Está en la página 1de 20

¿Quién es ese ganso?

Marcela nunca va a fijarse en mí, embobada como está


de Elsa Bornemann con ese... ese... ¿Cómo se llamaría su rival?
-¿Quién es ese ganso, Marcela?
- ¿Quién es ese ganso? –le preguntó Gerardo a su Fueron Claudia y Silvia las que contestaron a dúo,
amiga, no bien ella desenrolló el gran póster que le irrumpiendo en la habitación y parándose ante el póster
acababa de regalar una compañera de grado. -Dame las con la misma expresión fascinada que tenía Marcela.
chinches y no preguntes estupideces. -¡Robert Redford! ¡Robert Reeedford!
Marcela se subió a una silla y extendió el pliego sobre -Vamos al comedor; tengo que apagar las velas –dijo
una de las paredes de su dormitorio. El rostro sonriente Marcela, y abandonó el dormitorio.
de su actor de cine favorito ocupó, entonces, toda su Sus dos amigas la siguieron de inmediato. Gerardo
atención. permaneció aún unos instantes, mirando con rabia a ése
-Ah... –suspiró embelesada. -¡Qué pelo! del que ni le importaba recordar el nombre. Ya iba a
-Bah... Teñido seguramente –dijo Gerardo. dirigirse él también hacia la sala cuando, sobre el
-¡Qué dientes parejitos! ¡Y tan blancos! escritorio de Marcela y casi confundida entre las
-Postizos. Marcela se fastidió: escolares, descubrió aquella carpeta: forrada con
-¡Lo único que falta es que digas que tiene ojos de recortes de diferentes revistas, multiplicaba hasta el
vidrio! ¿Me vas a alcanzar esas chinches o no? hartazgo la cara de Robert Redford.
A desgano, Gerardo se las alcanzó una por una, Hasta el hartazgo de Gerardo, por supuesto, porque
mientras comparaba mentalmente su propia apariencia era evidente que Marcela sentía una gran atracción por
con la de ese galán que había ganado el corazón de su ese actor: ¿Cómo explicar, si no, que a lo largo de diez
amiga. Los celos lo torturaban. “Ese ganso” era rubio, páginas (como Gerardo mismo comprobó fastidiado al
pelilacio y, para colmo, un hombre. Él, moreno, de pelo hojearla) hubiera pegado tantas fotografías? Robert
ensortijado y apenas un muchacho de once años. - Redford de frente, de perfil, serio, displicente, con
sombrero tejano, descalzo, con jeans, sonriente, había propuesto para lograr atraer la atención de
durante el rodaje de alguna película, con impecable Marcela: - Que se crea que ella no me gusta. Pero no
smoking, fumando un habano... En fin, “¡Robert Redford resultó. Todo fue peor para él. El tiempo pasaba, la chica
hasta en la sopa!” se dijo Gerardo. Cerró la carpeta con ni siquiera acusaba recibo de su aparente falta de interés
fuerza, como si con ese gesto pudiera hacer desaparecer y a Gerardo no le quedó más remedio que volver a
el objeto de su malestar, de sus profundos y no acercársele como siempre. La relación entre ambos
confesados celos. Cuando llegó a la sala, todos estaban pesaba a punto de desbarrancarse en la pura nada.
cantando el “Happy Birthday”. Alguien apagó las luces. Entonces se le ocurrió encarar la situación de otro modo.
Su familia y sus compañeros aplaudieron. Enseguida, –aunque hacer esto me revuelva las tripas –se decía
uno por uno se le acercaron para felicitarla. Cuando Gerardo cada fin de semana cuando, tijera en mano,
Gerardo se decidió a hacer lo mismo, estaba tan revisaba las revistas de su mamá y de sus tías a la pesca
cohibido que se llevó la mesa por delante. Copas y de alguna foto de Robert Redford. Lo hacía en secreto,
botellas tintinearon levemente. -¡Maldita timidez! – qué duda cabe. De lo contrario, ¿qué iban a suponer en
pensó Gerardo. su casa si lo sorprendían coleccionando imágenes de
-¡Menos mal que no se volcó nada! “ese ganso”?
