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Elementos constitutivos

de las sociedades contemporáneas


Una revisión inicial
Gustavo A. Pontoriero (coord.)
Juan Pablo Bubello
Romina Rodríguez
Susana Yazbek

Fundación Simón Rodríguez


Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas : una
revisión inicial / Gustavo Adrián Pontoriero ... [et al.] ; compilado
por Gustavo Adrián Pontoriero. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de
Buenos Aires : Gustavo Adrián Pontoriero, 2017.
114 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-42-4210-5

1. Historia. 2. Sociología. 3. Ciencia Política. I. Pontoriero, Gusta-


vo Adrián II. Pontoriero, Gustavo Adrián, comp.
CDD 303

© 2017 Los autores


© Fundación Simón Rodríguez

Queda hecho el depósito que previene la Ley 11.723.


Impreso en Argentina – Printed in Argentina

ISBN 978-987-42-4210-5

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Índice

Prólogo 9

Las interpretaciones de lo social 11

Orden, cooperación y conflicto


35
en las sociedades contemporáneas

Pobreza, desigualdad y exclusión social 57

La sociedad contemporánea y el nuevo orden


mundial: cambios e innovaciones desde mediados 81
del siglo XX hasta la actualidad
Prólogo
Este volumen tiene como objetivo presentar al estudiante
los elementos esenciales para el análisis de la sociedad
contemporánea a través de distintas miradas sobre la realidad
económica, social y política.
En el primer capítulo, Juan Pablo Bubello nos introduce
a los conceptos básicos del análisis social, al hacer hincapié
en la dinámica planteada por la antítesis entre orden y
conflicto. El autor se concentra en los aportes que han
ofrecido Auguste Comte, Karl Marx, Max Weber y Talcott
Parsons, representantes de distintos enfoques teóricos,
para interpretar los modos de articulación entre los grupos
sociales, las relaciones entre Estado y sociedad, los motores
del cambio social y el papel del individuo en dicho contexto.
El segundo trabajo aborda la problemática original que
involucró a los seres humanos en su intento de generar
condiciones apropiadas en términos de seguridad y
posibilidades de supervivencia y reproducción. En tal
sentido, Gustavo Pontoriero analiza las distintas formas de
organización que se han dado los grupos humanos en la
búsqueda de un orden que hiciera posible la cooperación
entre conglomerados cada vez más numerosos. En esta
línea, explora los cambios introducidos con el ascenso del
liberalismo y la ampliación de la participación política y el
reconocimiento de derechos a grupos cada vez más amplios
de la sociedad. En relación a estos procesos, focaliza su
atención en la evolución de los partidos políticos y las
organizaciones sindicales.
Romina Rodríguez contribuye con un estudio del origen de
la pobreza y la exclusión social en el mundo contemporáneo,
en el tercer capítulo de la obra. Toma en consideración distintos
aportes teóricos y empíricos, desde los autores clásicos de
la sociología y la economía de los siglos XIX y XX hasta la
producción de los organismos internacionales relacionados
con la temática. Finalmente, se concentra en los procesos

Prólogo 9
generadores de la marginalidad, la desigualdad y la exclusión
social, prestando especial atención a la difusión del ideario
neoliberal y al progresivo retiro del Estado de Bienestar en las
últimas décadas del siglo XX.
En el cierre del volumen, Susana Yazbek estudia
pormenorizadamente el despliegue del nuevo escenario
internacional construido desde el fin de la Segunda Guerra
Mundial hasta el estallido del bloque soviético entre 1989 y
1991. Con este fin, nos presenta los caminos que recorrieron
vencedores y vencidos durante la reconstrucción de
posguerra, los primeros pasos de la unidad europea, el
clima sofocante de la Guerra Fría y las repercusiones del
conflicto Este-Oeste en los países periféricos. La autora
destaca las transformaciones científicas y tecnológicas
que acompañaron este proceso durante la segunda
mitad del siglo XX y su impacto en la vida cotidiana,
analizando, paralelamente, las reacciones culturales que se
desarrollaron en distintos campos de la expresión artística.
Por último, dado el carácter introductorio del libro, se han
omitido las citas para facilitar la lectura. Cada capítulo concluye
con una mínima bibliografía de consulta que permite ampliar
los conceptos examinados en la obra.

10 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


Las interpretaciones de lo social
Juan Pablo Bubello

Introducción
El hombre es un ser social. Para sobrevivir como especie
y garantizar su reproducción, ha creado, a partir de cierto
momento de su evolución, diversos tipos de sociedades. Pero
estas no son estáticas. Una de las características centrales
de todas las agrupaciones humanas es que cambiaron con
el devenir del tiempo, transformándose y complejizándose
—desde las de los antiguos cazadores y recolectores ancestrales
hasta las actuales donde vivimos—. Así, la peculiaridad
misma de la sociabilidad humana es el cambio, un proceso
permanente de transformación en la historia.
Este proceso de cambio ha sido y es complejo: cada sociedad
no solo se transforma y modifica respecto de sí misma, sino
que, además, se va diferenciando de otras. Se engendran
constantemente actividades, acciones, prácticas, ideas,
representaciones, intereses y valores diversos que motivan
conflictos no solo al interior de cada grupo humano, sino entre
las diversas sociedades que jalonan toda la historia.
Existe gran consenso en que las causas principales del
conflicto social son económicas, en el sentido de la lucha
constante que se establece por la producción, control y
apropiación de bienes materiales que son siempre escasos.
Pero también se ha señalado con acierto que la puja puede
emerger en pos de adquirir bienes escasos no económicos
valorados positivamente en un marco histórico específico:
por ejemplo, educación, conocimientos, prestigio, influencia,
autoridad, etcétera.
El problema del conflicto dentro de los conglomerados
humanos depara su correlato, el del orden. Ello, pues una y

Juan Pablo Bubello 11


otra vez surgen intentos efectuados para canalizar, encausar,
regular o limitar de alguna forma los conflictos.
Podría decirse, entonces, que todo el devenir de la vida en
sociedad desde sus orígenes se caracteriza, por las tensiones
constantes entre esos dos opuestos totalmente irreconciliables:
el conflicto y el orden.
En este marco encontramos que, desde el siglo XIX,
los distintos intelectuales interesados en problematizar
la dinámica social han tratado de entender, comprender,
dilucidar y explicar sus orígenes, composición, características,
cambios y continuidades. Si los debates han sido muy arduos,
aplicando una ordenación cronológica podemos distinguir
hacia mediados del siglo XIX la conformación de un modelo
primigenio —el positivista—, construido por el francés Auguste
Comte (1798-1857). Luego, la emergencia de los dos más
grandes enfoques de cuño germano: el materialista-dialéctico
de Karl Marx (1818-1883) y el racional-individualista de Max
Weber (1864-1920). Por último, del período posterior a la
Segunda Guerra Mundial, el enfoque estructural-funcionalista
del estadounidense Talcott Parsons (1902-1979).
Por supuesto, no pretendemos aquí agotar todas las
intervenciones desplegadas a lo largo de más de un siglo
y medio por otros especialistas en el área de los estudios
sociales. Solo enfatizaremos los enfoques que consideramos
han sido representativos y originales respecto del abordaje de
la “sociedad” como objeto de estudio.

El positivismo de Comte
Auguste Comte consideraba que, a semejanza de un
organismo animal o vegetal, en toda sociedad sus diversos
elementos componentes estaban tan entrelazados que
carecían de dinámica propia. La totalidad social se mantiene
en un conjunto armónico gracias a la interrelación e
interdependencia de sus partes constitutivas.
Sin embargo, exaltó también que las agrupaciones
humanas no son estáticas. Por el contrario, han ido

12 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


progresando a lo largo de la historia. La causa de esto radicaba
en que las reglas que definen la formación de los fenómenos
sociales eran las mismas que las de los fenómenos físicos.
Así, concibió la existencia de leyes invariables que orientan
las sociedades en sentido progresivo y positivo, desde lo más
simple a lo más complejo.
En el marco de esta “física social”, entendió entonces, que
la revolución, el conflicto y los antagonismos se absorbían
finalmente en la armonía de la sociedad considerada como un
todo.
Como corolario, Comte estableció tres grandes etapas,
fases o estadios de ese progreso humano, que denominó,
respectivamente, “teológico”, “metafísico” y “positivo”.
La fase teológica se regía por el concepto de orden y
se basaba en el desarrollo de la religión y sus respectivas
instituciones. Como el pensamiento humano estaba por
entonces determinado por la teología, el hombre concebía
a la naturaleza de las cosas como efecto de la acción directa
y continua de agentes sobrenaturales. El universo no se
encontraba gobernado más que por los actos de la voluntad
de Dios y, hacia abajo —en una escala jerarquizada—, de
seres dotados con vida e inteligencia como arcángeles,
ángeles, demonios, etcétera. En el plano político, la estructura
jerárquica de la sociedad se asentaba sobre la aceptación
pasiva de las desigualdades en función de esas creencias
religiosas —la afirmación “es voluntad de Dios”, por caso,
sería bien representativa—. El ejemplo clásico de esta etapa lo
constituyeron las sociedades en el mundo feudal.
La etapa metafísica era una fase de transición
inmediatamente subsiguiente a la anterior. Se caracterizaba
por las doctrinas liberales y democráticas que encarnaron
en el concepto de progreso. El hombre concebía ahora a los
hechos del mundo como el resultado de abstracciones que se
realizaban en la historia, es decir, fuerzas realmente existentes
en el interior de los cuerpos materiales concretos donde
residen y que, a su vez, interactúan produciendo fenómenos

Juan Pablo Bubello 13


en función de tendencias y predisposiciones específicas. Ese
“espíritu crítico” había conducido, según Comte, a la crisis
político-social que se expresa en la gestación y concreción de
procesos de cambio revolucionarios altamente conflictivos
y cuestionadores del orden. El ejemplo clásico es —en este
punto— la Revolución Francesa de 1789.
Al estadio positivo —período contemporáneo a la vida de
Comte— el sociólogo francés lo asimiló con la superación
de la dicotomía “orden-progreso” de las dos etapas previas
—identificadas, por oposición a esta tercera y última fase,
con lo “negativo”—. Era, entonces, el momento del orden y
del progreso: la sociedad rescataba la organicidad religiosa
de la primera fase y la ciencia progresista de la segunda. Para
mantener un desenvolvimiento armónico de las agrupaciones
humanas, el orden se alcanzaba merced a la constitución de
un Estado sólido garante del respeto de las instituciones que
—al mismo tiempo— promovía el progreso irreversible a partir
de la ciencia y el conocimiento. Es decir, en esta fase el hombre
combinaba la razón, la observación, el método científico y la
acumulación de saberes para entender las leyes efectivas que
gobiernan el desenvolvimiento del mundo. El espíritu positivo
pone así fin a la crisis desatada por la Revolución Francesa.
Resumiendo, para Comte, la sociedad humana se
desenvuelve bajo dos aspectos: uno estático —el orden—
y otro dinámico —el progreso—. En el cruce de ambos,
se produce un desarrollo ordenado, de acuerdo con leyes
sociales naturales. Como la sociedad es un todo ordenado —y
opera igual que un ser biológico animal o vegetal— cada una
de sus partes cumple funciones específicas naturalmente y
en función del todo, siendo entonces imprescindibles para el
funcionamiento general. El progreso evolutivo del organismo
social tiene una tendencia general histórica inmodificable,
pudiendo solamente las acciones humanas retardar o acelerar
dicha evolución, pero nunca modificarlo por sí mismas.

14 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


Karl Marx y el materialismo histórico
Para Marx, el elemento central del análisis de la sociedad
es el conflicto. En su enfoque, es desde la dinámica del
conflicto que hay que entender y explicar los cambios en
la historia. Postuló que las sociedades atraviesan etapas,
siempre superándose respecto de la anterior. El motor de esos
cambios son las luchas entre opuestos, que se incrementan
hasta el punto del estallido de una crisis. La salida a la crisis
es un cambio de tipo cualitativo, es decir, una síntesis hacia el
estadio o fase siguiente de la historia.
Marx enfatizó, por ende, la necesidad de dejar atrás una
visión idealista y avanzar en la comprensión materialista de
la historia.
En el enfoque idealista —o utópico—, los movimientos se
concebían como el producto de la acción de un sujeto o un
grupo de individuos que impulsaban el cambio histórico-
social basándose exclusivamente en sus deseos, valores o
creencias —morales, religiosas, irracionales, sentimentales,
sobrenaturales—. Empero, Marx subrayó que los hombres,
en sus búsquedas constantes por controlar la naturaleza,
transformar el mundo que les rodea y proveerse de los
medios indispensables de subsistencia, actúan condicionados
siempre por las circunstancias materiales en las que se
insertan. Es desde este enfoque, el materialismo histórico, que
ha de reconocerse, primero, la existencia de leyes de la historia
y, luego, accionar racionalmente basándose en la observación
y la experiencia, para avanzar eficazmente en el sentido del
devenir de los dinámicos y complejos procesos históricos.
En este marco, Marx destacó un punto importante: el
carácter generador de riqueza del trabajo humano como factor
clave a tener en cuenta en el análisis inicial de lo social. Es
decir, los individuos, con su fuerza de trabajo, crean riquezas
materiales buscando garantizar su reproducción. Por lo tanto,
el hombre es esencialmente un ser productor, lo cual lo
distingue del resto de los animales. Pero, además, se organiza
con sus semejantes para producir. De ahí que el trabajo
-Toda relación social: conflicto
-La historia cambia x la acción del hombre (critica enfoque idealista) Juan Pablo Bubello 15
-Comprender la sociedad capitalista a través de la historización de tal y
proponer una alternativa.
humano es el cimiento de la vida social en la medida en que
establece un nexo, relación o vínculo directo entre producción
y organización social.
Dado que la particularidad de la fuerza de trabajo humana
es que puede generar bienes por encima de lo que se necesita
para subsistir y/o garantizar su reproducción, ese proceso de
creación de riqueza no sólo ha sido siempre colectivo, sino
que además tampoco ha sido —ni es— pacífico: surge en el
seno del conflicto.
Es que Marx enfatiza que, a lo largo de la historia, fuerzas
sociales antagónicas han pujado entre sí, en función de
sus respectivos intereses, para apropiarse de los medios de
producción que permiten crear esos bienes materiales.
Precisemos que los medios de producción están integrados
en el enfoque marxista por los objetos sobre el cual los
hombres trabajan —por ejemplo, materias primas— y los
medios de trabajo que fabrican y utilizan a tales fines —por
caso, herramientas, maquinarias—. En la explicación de Marx,
la clase social que se apropie de los medios de producción
en una sociedad dada, está en condiciones de imponerse
sobre otra y hacer que trabaje para ella: esa dominación
económico-social implica la explotación de la clase oprimida
por la opresora.
Se habla de explotación de clase, pues, en esa dinámica
conflictiva, se establecen relaciones sociales de producción
entre las clases sociales, en función de la propiedad o no de
los medios de producción. Y, en ese marco, la clase propietaria
dominante se queda con la mayor parte del producto
—expresado en términos de valor— generado con su fuerza
de trabajo por la clase dominada no propietaria. Como,
reiteramos, el trabajo humano es capaz de producir más
bienes —valor— que los que necesita para garantizar su
reproducción, es precisamente esa plusvalía lo que se apropia
la clase dominante y la enriquece.
Por lo tanto, la sociedad, para Marx, se constituye con clases
sociales, identificadas a partir de la propiedad o no de los

16 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


medios de producción, que se encuentran enfrentadas entre sí.
En este marco, entonces, el conflicto en la sociedad es definido
como la consecuencia de la lucha de clases, verdadero motor
del cambio histórico-social.
Precisemos puntualmente ahora qué es una clase social.
Una clase social se define por dos aspectos: uno objetivo
y otro subjetivo. En primer término, toda clase es un grupo
social estadístico de individuos que comparten una forma
de vida en función del lugar que ocupan en las relaciones de
producción de riquezas materiales. Esa posición, en la base
“Clases”:
económica misma de la estructura social, es la condición
-Aspecto objetiva de su existencia como clase —o clase en sí—. Pero, en
objetivo segundo lugar, la percepción que los miembros constituyentes
(clase en
sí)
de esa clase tienen de sí mismos y de sus intereses objetivos
-Aspecto —que son a su vez diferentes a los de otras clases—, implica
subjetivo
su conciencia de clase —clase para sí—, lo cual deviene en el
(clase
para sí) establecimiento de nexos, relaciones, unión, solidaridad y
creación de organizaciones socio-políticas específicas.
Así, los aspectos objetivo y subjetivo dan contenido a la
existencia de una clase social en sí y para sí.
La clase no es una entidad inmodificable a lo largo del
tiempo. Por el contrario, se constituye y reconstituye una y
otra vez, en la práctica, al calor de la dinámica del conflicto.
Esto último quiere decir que, en el marco de la lucha de clases
en el devenir mismo de la historia, las clases van cambiando y
transformándose —por ejemplo y como ampliaremos abajo,
si bien la burguesía emergió en un lapso temporal concreto
de la Europa occidental, a su vez se ha ido modificando con
el transcurrir de los siglos hasta alcanzar sus características
actuales en el marco del capitalismo maduro contemporáneo—.
Las relaciones sociales de producción que se establecen
entre las clases conforman la estructura económica de las
sociedades. Pero, como en el despliegue de la historia, las
relaciones sociales de producción van también no sólo
transformándose sino además complejizándose a partir de
la lucha de clases y el desarrollo de las fuerzas productivas

Juan Pablo Bubello 17


—conformadas por la fuerza de trabajo humana, los
instrumentos y máquinas utilizados, formas de cooperación
social de trabajo específicas y medios de producción
empleados—, los cambios en las estructuras económicas dan
lugar a formas diferentes organización humana. Es decir, lo
económico determina lo social.
En este punto, precisemos que Marx no descuidó
tampoco integrar a su explicación las instituciones
jurídico-políticas, el Estado, el derecho, la ideología y la
cultura, la religión, etc., a las que definió conjuntamente
como la superestructura de la sociedad que se erige sobre la
base estructural económico-material.
La función fundamental de esa superestructura es perpetuar
—de diversas formas— las condiciones económicas vigentes
en una sociedad dada en un momento histórico preciso.
Por ejemplo, como en el plano ideológico/cultural, la
clase económicamente dominante está en condiciones de
imponer sus ideas al resto de la sociedad, Marx subraya
que no es la conciencia de los hombres la que determina la
realidad, sino que, por el contrario, la realidad social es la que
determina su conciencia. Asimismo, en relación al caso del
Estado-Nacional burgués decimonónico, considerará que no
es más que una herramienta o instrumento de dominación de la
clase burguesa capitalista, pues con él se pretende monopolizar
la violencia para imponer un orden socio-económico y una
ideología funcionales al sostén de la superioridad de esa clase
sobre las otras.
Estructura y superestructura dan encarnadura pues a la
dinámica de la sociedad en la explicación marxista.
Ahora bien: ¿qué relación existe entre estructura y
superestructura? Aquí emergen al menos, dos visiones. Una
interpretación marxista ortodoxa enfatizó que los cambios
en la estructura determinaban directa o indirectamente y
en forma mecánica el cambio en la superestructura política,
ideológica, religiosa, artística y/o filosófica. Sin embargo,
existe consenso actual en que, aunque en última instancia la

18 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


explicación del cambio histórico-social siempre esté anclada a
la dinámica del devenir económico-material en el enfoque de
los marxistas, la estructura y la superestructura se determinan
recíprocamente en interacción dialéctica.
Así pues, desde estas nociones y conceptos básicos
—“materialismo histórico”, “trabajo”, “medios de producción”,
“plusvalía”, “clase”, “relaciones sociales de producción”,
“estructura” y “superestructura”—, durante la segunda mitad
del siglo XIX y hasta su muerte, Marx fue desplegando una
explicación histórica de larga duración para comprender los
orígenes, características, dinámica y contradicciones de la
sociedad capitalista —que era su principal objeto de estudio
e interés—.
En este sentido, señaló que, en algún momento del
pasado, surgió la división social del trabajo —uno manual
y otro intelectual— entre los hombres, lo cual les permitió
incrementar la productividad —generar más cantidad de
bienes materiales en menos tiempo de trabajo—. Así, esos
individuos primitivos estuvieron en condiciones de acumular
excedentes de riqueza por encima de su necesidad mínima
colectiva. En las primeras sociedades humanas, ese excedente
acumulado motivó que algunas personas buscaran controlarlo
y acapararlo para sí y, desde ahí, obligar a otros a trabajar para
ellos. Se generó entonces paulatinamente una división de
clases en función de relaciones sociales de producción —cada
vez más asimétricas—, pues quedaron los que generaban las
riquezas con su mero trabajo manual y los que finalmente
terminaban acaparándolas, apropiándose de los medios de
producción y solo haciendo el trabajo intelectual.
A partir de esta división social del trabajo, Marx propuso
que a partir de la transformación de las estructuras y
superestructuras sociales puede hablarse de diversos modos
de producción específicos: además del “asiático”, nominó otros
tres que se sucedieron específicamente en lo que llamamos la
tradición occidental —“antiguo”, “feudal” y “capitalista”—.

