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Los niños tienen una insaciable sed de conocimientos. Goethe dijo: «Si los niños
siguieran creciendo con la misma fuerza, contaríamos con cientos de genios». Pero
la realidad es que no suelen encontrar muchas respuestas a sus preguntas: ¿Por qué
las lágrimas están saladas? ¿Qué es una tormenta? ¿Por qué el cielo es azul?
Uno de los capítulos de Todo lo que hay que saber... se titula Infancia y Pedagogía
Infantil en otros países. En él se habla del ejemplo de Japón, donde el profesor de
primera infancia tiene la misma consideración y el mismo sueldo que un profesor de
Universidad. Allí, ocuparse de los niños supone prestigio y la figura de la madre es
respetada y valorada por cuidar a sus hijos. «En Japón, se contempla a los niños
como personas a las que no se les han cortado las alas», escribe Elschenbroich. Y
«donde coinciden «infancia» y «aprendizaje», dos de los fenómenos más valorados
culturalmente en Japón, la sociedad moviliza las mayores energías».
K.—En cuanto a los padres, ¿tienen ellos respuestas para sus pequeños
naturalistas natos? ¿Cómo les pueden ayudara saciar su sed de
conocimientos?
D.E.—El ansia elemental de descubrir la naturaleza la perdieron muchos adultos en
el colegio. Las asignaturas de física y química figuran siempre entre las menos
populares. Por eso muchos adultos se consuelan diciendo "no se me dan bien las
ciencias...", y con ello se excluyen a sí mismos de ese aprendizaje
durante toda la vida. Pero gracias a los niños, pueden tener una
segunda oportunidad. Pueden volverse a hacer preguntas junto a
ellos, y se beneficiarán los dos. No hace falta dar las respuestas
"correctas", basta con participar en las preguntas de los niños.
Ese es uno de los mensajes del libro. Los niños no se molestan
porque haya pausas en la conversación. Más bien los adultos
temen "parecer ignorantes" cuando no pueden ofrecer las
"respuestas correctas" inmediatamente. Pero los niños no las
esperan...
K.—¿A qué se refiere con lo de que los niños en China están entrenados con
mucha energía? ¿Puede ponernos un ejemplo?
D.E.—En los grupos madre-niño, organizados de forma privada y financiados por
madres de clase media, los niños se dedican a entrenarse de forma vigorosa a una
edad muy temprana, entre 1 y 3 años. Saben contar hasta números muy altos,
pueden reproducir complicadas construcciones de bloques a la edad de tres años, se
les inicia a la escritura china a la edad de dos o tres...
K.—En el último informe PISA, con datos de 2003, los resultados más
espectaculares los obtuvo Finlandia, que ha aparecido ante los medios como
un modelo de sistema educativo. ¿Existe, en realidad, algún modelo de
educación que pudiese aplicarse, por ejemplo, a toda Europa?
D.E.—Como investigadora de la comparación internacional de actitudes hacia niños y
su educación, me sorprende ver cómo estas metas de educación, que suenan tan
universales y que todo el mundo parece compartir casi a nivel mundial, resultan muy
diferentes en la práctica de la educación infantil. Resultó evidente cuando
observamos las actitudes hacia la enseñanza de ciencia básica en Francia y en
Alemania.
El enfoque francés es mucho más racional, "cartesiano", más verbal, requiere más
disciplina en grandes grupos de niños, mientras que el enfoque "romántico" del
Waldkindergarten alemán se dirige más a las expericias sensoriales, intenta dar a los
niños más tiempo para las preguntas y, en algunas ocasiones, puede parecer casi
"anti-racional". Es interesante añadir que la escuela infantil alemana está
tradicionalmente organizada para que a los niños les recuerde a su vida en casa y en
familia.
K.—¿Qué es el Waldkindergarten?
D.E.—Es una escuela donde los niños pasan todo el día en el bosque con los
profesores, en cualquier estación del año, bajo cualquier condición climática. Tienen
mucho éxito en Alemania desde hace unos cuatro años. Hay unas 350.