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Escrito por: Daniel Cuba Villarroel y Mario Cuba Villarroel

Así fueron asesinados y esta fue su historia

73 Expulsión de Melgarejo

Las transiciones de gobierno en el siglo XIX en Bolivia estaban lejos de alternarse por
vía institucional. El vehículo recurrente fue la fuerza y los cambios de mandos, en general,
obedecían al más fuerte. Pocos fueron los gobiernos, incluidos los interinatos, cuya
posesión no hayan obedecido a la entronización militar mediante la imposición. Después
de que Simón Bolívar abandonara Bolivia en enero de 1826 y legara a José Antonio de
Sucre el poder, las vicisitudes presidenciales se mancharon con sangre, felonías, odios,
ira, temeridad y un prolongado etcétera.
El mismo Sucre renunció compelido por urdimbres ejecutadas desde Perú. Primero tuvo
que aplacar la primera sublevación en contra su gobierno en noviembre de 1827 en
Cochabamba. En abril del 28 hizo frente un ejército con bandera peruana y terminó herido
en el brazo. Finalmente renunció de la presidencia.
En el trajín de las relaciones con Perú, Pedro Blanco terminó pagando con su vida la
lealtad que tenía con el país incaico el primer día del año de 1829.
Desde 1839, año en que se puso en vigencia una nueva constitución, se realizó la primera
elección por el que un grupo de ciudadanos eligió a su gobernante. Se inauguraba, de ese
modo, el voto calificado y poco más de 16 mil bolivianos concurrieron a las elecciones
por cuya decisión mayoritaria terminó escogiendo a José Miguel de Velasco. Las leyes
indicaban el sufragio como medio de elección de los gobernantes, sin embargo éste pasó
a constituir solamente el accesorio de un mecanismo que escogió el arrebato del poder
como vicario a las elecciones.
Después del 39, año en que se puso en vigencia la constitución, Sebastián Ágreda
desplazó del poder a Velasco por medios violentos. Luego, José Ballivián asió la
presidencia en 1841 después de defender Bolivia de Perú en la batalla de Ingavi. Se
legalizó en el poder después de reunir una convención el 43 que terminó por reconocerlo
como máxima autoridad del Estado. Años después, en medio de una vorágine política,
Belzu en 1848 llegó al poder apoyado por regimientos en distintas ciudades y golpeando
a Velasco. En el mismo tenor, Isidoro Belzu fue objeto de una intentona de asesinato de
la mano de Agustín Morales. Víctima de una emboscada, logró sobrevivir a un disparo
en la cabeza. Su sucesor fue Jorge Córdova, yerno de Belzu, en 1855 en condiciones
legales, aunque con serias denuncias de fraude. 7 conspiraciones dieron fruto dos años
después, en 1857, y José María Linares se coronó Presidente. Su gobierno se vio
arrinconado en 1861 por brotes de sublevación. Linares abandonó el cargo sin mayores
choques y puebladas para ceder, finalmente, ante José María Achá la primera
magistratura. Y para diciembre de 1864 Mariano Melgarejo hizo lo que Achá para coger
el timón del Estado: asestar el golpe de Estado con apoyo de batallones y cuarteles.
que haya llevado ante la puerta de San Pedro tantas almas inmersas en una contienda
como la de 1871. La asonada repelió la vida de 1378 hombres que al rayar el alba se
hallaban dispersos en un escenario de guerra ya rendida al sosiego después de que
Melgarejo escapara a Perú.
El desgaste y ocaso del gobierno de Melgarejo comenzó a rajar su estructura en
noviembre de 1870. En Potosí se había comenzado a articular la primera rebelión. El
presidente junto a su ejército se enfrentaron contra los refractarios. La mañana del 28 de
noviembre la plaza principal fue el teatro de guerra. Fueron seis horas de combate con
fuego cruzado, barricadas erigidas en las calles y alcohol para acentuar la valentía.
Agotadas las balas de los insurgentes, el ejército oficial terminó rebasándolos. Al día
siguiente un cementerio de 400 cuerpos exhumados empedraban las calles de Potosí y
Melgarejo se coronaba como vencedor. Empero, el atolladero estaba en La Paz. El 26 de
noviembre de 1870 Agustín Morales fue nombrado “jefe supremo de la revolución y
secretario Casimiro Corral y los dos se ocuparon de organizar tropas bajo el batallón 3”
(Arguedas, 1980, p.279). Melgarejo debía trasladarse a La Paz, lugar donde aguardaba su
verdadero enemigo. El viaje fue escarpado y peliagudo. El 15 de enero de 1871 las tropas
junto al presidente arribaron a la ciudad. A Melgarejo le emboscaba la amenaza de que
su pareja, Juana Sánchez, había sido capturada y en caso de verse acorralados cobrarían
la vida de su concubina. “De 2271 hombres…se componía el ejército de Morales; 2328
el de Melgarejo” (Arguedas, 1975, p.267).
Dos columnas del ejército de Melgarejo comenzaron a descender divididos en dos
cuerpos y por dos caminos. El bando opuesto aguardaba con las barricadas zanjadas por
universitarios día anterior. Las fuerzas de Melgarejo se hicieron de la primera batalla.
Empero, Morales aguardaba con el grueso de sus huestes en la plaza principal reforzando
la barricada. “La lucha tornase terrible, pues los soldados se hacían fuego a veinte pasos
de distancia, calle por medio, sin rendirse ni pedir gracia, ciegos, furiosos,
insultándose…” (Arguedas, 1975, p.269). Las casas que habían sido tomadas por el
ejército oficial fueron desalojadas. Los soldados de Morales comenzaban a inclinar la
balanza a su favor. Aparecía el anochecer y Melgarejo, alejado de la contienda, no recibía
noticia alguna. Su alma comenzaba a inquietarse y su cabeza a irritarse mientras sostenía
hipótesis oscuras sobre su concubina. Cuando el cielo oscureció, Melgarejo comenzó a
fugar. Sus soldados tenían la orden de continuar, pues Melgarejo requería del tiempo que
