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LOS PODERES DEL JUEZ

La jurisdicción, como función pública, además de ser única y exclusiva, es


autónoma, como dijera el autor Carlos Adolfo Picado Vargas, pero que no es tal si
en verdad no es independiente; porque el juez ciertamente puede ejercer libre y
efectivamente sus poderes-deberes jurisdiccionales y procesales. Esto es tan
cierto, que en Venezuela, por ejemplo, en materia procesal penal se impone a los
jueces la obligación de denunciar al Tribunal Supremo de Justicia las
interferencias en su función jurisdiccional, para que éste las haga cesar, de
acuerdo con lo que dispone el artículo 4° del Código Orgánico Procesal Penal. El
autor mencionado considera que para ser cumplida esta función pública, la
Constitución y las normas procesales otorgan a los jueces dos tipos de poderes-
deberes, porque a la vez son potestad y obligación: Los poderes-deberes
jurisdiccionales y los poderes- deberes procesales, que son de carácter
instrumental.

Como potestad la función jurisdiccional es un derecho-deber y


constituye una competencia obligatoria, de origen constitucional. En efecto, el
artículo 253 de la Constitución consagra como una potestad pública la función de
los jueces de juzgar mediante el trámite legal. En ejercicio de esa potestad, el juez
dentro del proceso a la hora de decidir puede y debe:

1) Fijar los hechos y los límites de la controversia partiendo del trámite


cumplido para que la sentencia sea la que corresponda o resulte coherente, como
se desprende del artículo 26 de la misma Constitución.

2) Escoger e interpretar el Derecho que va a aplicar teniendo presente las


normas jurídicas, los principios generales del Derecho y los valores superiores del
ordenamiento jurídico, entre otros la preeminencia de los derechos humanos, la
ética y el pluralismo a que se refiere el artículo 2° constitucional; y el
aseguramiento de la integridad de la Constitución, como se le indica en el artículo
334 del mismo Texto Fundamental.
3) Decidir conforme la equidad cuando la ley se lo permite, conforme el
artículo 13 del Código de Procedimiento Civil

4) Decidir libremente de acuerdo con los hechos que considere probados.

Por esta razón, de ser titular de la potestad y obligación de juzgar el juez en


el proceso es el responsable de la realización de los actos procesales en forma
regular y oportuna, de acuerdo con el numeral 8 del artículo 49 de la Constitución;
por lo que la corrección y el impulso del proceso para conducirlo hasta la
oportunidad de la sentencia, es además de una potestad su obligación, como lo
recuerda el artículo 14 del Código de Procedimiento Civil. Asimismo, a los jueces
les corresponde garantizar la tutela judicial efectiva, a que se contrae el artículo 26
de la Constitución, a través de las garantías del debido proceso. De modo que el
juez puede y debe en el proceso:

1 Adoptar medidas oficiosas para prevenir faltas a la lealtad y probidad


contrarias a la ética y para evitar la colusión, el fraude o cualquier acto contrario a
la majestad de la justicia y al respeto de los litigantes, de acuerdo con las
facultades que le confiere el artículo 17 del mencionado Código.

2 Actuar oficiosamente en resguardo del orden público o de las buenas


costumbres, con fundamento en el artículo 11, eiusdem

3 Realizar una actividad probatoria oficiosa para complementar, esclarecer


y verificar las pruebas de las partes.

4 Proteger las garantías constitucionales de las partes que configuran el


debido proceso, según el artículo 49 de la Constitución

5 Motivar su decisión como garantía del debido proceso de las partes y


para facilitar el control de la argumentación judicial.

La enunciación de los poderes-deberes del juez permite entender que


constituyen los principios fundamentales de la jurisdicción, cuyos fines, como
potestad pública, son eliminar la incertidumbre, otorgar seguridad jurídica y
asegurar la integridad de la Constitución. Por otra parte, el derecho a la
jurisdicción y a una tutela judicial efectiva, contemplados en el artículo 26, antes
citado, obligan a que la administración de justicia se dispense en forma idónea y
transparente que el Estado Como función principal de la jurisdicción, el papel del
juez como director y responsable de proceso, es la manifestación más importante
del juez como autoridad no solo ante las partes sino también ante los otros
poderes. Porque, ¿de qué le sirven al juez sus poderes de director del proceso si
éstos son ineficaces?