Y sobreponiéndose a lo que él se le antojaba un Ah... ¡Los sacrificios de los que es capaz un corazón
papelón, se aproximó a Marcela y le dio un beso. deslumbrado! Y allá iba Gerardo, con los recortes
-Tendré que esperar hasta abril del año que viene cuidadosamente ocultos dentro del forro del libro de
para volver a tener esta oportunidad... –pensó, algo lectura, a la espera del primer recreo de cada lunes.
acongojado. Las mejillas le ardían. Durante los días que Entonces, se los entregaba a Marcela. Así, durante casi
siguieron a la fiesta, Gerardo trató de demostrar un total todo el año escolar. En octubre, y gracias a su
desinterés hacia Marcela. Aprovechaba los recreos para colaboración, el álbum de su amiga había aumentado de
jugar y pavonearse con otras chicas. Era el plan que se volumen tremendamente, a la par que aumentaban sus
celos. Sin embargo, Gerardo se esforzaba por inmediato, Claudia lo acaparó, encantada al ver que se
mantenerlos en silencio. No iba a estropearlo todo justo trataba de Robert Redford, mientras Roberto y Osvaldo
cuando Marcela parecía cobrarle cada vez más se intercambiaban risueñas guiñaditas y miraban,
simpatía... Debido a que Robert Redford... y bueno... lo burlones, la cara colorada de Gerardo.
cierto era que entre la niña y él existía ahora un vínculo -¿Pero qué se creen? ¡A mí me importa un pepino
más sólido que antes. Hasta que una tarde de principios ese ganso!
de noviembre... Estaban en casa de Marcela. Un deber -¿¿¿Cómo??? –reaccionó Marcela-. ¿Quién me
que tenían que realizar en equipo los había llevado a ayudó a coleccionar las fotos de Robert Redford?
reunirse allí. También se encontraban Claudia, Roberto ¿Quién, eh? Y afirmó con seguridad: -A Gerardo le gusta
y Osvaldo. Gerardo terminaba de colorear el contorno tanto como a mí. Te dará vergüenza admitirlo, no?
del enorme mapa que habían dibujado. Marcela estaba enojada. No se le había ocurrido pensar
Roberto preparaba las últimas fichas. Claudia y que su amigo había hecho todo eso guiado únicamente
Osvaldo buscaban palabras en el diccionario. Marcela por las ganas de complacerla, de estar con ella durante
concluyó de pasar en limpio el informe para Geografía más tiempo y con el propósito de que tuviera un motivo
que a causa de su buena letra, le había correspondido poderoso para aceptarlo, para sentir simpatía por él.
transcribir. Aprovechó entonces la pausa que se le ¡Ah, qué confusión! Y, encima, el pobre debía ahora
presentaba mientras los demás finalizaban sus tareas, aguantar las burlas de sus compañeros: -Si te hubieras
dejó el sitio que ocupaba alrededor de la mesa y salió de enloquecido por Farrah Fawcet... Pero que se te dé por
la habitación anticipándoles una sorpresa. Cuando Robert Redford, pibe... ¡Quién lo hubiera imaginado! No.
volvió, cargaba algo entre sus manos, escondidas tras la Gerardo no pudo soportar más la tensión. Toda la
espalda. paciencia que había acumulado durante esos largos
-¡Un momento, chicos! –les dijo. -¡Quiero que vean meses le estalló dentro. En un impulso de rabia le
el fantástico álbum que armamos Gerardo y yo! De arrebató el álbum a Claudia y trató de partirlo en dos.