Juan Pablo Bubello 19


Precisemos que la dinámica del tránsito de un modo de
producción a otro se explica por el desarrollo de las fuerzas
productivas en la estructura social, que, en algún momento de
su devenir histórico, entran en contradicción con las relaciones
de propiedad de los medios de producción vigentes en ese
momento. Se producen así las condiciones para el derrumbe
del modo de producción vigente —que integra la estructura y
la superestructura de dicha sociedad— y para la consecuente
emergencia de uno nuevo.
Marx subraya que, al principio, los hombres primitivos no se
diferenciaban por el tipo de trabajo que realizaban. No existía
tampoco la propiedad privada y las relaciones económicas
entre los humanos eran simétricas. Es que, en función de
una división del trabajo todavía arcaico —sobre todo, por su
bajo desarrollo tecnológico—, las poblaciones de cazadores
y recolectores apenas podían producir bienes por encima
del nivel mínimo de su subsistencia. Comían lo que habían
cazado o recolectado; se vestían con lo que ellos mismos
habían fabricado con pieles de animales, etcétera. Por ende,
la superestructura de esas sociedades era generalmente de
tipo tribal, elemental, basada en una rudimentaria formación
jerárquica de autoridades —ejercida por ancianos o jefes
políticos/religiosos—.
Durante la Antigüedad emergió un modo de producción
complejo, basado en una estructura económica ahora
asociada a la propiedad de tipo comunal y/o estatal. Es que
como diversos grupos de poblaciones se fueron reuniendo
en lugares ecológicamente establecidos y favorables para
desarrollar actividades agrícolas —sobre todo a la vera de
ríos y lagos—, surgieron lentamente las primeras ciudades. El
desarrollo necesario y consecuente de las fuerzas productivas
basadas en avances tecnológicos concretos —por ejemplo el
control de las aguas y desarrollo de canales a fin de irrigar los
cultivos— posibilitó la acumulación de mayores excedentes
económicos. Entonces, se generalizó la asimetría social a
partir del surgimiento de la propiedad privada, en la medida

20 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


en que una minoría se erigió en propietaria de los medios
de producción —básicamente, grandes extensiones de tierra
de cultivo y/o pastoreo, materias primas, aguas, etcétera—.
A su vez, esa minoría estableció una superestructura social
novedosa, basada en formas estatales de gobierno para
controlar el territorio y las poblaciones que lo habitaban —
por ejemplo, las polis griegas—, para dominar desde allí al
resto de los miembros de la comunidad. Desde esos Estados
antiguos impulsaron —y legitimaron ideológicamente—
la esclavitud de los trabajadores manuales —la mayoría
del resto del conjunto social—. Sujetaron así a esos no-
propietarios a una mera función de generadores de riquezas
materiales merced a su trabajo manual y, al mismo tiempo, se
garantizaron la apropiación de la mayor parte del excedente
de valor —plusvalía— para sí. Por ende, se incrementó la
división del trabajo y surgió la lucha de clases —en este modo
de producción, entre los hombres libres versus esclavos—.
La tercera forma fue el modo de producción feudal. La
esclavitud se redujo a expresiones marginales y se sustituyó
lentamente por la generalización de las relaciones sociales
de producción servil en el seno mismo de las propiedades
feudales. La propiedad privada de la tierra se fragmentó,
surgiendo los señoríos en los ámbitos rurales. Cada
señorío era la base de sustentación del poder económico
y político de la clase feudal. Pero, pese a su fragmentación
territorial, la clase dominante en conjunto, compuesta
por esos señores nobles —laicos y eclesiásticos—, no
trabajaba ni generaba por sí bienes materiales. Así,
para garantizar su reproducción como clase social,
explotaban la fuerza de trabajo de la clase campesina
—clase productiva no propietaria de los medios de
producción— sometiéndolos para ello a relaciones
de servidumbre. Como la economía campesina era
autosustentable —el campesino medieval no producía para
el mercado ya que fabricaba por sí todo lo que necesitaba
para su reproducción al tener acceso directo a las materias

Juan Pablo Bubello 21


primas y a la fabricación de sus propias herramientas—, se
le obligaba a producir excedentes materiales. El excedente
de bienes —plusvalía— creados por la fuerza de trabajo
campesina en su condición servil, era apropiado por los señores
merced a vías extraeconómicas —es decir, lisa y llanamente
el uso de la violencia manu militari—. Paralelamente, a nivel
superestructural, ante la inexistencia de Estados fuertes, las
instituciones de la religión cristiana eran las encargadas de
reforzar ideológicamente el poder de la clase señorial sobre
el campesinado —sobre todo, difundiendo la teoría de los
Tres Órdenes con la que se buscó legitimar el orden impuesto
al establecer que la sociedad se dividía idealmente entre “los
que oran, los que guerrean y los que trabajan”—. Por ende, la
lucha de clases en los espacios rurales se dirimió entre señores
nobles —laicos y eclesiásticos— y campesinos siervos. Ahora,
esa sociedad feudal era todavía mucho más compleja que las
ancestrales sociedades antiguas. Pues, por su parte, en los
todavía incipientes espacios urbanos, surgió la propiedad
corporativa, donde los artesanos se agruparon por oficios y se
estableció una división del trabajo todavía poco desarrollada
entre maestros oficiales y aprendices jornaleros —emergiendo
también aquí la lucha de clases—. Pero, fundamentalmente en
estos mismos marcos urbanos, surgió lentamente la actividad
de una —todavía elemental— burguesía de tipo mercantil,
cuyas actividades comerciales fueron abandonando los
ámbitos locales para pasar a la escala regional. Más aún, a partir
de los siglos XV-XVI, el desarrollo de las fuerzas productivas
permitió a esos burgueses superar paulatinamente las
capacidades técnicas y productivas de los oficios tradicionales
urbanos y acumular mucho más capital, explotando para
ello la fuerza de trabajo de una incipiente mano de obra
asalariada, urbana y rural, y aprovechando las posibilidades
de mayor intercambio que ofrecía la apertura de nuevos
mercados tras el descubrimiento de las rutas transoceánicas.
Así, paulatinamente, los burgueses se fueron organizando
a partir de intereses comunes de clase y enfrentaron a

22 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


los señores. Para ello, impulsaron diversas y complejas
estrategias a lo largo de los siglos, en un proceso que ha sido
definido como de transición del feudalismo al capitalismo
—entre otros, desarrollo de la protoindustria rural para la
explotación de fuerza de trabajo campesina bajo condiciones
asalariadas, inversiones destinadas a la compra de extensas
porciones de tierra que habían sido previamente arrebatadas
a los campesinos por los señores merced a los cercamientos
o enclosures, desarrollo mercantil del tráfico trasatlántico de
hombres en condiciones de esclavitud entre África y América,
establecimiento de colonias y puertos de comercio a escala
global, acaparamiento de los metales preciosos descubiertos
en América por la vía comercial o el saqueo, desarrollo de
la “revolución agrícola” que tecnológicamente permitió
incrementar la cantidad de alimentos disponibles para
venderlos en el mercado, y/o directamente apelar al uso de
la violencia político-militar antiseñorial: motines, revueltas,
revoluciones, etcétera—. Aunque se verificó la aplicación
de una o algunas de estas estrategias burguesas en diversas
regiones de Europa occidental, es en Inglaterra donde casi
todas se dieron al mismo tiempo, transformándola en la
primera sociedad capitalista de la historia.
La cuarta es el modo de producción capitalista basado
en la propiedad privada absoluta. Si bien la transición del
feudalismo al capitalismo abarcó varios siglos —al menos,
entre los siglos XV y XVIII, desarrollándose lo que Marx llamó
acumulación originaria—, sin duda la clase burguesa se erige,
ya en la sociedad europeo-occidental totalmente capitalista
del siglo XIX, en propietaria de los medios de producción —
terratenientes dueños de extensiones de tierras dedicadas
a producción primaria de bienes, empresarios urbanos
propietarios de fábricas generadoras de manufacturas,
banqueros tenedores de capitales financieros que son
prestados a tasas de interés—. Desde ese lugar, anclado en la
propiedad privada, la burguesía se consolidó como la nueva
clase opresora —sustituyendo a la antigua clase feudal—.

Juan Pablo Bubello 23


Desarrolló entonces como instrumento de su dominación de
clase a los modernos Estados nacionales —sobre todo para
garantizar la propiedad privada merced a la aplicación del
derecho y la construcción del aparato burocrático-represivo
estatal—. Paralelamente, buscó instalar los principales valores
de su ideología burguesa —basados en el “ahorro”, la “libertad”,
el “respeto a la ley”, el “trabajo”, la “educación”, el “talento”,
la “competencia”, el “esfuerzo personal”, la “aspiración de
ascenso social”, etcétera— merced a sus periódicos —medios
de comunicación—, partidos políticos y/o la escuela estatal,
etcétera. Por su parte, los no propietarios de los medios de
producción —la clase obrera dominada— se integró con la
inmensa mayoría de la sociedad —eran todos los productores
que fueron despojados de sus medios tradicionales de
subsistencia—: básicamente, los trabajadores rurales y los
obreros urbanos. Así, se generalizan las relaciones sociales de
producción asalariada. Es que, a la clase obrera, desprovista
de la propiedad de los medios de producción, sólo le quedó
su fuerza de trabajo para vender al capitalista a cambio de un
salario —el trabajo ahora se transformó en una mercancía más,
es decir, se compra y se vende en el mercado—. Ello, por cuanto
el producto generado con su esfuerzo laboral —los bienes
materiales— era —y es— apropiado por la clase burguesa
en el ámbito mismo de la esfera de la producción capitalista
—la que se desarrolla en las fábricas urbanas o en las unidades
de producción rural—. La burguesía acumula así crecientes
riquezas materiales, explotando la fuerza de trabajo de la clase
obrera. Esa plusvalía se realiza finalmente en la esfera de la
circulación —es decir, en el mercado—. En este marco, a los
obreros no les queda otra opción que comprar en ese mismo
mercado los bienes materiales que necesitan para intentar
garantizar su reproducción —y que ellos han elaborado con su
fuerza de trabajo en la esfera de la producción—. Por ende, en
la medida en que la clase burguesa se apropió y se apropia de
la plusvalía, en términos sistémicos la clase obrera no está en

24 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


condiciones de superar y/o salir de su condición de pobreza
material en el marco del modo de producción capitalista.
Precisemos una última cuestión. Si, en su análisis de la
dinámica histórica del modo de producción capitalista, Marx
identificó dos grandes clases sociales enfrentadas entre sí —la
burguesía y la clase obrera—, no dejó de señalar la existencia,
al interior de cada una, de fracciones de clase.
Es que si la clase burguesa estaba integrada tradicionalmente,
inclusive desde tiempos medievales, por la burguesía mercantil
—dedicada al comercio de compra y venta de bienes— y la
burguesía financiera —prestamistas y especuladores con
dinero—; al madurar el capitalismo se sumó la burguesía
industrial —conformada por los grandes propietarios de
fábricas y empresas—. La pequeña burguesía, paralelamente,
estaba constituida por pequeños comerciantes, tenderos y
artesanos. Aunque estas fracciones pudieran tener intereses
económicos enfrentados y pujas puntuales entre sí, todas
poseían un objetivo común: mantener el sistema capitalista
para afianzar a su clase en el poder, asegurar la propiedad
privada y desde ese lugar explotar la fuerza de trabajo obrera.
En más de una ocasión, las diferentes fracciones de la burguesía
que competían entre sí en el marco del modo de producción
capitalista, se unieron a su vez contra los movimientos
revolucionarios de los trabajadores que buscaban defender
sus intereses e inclusive intentar derrumbar el mismísimo
sistema —por ejemplo, en los sucesos de Francia acaecidos en
1848 y 1871—.
Por su parte, en la clase obrera también se pueden distinguir
fracciones que son consecuencia de las transformaciones
históricas del modo de producción capitalista: la “aristocracia”
obrera, los obreros no especializados y, en sus márgenes, el
lumpenproletariado. Marx observó que, cuando se consolidó el
capitalismo industrial, surgió una aristocracia obrera integrada
por trabajadores especializados que gozaron de privilegios
económicos —mejores salarios, beneficios, etcétera— y que,
por ende, apoyaron políticamente al sistema capitalista. Pero, a

Juan Pablo Bubello 25


su vez, esta fracción de la clase obrera se mantuvo en conflicto
con otra históricamente preexistente: la mayor parte de los
obreros no especializados que sufrían las consecuencias directas
de la explotación de clase y que, entonces, sobreviviendo como
podían en la miseria material a la que quedaban confinados,
no les quedaba otro camino que efectuar una revolución
—los objetivos de esta eran, fundamentalmente, apropiarse
de los medios de producción, eliminar la propiedad privada
burguesa y derribar la sociedad capitalista poniendo fin a su
modo de producción—. Marx también señaló la existencia
de lo que definió como lumpenproletariado, conformado
por individuos que sobreviven en situación de pobreza muy
extrema sin trabajo asalariado regular o con trabajo eventual
dentro del sistema capitalista —es decir, el grupo conformado
por los indigentes, los desocupados, los trabajadores precarios,
los marginales, las prostitutas, etcétera—.

El individualismo-racional en Max Weber


Al enfoque eminentemente socio-histórico del marxismo
—que si bien no desconoce las acciones individuales de los
hombres, las subsume a un comportamiento colectivo en
función de las leyes de la historia, la dinámica objetiva de la
lucha de clases y las condiciones materiales de existencia—,
Max Weber añadió un énfasis en los elementos individual y
racional con el fin de comprender la acción social y el análisis
de las relaciones sociales en términos, además de económicos,
también político-ideológicos. Su punto de partida es entonces
el propio individuo y sus actos, entendiendo la sociedad como
el conjunto de individuos racionales que actúan sobre ella.
En este marco, el concepto de dominación entre los hombres
emerge —como veremos— en el aspecto central de su teoría.
Pero antes precisemos que, para Weber, cada acción del
hombre está definida por algún tipo de sentido subjetivo, es
decir, aquel que cada individuo le da a sus propios actos en
su calidad de actor social. Como, para actuar en sociedad, los
hombres evalúan en forma racional las conductas de sus pares,

26 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


tratan de prever o de anticipar las eventuales reacciones del
otro o de los otros. Por racional, entendió entonces que se trata
de aquel comportamiento humano que alcanza exitosamente
el fin que se propone, basándose en el conocimiento de los
hechos merced a la utilización de los medios pertinentes.
Ahora, las motivaciones de las conductas individuales
pueden, además de lo racional, estar vinculadas a otros
factores: sentimientos, emociones, obediencia a costumbres
arraigadas, creencias, valores. Más aún: el análisis de lo social
pretende tornarse más complejo pues Weber sostiene que, en
muchos casos, en la dinámica de la interacción humana, dos
o más de estas motivaciones pueden aparecer reunidas en la
conducta de un mismo individuo.
Por ende, en este marco, identificó cuatro tipos ideales —o
esquemas modélicos de carácter teórico— de acción social: la
“acción social con arreglo a fines”, la “acción social con arreglo
a valores”, la “acción afectiva” y la “acción tradicional”.
La acción social con arreglo a fines implica las conductas
humanas guiadas por un objetivo particular. Si bien estas
acciones cada individuo las asume como propias, en realidad
son respuestas individuales a las expectativas que han sido
creadas previamente y provienen de la exterioridad social.
La acción social con arreglo a valores implica todas las
acciones humanas motivadas por asuntos morales o religiosos
que carecen de la búsqueda de objetivos precisos.
La acción afectiva se determina a partir de acciones
humanas basadas en sentimientos.
La acción tradicional implica todas las conductas del
hombre que se asientan en la costumbre, es decir, la repetición
de acciones efectuadas por sus ancestros.
Así, Weber entiende que un orden social puede asentarse
sobre la base de la aceptación voluntaria por cada individuo
a la autoridad y, la consecuente obediencia a las reglas,
disposiciones e imperativos que de ella emanan.
Rechaza entonces la idea de que todas las formas de dominio
entre los hombres se remitan a motivos exclusivamente

Juan Pablo Bubello 27


económicos o materiales vinculados al objetivo de la
explotación de clase. Enfatiza, empero, que pueden verificarse,
también, ciertos tipos de interacciones humanas donde el
orden social no necesariamente es conflictivo, en la medida que
los actores involucrados aceptan la legitimidad de la autoridad
a causa de una o múltiples motivaciones individuales. Se trata,
pues, del establecimiento de relaciones sociales basadas en
causas político-ideológicas.
Como corolario, Weber propone la existencia de tres tipos
ideales de dominación: el “tradicional”, el “carismático” y el
“racional”.
El tipo de dominación tradicional se corresponde con la
autoridad que se ejerce sobre la base del respeto irrestricto de
las costumbres. Las personas manifiestan obediencia a aquel
que se erige en garante de la tradición y este, a su vez, legitima
su autoridad en la medida en que preserva la continuidad de
las conductas humanas ancestrales dentro del grupo social.
Caso típico es el dominio patriarcal.
El tipo de dominación carismático surge en los momentos
de crisis, cuando un caudillo, portador de condiciones
socialmente consideradas extraordinarias —heroicidad o
coraje bélico, misticismo religioso o facultades mágicas, poder
de oratoria, inteligencia, etcétera— obtiene la legitimidad de
su autoridad para dominar al conjunto social. En la medida
que el resto de los hombres no poseen esas condiciones fuera
de lo común, aceptan voluntariamente el sometimiento de
sus acciones a la autoridad del caudillo —jefe guerrero, brujo,
profeta, etcétera—. Este liderazgo es altamente inestable,
pues el líder carismático debe, una y otra vez y en cada
ocasión necesaria, demostrar al grupo su condición, don o
característica sobresaliente. En el caso de fallar, rápidamente
pierde su autoridad.
El tipo de dominación racional se basa en relaciones
sociales donde las órdenes son dictadas en forma impersonal
y objetiva y los que ejercen la autoridad sobre el conjunto
la asientan en la legitimidad que otorga el orden social ya

28 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


establecido. La dominación burocrática moderna, racional, es
el ejemplo típico de este tipo de dominación, pues los sujetos
aceptan los imperativos impuestos en las normas, ordenanzas,
reglamentos, códigos y leyes.
Pero también Weber rechaza la idea de que los componentes
de la sociedad puedan clasificarse en términos exclusivamente
materiales y/o de clase y propone una estratificación social
más compleja señalando que interactúan al menos tres
dimensiones: la clase, el prestigio y el poder.
En el enfoque weberiano, la clase se compone de un cierto
número de individuos que en la sociedad comparten ciertos
parámetros comunes. El primero es la propiedad, en el sentido
de la posibilidad de disponer —o no— de capitales, patrimonio,
bienes y/o rentas que les permiten el acceso a determinados
niveles de consumo y ahorro y, por ende, el eventual aumento
de más posesiones; el segundo es el interés lucrativo, en cuanto
a las posibilidades de direccionar los procesos productivos en
función de la propia influencia en la toma de decisiones en el
mercado; el tercero, es el parámetro social, es decir, en función
de las dos precedentes, la posición del individuo para iniciar
su actividad productiva teniendo en cuenta, también, el paso
de las generaciones previas.
La dimensión del prestigio remite a la situación estamental
de un individuo en sociedad más que a una identificación
de clase. Se basa en el criterio de la posesión de ciertas
características valoradas en una sociedad dada como
superiores —y que no necesariamente tienen relación con
bienes materiales o económicos—. Implica la manifestación
de un modo de vida determinado en función de, por
ejemplo, integrar determinado linaje, obtener cierto nivel
de educación, una pertenencia étnica o religiosa específica,
ejercer determinada profesión, practicar actividad militar
regularmente o integrar las redes gubernamentales del Estado.
Los individuos que comparten estas características se nuclean
en torno a los llamados estamentos —estamento religioso,

Juan Pablo Bubello 29


estamento militar, etcétera— para consolidar, desde ese
círculo específico, su status social.
La dimensión del poder implica el grado de probabilidad
que un hombre o un conjunto de hombres tienen de imponer
al resto su voluntad o influirlos y, entonces, dirigirles sus
acciones en beneficio propio o personal. El ejemplo en este
caso es la organización de partidos políticos, pues el integrar o
pertenecer a ellos otorga a un individuo acceso al ejercicio de
la voluntad de poder sobre otros.
Entonces, para Weber, la interacción de las tres
dimensiones en el marco de lo social permite definir
a un individuo por su situación material —clase—, su
adquisición de prestigio o status social —estamento— o
su participación en grupos de poder tendientes a imponer
objetivos idealistas o materiales —partido—.
Precisemos que en este enfoque weberiano, es claro que
la adquisición de poder no necesariamente se relaciona
con la propiedad de bienes económicos o materiales, sino
que también puede estar vinculado a la ostentación de
determinado honor o prestigio social y/o la posesión de
mecanismos políticos de influencia social. Asimismo, en el
plano de lo social, puntualicemos que las tres dimensiones
no necesariamente están taxativamente separadas —un
individuo con prestigio puede ser influyente en lo económico,
aun cuando carezca de gran cantidad de bienes materiales; o un
hombre que pertenece a un partido político puede, desde allí,
mejorar su situación material aprovechando los mecanismos
políticos que le permite su adscripción partidaria—.

Talcott Parsons:
el enfoque estructural-funcionalista
Para Talcott Parsons la sociedad es un sistema en equilibrio
y autorregulado, donde el orden social se sostiene en el
consenso y respeto de las normas y valores que la propia
sociedad se brinda para guiar las acciones individuales.

30 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


El elemento clave de su enfoque implica una teoría de la
acción del hombre, donde la sociedad queda definida como un
“sistema de acciones”.
Parsons interpreta que los hombres son actores sociales
y que sus acciones están dentro del marco que delimitan las
normas sociales legitimadas por consenso. Y aunque cada
individuo actúe motivado por las expectativas del rol que
desea cumplir en la sociedad a fin de mejorar su posición
social, esas expectativas están ceñidas a los límites impuestos
por las normas.
Ese sistema de normas y valores que una sociedad se otorga
a sí misma puede dividirse en cuatro grandes subsistemas,
donde cada uno establece aquello que será aceptado —o no—
de las acciones de los hombres —si bien Parsons los presenta
analíticamente por separado, enfatiza que en la práctica todos
funcionan conjuntamente—.
El primer subsistema es el de la adaptación y está relacionado
a la economía. Son todas las normativas de las conductas
humanas tendientes a insertar al individuo en las actividades
económicas en función de su adaptación a las divisiones del
trabajo social.
El segundo es el de logro a fines y está vinculado a la política.
Son las normas relativas a la facilitación de las expectativas
individuales, a partir del establecimiento de un sistema de
recompensas y premios vinculados a las prácticas políticas.
El tercer subsistema es de integración, relacionado a lo
normativo-legal. Son todas las normas jurídicas explícitas que
la sociedad se otorga para regular las conductas individuales
—leyes, reglamentos, códigos, entre otras—
El último es el subsistema de mantenimiento de pautas y
control de tensiones latentes, vinculado a la socialización del
hombre y los valores. Por un lado, son todos los procesos
de socialización del individuo merced a las actividades de
aprendizaje en el marco, por ejemplo, de las escuelas; por
otro, son los mecanismos de control social de las conductas
individuales imperantes en una sociedad.

Juan Pablo Bubello 31


En este marco, Parsons entiende que todas aquellas
conductas individuales que no se ajusten a las normativas
sociales no son entendidas en términos de conflicto, sino
como anomias —es decir, conductas socialmente enfermas—.
Asimismo, subraya que el funcionamiento adecuado de esos
subsistemas normativos y de socialización de los hombres son
los que imponen el control de las conductas y, merced a sus
interrelaciones y sus autorregulaciones, tienden al sostén del
equilibrio social general.
Vayamos a un ejemplo concreto. Como los hombres en
sociedad actúan cumpliendo diversos roles, un individuo es
al mismo tiempo padre, hijo, hermano, amigo, obrero, jefe,
cliente, proveedor, etc. La sociedad en la que despliega sus
acciones en función de esos roles ya ha creado todo un sistema
normativo que preestablece las expectativas esperadas de sus
respectivas conductas. Esas expectativas se socializan en el
individuo merced a diferentes caminos: el aprendizaje escolar,
normas y leyes sancionatorias, los mecanismos de control
social, etcétera.
Por último, señalemos que la estratificación social en este
esquema parsoniano se asienta, entonces, en la evaluación
de las conductas de las personas y en los roles que va
desempeñando en función del sistema de normas y valores
que la sociedad se otorga. Es decir, conforme un individuo,
como fruto de sus acciones, va adquiriendo recompensas
—positivas o negativas— a lo largo de su vida en función
del orden normativo imperante, emerge todo un sistema
social de ordenación estratificada autorregulada, quedando
el desarrollo de eventuales conflictos dentro de los límites
socialmente impuestos.

Conclusiones
Dado que el hombre es un ser social y ha creado diversos
tipos de sociedades, han surgido a lo largo del último poco
más de siglo y medio enfoques diversos para comprender a la
sociedad como objeto de estudio e investigación.