Ahora bien, para que la función jurisdiccional sea eficaz, es necesario


rodear esta función de una serie de garantías llamadas “derechos
jurisdiccionales de los jueces”. De estos derechos el principal es la
independencia judicial. En efecto, el juez podrá cumplir con su papel de dirigir el
proceso, como primordial manifestación de la función jurisdiccional, si se le
garantiza su independencia, que implica que la única subordinación a que están
sometidos los jueces es la sujeción a la Constitución y a la ley. Esta garantía está
consagrada, de manera general en el artículo 254 del Texto Constitucional, y en
las principales manifestaciones de la inamovilidad de los jueces previstas en el
artículos 255, eiusdem, de la prohibición de remoción o de suspensión sino a
través de los procedimientos previstos en las leyes. Y, mediante la consagración
de una jurisdicción especial disciplinaria judicial, fuera de los órganos de gobierno
y administración del Poder Judicial, para juzgar a los jueces. Como puede
comprenderse con la garantía jurisdiccional de la inamovilidad se pretende
asegurar la permanencia de los jueces en sus cargos para evitar que los otros
poderes o los órganos de gobierno del Poder Judicial, puedan destituir, trasladar
de sus puestos o jubilar de sus funciones a los jueces de modo arbitrario; y en
ningún caso suspenderlos arbitriamente en el ejercicio de sus funciones
jurisdiccionales. En concreto, que la inamovilidad es el derecho que tienen los
jueces a no ser destituidos, suspendidos, trasladados ni jubilados sino denlos
casos y mediante los trámites previstos en la ley. Y cuya finalidad es el evitar el
control de la administración de justicia por los poderes públicos. Este derecho se
refuerza con la autonomía funcional, financiera y administrativa del Poder Judicial,
contemplada en el artículo 254 de la Constitución; con el establecimiento del
antejuicio para el enjuiciamiento de los Magistrados del Tribunal Supremo de
Justicia, de acuerdo con el artículo 266, eiusdem; y con la creación de tribunales
disciplinarios especiales para el juzgamiento de los jueces por el incumplimiento
de sus deberes profesionales, según el artículo 267, de la misma Constitución.

Pues bien, los poderes del juez representan una manifestación de la


independencia del juez porque:

1) Puede ejecutar sus decisiones como parte del ejercicio de su función


jurisdiccional sin acudir a los otros poderes.

2) Tiene facultad de interpretar el derecho para resolver las controversias


que conoce.

3) Tiene libertad para decidir con los hechos que considere probados sin
estar sujetos a instrucciones o mandatos.

4) Posee poderes para acomodar el proceso erróneamente establecido por


el legislador.

5) Posee potestades supremas frente a los otros poderes: Por ejemplo,


desaplica normas inconstitucionales; anula actos contrarios a Derecho de los otros
poderes; y ejecuta coercitivamente los actos judiciales ante los otros poderes.

Ahora bien, los poderes del juez, como toda función pública, tienen también
sus límites, por más que se le aumenten sus poderes y se le otorgue la condición
de director del proceso. En efecto, en primer lugar, el juez solo puede decidir
sobre los hechos alegados y probados, por las partes o por el propio juez. En
segundo lugar, tampoco puede decidir todos los asuntos, sino sobre los que
formen parte de su competencia. En tercer lugar, no puede tramitar y decidir como
quiera, sino conforme al debido proceso, asegurando la contradicción de los
alegatos y de la prueba y protegiendo las garantías de defensa de las partes. Y,
en cuarto lugar, en su poder de decisión el juez está sujeto a limitaciones o
prohibiciones para evitar la arbitrariedad. Por ejemplo, la prohibición de dictar
actos violatorios de los derechos garantizados por la Constitución; de no incurrir
en retardos u omisiones injustificados o en errores inexcusables; de no incurrir en
usurpación de funciones o en abuso de poder; de no actuar parcializadamente; de
no convertir la función jurisdiccional en activismo político partidista, gremial o
sindical; de no incurrir en denegación de justicia, en cohecho o prevaricación; de
no incumplir las formas sustánciales del proceso; y de no decidir sino conforme a
Derecho o equidad sino cuando la ley lo permita.