¡Vaya! Aquello parecía la guía telefónica y él no era papel, toda su presencia. Entonces recordó los cercanos,
Superman. Marcela forcejeaba para recuperarlo intacto, afectuosos y reales ojos de Gerardo, ésos que sí podían
cuando Gerardo logró rasgar algunas hojas. Enseguida, devolverle las miradas. Y más tarde, cuando se durmió,
arrojó la odiada carpeta al suelo. ¡Al demonio Robert fueron los ojos de Gerardo los que se abrieron, por
Redford! –gritó. Y envalentonado por el repentino coraje primera vez, en sus más dulces sueños.
que le permitía el despecho agregó: FIN.
-¡A mí me gustaba Marcela! ¡Me acabo de dar cuenta
de que no es más que una tonta, siempre suspirando por
un hombre de papel! Dirigiéndose a ella recalcó: -Me
gustabas, ¿entendiste? Me gus-ta-bas.
La chica se puso a llorar. Gerardo dejó su portafolios,
sus crayones desparramados, el mapa a medio colorear
y se fue a su casa. No nos engañemos: él también tenía
ganas de llorar. Al rato, Claudia, Roberto y Osvaldo se
despidieron de Marcela. Con una discreción asombrosa
para sus pocos años, no le dijeron ninguna tontería y
respetaron su llanto. Porque ella seguía de rodillas sobre
el parquet y lagrimeando en silencio, con el álbum
descuajeringado a medio metro de distancia. Esa noche,
mientras pegaba las partes rotas de las fotografías,
Marcela advirtió – de pronto- que Gerardo tenía razón:
aquellos ojos eran hermosos, sin duda, pero de papel; de
papel eran sus miradas y de papel, también de puro
El reglamento es el reglamento Cajera: Mire, lo lamento, pero es el reglamento. ¿Me está
escuchando lo que le digo?
Autora: Adela Basch
Señora: Sí, la escucho. Pero lo siento mucho. No-le-pue-do-
Personajes
mos-trar-la-car-te-ra" (Pronuncia las últimas palabras con
Señora Cajera mucha fuerza.)
Supervisor Gerente Cajera: Pero, ¿qué es esto? ¿Cómo que "no-le-pue-do-mos-
trar-la-car-te-ra"? (Imita la forma en que lo dijo la señora.)
Escena uno
Señora: (Grita) ¡No me haga burla!
La escena transcurre en un supermercado. La señora está
en la caja, pagándole a la cajera. Cajera: ¡Y usted, mejor no me aturda!
Cajera: Su vuelto, señora. Señora: ¡Y usted, no diga cosas absurdas!
Señora: Gracias. Buenos tardes. Cajera: Creo que usted exagera. Solamente le pedí que
mostrara la cartera.
Cajera: Un momento. Todavía no se puede ir. ¿No vio ese
cartel? (Lo señala y lo lee.) "Señores clientes es obligación Señora: Por favor, no me haga perder el tiempo. Estoy
mostrar la cartera a las amables y gentiles cajeras". apurada. Tengo invitados para la cena.
Señora: Discúlpeme, pero yo no se la puedo mostrar. Cajera: ¿Ah, sí? ¡Qué pena! Si está apurada, no sé qué espera.
¡Muéstreme la cartera!
Cajera: ¿Qué dice? Imposible. Me la tiene que mostrar antes
de salir. Señora: ¡Déjese de pavadas! ¡No se la muestro nada!
Señora: Por favor, no insista, señora cajera. No le puedo Cajera: ¡No me hable de ese modo! ¡Y mejor me muestra
mostrar la cartera. todo!
Señora: ¿Pero qué tiene usted en la sesera? No se la puedo Cajera: No, no me gusta la menta.
mostrar y no es porque no quiera. Lo que pasa, mi querida,
Señora: Lo lamento.
es que no tengo cartera.
Cajera: ¿Qué lamenta?
Cajera: ¿Cómo? ¿Está segura?
Señora: Que no le guste la menta.