32 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


Las cuatro perspectivas abordadas aquí, en orden
cronológico de aparición —comtiana, marxista, weberiana
y parsoniana—, dan cuenta de la complejidad del fenómeno
social y de la cantidad de factores que intervienen para
comprender su característica, dinámica, cambios,
continuidades, estructura, contradicciones, etcétera.
Si bien existe consenso en que la más importante causa
o motivación del conflicto social es de orden económico
—pues la lucha por los bienes materiales o económicos que
son escasos es un denominador común verificable en las
sociedades a lo largo del tiempo—; no ha de perderse de
vista, tampoco, que las pujas también pueden emerger en
función de la adquisición de bienes escasos no económicos
que son valorados positivamente en un contexto histórico
específico y/o sociedad particulares —por ejemplo,
educación, conocimientos, prestigio, influencia, etcétera—.
Paralelamente, los abordajes en torno al conflicto dentro de la
sociedad depararon la elaboración de reflexiones intelectuales
diversas sobre lo que emerge como su correlato directo: el
orden —es decir, todos los intentos efectuados para canalizar,
encausar, regular o limitar de alguna forma dichos conflictos—.
En síntesis: Auguste Comte, Karl Marx, Max Weber y Talcott
Parsons han desarrollado en relación a la sociedad como objeto
de estudio sus pensamientos, reflexiones y aportes, generando
escuelas de interpretación específicas que, con excepción del
enfoque positivista del primero —que ha sido totalmente
superado por la investigación empírica posterior—, continúan
vigentes a la fecha, generando intensos debates y nuevos y
múltiples problemas de investigación.

Juan Pablo Bubello 33


Referencias bibliográficas
Tom Bottomore y Robert Nisbet (comps.), Historia del
análisis sociológico, Buenos Aires, Amorrortu, 1988.
Auguste Comte, Discurso sobre el espíritu positivo, Madrid,
Alianza Editorial, 1980.
Anthony Giddens, Política, Sociología y Teoría Social.
Reflexiones sobre el pensamiento social clásico y contemporáneo,
Barcelona, Paidós, 1997.
Karl Marx, Crítica de la Economía Política, Buenos Aires, El
Quijote, 1946.
Karl Marx, El Capital, Madrid, Akal, 1977.
Karl Marx, La lucha de clases en Francia, Buenos Aires,
Ateneo, 1984.
Talcott Parsons, El Sistema Social, Madrid, Alianza Editorial,
1999.
Talcott Parsons, Ensayos de Teoría Sociológica, Buenos Aires,
Paidós, 1967.
Max Weber, Conceptos sociológicos fundamentales, Madrid,
Alianza Editorial, 2010.
Max Weber, Economía y Sociedad, Buenos Aires, Siglo XXI,
1944.
Max Weber, Ensayos sobre metodología sociológica, Buenos
Aires, Amorrortu, 1982.

34 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


Orden, cooperación y conflicto
en las sociedades contemporáneas
Gustavo A. Pontoriero

1-Una síntesis de la búsqueda del orden


y la cooperación como respuestas al conflicto
en las sociedades humanas
El orden como cohesión interna de los primeros
grupos humanos
La cuestión del “orden” debe ser entendida como la
necesidad de organizar la vida colectiva de un grupo humano,
con el objetivo principal de garantizar la seguridad, la
supervivencia y la reproducción ampliada del mismo. Desde
los orígenes mismos de la Humanidad, este ha sido el primer
cometido de los agrupamientos humanos, los cuales oscilaban
entre los 100-150 individuos, según el historiador Yuval Noah
Harari, a quien seguimos en el desarrollo de este capítulo.
Esta limitación era una problemática compartida con
otras especies animales y surgía de la dificultad para entablar
relaciones estrechas entre los integrantes del grupo, condición
básica para mantener la cohesión, los acuerdos y las jerarquías
al interior del mismo. Sólo mediante el contacto directo entre
los integrantes era posible sustentar la confianza necesaria
para organizar la defensa del grupo frente a peligros externos,
las actividades de caza y recolección que aseguraban la
provisión de alimentos y el respeto o la lealtad a los individuos
que habían alcanzado el reconocimiento como líderes. Sin el
contacto directo y cotidiano con cada uno de los miembros, la
fuerza del grupo se debilitaba y se producía la división. Cuando
esta fractura tomaba forma, desaparecía la cooperación y se
instalaba la desconfianza, el enfrentamiento y la lucha por
los territorios y el sustento. Nuestros antepasados lograron

Gustavo A. Pontoriero 35
Los seres humanos pudieron haber nacido
Nomadismo 0 - 8000/10000 ac 4 millones ac en Africa (Lucy)

quebrar aquel umbral crítico recurriendo a realidades


imaginadas que hicieran posible la colaboración entre cientos,
miles y, finalmente, millones de personas que no se conocían
entre sí. Los mitos religiosos, políticos y económicos sentaron
las bases de un nuevo contexto que, gradualmente, facilitó
una asociación a escala cada vez más amplia. Estos canales
de cooperación social fueron facilitados por el desarrollo
del lenguaje, una herramienta flexible, precisa y altamente
expandible, que cimentó los lazos entre individuos y grupos
que ya no tendrían un vínculo cotidiano.
La cantidad y la calidad de la información producida,
transmitida y almacenada, comenzaron a crecer de modo
ilimitado a partir de entonces y marcaron para siempre la
Lenguaje evolución de la Humanidad. Esta “revolución cognitiva”, como
articulado
la califica Harari, se tradujo en una multiplicación de nuevas
estrategias y adelantos técnicos que impactaron en la forma
de vida, la religión, el comercio y la organización social. Este
proceso, bastante acelerado aunque gradual, confluyó en la
“revolución agrícola” que, hace unos 10.000 años, se convirtió
en el segundo gran salto dado por los humanos. Los primeros
grupos cuyo orden para la seguridad, la supervivencia y la
reproducción había sido establecido por las necesidades
de la recolección y la caza, el nomadismo y las condiciones
ambientales, cambiaron su modo de organización a partir de
esta transformación. La intervención de las manos del hombre
en el cultivo de algunas plantas y la cría de animales impulsó la
superación paulatina de aquella etapa, a medida que las tareas
requeridas para la preparación de la tierra para la siembra,
la construcción de sistemas de riego y todos los cuidados
necesarios hasta la cosecha, absorbían cada vez más tiempo y
generaban nuevas formas organizativas de la producción y la
vida social. Algo similar sucedía alrededor de la domesticación
y aprovechamiento de los primeros animales que fueron parte
de este proceso. En distintos puntos del planeta, sin conexión
entre sí, se fueron desarrollando fenómenos equivalentes y
hacia el siglo I a.C. la mayoría de las personas se dedicaban

36 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


a actividades productivas vinculadas a la agricultura y la
ganadería. El éxito de la “revolución agrícola” estuvo dado
por la seguridad que otorgó para obtener más alimentos y se
evidenció en el crecimiento de la población. Estos cambios en
las condiciones de vida implicaron, sin embargo, una cantidad
de adaptaciones que significaron el ingreso a un nuevo orden.

El orden como organización a escala local y regional


La “revolución agrícola” generó un proceso de concentración
de la creciente población en las primeras aldeas y ciudades,
algunas de las cuales llegarían a contar con miles y miles
8000/10000 - de habitantes. La nueva situación implicó un proceso de
1700 ac especialización en las tareas que tendría implicancias en la
estratificación social, en los cultos religiosos, en la burocracia
civil, y en la distribución del poder militar y político. La
invención de distintos sistemas de escritura en varios puntos
del planeta —en la Mesopotamia, Egipto, el Cercano Oriente,
China o América precolombina, entre otros— acompañó esta
evolución del orden a escala local y regional. La capacidad
-Aparición de
la propiedad
de recoger, transmitir y almacenar información requirió de
privada herramientas flexibles para llevar registros de la producción,
- el almacenamiento, el pago de tributos, las actividades
Sedentarism
o
comerciales, etc. Al disponer por primera vez de excedentes
suficientes como para sostener las nuevas estructuras, el
orden surgido de estas innovaciones sentaría las bases para
el control del territorio circundante y zonas cada vez más
alejadas de cada núcleo poblacional. Al quedar atrás la etapa
de una economía de reciprocidad y trueque, la concentración
demográfica y el aumento de la especialización en el trabajo
marcaron el pasaje a una etapa de expansión del comercio
que tarde o temprano daría origen a las distintas formas
de dinero que conoció la Humanidad. Una economía más
compleja ya no podía basarse en el trueque, que solamente
podía ser utilizado para una cantidad bastante limitada de
productos y servicios. Así, el dinero en sus diversas formas
—cacao, sal, tabaco, granos, pieles, moneda— permitió unir

Gustavo A. Pontoriero 37
a una cantidad de extraños que tenían algo para ofrecer con
aquellos que lo necesitaban o deseaban. Para ello, se requería
de una “revolución” en la manera de entender las relaciones
económicas, comerciales y financieras que fuera compartida
por todos, más allá de las diferencias que podían existir entre
las comunidades humanas que habían alcanzado cierto grado
de organización. Esa nueva forma de pensar fue otro caso de
confianza colectiva en un mecanismo imaginado y adoptado
progresivamente por personas absolutamente desconocidas
entre sí. El paso del tiempo demostraría que fue el medio más
efectivo y universal de generación de relaciones de confianza.
A medida que muchas personas, y sobre todo autoridades
políticas respaldaron la utilización de las diversas formas
de dinero en cada época y lugar, garantizando su valor y
autenticidad, la tendencia se hizo irreversible. Desde la antigua
Anatolia y a través de la expansión de Roma, de las conquistas
del Islam y de las potencias europeas, las monedas de plata
y oro se convirtieron en la mayor realidad imaginada, siendo
continuada hasta el presente por otras monedas y formas de
pago electrónico aceptadas internacionalmente.
Advertíamos anteriormente que la cooperación social a
gran escala requería de un “adhesivo” que permitiera llevar
adelante las tareas requeridas por una organización que
incluyera a personas que no se conocían entre sí, logrando
que se sintieran parte de un proyecto común. Las creencias y
rituales religiosos cumplieron en ello un papel fundamental,
junto a los mecanismos económicos y políticos que se irían
consolidando a la par. Los hallazgos arqueológicos de los
últimos veinte años demuestran que en épocas tan antiguas
como el 10.000 a.C. se destinaron esfuerzos monumentales
para la construcción de enormes estructuras de piedra
destinadas a reuniones ceremoniales. Estas evidencias nos
permiten afirmar que los rasgos culturales de los grupos
humanos en transición del nomadismo al sedentarismo eran
mucho más complejos que lo que se ha aceptado de manera
corriente. Dichos trabajos de construcción implicaban el

38 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


esfuerzo de cientos y miles de personas, de modo coordinado,
mientras otros tantos garantizaban el suministro de alimentos
para todos.
El trabajo agrícola-ganadero implicó la reducción de
movimientos de la población que debía permanecer fijada a los
terrenos que requerían de un cuidado continuo, la protección
de las cosechas almacenadas y de los productos elaborados
a partir de las materias primas obtenidas. Los tiempos se
ajustaron al ciclo de la tierra e implicaron una nueva mirada
Manejar el sobre las previsiones necesarias frente a las amenazas de las
ciclo sequías, las inundaciones o las pestes. No solo los factores
estacional
climáticos adquirieron una importancia fundamental sino
también el ataque de otros grupos dedicados al saqueo y
al pillaje. Se tornó imprescindible aumentar las obras de
infraestructura que resguardaran el trabajo invertido durante
meses en las tareas rurales así como destinar recursos para la
construcción de muros defensivos y la creación de unidades
militarizadas. En este punto, las posibilidades de cooperación
social requirieron de un orden diferente, que propugnara
principios de organización más “universales” que, en parte
debían ser impuestos y en parte imaginados como reales, para
alcanzar el objetivo de la supervivencia y la proyección en el
tiempo. La consolidación de creencias y rituales alrededor
de la existencia de un orden más allá de lo humano cobró
fuerza a medida que dicha supervivencia dependía del favor
de los “dioses” de la Naturaleza para que fuesen benignos y
retribuyeran la adoración y las ofrendas con las condiciones
necesarias para obtener los mejores frutos de la tierra. Los
relatos míticos y el panteón se plagaron de historias que
sostenían la preexistencia de un orden sobrenatural que
imponía normas y obligaciones a cumplir en el mundo terrenal.
De alguna manera, se constituyeron en la legitimación de los
Se
organiza
órdenes sociales y políticos que se fueron instalando en las
un orden primeras grandes comunidades agrícolas que dispusieron
jerarquico de los excedentes necesarios para solventar los costos de
las nuevas élites religiosas, militares y administrativas. Al

Gustavo A. Pontoriero 39
comienzo predominaron distintas formas de animismo
pero a medida que la revolución agrícola se extendió hasta
convertirse en un proceso sin retorno, las nuevas divinidades
Cultos a la de la fertilidad, el sol, la lluvia o el rayo adquirieron un papel
naturaleza
Religiones
central. La mayoría de los relatos mitológicos presentaban la
politeístas relación entre dioses y humanos bajo las formas de un contrato
a partir del cual los primeros otorgaban a los segundos el
favor de la dominación sobre plantas, animales y demás
recursos naturales, exigiendo a cambio obediencia, fidelidad,
la realización de rituales de adoración, la construcción de
grandes templos y la entrega regular de ofrendas y sacrificios.
La expansión del territorio que abarcaban las ciudades-estado
y los primeros reinos otorgaron a una cantidad de dioses un
poder superior a los que respondían a pequeños cultos locales
o aquellos relacionados con los distintos clanes. Si bien estos no
Para
legitimar el desaparecieron del todo, los dioses encargados de los grandes
orden asuntos se convirtieron en las típicas deidades predominantes
jerárquico
nacen las
en todos los sistemas politeístas, convertidos en el código
religiones religioso común hasta el siglo I d.C., con pocas excepciones.
monoteísta En esta línea, el nuevo orden construido por los humanos se
s-Fueren
elegidos x
legitimó cada vez más como reflejo del orden sobrehumano
dios correspondiente al mundo de las divinidades, con sus roles,
-Son dioses sus jerarquías, sus poderes y sus relaciones. Ese nuevo orden,
-Son el hijo
de dios construido y alimentado a lo largo de siglos, se nutrió de
imposiciones que, generalmente, establecieron divisiones
bastante rígidas entre una minoría privilegiada y otros grupos
definidos como subalternos, según diversos criterios.
El nuevo encuadre político surgido del crecimiento de las
llamadas “ciudades-estado” y la consolidación de los primeros
reinos e imperios de la antigüedad impulsaron la búsqueda
de un marco legal de carácter universal, que regulara las
1700 ac - relaciones entre las personas y el Estado y entre los individuos
1600 dc entre sí, según el orden imaginado en cada caso. El Código
de Hammurabi (Babilonia, 1776 a.C.) es uno de los modelos
que toma Yuval Harari para apreciar cómo se presentó ese
intento de reordenamiento en la antigua Mesopotamia. El rey

40 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


Hammurabi afirmaba que el texto legal le había sido inspirado
por los principales dioses mesopotámicos para instaurar la
justicia, castigar a los delincuentes y proteger a los débiles.
Establecía una clasificación estricta de la sociedad, dividida
en tres grupos (nobles, plebeyos y esclavos) con rígidas
diferencias. Algo similar se imponía al interior de cada familia
donde también se reflejaba la jerarquía basada en el género,
con el predominio de varones sobre mujeres. Los costos de la
nueva estructura administrativa debían ser sufragados a través
de los tributos que las normas establecían, lo cual supuso la
ampliación del personal dedicado al control de la recaudación
y al castigo de los infractores. Durante siglos, los campesinos,
artesanos y comerciantes tratarían de sobrevivir a la insaciable
presión fiscal de la élite gobernante o de los conquistadores
que, alternativamente, imponían condiciones a la población.
Pero este nuevo orden imaginado requería no solamente
de coerción y violencia para el cumplimiento de las normas,
sino también de una fuerte dosis de aceptación tanto de las
clases subalternas como de las élites dirigentes. Debía creerse
también en una misión específica y gloriosa a cumplir, en
los dioses, el honor, la memoria o la tierra de los ancestros,
en síntesis, en una gama de ideas, sentimientos y valores que
permitieran el funcionamiento de estructuras claramente
desiguales. Una parte muy importante de la producción
intelectual desde la Antigüedad hasta la modernidad fue
dirigida a presentar el orden humano vigente en cada lugar
como el resultado de la acción divina o de las leyes naturales. El
papel que cumplieron las religiones como el cristianismo y el
islamismo fueron fundamentales en este sentido al establecer
la base ideológica sobre la cual se asentó el orden socio-político
en una gran parte de Europa, Asia y África, antes de expandirse
hacia América y Oceanía. La acción de los gobernantes y las
clases privilegiadas se dirigía así mantener el orden social y
evitar cambios que pudieran amenazar la solidez del mismo.
Esta actitud afectaba gravemente las posibilidades de explorar
y avanzar en conocimientos nuevos que permitieran la

Gustavo A. Pontoriero 41
transformación del mundo pero el peso de las tradiciones y
del orden establecido no fueron suficientes para frenar la
“revolución científica” que completó el ciclo iniciado con el
salto dado a partir de la cooperación humana a gran escala
con la “revolución cognitiva” y la “revolución agrícola”.

El orden como organización a escala nacional y global


El final de la Edad Media en Europa occidental abrió
camino a la construcción de un nuevo orden social,
económico y político que diera continuidad a las expectativas
1600 dc -
actualidad
de seguridad, supervivencia y expansión de las distintas
comunidades humanas. El ocaso del feudalismo presenció el
Descubrim surgimiento de procesos de concentración del poder político
iento de en algunas regiones del antiguo mundo europeo, dando pie a
América /
Revolució
la consolidación de Estados modernos que basaron su poder
n científica en el absolutismo como doctrina política, la consigna de la
unidad religiosa y cultural, la soberanía territorial, la expansión
del comercio y una burocracia civil y militar más estable y
numerosa. España, Portugal, Francia, Inglaterra y los Países
Bajos fueron los estados europeos que marcaron el paso de esta
nueva etapa, mientras que diversas circunstancias demoraron
procesos similares en Italia o Alemania, por ejemplo.
Luego de una ardua etapa de unificación nacional, no
exenta de conflictos muy serios de orden religioso, cultural y
económico, los europeos impulsaron una expansión a nivel
global que los llevaría al dominio mundial, entre los siglos XV
y XIX. Pueblos diversos, con lenguas y culturas absolutamente
ajenas entre sí, pasaron a formar parte de grandes unidades
políticas cuyos límites eran prácticamente indefinidos en su
Capitalismo etapa de crecimiento. Los modernos imperios protagonizaron
: así un proceso de unificación y fusión de amplios sectores
Relaciones
asalariadas del planeta, incluyendo a territorios y población sin conexión
de entre sí en un orden político, económico y cultural homogéneo.
producción
y propiedad
Los imperios crecieron de la mano de la ciencia moderna,
privada resultado de una actitud curiosa e inquisitiva guiada por la
idea de progreso, y el avance incontenible del capitalismo.

42 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


La utilidad de los nuevos descubrimientos fue la base para
la articulación gradual entre ciencia, tecnología y desarrollo
industrial. Los imperios destinaron cada vez más recursos
para sostener la investigación y el desarrollo de nuevos medios
de transporte, fuentes de energía y tecnología de uso civil y
militar. Los inversores privados que buscaban beneficiarse
con los descubrimientos geográficos, los productos exóticos,
el tráfico de esclavos y el control del crédito y del comercio se
convirtieron en uno de los pilares fundamentales del proceso
expansivo del capitalismo. Tanto las sociedades científicas
como el crédito privado acompañaron a las expediciones
que buscaban ampliar los horizontes del mundo conocido,
con objetivos claros de conquista y expansión del comercio,
mientras acumulaban una enorme cantidad de datos sobre
la geografía, la flora, la fauna y las comunidades humanas
desconocidas para los europeos hasta ese entonces. No todas
las expediciones alcanzaban sus objetivos, incluso muchas se
perdían por factores climáticos, accidentes, enfrentamientos
armados con enemigos conocidos o desconocidos, o
sencillamente fracasaban ante los enormes riesgos que
tomaban. Dado que los capitales requeridos para tales
operaciones eran enormes, no todos los gobernantes podían
disponer de los recursos necesarios para financiarlos y existía
un límite claro para el aumento de los tributos.
La solución fue hallada a través de la creación de sociedades
anónimas por acciones, como la Compañía Holandesa de
las Indias Orientales y su posterior réplica vinculada a los
negocios en las Indias Occidentales, que dieron la pauta de
los caminos que seguiría la expansión europea en África,
Asia y América del Norte. El crédito barato obtenido por las
compañías por acciones, radicadas en Londres, financió más
tarde la supremacía británica sobre holandeses y franceses,
la cual extendió su control sobre casi una cuarta parte del
planeta, incluyendo a la India, Sudáfrica, Australia y América
del Norte, entre otras numerosas posesiones.

Gustavo A. Pontoriero 43
Azúcar, tabaco, algodón, esclavos, caucho, cacao, trigo,
café, plata, oro, hierro, carbón, petróleo, opio, se convirtieron
alternativamente en objeto de comercialización y ofrecieron
oportunidades de rentabilidad para los miles de accionistas
que se sumaban a lo que parecía ser un sendero de progreso
ilimitado. Ante la imposibilidad de que el Estado o un único
gran inversor privado costeara las operaciones de gran alcance
que requería este nuevo orden de escala global, la alianza entre
el poder diplomático-militar de los imperios y el capitalismo
se instaló progresivamente como resultado del éxito de sus
prácticas. El crecimiento de la economía global favoreció, a la
vez, la tendencia a un cierto equilibrio que, si bien beneficiaba
claramente a algunos actores del sistema internacional,
parecía establecer reglas de juego compartidas alrededor
de las ideas de libre comercio, seguridad jurídica y reparto
imperialista. Si bien la construcción de este nuevo orden
internacional no había estado exenta de conflictos graves
como las disputas coloniales entre España, Francia, Holanda
e Inglaterra o las mismas guerras napoleónicas, la situación
tendió a un equilibrio bajo la supremacía británica, entre 1840
y 1914, pese al ascenso amenazante de nuevas potencias como
el Imperio Alemán o los Estados Unidos de América.
Dicha estabilidad sería barrida por la Gran Guerra, la crisis
de Wall Street y la destrucción masiva provocada por la Segunda
Guerra Guerra Mundial. De las cenizas humeantes de Europa surgiría
Fria un esquema de relaciones internacionales cimentado en el
accionar de la Organización de las Naciones Unidas (1945),
entidad surgida de la voluntad de las potencias vencedoras
con el objetivo de mantener la paz mundial mediante la
resolución pacífica de los conflictos. Sin embargo, desde sus
orígenes, la ONU debió convivir con el nuevo enfrentamiento
que encuadró el orden internacional en la segunda mitad del
siglo XX: la Unión Soviética y el bloque comunista de Europa
Oriental, por un lado; y los Estados Unidos y sus aliados de
Europa Occidental, por el otro. El resto de los países fluctuaría
entre distintas posiciones que iban desde la alianza directa con

44 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


alguno de los dos bloques hasta la creación de un Movimiento
de Países No Alineados.

2- Los actores sociopolíticos y sus organizaciones


de representación e interés como articuladores
y canalizadores de demandas
Las revoluciones liberales de los siglos XVII al XIX
introdujeron en la mayoría de los países europeos y en
América un orden sociopolítico basado en la división de
poderes —tanto bajo formas republicanas como en el
contexto de monarquías parlamentarias—, la participación
política con diversos grados de restricción —por edad, género,
nivel de instrucción, nacionalidad, status socioeconómico,
características étnicas y religiosas, entre otras— y un conjunto
de garantías individuales respaldadas por las leyes y el Estado.
Sin embargo, amplios sectores de la población permanecían
en condiciones de vida muy desfavorables, tanto entre las
masas campesinas que aún constituían un segmento clave
en países en los cuales la industrialización avanzaba muy
lentamente, como en el proletariado urbano de Inglaterra,
Francia y Alemania, por ejemplo. Así, mientras el Antiguo
Régimen aristocrático se desvanecía o se reconvertía, según los
casos, para dar paso a la sociedad capitalista y sus grupos más
dinámicos, la nueva configuración liberal se fue consolidando
aunque no estuviera exenta de conflictos de orden social y
político. En este apartado, analizaremos la evolución de los
actores sociopolíticos y sus organizaciones representativas
como herramientas fundamentales del desarrollo de dichos
conflictos en la sociedad contemporánea.