Expuesto lo anterior, me referiré al control de la actividad judicial y el error


de derecho como motivo de responsabilidad disciplinaria de los jueces.

Hemos afirmado que la independencia judicial se justifica como una


garantía para que los jueces puedan ejercer a plenitud la función jurisdiccional, en
concreto, su libertad para interpretar y aplicar el derecho y para apreciar los
hechos y los medios de pruebas. Por ello, esta garantía impide que se utilice el
control disciplinario judicial para enjuiciar sus decisiones. Este control decisorio
corresponde a los jueces superiores en los
procesos judiciales, para cuya revisión los jueces deben motivar sus decisiones
mediante argumentaciones lógicas, de manera que aquéllos ponderen su
racionalidad y el cumplimiento de las formalidades esenciales que aseguren el
debido proceso. Estos controles, de naturaleza procesal, evitan que la
discrecionalidad judicial se convierta en arbitrariedad. La garantía de la
independencia judicial obliga, pues, a diferenciar entre el control de las decisiones
judiciales y el control disciplinario de los jueces.

En efecto, el primero de dichos controles se ejerce a través de los medios


de impugnación procesales de la apelación, casación, revisión extraordinaria,
recurso de hecho, avocamiento, invalidación o amparo contra sentencias. A través
de estos medios se examina el criterio jurídico del juez acerca de la interpretación
que dio a las normas de derecho y la aplicación que de esas normas hizo a los
hechos demostrados en el juicio, así como la valoración que otorgó a las pruebas
de esos hechos. Así ha dicho la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de
Justicia que “es del ámbito de los jueces ordinarios, corregir los errores cometidos
en el curso de los procesos, para lo cual la ley adjetiva establece medios y
recursos apropiados”4 . Mientras que el control disciplinario es el examen de la
conducta, rendimiento y desempeño de los jueces como funcionarios del Poder
Judicial; por lo que escapa a su cometido el examen del juicio que le merecieron a
los jueces los hechos sometidos a su decisión, así como los criterios de
interpretación de las normas jurídicas que consideraron aplicables para resolver
los asuntos de sus competencias. En efecto, el criterio de los sentenciadores
sobre los hechos controvertidos o las normas legales aplicables y sobre la
apreciación de las pruebas sólo es posible reexaminarlos a través de los medios
procesales contemplados en las leyes de procedimiento. La misma Sala
Constitucional, al compartir la doctrina de la antigua Sala de Casación Civil de la
Corte Suprema de Justicia, expuesto en sentencia de fecha 20 de enero de 1999,
ha señalado que “los jueces disponen de amplio margen de valoración del derecho
aplicable a cada caso, por lo cual pueden interpretarlo y ajustarlo a su
entendimiento, como actividad propia de su función de juzgar”. En ese orden de
ideas, la Sala mencionada, ha reiterado que: “(…) la apreciación de las pruebas y
la interpretación de las normas, (son) actividades implícitas en la función de juzgar
que corresponde a todo órgano jurisdiccional. Resulta claro que los jueces, al
apreciar los elementos probatorios traídos a la causa por las partes, así como
determinar la norma aplicable al caso e interpretar el alcance de la misma, no
están usurpando ni extralimitándose en sus funciones, aún en el caso que dicha
apreciación o interpretación resultase errada”. Por ello, las discrepancias de
criterios y de interpretaciones relativas a cuestiones de derecho o de hecho no
pueden dar lugar a sanciones disciplinarias en contra de los jueces.