Señora: (Toma una planta de lechuga.) Como que esto es
verdura. Cajera: (Toma un teléfono) ¡Por favor, por favor, que venga
el supervisor!
Cajera: ¡Pero qué locura! No puede ser. No sé qué hacer. No
sé qué pensar. No sé cómo actuar. A ver, empecemos otra
vez. Yo le pido a usted que me muestre la cartera y...
Escena dos
Señora: Y yo le digo que no se la puedo mostrar aunque
Entra el supervisor.
quiera, simplemente porque no tengo cartera.
Supervisor: ¿Qué sucede? ¿Qué ocurre? ¿Qué pasa?
Cajera: ¿Y ahora qué hago?
Señora: Me quiero ir a mi casa. Compré, pagué y me quiero
Señora: Haga lo que quiera.
ir. Pero la cajera insiste en que muestre la cartera. Y yo...
Cajera: Muy bien, quiero ver su cartera.
Supervisor: Es correcto. Si no la muestra, no se puede ir.
Señora: ¡Pero no tengo! (Saca del bolsillo un papel enrollado y lo desenrolla.) Así dice
el reglamento de este establecimiento.
Cajera: No comprendo... No entiendo... Soy la cajera y estoy
obligada a revisar las carteras. Usted no tiene cartera, así que Cajera: ¿Vio, señora, que no miento?
no puedo cumplir con mi obligación. ¡Qué situación! ¡Qué
Señora: Sí, pero no tengo nada que mostrar.
complicación! Esta situación imprevista me saca de las
casillas. ¡Necesito mis pastillas! Supervisor: ¿Por qué? ¿Tiene algo que ocultar? ¿Lleva algo

Señora: ¿Quiere una de menta? sin pagar?


Señora: No, señor supervisor, usted está en un error. ¡No soy cartera... no tendríamos este problema.
una delincuente! ¡Soy una mujer decente! Señora: Señor, no traje cartera y no me voy a quedar aquí
toda la vida. Así que pensemos en alguna solución.
Supervisor: Entonces, ¿qué espera? ¡Muéstrenos la cartera!
Supervisor: A mí no se me ocurre. Las situaciones imprevistas
Señora: Señor, si no se la muestro, no es por mala voluntad.
me paralizan el cerebro.
Supervisor: ¿Y por qué es?
Cajera: Y a mí me atacan los nervios. Señora, usted me está
Señora: ¡Terminemos con esta sonsera, trate de entender
que yo no tengo cartera! impidiendo cumplir con mi obligación de revisar las carteras,
y eso me confunde, me irrita y me desespera. Se me nubla la
Supervisor: Entiendo. Es una situación complicada, pero no
mente...
puedo hacer nada. (Mira el papel.) Tenemos que cumplir con
Supervisor: Tengo una idea... ¡Llamemos al gerente!
el reglamento. Y el reglamento dice...
Cajera: (Toma el teléfono) Por favor, es muy urgente.
Cajera: Que es obligación de los clientes mostrar la cartera...
¡Necesitamos al gerente!
Señora: ¡A las amables y gentiles cajeras! ¡Pero yo no traje
cartera!
Escena tres
Supervisor: Señora, lo hubiera pensado antes. No se puede
salir a hacer compras de cualquier manera. El reglamento es Entra el gerente.
el reglamento. Y hay que cumplirlo. Si no, ¿dónde vamos a ir
Gerente: ¿Qué sucede?
a parar?
Supervisor: Tenemos un problema.
Señora: ¡Yo quiero ir a parar a mi casa! ¡Esto es una locura!
Cajera: Una situación imprevista. La señora quiere irse sin
Supervisor: Usted es una cabeza dura. Si hubiera traído
mostrar la cartera.
alguna
Gerente: Eso es imposible.
Cajera: Es incomprensible. Gerente: Sí, cualquiera. ¡Pero muestre la cartera!