fuese necesario para escapar. En la plaza principal los traqueteos apaciguaron y los gritos
de guerra se consumieron junto con la luz del día que había sido testigo de una carnicería.
El levantamiento había concluido. Los soldados, en grandes cantidades, perecieron
defendiendo en una refriega sangrienta y tupida de balas. 1378 cuerpos yacían regados en
las calles testimoniando la batalla por el poder que había sido la más más violenta y fatal
que había existido. Se requirió erguir enormes esfuerzos logísticos, humanos y
financieros para hacer correr al presidente Melgarejo, quien tras 6 años de gobierno, había
apagado antes 24 connatos rebeldes.
Desde la creación de la república y la constitución de 1839 las elecciones presidenciales
pasaron a segundo plano en beneficio de los golpes de Estado. Esto significaba que el
sendero de las conspiraciones estaba constituido por una legitimidad derivada de los
regimientos, las personalidades descollantes de algunos de ellos, el apoyo y anuencia de
algunos sectores intelectuales y económicos; la democracia del voto calificado tenía una
esfera de influencia basada con estas características propias de la época, del desarrollo
moral e ideológico, del legado cultural, así como del ambiente económico. Se trataba de
una estructura natural de la política boliviana, no muy alejada de la región, cuya existencia
no pudo ser mejor resumida por Belzu: “Revoluciones continuas, revoluciones en el sur,
revoluciones en el norte; urdidas por mis enemigos, incubadas en mi casa, explotando por
doquier en torno mío… ¡Dios mío! Me condenan a un estado de guerra perpetuo”
(Dunkerley, 1987, p.11). “Los golpes y las revoluciones tienen una lógica, un orden, una
dinámica y una ingeniería espacial y territorial. Estos movimientos fueron parte de una
cultura política y si bien en estos no participaban grandes contingentes poblacionales,
ellos suponían una dirigencia combinada y articulada, así como la movilización de ciertos
grupos con claras consecuencias para la vida política del país. Suponían también el
despliegue de redes políticas, de alianzas regionales entre el propio ejército y la sociedad
civil y continuos procesos de negociación, disputa y acuerdo entre los diversos actores”
(Barragán, Mendieta y Mamani, Coordinadora de Historia, 2015, p.105). Para
ejemplificar el contexto, se estima que entre 1828 y 1903 las acciones subversivas
ascendieron a un total de 185.
Los cambios que modificaron la constitución en 1851, en el gobierno de Belzu,
ensancharon el caudal electoral boliviano. Barragán (Coordinadora de Historia, 2015)
indica que en las elecciones de 1855 se triplicó el número de votantes de 5935 a 14414.
En los senderos por modernizar el sistema político, muchas reformas iban incorporando
ciudadanos y mejorándolo cualitativamente, aunque muchas veces sólo en el plano
nominal y discursivo.
Los gobiernos, después de Narciso Campero, ingresaron por medio de una plataforma
distinta, una constituida por el sistema de partidos, vigente hasta la actualidad y cuyo
origen data de 1884, que modificó la política nacional. “Sin un sistema de partidos
políticos constituido para canalizar las exigencias o aspiraciones o para controlar las
ambiciones, la política nacional era un terrible campo abierto para que pudiera ocuparlo
cualquier jefezuelo regional del momento”, indica Klein (2012, p.146) recordando lo que
la historiografía boliviana calificó el periodo entre 1840 y 1880 como el del caudillismo
militar. Y si bien la injerencia militar desdeñosa del voto (calificado o universal) no se
ausentó de la historia boliviana hasta 1982, la institucionalidad democrática dio un viro a
partir del proceso electoral boliviano representando a los Liberales y dando por
inaugurado, con sus imperfecciones históricas e inmanentes, el sistema de partidos.
La política en el periodo de 1840 y 1880 y, luego, su devenir posterior marcaron ambos
fases diferenciadas. En el primero, el poder se concentra en la personalidad del líder, en
la sus decisiones, en su influencia militar, en su ambición, en su osadía, en su popularidad,
en su fuerza, etcétera. En el segundo, con la irrupción del sistema de partidos, existió una
modernización de la política. Es decir, se creó una mejora cualitativa en la política por
cuyos medios, lo electores, tenían una representación anidada en el partido dentro de la
democracia censitaria.
De esta manera, y posterior a la Guerra del Pacífico, el ejército pasó a un plano secundario
y adquirió un rol de acatamiento de las voluntades políticas de sus gobernantes civiles. Y
en este mismo tenor, la persuasión que debían efectuar ante una población que legitimaba
o deslegitimizaba sus desenvolvimiento en el gobierno, debía apuntalarse e irradiar por
otros medios tales como la prensa, dentro de la esfera de la opinión pública.
La política, dentro de su materialidad y su estructura legal, conoció un punto de inflexión
a partir de 1884 cuyo rasgo característico fue la mejora cualitativa del sistema político
con un norte de modernización. Mariano Melgarejo fue desplazado del poder y de la silla
presidencial en uno de los sucesos más sangrientos en la historia boliviana, de la misma
manera que sus colegas que lo escoltaron en las sucesiones presidenciables recurriendo a
la fuerza y el complot. Empero, este golpe de timón tuvo lugar después de años de
acciones violentas cuyo declive tuvo presencia después de un desgaste natural, inclusión
de una esfera civil con intereses económicos – mineros, una derrota bélica y un episodio,
como el de 1871, con más de un millar de muertos.

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