Desde este orden de ideas, es obligatorio referirse al tema del “error de


derecho” como objeto del control disciplinario, porque por principio no puede ser
motivo de control disciplinario y mucho menos de sanciones de destitución de los
jueces por representar una lesión a la garantía de la independencia judicial. Ha de
partirse del concepto que los errores de juzgamiento solo pueden ser objeto de
controles jurisdiccionales y no de las llamadas jurisdicciones disciplinarias. Lo
sustancial, es, pues, determinar cuándo excepcionalmente un error de derecho da
lugar a una responsabilidad disciplinaria para que no se afecte la garantía de la
independencia judicial y por ende, la de inamovilidad. De antemano puede
señalarse que se trata de aquéllos errores en los que jamás incurriría un juez
idóneo o normal, cuya irracionabilidad o ilogicidad es ostensible o patente. Me
atrevería a calificarlos de casos de extrema ignorancia judicial que notoriamente
evidencie la falta de idoneidad del juez. “Grosera manifestación de ignorancia o de
dolo”, lo ha calificado la doctrina del Tribunal Supremo de Justicia. De manera que
no es necesaria otra interpretación jurídica, o un reexamen de la situación
juzgada, para llegar a la conclusión que la decisión del juez es un error craso,
porque la ignorancia es ostensible. Por ejemplo, la condena a muerte, porque
nuestra Constitución prohíbe esta sanción, o un embargo sobre una plaza pública,
puesto que es un bien del dominio público de uso público, que como ejemplos de
errores inexcusables el propio Tribunal Supremo de Justicia ha citado. Por ello, si
la decisión judicial contiene argumentaciones “jurídicamente viables”, no puede ser
objeto de control disciplinario, como lo ha precisado el referido Máximo Tribunal.
De modo que sancionar a un juez por error inexcusable por considerar equivocada
su interpretación sin revestir la característica de una ignorancia crasa, es invadir
competencias de la jurisdicción ordinaria por parte de la jurisdicción disciplinaria y
atentar en contra de la garantía constitucional de la autonomía e independencia
judicial.

Por tanto, destituir a un juez porque el órgano de control considere


insuficiente o deficiente o simplemente equivocada la interpretación de los jueces,
es violentar esa garantía y su derecho a la inamovilidad, porque ello es propio de
los jueces revisores en vía jurisdiccional, y porque las diferencias razonables que
pueden darse entre los jueces, aún erradas, es propio de la libertad judicial de
interpretación jurídica a la hora de dictar la decisión correspondiente a la función
jurisdiccional. En concreto, que el control disciplinario no puede tener por objeto la
interpretación jurídica que los jueces adopten en sus sentencias, porque en el
fondo se estaría controlando la propia garantía judicial de decidir conforme a
derecho. La propia Sala Constitucional ha advertido que: “Los errores in iudicando
de los jueces se atacan mediante el recurso de apelación o mediante el de
casación cuando se trata de fallos de tribunales de última instancia (…). La Sala
reitera, por tanto, su doctrina de que los jueces gozan de autonomía e
independencia al decidir, porque si bien deben ajustarse a la Constitución u a las
leyes al resolver una controversia, disponen de un amplio margen de valoración
tanto del derecho aplicable como de los hechos constatados en autos, por lo que
la tutela constitucional no es exigible respecto de la revisión del ejercicio de tal
función”. Mucho menos es exigible el control disciplinario sobre los fallos
judiciales.