Supervisor: Es increíble. Señora: Muy bien. Gentil y amable cajera, ¿tendría la bondad
Gerente: Además, es contrario al reglamento. de prestarme su cartera? Por un minutito, nada más.
Cajera: Y el reglamento... Cajera: Está bien. Tome. (Le da su cartera.)
Supervisor: ...es el reglamento. Señora: ¿Quiere revisarla, por favor?
Gerente: Señora, usted tiene la obligación de mostrar la Cajera: ¡Cómo no! (La abre y la mira por todos lados.) Está
cartera. bien.
Señora: Lo siento, no traje cartera. Señora: Entonces, me voy. Le devuelvo su cartera.
Gerente: Si no la trajo, es porque no quería mostrarla. Y si no Cajera: Gracias por su compra. Vuelva pronto. Da gusto aten-
quería mostrarla, seguramente quería ocultar algo. der a clientes como usted.
Señora: Pero señor... Señora: (Tratando de disimular su fastidio.) Sí, sí, cómo no.
Gerente: Déjeme terminar. Si quería ocultar algo, tal vez se Supervisor: Ah, nos podemos quedar tranquilos.
lleve algo sin pagar. Gerente: Tranquilos y contentos. ¡Hemos cumplido con el
Señora: Pero señor... si no la traje, ¿cómo voy a ocultar algo? reglamento!
Gerente: Ya le dije. ¡No la trajo porque no la quería mostrar! Telón
¡Y el reglamento dice que tiene que mostrar la cartera!
Señora: ¿Pero qué cartera?
Gerente: ¿Qué sé yo? ¡Cualquiera!
Señora: ¿Cualquiera, cualquiera, cualquiera?
El sonámbulo y la muerte. Veníamos al trotecito. De repente, el caballo pegó un
Hugo Mitoire corcoveo y unos relinchos y quedó desbocado, como
loco. Nos pegamos un flor de julepe.
Mi primo Sergio era sonámbulo, y cada vez que me Coco tiraba de las riendas para frenarlo y Sergio y yo nos
acuerdo de sus ataques, unas veces me da risa y otras, queríamos tirar del sulky, y en eso ¡al suelo todo el
tristeza; la verdad es que ser sonámbulo no es nada mundo!: se cayó el caballo en la cuneta, tumbó el sulky y
divertido. fuimos a parar a un charco los tres juntos.
Cuando empezó con los ataques de sonambulismo, a los El pobre animal empezó a temblar, vomitaba y pataleaba,
diez u once años, no podía acordarse de lo que le ocurría, y nosotros estábamos muy asustados. Recién ahí nos
y siempre nos enterábamos por su mamá o sus hermanos; dimos cuenta de que se estaba muriendo el noble
pero después de esa edad, ya podía relatar con todos los caballito, y enseguida se murió del todo nomás. Nos dio
detalles cada vez que le daba uno, y para mí eran los mucha pena, porque era muy bueno y guapo. Fue una
cuentos más fantásticos y terroríficos que podía escuchar. lástima que estuviera tan viejo.
La verdad es que yo presencié solamente uno de sus Salimos del charco embarrados hasta la coronilla,
ataques, el que tuvo una siesta de domingo. Ese día desenganchamos el sulky y acomodamos un poco las
habíamos vuelto de una pesca en puerto Las Palmas, y cosas; entonces Coco, en su condición de hermano mayor
pienso que ese ataque le dio por todas las cosas que nos y jefe de la expedición, nos dijo que teníamos que ir hasta
ocurrieron en ese viaje de regreso: ¡más yeta no podíamos la casa a buscar otro caballo.
haber tenido! –¡¡¡¿A pie hasta la casa?!!! –le gritó Sergio.
Salimos del puerto a la mañana, en nuestro sulky, –No hay otro remedio –le contestó Coco.
cansados y mal dormidos, los hermanos Barrero y yo, y a Nos queríamos morir, porque la casa quedaba a unas tres
eso de las diez más o menos. leguas, y si queríamos acortar camino había que atravesar
montes, esteros y pajonales.
