Como no basta la
implantación de los médicos, se pide que la conciencia de cada individuo se encuentre
médicamente alerta, debiendo cada práctico redoblar su actividad de vigilancia de un papel de
enseñanza, puesto que la mejor manera de evitar que se propague la enfermedad consiste en
difundir la medicina. Ante ello, el lugar que ocupa el saber consiste en una conciencia médica
generalizada, difusa en el espacio y en el tiempo, abierta e inmóvil, ligada a cada existencia
individual pero a la vida colectiva de la nación, siempre despierta sobre el dominio indefinido
donde el mal traiciona su gran forma masiva.
Los años posteriores a la Revolución vieron surgir dos grandes mitos, cuyos temas y polaridades
son opuestos:
a. el mito de una profesión médica nacionalizada, organizada a la forma del clero e
investida, en el nivel de la salud y del cuerpo, de poderes parecidos a los que éste ejerce
sobre las almas.
b. el mito de una desaparición social de la enfermedad, en una sociedad sin trastornos y sin
pasiones, devueltos a su salud de origen.
Foucault (1996) considera que ambas expresan “(…) como en blanco y negro el mismo diseño de
la experiencia médica” (Foucault, 1996, p. 57). El uno llamando de una manera positiva a la
medicación rigurosa, militante y dogmática de la sociedad, en tanto que la otra llamando a esta
misma medicalización, pero de un modo triunfante y negativo: la volatilización de la enfermedad
en un medio corregido, organizado y vigilado sin cesar.
En cuanto al segundo mito, procede de una reflexión histórica llevada al límite. Vinculadas a las
condiciones de existencia y a las formas de vida de los individuos, las enfermedades varían
conforme a la época y a los lugares. Así, Foucault (1996) plantea que “Una nación que viviera sin
guerra, sin pasiones violentas, sin ocios, no conocería por consiguiente ninguno de estos males; y
sobre todo, una nación que no conociera la tiranía que ejerce la riqueza sobre la pobreza, ni los
abusos a los cuales esta misma se entrega” (Foucault, 1996, pp. 58-59).

La primera tarea del médico es política, de tal manera que la lucha contra la enfermedad debe
comenzar por una guerra contra los malos gobiernos; en tanto que el hombre no estará total y
definitivamente curado más que si primeramente es liberado. Así, “si sabe ser políticamente
eficaz, la medicina no será ya médicamente indispensable. Y en una sociedad al fin libre,
donde las desigualdades estén apaciguadas y donde reine la concordia, el médico no
tendrá ya que desempeñar sino un papel transitorio: dar al legislador y al ciudadano
consejos para el equilibrio del corazón y del cuerpo” (Foucault, 1996, pp. 58-59). De esta
manera, el autor considera que no habría, con ello, necesidad de academias ni de hospitales.

No obstante, han tenido un papel importante: vinculando la medicina a los destinos de los
Estados, han hecho aparecer en ella una significación positiva. En vez de permanecer como lo
que era, recibe la tarea de instaurar en la vida de los hombres las figuras positivas de la salud, de
la virtud y de la felicidad.

Por otro lado, Foucault (1996) considera que, en cuanto a la medicina, la misma “(…) no debe
ser solo él “corpus” de las técnicas de la curación y del saber que éstas requieren;
desarrollará también un conocimiento del hombre saludable” (Foucault, 1996, p. 61). Así, en
la gestión de la existencia humana, toma una postura normativa, que no la autoriza simplemente
a distribuir consejos de vida prudente, sino que la funda para regir las relaciones físicas y Morales
del individuo y de la sociedad en la que él vive. Se sitúa en esta zona marginal, pero, para el
hombre moderno, soberana, en la cual una cierta felicidad orgánica comunica en pleno derecho
con el orden de una nación, el vigor de sus ejércitos, la fecundidad de su pueblo y la marcha
paciente de su trabajo.

Por otro lado, Foucault (1996) menciona que, hasta finales del Siglo XVIII, lo normal permanece
implícito en el pensamiento médico, siendo un punto de referencia para situar y explicar la
enfermedad. Para el Siglo XIX, se convierte en una figura en pleno relieve, a partir del cual la
experiencia de la enfermedad tratará de ser ilustrado; en tanto que el conocimiento fisiológico va
a instalarse en el centro de toda reflexión médica.

BIBLIOGRAFIA

Foucault, M. (1996). Una conciencia política. En Foucault, M. (1996). El nacimiento de la clínica.


(pp. 42-61). Ed. Siglo XXI: Buenos Aires.

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