A este respecto, la Ley Orgánica del Tribunal Supremo de Justicia, en su


artículo 12, numeral 13, en concordancia con el artículo 265 de la Constitución,
consagra como motivo de remoción de los Magistrados de dicho Tribunal, el error
inexcusable y grave; calificado como falta grave por el Poder Ciudadano. Que si
se integra con lo que se prevé como error en el Código de Ética del Juez
venezolano, como causal de suspensión de los jueces; tal error, según su artículo
34, numeral 9, consiste en el proceder con grave e inexcusable ignorancia de la
Constitución, de la ley y el derecho. Es decir, en el cual nunca incurriría un jurista
de reconocida competencia, que es el requisito primordial que se exige a quien
aspire ser Magistrado del Máximo Tribunal, en el numeral 263, numeral 3, de la
vigente Constitución. En otras palabras, la falta de conocimiento de la ciencia
jurídica. En efecto, en este caso el legislador no tiene en cuenta la distinción entre
el error y la ignorancia, ya que el primero es noción equivocada acerca de una
cosa, mientras que la segunda es la carencia absoluta de todo conocimiento. Por
el contrario, el legislador no distingue entre el error y la ignorancia, sino que como
motivo de remoción o de suspensión, los asimila. No se trata, pues, de la
equivocada interpretación que los jueces otorguen a las normas jurídicas en
ejercicio de su derecho a decidir conforme a derecho, o la equivocada calificación
de los hechos que realicen de acuerdo con su facultad de apreciarlos
soberanamente.
Por otra parte, la Ley de Carrera Judicial, aplicable a los jueces en ausencia
de un Código de Ética del Juez Venezolano, y promulgada con anterioridad a la
vigente Constitución de 1.999, en el numeral 4° de su artículo 40; consagra como
causal de destitución el grave error judicial inexcusable reconocido en sentencia
por la Corte de Apelaciones o el Juzgado Superior o la respectiva Sala de la Corte
Suprema de Justicia y se haya solicitado la destitución. A mi juicio, esta norma
está abrogada por la actual Constitución, según su Disposición Derogatoria Única
de todo el ordenamiento jurídico anterior que contradice sus disposiciones. En
efecto, en primer lugar, los tribunales ordinarios y especiales, inclusive el actual
Tribunal Supremo de Justicia no pueden solicitar destitución alguna de los jueces,
conforme el artículo 267 de la citada Constitución, sino que ello corresponde a la
inspectoria de tribunales, que es una unidad autónoma , según sentencia Nº 40
del 15 de noviembre de 2001, de la Sala Plena del Tribunal Supremo de Justicia; y
que se ratifica con la posterior promulgación de la Ley Orgánica del Tribunal
Supremo de Justicia, de acuerdo con lo previsto en su artículo 17 párrafo 2.
Además, por cuanto, la garantía del debido procedimiento, consagrada en el
artículo 49 de la Constitución, impide que con anticipación, sin cumplirse el debido
procedimiento disciplinario, se califique de causal de destitución un error judicial,
por órganos judiciales que no tienen atribuidas ni transitoriamente, ni en forma
definitiva, funciones disciplinarias, ya que estas funciones corresponden a los
tribunales disciplinarios y a la inspectoría de tribunales, conforme el artículo 267
constitucional; y que aún, anómala e inconstitucionalmente, están a cargo de la
Comisión de Funcionamiento y Reestructuración del Sistema Judicial, según la
Disposición Derogatoria, Transitoria y Final, letra e) , de la Ley Orgánica del
Tribunal Supremo de Justicia. Y, por último, porque el Texto Constitucional, en su
artículo 26, en concordancia, con su artículo 253, encabezamiento y párrafo
segundo; y con el artículo 334, encabezamiento, han reforzado la garantía de
independencia de los jueces para decidir conforme a derecho; y con el artículo
255, que de manera precisa consagra la garantía de inamovilidad de los jueces;
que impide su remoción y que solo la permite en los casos en que resulten
personalmente responsables en los términos que determine la ley, que debe
respetar el debido procedimiento y la garantía del juez natural, para calificar sus
faltas de error o de omisiones injustificados, en los casos expresos de la
inobservancia sustancial de las normas procesales o de derecho.

El Código de Ética del Juez Venezolano, aún en suspenso a pesar de haber


sido sancionado por la Asamblea Nacional en fecha 16 de octubre de 2003,
puesto que ésta todavía no se ha pronunciado sobre las observaciones que a su
texto formuló el Presidente de la República en fecha 6 de noviembre de 2003;
respecto del error como motivo de sanción disciplinaria, sólo lo admite como
causal de suspensión más no de destitución, en su artículo 34, numeral 9).
Además, para que dé lugar a esta sanción exige que se califique la falta de
ignorancia de la Constitución, de la ley y del derecho, y que hubiere sido declarada
por el tribunal de alzada o por la Sala del Tribunal Supremo de Justicia que
conozca de la causa, pero no atribuye a estos órganos superiores jurisdiccionales
facultad alguna para que soliciten por ese motivo la aplicación de una sanción, por
lo que el respectivo tribunal disciplinario todavía tendrá que examinar si en verdad
la falta puede ser calificada de ignorancia del derecho, o si por el contrario es una
equivocada interpretación jurídica. Pienso, que la calificación de grave o de
inexcusable del error por el superior ordinario del juez, no impide al tribunal
disciplinario examinar la situación y concluir en que no configura causal de
suspensión. De considerar vinculante la calificación del superior ordinario se
limitaría la competencia que constitucionalmente corresponde a los tribunales
disciplinarios conforme el artículo 267 de la Constitución.