Ahí nomás emprendimos la caminata entrando en un manotazos. Lo acariciaron y le dijeron que volviera a
mogote, muertos de hambre y con sueño; cada tanto acostarse.
hablábamos un poco, después maldecíamos contra el Después de un rato lo convencieron y lo llevaron de
caballo y contra Coco, y otras veces caminábamos un vuelta a la cama.
largo trecho en absoluto silencio. Me acuerdo de que mi tía siempre decía que a un
La cosa es que después de esa travesía de tres o cuatro sonámbulo no hay que despertarlo de golpe, porque
horas llegamos a la casa, y ahí el tío Luis, el papá de puede quedar tonto para siempre o morirse del susto.
Sergio, mandó a un peón a caballo a rescatar a Coco y al Porque cuando a una persona le da el ataque de
sulky. sonambulismo, es como si estuviera viviendo otra vida.
Habíamos llegado arrastrando los pies, con todo el La cosa es que Sergio durmió toda la tarde y la noche.
cansancio de los tres días de pesca, el julepe con el Cuando se despertó no se acordaba absolutamente de
caballo muerto y encima esa terrible caminata. nada.
La tía Isabel nos sirvió un guiso de arroz y nos comimos Y así como esta situación, le ocurrieron otras cuantas
tres platos cada uno; después nos acostamos a descansar. más, según contaban sus familiares; algunas eran muy
Sergio se acostó en su pieza y yo en un catre en el patio, graciosas, otras medio peligrosas.
debajo de un paraíso. Hasta que un día Sergio me empezó a contar de sus
Al rato me despertaron gritos y golpes. Escuché que ataques. Me dijo que no sabía si eran cosas que había
Sergio gritaba que no lo maten y que le sacaran esas cosas hecho estando sonámbulo, o si eran pesadillas. Estaba
que tenía en la cabeza… pero lo único que tenía en la muy afligido, porque sus padres no le creían. Le decían
cabeza ¡eran sus pelos!
Yo me senté en el catre y medio dormido vi que salían
corriendo y gritando, detrás de él, su mamá y su hermana.
Lo alcanzaron cerca del corral llorando y dando
recorría el corral o la chacra; o lo que es peor, a veces iba
hasta el cementerio, que estaba a unos quinientos metros.
Lo primero que me contó fue de algunas noches en las
que anduvo por el corral y el gallinero. Los animales
estaban tan acostumbrados a verlo que no se asustaban
con su presencia ni las vacas, los terneros o gallinas ¡ni
los gansos!, y eso que éstos son los animales más
bochincheros. Otras noches no solamente paseaba por la
chacra de algodón, sino que llegaba hasta el cañaveral.
Después yo me di cuenta de que se puso más serio y
nervioso, y ahí me empezó a contar lo que más lo
atormentaba. Me contó que una noche de luna, con
mucha cerrazón, salió de su casa y caminó hasta el
cementerio.
Entró y recorrió los caminitos entre tumbas y panteones.
Recordó que había mucha gente caminando por esos
senderos; algunos estaban sentados sobre las tumbas y
otros parados. Nadie hablaba. Él tampoco.
En ese instante le dije que estaba muy loco o muy
que
borracho para haber soñado eso, pero él ni siquiera se
sólo eran malos sueños, que no hiciera caso, y que no
sonrió, y muy serio me dijo que eso no era nada, y me
comiera tanto de noche, ni hablara de cosas raras, que con
empezó a contar otra cosa más terrorífica todavía, una
eso se le iban a desaparecer esas pesadillas.
cosa que me puso la piel de gallina. Juro que hasta ahora
Él tenía miedo, porque estaba seguro de que no eran
me da escalofríos cuando recuerdo ese relato.