Los partidos políticos


Si bien en algunos contextos históricos anteriores a las
revoluciones liberales se suele hablar de “partidos” al referirse,
por ejemplo, a la lucha entre “optimates” y “populares”
durante la crisis de la República Romana o a los conflictos
entre “güelfos” y “gibelinos” en tiempos medievales, esas

Gustavo A. Pontoriero 45
denominaciones se relacionan más con una lucha de facciones
que a mecanismos de representación y participación política
ampliada, generalmente reflejados en los partidos modernos.
En los tiempos del Antiguo Régimen todavía asistimos a
los enfrentamientos entre facciones de carácter clientelar
agrupadas detrás de personajes influyentes en las cortes
europeas, pero recién a partir de las revoluciones liberales y
la expansión del juego parlamentario se fueron consolidando
nuevas estructuras que están en los orígenes de los partidos
políticos. Las revoluciones de 1688 en Inglaterra y 1789 en
Francia habilitaron el ingreso a una nueva etapa en la cual
la soberanía popular fue reconocida gradualmente como
fuente del poder político. Era el fin de la sociedad estamental
y se requerían nuevas formas de organización política que
reflejaran la complejidad de la sociedad industrial. Así, al
ser reconocido el derecho de asociación y representación,
los partidos políticos se articularon como las herramientas
apropiadas para representar las diferentes posiciones
sectoriales en las estructuras parlamentarias que se fueron
consolidando, en tanto y en cuanto la lucha por el derecho al
sufragio fue obteniendo victoria tras victoria en el continente
europeo. Un proceso paralelo, inspirado en el triunfo de la
revolución norteamericana de 1776 y su modelo republicano,
así como en los procesos europeos mencionados, se extendía
gradualmente en las antiguas colonias españolas que iban
obteniendo su independencia en el resto del continente
americano, en las primeras décadas del siglo XIX. Las sucesivas
reformas electorales permitieron la expansión del sufragio a
sectores más amplios de la población, cambiaron la forma de
desarrollar la actividad política y la metodología para obtener
los votos necesarios, base fundamental del poder de los
partidos.

46 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


Origen y clasificación de los partidos políticos
Existe una gran variedad de teorías sobre el origen de los
partidos políticos pero, en términos generales, las mismas
pueden agruparse en tres modelos: a) la teoría institucional;
b) la teoría de las crisis; y c) la teoría de la modernización.
En el primer caso, los autores han vinculado el surgimiento
de los partidos políticos con la emergencia de estructuras
parlamentarias y la ampliación del sufragio, como ya hemos
señalado. En el segundo, las rupturas de diversa índole
—enfrentamientos religiosos, económicos, regionales,
sociales— se constituyen en el punto de partida para la
conformación de los partidos. Por último, los procesos de
modernización darían origen al surgimiento de nuevos
sectores sociales, la transformación de sectores de la
élite que deciden buscar apoyo electoral en la sociedad,
el incremento de los medios masivos de comunicación y
cambios tecnológicos que se reflejan, finalmente, en una
transformación del escenario político.
En síntesis, como ya señalamos al comienzo de este
apartado, y como punto de intersección de la literatura
vinculada a un u otra de las teorías mencionadas, los partidos,
como organizaciones destinadas a participar del juego
político para alcanzar posiciones de gobierno, se desplegaron
y crecieron gradualmente con el fin de la sociedad estamental.

El partido de cuadros o de notables


La primera etapa de la ampliación del voto se caracterizó por
la vigencia del “sufragio censitario” que solamente permitía la
participación de aquellos individuos que estaban inscriptos en
un “censo electoral”, derecho al que accedían si cumplían con
ciertos requisitos de carácter económico, social, educativo,
religioso y de género. En los Estados Unidos, el régimen
federal instituido a partir de la sanción de la Constitución de
1783 dejaba en manos de cada estado la facultad de legislar
sobre el régimen, dando lugar a modelos censitarios que
restringieron el voto a los hombres blancos, con determinada

Gustavo A. Pontoriero 47
posición económica (definido por ingresos o propiedad
inmueble) y nivel de instrucción. Estos criterios excluyeron
a mujeres, negros y nativos americanos del sistema electoral
hasta la promulgación de la Ley de Derechos Civiles (1964) y la
Ley de Derecho al Voto (1965). En Francia, los representantes
del Tercer Estado en la Reunión de los Estados Generales y
los integrantes de la Asamblea Nacional Constituyente de
1789 fueron elegidos por voto censitario (hombres mayores
de 25 años que pagaran impuestos) y un principio similar fue
incorporado a la Constitución de 1791. Si bien la Constitución
de 1793 eliminó el sufragio censitario, ésta nunca llegó a
ser aplicada y la legislación posterior reintrodujo el criterio
censitario hasta su reemplazo por el sufragio universal
masculino, en 1848, durante la Segunda República.
Según Maurice Duverger, las condiciones de participación
política vigentes en esta etapa dieron lugar a los llamados
“partidos de cuadros” o “de notables”, formados a partir
de grupos de parlamentaristas, los cuales carecían de una
estructura organizativa centralizada y de un padrón de
afiliados ni realizaban elecciones internas, etc. El control
del partido y la toma de decisiones se circunscribía a los
miembros del grupo dirigente que, usualmente, ocupaban
los cargos públicos y gozaban de una amplia autonomía
de movimientos, basándose en su fortuna personal, su
posición social, su nivel educativo y la red de vínculos con
las élites dirigentes, desarrollada gradualmente a partir de las
relaciones comerciales, profesionales, culturales, religiosas, de
amistad o parentesco. Los miembros activos de estos partidos
eran simpatizantes con poder económico y prestigio en cada
localidad o región, cuyo derecho al voto les permitía brindar
apoyo a los distintos candidatos y ser representados por
ellos en sus ideas e intereses. Estas estructuras funcionaban
solamente en tiempos electorales y sobrevivieron hasta la
llegada del sufragio universal y de la democracia de masas,
siendo el mecanismo principal de las actividades políticas
durante la etapa primitiva de la historia de los partidos.

48 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


Los partidos de masas
Durante el último tercio del siglo XIX y principios del XX, se
desarrolló un proceso de ampliación del sufragio que condujo
a una realidad absolutamente diferente de hacer política. La
conquista de los derechos políticos fue parte de una lucha
más amplia en la cual venían teniendo fuerte protagonismo
organizaciones sindicales, movimientos sociales y entidades
religiosas, con el auspicio de una parte importante de la
prensa. Por ejemplo, en el caso de Gran Bretaña, los partidos
Liberal y Conservador, formados en la etapa anterior, fueron
desafiados por la nueva realidad del Partido Laborista
(1900), surgido de la alianza de un grupo de sindicatos.
Los laboristas ingresaron activamente a la escena política
británica y a comienzos de los años veinte ya habían superado
a los liberales en las elecciones generales. A diferencia de los
partidos de cuadros o de notables, los partidos de masas se
organizaron mediante una estructura vertical y jerárquica,
integrada por una amplia base de militantes —muy activos
en las tareas organizativas, en la difusión ideológica y en
las acciones directas como la huelga o las demostraciones
callejeras, siendo a la vez aportantes económicos a través de
sus cuotas de afiliación—, las estructuras intermedias como
los comités municipales y regionales, y finalmente una mesa
directiva nacional. Su ideología era más definida que en la
etapa anterior ya que debían responder a los intereses de la
base social, entre quienes reclutaban a sus seguidores y de
dónde, como decíamos, obtenían los recursos para financiar
su estructura organizativa y sus actividades. Los partidos
socialdemócratas europeos se construyeron a partir de este
modelo y alcanzaron gradualmente un lugar protagónico en el
escenario político, resistiendo los vaivenes del convulsionado
siglo XX y proyectando su influencia en todo el mundo.

Gustavo A. Pontoriero 49
Los partidos multisectoriales o “atrapa-todo”
(“catch-all”)
De todos modos, la evolución de los sistemas democráticos
produjo modificaciones notorias en la estructura y el accionar
de los partidos, abriendo paso a nuevas clasificaciones como las
propuestas por Otto Kirchheimer y otros autores. La expansión
de los trabajadores calificados y la consolidación de las clases
medias a partir de la reconstrucción europea, posterior a la
Segunda Guerra Mundial, en combinación con el despliegue
del Estado de Bienestar, complejizaron los mecanismos de
representación. Los partidos socialdemócratas tradicionales
enfrentaron dificultades para mantenerse como el canal de
expresión política de los sectores obreros y en esos pliegues de
la arena política encontraron espacio nuevas organizaciones
con un mensaje interclasista, que incorporaban cuestiones
emergentes relativas a la dinámica social, apuntando a sectores
más amplios y variados. Estos espacios políticos hacían uso
de los medios masivos de comunicación y otras herramientas
de contacto social; saltaban barreras ideológicas, socio-
económicas, geográficas y generacionales; se articulaban con
sus potenciales votantes de un modo más ágil, directo y flexible;
no respondían a las estructuras burocráticas que estaban
presentes en las maquinarias electorales de los partidos de
masas. La crisis ideológica de la izquierda que alcanzó su
punto culminante con la caída del comunismo en la Unión
Soviética y las transformaciones subsiguientes en Europa
oriental dio un fuerte impulso al proceso de reconfiguración
de las identidades y las prácticas políticas, estableciendo
nuevas bases para la expansión de este tipo de partidos.

Los partidos “cártel”


Recientemente, a partir de la elaboración teórica de
Richard S. Katz y Peter Mair, fue propuesta una nueva clase
de partidos políticos como consecuencia de la carencia de
un vínculo estrecho con un grupo social determinado, una
fuerte desideologización y la búsqueda de nuevas fuentes

50 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


de financiamiento. En este contexto, según los autores
mencionados, los recursos del Estado se convirtieron en el
principal ingreso de los partidos, junto a los aportes privados
que existían históricamente, pero que gradualmente debieron
ser informados por imperio de las sucesivas reformas sobre el
funcionamiento del sistema político. La dependencia creciente
de los aportes estatales condujo a un accionar diferente de
los partidos predominantes, más preocupados por reducir el
ingreso de nuevos competidores al reparto de los recursos,
“cartelizando” de ese modo, su desempeño. La eliminación
de los potenciales desafiantes al sistema vigente brindaría un
alto grado de homogeneidad a la clase política, lograría un
mejor aprovechamiento de los recursos públicos destinados a
financiar la política y reduciría la cantidad de ofertas electorales
que centrifugan el voto ciudadano, consolidando escenarios
más estables donde el bipartidismo sería la norma y evitando
la fragmentación excesiva en los espacios parlamentarios.

Los sindicatos
Las transformaciones del siglo XVII y XVIII en Europa
abarcaron simultáneamente los aspectos políticos, económicos
y sociales, siendo este último un campo de confrontaciones
que se agudizó a medida que los avances en la democratización
se estancaban al proteger a la burguesía triunfante y postergar
los resultados que la clase trabajadora reclamaba. El avance de
la industrialización profundizó el abismo entre capitalistas y
proletarios, abriendo una etapa de mayor autonomía por parte
de estos últimos al dotarse gradualmente de herramientas de
lucha más organizadas y contundentes: los sindicatos.
Antes de la Revolución Industrial, habían existido
experiencias asociativas como los gremios medievales que se
ocupaban de defender la actividad artesanal, reuniendo en
su seno a los trabajadores que compartían un mismo oficio.
Estas organizaciones se dedicaban a establecer una cantidad
de regulaciones sobre cada actividad, especialmente sobre las
características específicas del producto, cantidad, calidad y

Gustavo A. Pontoriero 51
precio. Pero la producción industrial mecanizada transformó
completamente el proceso de trabajo quitándoles a los
trabajadores cualquier tipo de injerencia en el mismo. Fueron
necesarias nuevas herramientas de lucha para enfrentar
la sobreexplotación de prolongadas jornadas laborales,
el empleo infantil, el abuso sobre el trabajo femenino, las
insalubres condiciones en las fábricas, la desprotección ante
los accidentes laborales, las enfermedades y los despidos.
A fines del siglo XVIII aparecieron en Inglaterra las primeras
“sociedades de ayuda mutua” pero fueron declaradas
ilegales rápidamente, convirtiendo las etapas posteriores
de organización obrera en una actividad clandestina. En las
décadas de 1820 y 1830, crecieron con fuerza las primeras
asociaciones por oficios (trade unions) y las cooperativas de
trabajadores. Si bien estas opciones representaron un avance
importante en cuanto a la organización y la acción colectiva,
se limitaban a la ayuda mutua local entre colegas de un mismo
oficio y no postulaban aún ningún tipo de reivindicación
política. Hubo intentos de ampliar el alcance de la organización
y el accionar de los trade unions a nivel nacional pero
nuevamente los poderes públicos combatieron su desarrollo,
impidiendo cualquier tipo de unificación de carácter estatal.
Recién en el último cuarto del siglo XIX serían legalmente
reconocidos tras casi un siglo de lucha por la organización
obrera. Un proceso similar venía dándose en otros países
europeos y la cantidad de afiliados a organizaciones sindicales
y la constitución de poderosas centrales obreras creció sin
freno, a partir de la gradual construcción de sólidas estructuras
dirigentes y sólidas bases financieras.
Este período estuvo particularmente marcado por las
disidencias entre las distintas tendencias ideológicas que
reclamaban influencia sobre el naciente movimiento obrero
europeo y mundial: el socialismo, con sus variantes utópicas
inspiradas por Henri de Saint-Simon, Charles Fourier y Robert
Owen, entre otros, y el socialismo científico impulsado por
Karl Marx y Friedrich Engels; las variantes del anarquismo

52 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


reflejadas, entre otros, en la producción del inglés William
Godwin, el francés Pierre-Joseph Proudhon, los rusos Mikhail
Bakunin y Piotr Kropotkin, el italiano Errico Malatesta, el alemán
Max Stirner y los estadounidenses Henry David Thoreau y
Benjamin Tucker; finalmente, el sindicalismo revolucionario
surgido de los dirigentes obreros que impulsaban la distinción
entre sindicato e ideología política, como los franceses Victor
Griffuelhes y Georges Sorel. Para esta tendencia, la huelga
general era la herramienta estratégica de la lucha obrera.

El movimiento obrero internacional


El carácter internacionalista del socialismo impulsó la
solidaridad y la organización de los trabajadores, por encima
de sus diferentes nacionalidades. Las ideas cristalizaron
finalmente en la constitución de la Asociación Internacional
de los Trabajadores (o Primera Internacional), en 1864, con
sede en Londres. Pero la misma, inspirada fundamentalmente
por Karl Marx, redactor de sus estatutos, y Friedrich Engels,
entraría en crisis a partir de los debates mencionados más
comunistas
arriba. El enfrentamiento con los anarquistas liderados por
Bakunin se inició prácticamente desde su incorporación en
1868, se agudizó tras la derrota de la Comuna de París en 1871
y llegó al punto culminante con la expulsión de los anarquistas
en 1872. Poco después, en 1876, la Primera Internacional
fue disuelta. Las disputas giraban alrededor de la necesidad
o no de disponer de un tipo de organización centralizada,
cuestión en la que Marx estaba a favor y Bakunin en contra; la
planificación de la revolución, con fuerte protagonismo de los
obreros industriales, posición sustentada por los marxistas,
mientras que Bakunin esperaba mejores resultados de las
acciones individuales espontáneas y con mayor participación
de las masas campesinas; los anarquistas rechazaban además
la idea de la dictadura del proletariado como transición al
comunismo y la posibilidad de crear partidos obreros que
participaran en el juego parlamentario e inclusive pudieran
formar alianzas con los partidos de la burguesía.

Gustavo A. Pontoriero 53
En 1889, la idea fue recreada con la constitución de la
Segunda Internacional, con sede en Bruselas. En este caso, el
predominio estuvo en manos de las tendencias marxistas, tras
una nueva expulsión de los grupos anarquistas en 1893. Sin
embargo, cada vez se hicieron más fuertes las diferencias con
respecto a cuál debía ser el camino hacia el socialismo: para
los marxistas ortodoxos no cabía otra vía que la revolución
mientras que los llamados “revisionistas” consideraban
que los objetivos se alcanzarían pacíficamente mediante
la vía parlamentaria. Las disputas se agudizaron con el
estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914, cuando los
socialistas no pudieron frenar el auge de los nacionalismos
que enfrentaron a trabajadores de los países en guerra y
terminaron alineándose con los respectivos gobiernos. En
1916, la Segunda Internacional se disolvió, pero el triunfo
de los bolcheviques en Rusia, durante 1917, dio origen a la
Tercera Internacional, fundada en 1919 por los leninistas que,
a partir de entonces acaudillaron a los grupos marxistas más
radicalizados, alineados con la defensa de la revolución.
En desacuerdo con el personalismo, las persecuciones
ideológicas y las tesis del “socialismo en un solo país”
aplicadas por el líder soviético Iósif Stalin así como sus
políticas erráticas para enfrentar el ascenso del fascismo, León
Trotsky, uno de los antiguos líderes bolcheviques expulsado
por Stalin, impulsó la creación de la Cuarta Internacional, en
1938, en Francia aunque la sede fue trasladada a Nueva York al
año siguiente, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. El
principal objetivo era relanzar la revolución socialista a nivel
mundial pero el asesinato de Trotsky en 1940, a través de un
agente stalinista, significó un duro golpe para la organización,
que tardaría en recuperarse de su pérdida.

54 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


Conclusiones
A lo largo de la historia de la Humanidad, el desafío
planteado por el contexto de cada época y lugar a las
posibilidades de subsistencia, impulsaron distinta formas de
organización para garantizar la seguridad y la reproducción.
Alcanzados ciertos niveles mínimos de satisfacción para
dichas necesidades, surgieron conflictos alrededor de las
herramientas de cooperación que las sociedades humanas
fueron construyendo, tanto por los criterios sobre quiénes y
cómo aportarían para crearlas y sostenerlas, como por quiénes
se harían cargo de la dirección y distribución de los beneficios
esperados a partir de su implementación.
Las disidencias fueron interpretadas alternativamente
como amenazas al orden conseguido o como oportunidades
de alcanzar un nuevo orden imaginado, que se presentaba
como más eficiente, lógico o justo, según las circunstancias
históricas. Los mecanismos para enfrentar y superar los
conflictos planteados sufrieron una lenta maduración a partir
de la evolución de las ideas religiosas y políticas, mientras
simultáneamente las transformaciones económico-sociales
presentaban nuevos escenarios que marcaban el paso de un
“antiguo orden” a otro “nuevo”.
La expansión de los poderes constituidos a nivel local o
regional ingresó a una etapa diferente con el impulso que
los imperios europeos dieron a la exploración y conquista
de territorios extra-continentales. La competencia comercial
creció en forma paralela al impulso que los Estados dieron a la
investigación científica y al desarrollo industrial y militar.
La complejidad de la sociedad capitalista produjo conflictos
de carácter masivo a partir de la concentración de miles de
obreros en las fábricas y en las grandes ciudades industriales.
Las luchas políticas y sociales a favor del reconocimiento
de mayores márgenes de participación y derechos fueron
canalizadas a través de las nuevas estructuras parlamentarias,
los partidos políticos y los sindicatos, emergentes protagónicos
de la dinámica de los siglos XIX y XX.

Gustavo A. Pontoriero 55
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Políticas, Buenos Aires, Ariel, 2006.
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Humanidad, Buenos Aires, Debate, 2016.
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Aires, Crítica, 2012.
Eric Hobsbawm, La era del Imperio, 1875-1914, Buenos
Aires, Crítica, 2012.
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Organization and Party Democracy: The Emergence of Cartel
Party”, en Party Politics (Londres), Vol. 1, n° 1, 1995; pp. 5-28.
Víctor Hugo Martínez López, “Partidos políticos: un
ejercicio de clasificación teórica”, en Perfiles Latinoamericanos
(México), Vol. 17, n° 33, enero-junio, 2009; pp. 39-63.
Giovanni Sartori, ¿Qué es la democracia?, Madrid, Taurus,
2003.

56 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


Pobreza, desigualdad
y exclusión social
Romina Rodríguez

Introducción
En este capítulo se estudiará la pobreza desde una
perspectiva histórica crítica lo cual implica convertirse en un
espectador distanciado del objeto de estudio, con la expresa
finalidad de descubrir el entramado relacional inscripto en
ese fenómeno social. Según Walter Benjamin, la historia
historicista suele ser la de los vencedores, ventajosa para los
dominadores de cada momento. No obstante, en este trabajo
se analiza a los “pobres”, a los “excluidos”, los “marginales”, en
tanto oprimidos de la historia.
La historia en tanto disciplina crítica nos ha demostrado
que “la pobreza” es un constructo social, cada sistema
productivo ha generado pobreza y desigualdad social junto
con conceptualizaciones diversas respecto de sus múltiples
causas, siendo que algunas colocan el acento en la dinámica
global y otras en el sujeto.
Estudiaremos el fenómeno de la pobreza desde la
perspectiva de Benjamin, quien considera cometido suyo
pasarle a la historia el cepillo a contrapelo, dando así voz a los
sectores olvidados de la narrativa histórica. Con esa finalidad,
se tiene en cuenta la real aplicación de los pretendidos valores
republicanos de igualdad y libertad, cristalizados en las
constituciones de los Estados-nación modernos, junto con el
ideal de progreso impulsado por el desarrollo industrial.
Es sustancial analizar la idea de progreso en simultaneidad
con la de pobreza, dado que, el progreso que impera desde el
surgimiento de la sociedad moderna a través del desarrollo
tecnológico incesante, empuja, según Benjamin, como un
huracán irremediablemente hacia el futuro. Sin embargo,

Romina Rodríguez 57
veremos qué oculta su dimensión más perversa, la de dejar
ruinas tras sus pasos. La pobreza es una de ellas.

