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Investigación de caso
Entre 1998 y 1999, Koldo Larrañaga acabó con la vida de la abogada Begoña Rubio y del
empresario Agustín Ruiz, aunque la policía siempre sospechó que cometió dos asesinatos más.
Una despiadada carrera criminal que ha colocado a este asesino en serie en un capítulo muy
destacado de la crónica negra de Álava. Su valoración más técnica la realizó durante el juicio
por estos hechos el psiquiatra Miguel Gutiérrez, cuyo informe forense concluía que Larrañaga
era un psicópata[1].
Sin embargo, una de las declaraciones que más sorprendió al Dr. Gutiérrez fue cuando el
acusado, sin mostrar el más mínimo remordimiento por los asesinatos cometidos, manifestó
que lo “único que le preocupaba era qué iba a pensar su hijo”.
Un individuo que fue capaz de asestar 17 puñaladas a la abogada Begoña Rubio, a la que no
conocía de nada, parecía en ese momento un padre preocupado, … ¿cómo es esto posible
La intuición nos sugiere que si una persona es extraordinariamente perversa, lo es en todas las
esferas de su vida y afecta a todas sus relaciones sociales y familiares, pero, como acabamos
de observar, la personalidad de Koldo Larrañaga no respondía a esta lógica.
Basta tomar como ejemplo al sanguinario comandante Amon Goeth,- el asesino más infame de
la Alemania nazi,- mostrar compasión por las prisionera judía Natalia Karp que, conmovido por
su interpretación de un nocturno de Chopin al piano, le perdonó la vida el mismo día de su
llegada al campo de concentración de Płaszów donde había sido trasladada para ser fusilada.
Ralph Fiennes interpretando a Amon Goeth en “La lista de Schindler”
Estas paradojas incomprensibles solo parecen cobrar sentido bajo el prisma de la teoría de la
personalidad modular[2]. Esta teoría sugiere que todos poseemos lo que popularmente se
conoce como “personalidad múltiple”. Es decir, una personalidad dividida en varios “yoes”
diferentes que prestan atención a distintos tipos de información, recuerdan experiencias
pasadas diferentes, albergan sentimientos dispares sobre el mismo asunto y, quizás, aspiran a
objetivos vitales muy diversos. Lo fascinante, además, es que existe una base neurológica para
explicar esta “compartimentación” de la personalidad (Grigsby & Schneiders, 1991). La buena
noticia, por tanto, es que nuestras variopintas contradicciones cotidianas tendrían una
explicación científica[3]. También las de los criminales.
Debemos admitir que la teoría de la personalidad modular de alguna forma nos obliga a salir de
una especie de “zona de confort mental” desde la que se entiende mejor el mundo, es más
previsible y resulta más fácil formular juicios y dictar condenas. Una zona de confort en virtud
de la cual la naturaleza humana se simplifica enormemente y en la que el populismo punitivo se
alimenta cada mañana: si alguien tiene un comportamiento anti-social, “es” sólo una persona
anti-social. Si alguien roba, “es” sólo un ladrón. Y si alguien mata, no “es” nada más que un
asesino.
Pero la realidad puede ser algo menos simple, por lo que desde una aproximación criminológica
debemos analizar la conducta delictiva de un individuo teniendo en cuenta su contexto y
antecedentes. Y desde esta perspectiva, tomar en consideración sus creencias, sus
pensamientos y vivencias. Deberemos analizar, en fin, qué función cumple el crimen en el
escenario que ha sido llevado a cabo y contrastarlo con el repertorio de conductas no criminales
de la persona evaluada.