sueños ni pesadillas, sino que se levantaba y, sonámbulo,
Me contó que a la madrugada siguiente se levantó y Sergio se dio cuenta de que todos sus pensamientos eran
volvió al cementerio. Entró y empezó a caminar. Había contestados por La Muerte, y entonces no quiso saber
mucha neblina y estaba fresquito. De repente se le nada más; empezó a asustarlo la idea de saber todo sobre
apareció una figura nueva: era alta, con una capa negra su futuro. Pero no pudo frenar un pensamiento, y pensó
muy ancha y larga, como la que usan los monjes, con una en quiénes serían todas esas personas que se paseaban por
capucha que no le dejaba ver la cara, ni siquiera la nariz. el cementerio.
Lo único que podía ver era su mano, que no tenía carne, Y La Muerte respondió:
era sólo hueso, y en ella llevaba una guadaña. –Son las almas de los muertos que todavía están en la
–Soy la Muerte –le dijo la figura negra. Tierra, y que ni siquiera saben dónde irán a parar. Y ahora
Y Sergio me juró que no sintió miedo ni nada, quiero mostrarte algo.
simplemente se quedó parado mirándola, sin siquiera Y Sergio siguió a La Muerte hasta una tumba que estaba
poder hablar. Quería preguntarle cosas pero no le salía la cerca del tejido. El espectro abrió la tumba y con su
voz, y La Muerte parecía adivinarle los pensamientos. guadaña, de un solo golpe, levantó la tapa del cajón negro
Sergio pensó que lo iba a matar. y ovalado. Ahí se vio el cuerpo de un hombre que le
–No te preocupes, no te haré nada –le contestó el pareció conocido… ¡era don Gilberto Casco!, un hombre
espectro. que había muerto hacía tres días; un tipo antipático, malo
Sergio pensó que estaba soñando o que estaba muerto. como la peste, que tenía mucha plata y que si te prestaba,
–Estás en el límite de la vida y la muerte, y desde ahí seguro que terminabas en la calle, porque siempre había
puedes ver muchas cosas –habló el espectro. que entregarle las chacras y animales para pagar los
Sergio pensó que había llegado la hora de su muerte. intereses. El tío Luis siempre decía que ese tipo era un
–Todavía no es tu hora, pero si quieres saber la edad a la prestamista estafador.
que morirás, sólo piénsalo y te responderé –dijo el
espectro.
Y La Muerte volvió a hablar: de hondo, y ahí empezaron a
–Este tipo era un sinvergüenza aparecer... ¡otras cabezas
que hizo sufrir a mucha gente sueltas!
sólo para tener cada vez más La Muerte habló de nuevo:
plata; pero lo que no sabía es que –En este lugar entierro las
esa plata no le serviría de nada, cabezas de las personas que irán
ni siquiera para salvarlo de esto. al Infierno.
Y con un rápido movimiento, La Desde aquí ya están en manos
Muerte le encajó un guadañazo y del Diablo, y poco a poco, esas
lo descabezó. La cabeza voló cabezas van hundiéndose en la
por el aire y cayó a un costado. tierra hasta llegar a un río
Luego tapó el cajón y la tumba, profundo y entrar en los círculos
y agarró la cabeza de los pelos. del Infierno.
Comenzaron a caminar. Fueron Sergio pensó si El Diablo y La
hacia el fondo del cementerio y Muerte no serían la misma cosa.
casi en la esquina, La Muerte le –No –respondió La Muerte–.
mostró un lugar en la tierra: era Solemos andar juntos, pero no
una especie de círculo donde se somos la misma cosa.
notaba que la tierra estaba floja, Luego La Muerte agarró la
como removida. La Muerte cabeza, la tiró en el pozo y
empezó a escarbar con su empezó a taparla hasta
guadaña hasta que hizo un pozo emparejar la tierra nuevamente.
de medio metro Cuando terminó de alisar el piso,
volvieron a caminar entre las
tumbas y a –Ya puedes irte –dijo La Muerte y se quedó parada en el
conversar; o mejor medio de un caminito, envuelta en la neblina, donde la
dicho, Sergio luna le daba de lleno y parecía agrandar su fantástica
pensaba y La figura, haciendo brillar el filoso hierro de su guadaña.