Los “orígenes” de la pobreza


La pobreza se ha erigido a lo largo de los siglos como un
fenómeno persistente, en el ajetreado proceso del devenir
histórico. En las sociedades antiguas y el Medioevo, las “causas”
de la pobreza se atribuían a un designio divino, producto de
una perspectiva social teocéntrica. Desde esa cosmovisión
eran los dioses quienes designaban el lugar de los sujetos en el
sistema de estratificación social.
Con el advenimiento de los Estados-nación modernos,
el hombre ocupa simbólicamente el centro de la escena,
convirtiéndose en el hacedor de su propio destino. En ese
contexto la pobreza comienza a ser justificada como producto
del accionar individual de los sujetos.
A comienzos del siglo XX los debates están marcados por una
nueva caracterización respecto de la pobreza y sus “causas”,
asociada a la sociedad moderna, industrializada y liberal. Esta
sociedad justifica ideológicamente el accionar individual en la
búsqueda del propio beneficio, la no intervención estatal en el
mercado y su rol de gendarme de los derechos ciudadanos. En
esta perspectiva individualista del desenvolvimiento social,
que emana de la teoría económica liberal, los ciudadanos
serían los únicos responsables de su posicionamiento social.
Desde entonces, la pobreza, o su antinomia la riqueza,
no sería producto de los designios de un dios colérico o
benevolente, sino el resultado de la propia acción. En relación
con esta ideología surge una nueva caracterización sobre el
trabajo: debía ser regular, asociado a un oficio o profesión y
funcional a la sociedad industrial. Quien realiza tareas laborales
por fuera de estos parámetros comienza a ser considerado un
(Poco dispuesto)
“vago”, un sujeto renuente a cumplir obligaciones laborales
en la sociedad contemporánea. A partir de ese momento, la
inclusión o exclusión social, queda definida por el lugar de los
sujetos frente al mercado de producción masivo y su acceso

58 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


a recursos limitados. Es decir, la inclusión o la exclusión
social están delimitadas por la posibilidad de participación
en el mercado de trabajo en su doble rol de asalariados y
consumidores de los productos que ellos mismos elaboran.
En los albores del siglo XX, en consonancia con esa
Disimulada
perspectiva sobre el ascenso social, la pobreza es paliada
a través de la caridad privada. La aparición de políticas
públicas que complementasen o sustituyesen las prácticas de
caridad realizadas por instituciones privadas, se hizo esperar.
De todas formas, antes de la crisis del ´30, las políticas
Estatales orientadas a la asistencia social son concebidas
como meras formas de solidaridad pública, dirigidas a los
sectores vulnerables. Los Estados Republicanos modifican su
concepción y prácticas sobre la pobreza, luego de la segunda
posguerra. A partir de entonces las prácticas públicas
dirigidas a reducir la pobreza, comienzan a ser centralizadas
por los Estados y pasan a ser pensadas como instrumentos de
justicia redistributiva.

La pobreza en el capitalismo globalizado


Antes de adentrarnos en el estudio de la pobreza
a fines del siglo XX en el contexto de la globalización,
consideramos indispensable revisar bajo qué parámetros
un sujeto es considerado como “pobre” para los organismos
gubernamentales de carácter supranacional. A su vez,
analizaremos desde diferentes perspectivas teóricas las formas
posibles de constitución de la pobreza y la desigualdad social.

¿Qué es la pobreza?
Consideramos a la pobreza como un fenómeno histórico;
cada sistema productivo ha generado su forma o formas
específicas de pobreza. No obstante, en tanto la pobreza es un
subproducto del sistema socio-histórico en el que emerge, sí
existen cambios en el sistema, también en las formas en que
se manifiesta la pobreza y el empobrecimiento. De este modo,

Romina Rodríguez 59
revisaremos los atributos que componen la pobreza para los
organismos supranacionales en la actualidad.
Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU),
la pobreza absoluta se define por la perpetuación de un
patrón de privaciones, de todo tipo, a lo largo del tiempo.
Más específicamente, la privación continuada y severa de
necesidades humanas básicas tales como alimentos, agua
potable, instalaciones sanitarias, salud, acceso a la vivienda.
Sin embargo, en la actualidad, la pobreza no solo
es categorizada por la carencia de algunos artículos
indispensables que posibilitan la vida, la existencia. Las
carencias también están asociadas al llamado nivel de vida,
que conlleva la experiencia de vivir con menos recursos que
los demás. En esta situación estaríamos frente a una pobreza
relativa. La Organización Internacional del Trabajo (OIT)
afirma que, en el nivel más básico, individuos o familias son
considerados pobres, cuando su nivel de vida medido en
términos de ingreso o capacidad de consumo, está por debajo
de un estándar social específico.
En síntesis, caracterizaremos la existencia de pobreza a
partir de una perspectiva bidimensional:
a) La existencia de pobreza ante la privación continuada de
ONU -
algunos artículos considerados básicos para la supervivencia.
Pobreza Es decir, la existencia de pobreza se evidencia concretamente
absolut ante el hambre o carencia de recursos básicos que se perpetuán
a
en el tiempo. Usualmente ese tipo de pobreza es categorizada
como absoluta.
b) La existencia de pobreza vinculada con la imposibilidad
OIT - de acceso a recursos que permitan a los sujetos vivir de
Pobreza acuerdo a un estándar específico de consumo. Si los sujetos
relitva
no alcanzan un determinado nivel de vida estándar, son
considerados pobres.

La desigualdad como constructo social


La desigualdad ha sido estudiada por infinidad de autores,
siendo Karl Marx y Max Weber dos de los representantes más

60 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


acabados de los aportes teóricos modernos, que poseen
posturas claramente diferenciadas respecto de las posibles
“causas” de la estratificación social, claro reflejo de una
sociedad desigual. La perspectiva de Marx es materialista
histórica, centra su análisis en características estructurales
del sistema capitalista, en relación a la propiedad privada
y al proceso de trabajo, que darían lugar a la configuración
de una sociedad inequitativa. Weber, en cambio, tiene en
cuenta la capacidad adquisitiva de los sujetos frente al
mercado, pero cree que hay otras variables dentro de las
prácticas sociales, que coadyuvan a la constitución de
procesos de diferenciación social.
Marx sostiene que el capitalismo es un sistema explotador,
situación que se evidencia en el intercambio inequitativo
dentro del proceso de trabajo. En su obra El Capital comprueba
que en el sistema capitalista el empresario no le paga al obrero
por el trabajo total realizado durante la jornada laboral. El
salario está conformado por aquella parte de la jornada laboral
que permite la recuperación de la materia viviente. Desde su
Burgués: Sus
perspectiva, existe un intercambio de no equivalentes entre
ganancias ambos sectores, que se refleja en las distintas clases sociales y
son por sus tiende a perpetuarlas.
propiedades
y por los
En términos de Marx, la clase social de un individuo está
trabajadores determinada por su posición respecto de los medios de
- producción, si es propietario o no propietario. En base a esta
Proletario:
Sus teoría pueden observarse dos grandes clases sociales: la de los
ganancias capitalistas (propietarios) y la de los obreros (no propietarios).
son por el
salario del
Una clase vive de su salario, producto de la venta de su fuerza
burgués trabajo (obreros) y otra acumula capital como resultado de
la apropiación de parte del trabajo de los obreros durante
la jornada laboral (capitalista). Esa parte del trabajo, que no
percibe una remuneración, se denomina plusvalor y daría
lugar a la acumulación de recursos de una clase en detrimento
de la otra.
Desde la perspectiva marxista, el sector obrero no percibe
una remuneración equivalente al trabajo total realizado

Romina Rodríguez 61
durante la jornada laboral. Esa apropiación por parte del
capitalista de una porción del trabajo del obrero, generará
una distorsión a la hora del consumo, ya que el asalariado no
podrá consumir todas las mercancías que salen al mercado,
produciéndose así un sobrante en la oferta. Dicha situación
sumada a la expulsión de mano de obra por el avance técnico,
configura la tendencia a la sobreproducción del sistema actual
y la consecuente caída tendencial de la tasa de ganancia.
Entonces, desde la cosmovisión marxista, la pobreza y la
desigualdad, son vistas como subproductos de un problema
intrínseco al funcionamiento capitalista.
Weber, a lo largo de su obra, revisa el proceso de
estratificación social dentro del sistema capitalista, pero
sin cuestionar la existencia de la desigualdad social. La
misma es vista por el autor como un fenómeno inherente a
las sociedades humanas. A diferencia de Marx, no realiza
una crítica sustantiva al sistema capitalista, dado que es
ideológicamente liberal. En ese sentido, considera que la
relación entre capitalistas y obreros constituye un intercambio
de equivalentes, entre quien vende su trabajo (asalariado) y
aquel que lo compra (capitalista) en el mercado. Sin embargo,
a lo largo de su obra ha realizado grandes aportes sobre la
forma en que se configuran las relaciones de dominación, de
clase, de prestigio y de poder, en la sociedad moderna.
Weber considera que en la sociedad moderna existen
diferentes formas de estratificación social asociadas a: la clase, (económico)
(prestigio, el status y los partidos políticos modernos.(poder, político)
cultural)
Respecto de las clases, Weber encuentra tres “tipos ideales”
en la realidad moderna:
a) clases “propietarias”, definidas por su capacidad de
proveerse de propiedades, obtener una posición externa a su
fuente de ingresos y un destino personal.
b) clases “lucrativas”, definidas por el valor que adquieren
en el mercado los bienes y servicios que proveen.
c) clases “sociales” en sentido estricto, cuya delimitación
se encuentra en su capacidad adquisitiva frente al mercado,

62 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


en general representa a los sectores obreros o medios, el lugar
que ocupan en la pirámide social no varía en el tiempo y la
propiedad que poseen suele ser mudable. En sus términos,
una clase es el conjunto de personas que están colocadas en
una misma situación de mercado, es decir, que tienen iguales
posibilidades de acceso a los bienes disponibles en el mercado.
De todas formas, Weber afirma que sujetos que tienen
escasos recursos económicos, pueden ascender socialmente,
al poseer atributos que son considerados valiosos por la
sociedad.
El autor considera que hay otras fuentes de estratificación
social además de la económica tales como: los grupos de status
y los partidos políticos. Entonces las clases, los grupos de status
y los partidos políticos conforman la realidad tridimensional de
la estatificación social, que a su vez representan la distribución
de poder en la sociedad moderna.
Los grupos de status están integrados por individuos que
se diferencian de otros grupos, por su forma de consumo o
su reputación, en tanto esas prácticas les brindan una fuente
de apreciación social. Un ejemplo de esta situación en la
actualidad es la fama, que se ha constituido socialmente
como una fuente de reconocimiento social. La fama puede ser
obtenida por la sola aparición en los medios de comunicación,
no requiere que el sujeto esté dotado de cualidades artísticas.
Weber caracteriza al partido político moderno como un
ordenamiento institucional, destinado a organizar el personal
político directivo del Estado. El partido político está constituido
por un grupo que tiene la capacidad potencial de imponer sus
intereses en el área pública, ascendiendo así en la pirámide
social. La revisión de categorías referidas a la estratificación
social nos muestra que existen diversas fuentes de ascenso
social, que no están regidas por parámetros estrictamente
económicos y revelan la existencia de desigualdad social.
Durante el siglo XX diferentes intelectuales han revisado
el fenómeno a través de diversos enfoques teóricos. El
sociólogo británico Anthony Giddens plantea al respecto que

Romina Rodríguez 63
la desigualdad ha existido en todas los tipos de sociedades
humanas, inclusive en aquellas muy simples donde las
variaciones de riqueza o propiedad son prácticamente
inexistentes. En esas sociedades, donde las diferencias de
riqueza o propiedad son muy reducidas, las desigualdades
aparecen por motivaciones diferentes, entre hombres y
mujeres, jóvenes y viejos, etc.
El francés Michel Foucault, en cambio, estudia cómo
las relaciones de poder configuran las estructuras de
“dominación” de un grupo sobre otro, dando lugar a
situaciones de desigualdad. El autor afirma que el poder en las
El individuo
interioriza la
sociedades modernas constituye mecanismos institucionales
dominación. para someter, excluir, vigilar y normar a los seres humanos. En
Los mejor sus términos, el poder es la acción de unos sobre otros, no en
dominados
son quienes términos de derecho negativo sino de tecnología, de táctica y
no conocen de estrategia orientada a conseguir efectos de orden positivo.
su
dominación
En cada momento histórico el poder desplegará sus
estrategias para dominar, teniendo en cuenta las necesidades
de cada entramado social. Esos mecanismos de dominación
han sido dirigidos a lo largo de la historia hacia los sectores
que se pretende someter. Motivo por el cual, las medidas
gubernamentales dirigidas a paliar una situación de pobreza
no modifican su situación estructural, sino que contribuyen
a perpetuarla. Foucault afirma que en la sociedad moderna
los sujetos están “sujetos” a: la clase, a la etnia, a la religión,
etcétera. Es decir en la sociedad actual, no solo dominan
los grupos de poder a través de la ideología, sino mediante
todos los aspectos de la vida, incluido el cuerpo. A través de
la biopolítica o biopoder, el poder gubernamental controla y
digita la vida de los sujetos que componen una comunidad.
De acuerdo a esta perspectiva, nos permitimos afirmar que el
poder, a través de la biopolítica, termina constituyendo sujetos
pobres.
Antonio Morell sostiene que las formas en que se lucha
contra la pobreza en los distintos períodos históricos,
evolucionan en paralelo con las estructuras de poder y las

64 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


justificaciones teóricas que una vez interiorizadas garantizan
la dominación. Las estructuras de poder se instalan a través
del proceso de socialización e interiorización de las normas
de los miembros de una sociedad dada, que terminarán
aceptando la estructura social y económica de los sectores
dominantes, independientemente de la posición social que
en ella ocupan. Es decir, las justificaciones teóricas sobre
la forma en que se constituye la autoridad de los grupos
socialmente hegemónicos, tienen la finalidad de construir
consenso social sobre la “dominación” ejercida por la élite
entre los sectores subordinados.
Por otra parte, los estudios de “sectores subalternos” creen
posible la construcción de espacios de resistencia por parte de
los grupos subordinados, dentro de los cuales se encuentran,
los pobres, los marginales, entre otros.
Ranahit Guha, fundador del grupo académico que estudia
los sectores “subalternos” y una de las figuras más reconocidas
de su época, considera subalterno a cualquier persona
subordinada “en términos de clase, casta, edad, género y oficio
o de cualquier otro modo”. Guha afirma que la condición
de subalternidad debe ser entendida como atributo de la
subordinación. La subordinación es una relación recíproca,
por ello la subordinación de los grupos “subalternos” deben
estudiarse en relación a los grupos de poder, situados en la
cúspide de la pirámide social.
Un ejemplo de esta situación es narrada por Guha, en
el proceso de independencia de la India ante la opresión
británica. En ese entonces “los sectores subalternos”
desplegaron estrategias de resistencia frente al intento de
dominación desplegado por la Elite. En ese contexto, la Élite
Británica colonizadora en la India, se ve obligada a rediseñar
su estructura de dominación, frente a los movimientos de
alzamiento campesinos. Esta última mirada nos ofrece una
perspectiva esperanzadora sobre la posición social de los
grupos “subalternos” y su capacidad de resistencia frente a los
grupos “hegemónicos”.

Romina Rodríguez 65
La dinámica de la pobreza durante la segunda
mitad del siglo XX
Durante los años de apogeo del capitalismo, período
comprendido entre la posguerra hasta fines de los años ´60,
el imaginario socio-cultural era el de una sociedad en ascenso
que parecía no tener límite. En ese interregno, el Estado cobra
un rol preponderante, aparece la preocupación por la pobreza
mundial desde las organizaciones nacionales y supranacionales
y la pobreza sufre un proceso de desaceleración. Sin embargo,
durante los años ´70, la crisis del petróleo genera un duro
golpe al Estado de bienestar y a las certidumbres sociales de
progreso en todos los órdenes de la vida.
Estados Unidos enfrenta la crisis del petróleo, en el
marco de un conflicto político y económico desatado por
la guerra de Vietnam, durante el gobierno del presidente
Richard Nixon. El prolongado enfrentamiento bélico junto
con el modelo de crecimiento industrial centrado en el
desarrollo armamentista estaba causando el agotamiento
de la economía norteamericana. En este contexto, los países
árabes productores y exportadores de petróleo deciden
boicotear a Israel durante la Guerra de Yom Kippur (octubre
de 1973) y extienden el embargo de petróleo hacia Estados
Unidos y sus aliados. Las medidas generaron escasez, llevando
su precio al alza y cuadruplicando su valor en el mercado
internacional. Esta situación impidió a los países occidentales
mantener el viejo modelo de crecimiento industrial, con bajo
costo productivo, apareciendo además un nuevo obstáculo
económico, la estanflación.
En 1975, la mayoría de los países desarrollados
experimentaron por primera vez una disminución de su
producción desde 1945 junto con el crecimiento de los gastos
petrolíferos, provocando un crecimiento de la inflación
y un deterioro considerable de las balanzas de pagos. La
crisis económica generó desaceleración de las tasas de
crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI), el descenso
de la productividad y un aumento de la tasa de desempleo,

66 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


prolongando lo que pareció al inicio una coyuntura económica
crítica.
Bajo estas circunstancias se fue minando el consenso
político en torno al rol preponderante del Estado, instalado
luego de la Segunda Guerra Mundial. Simultáneamente, la
teoría de la Escuela de Chicago hizo mella en las políticas
de los diversos Estados-nación, imponiéndose una nueva
Transformar perspectiva económica, el neoliberalismo. La doctrina
al trabajador neoliberal, que retoma las ideas de Adam Smith, sostiene que
en
consumidor -
el Estado no debe intervenir en el libre desenvolvimiento del
Estado mercado, que tiene la cualidad de auto-regularse llegando a
Benefactor un punto de equilibrio entre la oferta y la demanda. A partir
de allí, las políticas públicas oscilaron entre una perspectiva
económica keynesiana, que implica la presencia del Estado en
Keynesiana
la sociedad civil y el sostenimiento del pleno empleo, y otra
neoliberal, centrada en la reducción del gasto público para
Neoliberal
disminuir el déficit de la balanza de pagos.
Ante la crisis del occidente industrializado aparecieron
diversas estrategias que culminaron en un nuevo proceso de
innovación técnica, el toyotismo, impulsado por Taiichi Ohno
en Japón. El toyotismo, a través de su estructura de producción
poli-funcional y de stocks limitados, permite abaratar costos
y reducir provisoriamente la tendencia del capitalismo a la
saturación del mercado por medio de la disminución en la Toyotismo

producción de stocks. Sin embargo, el avance técnico tiene


como contracara no deseada, la expulsión de la mano de obra
del mercado de trabajo y la consecuente disminución del
consumo. En este contexto, a fines de los años ´80 y comienzos
de la década del ´90 aparecen los llamados “nuevos pobres”
o “desclasados”, los expulsados del sistema de trabajo. Es
entonces cuando la innovación técnica, antes asociada al
progreso de la humanidad, comienza a revelar su faz negativa.
A partir de ese momento, la pobreza es considerada dentro
de las políticas de los Estados-nación como un fenómeno de
peso. No obstante, el reconocimiento de la pauperización de
sectores importantes de la población no es visto como producto

Romina Rodríguez 67
de un fenómeno social. Muy por el contrario, la ideología
política de los diversos Estados-nación opta por depositar
la responsabilidad del crecimiento de la pobreza absoluta y
relativa, durante esos años, en las acciones particulares de los
sujetos.
La crisis es sorteada con innovación técnica y mediante la
reducción del rol del Estado-nación en la sociedad civil. Se
reduce el gasto en salud, educación y en la construcción de
obra pública. En definitiva el principal objetivo es “achicar el
Estado, para agrandar la nación”, según un slogan de la época,
durante la última dictadura militar en la Argentina.
La doctrina neoliberal que sustenta esta cosmovisión se
aplica de manera diferenciada en los países centrales y en
la “periferia”. En Latinoamérica, la doctrina neoliberal es
implementada tanto mediante golpes militares, como a través
de gobiernos validados por el pueblo en las urnas.
En cambio en los países centrales, la implementación del
paquete de medidas neoliberales, requirió de la construcción
de consenso social. David Harvey asegura que, en EE.UU., los
medios de comunicación y las universidades constituyeron el
vector fundamental a través del cual se instaura el consenso
social hacia la doctrina neoliberal. Una de las estrategias en
la construcción de consenso fue la apelación al concepto de
liberalismo económico, unido al de libertad jurídico-política,
ya presente en el liberalismo clásico. Pero, la libertad defendida
por la doctrina neoliberal es un espejismo, promueve en la
práctica la reducción de la injerencia estatal en la sociedad, no
el incremento de las oportunidades para todos los ciudadanos.
Durante este período, la libertad político-social no se
acrecienta, ni acompaña el libre flujo de personas, situación
que queda demostrada en el aumento en las restricciones para
los flujos migratorios, como se evidencia en la actualidad.
En varios países de Latinoamérica, como Argentina y
Chile, las políticas neoliberales son aplicadas en el marco del
Plan Cóndor, coordinado por las cúpulas de los “gobiernos”
dictatoriales iberoamericanos con directa participación de

68 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


Estados Unidos, a través de una práctica clandestina e ilegal,
dirigida a eliminar a quienes realizaran acciones “subversivas”.
Entendidas como tales, aquellas prácticas que estuviesen en
contra de los golpes de Estado, como de la política-económica
hegemonizada por Estados Unidos. El Plan Cóndor fue
aplicado a través de métodos ilegales de seguimiento, tortura,
desaparición y muerte.
La implementación del paquete de medidas neoliberal
en Argentina fractura la industria nacional, que queda
desprotegida debido a la reducción de impuestos a la
importación, por parte del “gobierno” militar. En ese contexto,
el ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz
Economía
implementa un explosivo paquete de medidas económicas:
durante a) Establecimiento de altas tasas de interés en los plazos
Plan fijos, situación que da lugar a la “bicicleta financiera”.
Condor
b) La reducción de los aranceles aduaneros a los productos
importados, generando en un solo paso la importación de
productos industriales, la destrucción de la industria de
capitales nacionales y la reducción de la recaudación fiscal.
c) El establecimiento de una devaluación programada
de la moneda, “la tablita”. La moneda nacional aparecía
sobrevaluada en la cotización oficial, generando a través de su
venta por parte del Banco Central de la República Argentina,
una perdida crónica de divisas extranjeras.
d) La creación de entidades financieras, de dudosa
legitimidad, de las cuales el Estado se declaraba como garante
en caso de quiebra.
A esa serie de medidas se le suma la de los llamados seguros
de cambio, aplicados durante el “mandato” de Viola. En ese
contexto, se reemplaza a Martinez de Hoz en el Ministerio de
Economía por Lorenzo Sigaut y es designado Egidio Ianella al
frente del Banco Central. Esta entidasd aplica, en junio de 1981,
el primer seguro de cambio, que permite a los deudores, en
general grandes empresarios, mantener el valor de la moneda
en relación al dólar aunque hubiese devaluación. De ese modo,
el Estado Argentino favorece a los deudores, al mantener el tipo

Romina Rodríguez 69
de cambio exclusivamente para ellos, porque una devaluación
del peso en relación al dólar hubiese elevado sus pasivos. Según
Eduardo Basualdo, el tipo de cambio aumentó diez veces ese
año, dando lugar a lo que él denomina una estafa legal, porque
el Banco Central le cobra la deuda a los privados en pesos y a la
tasa inicial. Luego de unos días, Ianella resuelve que el Banco
Central subsidie a los deudores privados en U$S 0,23, por cada
dólar adeudado. En 1982, Domingo Cavallo, nuevo presidente
del Banco Central, modifica el régimen de seguros de cambio
beneficiando aún más a los deudores, porque les permite a las
empresas privadas endeudadas en dólares, comprar un dólar
más barato. Si el dólar cotiza a 100, en relación el peso, el Banco
Central se los vende a la mitad. En consecuencia, la diferencia
la ponía el Banco Central, generando reducción de la deuda
de los sectores privados a costa del erario público. Ese mismo
año, el sucesor de Cavallo, Julio González del Solar, dicta la
comunicación A251, que implica literalmente la estatización
de la deuda pública, dando lugar así a un aumento de las tasas
de endeudamiento de la Argentina, mediante la transferencia
de la deuda de privados a manos del Estado. De este modo, la
deuda externa argentina pasa de 7.500 millones de dólares a
fines del gobierno de María Estela Martínez de Perón, a casi
45.000 millones al finalizar la última dictadura militar.
A su vez, el aumento de las tasas de interés durante la
década del ´80, sumado a la aplicación del paquete de
medidas neoliberales en Latinoamérica, permitió a los países
industrializados obtener recursos para paliar la propia crisis,
desatada por el aumento de los precios del petróleo. A partir
de entonces, Latinoamérica sufrió un duro revés socio-
económico, evidenciado en un alto crecimiento del desempleo
por el cierre de fábricas y el peso de una deuda externa que
parecía impagable.
El desempleo de los años ´90 da lugar a la aparición de
nuevos pobres, crecimiento de las villas miserias, incremento
america
de la droga-dependencia y la violencia social. Sin embargo,
en términos de la economía global, desde fines de la década