De manera que sancionar a los jueces no por su conducta disciplinaria sino


por sus interpretaciones jurídicas, es violar las garantías judiciales y su derecho a
sentenciar conforme a derecho. Ello ocurrió en Venezuela con la destitución de de
los cinco (5) Magistrados de la Corte Primera de lo Contencioso Administrativa,
mediante decisión de la Comisión de Funcionamiento y Reestructuración del
Sistema Judicial de fecha 30 de octubre de 2003, por haber incurrido en error
judicial inexcusable en una sentencia dictada por unanimidad, en fecha 11 de junio
de 2002; por la cual dicha Corte interpretó favorablemente al recurrente, en una
demanda de nulidad en contra del acto del registrador inmobiliario que le negó la
protocolización de un documento de compra-venta de unos terrenos, la medida
cautelar de amparo solicitada con el argumento de que existían elementos de la
presunción de buen derecho a favor del demandante.

Ya para finalizar, con relación a los poderes del juez, lo concluyo en lo


siguiente: Cuando se habla de los poderes del juez lo que está en juego es la
eficacia de la jurisdicción, que se manifiesta a través de los derechos
jurisdiccionales. En efecto, ¿de qué vale decir que el juez es el director del
proceso, si es incapaz de ejercerlos libremente o de ejecutarlos frente a los
individuos, y principalmente, frente a los otros poderes? Pues bien, la
institucionalidad del Estado de Derecho democrático es darles libertad a los jueces
para interpretar las normas jurídicas y dotar de eficacia o fuerza a las decisiones
judiciales frente a los particulares y ante los órganos del Estado.

Lo que está planteado institucionalmente en el Estado de Derecho no es


colocar al juez como el funcionario supremo del Estado, sino de que las garantías
institucionales de la función jurisdiccional protejan al juez por el ejercicio de sus
poderes como director del proceso, para que el Poder Judicial sea el primer poder
del Estado; puesto que la función que le está encomendaba, como lo es la de
dispensar justicia, es la primera de las virtudes republicanas como lo
acertadamente lo afirmó el Libertador.

Esta finalidad no se logra si el juez no ejerce su papel de director del


proceso por temor a ser removido o suspendido, o si está sujeto a los otros
poderes públicos. Para eso además es decisiva la elección y formación de jueces
idóneos, mediante una efectiva carrera judicial, que como decía alguien, es un
afán que ha comprometido a muchas mentes lúcidas, pero a escasos gobiernos.

“El juez es más importante que la ley”, decía el Dr. José Rafael Mendoza
Mendoza, en el Diario “El Impulso” de Barquisimeto del 6 de enero del 2007. Y, yo
agregaría y que todos los demás poderes, si es que en verdad queremos que el
Estado de Derecho sea también un Estado de Justicia. Ese equilibrio lo da el
respeto de las garantías que a los jueces se otorgan para el ejercicio de la función
jurisdiccional. Es decir, los derechos a la independencia y a la inamovilidad.

En este orden de ideas, existen dos tesis: La de una “justicia no neutral”,


sino comprometida política o ideológicamente, que utiliza sus poderes para
responder a situaciones coyunturales de políticas de Estado. Y, la de una justicia
independiente de compromisos, que utiliza sus poderes para asegurar la tutela
judicial efectiva que corresponda en Derecho o conforme la equidad. Es el dilema
de escoger entre una justicia sin vendas en los ojos pero con las manos atadas. O,
una justicia con venda en los ojos pero con las manos libres.

Y, por lo que se refiere al error judicial de derecho, concluyo así:

1°) En que la interpretación jurídica de las sentencias judiciales no pueden


ser objeto del control disciplinario, sino las faltas graves de ignorancia grosera que
patentice la falta de idoneidad del juez.

2°) En que las sentencias de los jueces y las interpretaciones jurídicas que
le sirven de fundamento no pueden ser objeto de control político por los otros
poderes.

3°) En que se viola la garantía de la independencia judicial y el derecho de


los jueces de decidir conforme a derecho, cuando el control disciplinario o político
se ejerce sobre el contenido de las sentencias de los jueces, o sobre sus
interpretaciones judiciales.

4°) En que el error judicial inexcusable que da lugar a responsabilidad


disciplinaria es el que por su crasa ignorancia denota una falta de idoneidad de los
jueces.

5°) En que es a los tribunales disciplinarios, y no a los tribunales ordinarios


superiores, a quienes compete en forma definitiva la calificación del error judicial
como motivo de aplicación de sanciones disciplinarias.

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