Muerte contestaba. Sergio no quería pensar en eso. Lo invadía la
Ya estaban cerca desesperación y se esforzaba por pensar en cualquier otra
de la salida y cosa, hasta que finalmente no pudo más y pensó. Pensó...
Sergio vio una en cuánto faltaría para su muerte.
figura diferente de –Morirás a los veintiún años –dijo La Muerte, y se alejó
todas las demás; caminando entre las tumbas.
parecía una Y sin darse cuenta, Sergio empezó a llorar y a caminar
persona real, de con Quelito, que lo agarraba de un brazo, reía y
carne y hueso. Se acercaron un poco más y lo reconoció: gesticulaba.
¡era Quelito Paredes!, un muchacho del lugar, de unos Desde ese momento, Sergio me aseguró que no se
veintipico de años, con una terrible deficiencia mental, acordaba de nada más: no sabía cómo llegó a su casa, ni
pero que era capaz de reconocer a las personas y hasta qué hizo Quelito, ni nada, y que este mismo relato se lo
podía llamarlas por su nombre. Sergio vio que Quelito había contado a sus padres, pero éstos le dijeron que había
movía la boca, reía y gesticulaba, pero él no podía sido simplemente un mal sueño y que pronto olvidaría
escuchar nada y tampoco podía hablar. Entonces habló todo.
La Muerte: Entonces Sergio, más preocupado por él mismo que por
–En este estado no podrás escuchar ni hablar a ningún ser hacer creer el relato a su familia, un día buscó a Quelito,
vivo. Él tampoco puede verme ni escucharme. lo trajo hasta su casa y delante de sus padres le dijo:
Y el pobre Quelito seguía gesticulando hablando y lo –Quelito, contales que me encontraste la otra noche en el
tomaba del brazo a Sergio, como queriendo llevárselo. cementerio...
Y Quelito, que reía con la risa de los tontos, gesticulaba relatos de mi primo, yo puedo afirmar, con mucha
y se apretaba con todas sus fuerzas las dos manos juntas tristeza, que decía la verdad cuando contaba esos
bajo el mentón, respondió: ataques de sonambulismo y sus conversaciones con La
–Iiii, Keko etaba nel cementerio…. Muerte.
Los padres de Sergio y sus hermanos lo miraron a Pero Sergio ahora ya no está y yo lo sigo extrañando.
Quelito, y luego a él, y casi a coro le respondieron: Murió en la madrugada de un veintiuno de abril, cuando
–Cómo le vas a creer, él va a decir cualquier cosa, hasta
apenas tenía… veintiún años.
puede decir que te vio volando. No pienses más en eso.
Entonces Sergio, que no terminaba de convencerse, lo
llevó a Quelito afuera y allí, cerca del galpón, le prometió
Cuentos de terror para Franco. Volumen 2 © Hugo
que le daría plata para el vino si decía la verdad.
Mitoire. © 2009, Editorial Librería de La Paz
–¿Me viste o no me viste en el cementerio? Decime la
verdad, si no me viste igual te voy a dar la plata.
–Iiii, vo etaba nel cementerio…
A Sergio lo invadieron la angustia y el miedo… y lloró.
Su vida empezó a cambiar: tenía miedo a la muerte.
Todo eso le hacía dudar de si habían sido ataques de
sonámbulo o pesadillas; ya no sabía a quién creer. Por
suerte, en los ataques que tuvo después, ya no andaba
por el cementerio ni se encontraba con La Muerte, pero
la duda que siempre rondaba su cabeza era saber si esas
cosas las soñaba o las vivía como sonámbulo.
Ahora, que han pasado más de treinta años de aquellos

También podría gustarte