70 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


del ´90, la pobreza “absoluta” no deja de decrecer en términos
mundo generales. Esta reducción se produce principalmente en China
y la India. En cambio, en Latinoamérica, según datos provistos
por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), la
pobreza ascendía en 1980 a un 18 % y en 1990 llegaba a más
de un 48 % en la región, como consecuencia directa de la
aplicación de medidas de corte neoliberal, en una zona con
escasa competitividad. Desde 1990 en adelante, la pobreza se
reduce a un 43,8 %, manteniéndose en niveles muy altos, que
sólo comienzan a reducirse significativamente desde el año
2003 en adelante.
Según fuentes del Instituto Nacional de Estadística y
Censos (INDEC) referidas al Gran Buenos Aires, que abarcan
el interregno de 1965 a 2005, la pobreza recién registra una
reducción de la tasa de crecimiento de la pobreza desde el 2003
en adelante. Es entonces cuando un cambio en la situación
internacional, como el aumento del precio de los commodities
(materias primas) y una modificación en las políticas de
Estado en Latinoamérica, permite una marcada recuperación
del desarrollo en la región. A partir de ese momento, los
países latinoamericanos pueden retomar el pago de su deuda
externa, incrementada por los intereses usurarios impuestos
por las naciones con mayor poderío económico en la escena
internacional.
De todas formas, aunque el porcentaje de la pobreza global
en el mundo se desacelere, la cantidad de pobres asciende en
la actualidad a más 1.200 millones de personas. Según datos
de la ONU, estas viven con 1,25 dólares o menos al día y casi
1.500 millones de personas de 91 países en desarrollo están al
borde de la pobreza.
Si revisamos los datos estadísticos pormenorizadamente,
China logró extraer 600 millones de personas de la pobreza
absoluta, a través de un desarrollo industrial relámpago.
Sin embargo, en este país, los trabajadores tienen escasos
derechos y se encuentran pauperizados. China ha sacado a
esos trabajadores de la pobreza absoluta, pero los condena

Romina Rodríguez 71
a la pobreza relativa. En términos cuantitativos, apenas ha
mejorado la situación del sector de la población mundial más
miserable y desfavorecida, que continúa superando el 30% de
la humanidad.
En el continente africano (Etiopía, Somalia, Ruanda, Chad),
en América Latina y Asia, hay estados que viven en medio de
una pobreza extrema en tanto hay personas que carecen de
comida y abrigo de manera continua y persistente en el tiempo.
En África, la pobreza ha crecido en términos constantes desde
1980 a 2010. En la década del ´80 había en el sur de África 200
millones de personas en extrema pobreza y al presente han
ascendido a 400 millones. En esa región, se encuentra más de
la tercera parte de los indigentes del mundo.
En la actualidad, podemos comprobar que la pobreza y la
desigualdad abarcan a un porcentaje obsceno de la población
mundial. A esta situación se suma el crecimiento de la brecha
existente entre ricos y pobres. Esta distancia se muestra
insalvable dado que el porcentaje de población con más
recursos es cada vez menor, marcando la tendencia creciente
a la concentración del capital en pocas manos.
Asimismo, dentro de los países más desarrollados
también se ha acrecentado la pobreza, en general debido al
proceso de innovación técnica incesante. En Estados Unidos
se calculan unos 36 millones de pobres y unos 18 millones
en Europa Occidental.
En el caso de los países con escaso grado de desarrollo, los
trabajadores contratados pueden vivir en situación de pobreza,
absoluta o relativa. En cambio en los países con un alto grado
de desarrollo tecnológico, es la expulsión del mercado laboral
la que conduce más linealmente a situaciones de pobreza o
marginalidad social.
Por ello, la gama de pobres se ha ampliado, abarcando desde
la “población marginal”, hasta los trabajadores de economía
sumergida o trabajo negro, los parados, desempleados y los
transeúntes o los sin techo. De todos modos, esa expulsión
del mercado laboral tiene consecuencias, perjudica tanto

72 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


a trabajadores como empresarios, aunque de manera
diferenciada. En el caso de los empresarios, verán mermada la
capacidad de consumo de sus productos, debido al incremento
de la tasa de desempleo.
Por otra parte, creemos necesario remarcar que aunque la
pauperización laboral y la expulsión del mercado de trabajo
constituyen las principales fuentes de pobreza, marginación y
exclusión social, no son los únicos motores de los procesos de
segregación en la sociedad moderna.

Marginalidad, desigualdad y exclusión social


La marginalidad puede definirse como parte de un proceso
de segregación social, que implica una separación de la
convivencia común de determinado grupo o individuo, ya
sea física o simbólicamente. La marginalidad se constituye
en base a una estereotipia social negativa, respecto del sector
social marginado.
El apartamiento de un sector social, respecto del sector
mayoritario de la población, puede estar motivado por
diferencias reales o ficticias entre ese grupo y el resto de la
sociedad. Esas diferencias pueden ser: étnicas, religiosas, de
recursos (pobreza material), intelectuales, laborales, políticas,
ideológicas, sexistas, etc.
Entonces, la diversidad suele ser decodificada por el sector
más amplio de la población, como un atributo con cualidades
negativas. Perspectiva que se encuentra en estricta relación
con la dinámica de los Estados-nación modernos que, en la
búsqueda de la configuración de un entramado relacional
común, promueven la homogeneización de patrones
culturales. Por ese motivo, la diferencia suele aparecer
como una distorsión de los parámetros de “normalidad”
consensuados por el imaginario social nacional.
En el caso de la pobreza, el proceso de marginación no
obedece al grado de excepción o diferencia, sino a un proceso
de “culpabilización social” hacia quienes carecen de los
recursos necesarios para proveerse la subsistencia. El proceso

Romina Rodríguez 73
de marginación social puede ser espacial o en relación al trato
social, puede ir desde la indiferencia hasta el maltrato; desde
la represión a la expulsión geográfica del territorio nacional
o inclusive, la reclusión dentro del propio Estado. En la
actualidad, un ejemplo de esta última situación se evidencia,
en el caso de los refugiados sirios en Europa.
El proceso de marginación social dirigido hacia algunos
grupos dentro de la sociedad se encuentra entrecruzado por la
ideología impulsada desde las instituciones estatales, sea esta
situación evidente o no. Sin embargo, no debemos soslayar
que, más allá de la importancia de las determinaciones
sociales, las “etiquetas” se construyen en base a la interacción
social. Según Howard Becker, las sociedades crean la regla,
cuya infracción es tomada como una “desviación” de la
norma social de comportamiento. Pero, en definitiva, son los
sujetos en la interacción los que generan un doble estigma
en tanto la etiqueta que está destinada a un “otro”, termina
etiquetando al etiquetador.
En el caso de la marginación o reclusión simbólica dentro
del propio Estado, Giorgio Agamben, retoma el concepto de
homo sacer. Homo Sacer es un término que viene de la antigua
Roma y posee dos sentidos: aquel que es “ofrecido” a las
divinidades y también lo maldito, lo execrable o despreciado
por las mismas. El homo sacer para Agamben encarna la vida
nuda, es aquella vida humana reducida sólo a los atributos
biológicos, aquella que aún no ha constituido derechos frente
al poder. La tesis de Agamben sostiene que los sectores que
la sociedad convierte o etiqueta como marginales constituyen
la encarnación de la vida nuda, son sujetos previos a la ley
o ignorados por ella. Aquel que mata a un sujeto etiquetado
como marginal, no puede ser acusado de homicidio en tanto,
esa “vida nuda” está por fuera de la ley humana.
En los Estados republicanos, la ley es aplicada
arbitrariamente, existe una dinámica contradictoria entre
el deber ser de la ley, plasmada en las constituciones y
su real aplicación, en tanto no existe plena igualdad de

74 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


derechos para todos los ciudadanos. Para Agamben, la ley
constituye ciertos cuerpos en “asesinables”. Un ejemplo
de esta situación en la sociedad actual, se ve en el caso de
“los pobres”, “los villeros”, “los marginales” aquellos sujetos
ubicados en “el margen social”.
En algunos casos, se le asigna a esos sujetos lugares
específicos como los campos de concentración o de refugiados.
Pero en otras circunstancias, individuos que tenían asegurada
su legalidad dentro del Estado pueden cambiar de status de
la noche a la mañana por una modificación de los requisitos
de pertenencia social, de acceso a la ciudadanía, por vivir en
la marginalidad socio-económica o por ser inmigrantes. En
la actualidad, los Estados Unidos nos brindan un ejemplo
muy gráfico del cambio de status de sus inmigrantes, que han
pasado de una pseudo legalidad a la ilegalidad, ante el último
cambio de gobierno, de Barak Obama a Donald Trump. En
Estados Unidos conseguir el estatus de inmigrante legal es
muy complicado, esta dificultad es una forma a través de la
cual el gobierno marca su derecho de admisión. Sin embargo,
millones de personas viven en Estados Unidos, trabajan a
diario e inclusive han formado familia, sin ser inmigrantes
legales. Con la finalidad de dar un viso de legalidad a esa
situación el presidente saliente, Barak Obama, estableció
un decreto por el cual millones de inmigrantes pudieron
congelar su deportación y obtener permiso válido por dos
años. Este decreto incluye a aquellos inmigrantes ilegales que
puedan demostrar: permanencia en Estados Unidos durante
cinco años, tener hijos estadounidenses o ser residentes
permanentes y no tener antecedentes criminales. Pero, Donald
Trump ha planteado que el decreto de Obama quedaría sin
efecto, modificando así el status de los inmigrantes ilegales en
Estado Unidos, que no saben si serán expulsados del país o en
el caso de no serlo, se convertirían en “marginales”.
Entonces, el margen es ante todo, un momento de
desigualdad. Es decir, no hay menos Estado en el “margen”,
geográfico o simbólico, sino menos igualdad o legalidad.

Romina Rodríguez 75
Afirmamos que no hay menos Estado, porque este aparece
en los momentos donde es necesaria la represión, sobre
todo ante reclamos por medidas económicas anti-populares.
Sin embargo, la pregunta que cabe realizar es: ¿constituye
“el margen” parte de la dinámica contradictoria de la lógica
estatal que presume una igualdad que no puede llevarse a cabo
y necesita de momentos de no reproducción de la legalidad/
igualdad para subsistir, buscando que ese núcleo de legalidad
pretendida se mantenga?
Nos hacemos esa pregunta porque tanto la pobreza como
aquellas prácticas asociadas a la vida en los “márgenes”, del
ordenamiento estatal, son consideradas peligrosas; sobre ellas
pesa la sospecha. En definitiva son “sitios” donde predominan
facetas de la naturaleza humana que no han sido subsumidas
por la “razón”, pero siguen constituyendo parte de la dinámica
global de los diversos Estados, salvo para los procesos de
adquisición de derechos. En el caso de las obligaciones, se
encuentran subsumidos a la dinámica habitual de las prácticas
incluidos
estatales, puesto que están “sujetos” al cuerpo normativo
vigente y a la coerción social que éste impone.

Conclusiones
El presente trabajo constituye una breve revisión de los
cimientos sociales sobre los que pareciera erigirse la pobreza
y la desigualdad durante el siglo XX, en el contexto de un
capitalismo voraz que no reconoce fronteras.
En la primera parte, realizamos una sucinta revisión
histórica de las formas en que ha sido considerada la pobreza,
hasta llegar a las categorizaciones modernas. Los organismos
internacionales clasifican la pobreza desde una perspectiva
positivista, en todas las dimensiones que componen dicho
método. En principio, el método positivista conduce a
cuantificar de manera experimental la pobreza, para que el
análisis esté dotado de cientificidad. Pero también implica
trasladar una perspectiva de tipo naturalista al análisis del
proceso de desenvolvimiento social. La pobreza es tomada

76 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


como un fenómeno cuasi natural y por ende incuestionable
en términos de estructura. Por ese motivo, hemos revisado la
perspectiva de diversos intelectuales que examinan la pobreza
y la desigualdad, desde una dimensión histórica crítica. De
este modo intentamos dar cuenta de la pobreza, en tanto
constructo social.
Los autores clásicos como Marx y Weber enfocan sus
análisis en fuentes primarias de desigualdad, las materiales o
socio-culturales. Sin embargo, autores contemporáneos como
Foucault examinan el entramado relacional, que construye y
reconstruye los mecanismos de dominación, dando lugar al
proceso de diferenciación social.
Por su parte, Agamben nos muestra cómo el poder político
constituye dentro del territorio estatal, “cuerpos asesinables”,
“marginales”, evidenciando así que el uso arbitrario de la ley
es inherente a la lógica de funcionamiento de las instituciones
republicanas, puesto que dan lugar a la conformación de
procesos de pobreza y desigualdad social.
Las estadísticas referidas a la “evolución” de la pobreza
durante la segunda mitad del siglo XX muestran que ha habido
un proceso de desaceleración, desde fines de la década del
´90 en los países “centrales” y comienzos del milenio en la
“periferia”. Sin embargo, los números fríos pueden resultar
engañosos: la pobreza decrece en términos absolutos, pero
cuantitativamente hay más pobres en la actualidad que a
comienzos del siglo XX, debido al crecimiento demográfico.
En este sentido, la revisión pormenorizada de material
estadístico revela que el proceso de desaceleración de la pobreza
que se registra, está centrado en China principalmente. En el
resto del planeta, los sectores más pobres no han mejorado
sustancialmente su condición, en tanto continúan siendo
pobres. El Banco Mundial y la ONU plantean que el proceso
de desaceleración de la pobreza mundial continuará, en
tanto se sostenga el mismo grado de desarrollo. Sin embargo,
estos análisis no estudian las “causas” de índole estructural
de la pobreza absoluta y relativa en el sistema actual. En este

Romina Rodríguez 77
sentido, sostenemos que el análisis respecto de la desigualdad
social no debe soslayar, que la pobreza y el desempleo son
constitutivos de la dinámica interna del sistema capitalista.
En términos de Benjamin, el progreso, que no ha dejado de
generar excluidos debido al avance técnico, es una tormenta,
que deja escombros tras sus pasos.

78 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


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Max Weber, Economía y Sociedad, Madrid, Fondo de Cultura
Económica, 1993.

Susana Yazbek 79
La sociedad contemporánea y el
nuevo orden mundial: cambios
e innovaciones desde mediados
del siglo XX hasta la actualidad
Susana Yazbek
Todos los campos de la vida humana que comprenden, entre
otros, aquellos relacionados con lo político, económico, social,
ideológico, tecnológico, comunicacional, educativo y cultural,
se vieron afectados a partir de la Segunda Guerra Mundial
(1939-1945) por las mutaciones registradas a escala planetaria.
Dichos cambios dieron origen a un nuevo orden mundial y
fueron moldeando las características de la actual sociedad
contemporánea. Las Ciencias Sociales y Humanas trataron
de dar cuenta de estos procesos desde distintas disciplinas
—Ciencia Política, Sociología, Antropología, Economía,
entre otras— y con diversos enfoques interpretativos. Aquí
desde una perspectiva histórica consideraremos de manera
integrada esos aportes para examinar las transformaciones
ocurridas desde entonces en la sociedad occidental, muchas
de cuyas secuelas perduran hasta hoy.

Nuevas estructuras político-económicas


de posguerra. El Estado de Bienestar
Estados Unidos —como principal potencia internacional—
hacia finales del conflicto bélico mundial comenzó a diseñar,
junto con sus aliados, un sistema de cooperación internacional
para el período de posguerra. El propósito era organizar un
nuevo orden global basado en el predomino de organismos
internacionales multilaterales.
En el plano económico, en 1944 se celebró en Bretton Woods
(Estados Unidos) la Conferencia Internacional Monetaria

Susana Yazbek 81
y Financiera en la que se aprobó la creación del Fondo
Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial para
impedir que se repitiera la inestabilidad económica vivida en
el período de entreguerras como secuela de la crisis de l929,
cuando quebró la Bolsa de Valores de Nueva York. El objetivo
fue preparar las condiciones de la reconstrucción posbélica y
amortiguar las posibles fluctuaciones y/o desequilibrios por
medio de la regulación de los flujos de bienes y de capital,
asegurar los pagos internacionales y fomentar la estabilidad
de los tipos de cambio. En función de esto último se fijó un
patrón monetario común —denominado Sistema Bretton
Woods— por el cual se estableció un nuevo tipo de cambio
fijo dólar/oro (35 dólares por onza de oro fino) que se puso en
marcha desde 1945. Al mismo tiempo, y con el fin de reactivar
y promover el comercio a nivel internacional, en 1947 varios
países firmaron el Acuerdo General sobre Aranceles de Aduana
y Comercio (GATT por sus siglas en inglés), antecedente de la
actual Organización Mundial de Comercio (OMC). Se basó en
acuerdos intergubernamentales y multilaterales para regular
las relaciones comerciales entre sus signatarios y las partes
contratantes con el objeto de reducir las fuertes barreras
que existían por entonces y los acuerdos preferenciales entre
naciones. Entre 1948 y 1952, Estados Unidos implementó el
Plan Marshall para apuntalar las economías europeas de los
países aliados devastados por la guerra, y luego se extendió
a otros con el fin de evitar el avance del comunismo, como
Alemania y Japón. La aplicación de este Plan implicó la
transferencia de fondos, no de créditos, ya que, a cambio de
ayuda económica, los países beneficiados debían comprar los
productos estadounidenses a la par que facilitó la llegada de
dólares a una economía europea con escasez de divisas que,
como contrapartida, debían tener una política económica y
fiscal responsable.
Asimismo, se establecieron instituciones internacionales
con fines político-sociales. En 1945 se creó la Organización de
Naciones Unidas (ONU) como un organismo supranacional

82 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


para asegurar la paz mundial y la igualdad de derechos para
todos los pueblos. Estuvo integrada por todos los estados que
aceptaran su carta constitutiva y sus principales órganos de
funcionamiento pasaron a ser: la Asamblea Ordinaria que se
reúne una vez al año (además de las sesiones extraordinarias)
y el Consejo de Seguridad compuesto por 5 miembros
permanentes (Estados Unidos, la Unión Soviética, Gran
Bretaña, Francia y China) con derecho a veto y 9 miembros
rotativos. También se organizaron diversas comisiones
para temas específicos: refugiados, apoyo a los procesos de
descolonización, sostén para los países atrasados por medio
de planes de desarrollo económico, ayuda a la infancia, a las
mujeres, a la educación, al medioambiente, a la alimentación,
al trabajo, entre otras. Para garantizar la paz internacional
contó con fuerzas de intervención —los Cascos Azules— y con
el tribunal de arbitraje internacional en La Haya para dirimir
las diferencias entre los estados nacionales. En el caso del
continente americano, Estados Unidos buscó un sistema de
integración bajo su hegemonía que se concretó en 1948 con la
creación de la Organización de Estados Americanos (OEA) con
sede en Washington.
Por otra parte, el nuevo orden de posguerra estuvo signado
por el inicio de la Guerra Fría que instauró un mundo bipolar
a partir de 1947: el bloque Occidental liderado por Estados
Unidos sostuvo principios capitalistas y el bloque Oriental
encabezado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas
(URSS) adscribió al comunismo. La construcción del Muro
de Berlín (1961) fue el símbolo visible de esta división donde
la amenaza de un enfrentamiento bélico a escala planetaria
fue una constante. Cada una de las grandes potencias
procuró defender sus márgenes geopolíticos por medio del
desarrollo militar (carrera armamentística) y tecnológico
(bomba atómica) para controlar no sólo el globo terráqueo
sino también para conquistar el espacio exterior. Así la carrera
espacial fue un hecho en la que se destacaron como hitos
salientes que los rusos lanzaran en 1957 el primer satélite

Susana Yazbek 83
artificial en órbita terrestre, llamado Sputnik 1, y que los
astronautas estadounidenses llegaran a la luna en 1969. El
enfrentamiento entre ambos bloques se plasmó de igual modo
en la conformación de alianzas estratégico-militares: Estados
Unidos promovió la creación de la Organización del Tratado
del Atlántico Norte (OTAN) en 1949 y la Unión Soviética del
Pacto de Varsovia en 1954.
Las sociedades occidentales más avanzadas logaron una
rápida recuperación material en poco tiempo dando inicio
a una nueva fase de acumulación capitalista, que estuvo
caracterizada por un crecimiento económico acelerado y por
la reformulación del contrato social entre las décadas de 1950 y
1960. Esta etapa fue denominada por el historiador inglés Eric
Hobsbawm como los “años dorados” y estuvo representada por
la consagración del Estado de Bienestar (Walfare State) como
modelo dominante a seguir. La consolidación del Estado de
Bienestar —y el abandono momentáneo del modelo liberal—
fue posible porque el fin último a alcanzar fue el bienestar
general en las sociedades capitalistas como modo de frenar
al avance comunista y superar el miedo a la revolución social
dado que la amenaza del “peligro rojo” aparecía como una
realidad tenida por cierta en Occidente.
En poco tiempo los índices económicos mostraron
un desarrollo espectacular y sostenido, basta mencionar
como ejemplo que durante los años dorados el incremento
promedio del producto bruto interno de los países
industrializados rondó entre el 9% y el 12% anual. El gran
motor del crecimiento de los años cincuenta y sesenta del
siglo XX fue el Estado que, con nuevas características, jugó
un rol importante en estas trasformaciones. Una de las
particularidades del Estado de Bienestar fue su intervención
en cuestiones económicas y sociales.
En el primer aspecto se relacionó con la planificación
estatal y la adopción de fuertes acciones reguladoras de la
actividad económica: proteccionismo arancelario para las
industrias, medidas cambiarias y monetarias para favorecer

84 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


las exportaciones, implementación de políticas de créditos
a largo plazo y bajas tasas de interés, entre otras. Al mismo
tiempo desde el Estado se impulsó una economía de tipo
“mixta” en la que se alentaron las actividades de las empresas
privadas y a la vez la activa participación del Estado como
productor de bienes y servicios, ya sea porque algunas
empresas pasaron a ser propiedad del Estado o porque
fueron directamente creadas por él para la provisión de una
infraestructura adecuada y en áreas consideradas estratégicas
(energía, comunicaciones, transportes, etc.). La continuidad
del modelo también se basó en la intervención estatal para
sostener la demanda agregada por medio de una política fiscal
y de precios que garantizara la distribución equitativa de los
ingresos. Bienes y servicios —hasta el momento restringidos
a sectores reducidos de la población— pronto estuvieron
al alcance de todos, especialmente a partir de la puesta en
funcionamiento de políticas de pleno empleo y buenos
salarios que se vieron favorecidas por la aplicación del sistema
fordista de producción. El fordismo apuntó al aumento de la
producción y de la productividad que implicaron incrementos
en las tasas de ganancia (para los empresarios) y en los salarios
(para los trabajadores).
Otra característica del Estado de Bienestar fue su
intervención en cuestiones sociales al promover la creación
de un conjunto de derechos individuales y colectivos que
abarcó a la totalidad de la sociedad. Se tomaron medidas que
abrieron el camino para la difusión de derechos ampliados
a la educación, a la salud, a la alimentación o a la vivienda,
y otros relacionados específicamente con las condiciones
y derechos laborales como asignaciones por maternidad,
indemnizaciones por despidos, subsidios por invalidez o
enfermedad. Por otro lado, la implementación de políticas
públicas se efectuó en forma consensuada con los sindicatos
y los empleadores, reservándose el Estado para sí el rol de
mediador para morigerar los intereses de ambas partes y llegar a
acuerdos sobre ingresos, convenios colectivos o circunstancias

Susana Yazbek 85
laborales. De esta manera se pudieron extender las facultades
estatales en el ámbito de las políticas sociales para patrocinar
el pleno empleo, el bienestar general y la seguridad social con
el objeto de crear un sistema de integración social fundado en
la redistribución de la renta y el incremento del gasto público.
Paralelamente en el transcurso de los años dorados se fueron
difundiendo entre los países occidentales la puesta en marcha
de políticas de integración regional. Entre otros, se destacaron
en el Viejo Continente la creación de la Comunidad Económica
Europea en 1957, antecedente de la actual Unión Europea
(1993), y en el nuevo mundo la Asociación Latinoamericana
de Libre Comercio (ALALC) en 1960, que luego se convertiría
en la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI) en
1980 y desde 1991 en el Mercado Común del Sur (MERCOSUR).
En tanto los países africanos y asiáticos fueron los
principales protagonistas de los procesos de descolonización
y movimientos de liberación iniciados tras la finalización
de la Segunda Guerra Mundial que permitieron a las ex
colonias alcanzar su independencia. Igualmente los países
tercermundistas en su conjunto buscaron consolidar su
posición en el escenario internacional y, por iniciativa
de algunos estados soberanos de África y Asia, se reunió
la Conferencia de Bandung (1955) donde se condenó al
colonialismo, a la discriminación racial y al armamento
atómico. Allí quedaron sentadas las bases para la organización
posterior del Movimiento de los Países No Alineados (1961)
integrado por los países del Tercer Mundo como alternativa al
esquema bipolar de posguerra.
En cuanto a América Latina, en general los estados
tendieron a propiciar la profundización de los procesos de
industrialización por sustitución de importaciones (ISI)
iniciados en décadas pasadas y el fortalecimiento del mercado
interno, al tiempo que alentaron la aplicación de políticas
sociales (“Estado Interventor”). La Revolución Cubana de 1959
marcó un hito en el devenir de los acontecimientos de la región.
Para Estados Unidos significó, en el marco de la Guerra Fría,

86 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


que el comunismo había puesto su pie en un área considerada
de su exclusiva influencia desde la proclamación de la Doctrina
Monroe en 1823 (“América para los americanos”). Con el
propósito de contrarrestar la influencia del ejemplo cubano,
el gobierno estadounidense impulsó primero medidas de
ayuda económico-sociales para la región a través de la Alianza
para el Progreso en 1961, bajo la administración de John
F. Kennedy, y luego prohijó, en el transcurso de esa misma
década, la aplicación de la Doctrina de Seguridad Nacional
que abrió el camino a la instauración de regímenes militares
o dictatoriales aliados. El plan consistía en que estos últimos
lucharían contra el avance del comunismo dentro de las
fronteras de sus respectivos países mientras la gran potencia
del norte se encargaría de la seguridad continental ya que, para
muchos latinoamericanos, el modelo cubano servía de guía
para conseguir —sobre bases socialistas— transformaciones
económicas y sociales por la vía de la lucha armada con la
multiplicación de organizaciones clandestinas y guerrilleras
en todo el continente.

Crisis y reajustes. El nuevo orden neoliberal


La gran expansión de los países desarrollados capitalistas
empezó a dar muestras de desequilibrios a fines de la década
de 1960. Por entonces Estados Unidos evidenció registros
de un déficit importante en su balanza de pagos, en tanto
que Europa Occidental y Japón presentaban superávit en
las mismas y un aumento de sus reservas en dólares. El
resultado de esta situación fue la depreciación del dólar. A
la par se produjo un aumento de la liquidez internacional
que por un lado estuvo vinculada con los dólares que
fueron depositados en bancos fuera de Estados Unidos —y
que no retornaban al mismo (“eurodólares”)—, por otro
con el avance de actividades económicas que no tenían
una base territorial que se correspondieran con un estado
nacional. Esto dio nacimiento a un nuevo proceso dentro

Susana Yazbek 87
del capitalismo que consistió en la transnacionalización de
la economía, es decir la aparición de compañías o empresas
multinacionales o transnacionales que tenían base en
un país pero que operaban en todo el mundo. Además se
extendieron las actividades offshore o paraísos fiscales —en
las islas Vírgenes o Caimán, por ejemplo— con el fin evitar
impuestos y limitaciones en sus propios países de origen.
Sobre este contexto se desencadenó la “crisis del dólar”
cuando en 1971 el presidente estadounidense Richard Nixon,
para paliar la situación económica de su país, devaluó la
moneda nacional y suspendió la convertibilidad del dólar
en oro con el propósito de evitar la salida de divisas, bajar
el déficit y la inflación. Con estas medidas Estados Unidos
trasladó su crisis al resto del mundo y puso fin al patrón
cambiario de Bretton-Woods, que fue reemplazado en el
mercado internacional por un tipo de cambio flotante. En
el transcurso de los años de 1970 la economía capitalista
en su conjunto sufrió un nuevo golpe a raíz de la “crisis del
petróleo” de 1973 y de 1979. La primera se inició cuando los
países árabes integrantes de la Organización de los Países
Exportadores de Petróleo (OPEP), en el marco de la guerra
árabe-israelí del Yom Kippur, decidieron elevar el precio del
barril cuatro veces su valor. Esta disposición afectó a todos los
países por igual —fueran desarrollados o subdesarrollados—
quienes recurrieron a la emisión monetaria para hacer frente
a la crisis. La consecuencia fue el incremento de la inflación
y del estancamiento económico que generó un fenómeno
novedoso para el capitalismo: la estanflación. Por su parte los
países árabes recibieron una abundante entrada de divisas
que no fueron reinvertidos allí, por el contrario volvieron al
mercado internacional (“petrodólares”) y estimularon una
gran liquidez internacional de divisas. La mayor parte de
ella fue colocada en bancos moneda extranjera
europeos y estadounidenses
cuya estrategia fue facilitar créditos con baja tasa de
interés a los gobiernos occidentales que tenían dificultades
presupuestarias, siendo los principales beneficiarios varios

88 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


países de Latinoamérica. El segundo shock petrolero de 1979
fue en el marco de la guerra entre Irak e Irán y profundizó el
apogeo de los préstamos internacionales que motivaron un
aumento de la deuda externa de los países tomadores de esos
créditos. América Latina fue una de las principales víctima de
ese proceso en la década siguiente cuando se incrementaron
desmesuradamente las tasas de interés que desembocaron en
un crecimiento exponencial de su deuda pública y privada.
Para hacer frente a los efectos de la crisis del petróleo y
la estanflación, los países avanzados de la órbita capitalista
aplicaron hacia 1980 políticas restrictivas que señalaron
el fin del Estado de Bienestar. El ascenso al poder de
Margaret Thatcher en Gran Bretaña en 1979 y de Ronald
Reagan en Estados Unidos en 1981 simbolizó el avance de
gobiernos neoconservadores que comenzaron a aplicar
medidas neoliberales. Conjuntamente, en el marco de una
situación recesiva de la economía internacional, las grandes
corporaciones transnacionales reelaboraron sus estrategias
productivas y comerciales incorporando un sesgo cada vez
más financiero en sus actividades; a la par que reclamaban
la eliminación de los controles y la liberalización de los
movimientos financieros internacionales por parte de los
estados nacionales. El avance del neoliberalismo se completó
con la pérdida de poder de lo político sobre lo económico que
se tradujo en: el desmantelamiento de las reglamentaciones
y controles públicos, la gran competencia entre empresas
y un creciente proceso de concentración de las mismas, el
crecimiento de las grandes operaciones financieras domésticas
e internacionales mediante inversiones directas, en cartera o
emisiones internacionales de bonos y acciones. Los cambios
operados a nivel global fueron alentados por la desaparición
del Bloque Comunista (caída del Muro de Berlín en 1989 y
desintegración de la Unión Soviética en 1991) que permitió la
consolidación de Estados Unidos quien, desde una posición
unipolar, fue el que fijó desde entonces la agenda de los pasos
a seguir.

Susana Yazbek 89
Las profundas transformaciones acaecidas fueron
analizadas por el economista estadounidense John
Williamson cuando elaboró un documento en 1989 en
el que recogía las indicaciones que habían dado hasta el
momento algunas instituciones de peso que tenían sede en
Washington (como el FMI, el Banco Mundial, el Congreso
y la Reserva Federal de Estados Unidos, además de los
think-tanks) para forzar cambios estructurales sobre
principios neoliberales. Sus observaciones quedaron
resumidas en 10 puntos y fueron conocidas como el
“Consenso de Washington”: 1) disciplina presupuestaria,
2) descenso del gasto público, 3) reforma tributaria que
favoreciera a los sectores de más altos ingresos, 4) tasa
de interés reguladas por el mercado, 5) tipos de cambios
competitivos y flexibles, 6) desregulación de la política
comercial y financiera, 7) aliento a las inversiones extranjeras
directas (IED), 8) privatizaciones de bienes y servicios que
eran del Estado, 9) liberalización de las regulaciones que
impidieran el acceso al mercado o que restringieran la
competencia, 10) garantía de los derechos de propiedad
privada.
La “receta” del Consenso de Washington fue aplicada por
los organismos financieros multilaterales e instrumentadas
por los gobiernos sin tener en cuenta las condiciones de
cada país y aceleraron las crisis internas. Por ejemplo, en
América Latina durante el transcurso de los años de 1980, a
pesar del regreso generalizado a la democracia, los efectos
fueron devastadores porque se tradujeron en el retroceso
del Estado, la descomposición social y el estancamiento
económico por los propios límites del modelo de sustitución
de importaciones y por el peso de la deuda externa,
problemas que se acentuaron en la década siguiente.
Para los países latinoamericanos el carácter regresivo en
términos sociales de estas políticas fue una constante,
aún en los períodos de crecimiento macroeconómico que

90 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


experimentaron algunos de ellos (como en la primera mitad
de los años de 1990), y sus gobiernos —deliberadamente o
no— se mostraron incapaces para disminuir la pobreza, la
indigencia y las desigualdades sociales por el aumento del
desempleo de masas y la precarización laboral.
Las derivaciones de la puesta en marcha del
neoliberalismo en el plano mundial fueron acompañadas
por la reconfiguración de la lógica empresarial marcada por
un descenso de las tasas de ahorro privado y de las tasas
de inversión en favor de la emergencia de un régimen de
acumulación que privilegiaba al capital financiero como
sector clave. La financiarización de la economía apuntó a
sostener altos los niveles de liquidez internacional para ser
ubicados fácilmente en una amplia gama de actividades en
busca de oportunidades especulativas. A su vez, la misma
dinámica del funcionamiento global de la economía y
de la expansión informática y de las comunicaciones
determinaron que los mercados financieros internacionales
estuvieran cada vez más integrados, de modo tal que cualquier
desestabilización en una región o país inmediatamente
repercutía en otros. A partir de la década de 1990 las crisis
financieras fueron recurrentes (crack japonés de 1990,
burbuja inmobiliaria estadounidense de 1990-1991, crisis
mexicana de 1994, crisis asiática de 1997, crisis rusa de 1988,
crisis brasileña de 1999, crisis turca y argentina de 2001,
burbuja de Internet en 2002, crisis estadounidense y crisis
del euro de 2008) y sus secuelas difíciles de revertir porque
la liberalización de los mercados generó grandes corrientes
de dinero recorriendo el mundo por fuera de cualquier
entidad reguladora y con comportamientos impredecibles.
Otras de las particularidades del proceso de globalización
sobre bases neoliberales fueron la creación de organismos
multilaterales que propiciaron la firma de pactos de libre
comercio, y la concertación de acuerdos de integración
regional que se definieron en función de estos nuevos

Susana Yazbek 91
postulados. Desde 1995 fue la Organización Mundial de
Comercio (OMC) la única organización internacional que
fijó las normas para la negociación de acuerdos encaminados
a reducir los obstáculos al comercio internacional con el
objetivo de beneficiar a “todos” sus miembros aunque, por
detrás, estuviera presente el propósito de consolidar los
principios liberales a escala planetaria. Simultáneamente al
establecimiento de los acuerdos de libre comercio de tipo
multilateral, se fueron consolidando la conformación de
bloques regionales que alentaron la integración entre los
países. Su fortalecimiento respondió tanto a los procesos en
curso como también a los intentos por reforzar su posición
frente a otros y alcanzar mayores beneficios en un mundo
cada vez más competitivo. En poco tiempo se multiplicaron
en todos los continentes y subáreas, con distintos resultados.
En el caso latinoamericano, muchos de ellos se cimentaron
en procesos previos iniciados en los años de 1960 pero
que cobraron gran impulso desde la década de 1980 con la
restauración de los procesos democráticos, destacándose
entre otros: MERCOSUR (Mercado Común del Sur, 1995),
SICA (Sistema de Integración Centroamericana, 1993),
CAN (Comunidad Andina de Naciones, 1992), CARICOM
(Comunidad del Caribe, 1989).
Más recientemente se está produciendo una
reorientación de los acuerdos comerciales desde la reunión
de la OMC de 2001, conocida como Ronda de Doha. Allí
se propició asegurar un trato más favorable a los países
subdesarrollados enfocando primero la atención en los
intereses del sur global y en postergar los deseos de los
industrializados para después. En respuesta los países
desarrollados —principalmente Estados Unidos y los
que conforman la Unión Europea— redefinieron sus
estrategias para asegurar su primacía en el esquema de
acumulación global por medio de una política comercial
hacia acciones de tipo “bilateral”. En 2001-2002 entró en

92 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


vigor la estructura del primer tratado de libre comercio
(TLC) de la Unión Europea con México y le siguió en
2003 el acordado con Chile. En los últimos años surgieron
otros que se llevan adelante con negociaciones a puertas
cerradas y sin información pública. Sus características
principales son la considerable magnitud de las economías
involucradas y la aspiración a crear espacios económicos de
vasto alcance geográfico (transpacíficos o transatlánticos).
Este tipo de tratados “megarregionales” han comenzado a
dibujar desde 2010 un nuevo formato en las negociaciones
internacionales, destacándose el Acuerdo Transpacífico de
Cooperación Económica (TPP por sus siglas en inglés), el
Acuerdo Transatlántico sobre Comercio e Inversión (TTIP
por sus siglas en inglés) y el Acuerdo sobre el Comercio de
Servicios (TISA por sus siglas en inglés).
En un sistema interdependiente cada vez más
complejo a nivel global, han ido aparecido además
nuevos centros dominantes y competitivos a partir
del ascenso de China y de los denominados “tigres
asiáticos” (Corea del Sur, Taiwán, Hong-Kong,
Singapur) cuya integración a los mercados productivos
y financieros mundiales están incidiendo fuertemente
en el reacomodamiento general del sistema capitalista,
todavía en curso.

Progresos científico-tecnológicos.
El impacto de las tecnologías de la información
y la comunicación
La tecnología no es autónoma sino que forma parte de todo
un entramado de factores científicos, sociales, culturales,
institucionales, laborales y políticos. En este sentido las
circunstancias del conflicto bélico mundial, con su demanda
de alta tecnología, preparó el terreno para una serie de
cambios profundos que se ampliaron luego en el transcurso

Susana Yazbek 93
de la Guerra Fría y posteriormente fueron readaptados para
su uso civil, tales fueron los casos del desarrollo nuclear
para la producción de energía, el uso de radares para
las comunicaciones o el motor a reacción aplicado a los
transportes aéreos. Sin embargo, el gran salto fue posible con
el perfeccionamiento alcanzado en la era actual dominada
por la informática y las comunicaciones.
La edad de oro del capitalismo descansó sobre el progreso de
investigaciones científicas a cargo de entes estatales y privados.
Las circunstancias del mundo bipolar llevaron a los gobiernos
a establecer alianzas estratégicas con las universidades y
empresas particulares para impulsar el trabajo especializado
de científicos y técnicos. La intención era promover avances
en investigación y desarrollo (I+D) a través del aporte de
grandes sumas de dinero que reforzaron los logros alcanzados
previamente. En algunos casos mejorando los productos ya
conocidos, como por ejemplo en base a materiales sintéticos
—nylon, poliéster, polietileno—, o el despliegue de otros
nuevos, como el transistor o las primeras computadoras de la
década del cuarenta, los circuitos integrados desplegados en
la década del cincuenta o los láseres de la del sesenta del siglo
pasado. Es decir que las innovaciones tecnológicas y científicas
—tanto individuales como colectivas— fueron el resultado de
logros anteriores y de nuevas invenciones.
De un tiempo a esta parte los adelantos
científico-tecnológicos coadyuvaron al progreso de
investigaciones y acciones multidisciplinarias (robótica,
microelectrónica, astrofísica, microbiología o nanotecnología)
para aplicaciones diversas (industrias, medioambiente, salud,
viajes espaciales, informática, etcétera). Como muestra del
amplio campo que comprenden las nuevas disciplinas y
sus innumerables usos sólo nos detendremos a examinar la
Nanotecnología. En el medio ambiente implican el desarrollo
de materiales, energías y procesos no contaminantes,
desalinización y procesamiento de aguas, descontaminación
de suelos, tratamiento de residuos, reciclaje de sustancias,

94 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


nanosensores para la detección de sustancias químicas
dañinas o gases tóxicos. En el sector energético tiene
relación con la mejora de los sistemas de producción y
almacenamiento de energía, en especial aquellas que sean
limpias y renovables (como la energía solar), además de
tecnologías que ayuden a reducir el consumo energético a
través de nuevos aislantes térmicos más eficientes basados en
nanomateriales. En la agricultura tienen relación con mejoras
en plaguicidas, herbicidas, fertilizantes, mejoramiento de
suelos, nanosensores en la detección de niveles de agua,
nitrógeno, agroquímicos, etc.; en tanto que en la ganadería
se emplean en nanochips para la identificación de animales,
de nanopartículas para administrar vacunas o fármacos, y de
nanosensores para detectar microorganismos y enfermedades
como así también sustancias tóxicas. En la medicina se utiliza
en nanotransportadores de fármacos a lugares específicos del
cuerpo que pueden ser útiles en el tratamiento del cáncer u
otras enfermedades, biosensores moleculares con la capacidad
de detectar alguna sustancia de interés (como glucosa),
nanorobots  programados para reconocer y destruir células
tumorales o bien reparar algún tejido (como el tejido óseo a raíz
de un fractura), nanopartículas con propiedades antisépticas
y desinfectantes, entre otras. En la industria de alimentos
comprende la aplicación de nanosensores y nanochips
útiles para asegurar la calidad y seguridad de los productos
elaborados, dispositivos que funcionen como nariz y lengua
electrónicas, detección de frescura y vida útil de un alimento,
identificación de microorganismos patógenos, aditivos,
fármacos, metales pesados, toxinas y otros contaminantes,
impulso de nanoenvases, nanoalimentos con propiedades
funcionales nutritivas y saludables, o con mejores propiedades
organolépticas. En la electrónica incluyen componentes
electrónicos que permiten aumentar drásticamente la
velocidad de procesamiento en las computadoras, creación
de semiconductores, nanocables cuánticos, circuitos basados
en grafeno o nanotubos de carbono. En las tecnologías

Susana Yazbek 95
de la comunicación e informática posibilita sistemas de
almacenamiento de datos de mayor capacidad y menor tamaño,
dispositivos de visualización basados en materiales con mayor
flexibilidad u otras propiedades (como transparencia) que
permiten crear pantallas flexibles y transparentes, además del
desarrollo de la computación cuántica. En la construcción se
utiliza para el desarrollo de materiales (nanomateriales) más
fuertes y ligeros, con mayor resistencia, vidrios que repelen
el polvo o la humedad, pinturas con propiedades especiales,
materiales autorreparables, etc. En actividades textiles para
tejidos que repelen las manchas o que no se ensucian y/o
sean autolimpiables, antiolores, incorporación de nanochips
electrónicos que den la posibilidad de cambio de color a las
telas, o bien el control de la temperatura, estos últimos están
dentro de lo que se llama “tejidos inteligentes”. Sus usos en la
cosmética implican la producción de cremas antiarrugas o
cremas solares con nanopartículas.
En definitiva la tecnología es un producto de la sociedad
y cumple una función social pero, a su vez, se encuentra
condicionada por ella. El más claro ejemplo de esto ha sido
el progreso evidenciado por las tecnologías de la información
y la comunicación (TIC) que se expandieron rápidamente
hacia a finales de la década de 1960 cuando se dieron los
primeros pasos significativos para la creación de Internet.
Si bien surgió en 1969 como parte de Red de la Agencia de
Proyectos de Investigación Avanzada (ARPANET) creada
por el Departamento de Defensa de Estados Unidos para
comunicar los diferentes organismos del país, su desarrollo
contó con la activa colaboración de universidades e institutos
de investigación. Concebida inicialmente como una red
que no era controlada desde ningún centro sino que estaba
compuesta por miles de redes informáticas autónomas con
incontables modos de conectarse, fue a partir de la década de
1970 que la tecnología se hizo más accesible dejando de ser
una herramienta exclusiva de los gobiernos y pasó a estar al
alcance de todos con el despliegue del uso de la fibra óptica

96 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


y del chip (1977) o del módem (1979). A posteriori cobró
impulso en los años de 1990 —momento de la expansión de
la globalización— con el gran crecimiento que tuvo el uso de
la World Wide Web (www) como un sistema de distribución
de información basado en hipertextos a través de Internet,
como por ejemplo Google (1998). Desde los comienzos del
tercer milenio la reducción de la brecha digital generada con
el despliegue de Wi-Fi desde 2000 y la amplia disponibilidad
de nuevos dispositivos, que se distinguieron por su fácil
portabilidad, modificaron tanto las relaciones interpersonales
a través de las redes sociales (correo electrónico, telefonía
celular móvil, Facebook, Twitter, Whatssap, Instagram,
Snapchat), como el acceso a la información y al conocimiento
(sitios web, blogs, buscadores, plataformas multimedia) o las
formas de entretenimiento (Youtube, videojuegos en línea).
Así se materializó un nuevo paradigma en torno a la
tecnología de la información y de la comunicación basada
en la interacción de diferentes actores sociales para la
generación y la difusión del conocimiento dando origen a la
llamada “sociedad del conocimiento”. Ella fue consecuencia
de la activa participación del Estado, las universidades e
instituciones académicas, el sector productivo empresarial y
la sociedad civil en su conjunto donde la relación existente
entre tecnología y sociedad está mediada por el papel que
juega el Estado —ya sea deteniendo, desatando o dirigiendo
la innovación tecnológica— como factor clave en el proceso
general porque dispone de los medios para expresar y
organizar las fuerzas sociales y culturales que dominan en
un espacio y tiempo dados. Tan pronto como se propagaron
las nuevas tecnologías de la información y la comunicación,
se expandieron en toda clase de aplicaciones y usos que
retroalimentaron las innovaciones tecnológicas, acelerando
la velocidad de su amplificación, ensanchando el alcance
del cambio tecnológico y diversificando sus fuentes. Estos
procesos plasmaron la capacidad de las sociedades para
transformarse aunque presenten variaciones considerables

Susana Yazbek 97
en diferentes países según su historia, cultura o instituciones,
y su relación específica con el capitalismo global y las
tecnologías disponibles. Más allá de esto, los logros obtenidos
revolucionaron las condiciones de vida, las actividades
económico-productivas, la educación, las relaciones sociales
o los usos y las costumbres cotidianas como nunca antes
había ocurrido en la historia de la humanidad, abriendo un
camino de avances ininterrumpidos sin marcha atrás.
Por otro lado, es indudable que el desarrollo
científico-tecnológico ha mejorado la vida y el entorno
humano, sin embargo, en algunos casos han provocado, al
mismo tiempo, efectos negativos. Uno de los más destacados
son los daños al medio ambiente con la producción de desechos
o residuos tóxicos y la emisión de gases que contaminan
la tierra, el agua y el aire. Otro está relacionado con la
producción de bienes industriales que una vez utilizados son
descartados (pilas y baterías). Asimismo, causan perjuicios
en el género humano la contaminación auditiva y/o visual
como la presencia de tóxicos en productos de uso diario en
el hogar considerados como una “amenaza invisible” que
afectan principalmente al sistema endocrino (insecticidas,
piojicidas, jabones antibacteriales, recipientes de plástico
que alteran su composición química al ser expuestos al calor,
etcétera). Son por demás evidentes los resultados negativos
en el mundo laboral donde la automatización creciente ha
provocado el progresivo desplazamiento de la mano de obra,
con el consiguiente aumento de los índices de desocupación y
precariedad laboral; del mismo modo que se ha visto afectada
la igualdad de oportunidades en el acceso a los empleos con
el aumento de la demanda de personal con capacitación y
perfeccionamiento técnico.

98 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


Transformaciones sociales. Modificaciones en el
mundo del trabajo, la producción y el consumo.
Reacciones culturales
El afianzamiento del capitalismo en el mundo occidental
desde mediados del siglo XX estuvo relacionado con un
importante crecimiento de su población. La misma respondió
a un aumento en la tasa de natalidad —fenómeno conocido
en Estados Unidos como “baby-boom”—, el descenso de los
índices de mortalidad y el mejoramiento en las condiciones de
vida (alimentación, salubridad, higiene, confort, entre otras).
Conjuntamente se extendieron los procesos de urbanización
asociados con una alta concentración poblacional y una
ampliación notable de las actividades secundarias y
terciarias en las ciudades. En este contexto se incrementó
progresivamente la demanda de fuerza laboral que se expandió
notablemente a partir de la década de 1950. El mercado de
trabajo se nutrió de las áreas rurales más próximas en una
primera instancia y después con el aporte de los inmigrantes,
en el caso europeo de los provenientes de las zonas más pobres
del este y sur como así también de los que llegaban de las
excolonias, que pasaron a desempeñar las tareas más duras
y peor remuneradas del mercado laboral. Igualmente fue
significativa la incorporación masiva de las mujeres al trabajo
fruto del cambio de mentalidad, de las mejores condiciones de
vida que le facilitaron las tareas hogareñas y de la preparación
educativa alcanzada, que incidieron en la proporción de su
presencia en diversas funciones aunque, siempre, los puestos
de mayor jerarquía y los mejores salarios quedaron reservados
para los hombres.
A partir de las condiciones que se generaron bajo el Estado
de Bienestar se afianzaron dos nuevos hechos: “la producción
de masas” y “la sociedad de consumo”, que modificaron
de raíz las estructuras de las sociedades contemporáneas.
Ambos procesos fueron apuntalados por las premisas del
fordismo que se basaba en técnicas de producción masiva y
a bajo costo, la numerosa incorporación de fuerza laboral y la

Susana Yazbek 99
continua expansión del mercado consumidor. La aplicación
de este sistema de producción devino no sólo en el ascenso
de los beneficios de los empleadores sino principalmente
en los buenos salarios pagados a los trabajadores quienes
actuaron al mismo tiempo como productores y consumidores.
Simultáneamente la extensión del mercado consumidor se
vio favorecida por el fácil acceso a préstamos y a créditos con
baja tasa de interés que contribuyeron a elevar y a sostener la
demanda de bienes y servicios. Así la sociedad de consumo
se instaló en todos los sectores de la población alentados,
además, por la publicidad que apuntó no sólo a satisfacer las
necesidades básicas (alimentación, vestimenta o calzado) sino
también a promover la demanda de bienes no materiales tras
la proclama de mejorar la calidad de vida o la satisfacción de
los deseos. Con ese fin la propaganda fue direccionada tanto a
los sectores tradicionales como a otros nuevos, tal fue el caso
de la juventud que desde entonces fue sumada en función de
patrones de consumo propios relacionados con sus gustos e
intereses (por ejemplo, en música: el rock, en lecturas: cómics,
en ropa: jeans, entre otros). Desde entonces la cultura juvenil
de masas fue un hecho inédito reconocido por ellos mismos y
por los otros sectores de la sociedad.
Nada de esto hubiera ocurrido si el impacto del desarrollo
capitalista logrado por las transformaciones operadas en las
condiciones socio-económicas y tecnológico-productivas no
hubieran modificado todos los aspectos de la vida diaria. Las
nuevas innovaciones se complementaron con las anteriores
para facilitar las tareas cotidianas y del hogar, las compras
y las actividades bancarias, el estudio y el desempeño
profesional o mejorando las condiciones de salud. Entre
los que aún perduran en la actualidad encontramos por
ejemplo: lavavajillas automático (1940), bolígrafo (1940),
penicilina (1944), sintetizador de música (1945), horno a
microondas (1946), multiprocesadora (1947), discos de vinilo
de larga duración o long-plays (1947), tarjeta de crédito (1950),
videocasettes (1951), código de barras (1952), vacuna contra

100 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


la poliomielitis (1955), emisión continua de televisión (1956),
grabador (1956), fotocopiadora (1959), impresora (1959),
pastillas anticonceptivas orales (1960), primer transplante
de corazón (1967). En las décadas siguientes se sumarían
otros: resonancia magnética para detectar enfermedades
(1972), pantalla LED (1977), walkman (1979), e-Book (1979),
computadora portátil (1981), CD (1982), teléfono celular
portátil (1983), stent para arterias coronarias (1986), cirugía
no invasiva con láser —llamada laparoscopía— (1987), MP3
(1992), DVD (1997), GPS (2000), primer corazón artificial e
hígado bio-artificial (2001), tablet (2001), implante de tejidos
artificiales (2002) y de retina (2009), iPhone (2007), iPod (2001),
iPad (2010).
De esta manera los cambios en los usos y costumbres
fueron notorios y en la medida que estos —y otros avances
tecnológicos— se fueron haciendo más accesibles, y pasaron
a estar al alcance de todos, el tiempo libre fue resignificado.
Ahora el “ocio” fue utilizado para viajes y excursiones o para la
diversión individual y grupal.
A pesar de la prosperidad evidenciada por las sociedades
avanzadas, cuando culminaba la década de 1960 aparecieron
síntomas de cuestionamiento al modelo consumista del
capitalismo que fueron acompañados por sentimientos de
aspiraciones frustradas que devinieron en movimientos
culturales contestatarios. Sus protagonistas fueron las nuevas
generaciones que no habían sufrido las penurias de la guerra
— jóvenes, obreros y grupos subalternos o minoritarios— cuyas
protestas generaron una crisis de legitimación importante. En
Occidente los más significativos fueron los movimientos que
reivindicaban la igualdad de derechos civiles de las minorías
negras en Estados Unidos iniciados en la década de 1950,
o los liderados por jóvenes que encabezaron las revueltas
estudiantiles en 1968 y 1969 con apoyo de sectores obreros
(el Mayo Francés fue su símbolo) junto con los movimientos
pacifistas (“hippies”) estadounidenses contra la Guerra de
Vietnam que estallaron en la década de 1970. Del mismo

Susana Yazbek 101


modo cobraron gran relevancia desde los años de 1960
los movimientos feministas que, si bien no eran nuevos,
ahora quedaron asociados a los “movimientos de liberación
femenina”.
Sin embargo, fueron otras las razones que marcaron el
fin del modelo bienestarista. El golpe de timón provino de
las mismas entrañas del capitalismo desarrollado donde
se impuso un nuevo modelo societario basado en los
principios neoliberales que, con una lógica monolítica,
pasó a ser la ideología dominante a partir del derrumbe del
sistema comunista y el anuncio de la globalización como
un nuevo horizonte de progreso que prometía una era
de bienestar asegurada por la difusión de los frutos de la
revolución tecnológica. Así se aplicaron una serie de reformas
—desregulaciones, privatizaciones de los activos públicos,
liberalización financiera y comercial, reformas tributarias
regresivas, desmantelamiento del contrato social entre el
capital y la mano de obra— tanto en las instituciones como
en la gestión de las empresas, encaminadas a conseguir como
metas principales: profundizar la búsqueda de beneficios en
las relaciones capital-trabajo; intensificar la productividad del
trabajo y del capital; globalizar la producción, circulación y
mercados aprovechando las condiciones más ventajosas para
obtener beneficios; y conseguir el apoyo estatal para alcanzar
la competitividad de las economías nacionales a menudo
en detrimento de la protección social y el interés público. La
innovación tecnológica y el cambio organizativo centrados
en la flexibilidad y la adaptabilidad fueron absolutamente
cruciales para determinar la velocidad y la eficacia en el
rediseño del funcionamiento capitalista.
La aplicación de un nuevo sistema de producción —el
toyotismo— facilitó el proceso a partir de la utilización y
profundización de la revolución tecnológica que sirvió para
la elaboración de productos cada vez más baratos y de mayor
calidad que retroalimentaron la sociedad de consumo, alentó
la deslocalización e integración internacional de las cadenas

102 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


productivas al interior de las propias empresas para bajar
costos, estimuló la expansión de las actividades financieras
para incrementar las ganancias, y generó alteraciones
organizacionales a nivel gerencial y del trabajo intelectual
y manual. Al mismo tiempo la contratara de la revolución
tecnológica, en general, y de la informática, las comunicaciones
y el conocimiento, en particular, fue que amplió la brecha
de oportunidades en el mercado laboral profundizando las
desigualdades sociales y generando grandes diferencias en las
retribuciones salariales. La segmentación del mercado laboral
bajo el neoliberalismo fomentó la concentración de la riqueza
en la parte superior de la pirámide salarial (equivalente al 1%
del total) debido, en parte, a que los montos de los salarios de
los directivos y ejecutivos de las grandes empresas se alejaron
mucho del resto de los trabajadores. El principal instrumento
utilizado en este desmedido aumento de sus remuneraciones
se vio favorecido por la difusión de la práctica de pagos con
acciones o títulos financieros. Es decir que sus ingresos
quedaron atados a la evolución de dichos mercados y, en
muchos casos, fueron ellos mismos los que empujaron su
cotización en el corto plazo en vez de priorizar estrategias de
negocios de largo alcance fomentando así sobreganancias en
sus salarios, además de los beneficios que pudieran obtener
para sus propias empresas monopólicas.
Otro recurso utilizado en desmedro de la reducción
de los problemas sociales fue que, bajo el argumento de
priorizar la productividad, las conquistas logradas por los
sectores trabajadores fueron presentadas como obstáculos
para el crecimiento y desembocaron en modificaciones de
las estructuras productivas y laborales. Sus características
fueron: trabajo temporal o de tiempo parcial, tercerización de
actividades, recomposición y recalificación de tareas, retroceso
en la sindicalización, flexibilización laboral, crecimiento del
sector informal y del cuentapropismo, precariedad laboral
o despidos. Las consecuencias fueron demoledoras a nivel
individual y societal ya que la misma evolución del capitalismo

Susana Yazbek 103


había generado un mundo que funcionaba en base a relaciones
sociales que otorgaban al trabajo un lugar central. Pero ahora
la realidad era otra caracterizada por el incremento del
desempleo estructural global, la ampliación de las diferencias
salariales, las relaciones asimétricas, la pobreza y la exclusión
social. Los grupos poblacionales más afectados por estos
cambios, y que por lo tanto pasaron a ser los más vulnerables,
fueron las mujeres, los jóvenes, los migrantes y los niños (los
índices de trabajo infantil crecieron exponencialmente).
Así las reformas de cuño liberal fortalecieron una
concepción individualista del sujeto aislado del tejido social.
Si bien existe un individualismo positivo que apunta a afianzar
la propia autonomía, por contraste, el individualismo negativo
se distingue por la carencia de protección y soportes colectivos
fuertes. Mientras tanto se origina una anomia relacionada
con la desestructuración de los marcos de integración social
que exponen al sujeto a sufrir los embates de los cambios de
manera solitaria debido a que el nuevo orden rediseña las
condiciones materiales y/o simbólicas sobre las que se apoyaba
previamente. La ruptura de vínculos entre los individuos lleva
a los sujetos a quedar aislados de los grupos sociales en los
que van configurando su identidad y, en consecuencia, a la
emergencia de nuevas subjetividades más fragmentadas e
inestables que ponen en duda su sentido de pertenencia y
calidad identitaria, volviéndolos vulnerables.
La consolidación del neoliberalismo supuso un complejo
proceso de refundación de las relaciones laborales y sociales
que llevaron a la desintegración de los lazos sociales y a una
creciente exclusión de grandes masas de la población que
afectaron, con desigual intensidad, a todos los países. En este
nuevo modelo el trabajo asalariado y el estado nación perdieron
importancia como mecanismos de cohesión e integración
social mientras que los movimientos de trabajadores
sindicalizados vieron reducida su capacidad para incidir en las
cuestiones sociales. La magnitud de la crisis fue global porque
el esquema impuesto puso de manifiesto que se privilegiaba

104 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


a los grupos económicos más poderosos y concentrados en
detrimento del conjunto de la población por la precarización
de las relaciones laborales y por su incapacidad para originar
nuevos puestos de trabajo que compensaran las pérdidas,
también porque se produjeron retrocesos en el acceso a la
salud, la educación o la vivienda, aparte de crisis alimentarias,
energéticas o ambientales, que acentuaron la exclusión y
marginalidad de amplios sectores.
Sin embargo, la sociedad individualista gestada por el
modelo neoliberal no ha considerado que el sujeto, por su
propia naturaleza, es un ser social y construye su identidad
colectiva por medio de la cultura. Ella no es estática, sino
dinámica, y responde, inclusive, al clima de época en la que
se encuentre inmersa. Un manifiesto de la UNESCO, dado a
conocer en la Conferencia Mundial sobre Políticas Culturales
(México, 1982), se expresa al respecto en los siguientes
términos: “...la cultura puede considerarse actualmente como
el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales,
intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un
grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los
modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano,
los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias y que
la cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre
sí mismo”. Es decir que es la misma sociedad la crea las
bases sobre las que se apoya su cultura, configurándola y
moldeándola a través de una dinámica social que genera
un esquema de interacción. Asimismo, según Néstor García
Canclini, en un sentido restringido por cultura se entiende que:
“Preferimos reducir el uso del término cultura a la producción
de fenómenos que contribuyen mediante la representación
o reelaboración simbólica de las estructuras materiales, a
reproducir o a transformar el sistema social”. Considerando
esta última acepción es que puede enmarcarse la aparición de
un proceso distinto gestado de un tiempo a esta parte en el que
emergieron nuevos actores (movimientos sociales, sindicatos,
organizaciones campesinas, indígenas y de mujeres, colectivos

Susana Yazbek 105


militantes, ONG, grupos juveniles, entre otros) que fueron
articulando intereses comunes y construyendo identidades
socioculturales para transformar sus diversas realidades,
materialidades y subjetividades contra la mundialización
neoliberal en curso y sus consecuencias. Fueron las acciones
colectivas las que promovieron actividades para mantener
su cohesión a través de procesos de construcción de sentido
originando formas de compromiso e integración que
resignificaron las estructuras sociales de las que formaban
parte.
Para hacer visibles sus reivindicaciones e insatisfacciones
la estrategia más utilizada en general fue —y es— la
ocupación del espacio público y el empleo de múltiples
medios de expresión, destacándose más recientemente el
uso de redes sociales como reflejo de la tendencia creciente
a disponer de nuevos canales y soportes comunicacionales
que, a su vez, se transforman en nuevos campos de acción.
Los fines son diversos y, en términos generales, sostienen
nuevos postulados frente al statu quo vigente que, en
última instancia, cuestionan el orden dominante y buscan
instaurar nuevos valores que, en el largo o mediano plazo,
van modificando los aspectos culturales de la sociedad.
Los cambios se reflejan en replanteos y toma de conciencia
sobre nuevos temas que pasan a estar en la agenda de los
individuos, los grupos sociales y —en algunos casos— de
las agencias gubernamentales —a través de la aplicación
de políticas públicas— y de organismos internacionales.
La lista es extensa y variada: separación y reciclado de
residuos, ahorro de energía, cuidado del agua, deforestación,
cambio climático, integración de personas con capacidades
diferentes, atención de aquellos en situación de vulnerabilidad,
violencia de género, situación de los desplazados y migrantes
por catástrofes naturales o guerras, condición de minorías o
grupos subalternos, etcétera.
Sobre las fisuras abiertas en el modelo de dominación
actual, han aparecido nuevas expresiones conformadas por

106 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


una armazón ético-cultural que integran a amplios sectores de
la población. Los ejemplos son infinitos, destacándose entre
otros los relacionados con la reivindicación de una identidad
colectiva y la demanda de derechos igualitarios con el resto
de la sociedad, como ocurre con los movimientos feministas
(#NiUnaMenos), indigenistas (Movimiento Zapatista) o
lésbico-gay-transexuales (Federación Argentina de Lesbianas,
Gays, Bisexuales y Trans). De igual manera los que procuran
cambios en el estilo de vida para mejorar su calidad ya sea
focalizando su atención en el cuidado del medio ambiente
(Asociación Argentina de Ecología), defensa de la salud
(Fundación Huésped), acceso a viviendas (Movimientos
Okupas) y a la propiedad de la tierra (Movimiento Sin
Tierra) o aquellos que enarbolan cuestionamientos políticos
(Indignados), económicos (Movimiento Antiglobalización de
Seattle), luchas por los derechos humanos (Madres de Plaza de
Mayo), abusos del poder político (Normalistas de Ayotzinapa)
o ausencia del mismo (Red de Madres contra el Paco).
Un papel relevante cumplen las organizaciones sin fines
de lucro que bajo la forma de ONG —Organizaciones No
Gubernamentales— llevan adelante iniciativas de interés
social sobre la base de la colaboración voluntaria de sus
miembros. Pueden ser locales, nacionales o internacionales
y actúan bajo diversas formas jurídicas: Fundaciones,
Asociaciones, Cooperativas, etc. Los propósitos desplegados
son múltiples, ya sea que desempeñen funciones humanitarias
(Médicos Sin Fronteras), defensa de derechos universales
(Amnistía Internacional), busquen paliar y revertir situaciones
desfavorables (Fundación Huerta Niño), protección del medio
ambiente (Greenpeace) o porque realizan una variedad de
servicios (Red Solidaria).
Además, es clave el papel que desempeñan las políticas
culturales. Al respecto afirma García Canclini que “los estudios
recientes tienden a incluir bajo este concepto al conjunto
de intervenciones realizadas por el estado, las instituciones
civiles y los grupos comunitarios organizados a fin de orientar

Susana Yazbek 107


el desarrollo simbólico, satisfacer las necesidades culturales
de la población y obtener consenso para un tipo de orden o de
transformación social. […] La función principal de la política
cultural no es afirmar identidades o dar elementos a los
miembros de una cultura para que la idealicen, sino para que
sean capaces de aprovechar la heterogeneidad y la variedad
de mensajes disponibles y convivir con los otros”. Entonces
es vital el papel transformador que cumplen las políticas
culturales en cualquier sociedad para construir identidades
y consensos (aunque haya diferencias) y poner en marcha
acciones conjuntas con el fin de conseguir transformaciones
sociales. Un sector vanguardista por excelencia son los
jóvenes que fueron adquiriendo gran protagonismo en las
sociedades contemporáneas. Como ejemplo podemos tomar
el caso particular de los artistas ya que sus creaciones fueron
respondiendo a los contextos de producción y circulación en
las que iban desplegando sus propuestas en tanto culminación
de sus propias experiencias y de prácticas sociales. De la
efervescencia innovadora de los años sesenta (psicodelia,
happenings, arte en las calles, improvisación) hasta las nuevas
expresiones artísticas (blogueros, youtubers, graffiteros), en
todos los casos la cultura juvenil dio muestras de su capacidad
creadora, reflexiva y contestataria porque puso en evidencia las
cuestiones materiales, espirituales o afectivas de su sociedad en
un momento dado. Estos fenómenos no son unidireccionales ni
estáticos, por el contrario, en muchos casos, van amalgamando
y fusionando distintas corrientes estéticas o de expresión.
Un ejemplo claro de esta tendencia es el rap: su origen se
remonta a los años de 1970 en el South-Bronx neoyorquino
cuando el hip-hop nació como una subcultura vanguardista
orientada a romper las barreras raciales existentes fusionando
cuatro elementos: el visual (graffiti), el físico (breakdance), el
auditivo (DJ) y el oral (el rap); y más tarde se propagó en todos
los continentes, constituyéndose el “rap de improvisación”
(freestylers) en el más difundido entre algunos sectores de
la juventud, que se reúnen en multitudinarios encuentros,

108 Elementos constitutivos de las sociedades contemporáneas


especialmente en América Latina, donde se producen “duelos
verbales” que son transmitidos por streaming. Allí reflejan sus
expectativas, inquietudes, cuestionamientos y propuestas de
manera creativa.
Actualmente la creatividad ha pasado a valorarse en un
sentido más extenso, no sólo como producción de objetos o
formas novedosas sino también como capacidad de resolver
problemas. De esta manera la cultura en nuestros días exalta
la creatividad en la producción artística propiamente dicha y
además por su aplicación en los nuevos métodos educativos, las
innovaciones tecnológicas, en los descubrimientos científicos
y en su apropiación para resolver necesidades locales,
entre otras. Vale destacar el papel de las nuevas tecnologías
informáticas y comunicacionales que van integrando al
mundo en redes globales que engendran un vasto despliegue
de comunidades virtuales que se suman a la construcción de
la acción social en tomo a identidades primarias que luego se
extienden a otras más amplias y con gran impacto sobre las
acciones del activismo de los movimientos sociales o de las
ONG. Estas redes evidencian nuevas prácticas e identidades
que no pueden ser entendidas apelando a los modelos
convencionales de identidad, sino que promueven un tipo de
activismo transnacional que modifica la cuestión de “lo global
y lo local” y que sugieren nuevas formas de pensar el mundo.

Susana Yazbek 109


Referencias bibliográficas
Derek Aldcroft, Historia económica mundial Siglo XX. De
Versalles a Wall Street, 1919-1929, Barcelona, Crítica, 1983.
Ulrich Beck, Una Europa Alemana, Buenos Aires, Paidós,
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Susana Yazbek 111

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